He leído en un blog una entrada que me ha encantado. Para una persona que adora tanto los viajes como la literatura mezclar un poco de cada de vez en cuando es esencial. Aunque personalmente prefiero leer viajando que viajar leyendo. Adoro esa sensación de ir pasando páginas en un tren mientras el paisaje corre junto a la ventanilla, adoro levantar la mirada de una novela para encontrarme con las nubes que son acariciadas por las alas de un avión que se dirige a ninguna parte.
Me pasaría semanas viajando. Pero es imposible visitar todo aquello que nos gustaría ver, así que muchas veces la literatura se convierte en un gran sustituto a esos viajes que quizás nunca lleguemos a realizar. Es otra forma de viajar, una experiencia única donde la imaginación suple las carencias de los sentidos que disfrutan cuando visitamos otros lugares y podemos verlos, olerlos, tocarlos; con un libro nos tenemos que imaginar todas esas sensaciones, pero a veces la imaginación sobrepasa con creces la realidad.
Reconozco que muchos libros crean el aliciente que hace que mires esos países nuevos como un próximo destino. De hecho, he visitado algún país sólo porque lo leí en los libros (Malta).
Ahora quiero conocer Venecia, y no por las beldades y los mitos que se cuentan de esta ciudad, sino porque el
último libro de Pérez-Reverte consiguió que me hechizara. Pero, ¿qué sería Venecia sin un ángel…? Me gustaría subir a una góndola, pero me gustaría que fuera junto a él.
Este año he viajado a muchos lugares a través de los libros, demasiados, tantos como no me apetece describir ahora, por lo que hay muchos libros que me veo obligada a descartar en este "viajar leyendo", bien sea porque algunos son de una temática fantástica que se ubica en mundos imaginarios, bien porque algunos del mismo autor, como Jane Green, no varían entre Londres y Nueva York, ciudades que ya aparecen en este texto, debido a otras novelas que me dejaron una mayor huella. Me limitaré a buscar las callejuelas y los rincones ocultos de las ciudades literarias que más significativas me parecen.
Antes debo decir que hay un país al que no sólo viajé literariamente, sino que varios meses antes había de visitarlo. Se trata de Nueva Zelanda… En
En el País de la Nube Blanca regresé a lugares por donde había caminado unas semanas antes. La acción transcurre entre dos ciudades coloniales incipientes: Christchurch y Dunedin, en la isla del Sur.
No muy lejos en el estilo literario, ni tampoco en kilometraje, se encontraba el comienzo de
El jardín olvidado, novela por la cual 'conocí' la ciudad australiana de Brisbane y terminé 'visitando' un pequeño pueblecito pesquero de Cornualles llamado Tregenna. Recuerdo muy nítidamente el rugido del mar contra las costas del pueblo inglés.
No hace mucho viajé a la Barcelona de
El verano de los juguetes muertos. Visité el Barrio de Pedralbes y el de Sarrià, y estoy convencida de que si visitara Barcelona ahora, volvería al parque Güell, a las Ramblas, a Marina, a las calles góticas que rodean la catedral y al Camp Nou. Afortunadamente, no sólo conozco Barcelona por los libros. También Carlos Ruiz Zafón me llevó con
El Prisionero del Cielo a la Barcelona gótica de principios de siglo XX, y de su mano visité el castillo de Montjuic.
Muy a principios de año leí otra novela sobre Barcelona, que se titulaba
Confesiones de un gánster de Barcelona, que además de estar basada en hechos reales también transcurre en la ciudad condal. Por lo que Barcelona se convierte en escenario múltiple de varias de las novelas que he leído en 2011.
Con
Katherine Pancol estuve caminando durante mucho tiempo por las calles de París y Londres, para terminar encontrando ese amor que había anidado separado por el Canal de la Mancha en Central Park de Nueva York.
Me recuerda a que este año también pisé dos veces Londres. Aterricé y despegué en Heathrow como parte de un viaje mucho más largo. París, por otro lado, lo visité hace ya unos años. Me gustó muchísimo aquella ciudad. Es un lugar adonde regresaría junto a un ángel. ¿Acaso no suena mejor el amor con la musicalidad del idioma del país vecino…? Je t'aime beaucoup... le susurraría al oído bajo la mole de hierro de la Torre Eiffel.
Con la
Libertad de Jonathan Franzen visité las dos ciudades del estado de Minnesota conocidas como Ciudades Gemelas: Minneápolis y St. Paul. No disfruté mucho de esta novela; estuve a punto de abandonarla varias veces.
Una de las novelas históricas con las que más disfruté, quizás porque me tocaba de cerca en el espacio, aunque no en el tiempo, fue
Banu Qasi. Los hijos de Casio. Si la mayor parte de la novela transcurría entre Tudela, Zaragoza y Arnedo, los protagonistas se movieron mucho entre tierras de la Rioja Baja, de Navarra, Toledo y Córdoba. Tengo muy buenos recuerdos de cuando visité Toledo y Córdoba.
Visitar la Ciudadela de Pamplona unas semanas después de haberla visitado fue sublime. Y esto me lleva a pensar en un libro de Hemingway que leí mientras visitaba Pamplona:
Pamplona en julio, un interesante artículo sobre los primeros sanfermines que conoció el escritor norteamericano.
Esto me lleva a un libro sobre el Hemingway que cubría la Guerra Civil española en el Madrid de 1937 y que aproveché a comprar en Pamplona, titulado
Hemingway, días de vino y muerte.
El compositor de tormentas de Andrés Pascual transcurría en París, pero me llamó la atención un lugar que me pareció especial. Se trata de la isla de Madagascar, que me pareció tan magnífica que la he señalado como un posible destino para visitar en el futuro. Allí estuve en Fort Dauphin (que hoy es la ciudad de Tôlanaro) y en Anosy.
Con Matilde Asensi estuve en la isla de La Española, hoy día República Dominicana, y en Costa Rica, en ciudades antiguas como Cartagena, Santa Marta y San Cristóbal. Así era la
Tierra Firme tras las conquistas. Más tarde, visitaríamos la Sevilla de la Inquisición junto a Martín Ojo de Plata en
Venganza en Sevilla. Estoy deseando que salga el desenlace de esta saga, porque es realmente fantástica.
Visité la ciudad pakistaní de Karachi en
La niña que no podía soñar, una novela que me puso, en ciertos momentos, la piel de gallina por su crudeza y su brutal realidad.
Con
Caramelos estuve en Shangái en plena revolución cultural.
Visité el desierto de Mojave buscando a las
Valquirias de Paulo Coelho.
Uno de los libros más duros que me he leído este año fue
La infiel de Reyes Monforte. Casi toda la novela transcurre en España, pero el momento álgido acontece justamente en una plaza de la ciudad afgana de Herata, un momento en que la adrenalina estuvo por las nubes.
Entre las páginas de
El sueño del celta, visité el Putumayo peruano junto a Vargas Llosa, novela que me costó digerir, pese al gran novelista que recibió hace unos meses el Nobel de Literatura.
El sueño del celta no me dejó un buen sabor de boca.
Es sorprendente que aún no conozca Santiago de Compostela más que por los libros y las películas, también por los peregrinos que cuentan sus infinitas historias.
El ángel perdido de Javier Sierra me llevó hasta una lluviosa ciudad con tintes de novela negra. En realidad, si no he visitado esa ciudad aún es porque dije que llegaría a ella caminando, con bordón y vieira, como los peregrinos.
Estuve de nuevo en Roma con
Carolina se enamora, de Federico Moccia. No voy a pararme ahora en una ciudad que ya he visitado.
Caminé por
Jerusalén en una novela histórica de la que recuerdo vagamente el argumento y demasiado nítidas las batallas del siglo XI y las movilizaciones de europeos hacia Tierra Santa.
La isla de Wight es donde ubica Glenn Cooper la abadía de Vectis, que supuestamente contiene manuscritos ocultos. Recuerdo haber buscado esta isla a ver si era real o imaginaria.
La Biblioteca de los Muertos fue un libro con el que disfruté. Creo que no tardaré mucho en agenciarme otro libro que ha sacado no hace mucho el mismo autor.
El tiempo entre costuras fue el primer libro que leí en 2011 y uno de los mejores libros que me he leído este año. Junto a los protagonistas viajé al Protectorado español en Marruecos y visité las ciudades de Tetuán y Tánger.