martes, 1 de diciembre de 2015

Épocas

Caminaba por las calles de una ciudad que visité. Estaba entretenida en la tarea de sacar fotos, algo no poco usual en mí, pero en lo que no me especializo. Miraba atenta cada vestigio de belleza, al menos a mis ojos, e intentaba retratar todo con la cámara de mi celular que es decente para mis aspiraciones.

Encontré una esquina. Sí, definitivamente, era mi esquina. Coincidía con el tipo de paisajes que me gustan: urbanos pero como detenidos en el tiempo, pertenecientes a otra estilo donde estaban presentes las molduras, los frentes más despejados, las puertas angostas igual que las ventanas. Predominaba el color del cemento en el frente y éste estaba atravesado por un árbol muy verde que se inclinaba cerca del suelo, a la derecha.  <<Precioso >> pensé, y me decidí a capturarlo a una distancia conveniente. De fondo, un poco más arriba, el cielo gris, las nubes predominando al revés del sol, un farol y un cartel con el nombre de una calle. Un aspecto lluvioso era el toque más preciado para mí...

Me alejé sólo algunos metros y ahí escuché la voz de mi hermana y compañera de viaje:

- ¡Qué esquina más triste! - se quejó. Yo en cambio estaba contenta de haberla hallado.
- ¡No es triste!  - saqué la foto y me adelanté para sacar otra más - Es hermosa...
- ¿No podías haber elegido algo más triste, más opaco? - me preguntó, insistiendo.
- Siempre me decís lo mismo... - ahora la que me quejé fui yo, recordando que ella siempre aseveraba que yo tengo un "alma vieja", que me la paso leyendo, que soy algo opaca. Sé que me lo dice porque me adora, porque a sus ojos no entiende mis gustos, sin embargo, yo no me lo tomo tan a pecho como antes. Simplemente, hago lo que ella a veces no hace conmigo: dejarla hacer lo que quiera y respetar su forma de ver las cosas, dentro de lo que es posible.
Así, nos llevamos muy bien.

Dentro de mí, y sólo entre nosotros, tengo que reconocer que algo me hizo encontrarle la belleza a esa esquina y no se qué fue, pero a mis ojos era irreductible. Quizá es que naturalicé esa bendita nostalgia que siempre hizo un poco de mella en mí. Nostalgia, sin embargo, de algo que nunca existió, que nunca viví, porque no soy de esa época. Nostalgia quizá justamente por ello, por sentirme -aún codeandome con gente de mi edad más que nunca - de otra época, de otra bolsa, de otro pozo u otro palo. Pónganle el nombre que deseen, al hecho de que mis formas de pensar quedan, por momentos, obsoletas a la celeridad de mi generación, o quizá sea yo que soy demasiado tortuga para los tiempos que corren, el caso es el mismo.

Quizá sea esa nostalgia por el lado B de una manifiesta e histórica dificultad para entenderme profundamente en un sentido perdurable, con mis contemporáneos. Antes pedía que cambie, porque la situación era insostenible, ahora no pido eso, porque me fue concedido luego de mucho trabajar en esto.

Sólo lo sé, y vivo con ello cada día. No me molesta que así sea aunque a veces tengo que reconocer que todo es bastante solitario... bastante callado y quieto.

De todos modos, como me digo siempre, no vale quejarse... Así es que sigo fotografiando esquinas.





2 comentarios:

  1. No me pasó tanto con lugares viejos, pero sí lo sentí mucho -muchísimo- cuando pude viajar a Lisboa hace casi dos años. Te juro que si podés viajar allá, te vas a sentir como en casa en tanto nostalgia/romanticismo (amé esa ciudad, por supuesto). Aún más que París, posta.

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    1. ¡Gabi, gracias miles por tu sugerencia! Si tuviera que perdile un deseo a un hada madrina, sería conocer Europa. París, en primer lugar... Despues, trenes de por medio, sigo tu consejo ;)

      ¡Besos!

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Veinteava