Quizás no esté en el Olimpo de los pintores estadounidenses del siglo XX, como los grandes Edward Hopper, Jackson Pollock o Andy Warhol, pero Norman Rockwell es tan conocido como ellos o como otros grandes artistas norteamericanos de la centuria: Lyonel Feininger, Aaron Douglas, Grant Wood, Mark Rothko, Frank Stella, Jasper Johns, Man Ray, Keith Haring... y un largo etcétera. Una muy prolífica producción contribuirá a hacer de él un pintor tan recordado: sus notables portadas en la revista The Saturday Evening Post, sus postales navideñas para Hallmark, sus ilustraciones publicitarias, sus singulares instantáneas de una idílica cotidianidad estadounidense o incluso de destacados episodios de su Historia.
Una de sus series más conocidas, "The Four Freedoms" (o "Four Essential Human Freedoms"), fue elaborada en 1943, precisamente con motivo de un acontecimiento histórico cuyo alcance se extiende hasta nuestros días. Se trata de la "Declaración conjunta del presidente de los Estados Unidos de América [Franklin D. Roosevelt] y del primer ministro Mr. Churchill, representante del gobierno de Su Majestad británica, que, habiéndose reunido, consideran justo dar a conocer algunos principios comunes de las políticas nacionales de sus respectivos países, principios sobre los cuales basan sus esperanzas para un mejor futuro del mundo".
En el verano de 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, Churchill y Roosevelt se reúnen en Terranova y definen las "cuatro libertades" que basarán la posguerra mundial. En junio de ese año, Hitler había comenzado su campaña contra la Unión Soviética y eso daba un respiro a los británicos, después de que hubieran frustrado la operación Seelöwe logrando mantener a raya a la Luftwaffe en la Batalla de Inglaterra. Los Estados Unidos aún permanecen "neutrales" (no será hasta diciembre cuando se produzca el ataque japonés a Pearl Harbor), aunque su ayuda había ido llegando por medio de la ley de "Préstamo y Arriendo", que significaba una apertura de créditos prácticamente ilimitados para utilizar en la defensa de sus "aliados". Pero esto no resuelve todos los problemas de los ingleses y es Churchill quien propone una reunión al presidente Roosevelt a la altura de las costas canadienses, al otro lado del Atlántico. El 4 de agosto de 1941, el Premier británico zarpa desde Scapa Flow, a bordo del "Prince of Wales", el más moderno acorazado de la flota inglesa, escoltado por un grupo de destructores. Con él, también viaja Harry Hopkins, consejero del presidente Roosevelt. Al alba del 9 de agosto, la flota telegrafía a Londres su llegada al destino y la intención de reunirse con el presidente norteamericano, a bordo del "Augusta", esa misma mañana.
Es una reunión donde se tratan todos los temas del momento, la marcha de la guerra en todos los frentes y también de la situación de las colonias. Punto espinoso, puesto que para muchos americanos Inglaterra seguía siendo una potencia colonial tan detestable como había sido detestada en la época de los padres fundadores y de la revolución. En el discurso se vislumbraba la idea de que los estadounidenses podrían ser convencidos de luchar por la libertad de los pueblos y por un mundo mejor, pero no de morir por el imperio de Su Majestad. Churchill soportaba los reproches sin expresar objeciones, aunque mantuviera guardadas algunas, reservándose volver a ellas en el momento oportuno. La reunión sigue el 10 de agosto y se traslada al acorazado inglés. El tono es similar: el idealismo americano choca con el cinismo británico. Resulta difícil resumir en poco espacio el alcance de las conversaciones entre ambas delegaciones. En cierto momento de las propuestas, se habló de alcanzar una paz tal que garantizara a todos la seguridad por mares y océanos, además de obtener el desarme de los potenciales agresores. Fue una discusión muy animada y varias veces tuvo que suspenderse para dar a todos ocasión de calmarse y reordenar las ideas. Los americanos tendían a confirmar su fe en un mundo en que la paz fuese asegurada por un desarme general. Los ingleses mantenían que eso no sería posible sin la institución de una "organización internacional eficiente", algo distinto a la Sociedad de Naciones. Una institución que se apoyase en Inglaterra y los Estados Unidos, vencedores de la guerra y por tanto garantes de la paz restituida al mundo. Sin embargo, el desacuerdo se mantuvo en este punto: Roosevelt dijo muy claramente a Churchill que los Estados Unidos no querían aventurarse a hablar de una "organización internacional", ya que esta fórmula evocaba el infausto espectro de la Sociedad de Naciones, en la que había fracasado el optimismo de Woodrow Wilson. Churchill objetó que si no se lograba imaginar algo que, valiéndose del prestigio y autoridad de las potencias vencedoras, hiciese de algún modo de gendarme de la paz, el mundo no estaría nunca tranquilo. Roosevelt asintió, pero solo aceptó una anodina alusión a la creación de un poco específico "sistema más vasto y duradero de seguridad colectiva". Faltaba por superar el escollo constante del colonialismo británico: De las palabras de la declaración americana "sin discriminación y sobre la base de la igualdad", la delegación inglesa pretendía suprimir "sin discriminación", porque eso supondría una clara ruptura del tratado de Ottawa, del que había nacido la Commonwealth (asociación de Estados que, libremente, habían decidido aplicarse mutuamente especiales tarifas de aduana favorables, "discriminando" así a todos los demás países). Los americanos juzgaban irrazonable la petición británica: en su país ninguno se conmovería por el Imperio británico. Sumner Welles intervino con estas duras palabras: "La opinión pública americana no logra borrar el hecho de que la Gran Bretaña sea el país más colonialista del mundo. Esta circunstancia la coloca a sus ojos casi al mismo plano que el Tercer Reich". Más adelante, y después de varias acusaciones mutuas (el colonialismo por un lado, el proteccionismo por el otro), Churchill no desperdició la ocasión y respondió a Welles: "La opinión pública internacional, señor secretario de Estado, ve en Inglaterra el país que sostiene por sí solo el peso de la guerra contra Hitler en nombre de la libertad". La situación no podía permanecer bloqueada por mucho tiempo, y después de unos días se logró llevar adelante las negociaciones. Como fuere, se había estado tratando sobre una cierta idea de la ONU. En el curso de las conversaciones también se habló de la situación de la Unión Soviética (solo para observar los oportunos elementos de orden militar) y, antes de separarse, los dos estadistas redactaron un mensaje común enviado a Stalin.
La última reunión se celebró el 12 de agosto. El acuerdo se logró fácilmente y la declaración común fue aprobada dos días después. Aunque en el momento ninguno de los dos firmantes pareciera darle un significado excepcional, el documento fue la base de una alianza mundial entre todas las naciones unidas contra el fascismo y nazismo, y pasó a la Historia con el nombre de "Carta del Atlántico". El documento contenía unos principios sobre los cuales las dos potencias afirmaban querer reconstruir el mundo una vez pacificado después de la destrucción de la tiranía nazi: 1) Libertad de expresión, 2) Libertad de religión, 3) Libertad de la necesidad, 4) Libertad del temor.
Y así lo plasmó Rockwell en cuatro célebres lienzos.
A veces uno encuentra lecturas, otras veces las lecturas lo encuentran a uno. Digo esto por una curiosa coincidencia que luego quedará explicada. Me gusta leer Historia. Las andanzas de los patéticos humanos a través de los siglos, siempre tropezando en las mismas piedras y poniendo la misma cara como si fuera la primera vez. Hace unos pocos días leía (de nuevo) acerca de un tal Cincinato, de nombre Lucio Quincio Cincinato. Y viene a cuento, con la que está cayendo.
Las gentes romanas de buena cuna tenían tres nombres. Como nosotros, que tenemos un nombre y dos apellidos, pero un poco distinto. Pongamos, por ejemplo, el caso de Nerón. Cuando nació, le pusieron el nombre de Lucio Domicio Enobardo. Lucio era su verdadero nombre, lo que sería entre nosotros el nombre de pila. Domicio servía para indicar la estirpe a la que pertenecía (la de los domicios) y Enobardo era el sobrenombre tradicional de la familia Domicia, y significaba literalmente "barba roja". Cuando su madre lo hizo adoptar por el emperador Claudio, su nombre cambió para llamarse desde entonces Tiberio Claudio Nerón. Y también en este caso, el primer nombre es el de verdad de la buena, mientras que Nerón (el nombre por el que más se le conoce) era el sobrenombre de la familia Claudia y quería decir algo así como "dios de la guerra". Volviendo a Cincinato, este nombre era un apodo que significaba "de cabellos rizados". Y allá a mediados del siglo V a.C., cuando Roma aún no era gran cosa, es cuando tienen lugar las particulares hazañas del héroe del pelo ensortijado.
A poco que se busque, se podrá leer en cualquier lugar acerca de la vida y obras de este personaje, así que no me extenderé en pormenores.
Cincinato era de familia noble (patricio, que decían ellos) y muy rico, pero su fortuna se evaporó a causa de un malentendido cuando su hijo fue acusado de haber cometido un asesinato. Para huir de la orden de detención y las vicisitudes del proceso, el hijo se alejó de Roma y dejó al padre en situación crítica: tuvo que desembolsar una pasta gansa para resarcir los daños y pagar la multa. Apenas le quedó un terreno y una pequeña vivienda junto al Tíber. Y allí me lo encuentran los enviados del Senado, arando su campo como un rústico más, cuando una situación peliaguda se cierne sobre Roma. Resulta que corriendo el año 458 a.C., los ecuos y los volscos (pueblos del centro de la península itálica, vecinos de los latinos y que, como "buenos vecinos" su principal entretenimiento consistía en darles por el saco) se levantan en armas contra Roma y son los ecuos quienes llegan a fumigarse toda la resistencia que algún incapaz dirigente militar romano consigue oponerles. Como Cincinato se había ganado buena reputación como cónsul, el Senado, después de la correspondiente votación, le propone el cargo de dictador. Hoy en día, escuchamos la palabra "dictador" y nos entra la cagalera con el recuerdo de siniestros personajes que copan el poder durante décadas. Pero según la ley romana, un dictador era un funcionario dotado de poder absoluto durante un periodo máximo de seis meses, designado en votación por el Senado en momentos muy difíciles y con el propósito de agilizar la toma de decisiones. Es decir, una muy provisional medida de urgencia. Bueno, pues hete aquí que Cincinato se presenta al día siguiente en el foro con la toga orlada de púrpura (la de dictador), se pone al frente de un ejército reclutado para la ocasión y aplica una táctica de cercar a los malosos enemigos (quienes a su vez tenían rodeados los restos del ejército romano inicial) con una empalizada en el monte Álgido. Allí tiene lugar la batalla decisiva. Al grito de "¡Sus vamos a meter tal golpiza que sus vais a defecar en los mismísimos calzones, so guiris!" (o algo similar), a los ecuos me los pillan entre dos frentes y se ven obligados a rendirse. Victoria romana por la vía rápida.
Y como ya es hora de ir recogiendo, vamos con algunas conclusiones.
- Conclusión número uno: Tomen nota, incompetentes señores políticos del siglo XXI. Aquí tienen el ejemplo de un tipo al que se le encarga que saque al país de una situación crítica, y va y lo hace. Sin campaña política para prometer el oro y el moro (promesas que no piensa luego cumplir) ni gaitas por el estilo. Res, non verba ("hechos, no palabras").
- Conclusión número dos: El cargo de dictador le permitía a Cincinato un mangoneo de seis meses, con su guardia de honor de lictores, sus banquetes en su honor, sus triunfos, sus restituciones... Pero a los seis días después de cumplida su misión, y habiendo dejado ya todo en su sitio, abandonó la toga de orla púrpura por sus ropas de campesino, dio las dimisiones y prefirió volverse a la vida humilde de su campo y su arado. De esta forma (y convenientemente agrandada su leyenda por Catón el Viejo), quedó el suyo como un ejemplo de entrega a su pueblo, de honradez y rectitud, sin enorgullecerse por los servicios prestados.
Y si salvar a tu país me parece ya algo heroico, el hecho de evitar sucumbir a las ambiciones personales en el cumplimiento del deber, y no quedarse a exprimir voluptuosamente las arcas del dinero público, es una hazaña estratosférica. Como mínimo.
Tomen buena nota también de esto, panda de malnacidos señores políticos.
De esta guisa, con fasces lictores en una mano y arado en la otra (foto inferior), se puede ver a Cincinato en una estatua que le dedicaron en la ciudad estadounidense de Cincinnati (en el estado de Ohio). Es evidente que el nombre de la ciudad está tomado del héroe romano. Al acabar la guerra de la independencia estadounidense, se creó la Sociedad de los Cincinnati, para honrar a personas como George Washington, que habían servido desinteresadamente en los días de la revolución americana.
Aquello fue muy emocionante. Por primera vez en nuestra Historia recibíamos un mensaje de una raza alienígena, la prueba de que no estábamos solos. Era un mensaje rudimentario e incomprensible, pero en él ya se adivinaba que otros seres semejantes a nosotros habitaban la inmensidad de la galaxia. El hecho de que fueran capaces de enviar noticias al espacio exterior era una muestra de su grado de desarrollo científico y tecnológico y nos hacía albergar la esperanza de una alianza común, de la posible unión de nuestros destinos en el devenir del cosmos. En aquel momento yo cumplía con un periodo de destino en la estación orbital del sistema ▒▓▒░▓▒▒░░░▒, dominado por una hermosa estrella azulada, apenas una avanzadilla de la exploración galáctica en este sector. La estación recibió el mensaje y solicitó instrucciones al Consejo Científico. Con rapidez se organizó una misión de reconocimiento al sistema del que procedía la comunicación, en las proximidades de donde nos encontrábamos (¡cómo imaginar que ellos estaban tan cerca!), en esta remota región de la galaxia en la que nunca se habían depositado muchas esperanzas de éxito. Sin embargo, ahora se convertía en el lugar más importante de nuestras observaciones.
Fui reclutado como asesor bio-científico de la misión y, al poco, embarcado en la nave que nos llevaría hasta el sistema ░░▒░▓▒, el del planeta del que procedía el mensaje. Fue un viaje no muy largo a través de un plegamiento espacial improvisado y un ambiente expectante invadió a toda la tripulación al salir del canal y contemplar nuestro destino a escasos ÐÆ de distancia. Escaneamos las proximidades del planeta y no detectamos ningún satélite artificial, ni estaciones orbitales. Posiblemente, esta raza aún no se había aventurado a la exploración espacial y tan solo llevaba unos pocos ciclos emitiendo señales a quien las pudiera recibir. El director de la misión ordenó al comandante de la nave proceder según el protocolo para esta ocasión: el crucero debía ocupar un lugar en la órbita del planeta con el valor estipulado de gravedad, y luego se situaría en las proximidades de la vertical sobre el lugar (calculado por los goniómetras de la comisión científica) desde el que se emitió la comunicación. Allí nos encontrábamos. Se trataba de un planeta hermoso, muy similar al nuestro en tamaño, atmósfera, configuración... Incluso la estrella amarilla de este sistema era como la nuestra, pero eso ya lo habíamos observado antes de partir. Solo ahora contemplábamos la enorme similitud. Como no teníamos datos de la ubicación exacta de la emisión de la señal, elegimos como punto de contacto una zona de costa, próxima al lugar, un brazo de mar entre el continente y una isla. Ignorábamos si podíamos ser detectados, pero el protocolo establecía en estos casos activar el camuflaje de todas las naves que intervinieran en la misión. El contacto debía ser posterior a un informe de observación.
En una nave auxiliar con el camuflaje activado, un representante del Consejo Científico, un piloto y yo nos disponíamos a realizar esa primera observación para elaborar el informe que posibilitara el contacto. Descendimos hasta la superficie del mar, de color azul grisáceo debido a la nubosidad. La rotación del planeta empezaba a permitir que la luz de la estrella llegara hasta la zona de amerizaje. Amanecía aquí abajo. La atmósfera había presentado algunas perturbaciones en la zona, en forma de vientos y precipitaciones de agua sobre el océano. Esto hacía que el mar no estuviera completamente calmado. Con mucha pericia, el piloto posó suavemente la nave sobre las aguas, no muy lejos de la costa. Las olas golpeaban en el casco.
Debíamos tomar una decisión, pero el piloto llamó nuestra atención hacia unas columnas de humo que se veían en la costa. Ascendían desde lo que parecían construcciones realizadas por seres inteligentes, demasiado geométricas para ser caprichos naturales en una playa de arena. Al otro lado y en la lejanía, unas estructuras que se dirían metálicas, por el brillo que delataba su constitución, flotaban serenas sobre el agua de aquel mar salado. De pronto percibimos un estruendo, como sonido de golpes percutiendo en el aire. Detonaciones que perturbaban la paz de la mañana. Luego, el silbido de fragmentos de algún material que sobrevolaron con gran rapidez por encima de nuestra posición. Algunos de esos fragmentos impactaron en las construcciones provocando explosiones, llamaradas y más columnas de humo. No sabíamos qué estaba pasando, pero esto podría poner en peligro la misión. Esperamos en el interior de la nave, tratando de calmarnos por lo sucedido. Tiempo después, el piloto nos avisó de un avance de lo que parecían ser pequeñas naves hacia nuestra posición, procedentes de las estructuras flotantes... Una cantidad abundante de estas naves surcaban la superficie del agua a nuestro encuentro. ¿Quizás el contacto se produjera antes de lo previsto? ¿Cómo era posible haber sido avistados a pesar de un camuflaje de última generación? El momento había llegado y estábamos llenos de alegría y excitación, a pesar de que los planes no discurrían según lo previsto.
Pero en ese instante, el piloto nos indicó que las naves no se dirigían exactamente hacia nuestra posición. Con el rumbo que llevaban, pasarían cerca de nuestro flanco, pero seguirían su camino. No nos habían visto. Y así fue. Esas pequeñas naves sobre el agua se dirigían a la playa. Pude ver una de ellas. Tenía forma de zapato y llevaba dos inscripciones sobre su casco grisáceo: un símbolo solitario a manera de figura con cinco puntas y de color blanco, y otro símbolo más complejo, también en color blanco, con una forma que pude memorizar: PA33-4. Desde la costa se lanzaban a gran velocidad otros fragmentos sobre el mar. Algunos se hundían sin más consecuencia que grandes salpicaduras sobre la superficie, pero otros impactaban en las naves y las destruían, provocando llamaradas y arrojando por los aires cuerpos destrozados de los seres de aquel planeta que iban embarcados en las naves. No entendíamos lo que estaba pasando, pero la escena era terrible. Cuando las naves llegaban a la playa, esos seres se dispersaban sobre la arena y todo se convirtió en una sucesión ensordecedora de ruidos, fuego y destrucciones. La playa y el mar se fueron tiñendo de rojo.
Lo que observamos nos dejó muy perturbados. Decidimos volver al crucero para informar de lo que habíamos visto. Ya en la nave y después de conversaciones y deliberaciones, el representante del Gran Consejo concluyó que debíamos abandonar ese planeta para siempre. Al parecer, extrañas y olvidadas leyendas de nuestra raza contaban que una especie anterior a nosotros había asolado nuestro planeta en lo que se llamó las Edades Míticas, en una sucesión de guerras aniquiladoras. Nadie comprendía ya el significado de los términos. Palabras como guerra, odio, batalla, asesinato, masacre... habían desaparecido del bagaje léxico de nuestra especie. Y así había seguido en toda nuestra Historia. Esa forma de hablar ya solo pertenecía a aquellos inquietantes cuentos ignorados, enterrados en edades de las que ninguno de los nuestros comentaba nada. Este era nuestro primer contacto con remotísimas leyendas que se pensó que no tenían fundamento real...
Desolados, volvimos a la estación orbital y retiramos de nuestros mapas estelares cualquier posible ruta que pasara por el sistema ░░▒░▓▒, comprendiendo que aquellos seres autodestructivos se extinguirían antes de emprender la colonización de la galaxia.
Volvíamos a estar solos en el espacio.
D-day: 6 de junio de 1944
Han pasado ya 68 años desde una de las fechas clave de la Segunda Guerra Mundial en la liberación de Europa
(¿o quizás la oportunidad perdida de contactar con otros compañeros galácticos en Omaha beach?)
(amarrado a puerto en pleno temporal) · ··········"El vano ayer engendrará un mañana ··········vacío y ¡por ventura! pasajero, ··········la sombra de un lechuzo tarambana, ··········de un sayón con hechuras de bolero; ··········el vacuo ayer dará un mañana huero".
····················(Antonio Machado, 'El mañana efímero', 'Campos de Castilla', 1912)
En "Ab urbe condita libri" (o las "Décadas") nos relata Tito Livio la historia que posteriormente dará origen a la expresión poner la mano en el fuego. En la Roma de mediados del siglo VI a.C., el fin de la dinastía tarquinia sobrevino con la revolución que llevó a la expulsión de su último rey, Tarquinio el Soberbio, y a la proclamación de la República, capitaneada por dos cónsules: Lucio Juno Bruto y Lucio Tarquinio Collatino (quien, aun siendo personalmente honesto, también será expulsado de Roma por su pertenencia a la familia real recién depuesta del trono). Pero Tarquinio el Soberbio no se resignó a la pérdida de su cargo en Roma y persuadió al etrusco Lars Porsena, rey de Clusium (actual Chiusi), a marchar con un ejército contra la ciudad que le había derrocado. Al acercarse los enemigos, los romanos se aseguraron el apoyo de la plebe concediéndoles la exención de ciertos tributos, y se prepararon para la defensa. Finalmente, en el relato de Tito Livio, Porsena decidió dejar en paz a los romanos, enviar embajadores, pese a las protestas de Tarquinio, y retirarse. El motivo fue el asombro que le produjo el valor demostrado por Cayo Mucio, y la sorpresa por la revelación de que otros cuatrocientos jóvenes en Roma estaban decididos a imitar su ejemplo.
¿Qué sucedió? Un joven romano llamado Cayo Mucio, previendo el fatal desenlace que para su ciudad podría tener el férreo asedio etrusco, decide infiltrarse en el campamento de Porsena para asesinarlo y desnivelar la balanza a favor de los sitiados. Avisando al Senado de Roma (para evitar la acusación por desertor) y debidamente ataviado como etrusco, se cuela en la tienda de Porsena y, con las prisas del momento por la posibilidad de ser capturado, descarga el golpe sobre la persona equivocada (confundió las ropas del tesorero real con las del propio rey), que es mortalmente herida con el puñal de Mucio clavado en el pecho. Inmediatamente, el romano es apresado e interrogado. Porsena lo amenaza con ser torturado por el fuego de las antorchas que alumbran en la noche, si no revela su verdadera identidad, sus intenciones, sus cómplices... En un descuido de los soldados etruscos, Mucio se zafa de sus captores y mete su mano derecha (la que falló el golpe) en los carbones encendidos de un gran brasero que estaba próximo. Mientras el fuego va consumiendo la carne de la mano, Mucio exclama una frase: "Poca cosa es el cuerpo, para quien solo aspira a la gloria". Y no solo eso, sino que confiesa a Porsena que en Roma otros cuatrocientos jóvenes con igual coraje que él han jurado dar muerte al etrusco. Una mentira del romano, pero que (ante una puesta en escena tan efectista) es creída por el rey, y sirve como detonante para la retirada de los sitiadores.
Cayo Mucio es liberado por su muestra de valor, y en Roma será conocido con el sobrenombre de Scévola (es decir, zurdo) por el inestimable sacrificio de su mano derecha.
El gesto de Mucio Scévola, que se deja quemar la mano por haber errado el golpe, es puramente legendario, aunque lo relate el historiador Tito Livio. Igualmente figurado es ese poner la mano en el fuego que, de ser literal, tantas manos maltrechas dejaría. No hay que engañarse: poner la mano en el fuego es sinónimo de quemársela. No hay ordalía que valga. La cuestión es si merece la pena quemársela o no: si hay un motivo glorioso para entregar ese miembro (porque ya dijo el maestro galileo que es mejor perder un ojo o una mano si el final es un lugar de gloria) o si no existe nada digno de tamaño sacrificio. Y esa duda es lo inquietante.
Se acumulan decepciones, se pierde equipaje de valores, se gana desconfianza, desilusión, desencanto. Tantas veces se ha sufrido la quemazón del desengaño... Fuego que provoca incendios, que consume voluntades y abrasa esperanzas. Y si se habla de Roma, podemos hablar de nuestra Roma particular, de nuestra piel de toro. Será como dice Machado, que esta España solo embiste cuando (al fin) se digna a usar la cabeza. Queda tanto camino por recorrer, tantas cosas que aprender, tanta siembra que todavía espera la estación...
Pero...
Por otra parte, una estirpe de audaces, un linaje de héroes que no se dejan abatir por frustraciones, que no escarmientan en la desesperación, todavía tienen manos que poner en el fuego. Ellos mismos son como el fuego y no temen quemarse. Fuego versus fuego, fundiéndose con un estremecimiento.
Su vida es pasión, inmune al desaliento.
Y la pasión se hizo fuego y habitó entre nosotros.
La Tierra ya no es plana ni todo gira a su alrededor: Sigmund Freud asegura que el sexo ha ocupado ese lugar... En la despedida de su Armada, el monarca Felipe II se muestra optimista: "Si no caneamos a los ingleses, me hago luterano", ha dicho entre el alborozo y las risas de la concurrencia... Iósif Stalin: decidido a abandonar su cargo y convocar elecciones en la URSS, ante el inminente final del conflicto europeo... 500 millas de Indianápolis: los neutrinos a punto de batir la supremacía de los fotones... Tras el incidente de Bosworth, Ricardo III demanda a la compañía local de taxis, exigiendo una indemnización de cuatro millones de libras... Johannes Gutenberg estudia aceptar la suculenta oferta de Epson y abandonar su relación con Hewlett Packard... Crónicas de Manhattan: Eva arroja la manzana, golpea en la cabeza de Isaac Newton, rebota y es atrapada por Steve Jobs, quien le da un mordisco para luego colocarla sobre la cabeza del hijo de Wilhelm Tell... Ajuste de cuentas en la costa de Turquía: Héctor mata a Patroclo, Aquiles mata a Héctor, Paris mata a Aquiles, pero las autoridades no llegan a tiempo para detener al joven... El Cuerpo de Mosqueteros de la Guardia nombra director de recursos humanos al soissonneais Alexandre Dumas... El físico Erwin Schrödinger anuncia la próxima apertura de su caja después de la gran presión ejercida por la Asociación de amigos de los gatos de la ciudad de Graz... Técnicos bizantinos han contrarrestado el efecto del virus informático lanzado por hackers otomanos y que amenazaba sus sistemas de defensa: se prevé un aplazamiento indefinido del efecto renacimiento... Después de desechar el cilindro y la esfera, las obras del panteón familiar del monarca egipcio Zoser comenzarán el próximo mes, de acuerdo a las declaraciones de su arquitecto Imhotep... Derbi de Kentucky: contra todo pronóstico, se proclamó vencedor Marengo, por delante de Bucéfalo y Babieca, con Pegaso y Caballo-de-Troya descalificados por conducta antideportiva... El rey Midas dona su mano a la Sociedad Alquímica Internacional... El representante de Laika afirma que solo unos flecos en el contrato son el último obstáculo para concretar su fichaje por la NASA... El Ministerio de Sanidad Azteca muestra su satisfacción por el galardón que ha recibido el Tenochtitlan Medical Center, al encabezar el ranking mundial de trasplantes de corazón... Información bursátil: tras la feroz campaña publicitaria emprendida por la firma Ulises & Associates, la naviera Ítaca Transmediterránea S.A. duplica el valor de sus acciones... Ola de vandalismo: sigue abierta la investigación sobre el paradero de dos individuos que en el día de ayer provocaron graves destrozos en un molino de viento situado en un lugar de La Mancha cuyo nombre no ha sido facilitado a esta redacción...
Y yo sigo, un día más, sin tener noticias tuyas...
(cuatro viñetas de la versión en castellano de "Astérix y los Godos")
La primera vez que escuché eso de "canciones con ventana" fue (creo recordar) en el programa de radio La gramola, de la emisora M80. De esto hace ya bastante tiempo. Me gustó la expresión. Viene a sugerir que hay canciones que son como una ventana a nuestros recuerdos. Escuchamos las notas y eso nos transporta por arte de magia a la contemplación de un paisaje recurrente que está ya indisolublemente asociado a la melodía. Generalmente, son buenos recuerdos, experiencias que nos han marcado o momentos que llevamos en nuestro equipaje vital de forma permanente, aunque no sepamos el motivo.
Por casualidad, hace unos días volví a escuchar una canción que ya tenía olvidada, y descubrí que era de las que tienen ventanita incorporada para asomarse a otro lugar en otro tiempo. Es una canción del grupo Olé Olé (del momento en que Vicky Larraz dejó el grupo y la cosa fue derivando con los años a una especie de Marta Sánchez y sus mariachis), titulada Lili Marleen y que está basada en un antiguo poema de un soldado alemán. Al oírla, recordé los días en que la familia nos vinimos a vivir a Coruña, las varias mudanzas, las cajas llenas de cosas, la novedad de un destino lejos de mis amigos de toda la vida y de mis años adolescentes, la lluvia y el cielo gris, los nuevos olores de una humedad que todo lo impregnaba... en definitiva, etapa de cambios drásticos. Nada que ver con la letra de la canción, sino con lo vivido en los días en que esa canción estaba en el aire.
La canción en sí también tiene su propia historia, mucho antes de convertirse en la versión pop ochentera que acabo de mencionar. El soldado Hans Leip había escrito un texto para recordar a su novia, allá por los años de la Primera Guerra Mundial, como despedida después de ser enviado al frente ruso. Pero fue en 1937 cuando el compositor Norbert Schultze puso la música al poema de Leip, titulado Das Lied eines jungen Soldaten auf der Wacht ("La canción de un joven soldado de guardia"). Sin embargo, esta canción (que recibió otro título distinto al actual: Das Mädchen unter der Laterne, "La chica bajo la farola") no tuvo ningún éxito remarcable en los días inmediatos a su lanzamiento. Pasados los años y entrada la Segunda Guerra Mundial, las cosas cambiaron.
En la primavera de 1941, apenas conquistada Belgrado por los nazis, el Alto Mando alemán ordenó reparar las estructuras de la que había sido la radio yugoeslava y reforzar las instalaciones. Rápidamente, la estación de Radio Belgrado se hizo una de las más potentes de Europa y fue destinada exclusivamente a transmitir programas en lengua alemana, para los soldados del Tercer Reich en todas partes, desde el norte de África hasta Noruega, desde la Unión Soviética hasta los Pirineos. En Radio Belgrado, una tarde, alguien escogió distraídamente un disco (había sido llevado hasta allí por un oficial del Afrika Korps destinado a Belgrado, después de que la balada fuera adoptada, por el éxito que tuvo entre los soldados de Rommel, como canción de la compañía) pero que hasta entonces no había llamado la atención de nadie en la emisora. Era una de tantas canciones inspiradas en la guerra, pero no estaba seleccionada en el grupo de las escogidas por el programa destinado a elevar la moral de la tropa, transmitido todas las noches a la hora de mayor audiencia. Esta canción tenía, en efecto, poco de heroico y mucho (demasiado) de nostálgico. Su título ya era Lili Marleen y contaba la historia de una muchacha esperando bajo un farol ante un cuartel, y de la ilusión de un soldado de poder estar un rato con ella. La cantaba Lale Andersen, una cantante de voz débil, un poco ronca, más de cabaret que de canción de amor. El éxito de Lili Marleen fue inmediato. Avalanchas de cartas inundaron Radio Belgrado y todas las otras estaciones alemanas solicitando que transmitieran otra vez esta canción que había impresionado la fantasía de tantos jóvenes solos y lejos de casa. Pronto el fenómeno llamó la atención del Ministerio de Propaganda, y el mismo Goebbels quiso escuchar la canción. Su sentencia fue negativa: la canción solo podía influir desfavorablemente sobre la moral de los hombres y por eso debía ser eliminada del repertorio destinado a las tropas. No obstante, las protestas fueron tantas que no fue posible prescindir del disco. Radio Belgrado llegó al punto de transmitir Lili Marleen todas las noches a la misma hora (a las 21 horas 57 minutos, como cierre de su programación) y Lale Andersen, con voz que parecía venir del más allá, fue la cantante más famosa de Alemania: la chica con la que todas las noches un soldado alemán tenía una cita.
Pero Goebbels llegó a descubrir que la Andersen tenía rastros de sangre judía en sus venas y utilizó ese descubrimiento para hacer que, a través del prejuicio, sus admiradores le volvieran la espalda. Ella lo pagó demostrando cada vez más abiertamente sentimientos antinazis.
El éxito de Lili Marleen no fue solo un fenómeno entre los soldados alemanes. La potencia de la emisora de Radio Belgrado permitía que también los soldados aliados escucharan la canción y terminaran por adoptar la melodía al otro lado del frente. ¡Qué sorpresa para los soldados alemanes cuando escuchaban tararear la canción de Lale Andersen a los prisioneros aliados!
Ahora que veo la versión de Olé Olé, me parece que todo ha envejecido demasiado rápido. O que algunos hemos nacido en el Pleistoceno...
"Espero que te podré confiar todo, como nunca he podido hacer con nadie, y espero que serás para mí un gran apoyo".
(primeras líneas del diario de Anne Frank)
Es posible que en las edificaciones de otros países no haya nada que se pueda equiparar a una trascasa, un tipo de alojamiento que es muy frecuente en las más antiguas viviendas holandesas. Se le llama het Achterhuis(la trascasa, el anejo, la casa de atrás) y se trata de la parte de un edificio que da al patio o al jardín interior y que está completamente separada (también para el agua y los servicios) del resto de la casa, aunque ambas partes se comuniquen por una puerta. La trascasa de la Prinsengracht, en Amsterdam, el lugar que sirvió de refugio a Anne Frank y otras siete personas durante veinticinco meses, estaba formada por dos cuartos, más un almacén y un trastero con una ventana que daba al tejado. La puerta de acceso quedaba escondida tras una estantería.
En el verano del 42, el Comisario del Reich para Holanda, Arthur Seyss-Inquart, ha prohibido a los judíos que se muden o que se alojen con otros judíos. Con una orden del 30 de junio ha impuesto que los judíos no salgan de sus casas entre las 8 de la noche y las 6 de la mañana, y que durante ese tiempo no hagan visitas ni dejen las ventanas abiertas. La orden les prohíbe también tener teléfono, usar las cabinas telefónicas públicas, entrar en ciertos barrios de Amsterdam y comprar en los mercados. En los trenes, los judíos deben quedarse en pie hasta que todos los viajeros arios hayan encontrado sitio para sentarse. Todos los judíos estaban obligados (desde comienzo del año) a llevar sobre su ropa la estrella amarilla de seis puntas con la inscripción Jood. En este ambiente, y con la expulsión de Anne (por orden de la autoridad) de la escuela Montessori de la Nierstraat, Otto Frank comprendió que se avecinaba el momento en que los 100.000 judíos holandeses (todos ya localizados y fichados por la policía) no podrían evitar la deportación. Solo quedaba encontrar un escondite y organizar un plan para desaparecer de la escena hasta la liberación de Holanda.
Het Achterhuis fue el título con el que Otto Frank (padre de Anne y único superviviente de los ocho refugiados) publicó, unos dos años después del fin de la guerra, en 1947, la colección de pensamientos de su hija, obra que hoy conocemos como El Diario de Ana Frank. La primera anotación en ese diario corresponde al día 12 de junio de 1942, en que la más joven de los Frank cumplía los 13 años. El 7 de julio del 42 queda registrado en el diario el ingreso en la trascasa. La última anotación será la del 1 de agosto de 1944, tres días antes de que agentes de la Grüne Polizei, bajo el mando del brigada de la Gestapo Karl Silberbauer, asaltaran la Achterhuis y detuvieran a sus ocupantes. Aquel 4 de agosto, a la altura del número 263 de la Prinsengracht, ante el almacén de la empresa de ultramarinos "Kohen y Cía., importación de gelatinas de fruta para confituras" (un edificio de cuatro pisos tras el que se distinguía la grácil silueta de la iglesia de Wester, donde está sepultado Rembrandt), a los cuatro hombres de la Policía de Seguridad holandesa les está esperando el delator Willen Gerard van Maaren para indicarles el refugio de los ocho judíos. En el edificio está Victor Kugler (colaborador en el plan clandestino, junto a la secretaria Miep van Santen y la mecanógrafa Elli Vossen, además de Johannes Kleiman, otro de los empleados de Otto Frank, a quienes ya en el otoño del 41 les había cedido su empresa "Travis" de importación y elaboración de gelatinas, para que los alemanes no la hubieran confiscado como propiedad perteneciente a un judío), que es sorprendido por los agentes y llevado ante la estantería de marras en una gran habitación vacía en el tercer piso. Se le ordena retirarla, Kugler insiste en que no hay nada en ese lugar y es Silberbauer quien la retira a empujones. Tras aquella estantería estaba la puerta secreta y, tras ella, Anne Frank (de quince años), sus padres, su hermana Margot, los van Pels (padre, madre e hijo, llamados van Daan en las páginas escritas por Anne) y el dentista Fritz Pfeffer (con el nombre de Albert Düssel en el diario). Cuando la salvación parecía ya tan próxima, con los aliados rebasando Florencia, los rusos llegados al corazón de Polonia y los americanos cercando París, ocurre el más sombrío de los desenlaces y los refugiados son descubiertos. Han soportado más de dos años de reclusión para evitar la deportación a los campos de exterminio, pero ahora se ha esfumado toda posibilidad de escapar a un cruel destino.
Para la joven Anne Frank y el resto del grupo comienza un macabro peregrinaje. Kleiman y Kugler también son encarcelados, pero lograrán salvarse. Los ocho arrestados son enviados al campo de recogida de Westerbork. Momentos de esperanza: dicen que en Westerbork no se está tan mal y los aliados avanzan victoriosos en todos los frentes. Después de veinticinco meses de encierro, tienen la impresión de estar haciendo una excursión. Westerbork es un pueblecito al norte de Holanda y a unos 50 kms. de la frontera con Alemania. Pero la realidad es que Westerbork está dirigido por el jefe de la policía SS en Holanda, general Wilhelm Harster, que trata con especial dureza a los judíos que (como Frank) se habían sustraído a la captura. Agosto de 1944 está acabando. Los internados de Westerbork viven para el único pensamiento de una próxima liberación. Los ejércitos rusos han penetrado aún más en Polonia y los nazis no podrán seguir trasladando deportados a Auschwitz, Majdanek ni Treblinka. París acaba de caer y los aliados avanzan por Bélgica. Por desgracia, no es bastante. El 3 de septiembre se toma Bruselas, el día siguiente Amberes y el 11 se llega a la frontera alemana cerca de Aquisgrán, pero el último convoy de Westerbork ha partido ya la madrugada del 3 hacia la deportación y el exterminio. La noche del 7 de septiembre, llega a Auschwitz. Allí, hombres y mujeres son separados. Las mujeres de la familia Frank son recluidas en el bloque 29 del campo femenino de Birkenau. Anne debe conocer todavía lo peor. En Auschwitz está unos dos meses y después de un par de selecciones, es rechazada y enviada a Bergen Belsen junto con su hermana Margot. Bergen Belsen, en la Baja Sajonia, entre Berlín y Hamburgo, estaba constituido por cuatro pequeños campos y fue quizás el peor de todos los campos de exterminio. La escasísima dieta alimenticia llegó a provocar centenares de casos de canibalismo y las enfermedades se extendían con rapidez. El tifus petequial estaba tan difundido que los ingleses, al liberar el campo, se vieron obligados a destruir con lanzallamas las tiendas y los pocos barracones del recinto.
En este ambiente se quebrantó al fin el espíritu de Anne Frank. La niña que, como había escrito en su diario, tenía aún confianza en la vida y en la íntima bondad del hombre, confianza en la posibilidad de que tras la tormenta (que también acabaría con ella) volverían al mundo la serenidad y la paz, termina ahora por desesperar de la condición humana. Son escasos los testimonios sobre ella en Bergen Belsen. Lies Goosens Pick, amiga de la infancia de Anne, fue la última que la vio viva. Después de Margot, Anne falleció, tronchada por la fiebre tifoidea y por el dolor de perder a su hermana, a finales de febrero o, lo más probable, en marzo de 1945 (se señala la fecha del 12 de marzo de 1945, ayer se cumplían 66 años, como la más exacta). Sucedió pocos días antes de la liberación del campo. Anne no llegó a cumplir los dieciséis años.
A pesar de que la más siniestra, inimaginable e implacable máquina para triturar vidas engendrada por la locura humana acababa de cobrarse una nueva víctima, la voz de Anne Frank no se había apagado. A centenares de kilómetros, entre los muros ennegrecidos de la trascasa de la Prinsengracht donde había vivido escondida veinticinco meses, las fieles Elli y Miep habían encontrado en el abandonado desván el cuadernillo rosa que Otto había regalado a su querida hija en el día de su cumpleaños, en aquel ya lejano junio del 42. Ese extraordinario documento humano que nos legó Anne es el relato sencillo e intenso de tantas jornadas de reclusión, a través de los pensamientos, amistades, relaciones, ideales, conflictos, sentimientos, confidencias, experiencias... de una persona fascinante con grandes deseos de vivir.
Miércoles, 3 de mayo de 1944
Con frecuencia he estado abatida, pero nunca desesperada. Considero esta vida clandestina como una aventura peligrosa, pero romántica e interesante. Me consuelo de las privaciones entreteniéndome en describirlas en mi diario. Me he propuesto llevar una vida diferente de las otras chicas, y después, de las amas de casa corrientes. Este es un buen comienzo de una vida interesante, y por eso, aun en los momentos más peligrosos, tengo que reírme del lado humorístico de la situación. Soy joven y poseo muchas virtudes aún escondidas, soy joven y fuerte y vivo esta gran aventura, estoy en pleno centro, y no puedo pasar el día lamentándome. La naturaleza me ha favorecido dándome un carácter feliz, jovial y enérgico. Cada día siento que mi mente madura, que la liberación se avecina, que la naturaleza es bella, que la gente en torno a mí es buena y que esta aventura es interesante. Luego, ¿por qué tendría que desesperarme?
"No entiendo lo que hago; porque no hago lo que quiero, sino lo que detesto, eso hago".
(Carta de Pablo a los Romanos, cap. 7: 15)
A los niños se les cuentan cuentos de cerditos, de niñas que van por el bosque, de cabritillos, de pastorcillos... y el malo siempre es el lobo. En los tiempos en que vivimos, los peques seguramente nunca han visto un lobo, pero ya tienen asumido que ese animal tan parecido a un perro (de hecho, perros y lobos comparten especie) es la encarnación del mal. No han visto un lobo porque los tenemos casi en extinción, aunque no podamos decir lo mismo de ese mal, que el Canis lupus en versión salvaje parece representar...
En su obra Leviathan, Thomas Hobbes nos dejó escrito aquello del homo homini lupus(el hombre es un lobo para el hombre). Nada nuevo. Apenas es un resumen de una sentencia de Plauto, de muchos siglos antes: Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit(Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro). Hay algo llamativo en estas citas: es tan sólo la desmedida ambición humana (los hombres crían muchas ovejas, los lobos comen algunas ovejas... aunque los lobos también comen algunos conejos, los conejos comen hierba y las ovejas también comen hierba, ¿captan ustedes la cantidad de conflictos de intereses aquí representados?) la que convierte al lobo en modelo de abyección y maldad. Los lobos, ese mal que nos acecha, son apenas unos animales que lo único que han hecho ha sido intentar sobrevivir de la precisa forma en que su instinto les ha programado, cada vez más arrinconados en su propio medio. En la lucha entre los humanos y los lobos, ¿quién es el que desempeña la competencia más desleal, quiénes de ambos persiguen fines más naturalmente lícitos?
Bueno, dejemos a los lobos. Los niños apenas los conocen, por más que les amenacemos con que están por venir o aunque los hagamos villanos protagonistas de relatos. Quedémonos con el sentido de la frase: el ser humano es la bestia más terrible a la que deben temer los propios seres humanos. La lectura de cualquier libro de Historia (pasada o reciente) nos ilustrará convenientemente acerca de los horrores de que somos capaces como especie, contra nosotros mismos y contra todo lo que se menee (o incluso aunque no se menee). Pero, para Hobbes, el hombre no es sólo un capullo egoísta, sino un ser racional. Y es su racionalidad la que debería hacerle superar el desorden y la inseguridad. Con este fin, para solventar los riesgos que para su propia integridad supone el estado natural (¿quién lo diría?), el individuo cede algunos de sus derechos en favor de otro ente nuevo que aparece como parte de este contrato: la República o el Estado. Es por esa necesidad de orden y seguridad que Aristóteles define al hombre como un animal político (es decir, sociable). Pero... ¡como si los lobos no cazaran en manadas! La solución de la comunidad como garantía del fin de los problemas generados por el egoísmo humano resulta ser una quimera: el Estado no deja de ser un conjunto de personas. Y la experiencia de siglos demuestra que los Estados no se comportan como algo nuevo, una nueva figura desprendida de los vicios perniciosos que derivan del egoísmo individual, sino como una suma de esos egoísmos. De ahí el fracaso de tantas y tantas iniciativas de vida idílica en comunidades. La suposición de una bondad natural en los seres humanos (y que esa bondad se antepondrá altruistamente a otros intereses particulares) es la piedra de tropiezo de estas iniciativas y es también la eterna fisura en mi fe socialdemócrata... Las lecturas sobre el devenir de los socialismos utópicos, con sus falansterios, familisterios, granjas cooperativas y demás, resulta reveladora. ¡Y qué decir del comunismo y sus derivados: ninguna otra ideología, ni doctrina política, filosófica o religiosa ha dejado un número tan elevado de víctimas por el camino! Si los individuos eran lobos, los Estados acaban transformándose en jaurías. Cualquier herramienta útil de la que pueda echar mano el poder establecido servirá como pretexto en favor de la depredación y el control de los demás miembros de la gran manada global, a la vez que será utilizada como justificación de cualquier actuación. Herramientas como la formalización e imposición de una ideología, una controladora religión organizada, la elección de un eterno enemigo que sirva como foco para distraer la atención de otros asuntos... ¡o lo que sea! Y los conflictos prosiguen, individuo contra individuo, Estado contra Estado, todos contra todos: países desarrollados esquilmando sin remordimientos a países pobres, individuos compitiendo frenéticamente por más cotas de poder o de riqueza, empresas cuyo único objetivo es lucrarse sin importar las consecuencias ni a costa de qué...
Decía Richard Feynman que la realidad debe estar por encima de las relaciones públicas, porque la Naturaleza no puede ser engañada. Quizás no sea muy alentador, ni algo que gusta escuchar, la idea de que en el interior de las personas bulle el germen de la autodestrucción como consecuencia de un egoísmo innato; pero es una necedad tratar de engañar a la realidad o atribuir el mal a seres fuera de nosotros, sean lobos, sean extraños monstruos... Nos cansamos de buscar y estigmatizar al enemigo externo, y no deja de ser una forma de acallar la propia conciencia, sabedora de que el gran enemigo vive dentro.
Lo saludable, lo sensato, sería comenzar asumiendo quiénes somos realmente y, a partir de ahí, tirar pa'lante ...pero teniendo bien claro, cuando surjan los problemas, que no hay que mirar hacia otro lado para buscar a los responsables, sino que su origen está aquí mismo.
Mirando fotos de personas anónimas engranadas (trituradas quizás) en las ruedas dentadas que han mantenido el movimiento de las últimas décadas de nuestra historia, suelo preguntarme qué habrá sido de ellas. Soldados derrotados, civiles amedrentados, niños, mujeres, hombres, ancianos... Algunos de ellos ya no estarán, aunque sus imágenes sigan para siempre como parte de esa historia de todos. Los demás aún seguirán en este mundo, es posible que como lobos para otros... o es posible también que hayan aprendido una nueva forma de vivir.
niño inglés sobre los restos de su casa, durante los días de los bombardeos alemanes sobre Londres, de 1940 y 1941
Aunque los preparativos de la operación Overlord (el desembarco aliado en las playas de Normandía a finales de la primavera de 1944) estuvieron suficientemente revestidos de silencio y reserva, los alemanes no permanecían tan a oscuras como se podía creer. En realidad, sus servicios secretos habían conseguido noticias importantes, si bien no habían logrado enlazarlas y valorarlas exactamente. La indicación más importante había sido recogida por la Abwehr, el servicio secreto del almirante Canaris, gracias a la delación de un miembro de la Resistencia francesa. El traidor refirió a los alemanes que los aliados anunciarían el inminente desembarco a los guerrilleros mediante la transmisión de algunos versos de Verlaine. Los versos convenidos -dijo el traidor- eran los siguientes: Les sanglots longs / Des violons / De l’automne / Blessent mon coeur / D’une langueur / Monotone. Según explicó el espía, los aliados emitirían los tres primeros versos del poema, junto con otros, en los días precedentes al desembarco. Pero cuando emitieran la segunda parte, quería decir que el desembarco se efectuaría dentro de las cuarenta y ocho horas siguientes.
La información resultará exactísima y será el último servicio prestado por Canaris a Alemania, porque poco tiempo después el misterioso almirante será destituido de su cargo y la Abwehr será disuelta por orden de Himmler. En todos los escondrijos de Francia, las fuerzas de la Resistencia están a la espera. Es extraño y a la vez increíble que, en el momento de mayor tensión, Francia esperase como señal salvadora los versos de uno de sus poetas malditos.
El servicio secreto alemán había advertido a todos los puestos de escucha de la costa francesa que la transmisión de la segunda parte de la poesía de Verlaine podía significar que el desembarco era inminente. En especial, se había dado la alarma al coronel Meyer, que dirigía la sección de información del XV Ejército en Calais. La noche del 5 de junio, a las 22:30 horas, el coronel Meyer saltó de su asiento: la radio aliada había empezado a transmitir los versos finales de la estrofa del poema de Verlaine. Aquí está, pensó excitado el coronel, todo concuerda. Él mismo había logrado escuchar los días anteriores, mezclados con otros mensajes destinados a la Resistencia, los primeros tres versos de la Chanson d’automne. Inmediatamente corrió a avisar al mando del XV Ejército, al mando del Grupo de Ejércitos B de Rommel y finalmente al mando de Von Rundstedt, que a su vez pasó la noticia al general Jodl, en el Cuartel General de Hitler. Pero todo fue inútil. Probablemente, los jefes no tomaron en serio la cosa. Jodl, por ejemplo, no dio la alarma porque pensó que la habría dado Von Rundstedt, y este último se comportó del mismo modo suponiendo que ya lo habría hecho el puesto de mando de Rommel. Por consiguiente, aunque el destino hubiera concedido a los alemanes una pequeña chance, a lo largo del frente costero no sucedió absolutamente nada. Sólo el XV Ejército fue puesto en estado de alarma a petición del inquieto coronel Meyer. El VII Ejército, que a las dos horas recibiría el primer tremendo impacto de la invasión, ni siquiera fue avisado. Sus soldados estaban en el más profundo sueño.
La noche del 5 al 6 de junio de 1944, la más formidable armada de todos los tiempos navegaba hacia Francia. Desplegados en un frente de 35 kilómetros, 4.126 barcos de transporte, protegidos por 13.000 aviones y escoltados por 702 naves de guerra, llevaban hacia las playas de Normandía la primera oleada de las fuerzas de desembarco.
"Jesús le dijo: Nadie que haya puesto su mano en el arado y mira hacia las cosas de atrás, es idóneo para el reino de Dios".
(Evangelio de Lucas, cap. 9: 62)
El dado ha sido lanzado. Suetonio nos cuenta que éstas fueron las palabras que Julio César les soltó a sus tropas en el momento de cruzar el río Rubicón. Era un antes y un después. El después suponía la rebelión contra la autoridad del Senado Romano y el estallido de la guerra civil contra los pompeyanos.
Evitando los latines, en castellano tenemos otra expresión similar: Quemar las naves. No es necesaria explicación, todo el mundo entiende lo que quiere decir. En su sentido más literal, se trata de la eliminación de cualquier medio que permita una deserción o una retirada. Al parecer, en el año 335 aC, Alejandro Magno arribó a las costas de Fenicia con un potente ejército; pero se vio en la situación de tener que enfrentarse a un enemigo que lo triplicaba en número. Ante la desmotivación de sus tropas y la prematura derrota psicológica, Alejandro tuvo la ocurrencia de pegar fuego a todos los barcos una vez que los soldados hubieron desembarcado. Mientras sus hombres contemplaban la cremación de la flota, supongo que Alejandro los arengó con palabras tan calientes como el fuego que consumía madera y velámenes, y les aseguró que la única forma de volver a casa sería a bordo de los barcos capturados a sus enemigos.
Hay otros sucesos que también se vinculan a esta afición pirómana contra las propias naves. El más famoso de ellos es el ocurrido en la playa de San Juan de Ulúa. Corría el año 1519 y se cuenta que Hernán Cortés, en su aventura mejicana, ordenó quemar sus barcos para que sus hombres no pudieran volverse a Cuba. En realidad, no fue esto lo que sucedió, sino que Cortés hizo hundir las naves barrenándolas para que se escoraran. Diferente método, pero el mismo resultado.
Quemar las naves es la forma de apaciguar la tormenta que ruge en la mente cuando hay un sinfín de posibilidades disponibles y la capacidad de elección se agota en un interminable devanar el ovillo. Es forzar una escapada hacia adelante. Es atravesar un puente que sólo se puede cruzar una única vez, por ser puente unidireccional: de ida pero no de vuelta. Es una forma de pasar a través de un espejo: aquí se ve el reflejo, pero más allá ya no existe ningún reflejo. Es reducir el camino a una sola posibilidad: victoria o derrota, en una valiente (a veces temeraria) caída al abismo. Con un paracaídas como todo equipaje, se da el salto del que ya no hay posibilidad de marcha atrás.
Como si se tratara de una partida de naipes, es el momento de poner las cartas sobre la mesa y revelar el juego. Mostrarlo sin tapujos ni medias tintas. Es el acceso a una realidad diferente, donde se conoce de forma diferente, donde la palabra pronunciada ya no puede volver a la boca de la que salió, donde la marca de las nuevas huellas se torna indeleble, donde los hechos tienen repercusiones decisivas. Una realidad a la que se llega apostando todo un presente para conseguir un futuro de todo o nada. Sin la posibilidad de retroceder al sosiego de una posición segura, a la trinchera excavada en el tiempo de la indecisión.
Quemar las naves es la aventura cotidiana en el viaje de la vida. Es la materia con la que se acaban construyendo las relaciones entre las personas...
Y a propósito de quemar y de relaciones humanas, pensaba hace unos días, mientras terminaba mi comida al aire libre en un radiante mediodía de comienzo de verano, que he conocido a mujeres que son como el sol. Es una delicia quedar expuesto a sus caloríficos rayos, contemplar cómo iluminan el día de forma apacible y recibir con agrado su energía. Pero también compruebas que si te acercas demasiado te acabarás quemando y llegas a adivinar que sus llamaradas tienen el poder de destruir tus propias naves.
"Los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados".
(2ª Epístola de Pablo a Timoteo, cap. 3: 13)
La última Gran Guerra nos ha dejado infinidad de lecciones, algunas en positivo y numerosas en negativo. Muchas de estas otras lecciones se siguen llevando a la práctica con una eficiencia a prueba de cualquier forma de duda o desaliento. Una de ellas se refiere al poder de la propaganda (que ya hemos llevado, incluso, a los límites de la propaganGa).
Los métodos en que se practicó la propaganda de Estado en los años de 1939 a 1945 han sido de lo más variado, aun con muchas coincidencias entre los dos bandos enfrentados (como no podía ser de otra forma): desde bombardeos masivos e indiscriminados sobre la población civil (tanto por parte de las potencias del Eje como por parte de las potencias aliadas) hasta "inocentes" programas radiofónicos con mucho sentido del humor que trataban de minar la moral de los civiles o de los ejércitos. La llegada de Winston Churchill a este terreno se vio influida, muy posiblemente, por el hecho de que, entre sus numerosas experiencias, también figurara la del periodismo. Sea como fuere, el propio Churchill fue quien subrayó por primera vez la función insustituible de la guerra psicológica. Había dicho que "la moral de la población civil es un objetivo de guerra", y este eslogan fue el punto de partida de la propaganda inglesa.
Pero se me ocurre pensar que Sir Winston Churchill apenas parecería un aficionado a la sombra del ministro de Propaganda del Tercer Reich. Joseph Goebbels ha sido, en realidad, el ideólogo por excelencia del propagandismo por excelencia (valga la redundancia): la crème de la crème en materia de propaganda, vamos. Durante la guerra, aplicó dos métodos diferentes de la mano de dos colaboradores sucesivos: Dietrich y Fritzsche. Dietrich dirigió una primera fase de "propaganda optimista", hasta que cayó en desgracia ante Goebbels a medida que Alemania se embarcaba en la "guerra total" y, por tanto, era necesario que la propaganda psicológica siguiera nuevas pautas. Así, Fritzsche ocupó el lugar de Dietrich y es a quien se le puede atribuir la paternidad de la "propaganda pesimista". Goebbels llamó "la fuerza del miedo" al método de Fritzsche. Pero ambas formas de propaganda no hacían sino seguir fielmente los patrones del ministro y, curiosamente, el periódico El Correo Gallego publicó el mes pasado un artículo acerca de estos patrones y que me viene muy bien para explicarlo. En la versión digital se conserva parte del más extenso artículo de Xurxo Fernández que vio la luz en papel.
Como da la sensación de que nuestros políticos ya se conocían al dedillo todo esto desde hace mucho y que lo saben llevar muy bien a la práctica en su hacer cotidiano, no me queda más que reproducir aquí ese fragmento para que sirva de reflexión acerca de en qué fuentes parecen estar bebiendo quienes nos gobiernan o quieren gobernarnos (porque, igual que en la guerra, aquí tanto "el Eje" como "los aliados" practican estos puntos con maestría). Hay quien piensa que en el amor y en la guerra todo vale. Los hay más audaces que piensan que en cualquier circunstancia todo vale. Bueno, pues yo debo de estar entre los más mojigatos, porque pienso que no hay ninguna circunstancia en la que todo valga.
La forma en que una gran cantidad de políticos se comportan ahora, no es ni mucho menos nueva. El problema está en qué mentes podridas urdieron este tipo de pautas y los efectos que provocaron en millones de personas. Aprendamos de la Historia, porque cualquier parecido de lo pasado con lo presente NO es mera coincidencia.
Goebbels, hoy más actual que nunca -EL CORREO GALLEGO- (25.01.2009)Xurxo Fernández
Lean los once puntos de la propaganda nazi, en cuyo origen estaría Adolf Hitler, pero que solo un cerebro privilegiado como el de Goebbels sería capaz de ejecutar. Hace poco, en esta misma palestra, les mostrábamos un testimonio realmente impresionante. Hablábamos de Joseph Goebbels, ministro de Propaganda del III Reich y uno de los mayores y más controvertidos genios del siglo XX. Su especialidad, la desinformación. Una consecuencia humana y profesional lógica de todo lo sabido hasta la fecha en materia de servicios de espionaje (algo en lo que, como muchos de ustedes recordarán, fue pionero Felipe II).
Para mostrarles un ejemplo de su capacidad de manipulación, les ofrecíamos un extracto de uno de sus discursos más famosos: Hacia la Guerra Total. Hoy nos proponemos continuar con el mismo tema. Y para ello hemos recuperado otros textos significativos del hombre de confianza de Adolf Hitler. He aquí, sin más, su último testimonio, escrito poco antes de su suicidio en el búnker berlinés en el cual, al menos teóricamente, murieron los principales líderes nazis: Expreso mi resolución irrevocable de no abandonar la capital del Reich aunque caiga, y de terminar antes junto al Führer una vida que para mí personalmente ya no posee ningún valor si no puedo ponerla al servicio del Führer y a su lado.
Estas son las últimas palabras que escribió Goebbels, en el codicilo al testamento de Hitler, redactado el 29 de abril de 1945. Todo ello escrito en su diario del año 1945 –durante mucho tiempo dado por perdido, como el resto de sus diarios–. Recientemente, ese y otros muchos documentos se han reflejado en un libro que se completa con el testamento de Adolf Hitler, la última carta de Goebbels a su mujer, Magda, y a su hijo primogénito, así como con los dos discursos que leyó el almirante Karl Dönitz por la radio, el primero tras la muerte del dictador y el último para anunciar la rendición incondicional de Alemania.
Pero veamos otras cosas. Por ejemplo, los principios de la propaganda, especie de peculiar decálogo, manejado en todo momento por el famoso ministro de Hitler:
1. Principio de simplificación y del enemigo único. Adoptar una única idea, un único símbolo. Individualizar al adversario en un único enemigo.
2. Principio del método de contagio. Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo. Los adversarios han de constituirse en suma individualizada.
3. Principio de la transposición. Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. "Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan".
4. Principio de la exageración y desfiguración. Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave.
5. Principio de la vulgarización. "Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental que realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar".
6. Principio de orquestación. "La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas". De aquí viene también la famosa frase: "Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad".
7. Principio de renovación. Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.
8. Principio de la verosimilitud. Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias.
9. Principio de la silenciación. Acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen al adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines.
10. Principio de la transfusión. Por regla general, la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales. Se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.
11. Principio de la unanimidad. Llegar a convencer a mucha gente de que piensa "como todo el mundo", creando una falsa impresión de unanimidad.
Como verán, resulta, aún hoy, decididamente escalofriante. Pero, para acabar por hoy, conviene señalar que esa claridad meridiana, de una dureza pétrea y una frialdad polar, ya era patente en su famoso discurso de la Guerra Total (que publicamos hace unas semanas):
— "¿Quieren ustedes la guerra total? "
(Clamor: "Sí, sí, sí" - Aplausos)
— "Si fuera necesario, ¿quieren ustedes una guerra más total y más radical que lo que hoy no podríamos ni siquiera imaginar?"
(Clamor: "Sí" Aplausos)...
En fin. Me suena demasiado conocido.
caricatura de Joseph Goebbels, ministro de Propaganda del Tercer Reich
(44ª parada) “Dios le dijo a Caín: ¿Dónde está Abel, tu hermano?
Y él respondió: No sé. ¿Acaso soy yo guarda de mi hermano?” (Libro del Génesis, cap. 4: 9)
TRES REINAS SIN REINO
III.- La reina roja: FRATERNIDAD
Maloyaroslavetz, límite de la agresión. Inicio de la fuga y de la aniquilación del enemigo. General Kutuzov.
Recuerdo bien que, de camino a Moscú, la columna de vehículos se detuvo un breve instante en aquel lugar. Me incorporé en mi camilla lo suficiente para observar la lápida con la inscripción. Esas pocas palabras llevan a la memoria de los moscovitas el límite máximo que alcanzó el ejército napoleónico en octubre de 1812, el punto más allá del cual ningún soldado francés logró dar un paso y que señaló el inicio de la retirada más desastrosa de la época. Pero, después de ciento veintinueve años, superado el octubre de 1941, los pocos moscovitas y soldados desbandados en retirada, apresurados y ateridos, que íbamos pasando ante la lápida camino de la capital nos preguntábamos angustiados dónde se iba a colocar la destinada a señalar el límite de la agresión nazi. Los más optimistas confiaban en la barrera natural de los Urales (más allá de la cordillera, a la Rusia asiática, se estaban transfiriendo fábricas enteras), pero nadie se atrevería a apostar un rublo por la suerte de la capital soviética. La Wehrmacht se reveló más aguerrida que las tropas napoleónicas, mientras que el Ejército Rojo, en estos primeros meses, demostró una total impreparación para la guerra y una absoluta carencia de jefes carismáticos de la clase de Kutuzov, el general que derrotó a Napoleón. Aquel otoño de 1941 fue muy triste para todos nosotros. La situación era desesperada: Leningrado, sitiada; Minsk, Odessa, Esmolensko y Sebastopol habían caído... y en sólo tres meses de guerra.
Desde los primeros días de octubre, los alemanes habían puesto en marcha la Operación Tifón para adueñarse de Moscú antes de la llegada del invierno. Pero, al menos en esto, la suerte estuvo de nuestra parte: a falta de un Kutuzov, el General Invierno decidió acelerar su llegada para detener el arrollador avance alemán. El plan Barbarroja de Hitler había previsto una campaña velocísima para apoderarse de Rusia, que debería concluir a finales del otoño, antes de un alarmante descenso de las temperaturas. Pero el termómetro indicaba que esa opción ya se había frustrado. Ahora, la blitzkrieg apuntaba directamente al corazón de la U.R.S.S., a Moscú, de acuerdo al nuevo plan. Fue de este modo como, en su frenético avance, las divisiones acorazadas nazis de Hoth y de Hoppner, realizando una maniobra de tenaza, terminaron por embolsarnos en la línea defensiva de Viasma (entre Esmolensko y Moscú) el 10 de octubre. Las órdenes del mariscal Koniev a los oficiales a su cargo y, por tanto, a los cientos de miles de soldados que fuimos cercados en aquella bolsa eran claras: antes que rendirse, había que resistir a toda costa para evitar la rápida progresión hacia Moscú de Von Bock, el feldmariscal que dirigía los ejércitos alemanes en la Operación Tifón y a quien sus soldados llamaban Der Sterber (“el que siembra la muerte”). Y como las órdenes eran precisas, pasamos días y más días tratando de resistir como pudimos. La furia del cañoneo alemán sobre nuestro batallón fue tan intensa, que acabó desmembrándolo hasta que las compañías que lo integraban quedaron incomunicadas en medio del caos logístico y el fragor de las explosiones. La situación fue desesperada para el pelotón del que yo formaba parte: roto todo contacto, nuestro sargento, otros cinco soldados, Veselin y yo acabamos totalmente aislados y a merced de los temibles panzer que no dejaban de hostigar nuestra posición.
Conocí a Veselin en un ferrocarril repleto de tropas que nos transportaba a Esmolensko para organizar la defensa de la ciudad, asediada en julio. La idea de la guerra me traía grandes dudas a la cabeza acerca de mi valentía, así que estuve cambiando de vagón varias veces en un intento de mitigar mi ansiedad con breves paseos. A veces, tenía que abrirme camino con esfuerzo entre cuerpos (todavía vivos... ¿hasta cuándo?, pensaba) de soldados que permanecían de pie a lo largo de todo el convoy. Al fin pude ocupar un nuevo asiento. El soldado sentado enfrente de mí era Veselin. Me fijé en su mirada perdida y en su expresión, que me pareció demasiado serena, como si no estuviera en ese lugar o no fuera consciente de la suerte aciaga que en corto plazo nos esperaba a muchos. En cambio, yo estaba muy inquieto. Intenté disminuir el nerviosismo que me oprimía las entrañas tratando de entablar una intrascendente charla con ese hombre inmune al traqueteo del tren, inmune a la idea de una muerte atroz, inmune a lo terrible de los días que nos estaba tocando vivir... Él no parecía muy interesado en conversar. Siguió ajeno al entorno hasta que mencioné mi lugar de origen, allá en tierras siberianas. Ese dato le arrancó del ensimismamiento y devolvió expresión a su mirada. El azar había colocado frente a frente a dos paisanos: él me contó que vivía apenas a 10 kilómetros de mi casa... ¡y ahora nos encontrábamos por primera vez a miles de kilómetros de distancia del hogar! Hablar de nuestra lejana tierra me trasladaba a otro momento y me ayudaba a olvidar el que se acercaba. Nuestra vecindad era una simple coincidencia en unas vidas tan diferentes. Mientras que yo me dedicaba a la mecánica como jefe de un pequeño equipo en un taller, Veselin era un hombre de las nieves, un cazador solitario. Es posible que el insignificante detalle de nuestra proximidad geográfica, sumado a la gran añoranza de otro tiempo y otro lugar, fuera la excusa perfecta que necesitábamos en aquellas condiciones excepcionalmente duras para comenzar a fraguar una intensa amistad. En los meses que nos iban acercando al invierno de 1941, nos convertimos el uno en la sombra del otro y decidimos que íbamos a cuidarnos para volver sanos y salvos a casa. Mi confianza en Veselin era enorme. Su experiencia como tirador y su capacidad de supervivencia en situaciones adversas era todo un seguro. Ya me lo había demostrado en la breve defensa y posterior retirada de Esmolensko. Pero aquel 9 de noviembre, bajo los mazazos de la artillería nazi, contemplando a estos ocho hombres solitarios perdidos en la nieve, pensé que habíamos llegado al fin de nuestro propósito... En un instante, un proyectil disparado por un blindado alemán impacta en la trinchera natural donde estamos agazapados y siega la vida de seis camaradas. Todo salta por los aires... cuerpos mutilados, nieve roja... La escena es indescriptible... Desorientado y perturbado, miro desde el suelo hacia todas partes, tratando de hacerme cargo de la situación, pero algo no marcha... Además de un enloquecedor zumbido en los oídos, llegan otras sensaciones y se hace insoportable el dolor en mi pierna izquierda. Estoy mareado y muy asustado. La hemorragia es horrible... Veselin, único superviviente además de mí (aunque en esos momentos de aturdimiento no sabía si estaba muerto o vivo), se apresura a atenderme. Él parece no haber sufrido ningún daño de consideración. Una vez más, su experiencia le ha permitido protegerse instintivamente mejor que los otros. Consigue aplicar en mi pierna un torniquete que funciona y me arrastra por la nieve hacia un bosquecillo próximo sin llamar la atención de los alemanes. Antes de desvanecerme, sólo consigo escuchar estas palabras casi ahogadas en medio del pitido que aún no cesa: "Andrei, vamos a salir de esto, yo me encargo..."
Despierto al día siguiente (eso me dice Veselin). Tengo bien vendada y entablillada mi pierna. Todavía no estamos a salvo, ni mucho menos. Pero mi amigo ha improvisado una rudimentaria camilla para transportarme hasta una unidad de nuestro ejército. Ha leído el rastro en la nieve. En otro camino hay huellas recientes de un T-34 y ninguna de panzers. Buenas perspectivas de camino despejado. Sin embargo, la marcha que llevamos es muy lenta y tememos que se esfumen nuestras posibilidades de supervivencia. Le he pedido a Veselin que considere la posibilidad de abandonarme para buscar ayuda con más rapidez. Yo sólo le sirvo para frenar su marcha. Pero él me ha dicho que seguiremos juntos. Por fin, al cabo de tres días angustiosos en que pensamos que moriríamos congelados antes que liquidados por los alemanes, llegamos a reunirnos con otro batallón que ha decidido abandonar la bolsa por una brecha abierta en las líneas alemanas y dirigirse hacia Moscú. Aquí todo está perdido y es preciso reservar efectivos para defender la capital.
Dejando atrás poblados arrasados y viviendas en llamas, finalmente contactamos con tropas razonablemente organizadas de camino a Moscú. Nuestro trayecto termina al llegar a la apesadumbrada capital que, en el transcurso de varias semanas, será sitiada por el enemigo. Sin embargo, los nazis no conseguirán capturar la ciudad (a pesar de lo cual, llegamos a saber que incluso se habían confeccionado las invitaciones para el desfile triunfal ante el Kremlin... ¡qué estúpido es vender la piel del oso antes de cazarlo!). De todas formas, mi participación como soldado en la guerra ya había terminado en aquel bosque de la zona de Viasma. Pasé más de un mes en un hospital moscovita recuperándome de las heridas y la cojera permanente que ha quedado en mi pierna izquierda me ha inhabilitado para el ejército. El resto de la guerra transcurrió para mí en una fábrica de montaje de cazas. Cientos de Sturmoviks pasaron por mis manos. Pero hay otro asunto que no me quito de la cabeza, un pensamiento fijo clavado en mi mente: ¿Qué habrá sido de Veselin? Visité su aldea, fui hasta su isba, pero él no había pasado por allí. No tenía familia que pudiera informarme si seguía vivo o había muerto. No supe nada de él desde que nos despedimos en Moscú. Ese día, pasó por el hospital para decirme que se incorporaba a un batallón bajo las órdenes de Rokossovsky con la misión de lanzar una ofensiva en la cercana Kalinin, al noroeste de Moscú. Empezábamos a devolver el golpe a los alemanes. Y ya no supe nada más de él ...hasta hoy. Porque hoy, cinco meses después de terminada la guerra, en otro octubre muy diferente al de 1941, he recibido una carta de Veselin.
Querido Andrei:
Al fin conseguí saber de tu paradero gracias a las amables indicaciones de tu amigo, el capitán Tikomirov, con quien estuviste reunido en agosto. Seguiré en Leipzig unos pocos días más, pero estoy deseando volver a la patria y darte un fuerte abrazo. Tengo muchas cosas que contarte, que pueden esperar hasta nuestro encuentro.
Pero hay algo que prefiero no demorar más. ¿Recuerdas que, antes de despedirnos en aquel hospital de Moscú, tú me agradecías una y otra vez por haberte salvado la vida en la zona de Viasma? Cuántas veces me han perseguido tus palabras en estos años. Porque yo callé. Y tenía que decirte que tú también habías salvado la mía. Mucho antes, desde nuestro primer encuentro en el ferrocarril. Ya sabes que, al perder a mi familia, había perdido también toda ilusión de seguir adelante. Para mí, la guerra era casi un alivio, ya que me daba la oportunidad de terminar de una manera algo digna, quién sabe... un acto heroico, un mártir más para la patria. Estaba dispuesto a solicitar las misiones más arriesgadas, a exponerme a los mayores peligros para terminar cuanto antes. No importaba. Nada tenía sentido.
Pero, en unos meses, tú te convertiste en mi hermano y me sujetaste otra vez al mundo con un ancla de esperanza en nuevas oportunidades, a pesar de la guerra que nos envolvía. Y redescubrí la camaradería, olvidada por el huraño cazador. Y volvía a tener sentido cuidar de alguien y ser cuidado por alguien. ¡Qué días de recuerdo indeleble fueron los que pasamos en la bolsa de Viasma! El antiguo cazador hubiera respondido a su instinto de supervivencia y te hubiera abandonado a tu suerte, para no tener que cargar con un lastre irrecuperable. Pero ese ser ya no existía. Ahora, contigo sólo estaba tu hermano, pensando en cómo sacarte de ahí, aunque ambos muriéramos. Y también en esto me salvaste la vida. Mi experiencia me hace pensar que, por la situación en que nos encontramos durante aquel tiempo en medio de bosques helados, es muy probable que un hombre solo hubiera acabado pereciendo por congelación. Pero al tener que llevarte conmigo, al tener que mantenerte caliente, yo mismo me estaba manteniendo caliente... esforzándome en arrastrarte por la nieve, sentía calor; frotando tus brazos y tus piernas para que entraras en calor, yo también entraba en calor; permaneciendo juntos, nos calentábamos juntos ambos cuerpos. Sobreviví gracias a ti. Nos salvamos la vida, el uno al otro, aunque no te dieras cuenta. Nuestro lazo permitió que siguiéramos vivos. Aprendí que no se debe menospreciar la inmensa fuerza que queda en el interior de una persona, por acabada que parezca. Es una locura dejar de luchar por un hermano y abandonar.
Y, ahora, nada deseo más que reencontrarme contigo para celebrar que podremos volver juntos a casa.
Ten listo tu mejor vodka.
Ваш брат, Veselin
EPÍLOGO
En una escena de The Matrix, Morfeo ofrece a Neo las respuestas a sus preguntas. Pastilla roja o pastilla azul. Sólo se puede elegir una de las dos. Y una sola vez. En cambio, las tres reinas son como tres pastillas (azul, blanca y roja) que se toman en dosis completa y continua. De nada sirve tomar una y dejar las otras dos. Deben actuar siempre juntas.
Ya cité una vez (aquí) unas palabras de José Luis Sampedro, quien (hablando de las directrices políticas de los grandes bloques) decía que el bloque occidental se ha preocupado de la LIBERTAD: que todos sus ciudadanos se sientan libres para desarrollar sus vidas; mientras que el bloque del Este (al otro lado del telón de acero, cuando existía) mostró fijación por la IGUALDAD: que todos sus ciudadanos se sintieran iguales en oportunidades, derechos y deberes. Pero, lamentablemente, tanto unos como otros se olvidaron de la FRATERNIDAD, ese ingrediente tan importante para dar sentido al conjunto.
La historia ha dejado pregoneros y abanderados de estas tres reinas, caminando juntas. Lo han intentado desde la espiritualidad y desde el laicismo con resultados parecidos (más bien escasos, para tanto entusiasmo). Se me ocurre pensar en el esfuerzo de los revolucionarios franceses y en el de aquellos independentistas de las Trece Colonias. También pienso en el rabino galileo que, preguntado acerca de lo más importante de la Torah (enseñanza o instrucción), repite las palabras de Moisés para condensar en apenas una frase la esencia de sus principios: Amarás a tu prójimo como a ti mismo(libro del Levítico, cap. 19: 18). Y corona a la LIBERTAD en “amarás” (sólo puede amar de verdad quien es libre de verdad), a la IGUALDAD en “como a ti mismo” y a la FRATERNIDAD en “a tu prójimo”. Tres reinas que siguen buscando su trono en la Humanidad.
¿Seré tan utópico como me dicen? :D
No voy a engañarme: tengo ojos para ver este mundo, para ver dónde y cómo vivimos.
Otra cosa es que me guste todo lo que veo. No, no me gusta.
Pero voy a tirar de nuevo de una de mis 'gritonas' favoritas (Alanis) para dar gracias por algunas de las pequeñas o grandes miserias con las que hay que convivir cada día. A veces por contraste, ellas me enseñan lo que en verdad quiero y por lo que merece la pena dejarse la piel, mientras este mundo sigue siendo este mundo. Así que: