conformar
(Del lat. conformāre)
1. tr. Ajustar, concordar algo con otra cosa. U. t. c. intr. y c. prnl.
2. tr. Dar forma a algo.
3. tr. Econ. Dicho de un banco: Diligenciar un cheque garantizando su pago.
4. intr. Dicho de una persona: Convenir con otra, ser de su misma opinión y dictamen. U. m. c. prnl.
5. prnl. Reducirse, sujetarse voluntariamente a hacer o sufrir algo por lo cual se siente alguna repugnancia.
6. prnl. Darse por satisfecho.
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Vivimos creyéndonos nuestras propias ilusiones [1]. Bueno, no. No nuestras propias ilusiones, sino las de la manada, que tampoco tendrían por qué ser las nuestras. Lo serían en el hipotético caso de que pudiéramos elegir exclusivamente por nosotros mismos, de forma voluntaria y consciente partiendo de cero, lo cual no tiene sentido si consideramos que nacemos absolutamente dependientes y que nuestra naturaleza es indiscutiblemente social. Y aunque en principio no son nuestras por elección (sino por una imposición de la que no somos conscientes), nos hemos conformado a/con ellas con absoluta naturalidad, al punto de que nos resulta dificilísimo cuestionarlas.
La tendencia natural es la de creer que hemos elegido el camino por nosotros mismos, pero cada vez soy más
Una manada presionará siempre para que adoptemos sus colores propios y, por más que violente nuestras entrañas, si nos encontramos atrapados en esa manada, no nos quedará más solución que hacer de sus colores los nuestros. Por esto nos resulta tan difícil cambiar de manada (y de opinión): porque nos exponemos a la desagradable experiencia de ver removidos todos los moldes en que nuestra mente ya ha encontrado acomodo. Es más fácil seguir manteniendo una idea antigua, aunque no funcione (si nos demuestran lo errada que está, lucharemos contra esa demostración con uñas y dientes), antes que reemplazarla por una nueva que sea correcta pero contraria a nuestra cosmovisión. Más fácil ...y más necio.
Sin embargo, sucede en la vida (puede suceder) que un balonazo [2] en las gafas destroce las lentes de colores que llevamos delante de los ojos y quedemos así expuestos a una distinta visión de las cosas, sin la distorsión con que siempre las habíamos visto. Un fogonazo de objetividad. Esto solo puede suceder, empero, lejos de la presión de la manada, que siempre volverá con unas gafas nuevas a imponer su visión oficial del mundo y su particular enfoque. Una vez más, la subjetividad grupal poniendo freno a visiones más (nunca completamente) objetivas.
Esa anulación de la subjetividad personal por la subjetividad grupal fue demostrada en el experimento de Asch (un interesante vídeo acerca de este experimento puede encontrarse AQUÍ), al tiempo que el experimento de Milgram nos da las evidencias de hasta qué punto el individuo puede llegar a obedecer ciegamente a la autoridad de la manada. Evidencias que resultan muy difíciles de negar, aunque pocas veces asumimos que este es el telón de fondo de muchas de nuestras actitudes y creencias más arraigadas.
No quiero robarte más tiempo con palabras. Pero si tienes 10 minutos para dedicarlos al siguiente vídeo, te garantizo que será tiempo bien empleado. Las conclusiones de la parte final pueden animar a interesantes reflexiones que siempre son necesarias. Cualquier momento (y sobre todo los más convulsos) es tiempo de cuestionar con rigor el grupo al que pertenecemos y no asumir sus directrices por más correctas que, en apariencia, se presenten ante nosotros.
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(en la barra inferior del reproductor de vídeo, en la parte derecha)
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[2] aunque "balonazo" suena a un impacto que sucede en un momento determinado, puede tratarse también de una acumulación de momentos, un despertar motivado por experiencias sucesivas que nos hacen cuestionar las "verdades" de la manada.