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lunes, 26 de febrero de 2024

Burgos y Cóbreces 1

En el viaje de ida, poco que reseñar. Estuve oyendo música de mi lista de "ver más tarde" de Youtube, cosas que tengo ya muy trabajadas. Luego estuve escuchando la conferencia que dio Gregorio Luri, muy interesante, como suya. 

Él es más optimista que yo, así que me ayuda a recomponer mi composición de lugar de la situación actual, que yo tiendo a ver en términos apocalípticos. Al final, en las preguntas, habla de Erisictón, del tema que voy a exponer yo con él en un ciclo que él organiza, Después de la orgía.

Os recomiendo vivamente la conferencia y también las preguntas de la última media hora:

jueves, 8 de septiembre de 2022

La teatrocracia

Leyendo Las Leyes de Platón me di con el término que tanto menciona Gregorio Luri, el de la teatrocracia (θεατροκρατία). 

Es un pasaje en el que hace como una especie de historia de la audición de música en Atenas, fijándose en cómo antes en el teatro el público escuchaba en silencio y para saber si la obra era buena, miraba lo que juzgaban las personas con autoridad, pero luego dominó una corriente que llegó a imponerse en la masa que asistía al teatro:

Llegaron inconscientemente por su misma insensatez a calumniar a la música, diciendo que en ésta no cabía rectitud de ninguna clase, y que el mejor juicio estaba en el placer del que se gozaba con ella, fuera el mejor o peor. Haciendo esta clase de composiciones y poniéndoles letra del mismo estilo, inspiraron a la multitud la transgresión de las leyes relativas a la música y la osadía de creerse capaces de juzgar. De ello se derivó el que los públicos de los teatros, antes silenciosos se hicieran vocingleros, como si entendiesen lo que está bien o mal en música, y en lugar de la aristocracia, el mando de los mejores, se produjo en ese campo una detestable teatrocracia. Y si hubiera sido sólo en la música donde se hubiese producido una cierta democracia de hombres libres, no hubiera sido el hecho tan terrible, pero lo cierto es que a partir de ella empezó para nosotros la opinión de que todo el mundo lo sabía todo y estaba sobre la ley, con lo cual vino la libertad. Quedaron sin miedo como gente entendida, y esta falta de temor engendró la desvergüenza; pues el no temer, por la confianza en sí mismo, la opinión del más calificado es en sustancia la perversa desvergüenza, a la que abre el camino una libertad excesivamente osada (700e-701a).

La historia implícita del teatro griego que hace ahí no deja de ser curiosa: una visión idealizada de los orígenes y del nivel del gusto artístico. Se me ocurre que quizá al principio todo estaba más pegado a lo ritual; cuando el teatro fue valorándose por la música y el texto, es cuando surgieron las divisiones del gusto, que sirven al narrador ateniense del texto para criticar la indefinición inherente a la democracia.  

martes, 11 de enero de 2022

Syndyastikón

Yo voy, como Hansel y Gretel, pero no soltando a lo bobo miguitas que se comerán los pájaros (bueno, en realidad sí que lo hago mucho), sino a veces cogiendo pepitas de oro. Por ejemplo esto de Aristóteles que señalaba Gregorio Luri hace unas semanas, de la Ética a Nicómaco (1162a):

ἄνθρωπος γὰρ τῇ φύσει συνδυαστικὸν μᾶλλον ἢ πολιτικόν
ánthropos gar te physei syndyastikon mallon e politikón
La persona, pues, por naturaleza sindiástica más que política.
Hay un gar γὰρ (=pues) al principio: es que en la frase anterior había dicho que «parece que hay entre hombre y mujer» una filía ... katá phýsin (φιλία ... κατὰ φύσιν), una «amistad ... por naturaleza». De ahí saca Aristóteles la conclusión de que lo primero y más necesario es la familia. Y luego la polis. Así que lo del zóon politikón habría que decirlo pero después de mencionar esta frase, al menos. El mundo contemporáneo se retrata, al olvidar la una y al resaltar la otra escondiendo la primera.

Por lo que me puse a mirar el texto es por la palabra συνδυαστικὸν (syndyastikón), que es lo propio de lo que junta (syn) a dos (dyo). Viene del verbo συνδυάζω (syndyázo): el hacer-dos-juntos.

syndyastikón es una palabra que no se vuelve a encontrar, nadie la usa después: "juntadosista", "condosista". La persona es por naturaleza condosista entonces, alguien que tiende a juntarse con otro en dos.

Y en ello no es solamente amistad lo que hay, dice Aristóteles, también hay teknopoiía, que traducido a lo bruto es, literalmente, "hacer hijos". Pero frente a los animales, continúa él, las personas continúan viviendo juntas por el bien de los hijos y por lo necesario para la vida. Ya de primeras se dividen las funciones entre hombre y mujer: se bastan entre ellos poniendo en común lo particular. Esa filía es útil y placentera. Lo que hace de atadura son los hijos. Pero os pongo el texto aquí y ya seguiré dándole vueltas:
οἱ δ᾽ ἄνθρωποι οὐ μόνον τῆς τεκνοποιίας χάριν συνοικοῦσιν, ἀλλὰ καὶ τῶν εἰς τὸν βίον: εὐθὺς γὰρ διῄρηται τὰ ἔργα, καὶ ἔστιν ἕτερα ἀνδρὸς καὶ γυναικός: ἐπαρκοῦσιν οὖν ἀλλήλοις, εἰς τὸ κοινὸν τιθέντες τὰ ἴδια. διὰ ταῦτα δὲ καὶ τὸ χρήσιμον εἶναι δοκεῖ καὶ τὸ ἡδὺ ἐν ταύτῃ τῇ φιλίᾳ. εἴη δ᾽ ἂν καὶ δι᾽ ἀρετήν, εἰ ἐπιεικεῖς εἶεν: ἔστι γὰρ ἑκατέρου ἀρετή, καὶ χαίροιεν ἂν τῷ τοιούτῳ.
Por lo contrario, la especie humana cohabita, no sólo para tener hijos, sino también para sostener todas las demás relaciones de la vida. Bien pronto las funciones se dividen, pues que la del hombre y la de la mujer son muy diferentes; y los esposos se completan mutuamente, poniendo en común sus cualidades propias. Esta es precisamente la causa por qué en esta afección se encuentran a la vez lo útil y lo agradable. Esta amistad puede ser la de la virtud, si los esposos son ambos probos, porque cada uno de ellos tiene su virtud especial y por esta razón pueden complacerse mutuamente.

viernes, 19 de junio de 2020

Un texto importante

Me parece que no se ha dado cuenta mucha gente, así que recomiendo que leáis hoy esta entrada de Gregorio Luri, Razonar en tiempos de emociones. Es de hace una semana.
Me parece que cada vez estamos más atrapados en el sofisma al que se está refiriendo a lo largo del artículo: ese que supone (y nos obliga a aceptarlo como el dogma supremo) que todo se podría reducir a motivaciones psicológicas y que estaríamos atrapados en una maraña de relaciones de poder, porque no hay verdad ni nada común, salvo esa negación de lo común.
En cambio, la afirmación de algo que está por encima de todos y nos une, a lo que se llega no por el sentimiento sino por el ejercicio de la razón garantiza -para empezar- la comunicación, es la vía en el camino arduo pero real de la búsqueda de la verdad y nos permite la libertad, la salida de la cárcel de ese yo asfixiante en el que nos quieren encerrar.

lunes, 18 de noviembre de 2019

La imaginación conservadora, de Gregorio Luri

Quería haber hablado de este libro desde marzo, que es cuando me llegó, pero la verdad es que, para empezar, pronto leí la reseña de José María Sánchez Galera, que me pareció que abarcaba todo lo que yo podría señalar como importante y reseñable del libro (por cierto que ahora ha salido otra interesante, desde el otro lado del espectro ideológico) y sobre todo porque yo no tengo la cabeza amueblada para la teoría política como ellos: me supera la cuestión, me bloqueo, me quedo perplejo. Compartiendo mucho de lo que dice Gregorio, no sé qué hacer con ello o argumentar lo que no me cuadra.
Por otro lado, sus artículos sobre teoría política me han influido mucho estos últimos años; ha tenido bastante que ver en mi modo actual de entender la política, en mi en cierto modo positivo escepticismo, que me parece muy saludable, así que leer este libro era en parte como releerlo, lo que le quitaba ese sentido de urgencia que tengo con otros. He ido poco a poco, disfrutando de su modo de escribir, tan atractivo, tan dispuesto a hacerse entender, facilitando que nos metamos en las argumentaciones y que leamos en ellas con gran placer las excelentes citas de autores que recoge (y hasta me saca a mí, a propósito de una cita de Flannery O'Connor). De hecho, esa es una de sus grandezas principales: fundamentando su pensamiento en la filosofía clásica, y conociendo tan bien a Platón como lo conoce, sabe valorar tanto la tradición más reconocida, por ejemplo la anglosajona a partir de Burke, sin por ello caer en el papanatismo que a mí me echa fuera de tantas lecturas conservadoras, donde todo es Oakeshott (que la verdad, sin haberlo leído, no me cae muy bien). Él sobre todo parte de autores en la tradición más cercana, desde los humanistas españoles clásicos hasta los clásicos políticos del XIX, de Balmes a Donoso Cortés o Castelar.
Yo al libro iba con curiosidad, con ganas de ver si me arreglaba lo mío y me sacaba de mi creciente parálisis ante la política. A la vez lo miraba a cierta distancia: a mí la palabra «conservador», que siempre me pareció positiva, se me ha teñido de connotaciones negativas (casi casi como «cristianodemócrata»: ya sabéis la definición: «ni una mala palabra, ni una buena acción»). Quizá si yo hubiera vivido en 1890, o en 1920, me hubiera gustado ser llamado conservador, pero si Merkel, Rajoy, Cameron o Chirac pueden ser considerados como conservadores, yo entonces prefiero bajarme de ese barco. El problema mío es que me quedo al raso, sin una mísera barquilla, ni siquiera «entre peñascos rota». Yo no me siento a gusto en la reacción, pero en el conservadurismo actual, que ha olvidado elementos claves de la naturaleza humana, mucho menos.

Y ahora que ya he leído el libro, lo único que puedo comentar son detalles.
Claro que estoy con el conservadurismo en respetar las instituciones heredadas y en no tirar al niño con el balde de agua. Pero cuando los conservadores actuales, por ejemplo Cameron, hunden una institución tan básica como el matrimonio a base de desvirtuarla, yo ya no sé si son conservadores.
Yo lo que tengo claro es que tiene que haber una fundamentación en la naturaleza humana para la política. Que no haya modo, left to our own devices, de definirla ahora es un problema del desanclamiento con la tradición intelectual más rigurosa. Aquí puedo añadir, pero sin querer usarlo como norma que todos tengan que asumir, que lo que aporta de más hondo de lo humano el magisterio de la Iglesia debería ser tenido en cuenta. Si no podemos definir el matrimonio sino con concreciones positivistas que van siendo superadas por reclamaciones de deseos irrestrictos de retóricas posthumanas, lo que queda son progresistas más rápidos y progresistas a rastras, como Rajoy. Si no hay una dignidad (sí, Gomá, me refiero a ti) del feto desde su concepción (y si no la anclamos en Dios, no hay dignidad para nadie; sí Gomá, a ti me refiero), todo es puro tacticismo eugenésico. Ahí, cuando me lanzan remilgos pequeñoburgueses, lo que consiguen es ponerme cada vez de peor humor: que los malos avancen con el aborto, que los otros lo dejen tal cual; y así entre los socialdemócratas de izquierda y los de derecha no vamos más que al abismo. Ya veis por qué me he echado en brazos de unos supuestamente populistas que en realidad a mí me parecen los únicos conservadores que quedan.

Pero me he alejado de donde estaba Gregorio en su libro, que sí que habla de la naturaleza humana y de «permanencias antropológicas» (18) y del peligro de la «seducción universal de la técnica y del innovacionismo» (52). Su libro es una oda muy lograda a la virtud de la prudencia en política y una crítica muy buena al «nihilismo de sobremesa, de baja intensidad y de buen tono (...) del orgullo de estar siempre a favor de todo lo bueno y en contra de todo lo malo» (80). Quizá este párrafo sea un resumen del libro:
Siempre es más prudente dejarse orientar en las cuestiones políticas por una razón limitada por leyes y costumbres, aunque aquéllas y éstas sean imperfectas, que dejarse encender por la pasión de una razón entusiasta convencida de su derecho para hacer tabla rasa de las leyes y costumbres (114). 
Frente a esos adanismos redentores que nos afligen (y amenazan con desgobernarnos pronto), Gregorio Luri habla de la política como relación de copertenencia, como esa deuda con los que nos precedieron, como una relación entre personas, no como (eso dan a entender los adanismos actuales) confrontación de egoísmos primordiales. Pone un ejemplo muy bueno:
nuestra madre no es exclusivamente un pecho que nos nutre, es también un rostro que nos sonríe y que espera impaciente nuestra reacción a su sonrisa. Al reaccionar interactuamos con sus ojos y su sonrisa de manera cada vez más intensa, hasta el punto de que olvidamos el pecho, pero jamás su sonrisa o su mirada (121).
Hay otra cosas, hay muchas cosas del libro que podría mencionar, por ejemplo su defensa de los prejuicios (181-2), o la crítica muy bien hecha a ese tótem contemporáneo de la «transparencia» (196-7). O la presencia de Frankestein y Prometeo (204-6), un tema muy querido de Gregorio, o la cuestión de la «la razón victimológica» (195), o sobre la teatrocracia, que Platón usa como concepto clave y que es tan contemporáneo.
Me gustó ver en el último capítulo una crítica muy pertinente a los del 98 y a la beatería de la Institución Libre de Enseñanza. Pero bueno, no me voy a poner a señalar, pudiendo leerlos y disfrutarlos vosotros, todos los hallazgos del libro de Gregorio. Sigo perplejo sobre el conservadurismo, pero creo que hay un montón de motivos para leerlo. No arregla el mundo ni nos (auto)ayuda, pero nos da orientaciones muy buenas en ese tráfago de la política, donde sobre todo tendríamos que ser humildes y prudentes.

lunes, 25 de marzo de 2019

La «razón victimológica»

Estoy disfrutando mucho de La imaginación conservadora, el libro de Gregorio Luri. Me lo estoy leyendo a poquitos, en plan hedonista, como si yo fuera un personaje ricachón de una película de Woody Allen que se va tomando el té a sorbos en su mansión de Martha's Vineyard, así de bien. Estoy aprendiendo una barbaridad y me está dando mucho que pensar al hilo de lo que voy leyendo. Y hasta la cosa tiene su punto emocionante para mí, que al empezar el libro me veía en el dilema entre atrincherarme en el reaccionarismo (en el que me veo más a gusto ahora, sin reconocerlo como un mirar atrás, que así más o menos lo define Gregorio) y el conservadurismo (que supongo que era donde estaba hasta hace poco, aunque después de los años lotófagos que sufrimos con Rajoy, nada es lo que parece: como drogados me parece que estuvimos).
Pero mejor os remito a esto que escribe Cavalcanti, difícil como suyo, pero muy sugerente. Un artículo muy bueno también sobre el libro de Luri es el de José María Sánchez Galera.

Ayer me encontré a mí mismo entre las páginas, citando un texto y atribuyéndolo a Russell Kirk, pero leído por Flannery O'Connor. Un subidón verme allí, entre Cánovas (al que le tengo cierto cariño, aunque mira que habló mal de él Clarín en sus artículos que leí cuando la tesis) y Balmes.

En ese capítulo en el que estoy ahora habla Luri de lo que llama «razón victimológica», que es un término que cuadra muy bien a esos estudios sobre grupos que juegan al victimismo y con los que di la paliza la semana pasada aquí.

martes, 24 de julio de 2018

Sobre si leer

De la entrevista a Gregorio Luri que elogié todo lo que pude aquí ayer hay dos cosas que me gustaría poder preguntarle para que me las explicara en detalle.
Una es su insistencia en el STEM (Science, Technology, Engineering, Mathematics) como el centro de la educación. No sería algo que me quitase el sueño, la verdad: si en la enseñanza solo se impartiese STEM, no estarían con pijadas de asignaturas de adoctrinamientos contemporáneos o de lenguas de identidades problemáticas. Al menos los alumnos sabrían programar, ya que no supieran leer.
Lo que me lleva a la otra, a la cuestión de la lectura. Le agradecí mucho hace unos años cuando me remitió a un prólogo de una obra de Nietzsche donde animaba a la lectura lenta. En la entrevista parte de la cuestión de la atención. La lectura ahí, para escuchar «con mis ojos a los muertos» (pero, eh, «con pocos pero doctos libros juntos») se entiende dentro de la gran conversación de Occidente desde Grecia. Por ahí, sin problema: Homero, Platón, sí.
Lo que me descolocó fue el otro argumento ejemplificado en la mención a Salgari y Stevenson como ventanas al mundo: aparte de que a ninguno de los dos los tengo en mi podium de libros infantiles, la cuestión de meterse en la lectura para vivir otras vidas es algo que ya no me convence mucho como argumento. O quizá es que le he perdido el respeto al mantra de «leer es bueno». Así, en general. leer cualquier cosa, especialmente los libros que los niños leen ahora en las escuelas (o los que van a empezar la Universidad: aquí en Galicia, que tienen que leer mierdas como Crónica de una muerte anunciada), no lo veo como algo bueno. Si leer es eso, mejor dedicarse al STEM.
El correlato audiovisual es mejor: al menos eso es lo que piensan todas las generaciones que fueron educadas en la adoración infantil a la lectura y que descubrieron, cuando pudieron elegir, que preferían las imágenes a esos libros que les colocaban sus padres.
Me parece que hay una gran hipocresía: se insiste en la importancia de la lectura y a la vez, en la práctica, ha dejado de tener importancia a nivel masivo. Yo me veo infectado del virus, he de reconocer, así que tampoco tengo una solución. Lo que no haré ya nunca es «animar a leer» y mucho menos «animar a la lectura».

lunes, 23 de julio de 2018

Gregorio Luri sobre la atención

Yo sabía que iba a estar bien, conociendo a Gregorio, pero interesándome todo lo que dice, he disfrutado especialmente con esta entrevista. Ese formato, sobre todo con esa señora que hace las preguntas tan bien, con gran finura, con mucha atención y con interés verdadero, le permite explicarse especialmente bien y modular lo que quiere decir para los que podríamos perdernos si se pusiera muy técnico o se elevase a un plano muy teórico.
Lo que dice Gregorio son cosas sencillas, pero muy pensadas y muy trabajadas, con esa humildad del que sabe que no ha inventado nada (y que en los temas que trata sabe que no tiene por qué inventar nada). Pero nos hace un favor tremendo recordándonos dónde está lo importante:

miércoles, 18 de mayo de 2016

El cielo prometido, de Gregorio Luri

El domingo por la tarde acabé el libro y me acordé de que tenía Las religiones políticas de Eric Voegelin, así que me puse a leerlo (bueno, sólo el prólogo*). Y luego estuve con Theodora de Haendel, justo con alguna de esas canciones tan conmovedoras de los cristianos antes de ser llevados a la muerte por no someterse al César.

El libro de Gregorio Luri está escrito con precisión y una soltura tal que hace la lectura fácil, entre una maraña de personajes más enlazados de lo que parece de primeras. Yo del tema no tenía ni idea, pero me da la impresión de que es un estudio muy valioso sobre la cuestión, porque es primero y sobre todo una monografía de historia, de rigor exquisito. También es un cauce de reflexiones sobre la historia encima o debajo de la filosofía y la moral, sobre las esperanzas seculares (fallidas al final). Podría ser también una exploración sobre la utopía y su sentido**.

A mí me dejó triste: los protagonistas, Caridad Mercader y su hijo Ramón, el asesino del piolet en la cabeza de Trotsky, representan mucho de lo que dominó el siglo XX para lo peor (y que amenaza, no sé hasta qué punto, con volver).
Por otro lado, es el libro más autobiográfico de Gregorio, sin tratar nada sobre él. Sí que aparece como personaje que investiga, mueve Roma con Santiago y no deja papel sin mirar, en un terreno por un lado muy estudiado y por otro lleno de trampas, versiones interesadas y mentiras. El haber podido recoger los recuerdos de gente cercana, especialmente dos que fueron niños tratados con predilección por Caridad Mercader, persona que por lo demás me resulta extremadamente repulsiva, es fundamental para que no caigamos en la trampa de convertir en malos de raíz a dos personas que simplemente hicieron el mal y estuvieron profundamente equivocadas y causaron daños extremos, empezando por sus familias. Yo, que nunca tuve la tentación del comunismo (y me he librado de la vergüenza de presumir de haber sido comunista de joven, como tantos ahora) y que soy lo más contrario que se pueda ser a la idea de revolución en todos sus aspectos, puedo leer gracias a esos niños sus recuerdos sobre una mujer como esa, pero un ser humano al final. Gregorio podría haberse cebado en ella o en su hijo, pero sin ceder nada a la verdad de los hechos, nos los muestra como fueron, sin sentimentalismos ni moralismos baratos.

Y hablaba al principio de Voegelin porque en ese prólogo responde a los que le acusan de parecer que no habla mal del nazismo, él que escribió ese ensayo nada menos que en 1938 y que tuvo que huir de Viena para que no se lo cargaran. Y a continuación explica que las religiones políticas (el nazismo, el comunismo) son brillantes como el demonio pero sobre todo son una manifestación de la brillantez del mal, en una caracterización que casi parece maniquea, pero que me ayuda un poquito a entrever una mínima respuesta a la pregunta que soy incapaz de contestar: qué le ven y qué le vieron al comunismo para que les atrajera.
Yo al comunismo no le reconozco ni la buena intención, le acuso de maldad intrínseca, por muy buenas que sean sus supuestas promesas, pero no sé si puedo condenar a los que se lo creyeron, especialmente los de la primera mitad del siglo XX; a los que lo siguen defendiendo no, porque deberían haber visto sus efectos arrasadores. Respecto a su carácter de religión, en el que Gregorio va insistiendo con frecuencia, yo creo que es una parodia de la religión y una religión de la maldad a partir de los buenos sentimientos. No sabría explicarlo mejor, pero yo solo puedo decir que hay una religión verdadera, otras que participan de esa verdad más o menos limitadamente y parodias crueles. Pero por ahora solo puedo poner canciones como las de Teodora de Haendel.


___
* Para meterse en serio con él hay que prepararse; ya lo aprendí con varios volúmenes -en la pista de Flannery O'Connor- de su Orden e historia, tan impresionantes.

**Si supiera más filosofía diría: sobre la exploración (de la falta) de sentido, así, con paréntesis en medio, como los franceses.

jueves, 14 de abril de 2016

El primer ponente del Curso de Verano

A Gregorio Luri, que está en un momento de creatividad excepcional, le vamos a tener hablando el primero en el Curso de Verano, el día 16 de junio a las 10 de la mañana, sobre «Platón: filosofía y poesía. Una palaia diaphora». El título se refiere a un pasaje muy famoso de La República de Platón, en donde Sócrates habla de «unas contiendas ya antiguas entre filosofía y poesía (παλαιὰ μέν τις διαφορὰ φιλοσοφίᾳ τε καὶ ποιητικῇ, traduzco libremente).

Bueno, yo estoy esperando con mucha ilusión lo que nos va contar. Mientras, me apresto a leer su libro recién salido, El cielo prometido. Una mujer al servicio de Stalin, sobre Caridad Mercader, la madre del asesino de Trotsky, que promete ser apasionante, a juzgar por lo que fue contando estos últimos años en su blog (aquí, una entrevista en El Español / aquí una larga reseña en El Mundo).

Luego, esta mañana he leído una entrevista que le han hecho en el ABC sobre educación que os recomiendo vivísimamente. Por ejemplo esto que dice:
Cuando Platón puso en la puerta de la Academia el letrero que decía «que nadie entre aquí que no sepa geometría», entendía que la manera de cuidar de nosotros mismos (de nuestra alma y de sus emociones) era proporcionándole experiencias de orden: definiciones claras, formación gimnástica, musical y, muy especialmente, matemática. El acceso al saber era para él la forma privilegiada del cuidado de sí. Hoy se contrapone frívolamente eso que se llama «crecimiento personal» y conocimiento científico. Yo soy platónico.
Yo ya hablé aquí sobre su Matar a Sócrates y antes sobre su Introducción al vocabulario de Platón. Y también de su gran libro sobre Leo Strauss.

martes, 14 de julio de 2015

¿Matar a Sócrates?

Ya terminé hace días Matar a Sócrates. El filósofo que desafía a la ciudad, de Gregorio Luri, pero es que he estado en el interim intentando masticarlo. Es una libro que se lee muy bien y que he leído demasiado deprisa: me dio pena que se acabara y a la vez estuve tentado de volver a empezarlo, pero he pensado que mejor hago primero un lectura muy lenta de la Apología, el Critón y el Fedón y luego vuelvo a repasarlo con más calma.
El hecho es que Sócrates me resulta cada vez más fascinante y cada vez más inaprehensible (sobre todo el de El Banquete, ese no sé cómo entenderlo). Es el que polarizó a sus contemporáneos y del que se consideró discípulo todo el arco (extra)parlamentario filosófico. Y ay, yo comprendo cada vez más a los que lo condenaron a muerte, que es de lo que va este libro: la paradoja de que Sócrates está fuera de los intereses de la ciudad (lo que Luri llama «lo nuestro») y a la búsqueda de lo mejor («lo bueno»), en una tensión que al final lo atrapa.
¿Fue mártir? Murió sin miedo a la muerte, eso es lo que contó Platón. Para qué murió, eso es lo que yo me pregunto.
No sé si es que el leer con tanta continuidad últimamente los sermones de san Juan de Ávila me ha puesto en el modo «nihilista» cristiano (frente al mejor nihilismo pagano, tal como lo presenta aquí Gregorio Luri): san Juan de Ávila insiste en que todo (lo de aquí) es nada -salvo Dios, claro. Para Luri, Sócrates parte de que no hay nada y su grandeza es no quedarse tumbado y seguir para lo que ve como delante, pero yo no sé si me vale así, porque no sé a dónde va. Lo que me da sentido a su figura es Cristo dando sentido final a su búsqueda: Sócrates en solitario me fascina, pero no sé si le seguiría en sus propios términos: aprender de él, si, aprendería un montón. Fascinación: toda. pero ya, basta: hasta ahí. Al final, me quedaría al lado de Critón, gestionando lo del gallo.
Gregorio Luri, si le entiendo bien, quiere saber del «Sócrates histórico» (pero no con propósitos historicistas) y se apoya en Platón (y en Jenofonte) pero lo sustraye del embellecimiento y apropiación de ambos, porque como dicen los anglosajones, tienen «su propia agenda» . Lo que queda es esa figura del Sócrates que no cree en la autonomía pero ejercita el autodominio (la ἐγκράτεια) buscando. Y a lo que llega es, parece, a dejarnos su testimonio de vida (y de nobilísima muerte).

La dualidad Atenas / Jerusalén yo no la acabo de ver, puesta en esos términos equipolentes; en todo caso, la Jerusalén que aprendió griego, el evangelio que cuajó en griego. Puedo entender a los que quieren centrarse solo en Atenas (si logran hacer la cirugía), pero no para mí, no. Sócrates lo puedo estudiar, me parece clave para Grecia, pero no es el eje de mi vida.

Y bien pensado, tampoco tengo que ponerme a separar y escoger, me lo puedo quedar todo. Ya puestos, me quedo con la figura de Sócrates, la grandeza literaria de Platón y la literatura griega como trasfondo de todo, preparando la revelación del artesano de Nazareth.


La vela apagada es símbolo de la vanidad. Aquí produce una sombra de luz encendida: eso es lo que me deja perplejo en toda esta cuestión.

En la web de la editorial, está el capítulo I en pdf (puesto a recomendar algo, merece la pena especialmente la Introducción, gloriosa).

lunes, 17 de diciembre de 2012

Gregorio Luri sobre Leo Strauss

He disfrutado lo que nadie sabe de la lectura del (pen-)último libro de Gregorio Luri, Erotismo y prudencia. Biografía intelectual de Leo Strauss (Encuentro, Madrid, 2012)


No sé si está pensado así, pero la cara -nada erótica, parece- de Leo Strauss en la portada a lo que me recuerda es a Sócrates, ese Sileno feo que en el Banquete de Platón explicó lo que es el eros: esa aspiración por la belleza al bien del que no tiene belleza ni bien y las quiere, claro, porque eso es ser filósofo.
Y el filósofo, si no sabe ejercitar la prudencia, puede acabar como Sócrates: la política para Strauss -si lo he entendido bien- es el ámbito donde el filósofo sabe gestionar para los demás él cómo vivir.

Los primeros capítulos se mueven en un ambiente de filosofía y judaísmo en la Alemania de principios del siglo XX: Scholem, Cohen, Jacobi, Arendt, Buber, Benjamin; para mí, casi todos poco más que nombres y una vaga idea (en el mejor de los casos) de su importancia.
Y en ese contexto está Strauss, un filósofo que se definía como nietzscheano y epicúreo*, y que se mueve en la línea de discusión filosófica que parte de Hegel pero que él continuamente puentea volviendo a los filósofos árabes y sobre todos judíos, pero al final especialmente a los griegos.

Y yo en todo ese baile de la lectura de este libro era la fea que -sin ser Sócrates- quiere amar la belleza del bien. Y entonces -siguiendo el consejo de Platón- me tiro a la piscina, aunque vaya pisando callos de bailarines avezados: un filólogo colado en la fiesta de la filosofía, cómo se atreve.
Pero algo hay que hacer: ahí se juega el juego. Y hasta el joven Strauss salió de alguna clase de Heidegger "sin comprender ni una palabra" (65) -aunque ya se ve que en realidad mucho más que la mayoría, y luego sí que lo entendió, parece.

Pero aunque nadie me había invitado al baile, ya solo estar allí fue un placer. No me voy a poner aquí a copiar, pero daré tres ejemplos:

-Aparece Jacobi y resulta ser apasionante: frente al salto de fe de la Ilustración, el salto de la razón en el vacío de la fe es un "salto mortal", porque afirma que "aquello que tengo presente tanto en los sentidos como en la fe espontánea sobre el mundo (la creencia en Dios, en la naturaleza y en un espíritu personal) se corresponde con la realidad del mundo" (54).

-"Strauss y Ebbinghaus compartían la sospecha de que en el presente nos hallamos en una segunda caverna de la que sólo puede salirse abandonando ciertos prejuicios modernos, como el de que la verdad es una de las propiedades del progreso. Si se quiere hallar la salida de la caverna es necesario tomarse en serio la posibilidad de que en los viejos libros se encuentren verdades relevantes para (y sobre) el presente" (60).
Explica luego Gregorio Luri que eso de la segunda caverna es una imagen de Nietzsche para criticar el historicismo y que para ascender de la segunda a la primera "necesitamos aprender leyendo (lesendes Lernen) porque en los grandes libros se encuentra lo que está ocultado por el círculo historicista del presente: la intemporalidad de los problemas del hombre" (101).

Y no quiero dejar de poner aquí un párrafo entero, que además me parece bastante autobiográfico (de Gregorio Luri, no de Strauss, quiero decir):
En general, los "adeptos a la nueva ciencia" defienden de buena fe, pero no por ello se ha de dar por supuesta su inteligencia, que su rechazo frontal a todo tipo de creencia les viene impuesto por la honestidad intelectual. Pero la probidad intelectual no es la verdad, sino un género de abnegación que ha reemplazado al amor de la verdad, porque no se puede amar lo que repugna. La probidad intelectual no es otra cosa que increencia no razonada, seguramente acompañada de una vaga seguridad de que ya ha sido resuelta la oposición entre increencia y creencia. La primera cae fácilmente en el dogmatismo del desprecio y la condena de todo lo que no entiende, mientras que el amor a la verdad sabe muy bien cuál es la dimensión de su ignorancia y está por ello más próxima a la prudencia" (170).
Una maravilla de libro lo que ha hecho Gregorio: no me sorprende comprobarlo, pero me alegra muchísimo; y mucho que voy a disfrutar en una próxima segunda lectura, porque hay mucha tela que cortar en él.
Y mucho que decir sobre los griegos (pero eso lo dejo para mañana).

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*"bastante apiquorsic [en la tradición rabínica, término para 'epicúreo'], pero espero que el Boss no me condenará, porque es un dios misericordioso y él sabe mejor que nosotros qué tipo de seres son necesarios para hacer del mundo un mundo" (p. 323.)

miércoles, 1 de junio de 2011

Ocata y Albayalde

1. De Gregorio Luri - sí, el del excelente libro sobre Platón- un trozo de una entrada suya y luego sus comentarios (yo corto, pego y pongo negritas):

la democracia es el sistema político que ha sustituido al gobernante sabio (o a la sabiduría del gobierno de los mejores) por el consenso posible en cada momento en torno a los gobernantes... que, efectivamente, con frecuencia no tardamos en descubrir que son mediocres.
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Y primer comentario suyo:
La indignación nunca fue una virtud política. Por una sencilla razón: aunque es capaz de destruir, es incapaz de construir. A mi modo de ver este fenómeno de los indignados es interesante por lo que tiene de manifestación de un proceso de sustitución de la opinión pública por la emotividad publicitada.
Y otro:
Un día me dijo Pujol: En España el zapaterismo ha triunfado ideológicamente". Así es.
Y otro:
Comprendo -creo- lo que quieres decir, pero sigo manteniendo que el acto político fundamental es el de la instauración de la ley, que entiendo como una de las tecnologías del olvido de la naturaleza. Claro que la destrucción siempre se reserva la última palabra y que en el comienzo siempre hubo una usurpación, pero la política es posible porque para afirmar lo humano (el hombre como animal político, etc) es imprescindible una ignorancia selectiva.
Y otro:
Le seré sincero (lo cual no significa que tenga razón, de la misma manera que la autenticidad de la indignación sólo nos muestra una indignación auténtica que no por ello ha de ser satisfecha) a mi me interesa muchísimo este movimiento por lo que tiene de patología democrática. Siempre he sospechado de la indignación moral (como saben bien los que siguen este café) porque me parece profundamente hipócrita. Por mucho que miro sólo puedo ver en los carteles que dan expresión a la indignación esta queja: la sociedad no nos quiere como quisiéramos ser queridos.
Yo no me atrevería nunca a hablar en lugar del pueblo, pero sí sé que no se encuentra su voz en las asambleas de los indignados. En todo caso se encontrará una de sus múltiples voces.
No, hablar del filósofo sabio no es ninguna tontería, precisamente porque la imposibilidad de su realización nos pone de manifiesto los límites de toda acción de gobierno.
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2. Y me gustó mucho también lo que escribió sobre estas movidas Alejandro Martín Navarro:
Pero, en fin, lo que más me inquieta de las protestas es la evidente falta de realidad, su fijación en mecanismos de mera negatividad, de inadaptación al mundo. En la psiquiatría clásica, eso se llamaba “neurosis”; y en filosofía, “romanticismo”. Ante todo, esa fe infantil en que la democracia (el gobierno del pueblo) ha de coincidir necesariamente con la prosperidad, la felicidad, la justicia y la paz, y que cuando éstos no se dan, ha de haber un culpable. En definitiva, todo ese afán judicial por estar continuamente condenando el carácter deficitario de lo real: afán, por cierto, que nada tiene que ver con la sana esperanza del “todavía no” que siempre crece sobre la lucidez que otorga el contacto con la realidad. Toda buena política es el resultado de un difícil equilibrio entre utopismo y realismo. Cuando este equilibrio se rompe a favor de una impugnación obsesiva de lo real y de una exaltación de “lo otro”, sin contenido alguno, la política corre el riesgo de convertirse en mesianismo, y el resultado de esta forma de conciencia política suele ser el autoritarismo, no la libertad. Lo que, en todo caso, podemos decir de estas protestas es que constituyen, sin duda, un signo de agotamiento, y deberían ser consideradas como un motivo de preocupación.

martes, 15 de febrero de 2011

Introducción al vocabulario de Platón

Introducción al vocabulario de Platón es un libro altísimamente recomendable (luego no digáis que no avisé).
Basta tener un mínimo de interés: te metes por la primera página y no sales hasta que lo acabas.



De primeras piensas: un diccionario, como si fuese algo no muy para leerse; pero nada mejor que esa estructura sucesiva de términos -que de primeras podrían parecer un poco arbitrarios- con los que vamos rodeando al inmensísimo Platón, el astuto que nos fascina y sobre el que no nos cansamos de oír hablar a gente como Gregorio Luri.
Y bien pensando, a Platón le van más los diccionarios que los manuales.
Y más aún si es un diccionario hecho por alguien que lee a Platón despacio, con respeto, sin caer en trasteos de jueguecitos pseudoetimológicos (como hacen tantos -ay- en la filosofía antigua para llevarse a Platón a su cortijo) ni ponerse anteojeras para que le cuadre un esquema preparado antes.
Al final, claro, Platón se le escapa vivo, riéndose de ver los esfuerzos que hace -y hacemos- por intentar apresar al grandísimo cabrón que es Platón. Qué grande, qué filósofo, qué escritor.
Y salimos de este libro mejorados.

Pero quien conozca el blog de Gregorio Luri no necesita de más recomendaciones, claro.