Crear EXPECTACIÓN, ese es el truco de Ken Follet, pero una expectación que no deja de lado ningún tipo de sentimiento: todos llegan muy adentro. La exquisita descripción de unos personajes creados en un mundo irreal, mezclados con una expectación sublime que mantiene en vilo al lector es algo muy difícil de crear. Antes solo he sentido esta mezcla de sensaciones con un libro:
Los pilares de la Tierra, justamente del mismo autor.
He llorado con muchos libros, otros me han sacado las risas, incluso los hay que mantienen mi corazón en un puño, pero Ken Follet consigue que se derrumben todos los muros que nos mantienen fuera de la acción y nos convierte en algo que va más allá de espectadores, introduciéndonos en la historia mediante un halo de invisibilidad. No solo nos hace llorar, reír o mantenernos expectantes, crea situaciones donde se nos hincha la vena, produce ira, debilidad, tensión, adoración, enfado... Nos hace amar y odiar a los personajes con tal maestría que me faltan palabras para describir cómo un hombre es capaz de crear tal mezcla de sentimientos en alguien ajeno a la historia. Por lo menos, ha de ser un genio.
No soy capaz de destripar un libro que tendrá un éxito parecido a
Los pilares de la Tierra. No soy capaz más que de recomendarlo y que la gente
sienta con sus páginas, que no quiera que acabe nunca.
No es una continuación de
Los pilares de la Tierra; al menos yo veo que no es así. Es cierto que todo transcurre en la misma población donde Tom Builder construyó la catedral de Kingsbridge en el siglo XII, alrededor de la cual se extendió una ciudad que dos siglos después será suficiente importante como para tener en cuenta a ciertos personajes.
En el siglo XIV y, aunque la mayoría de las ciudades de Inglaterra tienen un fuero municipal, Kingsbridge sigue regida por el priorato, formado por un monasterio de varias decenas de monjes y un convento de monjas. Unos dependen de otros. Kingsbridge vive bajo los auspicios de los religiosos, que a su vez necesitan de un gremio de comerciantes para deliberar sobre ciertos asuntos relacionados con la ciudad, sobre todo de la marcha de las diversas ferias que traen dinero de fuera.
Cabría destacar la importancia de cuatro personajes, que aparecen en las primeras páginas como unos inocentes niños que llegan a un claro de bosque y sellan un pacto eterno.
Caris es hija de Edmund Wooller, mayordomo del gremio, un hombre adinerado por el negocio de la lana. Su hija es una líder nata. Con diez años se enamora de Merthin, por el que vivirá y morirá, aunque en ocasiones tenga en cuenta otras prioridades y esté a punto de perderlo. Las excentricidades de Caris la llevarán a un juicio por brujería del que solo las monjas la pueden salvar. A un día de convertirse en una mujer casada, la superiora de las monjas la mete en el convento. Allí pasará doce años haciendo lo que siempre había querido hacer: curar enfermos. La práctica de la medicina estaba reservada para los varones, pero Caris tiene unas cualidades innatas como sanadora y prefiere no fiarse de los libros de los antiguos médicos. La experiencia la convertirá en una mujer cualificada para hacerse cargo de un hospital. No llega a contraer la peste porque toma medidas higiénicas que muchos monjes se niegan a acatar. Y al final se la considerará una santa.
Es una mujer adelantada a su tiempo. Siendo una adolescente tomó la decisión de abortar, y no volvería a tener un hijo. Finalmente y, como los hados están de la parte de los dos, contraerá matrimonio con Merthin y cuidará de la hija de éste, Lolla.
Merthin es el hijo mayor de un caballero venido a menos. Pero el muchacho no tiene cuerpo para ser escudero. Su padre le llevará como aprendiz de carpintero. Sus padres no le aprecian lo suficiente, pese a tener unos valores morales más exaltados que su hermano. Tom Builder fue antepasado suyo y de él tiene los genes de constructor, aparte del pelo rojo. Tiene un ojo avizor para explicarse la razón de todas las cosas. Es inteligente y tiene un don innato para atraer a las mujeres, pese a no ser una belleza. Posee también don de palabra, pero es ninguneado en numerosas ocasiones. Su maestro es Elfric, el mayor constructor de la ciudad (además de chapuzas). Merthin es un fuera de serie. Enamorado de Caris hasta los tuétanos y ayudado por el padre de ésta, consigue a duras penas pequeños méritos. A falta de seis meses para terminar como aprendiz, Griselda, la oronda hija de Elfric, le seduce y le obliga a casarse con ella porque se ha quedado embarazada. Él, aunque odia a su maestro, acepta, pero descubre que las fechas no coinciden. Elfric le acarreará problemas durante toda la vida y no le convertirá en maestro, incluso le deja sin herramientas para ganarse la vida.
Cuando el puente que da nombre a la ciudad se derrumba, el único que tiene un proyecto para construir un puente de piedra es Merthin. Cuando ha construido lo más difícil y habiendo sufragado la mayor parte de sus gastos, con una vida económica que empieza a prosperar, Elfric se alía con el prior y dejan a Merthin sin trabajo. Construirá casas para ir sobreviviendo y, finalmente, después de habérselo pedido muchas veces, Caris acepta casarse con él. Pero el destino no está de su parte y Caris es acusada de brujería.
Al ingresar su amada en el convento, Merthin se desespera y decide hacer lo que siempre había deseado: viajar a las ciudades italianas para aprender arquitectura, para observar los edificios y convertirse en un buen arquitecto. En Florencia prosperará y se casará con Silvia, hija de una familia adinerada. Merthin construirá palacetes para los ricos florentinos que le convertirán en un hombre inmensamente rico. De su matrimonio nacerá Lolla.
Un día despierta y le abruma el silencio de su casa. Ha sobrevivido a la peste, solo una persona estaba en su mente y por ella ha vuelto a la realidad: Caris. Su esposa y su familia política han fallecido a causa de la gran pandemia que mermó la población europea en el siglo XIV. Solo él y su hija han sobrevivido. Tras recorrer las calles de la ciudad decide que es hora de regresar a casa.
El reencuentro con Caris no es tal como esperaba, pues ella no se le echa en los brazos, aunque sigue enamorada de él. Entre los dos acabarán con la dictadura de priores y comerciantes que solo desean el enriquecimiento personal y el poder político. La peste llega a Inglaterra. Nadie la pasa dos veces y hay personas como Lolla que nunca la contraen.
Merthin observa los rudos acabados del puente de Elfric y termina consiguiendo que le den el proyecto para arreglarlo. También conseguirá su sueño: construir la torre más alta de Inglaterra, pues la de la catedral de Kingsbridge se está cayendo. Construirá dos hospitales, uno de ellos será regido para Caris. La monja, a la que todo el mundo quiere y respeta, no puede aguantar más en el priorato y finalmente se casa con Merthin.
Gwenda es la hija de un ladrón de Wigleigh, obligada a robar para que su numerosa familia pueda comer. Tiene un perro cojo y gracias a él coincide en el bosque con otros tres niños. Se convertirá en gran amiga de Caris y se ven cada vez que hay feria en Kingsbridge. Gwenda en una superviviente. Sabe que no quiere un futuro inmerso en la pobreza y se verá a hacer cosas indeseables para salvar a su familia.
En la adolescencia se enamora de un chico de su aldea, Wulfric, hijo de unos campesinos prósperos. Él solo tiene ojos para su vecina Annet, una belleza que solo se preocupa en seducir a los hombres.
Cuando el puente de Kingsbridge se derrumba, toda la familia de Wulfric muere en el desastre. Se verá reducido a vivir en la miseria cuando el alguacil no le quiere ceder las tierras que llevaba su padre porque el joven es solo un muchacho. Gwenda, vendida por su padre a unos proscritos para que se prostituya con ellos, consigue escapar. Huye con Wulfric, que está necesitado de cariño tras haber perdido a su familia. Se traslada a vivir a su casa y le ayuda en el campo. Terminarán enamorándose y casándose. Tendrán dos varones y Gwenda se verá obligada a acostarse con el futuro conde de Shiring, encaprichado con ella, Ralph, al que terminará asesinando.
Ralph es el hermano pequeño de Merthin, pero por su musculatura parece el mayor. Está destinado a ser caballero. Sus padres le admiran porque saben que él será quien devuelva el honor a la familia. Pero Ralph es pendenciero y siempre está buscando pelea.
Tras las guerras de Inglaterra y Francia, Ralph es ascendido a caballero y finalmente se convertirá en conde de Shiring. Viola, asesina, roba por placer. Asesina a su primera esposa, una muchacha proveniente de la nobleza, y termina casándose con lady Philippa, una mujer de apariencia fría a quien siempre había deseado. La condesa ha perdido a toda su familia por la peste. Pero Philippa es una dama y odia a Ralph con todas sus fuerzas.
Ante la frialdad de su esposa, se encapricha de Gwenda, con quien ya había yacido veinte años antes a cambio de una promesa que Ralph no cumplió y descubre que el primogénito del matrimonio es realmente su hijo. Se lo lleva como escudero, pero él sigue deseando a la muchacha. Madre e hijo terminarán asesinando a su verdugo.
De trasfondo se encuentran los focos de peste que asolaron Europa durante largos meses y los lentos cambios históricos de una sociedad feudal que poco a poco va progresando, sobre todo cuando los labriegos, debido a la escasez de mano de obra, comienzan a pedir la tenencia libre de los campos.