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lunes, 14 de enero de 2013

en la oscuridad

(etapa 03.13)
"¿Quién me defenderá de tu belleza?"
(de un soneto de Michelangelo Buonarroti,
que sirve de título a una breve novela inacabada de Stendhal)

Afuera, la noche es fría. Tiritan los grillos, se estremecen las estrellas. El cielo se ha vestido su manto oscuro y las luces de la ciudad, lejanas, no llegan a teñirlo con los anaranjados brillos desvaídos. Todo es serenidad. En lo alto, numerosos y diminutos puntos de luz observan con timidez. Imagino las líneas que tantas veces he visto en los libros, trazos de navegantes, astrónomos, astrólogos, aventureros, poetas... Líneas que unen los rutilantes puntos y crean dibujos asombrosos. Me cautivan las telarañas que inundan la bóveda celeste y, como un insecto que quisiera atravesarla más allá de su velo de oscuridad, me siento atrapado en sus filamentos pegajosos...
Adentro, la noche es cálida. Otro cielo irradia para mí su blancura. La palidez de tu espalda es otro campo de estrellas que se mecen al ritmo de tu respiración. Los grillos guardan silencio. Invento las constelaciones de tu piel. Recorro las líneas invisibles con dedos ingrávidos, tan suavemente que no alteran tu sueño, aunque sí tus sueños. La respiración se entrecorta, en leves jadeos. Bailan las estrellas, navego entre sus destinos, me adentro en la inmensidad de sus vacíos, perdido en tu hermosura. Todo en ti es fascinante y sobrecogedor.

El amanecer, afuera, rasga sin ruido el negro lienzo. Flechas de luz hacen jirones la noche. Mueren las sombras. Es el fin de una noche y es el comienzo de otra noche distinta. Cierro mis ojos a los primeros rayos de sol y te contemplo desnuda con mis manos desnudas. No más aire entre tú y yo, no más distancia. En la oscuridad, sigo viajando de estrella en estrella, mientras tú me guías en mi ceguera voluntaria. Y sin abrir mis ojos veo el destello de los tuyos, que me llevan seguro más allá de cualquier tiniebla.


viernes, 23 de septiembre de 2011

horizonte sin horizonte

(área de descanso nº 148)
"O Lord, Thy sea is so great
and my boat is so small".
(The Breton Fisherman's Prayer)

Desde el puerto de la ciudad se puede ver, de cuando en cuando, la incruenta estampa de caza de una jauría de pequeños remolcadores lanzados a la captura de la enorme mole de un buque que se aproxima pesadamente en la bahía. Al observar una nave tan descomunal ya atracada en la seguridad de los muelles, uno piensa que lo natural sería experimentar cierta tranquilidad al embarcarse en ella. Sin embargo, cuando se percibía el navío lejano, como un equilibrista caminando sobre la línea del horizonte, antes de entrar en aguas libres de peligro, la inmensidad del océano lo convertía en un diminuto y frágil juguete a merced de sus caprichos.
Absorto en esa vastedad azul grisácea, me da por pensar en antiguos lobos de mar que atravesaron corrientes furiosas de aguas saladas, tripulando auténticas cáscaras de nuez. Me da por pensar en la valentía del primer marino que decidió horadar un tronco o juntar unos tablones anudados o idear la forma de propulsar una precaria embarcación con la que aventurarse temerariamente hacia destinos ignotos, más allá de la línea que separa el cielo del océano. Valientes campañas respaldadas por motivaciones románticas en algún caso, o por la simple ambición de conquista y expolio de nuevos territorios, en muchos otros casos.

Y aquella no fue más que una primera etapa en la exploración de horizontes. Nuestros mares (igual que antaño) siguen siendo indómitos, siguen siendo tumba salada de desafortunados marineros, pero una nueva generación de intrépidos exploradores apunta hacia un horizonte distinto: un horizonte sin horizonte. Un destino sin línea de separación entre suelo y cielo, puesto que todo es cielo. Pero, igualmente, un destino sin destino.
Es un sueño lejano, un sueño que parecía inalcanzable. La humanidad siempre ha dirigido su mirada hacia los cielos, ha contemplado noches estrelladas, ha catalogado, nombrado, contado, escrutado, en la medida de lo posible, cuantos astros estuvieran a tiro de su mirada. A simple vista, con catalejos o con telescopios más o menos sofisticados. Se ha extendido en sueños, alimentados por la ciencia-ficción, de colonizar mundos más allá de límites que no se supo cómo traspasar. Y aún permanecemos en la terca ignorancia de cómo hacer posible en realidad lo que solo parece posible en la imaginación.
Recordando series y películas de la infancia y de la adolescencia, compruebo que el sueño se dilata en el tiempo. El año 1999 quedó atrás, también el 2001. Y apenas nos hemos despegado de nuestra vieja Tierra: un leve pisoteo a la inhóspita Luna (pisoteo que incluso es puesto en duda por escépticos contumaces), algunos paseos por la órbita planetaria y, para completar el bagaje, otros artefactos no tripulados que merodean por el vecindario próximo, a distancias no mayores que unos cientos de millones de kilómetros. Más allá, la fría oscuridad del espacio profundo y su no-horizonte inexplorado. Un espacio demasiado grande para unas empresas demasiado reducidas...
Y, sin embargo, quien contempla nuestro hogar desde fuera dice que el cambio de perspectiva sobre nosotros mismos (respecto de la constante mirada: los conflictos que nunca terminan, las visiones claustrofóbicas y mezquinas sobre quiénes somos, las miras estrechas con el resto de congéneres e incluso con las demás especies y riqueza de nuestro mundo), ese diferente y nuevo modo de contemplar la realidad, resulta regenerador.

Los hombres de ciencia, además, comienzan a apremiar con la necesidad de abandonar esta nave nodriza que orbita alrededor del Sol. Por muchos motivos: la extinción de recursos que garanticen la supervivencia de nuestra especie, las crisis climáticas que amenazan con severas catástrofes, la destrucción planetaria (por efecto de la actuación humana) que ya parece irreversible... Estos son motivos a corto-medio plazo, pero aún hay alguno más que tener en cuenta a largo plazo, en un futuro muy muy lejano. Conocemos la predicción de que nuestro planeta llegará a ser devorado por el Sol, cuando este vaya agotando su propio combustible y devenga en gigante roja o algo por el estilo... Demasiado lejano, sí, pero no deja de ser una amenaza para la supervivencia de nuestra especie. Hay quien se apostaría todos los caramelos del mundo a que antes ya nos hemos liquidado entre nosotros, sin intervención ajena. Sin embargo, científicos como Stephen Hawking han dejado páginas escritas acerca de una evolución en la especie humana para adaptarse a esos eventos futuros. Se trata de una transformación que permita desintegrarnos en otros seres nano-robotizados, pero conservando la esencia de lo que es estrictamente humano. Es el único modo de que podamos viajar a remotísimos lugares separados de nosotros una gran cantidad de años-luz sin perecer en el intento. En fin, a mí también me suena a ciencia-ficción, pero es lo que hay.
De momento, me conformaría con que supiéramos conservar y estimar lo que tenemos y somos, y el espléndido planeta en que vivimos.

La Tierra ha sido considerada desde siempre como el hogar por antonomasia de la Humanidad. Empero, si nuestra especie desarrollara las adecuadas habilidades para la exploración del horizonte sin horizonte, una identidad tan asumida como aquella dejaría de tener sentido en lejanísimos tiempos futuros.


jueves, 30 de septiembre de 2010

cortezas

(área de descanso nº 102)
"Como el pequeño príncipe se dormía, lo tomé en mis brazos y me volví a poner en camino. Yo estaba conmovido. Me parecía llevar un tesoro frágil. Me parecía incluso que no había nada más frágil sobre la Tierra. Contemplaba, a la luz de la luna, esa frente pálida, esos ojos cerrados, esos mechones de cabello que temblaban al viento, y me decía a mí mismo:
Lo que estoy viendo aquí no es más que una corteza. Lo más importante es invisible..."
(Antoine de Saint-Exupéry, Le Petit Prince, cap. XXIV)

Cuando los cosmonautas relatan sus impresiones después de contemplar nuestra vieja casa geoide desde la distancia, suelen coincidir en su profunda admiración y estremecimiento ante una belleza que, aunque previsible, no es por ello menos impactante, a la vez que manifiestan su incomprensión ante los conflictos humanos que la sacuden en su superficie y que amenazan constantemente con provocar todo tipo de catástrofes y desbaratar esta joyita del cosmos... ¡Qué diferente es nuestro orbe cuando se lo ve en la lejanía, desde el espacio, a cuando se pone el pie en el suelo y se lo vive desde la proximidad!

Lo mismo puede pasar con las personas. Es posible conocer a quien mantiene una actitud exteriormente serena, todo un faro de sosiego, pero que oculta un frenesí interior revelado tras el proceso de pelar algunas de las capas de afuera.
Al margen de este tipo de contraste que se pudiera dar en ciertas ocasiones, hay una realidad inapelable que no se tiene en cuenta todo lo que se debiera. Es ésta: la aproximación a otro desconocido ser humano tendría semejante carga emotiva a la que se puede llegar a experimentar como viajeros espaciales al divisar la inmediata presencia de un astro inexplorado. Y no es que esté exagerando. Simplemente es que nos hemos acostumbrado a (de alguna forma) menospreciar a nuestros semejantes o a sobrevalorar los exánimes fragmentos de materia que viajan por el universo. Quizás es que a otras personas, aun antes de empezar a conocerlas, las veamos poco interesantes, previsibles en su interacción o (directamente) prescindibles. Quizás es que hemos experimentado numerosas decepciones en nuestra exploración del hecho humano y ya no estamos por la labor. Quizás es que hemos desarrollado un sentido de criba que se activa con el mero avistamiento de las cortezas... No lo sé. ¿Acaso descubrir las "riquezas" de la Luna nos ha proporcionado satisfacciones sin límite? ¿Esa roca muerta? ¿Qué queríamos descubrir allí? ¿Qué hemos descubierto al fin? Y, pese a ello, ¿diríamos que una empresa para visitar a nuestra inerte vecina ha sido (o sigue siendo) algo vano? Incluso sabemos (o intuimos) que otros planetas y sus satélites de nuestro entorno nos van a ofrecer parecidas perspectivas: rocas yermas y gases letales de los que se va a sacar poco más que algunas fotos para el álbum sideral. Sin embargo, puestos los ojos más en los cielos lejanos y menos en nuestros cercanos compañeros de viaje, perdemos el sueño por llegar siquiera a rozar esos remotos mundos con la punta de los dedos...

Y luego también están las sensaciones de volver a los viejos conocidos, las constantes referencias, como la Tierra. Escenario de amores y odios; conflictos, satisfacciones, sufrimientos, pasiones, desengaños; arte y horror, sueños y superación, ansiedad y humor... pero que, cuando miramos desde la distancia, seguimos identificando como un hogar-dulce-hogar para un corazón errante, encogido por la emoción de una visión tan hermosa.

domingo, 20 de septiembre de 2009

vital information resources under siege

(80ª parada)
"(...) se envanecieron en sus razonamientos y su necio corazón ha quedado lleno de oscuridad".
(Carta de Pablo a los Romanos, cap. 1: 21)

Antes, unas cuantas palabras que me sirvan para quitar las telarañas de silencio acumuladas en estos días... Es posible que cierta fatiga mental se haya apoderado de mis ganas de escribir. No me parecía poder encontrar un anhelado sosiego en el ejercicio de ir soltando letras y palabras desde el interior, con más o menos sentido. Pienso que llevo demasiado tiempo siendo espectador de un ejercicio insano de invertidos y errátiles algoritmos del razonamiento, una especie de mundo al revés, de impúdicos paseos patas p’arriba. Un estado de cosas donde lo blanco es negro y lo negro verde amarillento, donde los grises se pueden adaptar a cualquier tono de la gama cromática, a gusto y sin más condición que la conveniencia. Asisto pasmado al ensalzamiento de ciertos totalitarismos por algunos que se dicen intelectuales demócratas. Contemplo con asombro la implementación de planes E en medio de un desierto de oportunidades e ilusiones, sustituyendo unos oasis por otros al coste de la única arena que queda disponible. No deja de asquearme la constante demonización del semejante, el discurso absurdo, la demencial casa por el tejado, la desconsideración solapada o manifiesta, el ninguneo a todos los humillados hasta la indefensión del argumento más sencillo, el recurrente ytúmás, el silencio vergonzante de los que venden sus gargantas y aparcan sus consignas hasta una ocasión más rentable, la palmadita en espalda ajena que se cambiará por cuchillada en la propia, la sinrazón como método...
Difícil combatir tanto despropósito. Y más difícil aún cuando se pierden hasta las ganas de combatir.

¿Y qué hay en la raíz? ¿Cómo usamos la cabeza? ¿Asistimos a una nueva involución del homo sapiens, esta especie tan dotada de raciocinio que acaba sucumbiendo bajo el peso de sus propios razonamientos? No todos los productos de la mente humana, sus pensamientos, son de carácter racional. El problema resulta en querer venderlos como tales. Hay asuntos abstractos, creativos, artísticos, espirituales... que también bullen con fuerza en la mente humana y que son más difíciles de encasillar como productos de la razón. Quien quiera hacerlo se encontrará con extraños resultados. Desde hace ya varios lustros, las palabras del título de este post son las que sirvieron, si mal no recuerdo, para nombrar a los virus informáticos. Conceptual y formalmente, se utilizó la misma palabra del campo de la biología, aunque en realidad se trata de la sigla v.i.r.u.s. de la citada expresión en inglés, que significa: recursos de información vital bajo asedio. Y, a manera de virus, otras formas de 'razonar' también están intentando constantemente asediar la fortaleza de la razón.

Muchas de las situaciones que tanto me han alarmado últimamente pertenecen a esa colección de casos en que se quiere dar pátina de razonable a lo que no es tal. Se trata de una especie de intrusismo de lo irracional en el campo exclusivo de lo racional. Siempre es un argumento poderoso, el de la razón ('si no compartes mi razón -la razón-, es porque eres irracional, por tanto quedas desacreditado'). Y, aunque hay asuntos que deberían abordarse desde una razón limpia de apasionamientos, al final también sucede que son los apasionamientos los que se pretenden razonar. Algunos dicen que el corazón tiene razones que la razón no entiende. Será porque hablan idiomas diferentes o presentan postulados irreconciliables. Pero, tranquilos todos, que siempre hay algún iluminado capaz de reconciliar lo irreconciliable.

Sirva como ejemplo (y saliéndome por la tangente, en ese estilo escapista-parabólico que tanto me agrada) el principio que subyace en la locución latina post hoc ergo propter hoc. Podría ser el elemento racional de todas las supersticiones. El significado de la expresión es algo así como "después de esto, luego a consecuencia de esto". Es decir, una fórmula para afirmar que si un acontecimiento ocurre después de otro, entonces el segundo es una consecuencia del primero. Una aplicación errónea de causalidad, porque asocia correlación coincidente con causalidad. Es cierto que una causa siempre precede a su consecuencia (o a su efecto), pero no es una conclusión acertada asociar dos sucesos como causa-efecto basándose únicamente en esta circunstancia. Es una forma de crear silogismos absurdos utilizando proposiciones correctas pero incorrectamente relacionadas. Sobrarían ejemplos de grueso calado u otros del agrado de conspiranoicos de todo signo... pero, como no quiero generar mayor desazón, me remito a un ejemplo más inocuo: que los niños comiencen a ir a la escuela poco antes del equinoccio de otoño no quiere decir que el inicio de las clases provoque el equinoccio. Recuerdo una divertida viñeta en un blog de Alberto Montt <se puede ver aquí> donde también se recurría a esta correlación espuria.
Y tenemos la vida salpicada de gatos negros, pasos bajo escaleras, espejos rotos, saleros derramados, primeros pasos con pies izquierdos... ritos interminables con sus contra-ritos de invulnerabilidad a la catástrofe, la maldición o la desgracia. Además de herraduras, patas de conejo, tréboles de cuatro hojas y demás amuletos, tenemos la camisa de la buena suerte, los pantalones de ligar, la gorra de triunfar... Todos ellos símbolos de una asociación que sólo lo es en nuestra cabeza. Porque podré pensar que aquel día en que ganó el equipo de mis amores fue por esta causa: a la vez que me persignaba hasta tres veces, me senté en el estadio al lado de un señor con corbata roja mientras que yo llevaba un reloj de correa azul en la muñeca derecha. Pero que yo repita ese ritual cada día de partido no garantizará una victoria, porque hay una absoluta falta de conexión real causa-efecto. Sólo es una paparrucha cuyas condiciones intentará recrear exactamente el supersticioso de turno con precisión de entomólogo, como si de un experimento científico se tratase. Pero, a fin de cuentas, sólo es una paparrucha.
Y, como ejemplo por excelencia de paparrucha, de elemento irracional llevado absurdamente al campo del razonamiento, no puedo evitar hacer mención al horóscopo. Es asombroso con qué frecuencia le llegan a preguntar a uno el consabido "¿de qué signo eres?" (o, si se enteran de que has nacido, por ejemplo, un 27 de mayo, ya te espetan eso de que "ah, eres géminis...") y empiezan a decirte cómo eres y cómo no eres, sin conocerte de nada. En caso de equivocarse, siempre les queda eso de recurrir al fácil escapismo del ascendente. El caso es que parezca racional lo irracional.

Porque lo racional es lo siguiente: Lo primero, que las constelaciones zodiacales son convenciones aleatorias. Es una forma de asociar en la bóveda celeste, en un mismo plano, estrellas que están separadas unas de otras descomunales distancias, muy diferentes entre sí desde el punto de vista del observador. Se han llamado constelaciones zodiacales a las que ocupan la franja de la bóveda celeste en la zona de los 18º a ambos lados de la eclíptica, exceptuando (no sé por qué) a Ofiuco (entre Escorpio y Sagitario), que ocupa un arco de la eclíptica mucho mayor que el de Escorpio y que fastidiaría ese número 12 tan coqueto para las constelaciones zodiacales, a cambio del malaventurado 13. Además, y aunque cada signo del zodiaco tiene una duración de un mes en el calendario, cada constelación es de muy diferente extensión en la bóveda celeste. En la Antigüedad, dividieron la franja zodiacal a partir del punto γ (gamma, el punto equinoccial de primavera) en 12 signos de 30º cada uno y a cada signo le dieron el nombre de una constelación. A medida que la Tierra y otros cuerpos celestes van cambiando de posición, el Sol, los planetas y la Luna se proyectan en el zodiaco: en un año, el Sol cruza todos los signos al desplazarse sobre la eclíptica. Sucede lo mismo con la Luna y el resto de planetas. Hace unos dos mil años, en tiempos de Hiparco, el punto γ se hallaba en la constelación de Aries; pero, por la precesión de los equinoccios, desde entonces se ha desplazado unos 30º y ahora se halla en la constelación de Piscis. A diferencia de lo que afirman todos los horóscopos, actualmente, en el periodo comprendido (por ejemplo) entre el 21 de mayo y el 21 de junio, el Sol no se halla en Géminis, sino en Tauro.
Así que, si alguien cree que a mí me toca leo por haber nacido un 10 de agosto, que cambie el chip y me trate de cáncer. A ver cómo me reajusta todo el discursito sobre cómo soy y cómo no soy, porque si cáncer es lo mismo que leo (hasta ahora parece que sí lo estaba siendo, a falta de opiniones en contra), o mucho me temo que todo esto no es más que una gran patraña o me parece que todas esas características tan exclusivas de cada signo son mucho más comunes y compartidas de lo que aparentan.

Quizás algún día aprendamos también que las corazonadas del corazón no tienen por qué ser explicadas por la razón. Así nos libraremos de mucha monserga inservible.

martes, 15 de julio de 2008

quod erat demonstrandum

(buscando, sin éxito, algo que dejé en la salida)

Me ha costado un año, pero puedo decir que algo queda demostrado. Y no es un teorema. Cada generación científica se agarra tanto a las imágenes que ha producido que suele acabar siendo víctima de su propia "imaginería". Durante la Edad Media, la repetición sistemática de grabados y figuras con una Tierra plana cual bandeja de camarero, en medio del universo, y con océanos que se despeñan en abismos situados al borde, fue un serio obstáculo para que se produjera un progreso en la concepción del cosmos. La etapa darwiniana ha dejado sus ilustraciones del simio enderezando el espinazo a la vez que va perdiendo pelo. El club de los Copérnico, Kepler, Brahe, Galileo and company nos legaron sus figuras del sistema solar como una pista de atletismo o un circuito de carreras en torno al Sol, con sus planetas moviéndose en órbitas elípticas perfectamente cerradas ...con salida y meta en un mismo punto. En estos años de Hawking, son más propios los dibujos de un universo en una cáscara de nuez, con un punto central de fragorosa explosión a partir del cual todo se expande...
Bueno, pues creo que todo lo anterior no son más que simplificaciones de este universo en el que vivimos, con su dosis de cierto y su dosis de falso, sobre todo porque (¡reconozcámoslo de una vez!) muchas de esas imágenes se han elaborado a partir de conjeturas, teorías, especulaciones, iluminaciones de iluminados... pero no de pruebas o hechos demostrados. ¡Ay, los científicos jamás concebirían un cosmos que cantara "antes muerto que sencillo"...! Pero una cosa es que sea sencillo (que seguro que lo es y más de lo que suponemos) y otra muy distinta es que sea simple o incluso simplón como aparece en algún dibujete. Y ¡qué difícil es dibujar su complejidad real (que, en primer lugar, habría que conocer) o llegar a resumirla en alguna ley física, fórmula matemática ...o lo que sea!

En fin... al grano (que cuando me pongo nervioso, y la ocasión es para estarlo, no paro de largar): lo que hace que cada momento sea único es que la trama espacio-temporal en la que estamos situados sólo permite nuestra presencia en uno de sus puntos sólo un instante. Y nada más. Nunca otra vez en el mismo sitio. La prueba es que no hay órbitas cerradas, aunque así se hayan representado. No se puede repetir una posición: cuando volvemos al "mismo lugar" (por ejemplo, a casa al final de la jornada), nunca volvemos a estar en el "mismo lugar", a pesar de que nuestra sensación sea ésta.
Se cumple precisamente hoy un año desde que empecé a escribir este blog (con dos plantillas usadas, un montón de cabeceras, pero una sola imagen de perfil; 51 paradas y un total de 61 entradas, incluyendo ésta). Allí, en la salida, fui un poco lento al comenzar la marcha, inspirado en una conocida fábula de Esopo. Un asunto de liebres y tortugas. Dejé esa página del libro de fábulas pegada en la línea de salida con la intención de que, al verla en mi primer paso por meta, completada la primera vuelta del viaje, me recordara ese asunto pendiente entre quelonios y lepóridos. Pero aquí no hay ni página de libro, ni línea de salida, ni nada de lo que debería haber... sólo el camino, nada más. Y ni siquiera es un circuito al que dar vueltas. Resulta que el Sol, en su desplazamiento por el espacio, ha ido arrastrando la órbita de nuestro planeta convirtiendo la elipse cerrada de los dibujos en una hélice abierta que impide que jamás volvamos a estar en un sitio por el que ya hemos pasado una vez... ¡caprichos del espacio-tiempo!

Y todo este rollazo para decir dos cosas. Una: que cada momento es extremadamente precioso (¡y a ti te estoy haciendo perder el tiempo de mala manera con mis tonterías! :D). Y dos: ¡que estoy de aniversario bloguero! Espero que estas dos noticias amortigüen el efecto de la tercera que traigo medio camuflada, porque me cuesta más lanzarla...
Bueno, pues... esto... que el próximo fin de semana no habrá parada en el viaje de raindrop... ni el siguiente... ni el siguiente... en fin, hasta no sé cuándo. No se trata de vacaciones. Hago una desconexión indefinida por otros motivos. La palabra desconexión me genera un doble interrogante en la cabeza. Me explico: sé lo que me costará desconectar y también sé lo que costará volver a conectar después de un tiempo. Es un curioso balance entre hábitos y cariño. Aunque no siga en la blogosfera durante una temporada, me costará dejar de pensar en todos y cada uno de los amigos y amigas con los que he compartido tanto. Me apena ser consciente de la cantidad de cosas que me voy a perder y de lo que me costará ponerme al día a la vuelta. Ésta es la forma que tenemos de ir conociéndonos y ¿qué pasará con vosotros después del apagón? No podré saberlo. Os voy a echar mucho de menos.

A propósito de conocernos: después de un año, creo que ya va siendo hora de presentarme a letra descubierta. Aquí dejo algo manuscrito, recién salido del horno (click sobre la imagen para verla grandecita). Sé que es más fácil (y queda más legible) teclear y pulsar enter que escribir en papel con bolígrafo, escanear y luego publicar la imagen. Pero esto también me ha impedido ser más fiel a mi propio estilo. Generalmente, mis papeles están siempre más llenos de dibujos, croquis, garabatos y líneas que de letras.
También, respecto al hecho de conocerse, tengo que decir que suelo pensar en el principio de incertidumbre. Cuando Werner Heisenberg formuló este principio, se refería a la imposibilidad de medir simultáneamente de forma precisa la posición y el momento lineal de una partícula. Pero ya que los físicos andan tan preocupados con eso de encontrar la teoría definitiva que unifique todas las fuerzas del universo, ¿por qué no incluir también esa fuerza tan poderosa que actúa en las relaciones entre las personas y que es el amor? El principio de incertidumbre viene a decir, en términos de andar por casa, que simplemente al observar un fenómeno ya lo estamos alterando inevitablemente. Así que es difícil hacerse una idea de cómo son las cosas porque siempre nos queda la duda de si serían iguales si no las estuviéramos viendo. O el típico acertijo zen: ¿Hace ruido un árbol que cae en el bosque sin que haya nadie que pueda escucharlo? (¡hala, ahí queda eso! ;D). Y ¿qué sucede con las personas? Cuando nos conocemos, al interactuar, también vamos cambiando. Nos hacemos un poquito diferentes. Quizás no lo notemos, pero es así. Dos personas que conviven juntas, cada vez son más semejantes. A mí, esto me parece algo grandioso: vosotros me habéis permitido entrar en una parte de vuestros espacios vitales (en un blog se vierten cosas de lo que uno es) y os lo agradezco de corazón. Me ha ayudado. Y sería bueno saber que mi presencia aquí también ha sido de provecho para vosotros.
Recuerdo en la película Mejor imposible (As good as it gets) la escena en que la camarera (Helen Hunt) del restaurante que frecuenta el escritor protagonista (Jack Nicholson), bastante cansada ya del carácter intratable y demás manías de éste, le pide que le diga un buen piropo. Y aquí el prota se esmera porque el tío le suelta el mayor de todos los piropos que se pueden decir ("la madre de todos los piropos", como hubiera dicho quien ya sabéis). Es, sin duda, el piropo que me encantaría que me dijeran a mí, siempre que fuera de verdad de la buena, claro. Es algo así: Tú haces que yo quiera ser mejor persona.

Insisto: esto no es una despedida. Cuando se supera el punto sin retorno, ya no hay posibilidad de retirada. Uno siente que (no importa cuál sea la distancia que quede por recorrer) se está más próximo a la meta que a la salida. Y ya no se piensa en dar marcha atrás. Además, raindrop es una tortuga de largo recorrido, que no se conformaría con un solo año de viaje. Pero, ahora, llega el momento de transitar por otros senderos en los que no hay áreas de descanso, como en close2u, para compartir unos instantes en la buena compañía de los nudos extraordinarios de la red. Un día de éstos, volveré al camino principal para seguir practicando el principio de incertidumbre con todos vosotros. Hasta que llegue ese día (aunque seguiré contestando comentarios hasta el viernes) dejo este vídeo que es como un metafórico resumen audiovisual en casi cuatro minutos de lo que puede ser un viaje con sus paradas.

Hasta pronto
(sigo viajando)

domingo, 23 de marzo de 2008

father and daughter

(34ª parada)
"Vi que, bajo el sol, no es de los veloces la carrera, ni de los fuertes la batalla, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes la riqueza, tampoco es de los elocuentes el favor; sino que todos ellos cuentan con tiempo y ocasión".
(Sefer Kohelet, 9:11)

Es difícil saber cómo o por qué, pero lo cierto es que estamos atrapados en esta red espacio-temporal. Como insectos en una telaraña. Y, aunque se ha demostrado que es un sistema de referencia relativo, a medida que nos hacemos mayores nada parece más absoluto que el paso del tiempo. Quizás debiéramos alejarnos hasta las estrellas para comprender esta realidad. Sin embargo, es rara la ocasión en que volvemos nuestros ojos hacia arriba, con la de trajín que tenemos aquí abajo. Si un día nos diera por mirar el cielo nocturno de un verano despejado en nuestras latitudes, veríamos una estrella muy brillante (la tercera más brillante que se puede contemplar en el cielo, después de Sirius y Canopus, que a una hora decente estarán por debajo del horizonte). La constelación en cuestión es el boyero (Bootes, en latín) y la estrella de marras es Arcturus ("el guardián del oso", por su proximidad a las constelaciones de las Osas, Mayor y Menor). En un supuesto planeta que orbitara esta gigante naranja, si les fuera posible contemplar los sucesos de la Tierra, sus habitantes tendrían la opción de asistir al primer año de vida de raindrop, puesto que los aproximadamente 37 años-luz que separan nuestros soles me harían rejuvenecer para ellos otros tantos años terrestres. Y, siguiendo en la misma constelación, mientras que en el sistema de la enana amarilla ξ Bootis A (a unos 22 años-luz de distancia) pueden contemplar mi adolescencia, al mismo tiempo, en el de Seginus (γ Bootis, una gigante blanca a unos 85 años-luz) lo que pueden ver es la niñez de mis abuelos, ya fallecidos. En este mismo momento, en un planeta que orbite la gigante amarilla Nekkar (β Bootis, tan lejana como unos 220 años-luz) aún no han sido testigos de la Revolución Francesa...

Mientras tanto, la semana en este pequeño fragmento espacio-temporal ha transcurrido parsimoniosa, como una serie de domingos encadenados. Si se escapa de ciertos festejos, el panorama es puramente dominical: sin coches ni gentes por las calles, con las tiendas cerradas, sin prisas, sin demasiados ruidos... Es posible que los domingos gusten poco, precisamente por esa sensación de tenernos encadenados a un tiempo que, en tales días, no trae demasiada excitación (es que ya somos tan adictos a la adrenalina que no somos capaces de saborear la calma chicha, el ancla del tiempo). A veces, se podría decir que la dimensión temporal es como nuestra mazmorra: la prisión del tiempo, en la que todos somos convictos. Una celda-recorrido que sólo sabemos seguir en un único sentido y a una cadencia para todos predeterminada. Tic-tac, tic-tac...

Aunque este cortometraje de animación (de Michael Dudok de Wit) trata acerca del paso del tiempo, tiene mucha más sustancia que sólo eso. Espero que guste. Su título es el mismo que le he querido poner a este post.


post scríptum
Hace unos días, yuria, desde su blog torsiones y dis torsiones, me hizo entrega del PREMIO ARTE Y PICO (¡que he ganado sin concursar, yupiiii!). Tratándose de dos blogs que usan la misma plantilla, alguien puede sospechar... Puedo asegurar que no ha habido ningún tipo de soborno :)
jeje bromas aparte, yuria: te doy las gracias por el regalito que me haces y me dispongo a entregarlo a otros 5 (¡ahí es nada!) blogs. Me he fijado en que no lo tengan ya, pero igual no me he fijado bien del todo... Allá va:

1.- al blog de soloyo (¡mmmmuackas!)
2.- al blog de P (antes conocida como mademoiselle P, a lo Prince jiji)
3.- al blog de tormenta (que se me ha venido cerca, uáhs!)
4.- al blog de el instigador (con lavado de cara reciente)5.- al blog de pilar (¡esos gatoooosss!)

va con todo mi cariño
(no me olvido de nadie... lo que pasa es que no me cabéis y espero que los 5 recién premiados se porten)