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martes, 14 de abril de 2009

Soler: Fandango

Puede considerarse al fraile jerónimo Antonio Soler (1729-1783) el compositor español más importante del siglo XVIII. Maestro de capilla del Monasterio del Escorial, es el ejemplo perfecto de la síntesis equilibrada entre el elemento popular italianizante, la aceptada herencia del pasado organístico ibérico, y la mirada aguda hacia el paisaje de los clásicos vieneses.

Aunque Soler ocasionalmente empleó la forma de tema y variaciones, ninguna obra se puede comparar en magnitud al Fandango (R. 146), su obra más conocida. Se basa en el omnipresente patrón armónico del ostinato, una hipnótica secuencia de doce notas que aparece regularmente en la mano izquierda, y que soporta una exhaustiva explotación (¿pedagógica?) de los recursos del clave: quiebros, citas enmascaradas y giros de todas clases (tanto rítmicos como armónicos), relámpagos de escalas, acordes y centellas, un vendaval de virtuosismo que levanta las faldas del monje y le (nos) hace bailar por los claustros del monasterio.

Hemos podido localizar medio centenar de versiones del Fandango (contando las orquestaciones y los arreglos al piano y la guitarra), si bien, en efecto, aquí no hay controversia posible: el colombiano Rafael Puyana se eleva mayestáticamente por encima de los demás y permanece en el Olimpo. Solo.

Podemos imaginar a Puyana observando con una sonrisa en la cara al resto de clavecinistas: sin estopa en los dedos, ni espíritu, escasos la incisividad, el brillo, la magia, la fantasía, la sensualidad, y faltando el luho andaluz.

Puyana ostenta decisión y fortaleza en el ataque, arrebatador vigor rítmico con impecable interpretación del contrapunto, fraseo salpicado de sutilezas rítmicas, libertad de tempi, de medida incluso; imaginación colorista, contrastes dinámicos, percusión inverosímil, baile, duende, hasta alzarse con un poder casi taumatúrgico.

Se ha reprochado a veces a Puyana el uso excesivo de los registros del clave, opinión que no comparto, pues uno de los fundamentos de su antológica interpretación es precisamente la afortunada orquestación que realiza, al limite de las posibilidades tímbricas del instrumento. Aunque existe una grabación posterior para L’Oiseau-Lyre (1990, sobre un Hass de 1740), es preferible la edición de Philips: la excelente toma de sonido rescata con definición y detalle los continuos cambios de registro -desde los
pedales del monstruoso Pleyel realizado a medida- que realmente provocan el entusiasmo del oyente (mientras escuchas te descubres zapateando y sonriendo también).

Actualización: Por fin puedo responder al comentario anónimo al que desde aquí quiero dar las gracias por ponerme en la pista correcta. La increíble calidez, detalle y presencia del clave no (me) parecían corresponder con tan temprana fecha; sin embargo, efectivamente la grabación es de 1966, pero no fue realizada por Philips, sino por Mercury, en aquel entonces a años luz en la técnica de registro (en especial la ubicación de los micrófonos y el uso de cintas de 35 mm., idénticas a las empleadas en el cine). Ahora, al fin, veo la luz. Corrijo el desliz (en mi disco, -una reedición supereconómica- sólo aparecía la fecha de producción) y a disfrutar de los prodigiosos dedos mágicos de Puyana.