Sobrevolando España, cerca de Madrid
Cuando hago un viaje no pienso tanto en el destino o en llegar. Siempre disfruto del viaje en sí mismo, de las anécdotas que transcurren, de la gente que conozco (y viajando sola se conoce a muchísima gente). No me importan tanto las fotografías como sentarme en una cafetería y dibujar lo que tenga ante los ojos. Sí, para mí es más importante lo que recogen mis retinas, que termino dibujando o escribiendo, y que luego cuando lo miro o releo me vuelven a transportar momentáneamente a esos lugares a través de los recuerdos. Adoro escribir sobre los viajes que hago, y para mí tener un blog donde poder contar mis anécdotas a la vez que poner fotografías de aquel momento es genial. ¡Qué gran invento para la humanidad fue internet! Antes lo hacía a mano, escribía parrafadas en álbumes de fotos, pero enseguida me dolía la mano.
Costa atlántica, junto a Lisboa
Siempre que he viajado a diferentes lugares he dejado a propósito sitios sin ver, siempre pensando en un posible regreso, aunque haya tanto mundo por visitar. En Nueva York no visité la sede de la ONU ni sobrevolé Manhattan en helicóptero, en París dejé sin ver el Musée d'Orsay y en Londres no visité la National Gallery ni Trafalgar Square, en Bélgica no visité el Palacio Real, de Barcelona no conozco el Parque Güell y en Kioto no vi las 10.000 puertas de Fushimi Inari, en Berlín no entré en el edificio del Reichstag...
No me preocupa tanto dejar de ver algunas cosas importantes, siempre dejo algo y lo hago a conciencia, pero cada monumento que visito lo miro con lupa, disfruto de cada paso, de cada cuadro, de cada instante y lo grabo en mis retinas con cariño.
No me agobio cuando voy a una nueva ciudad pensando en ver todo, porque ver todo es imposible. Claro que intento visitar el máximo, pero con un límite. Tengo por norma ver una iglesia y un museo en cada ciudad, con excepciones, pero por lo general, puedo asegurar que la catedral gótica de Colonia no difiere mucho de las de Burgos o León, aunque se encuentren en diferentes países, o en los museos sólo disfruto de los cuadros que me interesan o que me llaman especialmente la atención. Absorbo mucha información nueva, pero no soporto que esa información me desborde.
Ésa es mi manera de viajar. Sin agobios, porque al final se trata de disfrutar viajando. Y por eso es tan importante el trayecto como el propio destino. Lo cierto es que nunca pregunto eso de "¿cuándo vamos a llegar?".
Dicho esto, y a punto de dar por finalizadas mis peripecias en el viaje a Madeira que hice en junio, comentaré que en Madeira también dejé algo de visitar a propósito: se trata de las piscinas naturales de Porto Moniz, en el norte de la isla. Podía haberlas visitado, claro que sí, tuve días suficientes, pero preferí descansar. Eso quiere decir que prefería la tranquilidad de Machico, de la playa y de la piscina del hotel con el eBook en las manos en vez de ir a visitar otros lugares.
El último día en Madeira me dio pena marchar, sobre todo porque me habían tratado muy bien. Estuve paseando toda la mañana por Machico y despidiéndome del lugar, volví a caminar por las calles empedradas, me perdí en sus callejuelas, caminé por el paseo marítimo esperando ver otra de las magníficas puestas de sol que había visto los días precedentes, me abstraje entre los puestos de fruta y las conversaciones de los taxistas en la plaza de la iglesia, y disfruté de cada instante. Hacía sol, era un día de playa, pero mi maleta estaba cerrada y a las dos de la tarde había quedado con mi amigo António João, el taxista que me llevaría al aeropuerto.
El aeropuerto cuenta con una terraza en la azotea donde se ven despegar y aterrizar los aviones demasiado cerca. También se ven las avionetas y creo que cualquiera esperaba que apareciera el jet privado de CR7.
Es un aeropuerto muy chiquito, como los de Canarias o el de Malta, como el de cualquier isla. Pero nada más entrar la policía pidiendo documentos de identidad, pasaportes y billetes de vuelo. Tras facturar la maleta y pasar el control de la policía, decidí que tenía que buscar una tienda donde vendieran una camiseta auténtica de la selección portuguesa.
Como no podía ser de otra manera en el duty free había cantidad de tiendas dedicadas al fútbol y a Cristiano Ronaldo. Y las camisetas que vi tenían todas el CR7. Me hice entender con una dependienta explicando que quería una camiseta sin el CR7. Y la sacó del almacén.
Ni que decir tiene que salimos a la hora de Madeira, aunque no pasó lo mismo en Lisboa. No quise ni pensar lo que haría si tenía que hacer noche de nuevo en Lisboa, aunque lo estuve meditando y pensé que, en ese caso, saldría del aeropuerto y daría una vuelta por la ciudad.
Pero esta vez hubo suerte, y sólo salimos de Lisboa con media hora de retraso. Cuando llegué a Madrid lo primero que sentí fue el azote caluroso del verano de la capital, un calor agobiante, diferente de Madeira. Y cuando iba a la cinta de equipajes descubrí a un curioso grupo de gente viendo una de las pantallas del aeropuerto: estábamos en pleno mundial y había fútbol.
Comprendí que ya había llegado a España.
Eran casi las diez de la noche en Madrid y ya era como estar en casa.
Y abajo el océano...