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viernes, 13 de noviembre de 2020

Tucídides sobre la peste 11

Aunque el relato en sentido estricto de la peste ya lo dio por concluido, Tucídides hace luego más menciones de ella, en concreto desde la perspectiva de los peloponesios, que la estaban asediando:

Se dijo que los peloponesios le habían cogido miedo a la enfermedad cuando se enteraron por unos desertores de que ésta estaba en la ciudad y notaron los entierros, se fueron de la ciudad con más prisas de las habituales (2.57)

Así lo dice Diego Gracián en el siglo XVI:

Al saber los Peloponesios por los prisioneros la infección y peligro de aquella pestilencia y viendo sepultar los muertos, partieron aceleradamente de la tierra.

Lo de que vieran "sepultar los muertos" no puede ser. Literalmente es que "notaron a los que estaban enterrando", que seguramente lo que esté queriendo decir es que vieron el humo de las muchas piras funerarias (lo de "enterrar" no es literal, claro, porque incineraban los cuerpos).

Luego cuenta que los atenienses llevaron un gran ejército contra Potidea, pero no logró resultados positivos:

la enfermedad puso en grandes dificultades a los atenienses, pues hizo estragos en el ejército, al punto que los soldados atenienses que estaban allí de antes se contagiaron por el contacto con el ejército que venía con Hagnón, cuando habían estado sanos hasta entonces. (...) Hagnón se retiró con las naves de vuelta a Atenas, tras haber perdido, de sus cuatro mil soldados, a mil cincuenta por la enfermedad  (2.58).

Uno de cada cuatro murieron: tremenda proporción. Así  es como lo dice Gracián:

a causa de la epidemia que se propagó entre ellos, traída por los que vinieron con Hagnón. (...) tornó a Atenas, habiendo perdido mil cuarenta hombres de a pie de los cuatro mil que embarcó en Atenas, todos muertos por la epidemia.

jueves, 5 de noviembre de 2020

Tucídides sobre la peste 10

Este es el último párrafo del episodio de la epidemia (aunque habrá un rebrote después). Es muy interesante el estudio que hace Tucídides de cómo recuerdan entonces justo un oráculo en verso, pero ajustándolo a la circunstancia del momento, porque prefieren la palabra λοιμός loimós (epidemia, peste) a λιμός limós (hambruna), que quizá es lo que ponía originariamente (o no): la memoria ajusta respecto a lo que conviene.

La traducción de Francisco Romero Cruz

Los atenienses, inmersos en tal calamidad, sufrían una gran presión, con gente muriendo dentro y la tierra devastada fuera. Ante la desgracia, como es de esperar, también se acordaron de ese verso que, al decir de los ancianos, antiguamente se había recitado:
Vendrá la guerra doria y la peste con ella. 
La verdad es que hubo disputas entre la gente en el sentido de que por parte de los antiguos no se había dicho en el verso «peste» sino «hambre», pero, como es de esperar ante las circunstancias del momento, prevaleció la idea de que se había dicho «peste», pues los hombres recuerdan en consonancia con lo que padecen. Creo que en el caso de que haya otra guerra doria posterior a esta y haya una hambruna, lo más probable es que lo recitaran con esa palabra.
Entre los entendidos se recordó también el oráculo dado a los lacedemonios cuando, a su pregunta de si debían ir a la guerra, respondió el oráculo que la victoria sería para los que luchasen enérgicamente, y que él colaboraría. El caso es que teniendo en cuenta el oráculo, encontraban que los sucesos resultaban acordes, pues la enfermedad empezó nada más iniciarse la invasión peloponesia, no se extendió al Peloponeso, algo que merece la pena destacar, y afectó sobre todo a Atenas y posteriormente, en los restantes lugares, a las zonas mas pobladas. Esos son los sucesos relativos a la epidemia.

Aquí parece que no hay traducción de Diego Gracián de Alderete. Una pena.

miércoles, 4 de noviembre de 2020

Tucídides sobre la peste 9

Este párrafo (2.53) del episodio de la peste es el que a mí me impresiona más, porque muestra sus efectos deletéreos en la actitud de la gente y explica la crisis de una religiosidad tradicional y pública, donde funcionaba un esquema demasiado maquinal de sacrificios a los dioses para congraciárselos: cuando muere todo el mundo, del esquema tradicional de la sociedad no queda nada. Por no ponernos demasiado negativos, recordad que aunque parece que el egoísmo hedonista se enseñorea de todos, hay casos de quienes, aunque solo fuera por pudor de no mostrarse egoístas, se contagiaron por ir a ayudar a otros. 
 
Esta es la traducción de Francisco Romero Cruz (con algún pequeño cambio mío):
También en los demás aspectos la enfermedad fue para la ciudad el inicio de una gran pérdida del orden: con mayor facilidad se atrevía uno a satisfacer abiertamente el deseo que antes se ocultaba a sí mismo que deseaba realizar, al ver la brusca mudanza de los ricos, que morían repentinamente, y la de los que antes nada poseían y al momento tenían lo de aquellos. En consecuencia, aspiraban a satisfacciones rápidas y a lograr el placer, por pensar que tanto el cuerpo como las riquezas eran flor de un día. Nadie estaba dispuesto a esforzarse por lo bueno en lontananza, ante la incertidumbre de si perecería antes de alcanzarlo; lo que en ese presente era agradable o ventajoso para conseguirlo por cualquier medio, eso era lo bueno y lo útil. Ni el temor de los dioses ni la ley de los hombres eran obstáculo, por juzgar que lo mismo daba ser practicante de los ritos que no, cuando veían que todos perecían por igual, y por creer que nadie viviría hasta el juicio para pagar por los delitos: como que ya pendía sobre ellos y estaba decretado un castigo mucho mayor y, antes de que les cayese encima, era natural que disfrutasen algo de la vida.
Sigo poniendo en paralelo la traducción del siglo XVI de Diego Gracián. Con sus errores, es una delicia leer ese maravilloso castellano del siglo XVI:
Además de todos estos males, fue también causa la epidemia de una mala costumbre, que después se extendió a otras muchas cosas y más grandes, porque no tenían vergüenza de hacer públicamente lo que antes hacían en secreto, por vicio y deleite. Pues habiendo entonces tan grande y súbita mudanza de fortuna que los que morían de repente eran bienaventurados en comparación de aquellos que duraban largo tiempo en la enfermedad, los pobres que heredaban los bienes de los ricos no pensaban sino en gastarlos pronto en pasatiempos y deleites, pareciéndoles que no podían hacer cosa mejor, no teniendo esperanza de gozarlos mucho tiempo, antes temiendo perderlos en seguida y con ellos la vida. Y no había ninguno que por respeto a la virtud, aunque la conociese y entendiese, quisiera emprender cosa buena que exigiera cuidado o trabajo, no teniendo esperanza de vivir tanto que la pudiese ver acabada, antes todo aquello que por entonces hallaban alegre y placentero al apetito humano lo tenían y reputaban por honesto y provechoso, sin algún temor de los dioses o de las leyes, pues les parecía que era igual hacer mal o bien, atendiendo a que morían los buenos como los malos, y no esperaban vivir tanto tiempo que pudiese venir sobre ellos castigo de sus malos hechos por mano de justicia, antes esperaban el castigo mayor por la sentencia de los dioses, que ya estaba dada, de morir de aquella pestilencia. Y pues la cosa pasaba así, parecíales mejor emplear el poco tiempo que habían de vivir en pasatiempos, placeres y vicios.
Como veis, hay un error clave: aquí los malos son los pobres, parece que por haberse enriquecido bruscamente. Lo mejor es el final, donde amplifica lo de los placeres en un trío especialmente sonoro: "pasatiempos, placeres y vicios". Ya al principio había amplificado con dos: "por vicio y deleite".

jueves, 29 de octubre de 2020

Tucídides sobre la peste 8

A continuación explica Tucídides cómo el amontonamiento de refugiados del campo dentro de los muros fue una causa decisiva para la propagación de la peste. La descripción de la destrucción del decoro en los rituales funerarios es otro punto culminante y tremendo del relato. Esta es la traducción de Francisco Romero Cruz (2.52, aunque yo he cambiado unas cuantas cosas)

Lo dificultaba todo el amontonamiento de gente del campo en la ciudad; y no menos lo notaron los desplazados; como no había casas, sino que hacían vida en chozas sofocantes por la estación del año, se producía una mortandad fuera de todo orden; los cadáveres se apilaban unos sobre otros al morir y los moribundos se arrastraban por las calles y en torno a todas las fuentes por su ansia de agua. Los santuarios en los que se habían montado tiendas estaban llenos de los cadáveres de quienes morían allí mismo, pues al obligarles excepcionalmente la enfermedad, los hombres sin saber qué hacer, tendieron al abandono por igual de lo sagrado y de lo profano. Todo el ritual del que se servían antes para los funerales quedo destrozado y enterraban como podían. Muchos se prestaron a exequias indecorosas ante la falta de lo preciso, por los continuas exequias que ya habían tenido que hacer previamente; unos, tras poner su muerto en piras ajenas, anticipándose a los que las habían preparado, les prendían fuego, y otros, mientras ardían otros cadáveres, echaban encima el que llevaban y se iban.

Vuelvo a poner al lado la traducción del siglo XVI de Diego Gracián
Además de la epidemia, apremiaba a los ciudadanos la molestia y pesadumbre por la gran cantidad y diversidad de bienes muebles y efectos que habían metido en la ciudad los que se acogieron a ella, porque, habiendo falta de moradas y siendo las casas estrechas y ocupadas por aquellos bienes y alhajas, no tenían dónde revolverse, mayormente en tiempo de calor como lo era. Por eso muchos morían en las cuevas echados y donde podían, sin respeto alguno, y algunas veces los unos sobre los otros yacían en calles y plazas, revolcados y medio muertos, y en torno de las fuentes por el deseo que tenían del agua. Los templos donde muchos habían puesto sus estancias y albergues estaban llenos de hombres muertos, porque la fuerza del mal era tanta que no sabían qué hacer. Nadie se cuidaba de religión ni de santidad, sino que eran violados y confusos los derechos de sepulturas de que antes usaban, pues cada cual sepultaba los suyos donde podía. Algunas familias, viendo los sepulcros llenos por la multitud de los que habían muerto de su linaje, tenían que echar los cuerpos de los que morían después en sepulcros sucios y llenos de inmundicias. Algunos, viendo preparada la hoguera para quemar el cuerpo de un muerto, lanzaban dentro el cadáver de su pariente o deudo y la ponían fuego por debajo; otros lo echaban encima del que ya ardía y se iban.

Diego Gracián se equivoca al pensar que el problema era de amontonamiento de muebles, y no de personas. Confunde los templos con cuevas. Pero qué tremendo final, de todos modos, echar los cadáveres de los seres queridos en piras ajenas, en plena desesperación. 

Alguien puso aquí el otro día un verso de Lucrecio: es de ese pasaje tan tremendo de moribundos amontonándose al morir: 

multaque humi cum inhumata iacerent corpora supra / corporibus (6.1215-16) 

y muchos en el suelo, sin inhumar, yacían, cuerpos sobre / cuerpos

miércoles, 28 de octubre de 2020

Tucídides sobre la peste 7

La traducción de Francisco Romero Cruz del final de 2.51 es la siguiente (con varios cambios míos):
Y eso [el desánimo] era lo que causaba mayor estrago. Si por miedo algunos no se acercaban a otros, morían solos: muchas casas quedaron vacías por falta de quienes les cuidaran; y si se acercaban, perecían, sobre todo los que se forzaban a actuar virtuosamente, pues por pudor no se excusaban de entrar en las casas de los amigos. Al final, incluso los familiares, derrotados por la extensión de la enfermedad, se cansaron de hacer lamentaciones por los que morían. Sin embargo, los que se habían librado mostraban una compasión mayor por el moribundo y el enfermo, por haber experimentado la enfermedad y estar ya en posición de seguridad, pues no atacaba dos veces a la misma persona hasta el punto de matarla; ellos recibían las felicitaciones de los demás e incluso tenían, ante la alegría extrema de ese instante, la vana esperanza de que en el porvenir ya nunca morirían de ninguna otra enfermedad.

La versión de la segunda parte de 2.51, de Diego Gracián empieza mal, con los médicos (se confunde con la palabra "curación", íama, de la misma familia que iatrós):

Por otra parte, la dolencia era tan contagiosa que atacaba a los médicos. A causa de ello muchos morían por no ser socorridos, y muchas casas quedaron vacías. Los que visitaban a los enfermos morían también como ellos, mayormente los hombres de bien y de honra que tenían vergüenza de no ir a ver a sus parientes y amigos, y más querían ponerse a peligro manifiesto que faltarles en tal necesidad. A todos contristaba mal tan grande, viendo los muchos que morían, y los lloraban y compadecían. Mas, sobre todo, los que habían escapado del mal, sentían la miseria de los demás por haberla experimentado en sí mismos, aunque estaban fuera de peligro, porque no repetía la enfermedad al que la había padecido, a lo menos para matarle; por lo cual tenían por bienaventurados a los que sanaban, y ellos mismos por la alegría de haber curado presumían escapar después de todas las otras enfermedades que les viniesen. 

Qué bien expresa (lo que he puesto en negrita) esa vergüenza de no ayudar que fuerza a algunos a ir a cuidar a los enfermos y les lleva a la muerte. Lo siguiente es una maravilla de castellano, esa parte que a mí me conmueve especialmente, porque refleja tan bien esa sensación que tuve al salir de la UCI de que tenía como derecho a estar sano (pero no funciona la cosa así). 

jueves, 22 de octubre de 2020

Tucídides sobre la peste 6

La primera parte de 2.51 es de las que más nos pueden servir de comparación entre la peste de Atenas el año 430 a. C. y la pandemia actual, porque en aquella situación los síntomas eran tremendos y horrorosos, y ahora, al menos al principio, menos. Pero el desánimo ante una enfermedad que no se sabe cómo atacar, es parecido:
La enfermedad, si se dejan de lado muchos otros síntomas extraños debidos a las diferencias particulares que hay entre un individuo y otro, era así como he contado a grandes rasgos. No hubo por aquella fecha ninguna otra enfermedad de las habituales, y la que aparecía acababa llevando a esta. Morían unos por falta de cuidados, otros a pesar de ser cuidadadosamente atendidos. No hubo ni un solo remedio cuya aplicación fuese útil, pues lo que era conveniente para uno, perjudicaba a otro; ningún cuerpo, fuerte o débil, parecía capaz de hacerle frente: en todos hacía presa, aunque fueran sometidos a diferentes tipos de tratamiento. Lo mas terrible del mal en su conjunto era el desánimo cuando uno se notaba afectado —pues entregados a la desesperación se abandonaban mucho más y no le hacían frente— y el hecho de que al contagiarse por cuidar unos de otros, morían como ovejas (la traducción, de Francisco Romero Cruz, aunque aquí he cambiado bastante más yo).

 Lo de morir como ovejas me recuerda a muchos pasajes bíblicos.


Venga, a comparar con la versión de Diego Gracián

Dejando aparte otras muchas miserias de esta epidemia, que ocurrieron a particulares, a unos más ásperamente que a otros, este mal comprendía en sí todos los otros y no se sufría más que él, de suerte que cuanto se hacía para curar otras enfermedades aprovechaba para aumentarlo, y así unos morían por no ser bien curados, y otros por serlo demasiado, no hallándose medicina segura, porque lo que aprovechaba a uno hacía daño a otro. Quedaban los cuerpos muertos enteros, sin que apareciese en ellos diferencia de fuerza ni flaqueza; y no bastaba buena complexión ni buen régimen para eximirse del mal. Lo más grave era la desesperación y la desconfianza del hombre al sentirse atacado, pues muchos, teniéndose ya por muertos, no hacían resistencia ninguna al mal. 

La primera parte se ve que no acaba de comprenderla del todo, juntando lo de los síntomas más característicos (frente a los más esporádicos) con el hecho de que otras enfermedades desembocaban también en la peste. Y ese afán de juntar le lleve a meter ahí también lo de la indiferencia de ser tratado con mucho cuidado o no para resistir la enfermedad. No hay en Tucídides mención de cuerpos muertos. Aquí naufraga claramente, pero le salvan las dos últimas líneas, en un castellano precioso.

miércoles, 21 de octubre de 2020

Tucídides sobre la peste 5

En 2.50 continúa Tucídides valorando el grado de dureza de la peste (traducción de Francisco Romero Cruz con pequeños retoques):

La imagen de la enfermedad es superior a lo que se pueda contar y en los demás aspectos, atacó a cada uno más duramente de lo que puede soportar la naturaleza humana. También en lo siguiente se vio sobre todo que era algo distinto de lo habitual: las aves y cuadrúpedos que comen carne humana, a pesar de las muchas personas que había insepultas, o no se acercaban o perecían tras probarlas; una prueba: hubo una clara desaparición de tal clase de aves y no se las veía ni en las circunstancias mencionadas ni en otras; los perros se prestaban más a la observación de lo sucedido por su convivencia con el hombre.

Así lo recoge Diego Gracián de Alderete:

En conclusión, este mal afectaba a todas las partes del cuerpo; era más grande de lo que decirse puede y más doloroso de lo que las fuerzas humanas podían sufrir. Que esta epidemia fuese más extraña que todas las acostumbradas lo acredita que las aves y las fieras que suelen comer carne humana no tocaban a los muertos, aunque quedaban infinidad sin sepultura: y, si algunas los tocaban, morían. Pero más se conocía lo grande de la infección en que no aparecían aves ni sobre los cuerpos muertos ni en otros lugares donde habían estado; ni aun los perros que acostumbran a andar entre los hombres más que otros animales, de lo cual se puede bien conjeturar la fuerza de este mal.

Es casi lo mismo, pero mucho más bonito, aunque no dice Tucídides que la enfermedad tocase a todas las partes del cuerpo, sino que era mayor en su forma de lo que se pueda contar (γενόμενον γὰρ κρεῖσσον λόγου τὸ εἶδος τῆς νόσου). 

Aparece ahí el término «naturaleza humana» (τὴν ἀνθρωπείαν φύσιν), que Gracián traduce por «las fuerzas humanas», que no es mala traducción.

Sobre los perros, un amigo contó que el suyo no se subía al coche desde marzo. La pena es que nos estropea el paralelismo, porque sí que se volvió a subir al coche hace unas semanas, y la pandemia la seguimos teniendo.

jueves, 15 de octubre de 2020

Tucídides sobre la peste 4

Continúa Tucídides describiendo más síntomas tremendos de la enfermedad. Sigo con la traducción de Francisco Romero Cruz con algunos cambios míos: 

Exteriormente, su cuerpo, si lo tocabas, no estaba demasiado caliente; tampoco pálido, sino sonrosado, lívido, con florecimientos de pequeñas pústulas y llagas. Por dentro, en cambio, estaba tan ardiente que no soportaban ponerse encima ni la ropa más fina ni sábanas ni otra cosa que no fuera estar desnudos, y con gusto se arrojarían al agua fría. Muchos, al no tener quien les cuidara, se tiraron a pozos, dominados por una sed insaciable; lo mismo daba el mucho beber o poco.
A esto se añadía una desazón e insomnio permanentes. El cuerpo tampoco se agotaba mientras estaba en su apogeo la enfermedad, sino que resistía al sufrimiento, contra lo que se pudiera esperar, hasta el punto de que la mayoría moría a los siete o nueve días por efecto de la quemazón interior, conservando algunas fuerzas, o si se libraban, al afectar la enfermedad a los intestinos y producirse una fuerte ulceración al mismo tiempo que le acometía una diarrea líquida, la mayoría perecía después, de la debilidad causada por ella.
El mal, que se localizaba primero en la cabeza, recorría a partir de ahí todo el cuerpo, y si uno sobrevivía a los ataques mas graves, la afección de las extremidades era signo de su presencia, pues se cebaba en los genitales y en las puntas de manos y pies, y muchos se salvaban tras perder esos, algunos hasta los ojos. De los convalecientes se apoderaba al instante una amnesia general y ni se conocían a si mismos ni a sus deudos (2.49.2-8).

La traducción de Diego Gracián es preciosa: 

El cuerpo por fuera no estaba muy caliente ni amarillo, y la piel poníase como rubia y cárdena, llena de pústulas pequeñas: por dentro sentían tan gran calor que no podían sufrir un lienzo encima de la carne, estando desnudos y descubiertos. El mayor alivio era meterse en agua fría, de manera que muchos que no tenían guardas se lanzaban dentro de los pozos, forzados por el calor y la sed, aunque tanto les aprovechara beber mucho como poco. Sin reposo en sus miembros, no podían dormir y, aunque el mal se agravase, no enflaquecía mucho el cuerpo, antes resistían a la dolencia más que se puede pensar. Algunos morían de aquel gran calor, que les abrasaba las entrañas a los siete días, y otros dentro de los nueve conservaban alguna fuerza y vigor. Si pasaban de este término, descendía el mal al vientre, causándoles flujo con dolor continuo, muriendo muchos de extenuación. Esta infección se engendraba primeramente en la cabeza y después discurría por todo el cuerpo. La vehemencia de la enfermedad se mostraba, en los que curaban, en las partes extremas del cuerpo, porque descendía hasta las partes vergonzosas y a los pies y las manos. Algunos los perdían; otros perdían los ojos, y otros, cuando les dejaba el mal, habían perdido la memoria de todas las cosas y no conocían a sus deudos ni a sí mismos.

Yo me he permitido traducir la palabra exanthema (de anthos, flor), por florecimientos en vez de erupciones, que es lo que ponía Romero Cruz, para recoger lo que me parece un antecedente interesante del género de terror, ese ir detallando lo sanguinolento. No creo que Tucídides buscara un efecto truculento, pero veo en los del género del gore características similares.

De todos los síntomas, tremendos, el de la amnesia es el que más me ha tocado, porque no recuerdo en absoluto los primeros días de la UCI: como que se me han robado. Tengo como dos o tres fotogramas. Todo esto lo digo porque esta lectura de Tucídides no está siendo en absoluto neutra para mí.

Lucrecio (1205-12) lo recogió en su obra, interpretando como mutilaciones voluntarias las de las extremidades. He encontrado la traducción del abate Marchena, de 1791, que recoge también lo que fui poniendo estos días anteriores. No me da la vida para comparar con el latín de Lucrecio ahora, pero lo podéis leer, que es interesante:


                Las extremidades
De sus cuerpos no obstante parecían
Estar no muy ardientes, ofreciendo
Tibia impresión al tacto: al mismo tiempo
Estaba colorado todo el cuerpo,
Con úlceras así como inflamadas,
Como si hubiera sido derramado
Fuego de San Antón sobre sus miembros.
Un ardor interior los devoraba
Hasta los mismos huesos, y la llama
En su estómago ardía como hornaza:
La más ligera ropa los ahogaba;
Al aire y frío expuesto de continuo,
Unos a helados ríos se tiraban
A causa de aquel fuego en que se ardían,
En las aguas más frías zabullendo;
Desnudo el cuerpo se arrojaban otros
En hondos pozos; con la boca abierta,
Ansiosos de beber, a ellos venían,
Y su insaciable sed no distinguía
Las aguas abundantes de una gota 
Cuando sus cuerpos áridos metían:
Ningún descanso el mal les otorgaba;
Tendido estaba el cuerpo fatigado;
La medicina al lado barbotaba
Con temor silencioso: revolvían 
Noches enteras sus ardientes ojos
A un lado y otro sin probar el sueño.
(...)
Atacaba los nervios, se extendía
El morbo por los miembros, y cogía
Hasta las mismas partes genitales:
Y unos, temiendo la cercana muerte,
Vivían por el hierro mutilados
De su virilidad; privados otros
De manos y de pies, quedaban vivos;
Y perdían, en fin, otros la vista:
Tan poderoso miedo de la muerte
Cogió a estos infelices, y hubo algunos
Que perdieron del todo la memoria
Y aun a sí mismos no se conocían. (1777-88)

miércoles, 14 de octubre de 2020

Tucídides sobre la peste 3

El relato que hace Tucídides de la peste hace un gran travelling, como una a modo de vista de pájaro que va desde Etiopía hasta Atenas. Luego entra en la persona enferma y va bajando de la cabeza hasta las extremidades (salvo si el paciente muere antes). 

Es una enfermedad (se ha sugerido que sería sarampión, tifus, paperas) de efectos tremendos y tremenda mortalidad, mucho peor que el COVID, dónde va a parar.

Sigo con la traducción de Francisco Romero Cruz, con pequeños cambios, de la primera parte de los síntomas, hasta que llegaba al estómago:

Aquel año, como se reconocía generalmente, resultó ser especialmente benigno en lo que concierne a las restantes afecciones, pero si se padecía con anterioridad alguna de ellas, en esta todas las demás abocaban. En cuanto a los demás, a los antes sanos, sin causa aparente, de pronto les entraban primero fiebres intensas que afectaban a la cabeza, enrojecimiento e inflamación de los ojos, y, por dentro, la garganta y la lengua se volvían sanguinolentas y exhalaban un aliento extraño y pestilente. Luego, a partir de esos síntomas, sobrevenían estornudos y ronqueras y, en no mucho tiempo, la afección bajaba al pecho acompañada de fuerte tos; cuando se fijaba en el estómago lo trastornaba y producía vómitos de bilis de cuantas clases son mencionadas por los médicos, acompañados de gran malestar. A la mayoría de los enfermos les daban arcadas que causaban fuertes convulsiones, a unos después de debilitarse los síntomas, a otros mucho después (2.49.1-2).

Por seguir con la comparativa de la traducción de Diego Gracián, es precioso ver con qué maravillosas palabras describe los síntomas: 

Primero, sentían un fuerte y excesivo calor en la cabeza; los ojos se les ponían colorados e hinchados; la lengua y la garganta, sanguinolentas, y el aliento hediondo y difícil de salir, produciendo continuo estornudar; la voz se enronquecía, y, descendiendo el mal al pecho, producía gran tos, que causaba un dolor muy agudo; y, cuando la materia venía a las partes del corazón, provocaba un vómito de cólera que los médicos llamaban apocatarsis, por el cual con un dolor vehemente lanzaban por la boca humores hediondos y amargos; seguía en algunos un sollozo vano, produciéndoles un pasmo que se les pasaba pronto a unos, y a otros les duraba más. 

La gran discusión en este pasaje es cómo traducir kardía, que en principio significa corazón pero que aquí parece que en realidad es el estómago. Gracián se queda con el corazón; Romero con el estómago. 

"Sollozo vano" no sé qué es (quizá él tampoco), pero es sugerente. Lo que no recoge Gracián es eso de que había "vómitos de bilis de todas las clases que han identificado los médicos"; él habla de "apocatarsis" y supongo que ese será un buen indicio para saber de dónde tomó el texto de Tucídides y si de verdad lo que seguía era una traducción latina.

martes, 6 de octubre de 2020

Tucídides sobre la peste 2

El capítulo 2.48 es primero el relato del recorrido de la enfermedad, de Etiopía a Atenas. Es fascinante el modo de mirar el mapa que tiene: donde empieza, Etiopía, está arriba, de ahí baja a Egipto y a Persia y cae todavía más abajo hasta Grecia. El puerto del Pireo es el lugar de llegada, de donde se transmite a la ciudad de Atenas. Lo que dice literalmente es que la peste cayó en Atenas (ἐνέπεσε enépese; Herwerden propuso corregir por ἐσέπεσε esépese "cayó dentro"). De Etiopía a Atenas es como un ave que sobrevuela un territorio y acaba cayendo, pero abatiéndose en un lugar concreto.

Vuelvo a poner la traducción de Francisco Romero Cruz, con algunas modificaciones mías:

Comenzó, según se cuenta, primero por Etiopía, mas arriba de Egipto, luego bajó a Egipto y Libia, y a la mayor parte del territorio del rey persa. Sobre Atenas cayó de un modo inesperado y atacó primero a las personas del Pireo, por lo que decían ellos que los peloponesios habían envenenado los pozos, ya que aún no había fuentes públicas allí. Posteriormente llegó hasta la ciudad y empezaron a morir ya en mayor numero. 

En fin, que cada uno, médico o profano, según sus conocimientos diga cuál pudiera ser su origen probable y las razones que crea motivadoras de cambio tan grande como para posibilitar esa transformación; yo me limitaré a decir cómo se desarrolló y aquello con cuyo examen, caso de sobrevenir en otra ocasión, pueda conocérsela mucho mejor al tener información previa; eso lo expondré por haber padecido la enfermedad yo mismo y ver yo mismo a otros padecerla.

El tema del envenenamiento de los pozos es un clásico de la literatura de pestes. Es como lo de los untadores en el Milán de Los esposos de Manzoni.

A mí me conmueve que Tucídides sufriese la peste; me lo hace muy cercano. Es muy interesante que quiera contarla como hacían los médicos con las enfermedades, tabulando los síntomas para reconocer la enfermedad si volvía a surgir. Alguien que leí estos días se quejaba de que la enfermedad en concreto no hemos podido reconocerla (hablan de sarampión o tifus pero no está nada claro), así que el objetivo de Tucídides no sirvió de mucho a largo plazo (a corto plazo, la peste se repitió tres años después). 

Diego Gracián traduce así, no del todo bien pero con un castellano muy bonito: 

diré cómo vino, de modo que cualquiera que leyere lo que yo escribo, si de nuevo volviese, esté avisado, y no pretenda ignorancia.

lunes, 5 de octubre de 2020

Tucídides sobre la peste I

Este año no tuve muchas dudas sobre qué traducir en clase de Tucídides: el episodio de la peste (2.47-54). Se me ha ocurrido ir poniendo aquí lo que vayamos viendo.

En línea he encontrado la  traducción de Francisco Romero Cruz*. Aquí os la pongo, con algunas correcciones mías:
Así se celebró el funeral ese invierno, en cuyo transcurso acabó el primer año de la guerra. Nada más comenzar el verano, los peloponesios y sus aliados, con dos tercios de las tropas de la primera vez, invadieron el Ática (bajo la guía de Arquidamo el de Zeuxidamo, rey de los lacedemonios) y una vez puestos sus reales, se dedicaron a devastar el país. Cuando aún no llevaban muchos días en el Ática, empezó a extenderse la enfermedad entre los atenienses, aunque se decía que con anterioridad había afectado a muchas localidades por la zona de Lemno y otros lugares, pero, con todo, no se recordaba que en ninguna parte se hubiera dado una epidemia tan grande y tal mortandad de personas. Al principio, por ignorancia, ni los médicos eran capaces de curarles, sino que incluso ellos eran los que morían en mayor número, por cuanto eran los que más contacto tenían, ni existía ningún otro recurso humano: cuantas plegarias se hacían en los santuarios o recurrir a santuarios oraculares o similares, todo resultaba inútil; finalmente desecharon esos medios, doblegados por la enfermedad.
Este capítulo (2.47) es el siguiente al impresionante discurso de Pericles en honor de los caídos, que aquí sirve además para todos los que murieron en la peste, casi como preámbulo.
Es el segundo año de la guerra, el 430 a. C., empezando el verano. Como el año anterior, los espartanos y aliados, poderosos por tierra, rodean Atenas con sus tropas (pero un tercio menos que el año anterior) y se dedican a devastar la región, destrozando lo que pueden de las cosechas.
Estoy leyendo un extraordinario libro de Victor Davis Hanson, excelente clasicista, erudito de historia militar y además granjero, que explica que seguro que harían daño, pero destrucciones definitivas no tanto, porque es muy difícil y lleva mucho tiempo cargarse olivos o frutales; incluso es costoso prender fuego a campos de cereales. Atenas, confiada en sus muros que aseguraban la conexión con el puerto del Pireo y el abastecimiento, lo que no había previsto era la peste, con la ciudad repleta de gente, con el calorón del verano.
Los médicos no saben qué hacer (ignorantes de la enfermedad eran; lo que se discute es si "por ignorancia" se lanzaban a curar, con lo que se contagiaban, en vez de alejarse de los contagiados) y mueren en mayor proporción que el resto.
Las plegarias a los dioses en sus templos (por ejemplo a Atenea en el Partenón), las consultas a los santuarios oraculares (como Delfos) y similares (se puede referir a santuarios de sanación como el de Asclepio) no sirven de nada y ahí se rompe algo: el do ut des de la religión griega tradicional (yo te hago ofrendas y tú me curas) parece no funcionar. Lo que se cuenta en el canto I de la Ilíada, la peste que sobreviene por no devolver una doncella y que desaparece de golpe cuando se obedece al sacerdote, ya se muestra aquí como una pamema: la peste no se arregla con un recurso sencillo a la religión tradicional.

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*También está la de Diego Gracián de Alderete, que me cae muy bien, como padre que es del Padre Gracián, el favorito de santa Teresa, pero según Lasso de la Vega es traducción de una traducción francesa de la traducción latina de Lorenzo Valla. Menéndez Pelayo le critica errores y faltas expresivas. En este capítulo hay algún error claro ("dos partes" en vez de "dos tercios", hablar de una "ciudad" de Lemno), pero es bastante digna en conjunto.