(54ª parada)
“Poned a prueba todas las cosas y quedaos con lo que resulte ser bueno”.
(1ª Epístola de San Pablo a los Tesalonicenses, cap. 5: 21)
En el baile pendular en que nos movemos continuamente, pasamos de la mecánica de Newton a la mecánica cuántica, del blanco y negro a todas las escalas de grises, de un hombre a imagen y semejanza de Dios a un dios a imagen y semejanza del hombre, de las verdades absolutas a las verdades relativas, de la represión al libertinaje, del oscurantismo a la ilustración... y así, hasta el infinito de las cosas que el género humano es capaz de abarcar. Pero hay algo que no cambia: siempre ha sido un mal asunto para los débiles. Porque, o se dejan arrastrar (¡qué remedio!) por la corriente de los poderosos, los astutos, los aventajados, que les han impuesto su verdad con paternalismo o bajo amenazas, o se topan en la más absoluta ausencia de referencias a las que agarrarse (al menos, en apariencia... porque esto nunca se cumple). Lo siento por ellos (¿ellos? ¿nosotros? ¿vosotros?), porque siempre danzarán al ritmo que marque la batuta de los que dirigen el cotarro.
Preocupante es el poco análisis que se hace de las cosas. Análisis riguroso, honesto y libre de manipulaciones, quiero decir. Hoy en día, se eligen las fuentes que más convienen a cada cual. A la carta. El que diga lo que quiero oír, lo que creo que me conviene o me favorece, ése se convertirá en mi guía. Recuerdo esas veces en que se avisa a la audiencia, ante la emisión de escenas consideradas poco soportables por los que todavía conservan algo de estómago: Lo que les vamos a mostrar a continuación puede herir su sensibilidad. En fin, una de las cosas que más está hiriendo la sensibilidad de las personas es la verdad. Se hace insoportable. Tanto tiempo viviendo sobre la alfombra de las propias convicciones hace que miremos con mucho desagrado a quien intente pegar un tirón de esa alfombra que está bajo nuestros pies. No consentimos que nadie nos haga perder el cómodo equilibrio en el que vivimos, por culpa de sus verdades. Por eso, en ámbitos como el periodismo, la política, la religión ¡e incluso la ciencia, aunque cueste creerlo! ya se decide qué se puede presentar como verdad y qué no se puede presentar bajo esa etiqueta. Al final, qué caramba, si todo es relativo y vivimos en esta sopa cuántica, qué importa qué es verdad y qué no lo es. Dependerá del color del cristal con el que se mire. En esto estamos. Hemos pasado de la censura pura-y-dura de antaño a la otra censura, más refinada e igual de perversa, que nos filtra los hechos para que asumamos que su verdad es la verdad. Es cuestión de elección, nada más.
Una última cosa: ¿se puede justificar una mentira que sirva para revertir una situación injusta? Plantea un debate moral interesante. Pero ¿y si es la mentira la que hace que esa situación se vea como más injusta de lo que pueda ser en realidad? Esto ya es jugar con fuego. Para los que estén a cuadros, les diré que me había propuesto que NUNCA en mi blog me metería en un asunto tan turbulento como el siguiente, en el que (como cada hijo de vecina) tengo mi verdad, pero que entiendo que es un tema gravísimo que no se está abordando desde la razón, sino más bien desde la pasión, negando la posibilidad de soluciones. Y a pesar de todo, es que ya estoy hasta los mismísimos, con perdón. Odio a los mentirosos en sus versiones más retorcidas: a los manipuladores, a los chantajistas emocionales, a los que se sirven de la mentira para salir de rositas de los embolados que ellos mismos suelen organizar, a los que dan vuelta a tortillas mintiendo y fuerzan a una división del mundo en partidarios y enemigos. Si no se puede decir la verdad, se calla uno y listo.
Así que, aviso: lo que usted vea o lea a continuación (y me refiero a los enlaces que propongo) puede herir gravemente su sensibilidad. Cuando el fingimiento llega al extremo de la ficción cinematográfica, es normal que se le haya puesto el término de [Pallywood] (en evidente referencia a Hollywood), que se hayan sacado a la luz vídeos como [éste] y [éste], o que se escriban cosas como [éstas].
Nunca me gustó la frase: “Yo estoy en posesión de la verdad”. Siempre preferí que fuera la verdad la que me poseyera a mí. Pero esto no es nada fácil. Hay que ganárselo con mucho esfuerzo.