(parada por embotellamiento... ¡hala! ¿qué hace ahí toda esa gente?)
Me había dicho a mí mismo que no escribiría sobre el tema, pero no sé cómo hago para acabar traicionándome de esta manera. En fin, para eso está un blog: para soltar lastre mental, entre otras cosas. Toda la Eurocopa sin mencionar el asunto y ahora que ha terminado, ¡zas! post futbolero-eurocopero.
Vaya por delante que de fútbol no me apetece comentar casi nada. Empiezo a sentirme excluido de esa cosa. Me pasa lo mismo que con el ciclismo hace años: cuando las crónicas de ciclismo se empezaron a parecer más a noticias de hospital y laboratorio que a noticias de deportistas y bicicletas, se cortó de raíz mi afición por todo aquello. Ahora con el fútbol me empieza a pasar otro tanto, por otros motivos. Me resulta aburrido el estilo que se ha impuesto como el aceptado por la mayoría (en juego, pero también en impacto mediático, tipo de periodismo, comportamiento de aficiones, etc). Ya sé que no hay que hacerles caso a las mayorías. En la Edad Media, la mayoría sostenía que la Tierra era plana, pero eso no hizo más llano al planeta ni un poquito. Las mayorías no tienen por qué sostener las posturas más veraces y, en materia de gustos, ni siquiera existen ese tipo de posturas... Lo que pasa es que me cansa tener que discutir y justificar mis gustos en algo que se supone tenía que ser divertido, pero acaba siendo una pugna para ver quién sostiene la mejor mentira de todas. Me cansa.
El fútbol es un deporte físico al que me aficioné hace muchos años. Admiré la nobleza en el campo del estilo inglés, a la vez que detesté a sus hooligans. Me gusta el fútbol vibrante, físico, atlético, incluso vertiginoso, sin fingimientos, con calidad y que se juegue deportivamente. Ahora el estilo que impera es el de posesión hasta que se duerman los más insomnes. Es curioso que en otros deportes físicos como el baloncesto o el balonmano, se castigan las posesiones muy prolongadas con final de tiempo de posesión o pasividad, respectivamente, y el balón es para el equipo contrario. Se busca la máxima actividad, no cansar al rival por aburrimiento. Al final, en un partido de fútbol de 90' solo unos 15 de ellos han sido algo interesantes (en el mejor de los casos) y el resto, tiempo de relleno. Las cinco sextas partes de relleno, qué exceso. Bueno, esta es mi opinión. La mayoría opinará otra cosa y no lo pienso discutir.
De lo que quería hablar (como decía antes de soltar este párrafo-ladrillazo y demostrando, por tanto, poca coherencia) no es de fútbol, sino de otras cosillas a propósito de esta Eurocopa. Ha habido de todo. Por ejemplo, me reafirmo en la satisfacción de que nuestro himno nacional no tenga letra. Después de escuchar cómo los futbolistas italianos perpetraban su himno antes de la final (Buffon con los ojos cerrados y a pleno pulmón, qué espectáculo, qué forma de desafinar, qué tromba de agua pudo haber caído sobre Kiev), creo que es la mejor opción: me alegré de que los nuestros no se vieran obligados a vencer en esa demostración de patriotismo facilón, gritando como posesos una letra inflamada mientras sonaba el clásico chunda-chunda. Bueno, minucias.
Quizás lo más gordo se ha cocido después de la final, con las redes sociales enfrentadas entre los alegres y bulliciosos celebrantes del triunfo, por un lado, y por el otro quienes los acusan de frívolos en medio de una situación político-económico-social desesperante. Y quizás me ha chocado mucho el extremismo con el que afrontamos estas cosas. Me explico: ¿por qué mezclar dos asuntos que no tienen nada que ver? Ni los que han celebrado el triunfo de la Selección son una banda de irresponsables a quienes no les importa el momento que nos toca vivir, ni los que han pasado del evento futbolístico son unos amargados que no saben divertirse (y seguro que lo han hecho con un libro, una película, un concierto o lo que hayan preferido). La clave está en la palabra divertirse o diversión. Porque "divertir" es apartar, desviar, alejar, dirigir la atención momentáneamente hacia otros intereses con el fin de lograr algún tipo de alivio. Es una necesidad y más cuando más aprietan las circunstancias. Es tomarse un respiro para volver a la carga con más fuerzas. No es preciso que estemos martirizándonos todo el tiempo y agotando nuestras energías sin sacar nada en limpio.
Me parecería de mal gusto, por ejemplo, presentarme en medio de un banquete de boda, mientras todos los invitados están dando cuenta de un suculento menú, y ponerme a repartir fotos de desnutridos niños africanos, famélicos y devorados por las moscas. ¿Es que esa realidad no existe mientras se celebra el banquete? Claro que sí. Pero, ¿es necesario destrozar una celebración para recordarlo en ese preciso instante? No lo creo. Eso se piensa antes, siendo más austero en la preparación y donando la diferencia para esa causa, o después, remangándose y trabajando por quien lo necesite. Pero hay un tiempo para cada cosa.
Otro tema es que los que celebran esta victoria futbolística, decidan ahora no bajar de la nube en varias semanas, viviendo ahí arriba en una ficción. Eso no ayudaría. Pasado el divertimento, hay que volver a la faena. Que cada cual tome sus ejemplos. Alguien se fijará en estos triunfadores (niños mimados y millonarios para unos, deportistas de éxito no regalado para otros), otros elegirán otros modelos. Perfecto. Pero manos a la obra.
¡Ah! y, por cierto, me parece muy bien que haya tanta gente que exalte a los manifestantes como modélicos (en plan: bien por los manifestantes, mal por los celebrantes que no salen en la misma cantidad cuando hay que protestar), pero hay algo que falla en esto. Es solo una reflexión. Se ha dicho mucho que los políticos actuales están dilapidando todos los logros que alcanzaron y debemos al activismo de nuestros abuelos. Pero resulta que nuestra clase política, esta que tanto daño está haciendo (y algunos son hijos de aquellos abuelos), se nutre principalmente de los manifestantes de mayo del 68. La manifestación no es la panacea si luego todos los ideales por los que se lucha se pierden en el olvido de la comodidad, las satisfacciones, la complacencia, los halagos, la indolencia y los dispendios. Habrá que tenerlo en cuenta para no ser tan olvidadizos como los que nos han precedido.
El camino de la excelencia es arduo. Un grupo de futbolistas ha cumplido sus objetivos por ese caminito y pasando de ciertas críticas (más destructivas que constructivas). Al resto no nos sirve de nada lo que ellos hayan conseguido para sí mismos, quizás solo un ejemplo, una alegría efímera, una diminuta dosis de ilusión y poco más. Por eso, ahora nos toca a nosotros estar a la altura de las circunstancias. Es nuestro partido.
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lunes, 2 de julio de 2012
miércoles, 23 de mayo de 2012
los platos rotos
(a cubierto, esperando que escampe... -y no escampa-)
En un principio, Dios creó los cielos y la tierra. Así comienza Moisés el relato del Génesis. Y a las pocas líneas ya tenemos al ser humano tal y como lo conocemos: un sujeto adicto a la autojustificación, a eludir responsabilidades y a cargar las culpas sobre espaldas ajenas. Menudo diálogo:
- ¿Has comido del fruto que te dije que no comieras?
- ¿Quién? ¿Yo? Hemmm... bueno, pero la culpa es de la mujer que TÚ creaste, que fue la que me persuadió...
- ¿Quién? ¿Yo? Esto... ejhemm... pero la culpa es de la serpiente que TÚ creaste, que fue la que me incitó...
Imagino que la serpiente acabaría hablando por los humanos y confirmando las sospechas: TÚ tienes la culpa de todo por habernos creado a todos. Y así se resuelve el tema. Luego, a esto lo llamamos "libertad". Media verdad. Si la libertad es lo que me permite hacer lo que me venga en gana, también es cierto que esa misma libertad es la que me obliga a asumir las consecuencias que deriven de mis acciones.
Pienso en estas cosas cada vez que asisto, una vez más, a la actualización de la antigua historia. Moisés debía de ser un visionario. Jugamos a la pelota, rompemos el cristal de la ventana de la señora Paca, y le echamos la culpa a Juanito porque ha sido el último que ha tocado el esférico criminal. Los demás ponemos cara de santitos, de no haber roto un plato en la vida.
No sé si fue Napoleón o si fue JFK quien dijo (y da bastante lo mismo quién lo dijera, porque estas frases van de boca en boca y se le acaban atribuyendo a quien mejor nos parezca): El éxito tiene muchos padres, pero el fracaso es huérfano. Así que cuando las cosas van bien es porque somos (¡soy!) la repera, pero cuando van mal es porque hay unos cuantos malnacidos que nos están haciendo la pascua al resto. Y si le preguntáramos a esos malnacidos qué rayos están haciendo, seguro que nos dicen que las cosas van mal porque otros se lo han cargado todo. Preguntando a los otros, nos indicarían que otros otros son los responsables, y así seguiríamos sin poner fin a la cadena de presuntos culpables...
Cuando ignorábamos lo que era la escasez o las privaciones y vivíamos a todo trapo burbujil y burbujeante, engatusados por la abundancia, los lujos y las comodidades, no abríamos la boca aunque ya se estaba gestando la debacle. Ahora decimos que estamos retrocediendo en el tiempo, que nuestra forma de vida será la de hace décadas. No lo creo. Hay formas de entender la vida que ya hemos asumido firmemente y que no veo posible que retrocedan (pensemos, por ejemplo, en el papel de la mujer en el hogar hace unas décadas, en la irrupción de nuevas tecnologías, avances científicos... y cómo eso ha transformado nuestra cotidianidad, etc). No creo que estemos abocados a un retroceso en el tiempo, sino a un desplazamiento en el espacio: cada vez somos más sureños. Es como si, según las previsiones más sombrías de los agoreros de turno, Grecia, Portugal y España viajaran hacia regiones subsaharianas del siglo XXI. De cumplirse, quizás ahora nos toque comprobar a nosotros, a quienes nos hemos acostumbrado a vivir sin que nos falte de nada, cómo se vive en regiones paupérrimas del mundo en que faltan tantas cosas esenciales. Regiones extensas que, mira por dónde, también existen, aunque en numerosas ocasiones las hayamos ignorado con nuestra visión de nuevos ricos. Puede ser dramático. Pero sobreviviremos de todas formas. Los subsaharianos lo hicieron mientras aquí se vivía lujosamente. Quizás haya quien entienda que la solución será emigrar al "norte", pero tampoco será este un remedio a largo plazo, porque el norte se irá tiñendo de sur a medida que el flujo migratorio lo vaya colonizando.
Mientras tanto, seguirá el bombardeo sistemático de malas noticias, primas de riesgo, recortes y tomaduras de pelo...
Sinceramente, ya estoy más que harto. Sobre todo de señalar con el dedo. Las cazas de brujas me aburren. El problema no está ni en fulanito ni en menganito. Está en el ser humano en general: es un defecto estructural. Los humanos nacen pensando que son el centro del mundo (¡yo!, ¡mío!) y cuando crecen olvidan muchas cosas importantes pero siguen recordando que son el centro del mundo y así se comportan el resto de sus vidas. Algunos procuran no olvidar todo lo importante y eso les ayuda a tener presente que en el mundo hay más personas, animales y cosas aparte de uno mismo. Pero el panorama es desolador. Cuando el barco se hunde, todos gritan ¡sálvese el que pueda! y ¿quién conoce a quién? Si juntas a un montón de humanos en un mismo sitio, habrá problemas, sí o sí. Quien haya asistido a una reunión de comunidad de vecinos (por ejemplo), comprobará fácilmente que la principal diferencia entre "vecino" y "mezquino" es solo cuestión de consonantes, ¡qué pavoroso desfile de egoísmos! Si juntas a un montón más grande de humanos (miles y miles de comunidades de vecinos bajo una misma bandera), el problema será qué sistema político deberán elegir para gobernarse. Porque si es un sistema que tenga en cuenta que el ser humano es malo por naturaleza, será algo muy rígido para sobrellevar la peligrosa selva de gentes que recelan unos de otros, y donde se respirará una atmósfera muy pesada. Y si es un sistema que suponga que el hombre es bueno por naturaleza, la ingenuidad de los gobernantes acabará permitiendo todo tipo de abusos hasta que sobrevenga el caos. Hay un fallo estructural que impide el buen funcionamiento a la larga. Es más, si se pudiera resetear la situación actual, tengo pocas dudas de que en unos siglos volveríamos a llegar al mismo punto: aumentarían las desigualdades, crecerían las injusticias y nos explotaría todo en la cara. Otra vez. Nos hemos empeñado en no asumir que somos como un animalillo metido en una jaula. El animal crece y crece, pero la jaula es siempre la misma. Hay un momento en que el animal corre el riesgo de morir oprimido por los propios barrotes de la jaula, en una especie de extraño suicidio provocado por un engorde irracional y desmedido.
Si creo que las cosas son así, de nada me sirve quejarme, hay opciones más importantes y más eficaces que puedo llevar a cabo. Si has pensado que soy muy pesimista o que estoy matando la esperanza, te digo que te equivocas. También sé citar a los grandes hombres. Mahatma Gandhi dijo: "Sé el cambio que quieras ver en el mundo". La esperanza no muere si tú eres la esperanza, el optimismo no muere si tú eres el optimismo. Siempre habrá una oportunidad para lograr el cambio, aunque ese cambio solo sea un enfoque distinto para ver las cosas. La chispa que pone en marcha todo el motor.
Es muy posible que este mundo que conocemos se vaya por el desagüe. Visto lo visto, no parece una gran pérdida. Es tan mejorable... Así que se puede hacer algo más que lamentarse. Que cada cual decida. Buena suerte.
En un principio, Dios creó los cielos y la tierra. Así comienza Moisés el relato del Génesis. Y a las pocas líneas ya tenemos al ser humano tal y como lo conocemos: un sujeto adicto a la autojustificación, a eludir responsabilidades y a cargar las culpas sobre espaldas ajenas. Menudo diálogo:
- ¿Has comido del fruto que te dije que no comieras?
- ¿Quién? ¿Yo? Hemmm... bueno, pero la culpa es de la mujer que TÚ creaste, que fue la que me persuadió...
- ¿Quién? ¿Yo? Esto... ejhemm... pero la culpa es de la serpiente que TÚ creaste, que fue la que me incitó...
Imagino que la serpiente acabaría hablando por los humanos y confirmando las sospechas: TÚ tienes la culpa de todo por habernos creado a todos. Y así se resuelve el tema. Luego, a esto lo llamamos "libertad". Media verdad. Si la libertad es lo que me permite hacer lo que me venga en gana, también es cierto que esa misma libertad es la que me obliga a asumir las consecuencias que deriven de mis acciones.
Pienso en estas cosas cada vez que asisto, una vez más, a la actualización de la antigua historia. Moisés debía de ser un visionario. Jugamos a la pelota, rompemos el cristal de la ventana de la señora Paca, y le echamos la culpa a Juanito porque ha sido el último que ha tocado el esférico criminal. Los demás ponemos cara de santitos, de no haber roto un plato en la vida.
No sé si fue Napoleón o si fue JFK quien dijo (y da bastante lo mismo quién lo dijera, porque estas frases van de boca en boca y se le acaban atribuyendo a quien mejor nos parezca): El éxito tiene muchos padres, pero el fracaso es huérfano. Así que cuando las cosas van bien es porque somos (¡soy!) la repera, pero cuando van mal es porque hay unos cuantos malnacidos que nos están haciendo la pascua al resto. Y si le preguntáramos a esos malnacidos qué rayos están haciendo, seguro que nos dicen que las cosas van mal porque otros se lo han cargado todo. Preguntando a los otros, nos indicarían que otros otros son los responsables, y así seguiríamos sin poner fin a la cadena de presuntos culpables...
Cuando ignorábamos lo que era la escasez o las privaciones y vivíamos a todo trapo burbujil y burbujeante, engatusados por la abundancia, los lujos y las comodidades, no abríamos la boca aunque ya se estaba gestando la debacle. Ahora decimos que estamos retrocediendo en el tiempo, que nuestra forma de vida será la de hace décadas. No lo creo. Hay formas de entender la vida que ya hemos asumido firmemente y que no veo posible que retrocedan (pensemos, por ejemplo, en el papel de la mujer en el hogar hace unas décadas, en la irrupción de nuevas tecnologías, avances científicos... y cómo eso ha transformado nuestra cotidianidad, etc). No creo que estemos abocados a un retroceso en el tiempo, sino a un desplazamiento en el espacio: cada vez somos más sureños. Es como si, según las previsiones más sombrías de los agoreros de turno, Grecia, Portugal y España viajaran hacia regiones subsaharianas del siglo XXI. De cumplirse, quizás ahora nos toque comprobar a nosotros, a quienes nos hemos acostumbrado a vivir sin que nos falte de nada, cómo se vive en regiones paupérrimas del mundo en que faltan tantas cosas esenciales. Regiones extensas que, mira por dónde, también existen, aunque en numerosas ocasiones las hayamos ignorado con nuestra visión de nuevos ricos. Puede ser dramático. Pero sobreviviremos de todas formas. Los subsaharianos lo hicieron mientras aquí se vivía lujosamente. Quizás haya quien entienda que la solución será emigrar al "norte", pero tampoco será este un remedio a largo plazo, porque el norte se irá tiñendo de sur a medida que el flujo migratorio lo vaya colonizando.
Mientras tanto, seguirá el bombardeo sistemático de malas noticias, primas de riesgo, recortes y tomaduras de pelo...
Sinceramente, ya estoy más que harto. Sobre todo de señalar con el dedo. Las cazas de brujas me aburren. El problema no está ni en fulanito ni en menganito. Está en el ser humano en general: es un defecto estructural. Los humanos nacen pensando que son el centro del mundo (¡yo!, ¡mío!) y cuando crecen olvidan muchas cosas importantes pero siguen recordando que son el centro del mundo y así se comportan el resto de sus vidas. Algunos procuran no olvidar todo lo importante y eso les ayuda a tener presente que en el mundo hay más personas, animales y cosas aparte de uno mismo. Pero el panorama es desolador. Cuando el barco se hunde, todos gritan ¡sálvese el que pueda! y ¿quién conoce a quién? Si juntas a un montón de humanos en un mismo sitio, habrá problemas, sí o sí. Quien haya asistido a una reunión de comunidad de vecinos (por ejemplo), comprobará fácilmente que la principal diferencia entre "vecino" y "mezquino" es solo cuestión de consonantes, ¡qué pavoroso desfile de egoísmos! Si juntas a un montón más grande de humanos (miles y miles de comunidades de vecinos bajo una misma bandera), el problema será qué sistema político deberán elegir para gobernarse. Porque si es un sistema que tenga en cuenta que el ser humano es malo por naturaleza, será algo muy rígido para sobrellevar la peligrosa selva de gentes que recelan unos de otros, y donde se respirará una atmósfera muy pesada. Y si es un sistema que suponga que el hombre es bueno por naturaleza, la ingenuidad de los gobernantes acabará permitiendo todo tipo de abusos hasta que sobrevenga el caos. Hay un fallo estructural que impide el buen funcionamiento a la larga. Es más, si se pudiera resetear la situación actual, tengo pocas dudas de que en unos siglos volveríamos a llegar al mismo punto: aumentarían las desigualdades, crecerían las injusticias y nos explotaría todo en la cara. Otra vez. Nos hemos empeñado en no asumir que somos como un animalillo metido en una jaula. El animal crece y crece, pero la jaula es siempre la misma. Hay un momento en que el animal corre el riesgo de morir oprimido por los propios barrotes de la jaula, en una especie de extraño suicidio provocado por un engorde irracional y desmedido.
Si creo que las cosas son así, de nada me sirve quejarme, hay opciones más importantes y más eficaces que puedo llevar a cabo. Si has pensado que soy muy pesimista o que estoy matando la esperanza, te digo que te equivocas. También sé citar a los grandes hombres. Mahatma Gandhi dijo: "Sé el cambio que quieras ver en el mundo". La esperanza no muere si tú eres la esperanza, el optimismo no muere si tú eres el optimismo. Siempre habrá una oportunidad para lograr el cambio, aunque ese cambio solo sea un enfoque distinto para ver las cosas. La chispa que pone en marcha todo el motor.
Es muy posible que este mundo que conocemos se vaya por el desagüe. Visto lo visto, no parece una gran pérdida. Es tan mejorable... Así que se puede hacer algo más que lamentarse. Que cada cual decida. Buena suerte.
Es el fin del mundo tal como lo conocemos... y me siento bien.
domingo, 6 de mayo de 2012
onfaloscopia y sopa de tomate
(área de descanso nº 179)
El vaho que sale por nariz y boca se diluye rápidamente en el gélido aire invernal y desaparece de la vista para siempre. Así sucede con cada hálito y así sucede con la vida de las personas corrientes en el proceloso transcurrir de la historia. Y así debe ser. Asumir este hecho es motivo de sosiego. No hay necesidad de agitarse ni de inquietarse con desesperación por dejar una huella. Nada de estrés. Un árbol que plantar, un hijo que criar o un libro que escribir... Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad, dijo el otro. ¡Qué chorrada! El salto, mencionado como pretexto que justifique el paso, mientras uno se regodea en los flashes. La mera ambición de inmortalidad, el culto al ego sobre todas las cosas, el apogeo de la onfaloscopia [1]. Y todo ello, el motivo de tantos conflictos...
Antes de que Warhol quisiera exaltar lo común, ya grandes pintores habían plasmado en sus lienzos objetos de uso cotidiano, personas vulgares, cosas insignificantes, des fleurs de rien du tout... En esto no me parece ni novedoso ni revolucionario ni siquiera provocador. Recrearse en la belleza que existe incluso en lo que no es presuntamente bello también ha sido un tema del Arte desde siempre. En cambio, sí que puede darse otra interpretación a esa idea de la gloria efímera para lo común. Quizás la carcajada dadaísta. Quizás una secuela de programas televisivoslamentables: talk shows en que alguien que no me importa me cuenta (a mí y a otros millones, aquí la gloria está en la cantidad) las cosas de su vida que no me importa, concursos deplorables en que gente exhibe habilidades de dudoso gusto o las miserias de su personalidad encerrada en cuatro paredes. Quizás el triunfo de la mediocridad. A lo Salieri, por supuesto. Si la gloria parece inaccesible, rebajemos la gloria y seamos todos gloriosos, aunque sea con un estrafalario esplendor de andar por casa.
Es posible que, sin saberlo, le deba a Warhol este blog (mi particular ejercicio de quince-minutos-de-gloria-para-la-persona-desconocida) o la visión de un mundo que se diría dominado por agencias de inteligencia y servicios secretos, que han logrado convencer a las multitudes de que (voluntariamente, sin rebeldía, sin resistencia a obedecer en esta tarea, no solo eso sino gustosos de hacerlo) se expongan públicamente en las redes sociales, que glosen e ilustren sus existencias efímeras y les den brillo hollywoodiense. Cada detalle de tu vida: dónde estás, con quién (¿podrías ilustrarlo con un vídeo?), qué haces, qué te gusta, qué detestas, qué has comido (adjunta una foto, por favor, también queremos ser parte de ti, de tu cuerpo), qué planes tienes para mañana, cuáles son tus preferencias políticas, religiosas, culturales..., qué estarías dispuesto a comprar, qué te atemoriza, qué te hace feliz, dónde podremos encontrarte, algún detalle de tu pasado que se nos pudiera haber escapado, qué piensas de (ehmmmm)... De acuerdo, gracias por la información, nos será muy útil en un futuro próximo. Gracias por ser libre y por utilizar tu libertad en nuestro provecho.
En sentido inverso (los caminos por que transita todo discurso son así de caprichosos y prefieren sorprender dirigiéndose a lugares insospechados), alguien escribió esto no hace mucho: "Nadie dijo que fuera fácil. Yo también estoy aturdido. La revolución es algo tan pequeño que empieza por uno mismo. Porque si cambio una gota estaré cambiando el océano". Sí, es posible que pretendas tal cosa, pero tu aliento se desvanecerá en la fría mañana. Eso no lo olvides. Estamos hechos de vapor. Solo la materia se hará sólida cuando dejemos de mirarnos el ombligo, cuando la vanidad no se mezcle con el combustible que alimenta el motor de los cambios.
[1] Desgraciadamente, el término "onfaloscopia" no está incluido entre las numerosas palabras dichosas y seguras (a la vez que limpias, fijas y esplendorosas) que habitan el universo del DRAE. Sin embargo, siempre hay alguien dispuesto a echar una mano y en este "Word_log: Diccionario Desenfadado de Neologismos y otras Entidades Lexicográficas" se puede leer lo siguiente:
ONFALOSCOPIA: [del gr. omphalos (ombligo) y scopia (acción de ver)] f. Arte o manía de contemplarse el ombligo, en sentido figurado y/o (¿por qué no?) literal.
La onfaloscopia (u omfaloscopia) conduce naturalmente al:
ONFALOCENTRISMO: m. Elaboración de la visión del mundo o de la realidad a partir de la contemplación (figurada) del propio ombligo.
"En el futuro todo el mundo será famoso durante quince minutos. Todo el mundo debería tener derecho a quince minutos de gloria".
(Andy Warhol)
.
"Vanidad de vanidades, todo es vanidad".
(Sefer Kohelet, cap. 1: 2)
El vaho que sale por nariz y boca se diluye rápidamente en el gélido aire invernal y desaparece de la vista para siempre. Así sucede con cada hálito y así sucede con la vida de las personas corrientes en el proceloso transcurrir de la historia. Y así debe ser. Asumir este hecho es motivo de sosiego. No hay necesidad de agitarse ni de inquietarse con desesperación por dejar una huella. Nada de estrés. Un árbol que plantar, un hijo que criar o un libro que escribir... Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad, dijo el otro. ¡Qué chorrada! El salto, mencionado como pretexto que justifique el paso, mientras uno se regodea en los flashes. La mera ambición de inmortalidad, el culto al ego sobre todas las cosas, el apogeo de la onfaloscopia [1]. Y todo ello, el motivo de tantos conflictos...
Antes de que Warhol quisiera exaltar lo común, ya grandes pintores habían plasmado en sus lienzos objetos de uso cotidiano, personas vulgares, cosas insignificantes, des fleurs de rien du tout... En esto no me parece ni novedoso ni revolucionario ni siquiera provocador. Recrearse en la belleza que existe incluso en lo que no es presuntamente bello también ha sido un tema del Arte desde siempre. En cambio, sí que puede darse otra interpretación a esa idea de la gloria efímera para lo común. Quizás la carcajada dadaísta. Quizás una secuela de programas televisivos
Es posible que, sin saberlo, le deba a Warhol este blog (mi particular ejercicio de quince-minutos-de-gloria-para-la-persona-desconocida) o la visión de un mundo que se diría dominado por agencias de inteligencia y servicios secretos, que han logrado convencer a las multitudes de que (voluntariamente, sin rebeldía, sin resistencia a obedecer en esta tarea, no solo eso sino gustosos de hacerlo) se expongan públicamente en las redes sociales, que glosen e ilustren sus existencias efímeras y les den brillo hollywoodiense. Cada detalle de tu vida: dónde estás, con quién (¿podrías ilustrarlo con un vídeo?), qué haces, qué te gusta, qué detestas, qué has comido (adjunta una foto, por favor, también queremos ser parte de ti, de tu cuerpo), qué planes tienes para mañana, cuáles son tus preferencias políticas, religiosas, culturales..., qué estarías dispuesto a comprar, qué te atemoriza, qué te hace feliz, dónde podremos encontrarte, algún detalle de tu pasado que se nos pudiera haber escapado, qué piensas de (ehmmmm)... De acuerdo, gracias por la información, nos será muy útil en un futuro próximo. Gracias por ser libre y por utilizar tu libertad en nuestro provecho.
En sentido inverso (los caminos por que transita todo discurso son así de caprichosos y prefieren sorprender dirigiéndose a lugares insospechados), alguien escribió esto no hace mucho: "Nadie dijo que fuera fácil. Yo también estoy aturdido. La revolución es algo tan pequeño que empieza por uno mismo. Porque si cambio una gota estaré cambiando el océano". Sí, es posible que pretendas tal cosa, pero tu aliento se desvanecerá en la fría mañana. Eso no lo olvides. Estamos hechos de vapor. Solo la materia se hará sólida cuando dejemos de mirarnos el ombligo, cuando la vanidad no se mezcle con el combustible que alimenta el motor de los cambios.
| esto, en el MoMA |
[1] Desgraciadamente, el término "onfaloscopia" no está incluido entre las numerosas palabras dichosas y seguras (a la vez que limpias, fijas y esplendorosas) que habitan el universo del DRAE. Sin embargo, siempre hay alguien dispuesto a echar una mano y en este "Word_log: Diccionario Desenfadado de Neologismos y otras Entidades Lexicográficas" se puede leer lo siguiente:
ONFALOSCOPIA: [del gr. omphalos (ombligo) y scopia (acción de ver)] f. Arte o manía de contemplarse el ombligo, en sentido figurado y/o (¿por qué no?) literal.
La onfaloscopia (u omfaloscopia) conduce naturalmente al:
ONFALOCENTRISMO: m. Elaboración de la visión del mundo o de la realidad a partir de la contemplación (figurada) del propio ombligo.
jueves, 2 de junio de 2011
conformistas por naturaleza
(área de descanso nº 133)
conformar
(Del lat. conformāre)
1. tr. Ajustar, concordar algo con otra cosa. U. t. c. intr. y c. prnl.
2. tr. Dar forma a algo.
3. tr. Econ. Dicho de un banco: Diligenciar un cheque garantizando su pago.
4. intr. Dicho de una persona: Convenir con otra, ser de su misma opinión y dictamen. U. m. c. prnl.
5. prnl. Reducirse, sujetarse voluntariamente a hacer o sufrir algo por lo cual se siente alguna repugnancia.
6. prnl. Darse por satisfecho.
Real Academia Española © Todos los derechos reservados
Vivimos creyéndonos nuestras propias ilusiones [1]. Bueno, no. No nuestras propias ilusiones, sino las de la manada, que tampoco tendrían por qué ser las nuestras. Lo serían en el hipotético caso de que pudiéramos elegir exclusivamente por nosotros mismos, de forma voluntaria y consciente partiendo de cero, lo cual no tiene sentido si consideramos que nacemos absolutamente dependientes y que nuestra naturaleza es indiscutiblemente social. Y aunque en principio no son nuestras por elección (sino por una imposición de la que no somos conscientes), nos hemos conformado a/con ellas con absoluta naturalidad, al punto de que nos resulta dificilísimo cuestionarlas.
La tendencia natural es la de creer que hemos elegido el camino por nosotros mismos, pero cada vez soy máspesimista realista al respecto: el grupo en el que comenzamos nuestra andadura, por el simple azar de la vida (así son las cosas: nadie elige cómo ni dónde nace, ni otras circunstancias de sus primeros años), es el que ha puesto en nosotros el guión básico de nuestra particular cosmovisión, que se irá completando con matices. Apenas matices. Elegiremos a partir de entonces pertenecer a aquellas manadas en que sintamos que nuestra estructura mental no deberá experimentar grandes cambios. De lo contrario, tendríamos que transformarla dolorosamente según otros patrones. Por eso, escucharemos lo que ya deseamos escuchar (que es lo que encaja en esa forma prediseñada), leeremos lo que ya deseamos leer (que es lo que encaja en esa forma prediseñada), etc etc... y, por el contrario, rechazaremos todo aquello que no encaje en esa forma prediseñada. Nuestras gafas para ver la vida tienen un color determinado y nuestras visiones estarán teñidas por ese color.
Una manada presionará siempre para que adoptemos sus colores propios y, por más que violente nuestras entrañas, si nos encontramos atrapados en esa manada, no nos quedará más solución que hacer de sus colores los nuestros. Por esto nos resulta tan difícil cambiar de manada (y de opinión): porque nos exponemos a la desagradable experiencia de ver removidos todos los moldes en que nuestra mente ya ha encontrado acomodo. Es más fácil seguir manteniendo una idea antigua, aunque no funcione (si nos demuestran lo errada que está, lucharemos contra esa demostración con uñas y dientes), antes que reemplazarla por una nueva que sea correcta pero contraria a nuestra cosmovisión. Más fácil ...y más necio.
Sin embargo, sucede en la vida (puede suceder) que un balonazo [2] en las gafas destroce las lentes de colores que llevamos delante de los ojos y quedemos así expuestos a una distinta visión de las cosas, sin la distorsión con que siempre las habíamos visto. Un fogonazo de objetividad. Esto solo puede suceder, empero, lejos de la presión de la manada, que siempre volverá con unas gafas nuevas a imponer su visión oficial del mundo y su particular enfoque. Una vez más, la subjetividad grupal poniendo freno a visiones más (nunca completamente) objetivas.
Esa anulación de la subjetividad personal por la subjetividad grupal fue demostrada en el experimento de Asch (un interesante vídeo acerca de este experimento puede encontrarse AQUÍ), al tiempo que el experimento de Milgram nos da las evidencias de hasta qué punto el individuo puede llegar a obedecer ciegamente a la autoridad de la manada. Evidencias que resultan muy difíciles de negar, aunque pocas veces asumimos que este es el telón de fondo de muchas de nuestras actitudes y creencias más arraigadas.
[1] "ilusión" en el sentido más inmediato de la palabra, es decir: "concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos".
[2] aunque "balonazo" suena a un impacto que sucede en un momento determinado, puede tratarse también de una acumulación de momentos, un despertar motivado por experiencias sucesivas que nos hacen cuestionar las "verdades" de la manada.
conformar
(Del lat. conformāre)
1. tr. Ajustar, concordar algo con otra cosa. U. t. c. intr. y c. prnl.
2. tr. Dar forma a algo.
3. tr. Econ. Dicho de un banco: Diligenciar un cheque garantizando su pago.
4. intr. Dicho de una persona: Convenir con otra, ser de su misma opinión y dictamen. U. m. c. prnl.
5. prnl. Reducirse, sujetarse voluntariamente a hacer o sufrir algo por lo cual se siente alguna repugnancia.
6. prnl. Darse por satisfecho.
Real Academia Española © Todos los derechos reservados
Vivimos creyéndonos nuestras propias ilusiones [1]. Bueno, no. No nuestras propias ilusiones, sino las de la manada, que tampoco tendrían por qué ser las nuestras. Lo serían en el hipotético caso de que pudiéramos elegir exclusivamente por nosotros mismos, de forma voluntaria y consciente partiendo de cero, lo cual no tiene sentido si consideramos que nacemos absolutamente dependientes y que nuestra naturaleza es indiscutiblemente social. Y aunque en principio no son nuestras por elección (sino por una imposición de la que no somos conscientes), nos hemos conformado a/con ellas con absoluta naturalidad, al punto de que nos resulta dificilísimo cuestionarlas.
La tendencia natural es la de creer que hemos elegido el camino por nosotros mismos, pero cada vez soy más
Una manada presionará siempre para que adoptemos sus colores propios y, por más que violente nuestras entrañas, si nos encontramos atrapados en esa manada, no nos quedará más solución que hacer de sus colores los nuestros. Por esto nos resulta tan difícil cambiar de manada (y de opinión): porque nos exponemos a la desagradable experiencia de ver removidos todos los moldes en que nuestra mente ya ha encontrado acomodo. Es más fácil seguir manteniendo una idea antigua, aunque no funcione (si nos demuestran lo errada que está, lucharemos contra esa demostración con uñas y dientes), antes que reemplazarla por una nueva que sea correcta pero contraria a nuestra cosmovisión. Más fácil ...y más necio.
Sin embargo, sucede en la vida (puede suceder) que un balonazo [2] en las gafas destroce las lentes de colores que llevamos delante de los ojos y quedemos así expuestos a una distinta visión de las cosas, sin la distorsión con que siempre las habíamos visto. Un fogonazo de objetividad. Esto solo puede suceder, empero, lejos de la presión de la manada, que siempre volverá con unas gafas nuevas a imponer su visión oficial del mundo y su particular enfoque. Una vez más, la subjetividad grupal poniendo freno a visiones más (nunca completamente) objetivas.
Esa anulación de la subjetividad personal por la subjetividad grupal fue demostrada en el experimento de Asch (un interesante vídeo acerca de este experimento puede encontrarse AQUÍ), al tiempo que el experimento de Milgram nos da las evidencias de hasta qué punto el individuo puede llegar a obedecer ciegamente a la autoridad de la manada. Evidencias que resultan muy difíciles de negar, aunque pocas veces asumimos que este es el telón de fondo de muchas de nuestras actitudes y creencias más arraigadas.
No quiero robarte más tiempo con palabras. Pero si tienes 10 minutos para dedicarlos al siguiente vídeo, te garantizo que será tiempo bien empleado. Las conclusiones de la parte final pueden animar a interesantes reflexiones que siempre son necesarias. Cualquier momento (y sobre todo los más convulsos) es tiempo de cuestionar con rigor el grupo al que pertenecemos y no asumir sus directrices por más correctas que, en apariencia, se presenten ante nosotros.
vídeo con audio en inglés y subtítulos en castellano (por defecto)
si no se pueden ver los subtítulos, hay que activarlos en el botón "subtítulos"
(en la barra inferior del reproductor de vídeo, en la parte derecha)
(en la barra inferior del reproductor de vídeo, en la parte derecha)
[2] aunque "balonazo" suena a un impacto que sucede en un momento determinado, puede tratarse también de una acumulación de momentos, un despertar motivado por experiencias sucesivas que nos hacen cuestionar las "verdades" de la manada.
domingo, 6 de marzo de 2011
geomoros y demiurgos
(área de descanso nº 117)
Hay palabras que, a fuerza de abusar de ellas, se van apolillando sin remisión. O, también, se las pone en contextos tan corrosivos que es imposible que soporten la abrasión constante, hasta que sus mismas entrañas quedan a merced de esa atmósfera en que se diluirán sin apenas dejar rastro. Podríamos hacer una lista y (¡quién sabe!) emprender alguna acción para rescatar todo aquello que significan.
La democracia fue un salto cualitativo muy relevante en la forma de organizarse y gobernarse los grupos humanos. En esencia, es el paso de la ley del más fuerte (lo de fuerte, en todas las acepciones del térmimo) a otro sistema en que todos y cada uno son igual de importantes en el desarrollo de la comunidad. Y digo en esencia, aunque también lo es (lamentablemente) en teoría, porque en la práctica sería imposible encontrar una sola democracia en toda la Historia de la Humanidad en que se cumpla este supuesto. Pero, volviendo al plano teórico, es una nueva concepción de la organización comunitaria, radicalmente diferente a las tiranías, las plutocracias, las monarquías, los feudalismos, las aristocracias, etc...
Si algo faltó en los orígenes, fue una formulación cabal de los derechos inalienables de los seres humanos, adquiridos por el mero hecho de nacer humanos. Muchas cosas quedaban por madurar todavía... Esta arcaica concepción de lo humano motivó que en las primeras democracias (por ejemplo, la ateniense de Pericles) quedaran excluidos los extranjeros, los esclavos, las mujeres. Por el contrario, demiurgos (artesanos) y geomoros (campesinos) constituían ese demos que, junto a los eupátridas (nobles), tratarán de dirigir los destinos de Atenas.
Salvando estas importantes deficiencias, pienso que la nota fresca de las democracias antiguas estaba en la importancia novedosa que se concedía a la persona común. Y lástima que se excluyera a ciertas personas porque aún no se las considerara como personas. Pero ya por entonces era arriesgado proponer que tu opinión y la mía, que tu voto y el mío, deben ser considerados con el mismo valor. Un hombre: un voto. Incluso hoy, habrá quien se vea tentado a rasgarse las vestiduras con esto y argumente así: ¿acaso el voto de un anciano jubilado perdido en alguna remota aldea de la geografía nacional ha de ser tenido en la misma consideración que el de un prohombre de esa misma nación, un sabio y experimentado ciudadano, un auténtico v.i.p. reconocido por la comunidad? Pues resulta que sí, mal que a algunos les pese. Lo contrario, sería volver a una forma de aristocracia, o la aplicación de algún tipo de sufragio censitario. Pero no es sino uno de los maravillosos riesgos de la democracia el tratar por igual a quienes la vida ya hizo diferentes desde el principio, porque los derechos siguen siendo los mismos. Y eso no puede (¡no debe!) cambiarse.
Un problema añadido a este inicio defectuoso (pero prometedor) es la extensión de un sistema de democracia directa a uno representativo. Para pequeñas poblaciones, el sistema democrático resulta relativamente fácil de aplicar. Pero se multiplican los problemas en el momento en que ya no es posible reunir a la asamblea de todos los ciudadanos, al mismo tiempo y en el mismo lugar, para la toma de decisiones. Los representantes, ¿representan en realidad a sus representados o se acaban representando a sí mismos? ¿Velan más por los propios intereses o por los de la ciudadanía? Y más aún:
-¿cómo se eligen?
-¿hay transparencia a la hora de proponer las listas de los candidatos a la elección?
-¿se propone a los más capacitados o existe el favoritismo?
-¿se siguen aplicando los principios democráticos o ya no es posible?
Finalmente: ¿tienen todos los votos el mismo valor? Esta pregunta llega a ser respondida por la práctica: puede suceder que la lista más votada no sea la que más representantes obtiene en las elecciones. Y esto no deja de ser una forma de corrupción del propio sistema, por más que se quiera vender de otra manera (¿qué sucede con todos esos votos -es decir, personas- que no son tenidos en cuenta?). Y una vez abierta la puerta de las corruptelas, parecen colarse todas ellas en tropel... Y hay más. La democracia se ha revelado más vulnerable a los enemigos internos que a los externos, ante los cuales se muestra muy rocosa. Pero cuando alguien animado por el espíritu del totalitarismo llega a infiltrarse en los entresijos de la democracia, puede llevar a cabo los peores atropellos. Ejemplos abundantes tenemos y no quiero explayarme en este punto.
La democracia fue un salto cualitativo muy relevante en la forma de organizarse y gobernarse los grupos humanos. En esencia, es el paso de la ley del más fuerte (lo de fuerte, en todas las acepciones del térmimo) a otro sistema en que todos y cada uno son igual de importantes en el desarrollo de la comunidad. Y digo en esencia, aunque también lo es (lamentablemente) en teoría, porque en la práctica sería imposible encontrar una sola democracia en toda la Historia de la Humanidad en que se cumpla este supuesto. Pero, volviendo al plano teórico, es una nueva concepción de la organización comunitaria, radicalmente diferente a las tiranías, las plutocracias, las monarquías, los feudalismos, las aristocracias, etc...
Si algo faltó en los orígenes, fue una formulación cabal de los derechos inalienables de los seres humanos, adquiridos por el mero hecho de nacer humanos. Muchas cosas quedaban por madurar todavía... Esta arcaica concepción de lo humano motivó que en las primeras democracias (por ejemplo, la ateniense de Pericles) quedaran excluidos los extranjeros, los esclavos, las mujeres. Por el contrario, demiurgos (artesanos) y geomoros (campesinos) constituían ese demos que, junto a los eupátridas (nobles), tratarán de dirigir los destinos de Atenas.
Salvando estas importantes deficiencias, pienso que la nota fresca de las democracias antiguas estaba en la importancia novedosa que se concedía a la persona común. Y lástima que se excluyera a ciertas personas porque aún no se las considerara como personas. Pero ya por entonces era arriesgado proponer que tu opinión y la mía, que tu voto y el mío, deben ser considerados con el mismo valor. Un hombre: un voto. Incluso hoy, habrá quien se vea tentado a rasgarse las vestiduras con esto y argumente así: ¿acaso el voto de un anciano jubilado perdido en alguna remota aldea de la geografía nacional ha de ser tenido en la misma consideración que el de un prohombre de esa misma nación, un sabio y experimentado ciudadano, un auténtico v.i.p. reconocido por la comunidad? Pues resulta que sí, mal que a algunos les pese. Lo contrario, sería volver a una forma de aristocracia, o la aplicación de algún tipo de sufragio censitario. Pero no es sino uno de los maravillosos riesgos de la democracia el tratar por igual a quienes la vida ya hizo diferentes desde el principio, porque los derechos siguen siendo los mismos. Y eso no puede (¡no debe!) cambiarse.
Un problema añadido a este inicio defectuoso (pero prometedor) es la extensión de un sistema de democracia directa a uno representativo. Para pequeñas poblaciones, el sistema democrático resulta relativamente fácil de aplicar. Pero se multiplican los problemas en el momento en que ya no es posible reunir a la asamblea de todos los ciudadanos, al mismo tiempo y en el mismo lugar, para la toma de decisiones. Los representantes, ¿representan en realidad a sus representados o se acaban representando a sí mismos? ¿Velan más por los propios intereses o por los de la ciudadanía? Y más aún:
-¿cómo se eligen?
-¿hay transparencia a la hora de proponer las listas de los candidatos a la elección?
-¿se propone a los más capacitados o existe el favoritismo?
-¿se siguen aplicando los principios democráticos o ya no es posible?
Finalmente: ¿tienen todos los votos el mismo valor? Esta pregunta llega a ser respondida por la práctica: puede suceder que la lista más votada no sea la que más representantes obtiene en las elecciones. Y esto no deja de ser una forma de corrupción del propio sistema, por más que se quiera vender de otra manera (¿qué sucede con todos esos votos -es decir, personas- que no son tenidos en cuenta?). Y una vez abierta la puerta de las corruptelas, parecen colarse todas ellas en tropel... Y hay más. La democracia se ha revelado más vulnerable a los enemigos internos que a los externos, ante los cuales se muestra muy rocosa. Pero cuando alguien animado por el espíritu del totalitarismo llega a infiltrarse en los entresijos de la democracia, puede llevar a cabo los peores atropellos. Ejemplos abundantes tenemos y no quiero explayarme en este punto.
Recién estrenados los 90, me aficioné a las historias de crítica social, familiar y política que nos llegaban a través de esos monigotes de color mostaza, The Simpsons. En uno de sus episodios, Lisa Simpson experimenta un profundo sentimiento de decepción ante la corrupción que inunda el sistema. Entre sus dos redacciones patrióticas leídas en concurso local y nacional (respectivamente), "Las raíces de la democracia" y "Pozo negro en el Potomac", media el haber sido testigo de una trama de corrupción en que un congresista acepta un soborno para permitir que un bosque próximo a Springfield (por cierto, el mismo en que Lisa se inspiró para su primer escrito) sea talado para satisfacer la ambición del aprovechado de turno. La rabia e impotencia que embargan a la joven chavalilla son indescriptibles... Tanto le afecta la escena, que rompe su escrito original para tratar de desahogar su frustración en uno nuevo, reformado conforme a lo que acaba de descubrir. Después de la lectura de su segunda redacción, se sucede una delirante retahíla de acontecimientos en que los guionistas dejan sobradas muestras de ironía y cinismo.
Ahí permanecerá mientras tanto el gran riesgo: que a causa de los intermediarios se destruya lo mejor y más significativo de la democracia. Y es un riesgo que nos debería mantener siempre alerta.
De todas las formas de gobierno que hemos probado, no caben dudas de que la democracia es la mejor de todas ellas. O la menos mala, como dicen algunos. Si no es aún mejor, también es porque los humanos nos hemos revelado muy ingobernables. Está en nosotros, en nuestros genes. Pero, con todo, esto nunca debería parecernos suficiente. Huyendo del conformismo, podemos aspirar a más y mejor. Para ello, no habríamos de darnos por satisfechos con el placebo de pasar por las urnas cada cierto tiempo mientras que, de facto, permanecemos alejados de la marcha política de nuestros propios asuntos, a la vez que padecemos los resultados de decisiones ajenas.
Muy fresco tenemos, citando algo sobresaliente, el ejemplo de Islandia. Y, en el momento de plantearse la revitalización de todo el sistema, no parece un mal espejo en que mirarse.

De todas las formas de gobierno que hemos probado, no caben dudas de que la democracia es la mejor de todas ellas. O la menos mala, como dicen algunos. Si no es aún mejor, también es porque los humanos nos hemos revelado muy ingobernables. Está en nosotros, en nuestros genes. Pero, con todo, esto nunca debería parecernos suficiente. Huyendo del conformismo, podemos aspirar a más y mejor. Para ello, no habríamos de darnos por satisfechos con el placebo de pasar por las urnas cada cierto tiempo mientras que, de facto, permanecemos alejados de la marcha política de nuestros propios asuntos, a la vez que padecemos los resultados de decisiones ajenas.
Muy fresco tenemos, citando algo sobresaliente, el ejemplo de Islandia. Y, en el momento de plantearse la revitalización de todo el sistema, no parece un mal espejo en que mirarse.
Equipaje:
decisiones,
palabras,
política,
quino,
revolución,
the-simpsons
domingo, 20 de febrero de 2011
casi inmóvil
(área de descanso nº 115)
"En días venideros vendrá gente que se burlará diciendo: (...) desde que murieron nuestros antepasados, todas las cosas siguen igual a como eran al principio...".
(2ª carta de Pedro, cap. 3: fragmentos de los vs. 3 y 4)
(2ª carta de Pedro, cap. 3: fragmentos de los vs. 3 y 4)
Podría decirse que, en un mundo de presas y depredadores, es esencial que todo bicho viviente que quiera seguir en el juego haya desarrollado una apropiada habilidad para percibir el movimiento, los cambios. Lo contrario supondría una debacle. También parece cierto que, además de la reacción instintiva, hay un aprendizaje basado en la experiencia que lleva a unas respuestas más elaboradas, más precisas. Es por eso que hay cambios que nos ponen muy alerta o en situación de cosechar sus consecuencias (ya sean positivas o negativas), mientras que otros cambios apenas nos harán elevar una ceja. Como mucho. Tiene su lógica: si estoy pasando una tarde apacible a la orilla de un río y a un pececillo le da por pegar un saltito corto sobre la superficie del agua, no tendría sentido que persistiera en mi ánimo la alteración pasajera producida por el tenue eco de la salpicadura invadiendo los sonidos que ya flotan en el ambiente, mucho más allá de su extinción.
Nuestro cerebro percibe todo con interés y, después de la tarea de procesado (que inevitablemente lleva su tiempo, por brevísimo que sea), decide si hay que cambiar el foco de interés en otra dirección. Con un ejemplo: cuando uno mira de repente uno de esos relojes con segundero, que van marcando cada segundo salto a salto, por un instante se tiene la sensación de que el reloj está parado. Ese primer segundo que transcurre hasta el próximo salto de la aguja parece durar mucho más de un segundo y de ahí proviene la fugaz impresión de que hay una avería en el mecanismo del reloj. Pero eso solo es debido a nuestro cerebro, que estira la percepción del tiempo hasta que asumimos esa experiencia (que por una vez más se hace novedosa) del paso-de-un-segundo-en-un-reloj-con-segundero. Entonces, todo vuelve a la normalidad. La normalidad parece ser ese estado de cosas en que todo sucede sin grandes sobresaltos (o con sobresaltos asumibles), pero siempre teniendo en cuenta que tal cosa no supone una ausencia de cambios. Esto me lleva al síndrome del sapo cocido.
Supongo que tú ya sabes qué es eso del síndrome del sapo cocido. Es fácil de explicar. No he tenido la tentación de comprobar la veracidad del hecho concreto que hay detrás del enunciado, pero voy a dar por sentado que la práctica con humanos en circunstancias similares (más metafóricas que literales, por supuesto) ha arrojado suficientes datos como para darlo por bueno. Y es de una aplicación metafórica de lo que se trata.
Parece evidente que si se introduce un sapo vivo en un recipiente conteniendo agua de su propia charca pero en estado de ebullición, el pobre animal saltará inmediatamente fuera del recipiente para salvar la vida. En cambio, si se coloca al mismo sapo en un recipiente lleno con agua de su propia charca a temperatura ambiente, el incauto animalillo se quedará inmóvil y tan tranquilo. Ahora viene la parte truculenta. Gradualmente, se va calentando el agua, poco a poco, hasta que hierva. Resulta que el sapo seguirá ahí inmóvil, sin saltar afuera de esa trampa mortal (pero pudiendo hacerlo), hasta quedar cocido.
La trampa consiste en haber conseguido que los cambios que estaban teniendo lugar en el ambiente en que estaba inmerso el sapo fueran lo más imperceptibles que se pudiera lograr. Imagina este conocimiento en manos de los manipuladores de masas, los artesanos de la persuasión. Bueno, pues el caso es que ya lo tienen y desde hace muchos siglos. Y no se cortan a la hora de aplicarlo. Cuando echamos la vista atrás, notamos la gran cantidad de cambios que se han producido en solo el tiempo que abarca nuestra corta vida, desde pequeñitos hasta ahora. Sin embargo, a veces es difícil notar cuándo sucedieron esos cambios concretos, porque fueron la suma de otros menores, de tal magnitud que los íbamos asumiendo con bastante naturalidad. Adaptarse o morir, nos dicen. Claro, es imposible adaptarse al agua hirviendo de golpe, aunque no hay problema con pequeñas subidas de temperatura constantes. Pero el resultado final puede ser el mismo.
Pequeñitos desvíos en el timón de cada uno, que quizás no sean más que las etapas de un rumbo ya trazado de antemano por los directores del cotarro. Es una interesante forma de que otros hagan lo que tú quieras, pero como si fueran ellos mismos los que lo hubieran elegido, ¿no es así? En apariencia, la libertad no queda comprometida cuando, en realidad, lo que se está haciendo es hervir la libertad, desnaturalizarla.
No puedo menos que recordar, en este mismo sentido, una fábula de Esopo titulada "El viento del norte y el sol". El texto de la fábula dice algo así:
El sol y el viento, para comprobar quién era más fuerte de los dos, se desafiaron para ver quién era capaz de quitar los vestidos al primero que pasara. El viento sopló con todas sus fuerzas pero cuanto más se esforzaba, el hombre se apretaba más a la ropa y además, al sentir frío, se echó por encima su abrigo. El sol no se esforzó demasiado: se limitó a lucir. El viajero, sudando, se quitó toda la ropa para correr a bañarse.
Creo que no hace falta que te diga la moraleja. Ya la habrás adivinado: "La persuasión es mucho más eficaz que la violencia". Indudable. Los que detestamos la violencia (y reaccionaríamos con brío ante cualquier forma de violencia que aparezca en nuestro camino) no estamos exentos de caer en otras redes del control que se cierne sobre nosotros. Las antiguas batallas van dejando paso a otras más sutiles, combatidas por ejércitos de soldados aparentemente inmóviles.
domingo, 15 de agosto de 2010
res non verba
(99ª parada)
Después de diez años de combates encarnizados, sólo se atisbaba un gigantesco caballo ante los muros de Troya. Era la forma en que los aqueos parecían expresar su renuncia a conquistar una ciudad que se había mostrado inexpugnable: un espía griego hizo creer a los troyanos que la colosal estatua era una ofrenda a la diosa Atenea, procurando buenos vientos en el regreso a casa. Ahora, sólo quedaba por saber si los teucros morderían el anzuelo ideado por el adivino Calcas. Otros textos dicen que fue Odiseo (es decir, Ulises) el padre del ardid. De cualquiera de las dos maneras, Odiseo comandaba la avanzadilla de selectos guerreros griegos en el vientre del caballo, con la misión de abrir las puertas de Troya para la invasión a cargo del grueso del (temporalmente oculto) ejército de la coalición aquea, una vez que el artefacto hubiera sido introducido en la ciudad por los propios troyanos.
Es irónica esta disociación entre lo que se persigue y lo que se consigue en los regímenes democráticos. Es cierto que la democracia es una forma de gobierno muy adecuada para la preservación de los derechos fundamentales de las personas y para el desarrollo de sociedades saludables, pero es igualmente ingenuo pretender que nuestras democracias son esos paraísos donde todo es quasiperfecto. No lo creo. Desde luego, nuestro nivel de ironía no ha alcanzado el punto cruel y desagradable de las mentalidades totalitarias, capaces de tener confinados a los condenados a trabajos forzados (hasta la muerte más atroz) tras unas alambradas cuya verja de entrada luce las palabras "Arbeit macht frei" (El trabajo hace libre), como las tristemente célebres del campo de concentración y exterminio nazi en la ciudad polaca de Oświęcim (Auschwitz). No, la ironía de los demócratas no es tan estomagante como la de los dictadores, aunque la demagogia que encierra puede resultar en ocasiones sorprendentemente similar... Para evitar una mímesis que sería catastrófica, no hay que dejar para más adelante el momento de dar un golpe de timón que encauce el rumbo de la nave hacia un horizonte en que lo que se diga sea el fiel reflejo de los elevados principios que son nuestra razón de ser y, por tanto, el espíritu que consecuentemente anime todas nuestras actuaciones.
"El reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder".
(1ª carta de Pablo a los Corintios, cap. 4: 20)
Pocos fueron los habitantes de la ciudad que se opusieron a no mirarle el diente al caballo regalado. Casandra (sacerdotisa de Apolo) ya había predicho la destrucción de Troya y Laocoonte (también sacerdote de Apolo) expresó su recelo de hacer entrar el caballo en la ciudad con la conocida frase recogida por Virgilio en la Eneida: "Timeo Danaos et dona ferentes". Es decir: Temo a los griegos incluso cuando traen regalos. Pero la intervención de Atenea (dispuesta a enredar en favor de los griegos), provocando que unas serpientes devoraran a Laocoonte y sus dos hijos, hizo creer por fin a los troyanos que rechazar la ofrenda de los griegos no era sino un desplante que desagradaba profundamente a la diosa. Conclusión: caballo pa'dentro. Y, como consecuencia lógica, fin de la guerra de Troya, con el desenlace ya por todos conocido.
En ocasiones, los regalos se tornan de lo más peligroso, como auténticas armas arrojadizas... A veces, incluso sin que el oferente sea consciente de ello. A propósito, recuerdo la película Concursante, dirigida por Rodrigo Cortés, en que un profesor de Historia de la Economía (interpretado por Leonardo Sbaraglia) se ve envuelto en una situación de lo más surrealista después de ser el ganador de un premio millonario en un concurso de preguntas y respuestas. Resulta que la cantidad de gastos generados por el mantenimiento de los regalos, además de los impuestos que debía pagar por poseerlos, acaban arruinando al desconcertado profesor.
En otras ocasiones, la concesión de regalos sí que provoca a quien lo recibe un daño que ya ha sido previamente calculado (grosso modo) y que es, por tanto, un objetivo perseguido por quien regala. O bien, el regalo otorga al oferente una ventaja o una posición privilegiada que no tenía antes. Este tipo de regalos no son fines en sí mismos, sino medios que pueden permitir alcanzar otros fines que permanecen ocultos. Ejemplos los hay a montones... Se me ocurre pensar en esas estrategias de mercado en que se regalan ciertos productos que deberán ser mantenidos periódicamente a un costo que supone mucho más que la amortización del regalo. Pensemos, por ejemplo, en el área de la informática, con su software y su hardware: ¡actualizaciones sin fin! Es el precio que hay que pagar para estar al día en un terreno en que la obsolescencia es la norma.
Quizás el ejemplo más sangrante de griegos a los que temo aunque traigan regalos (¡y más si los traen!) es a la clase política. Hay dos tipos de "regalos" concedidos por estas personas que se dicen nuestros representantes pero que cada vez entiendo menos en qué nos representan, si sus vidas y las del resto de la población no se parecen en casi nada. Esos dos tipos de regalos los agrupo en: regalos materiales propiamente dichos (cosas, servicios) y en dichos propiamente regalados (palabras, aunque debería decir palabrerío).
Los momentos en que más se prodigan en regalos suelen ser los periodos pre-electorales. Ellos saben que cuentan con la memoria de pez de los votantes, entonces para qué dejarse la piel a 3 ó 4 años de una cita con las urnas si los pobrecitos desmemoriados de los electores recordarán con más claridad lo que se haga en el último mes de mandato. Es en este mes en que se deberá volcar la mayor parte de los esfuerzos: inauguraciones de última hora, cortes de cintas por aquí y por allá, promesas de futuros esplendorosos, regalos-soborno por los motivos más peregrinos... y lo mejor de todo es que serán regalos a los contribuyentes pagados con dinero de los contribuyentes. Y aun mejor todavía es que estos rastreros métodos de captación de votos les funcionan campaña tras campaña. Precisamente, tenemos los políticos que nos merecemos. Porque no aprendemos. Quizás un día sí aprendamos (como ya he leído en algún sitio) que un político se convierte en un estadista sólo cuando es capaz de cambiar su horizonte de las próximas citas electorales al de las próximas generaciones de ciudadanos. Entonces quizás seamos capaces de elegir como nuestros representantes a estadistas de verdad y no a políticos preocupados más que nada de su propia sillita, auténticas garrapatas del poder.
Un regalo muy barato en apariencia (pero muy caro a la larga) es el de las palabras que, a golpe de marketing y con toda la persuasión de que son capaces, nos dedican con sus sonrisas-profidén de cartón-piedra. A veces, la nauseabunda atmósfera de demagogia políticamente correcta se torna por completo irrespirable. Ya no hablo de los mítines, esas arengas vacías destinadas a arrancar el aplauso fácil de una multitud entregada de antemano. Me refiero más al frustrante día-a-día de declaraciones sin sentido y a los debates políticos, desarrollos caóticos de programas electorales (auténticos brindis al sol) que, como no suponen vinculaciones contractuales con la ciudadanía, se pueden incumplir a voluntad sin que exista más represalia o indemnización que una amenaza de voto de castigo en las próximas elecciones. Pero de las nefastas políticas implementadas, de las ruinas provocadas y de los dineros malversados no se pedirán cuentas en ningún caso, a no ser que se demuestre en los tribunales de justicia que haya habido delitos de corrupción tipificados. Pero como la incompetencia no es delito, entonces aquí paz y después gloria. Ya volverán dentro de equis años o, si no vuelven, que nadie se preocupe porque vivirán felices en sus retiros pagados con dinero público por los mismos a quienes previamente han defraudado. Esto es lo que hay. Y como las normas las ponen los mismos a quienes esas normas tienen que satisfacer, la política se ha convertido en una especie de juego para mediocres en que no importa equivocarse porque los participantes (no así la ciudadanía) están blindados frente a sus propios errores. ¡Ay, sí, temo a los políticos y más cuando nos vienen con sus regalitos!
Hechos, no sólo palabras.
domingo, 23 de mayo de 2010
il était un petit navire...
(sin parada)
Sin contar con mi intervención consciente, mi cuerpo se hizo diestro. Todo lo contrario que mi mente que, plena de convicciones, se hizo siniestra. Fue el gusto por el progreso bien entendido, el ansia de ver conseguidas condiciones de igualdad de oportunidades para todos, la devoción por la democracia y los derechos civiles, la visión de la sociedad como un colectivo donde todos dependen de todos y cada uno debe cuidar de los demás, sobre todo de los más desfavorecidos... las cosas que pueden hacer del mundo un mejor lugar para vivir, al resguardo de ambiciosos egoísmos. Ideales que he visto, vez tras vez, ser pisoteados por lobos vestidos de corderos, ambiciosos egoístas recubiertos con una capa de interés social. Será que somos así y que el principal obstáculo para realizar aquellos buenos ideales radica en nosotros mismos. No sé.
La burguesía ocupa el lugar de la aristocracia cuando surge el proletariado, tanto como éste está dispuesto a ocupar el lugar de la burguesía cuando surge un quinto estado. Y así ad infinítum... Es una forma de corrupción del poder y por el poder.
En el lado izquierdo de la Assemblée Nationale estaban sentados los jacobinos. Eran otros tiempos y quedaban muchos episodios de corrimiento a la diestra. Pero aquellos miembros del Club Bretón plantaron la semilla, utópica o realista en proporciones variables, de una profunda renovación de la sociedad.
Llegado a este momento, sólo se me ocurre proponer que los nuevos Parlamentos sean más parecidos a los barcos que surcan los mares. Sin izquierdas ni derechas. Con babor y estribor. Y quiero imaginar a todos esos representantes de la soberanía popular remando a brazo partido, en el costado de la embarcación que tengan asignado. Y sin olvidar que es importante el ritmo y que no hay que dejar todo el esfuerzo para los del otro costado, si no se quiere navegar en círculos.
¿Capricho mío para dejar todo como está? Puede. Los egoísmos particulares seguirán siendo los enemigos del sistema. Pero es que, al final, el binomio izquierda-derecha no parece dar muy buenos resultados si de progresar se trata. Quizás lo sea por la confusión de no saber hacia dónde se va: aparte de un lado y otro, poco más queda, ninguna otra referencia... En los barcos, por el contrario, los costados de babor y estribor encuadran el eje principal de la nave que, de la popa a la proa, señala el sentido del avance.
Sin contar con mi intervención consciente, mi cuerpo se hizo diestro. Todo lo contrario que mi mente que, plena de convicciones, se hizo siniestra. Fue el gusto por el progreso bien entendido, el ansia de ver conseguidas condiciones de igualdad de oportunidades para todos, la devoción por la democracia y los derechos civiles, la visión de la sociedad como un colectivo donde todos dependen de todos y cada uno debe cuidar de los demás, sobre todo de los más desfavorecidos... las cosas que pueden hacer del mundo un mejor lugar para vivir, al resguardo de ambiciosos egoísmos. Ideales que he visto, vez tras vez, ser pisoteados por lobos vestidos de corderos, ambiciosos egoístas recubiertos con una capa de interés social. Será que somos así y que el principal obstáculo para realizar aquellos buenos ideales radica en nosotros mismos. No sé.
La burguesía ocupa el lugar de la aristocracia cuando surge el proletariado, tanto como éste está dispuesto a ocupar el lugar de la burguesía cuando surge un quinto estado. Y así ad infinítum... Es una forma de corrupción del poder y por el poder.
En el lado izquierdo de la Assemblée Nationale estaban sentados los jacobinos. Eran otros tiempos y quedaban muchos episodios de corrimiento a la diestra. Pero aquellos miembros del Club Bretón plantaron la semilla, utópica o realista en proporciones variables, de una profunda renovación de la sociedad.
Llegado a este momento, sólo se me ocurre proponer que los nuevos Parlamentos sean más parecidos a los barcos que surcan los mares. Sin izquierdas ni derechas. Con babor y estribor. Y quiero imaginar a todos esos representantes de la soberanía popular remando a brazo partido, en el costado de la embarcación que tengan asignado. Y sin olvidar que es importante el ritmo y que no hay que dejar todo el esfuerzo para los del otro costado, si no se quiere navegar en círculos.
¿Capricho mío para dejar todo como está? Puede. Los egoísmos particulares seguirán siendo los enemigos del sistema. Pero es que, al final, el binomio izquierda-derecha no parece dar muy buenos resultados si de progresar se trata. Quizás lo sea por la confusión de no saber hacia dónde se va: aparte de un lado y otro, poco más queda, ninguna otra referencia... En los barcos, por el contrario, los costados de babor y estribor encuadran el eje principal de la nave que, de la popa a la proa, señala el sentido del avance.
sábado, 20 de octubre de 2007
el espíritu de las leyes
(13ª parada)
Tengo que reconocerlo. La faceta histriónica de Jim Carrey perfora la red de pesca con la que trato de sacar algo interesante de las aguas de sus largometrajes. No digo que a veces no sea divertido; pero es que en otras se me hace insoportable. Eso sí, cuando el muchacho se pone (o el director le obliga), le puede quedar una peli bastante potable, como es The Majestic. Al menos, bastante potable para mi humilde gusto. En The Majestic (y sin contar nada de la trama) escuché un diálogo súper-interesante que me da pie para meterme de lleno en el tema. Sucede que en cierto momento se está cuestionando la validez (o la importancia) de los principios contenidos en la Constitución estadounidense y su Declaración de Derechos. Uno de los personajes dice de ella: “Tan sólo se trata de un trozo de papel con unas firmas debajo... Un contrato renegociable...” (más o menos).
Bien, pues aquí me detengo yo para considerar lo que puede motivar a alguien a pensar de esta forma.
El concepto de “la Ley” suele estar teñido de connotaciones negativas para los seres humanos. Por causa de las leyes entendemos limitadas nuestras libertades. Siempre hemos destacado más la pérdida de libertad que la ganancia de protección, pero es normal: la libertad es un derecho inalienable de cada persona y nos repugna que algo pueda afectar este derecho. Las leyes pueden causarnos múltiples quebraderos de cabeza en forma de todo tipo de sanciones, multas o incluso prisión (¡adiós, libertad!), y es que también podemos infringir las leyes por desconocimiento, sin mala intención. Las leyes parecen ser ‘esas imposiciones’ que preferimos saltarnos cuando nadie mira, sobre todo si nos permite sacar ventaja sobre los demás.
¿A quién le gusta ir a menos de 120 km/h en una autopista segura o parar en un semáforo rojo sin nadie a la vista?
¡Que levante la mano quien le guste pagar impuestos!
¿A qué fumador le apetece apagar su cigarrillo al entrar en un lugar público?Y así podría seguir con más situaciones que los humanos nos hemos encargado de llenar de leyes y leyes... Aborrecemos el vacío legal, porque en él siempre habrá alguien que tratará de abusar de una posición privilegiada sobre los no tan afortunados. O quien tratará de explotar la libertad de otros ejercitando su propia libertad. En principio, por eso existen las leyes y ése es su verdadero sentido. Pero le hemos dado la vuelta a la tortilla, convirtiendo nuestro mundo en un laberinto legal de tal dimensión que es imposible moverse por él sin la ayuda de “profesionales de lo legal” que, en ciertos casos, más que velar por la integridad del espíritu de las leyes (es decir, por lo que es de Justicia) lo hacen por los aspectos más formales de esas leyes (incluso contrarios a su verdadero espíritu). Esos casos provocan cierta desconfianza en todo este sistema. La lentitud desesperante con la que se mueve es, además, otro motivo de desconfianza.
Supongo que al principio todo fue más sencillo: El espíritu de las leyes estaba más a la vista, todavía no había quedado cubierto por capas y capas de barniz burocrático. Tenía sentido pensar en el significado de las leyes y éste era accesible a todo el mundo. Imagino aquel “We, The People...” y me da mucho gusto pensar en toda una nación gritando a voz en cuello: Se acabó para nosotros el mundo donde unos pocos quieren acaparar el poder que nos corresponde a todos. Ahora NOSOTROS, EL PUEBLO, nos declaramos soberanos. Ni un rey, ni la nobleza, ni el clero van a usurpar más ese derecho que tenemos por nuestra condición de seres humanos libres, iguales y fraternos.
Y ahí está el verdadero espíritu de cualquier ley (No pienses sólo en ti mismo. Piensa también en los demás). El amor a uno mismo y al otro por igual debe ser el motor de cualquier legislación. El reparto equitativo de los beneficios y las cargas. Eso sí, cuando uno contempla el nivel de egoísmo en que vivimos y del que no estamos dispuestos a apearnos, se pregunta si es posible que podamos llegar a entender las leyes en su verdadero espíritu.
Cuando un escriba, un doctor de la Torah, quiso ‘pillar’ a Jesucristo con la pregunta “¿Qué es lo más importante de la Torah?” se llevó un pequeño corte al recibir la respuesta: “Amarás a Dios y amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos depende toda la enseñanza de la Torah y de los profetas”. Él podía hablar de esto. Toda su vida fue una demostración práctica de una ley encarnada en una persona feliz de vivirla. En otras palabras, le estaba diciendo al estudioso de las leyes: ¡Hale, no le busques cinco pies al gato! ¿Qué quieres? ¿Excusas para seguir en las mismas? Dale sentido a lo que haces basándolo en el amor y el respeto por todo lo que te rodea.
Un ejemplo más que simplón: Cuando voy en coche por mi ciudad, me doy cuenta de que una de las causas principales de embotellamiento del tráfico es el estacionamiento en doble fila. Es exasperante encontrar vehículos en doble fila a la puerta de los bares (¡claro, como hay tan pocos bares, mejor ir hasta ellos en coche! ...no puedo ser más irónico). El tipo abandona su coche y piensa que mientras esté cerca, si a alguien le molesta que llame. Pero acaba de convertir dos carriles libres en uno y el semáforo parece que ahora está en verde sólo la mitad de tiempo que en condiciones normales (¡Ah, Einstein y su relatividad...!). Si este personaje se pasa 5 minutos en el bar (lo dudo) ha hecho perder un minuto a cada uno de los 40 conductores que pueden haber pasado en ese tiempo. En total, 40 minutos. El mensaje: Mis 5 minutos de bar son más importantes para mí que vuestros 40 minutos con vuestras familias, en vuestros trabajos ...o en vuestros bares. Esto es sólo un ejemplo típico de cómo el incumplimiento de una ley no es otra cosa más que una falta de respeto hacia los demás.
Los revolucionarios franceses supieron adoptar el correcto espíritu de las leyes (estaban en la onda del "We, The People") y acuñaron el famoso lema: LIBERTÉ, ÉGALITÉ, FRATERNITÉ. Ellos, que no se mostraron como especialmente religiosos, demostraron que el respeto por el otro no es patrimonio exclusivo de la cristiandad (en ocasiones pareciera incluso lo contrario, lo digo con cierta vergüenza). Sin embargo, el lema revolucionario es un hermoso ideal que ha sido traicionado tantas veces... El extraordinario José Luis Sampedro contaba en una entrevista que le hicieron hace años (creo recordar que aún estaba en pie el muro de Berlín, aunque poco le quedaba para el derribo) cómo nuestra sociedad aplicó los principios de la Revolución francesa contra el Ancien Régime. Decía (aproximadamente) que el bloque occidental se ha preocupado de la LIBERTAD, de que todos sus ciudadanos se sientan libres para desarrollar sus vidas. Mientras, el bloque del Este (al otro lado del telón de acero, cuando existía) mostró fijación por la IGUALDAD, que todos sus ciudadanos se sintieran iguales en oportunidades, derechos y deberes. Sampedro terminaba diciendo que, lamentablemente, tanto unos como otros se olvidaron de la FRATERNIDAD, ese ingrediente tan importante para dar sentido al conjunto. Y quedó incompleto el espíritu que habría podido llevar a mejor término un cambio tan drástico en nuestra historia.
"Os daré un corazón y tendréis un nuevo espíritu en vosotros. Quitaré esos duros corazones de vuestro cuerpo y os daré corazones sensibles, para que disfrutéis con mis preceptos y los tengáis siempre presentes. Vosotros seréis mi familia y yo seré vuestro Dios".
(Libro del profeta Ezequiel, cap. 11: 19-20)
"La libertad es el derecho de hacer todo lo que las leyes permiten, de modo que si un ciudadano pudiera hacer lo que las leyes prohíben, ya no habría libertad, pues los demás tendrían igualmente esta facultad".
(Montesquieu, ‘Del espíritu de las leyes’)
"La libertad es el derecho de hacer todo lo que las leyes permiten, de modo que si un ciudadano pudiera hacer lo que las leyes prohíben, ya no habría libertad, pues los demás tendrían igualmente esta facultad".
(Montesquieu, ‘Del espíritu de las leyes’)
Bien, pues aquí me detengo yo para considerar lo que puede motivar a alguien a pensar de esta forma.
El concepto de “la Ley” suele estar teñido de connotaciones negativas para los seres humanos. Por causa de las leyes entendemos limitadas nuestras libertades. Siempre hemos destacado más la pérdida de libertad que la ganancia de protección, pero es normal: la libertad es un derecho inalienable de cada persona y nos repugna que algo pueda afectar este derecho. Las leyes pueden causarnos múltiples quebraderos de cabeza en forma de todo tipo de sanciones, multas o incluso prisión (¡adiós, libertad!), y es que también podemos infringir las leyes por desconocimiento, sin mala intención. Las leyes parecen ser ‘esas imposiciones’ que preferimos saltarnos cuando nadie mira, sobre todo si nos permite sacar ventaja sobre los demás.
¿A quién le gusta ir a menos de 120 km/h en una autopista segura o parar en un semáforo rojo sin nadie a la vista?
¡Que levante la mano quien le guste pagar impuestos!
¿A qué fumador le apetece apagar su cigarrillo al entrar en un lugar público?Y así podría seguir con más situaciones que los humanos nos hemos encargado de llenar de leyes y leyes... Aborrecemos el vacío legal, porque en él siempre habrá alguien que tratará de abusar de una posición privilegiada sobre los no tan afortunados. O quien tratará de explotar la libertad de otros ejercitando su propia libertad. En principio, por eso existen las leyes y ése es su verdadero sentido. Pero le hemos dado la vuelta a la tortilla, convirtiendo nuestro mundo en un laberinto legal de tal dimensión que es imposible moverse por él sin la ayuda de “profesionales de lo legal” que, en ciertos casos, más que velar por la integridad del espíritu de las leyes (es decir, por lo que es de Justicia) lo hacen por los aspectos más formales de esas leyes (incluso contrarios a su verdadero espíritu). Esos casos provocan cierta desconfianza en todo este sistema. La lentitud desesperante con la que se mueve es, además, otro motivo de desconfianza.
Y ahí está el verdadero espíritu de cualquier ley (No pienses sólo en ti mismo. Piensa también en los demás). El amor a uno mismo y al otro por igual debe ser el motor de cualquier legislación. El reparto equitativo de los beneficios y las cargas. Eso sí, cuando uno contempla el nivel de egoísmo en que vivimos y del que no estamos dispuestos a apearnos, se pregunta si es posible que podamos llegar a entender las leyes en su verdadero espíritu.
Cuando un escriba, un doctor de la Torah, quiso ‘pillar’ a Jesucristo con la pregunta “¿Qué es lo más importante de la Torah?” se llevó un pequeño corte al recibir la respuesta: “Amarás a Dios y amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos depende toda la enseñanza de la Torah y de los profetas”. Él podía hablar de esto. Toda su vida fue una demostración práctica de una ley encarnada en una persona feliz de vivirla. En otras palabras, le estaba diciendo al estudioso de las leyes: ¡Hale, no le busques cinco pies al gato! ¿Qué quieres? ¿Excusas para seguir en las mismas? Dale sentido a lo que haces basándolo en el amor y el respeto por todo lo que te rodea.
Un ejemplo más que simplón: Cuando voy en coche por mi ciudad, me doy cuenta de que una de las causas principales de embotellamiento del tráfico es el estacionamiento en doble fila. Es exasperante encontrar vehículos en doble fila a la puerta de los bares (¡claro, como hay tan pocos bares, mejor ir hasta ellos en coche! ...no puedo ser más irónico). El tipo abandona su coche y piensa que mientras esté cerca, si a alguien le molesta que llame. Pero acaba de convertir dos carriles libres en uno y el semáforo parece que ahora está en verde sólo la mitad de tiempo que en condiciones normales (¡Ah, Einstein y su relatividad...!). Si este personaje se pasa 5 minutos en el bar (lo dudo) ha hecho perder un minuto a cada uno de los 40 conductores que pueden haber pasado en ese tiempo. En total, 40 minutos. El mensaje: Mis 5 minutos de bar son más importantes para mí que vuestros 40 minutos con vuestras familias, en vuestros trabajos ...o en vuestros bares. Esto es sólo un ejemplo típico de cómo el incumplimiento de una ley no es otra cosa más que una falta de respeto hacia los demás.
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