Sé mía, que no sé por qué se titula así, no es de las mejores novelas de la serie, pero estoy contento de haberla leído: tiene su punto de emoción este viaje entre Rochester (Minnesota), donde está la Clínica Mayo, y el monte Rushmore en Dakota del Sur, de un Frank Bascombe anciano, divorciado por segunda vez, decayendo, con su hijo Paul, que padece ELA. Quizá las conversaciones entre ambos buscan un humor que no consigo disfrutar, con chistes que no acabo de pillar, pero la actitud entre ellos tiene unos tonos conmovedores por encima de la pretendida negación de nada que tenga remotamente que ver con una posible trascendencia, que podría parecer que es el objetivo de fondo del libro.
Se salva el libro por cómo transmite las emociones en torno a la cercanía de la muerte, los rigores de una enfermedad durísima que gestionan en un recorrido por una zona de Estados Unidos que a mí, que no he estado nunca allí, me parece fascinante en su mezcla de grandeza y kitsch, donde se aúna la bondad del ser humano con sus miserias demasiado evidentes.
Hay partes más cansinas, pero estoy contento de haber leído el libro, con planteamientos muy reducidos, una visión muy escasa sobre la vida y la muerte, pero contada con la verdad del personaje en sus limitaciones. Oigo lo que me dice porque me lo dice y quiero oír lo que me quiere decir, pero lo que me dice no me llena, me apena por él, que se encierra en una falta de horizontes limitadora, nihilista, penosa.
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