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"Al este del Edén" John Steinbeck

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—Recuerdo que me sentía algo resentido con Dios —explicó Adam—. Tanto Caín como Abel ofrecieron lo que poseían, pero Dios aceptó el presente de Abel y rechazó el de Caín. Eso siempre me pareció injusto. Jamás lo comprendí. ¿Y usted? —Acaso lo consideramos desde diferentes puntos de vista —replicó Lee—. Me parece recordar que esta historia fue escrita por y para un pueblo de pastores, que nada tenían de agricultores. ¿No es natural que el dios de los pastores encontrase más valioso un rollizo cordero que una gavilla de cebada? Siempre se debe sacrificar lo mejor y más valioso. —Sí, eso lo entiendo —dijo Samuel—. Pero, Lee, permítame advertirle que vaya usted con cuidado y procure no llamar la atención de Liza con sus razonamientos orientales. —Sí —intervino Adam con fogosidad—. Pero ¿por qué condenó Dios a Caín? Eso fue una injusticia. La cita con la que comienzo es una de las conversaciones más apasionantes que aparecen en esta novela. Aunque no lo parezca.  Recuerdo que de ...

Abril 2019

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Unas millas al sur de Soledad, el río Salinas se ahonda junto al margen de la ladera y fluye profundo y verde. Es tibia el agua, porque se ha deslizado chispeante sobre la arena amarilla y al calor del sol antes de llegar a la angosta laguna. A un lado del río, la dorada falda de la ladera se curva hacia arriba trepando hasta las montañas Gabilán , fuertes y rocosas, pero del lado del valle los árboles bordean la orilla: sauces frescos y verdes cada primavera, que en las junturas más bajas de sus hojas muestran las consecuencias de la crecida invernal; y sicomoros de troncos veteados, blancos, recostados, y ramas que se arquean sobre el estanque. En la arenosa orilla, bajo los árboles, yacen espesas las hojas, y tan quebradizas que las lagartijas hacen un ruido semejante al de un gran chisporroteo si corren entre ellas. Los conejos salen del matorral para sentarse en la arena al atardecer, y los terrenos bajos, siempre húmedos, están cubiertos por las huellas nocturnas de...

Septiembre 2016

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"El valle Salinas se halla en la California septentrional. Es una ca­ñada larga y estrecha que se extiende entre dos cordilleras montaño­sas. Por su centro serpentea y ondula el río Salinas, hasta desembocar en la bahía de Monterrey. Recuerdo los nombres que de niño ponía a las hierbas y flores misteriosas. Recuerdo dónde puede vivir un sapo y a qué hora se des­piertan los pájaros en verano, incluso cómo olían los árboles y las es­taciones; y también cómo andaban las personas, qué aspecto tenían y su olor. El recuerdo de los olores es muy enriquecedor. Yo recuerdo haber recorrido el Valle de Salinas, en coche, en el verano de 2011, para llegar a Monterrey y allí ser presentada al océano Pacífico; y recuerdo haber experimentado la emoción de saber que, cuando leí el libro (cada una de las veces que lo leí), jamás hubiera pensado que un día recorrería aquellos pasajes míticos para mí, pero los estaba recorriendo con la turbación nerviosa del que recorre un lugar sagrado...