(18ª parada)
“Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz”.(Libro del Génesis, cap.1: 3)

Con 11 añitos, en 6º de E.G.B., aprendí que las abejas se comunican bailando. Al parecer, fue un zoólogo austriaco y profesor de biología de la Universidad de Munich, llamado Karl von Frisch, quien dedicó varias décadas al estudio de esta curiosa forma de comunicación. Al final (de paso), premio Nobel al canto por el conjunto de sus estudios sobre la conducta animal. Me divertía pensar que las colmenas eran en realidad discotecas donde las abejillas ligaban a su manera después de la jornada de trabajo recolector. Nada muy diferente a lo que hacen los humanos... pero lo cierto es que tanto bamboleo sólo les sirve para seguir currando, que la única que liga en la colmena es la reina aunque no baile (entonces... ¿y lo de
“dancing queen”?). En los documentales de naturaleza que se veían por entonces (Félix Rodríguez de la Fuente, magnífico producto nacional... ríete del
National Geographic) seguí aprendiendo de los códigos animales para decir:
“¡Eh, nena! ¡estás que te sales!”,
“¡Cuidado que viene el lobo maloso!”,
“¿Para comer? ¡pues ponte a la cola como el resto de mataos!”, “¡Tú, no te pases ni un pelo conmigo...!” y otras frases tan útiles como éstas. Se chocan cornamentas, se lanzan gruñidos, se despliegan plumajes, se levantan colitas, se segregan productos químicos, se cruzan miradas, se cambia de color, de tamaño,... Todo un extenso repertorio que hemos llegado a comprender.
Un aventajado como
Aristóteles ya había definido, en el siglo IV a.C., al ser humano como
animal político. Así, en su obra (
¡cómo no!) '
Política' dejó escrito:
Es evidente que la ciudad es una realidad natural y que el hombre es, por naturaleza, un ser que vive en polis. Aquel que está sin ciudad es, por naturaleza y no por azar, o bien un ser degradado, o bien un ser superior al hombre; es como aquel a quien Homero echa en cara no tener “ni clan, ni ley, ni hogar” (...)
Así, pues, es patente la razón por la que el hombre es un animal político más que todos los otros, abejas o animales gregarios. Porque, como ya hemos dicho, la naturaleza no hace nada en vano, y sólo, de entre los animales, es el hombre el que habla. Sin duda que la voz (phoné) es señal de dolor y de placer (...) Pero la palabra (logos) es para mostrar lo útil y lo dañino, así como lo justo y lo injusto. Esto es, pues, lo propio del hombre en relación con los otros animales; sólo él capta el bien y el mal, lo justo y lo injusto, y otras cosas parecidas. Porque es la participación comunitaria de todo esto lo que hace la familia y la ciudad.

En resumen, Aristóteles define al hombre como “animal dotado de logos” y esta expresión se puede traducir como “animal dotado de palabra” o “animal dotado de razón”. La inteligencia de los seres humanos (
de la mayoría, supongo) nos diferencia del resto de animales por la capacidad de formular
juicios: con las palabras no nos limitamos a crear términos para designar los objetos, otros aspectos de la realidad o incluso conceptos abstractos, sino que estructuramos juicios expresados mediante proposiciones. Puede parecernos tan normal que obviemos su importancia, pero en esto radica el poder de las palabras. Que el hombre (como especie) sea racional (
puntualizando: el que lo sea) es un hecho que se fundamenta en el lenguaje tan perfeccionado que posee. No nos limitamos a chocar los cuernos, desplegar las plumas, cambiar de color o levantar la cola, aunque también hagamos este tipo de cosas. Nuestra concepción de la realidad nos lleva mucho más lejos y el vehículo para llegar tan lejos son las palabras. Con ellas construimos y destruimos mundos con todo lo que contienen. Con ellas soñamos y pensamos. Con las palabras podemos comunicar prácticamente todo; al menos, lo intentamos (...y vaya si lo intentamos: ¿cuánto tiempo y dinero se emplea cada día en esa compulsiva necesidad de comunicarnos?). Por todo esto, no es de extrañar que haya personas que intenten tapar las bocas de otras, silenciar sus palabras, sus opiniones. Es algo repugnante, pero es la única forma que algunos conocen para tratar de desposeer de un poder connatural a los que son sus iguales. De dictadores ha estado (y sigue) el mundo lleno, y no sólo en el ámbito de los gobiernos mundiales. Ellos siempre han sabido que la pluma es más poderosa que la espada.
Y con estas herramientas de tanto poder a nuestra disposición, debemos plantearnos seriamente ¿qué uso les vamos a dar? ¿serán materiales de construcción? ¿serán armas de destrucción?
Hace poco, leí esta breve historia escrita por
Dale Carnegie (prestigioso empresario estadounidense del siglo pasado y autor de libros de
auto-ayuda), que me sirve de ilustración:
Un rey soñó que había perdido todos los dientes.
Después de despertar, mandó llamar a un sabio para que interpretase su sueño.
- ¡Qué desgracia, mi señor! -exclamó el sabio-. Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de vuestra majestad.
- ¡Qué insolencia! -gritó el rey enfurecido-. ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí!
Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos.
Más tarde pidió que le trajesen a otro sabio y le contó lo que había soñado.
Éste, después de escuchar al rey con atención, le dijo:
- ¡Excelso señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que sobreviviréis a todos vuestros parientes.
Se iluminó el semblante del rey con una gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro.
Cuando el sabio salía de palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado:
- ¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que el primer sabio. No entiendo por qué al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro.
- Recuerda bien, amigo mío -respondió el segundo sabio-, que todo depende de la forma en que te expreses.
Uno de los grandes desafíos de la humanidad es aprender a comunicarse.
De la comunicación depende, muchas veces, la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra. Que la verdad debe ser dicha en cualquier situación, de esto no cabe duda, mas la forma en que se comunica provoca en algunos casos grandes problemas; puede cambiar el ánimo y la disposición de quienes te escuchan.
La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la envolvemos en un delicado embalaje y la ofrecemos con ternura, ciertamente será aceptada con agrado.
El hombre ha recibido el don de la palabra y cuando la emplea adecuadamente transmite mensajes que nos ayudan a ser mejores.
Es interesante tener siempre presente que las palabras que cultivamos nos puedan hacer mejores o peores, o que podamos beneficiar o perjudicar a otros con ellas. Así parece ser. Está en nuestra mente, la que nos pertenece y a la que pertenecemos. Es lo que somos. Las palabras y los pensamientos siempre se dan la vida mutuamente hasta el punto que cuesta saber qué fue primero (nuestra consciencia, el “uso de razón”, comienza cuando se domina el lenguaje, la palabra, el logos ...¡y viceversa!). Y, a pesar de todo, las cosas no son siempre tan meridianamente claras, ni las intenciones tan transparentes. La
“diplomacia” puede llegar a pervertirse y dar paso a otros engendros, sobre todo cuando se la desposee de la verdad. El peor de ellos, la más siniestra forma de utilizar el poder de las palabras (en mi opinión), es la
manipulación. Pero esto lo dejaré para otro día...
De momento, me quedo con lo realmente importante. Y es lo siguiente: que nadie pueda nunca silenciar nuestras palabras.