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lunes, 26 de mayo de 2025

Sé mía de Richard Ford

Me veía en el deber de lealtad de leer Sé mía, la última novela protagonizada por Frank Bascombe, porque era un personaje al que he acompañado estos años creyéndolo vivo y real, aunque sea pura creación literaria de Richard Ford. Me habían gustado las tres primeras novelas, El periodista deportivo, El día de la independencia y Acción de gracias. En cambio la penúltima, Francamente, Frank, me fastidió, por floja y redicha. Esta la dejé para más adelante y la he leído ahora por eso, por pundonor, por una lealtad a un personaje y a un escritor que valoré y ahora no valoro tanto.

Sé mía, que no sé por qué se titula así, no es de las mejores novelas de la serie, pero estoy contento de haberla leído: tiene su punto de emoción este viaje entre Rochester (Minnesota), donde está la Clínica Mayo, y el monte Rushmore en Dakota del Sur, de un Frank Bascombe anciano, divorciado por segunda vez, decayendo, con su hijo Paul, que padece ELA. Quizá las conversaciones entre ambos buscan un humor que no consigo disfrutar, con chistes que no acabo de pillar, pero la actitud entre ellos tiene unos tonos conmovedores por encima de la pretendida negación de nada que tenga remotamente que ver con una posible trascendencia, que podría parecer que es el objetivo de fondo del libro. 
Se salva el libro por cómo transmite las emociones en torno a la cercanía de la muerte, los rigores de una enfermedad durísima que gestionan en un recorrido por una zona de Estados Unidos que a mí, que no he estado nunca allí, me parece fascinante en su mezcla de grandeza y kitsch, donde se aúna la bondad del ser humano con sus miserias demasiado evidentes. 
Hay partes más cansinas, pero estoy contento de haber leído el libro, con planteamientos muy reducidos, una visión muy escasa sobre la vida y la muerte, pero contada con la verdad del personaje en sus limitaciones. Oigo lo que me dice porque me lo dice y quiero oír lo que me quiere decir, pero lo que me dice no me llena, me apena por él, que se encierra en una falta de horizontes limitadora, nihilista, penosa.

lunes, 12 de agosto de 2024

Francamente, Frank, de Richard Ford

Se anunció hace poco la publicación de la última novela protagonizada por Frank Bascombe, Sé mía, y como yo en tiempos admiraba a Richard Ford y me gustó mucho Acción de gracias y un poco menos El periodista deportivo y El día de la independencia, miré a ver si había alguna que me hubiese dejado por el medio. Resultó que sí, una de título pésimo: Francamente, Frank (en inglés es mejor, Let me be frank with you).

Ahora, en cambio, he leído alguna entrevista reciente y me pareció penosa, como mínimo.

Lo increíble es que a pesar de eso me haya puesto a leer esta novela, por suerte breve, poco más de doscientas páginas. Salgo de ella con esa sensación de haber quizá perdido el tiempo, aunque es ilustrativa, en este caso de alguien, sospechosamente muy parecido a Richard Ford, que quiere mostrarnos lo que es vivir en las últimas etapas de la vida sin el más mínimo horizonte vital, solamente el de seguir viviendo: la gente hace lo que puede y el protagonista, también, mientras va rompiendo los posibles lazos que le puedan surgir, con su exmujer (a la que todavía, sin embargo, hace favores), con un antiguo cliente, con un amigo lejano, ahora moribundo. En el horizonte no hay nada, Las personas o están a favor de Obama o de Romney, así es la dualidad humana que presenta Ford. Los de Romney pueden estar en contra del aborto y aprobar el uso de armas para los bebés (lo dice así, no me invento nada); los otros, pues no se sabe: componer el gesto para mostrar una suerte de modelo humano lleno de tachas: hay una conversación del protagonista con una negra en la que todo está lastrado por la conciencia de él de su racismo de fondo, inexcusable. Su exmujer representa la paranoia de los jubilados, en una especie de asilo de gran lujo, interesante sociológicamente, un lugar de terror a la muerte disfrazado de resort de lujo.

Casi solamente le redime, a él y a su exmujer, el dolor por la muerte hace ya muchos años de un hijo suyo: ese es el único elemento que parece como romper la conformidad del protagonista/autor con una realidad que ha reducido a la altura de su pequeñez moral.

Ahora tengo, la verdad, pocas ganas de leer Sé mía. Quizá hasta caiga, por el morbo del love to hate.

lunes, 10 de junio de 2024

Domingo

Era un domingo de retiro. Acabamos a las cuatro y media y varios estuvimos viendo el partido de Alcaraz: fue todo muy raro, muchas alternativas, Zverev era muy alto, parecía que tenía un saque mortal, pero el hecho es que al final perdió. Lo hablé luego con mi madre, comentamos que nos dio pena, aunque también nos daba alegría la victoria de Alcaraz: todo no puede ser.

Fui a votar a Medicina. Había un señor, como enclenque, quejándose de que en la mesa de las papeletas, estas no estuvieran ordenadas alfabéticamente. Entre el señor enclenque y el personaje de Larry David, del que me acordé luego, debo de estar yo, es tristísimo lo mío.

Era una noche de elecciones pero sin resultados a la hora habitual. Fueron, los resultados, como frustrantes. Me he acordado de un artículo que leí el otro día de Richard Ford, un escritor que siempre me gustó, en el que este decía "Antes que a Donald Trump, votaría a un chimpancé". Le bastaba, para votar a Biden, con que "para cuando lleguen las elecciones, todavía pueda mantenerse en pie y hablar". Esto lo dice alguien que me merecía respeto por su oficio, no, ya se ve, por sus ideas políticas: y luego están los que critican las ideas del amigo-enemigo de Carl Schmitt, cuando es un hecho prácticamente empírico, como se puede ver. Doy todo este rodeo para decir que el psicópata que nos tortura en España sigue en la poltrona y ahí seguirá. Y toda su co(ho)rte por ahí, tan pichi.

Pero está bien aprender a vivir con la frustración en temas de política, como dice Gregorio Luri.

Este resulta que es Roland Garros

domingo, 6 de septiembre de 2009

Acedia a la ficción

Llevo tiempo sin leer ficción, la aguanto poco ahora, así que cuando me gusta alguna novela me alegro mucho. Me ha pasado últimamente con Familias, de Natalia Ginzburg, tres novelas cortas y muy en voz baja, a pasitos, pero que me gustaron mucho, incluso la última, en la que perdí el hilo casi desde el principio y no lo conseguí recuperar.
El otro que sí que puedo leer es Richard Ford; en Praga me acabé El periodista deportivo, el primer libro de la trilogía y el único que no había leído todavía. Y me gustó, pero menos que Acción de gracias, el último, y más que El día de la independencia. Y los tres forman un conjunto de muchas páginas con la vida de Frank Banscombe, un hombre que ha perdido un hijo pequeño, que está divorciado, que tiene una vida normal en Nueva Jersey, que no sabe qué hacer con su vida porque no sabe a qué agarrarse. No sé cómo explicar por qué me interesa; quizá porque Ford consigue hacer un personaje vivo: me parece imposible que no exista, que si voy a su casa no me lo pueda encontrar por Haddam.
Y me he acordado de él al leer la entrada de ayer de Amy Welborn, que me pareció prodigiosa, de las mejores cosas que he leído en los últimos tiempos: une tranche de vie, sin retórica, contando lo que le pasa: ahora mismo sólo quiero eso de la ficción.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Richard Ford

Hace año y medio -y por razones bien sabidas- dejé de fumar; a la vez y sin proponérmelo perdí todo interés por todos los deportes (el fútbol y el Real Madrid incluidos; sólo se quedó un apego más sentimental que otra cosa a la Fórmula 1), los telediarios y los periódicos (espero que en los tres casos para bien y definitivamente), pero también y muy a mi pesar la novela: desde los siete años leyendo sin parar y de repente ya no aguantaba ninguna, sólo leía biografías, ensayo y poesía, pero novela no.
Eso me preocupaba lo indecible (lo de que a una determinada edad hay que dejar de leer novela siempre me pareció una enorme tontería, por mucho que la dijera Pla -y ese es el motivo de que no me acabe de caer bien: no empatizo con él) o una peligrosa tentación platónica, en la que no quería caer: estoy cada vez más convencido de que el saber no es acumular inputs, ni asimilar formas -¡hijo, aprende matemáticas, dicen los padres preocupados!-, sino comprender y comprenderse (sea eso lo que sea).
Pues bien, tengo que decir con gran alegría que he acabado mi primera novela (la última de Richard Ford, que en español se llama Acción de gracias y en el original The lay of the land) después de este periodo de año y medio que Frank Bascombe, el protagonista, llama el Periodo Permanente.
Ha ayudado el hecho de que el protagonista -que ya conocía de El día de la independencia- esté en esta pasando por un tratamiento de cáncer: empatía, podíamos llamarlo. Son más de 700 páginas en las que Frank Bascombe hace una topografía de la tierra (lay of the land) en torno a la fiesta de Acción de gracias. Y la pregunta de fondo es si hay que dar gracias por algo, cuando uno no cree en nada y se encuentra en un punto de crisis radical por la enfermedad.
La novela no aporta nada en el plano del para qué: no da soluciones, no tiene moraleja, pero está escrita con una sabiduría literaria (sea eso lo que sea) prodigiosa: yo, que estoy fascinado con Estados Unidos, he disfrutado cada detalle (aunque visto desde la óptica de uno del partido demócrata, que no para de meterse con Bush), en una especie de diario vital de dos días del personaje. Hoy pensaba que al menos gente como él estaría contenta esta mañana por algo (otro proceso empático para sobrellevar lo de Obama) y si no tienen otro motivo de alegría, habrá que darles estos, por mucho que sean a pequeña escala.
Hace dos años no hubiera leído esta novela ni loco (por mi hipocondría: ¡una novela en la que un enfermo de cáncer cuenta todo lo que se le pasa por su mente!), pero ahora lo he pasado muy bien con este libro. Un párrafo:
(...) aunque, como de costumbre, el júbilo no es desbordante -como antes- porque todas las sensaciones, buenas o malas, pasan ahora por el circuito amortiguador del paciente de cáncer, víctima o superviviente. El tiramisú no sabe tan dulce. La nueva mano de pintura no tiene el mismo brillo. En el papel satinado, sobre Miss America planea una sombra de desesperación, su sonrisa lucha por abrirse paso en un bosque oscuro. Eso es lo que la buena suerte nos depara a los supervivientes. Aunque hay que pensar en los otros pobres cabrones, los que de verdad tienen la negra -no simplemente la gris, como yo-, los que esta mañana vuelven a Omaha en avión y han de poner urgentemente sus asuntos en orden.
He aprendido, sin embargo, a dejar que el júbilo sea embriagador, aunque sólo dure un momento, y pelear luego en la sombra como un boxeador. (...) Estoy listo para saltar al ring y afrontar la jornada. Una vez más, es el día de Acción de Gracias (p. 582-3).
Sobre Richard Ford, pues la wikipedia (y en español un poco peor, pero bueno). La crítica lo suele encuadrar con Raymond Carver y Tobias Wolff, que me parecen mejores que él.