jueves, 11 de junio de 2009

Trenes I


Desde hace casi diez años cojo el tren practicamente a diario para ir a trabajar. Durante todo ese tiempo, mis compañeros de trayecto han ido cambiando, aunque algunos permanecen. Además, casi todos los “fijos” tenemos tendencia a sentarnos siempre en el mismo sitio. Por la mañana es demasiado temprano para hablar, suelo preferir leer o dormir. Necesito ir despertándome poco a poco y me molestan los que entran hablando como una ametralladora, sin siquiera esperar a sentarse. He llegado a cambiarme de vagón para evitar a algún loro de este tipo. Me gusta sentarme con gente que habla poco o también lee, aunque sí agradezco que me saluden y me digan buenos días; una cosa es una cosa y la buena educación no hace mal a nadie.

Después de tanto tiempo miro sus caras familiares que conozco bien. Sé si tienen buen día o si no han dormido, si han llegado corriendo sin tiempo de arreglarse, si tienen catarro, o hasta qué punto llega su adicción a Stieg Larsson. Son como de mi familia, y sin embargo apenas sé nada de ellos (claro que hay excepciones), muchas veces ni siquiera sé cómo se llaman y tampoco tengo demasiada curiosidad.

Sin embargo de vez en cuando sucede que alguien que ha ido a mi lado durante mucho tiempo, una mañana desaparece sin dar explicaciones. Inmediatamente pienso en él o en ella. ¿Estará de vacaciones? ¿La crisis también llegó a su empresa? ¿Se habrá dormido? ¿Volverá?. Algo así me sucedió este verano con mi desconocido preferido, un hombre silencioso y siempre interesante. Después de varios años, un buen día desapareció sin dejar rastro. Cuando tras un tiempo prudencial comprobé que definitivamente me había abandonado, me di cuenta de que no había remedio. No volvería a verle nunca más.

Lo curioso de estos abandonos es que me resultan muy dramáticos, pero sólo durante los 30 minutos que dura el trayecto. Una vez en mi destino, el microcosmos del tren se me olvida por completo.

El caso es que mi amigo Xaltino vino un día a Bilbao para ver los jardines del concurso y hacer alguna foto con su reluciente cámara nueva.

En un momento dado nos fotografiamos mutuamente, ese juego tan típico. Mi cámara captó esta imagen.


La camara de Xaltino me captó a mí, sonriente y desenfocada. A mi lado, pero un poco más atrás, aparecía nítida y perfecta la imagen de un tipo que pasaba por la calle con un cochecito de bebé. Él, el protagonista absoluto de la foto, era mi desconocido favorito del tren, desaparecido sin remedio.

En aquel momento no me percaté de que pasaba a mi lado, no nos vimos. Sólo lo reconocí unos días después, cuando vi la foto. Alguna vez me había preguntado si nos volveríamos a encontrar, pero nunca pensé que coincidiríamos en una foto sin saberlo.

Si me fijo bien le veo ojeroso y en crisis (Kikara dice que si va arrastrando un carrito, estará en crisis seguro), pero incluso así sigue siendo arrebatador.

0 comentarios: