Pasar en una semana, apenas una, por tamaña montaña de sensaciones fue el motivo de mi ausencia. Es increíble pensar, además, que las cosas aveces no nos quieren dejar ir aunque queramos escaparnos. Y justamente aquellas cosas, por no decir rostros, que no nos quieren soltar, son los que precisamente más saben hacernos daño. Y aunque resulte confuso, de ésto, inexplicablemente, todos debemos despegarnos.
El consagrado hombre que no quiero me miraba desde la cabecera contraria a donde yo estaba sentada hace apenas una semana. Porque ese es el ritual: llega - solo, esta vez - me saluda, me habla y se acomoda. <<Hola >> dice pasándome una mano por la espalda y ni siquiera puedo decirle un todo bien, porque no tengo ganas de hablar.
A nuestro alrededor junto con un matrimonio que ambos conocemos, tópicos del clima, literatura, la gente y marcas de vinos; comentarios ácidos, desafortunados y murmullos. Mientras, la cabeza sentada en la cabecera no me deja de mirar. Lo miro, claro, indefectiblemente encuentro en eso un rasgo en el que vivía recayendo en el pasado. <<¿Qué mirás? >> pienso, despectivamente y sonrió creyendo que tengo todo en mis manos y que no puedo caer. Levanto un pedacito pequeño de queso con dos dedos, llevándomelo a la boca, sin pensar. Miro sólo un poco más a ese inequívoco horizonte y otra vez, sin dudas, choco con esa mirada que se mide por querer ser un pedazo de queso o un palito de maiz, o lo que sea que me esté llevando a la boca que mira con poco disimulo. Muerdo seguramente el palito, con convicción y mira como si fuera el abismo donde también yo puedo mirar su interior. Bajo la vista, suspiro y no puedo evitar enarcar una ceja en señal de bochorno. Después de un instante vuelvo a mirarlo, desafiante y de mala manera. <<No soy mujer de bajarle la mirada, pero si se la sostengo es para más problemas >> concedo, entonces miro el anotador de un compañero y me decido a hacer otra cosa. A comer sabiéndome observada pero dejando a una lado esa certeza. Sin embargo, no puedo. Me recojo el pelo; estoy inquieta y lo sabe, no soporto que me vuelva a mirar así porque conozco perfectamente esa mirada. Es mirada de nostalgia, es mirada de antes, es mirada dispuesta intencionadamente. Es esa mirada, y para colmo de males, no es la mirada que le pone a ella a pesar de que en un comienzo las había visto iguales. Nerviosa, tomo un mechón de pelo - mucho más largo que en épocas compartidas -, un mechón tras otro, hasta que formo un rodete débil. Sigue mirando intermitentemente y me ofrece alcohol. <<No >> lo rechazo y le señalo mi vaso.
Lo miro y mal. Las charlas vuelven a ser las normales, hasta que el radio en torno a la mesa entre cabecera suya y cabecera mía se reduce y empieza: ¡No sabés, boludo... Estoy pasado, estoy... (...) Fuí al médico... >> inicia y como me temía, no tengo nada seguro ni nada controlado conforme lo veo elaborar las oraciones que dan origen a mi preocupación. <<Me mandaron a hacer una serie de estudios, porque... (...) Yo considero que es un pico de estrés, que por eso se desencadena todo lo demás >> argumentó, con mucho más detalle. Se explayó en su cuadro, sin mirarme un solo segundo, pero sabiendo perfectamente que yo estaba ahí, mirándolo, con un nudo -maldito- en la garganta. Al rato, mi vaso era de cerveza y estaba más lleno de lo que le había indicado después de ese relato que hizo necesaria la llegada del alcohol. Lo miro frenándolo y me guiña un ojo, conciliador. No sonrió. <<¿Por qué insistís tanto? >> quiero decirle con los ojos solamente.
Lo miro y mal. Las charlas vuelven a ser las normales, hasta que el radio en torno a la mesa entre cabecera suya y cabecera mía se reduce y empieza: ¡No sabés, boludo... Estoy pasado, estoy... (...) Fuí al médico... >> inicia y como me temía, no tengo nada seguro ni nada controlado conforme lo veo elaborar las oraciones que dan origen a mi preocupación. <<Me mandaron a hacer una serie de estudios, porque... (...) Yo considero que es un pico de estrés, que por eso se desencadena todo lo demás >> argumentó, con mucho más detalle. Se explayó en su cuadro, sin mirarme un solo segundo, pero sabiendo perfectamente que yo estaba ahí, mirándolo, con un nudo -maldito- en la garganta. Al rato, mi vaso era de cerveza y estaba más lleno de lo que le había indicado después de ese relato que hizo necesaria la llegada del alcohol. Lo miro frenándolo y me guiña un ojo, conciliador. No sonrió. <<¿Por qué insistís tanto? >> quiero decirle con los ojos solamente.
<<Lo que te pasa a vos es factura de tu conciencia >> pienso con una frialdad que pareció salir desde mi lugar más recóndito mientras que va contando y todos le hacen preguntar accesorias. Ahí es donde no me mira ni una sola vez. <<¿Qué estás queriendo hacer? >> pienso en preguntarle, pero me callo la boca.
Después de todo, en ese momento, estaba superada por la situación y necesitaba hallarme. No podía siquiera pensar en la posibilidad de que un hombre al que le fue encomendado tanto amor, tanto deseo y tanto tiempo, ahora estuviera entre médicos y agregados. Nunca pensé que un cuerpo al que siempre miraba con amor, hablara en contra de él mismo sin que nadie pudiera hacerlo callar. No podía creer que aunque siempre haya sabido que alguna vez iba a explotar todo lo que se tragaba - o decía no interesarle - por alguna parte, yo todavía iba a poder verlo. En un minuto reviví casi exactamente un año. La pequeña sensación de paradoja inicial me duró apenas unos segundos, lo mismo, las preguntas frías. Se abrió dentro de mí un tajo del tamaño de un extenso rayón, del que empezaron a emanar recuerdos, preocupaciones y un sentido tan humano que desde agosto no veía la luz. Creo que en ese segundo, después de todo, sentí tristeza por él. Sentí impotencia, incrédula al respecto de que ese hombre que parecía inerte a todo no lo estuviera ya.
Tomé más cerveza para aplacarme. Era ciertamente un vaso enorme. <<Ahora estás bien cuidado. Tu familia, tu novia, tu gente te va a cuidar. Yo ya no soy tu gente... No sé porqué me obligás a enterarme de esto. Ahora entiendo tu repentino interés de mi vida, los mails que no evitabas con estupideces, aquella estúpida necesidad de acercarte >> me digo, como si se lo dijera o como si fuera a poder hablarlo con él ni bien tuviera oportunidad. Otra vez me encontré en el medio del absurdo, de la idiotez. <<¿Y ahora? Con toda esta cerveza mañana me va a costar un Perú ir a la facultad>> intento distraerme, atravesada por ojos vidriosos.
Termina con el tema. Me alivio, creyendo que lo peor había terminado. Hablando con quien se sentaba a mi lado, intervino en la charla con lo que pareció ser un chiste. No lo miré. Insoportable ante mi misma, pasé al baño, repitiendo cual mantra <<Dios mío, cómo salgo yo de acá>> y cuando salí, ya estaba decidida a irme.
- ¿Me abrís, señor? - lo miré, sonriendo, al dueño de casa. Mientras, descolgaba mi campera de cuero de la silla. Él me miró.
- ¿Ya te vas?
- Sí, estoy acá cerca - dije.
- ¿Te vas? - intervino. Se me encogió el estómago.
- Sí -asentí, con más ganas que antes.
- Yo te llevo
- No
- Tomemos esta cerveza que queda y yo te llevo
- No hace falta
- ¿No me podés esperar un minuto y te llevo? - me miró él y el matrimonio a la misma vez.
<<¿Y si está buscando el momento para pedir perdón? ¿Y si eso lo hace sentirse mejor? ¿Qué hago? ¿Qué voy a hacer? >>
- Está bien - murmuré.
- Cerramos esto y nos vamos, te prometo. Quiero saber cuál va a ser mi próximo negocio - me miró, radiante. Asentí, calladamente y envié un mensaje de texto.
Caminamos sin decir nada. Entré en el auto al que pensé jamás volvería a subir y el olor de la cabina encendió todo en mí. ¿Cómo un aroma puede revivir tantas cosas? Me acordé de las risas, los besos, las noches igual de frías que hace un año, la sensación de poder, nuestras miradas, su manía para tocarme, la aplicación con la que se dejaba todo, la puta sensación de saber que tan fuerte como las heridas sería la resistencia a olvidar. La inercia de vivir en su falta, la fuerza con la que se había vuelto importante para mí, la profunda tristeza cuando lo reencontré tan lejos. La sensación de saber que fue todo cualquier cosa, porque el final siempre estaba tan lejos como cerca en esos días.
- Qué lindo es soñar así ¿no? - me dijo y yo asentí con la cabeza. El silencio era pesado, denso, la calle, la vista. Era volver a donde ya no se es.
- Perdoname, te dejé esto - pasó una mano tras de mi sacando el metal del cinturón de seguridad. Las puertas se trabaron y exageró pesadamente ese cortísimo recorrido que de cualquier manera, hubiera podido hacer a pie.
- No trabes, que ya bajo igual - murmuré mirando para adelante, temiendo de que llegara ese apodo pesado, en ese tono, con esa mirada.
<<Por favor, por favor, que no abra más la boca. Me deja, se queda en paz y listo. ¡Listo! >>.
- Se traba solo, por eso. Ya sé - respondió y cuando me dí cuenta, ya habíamos llegado.
- Bueno... *** - dijo, mientras hacía una pausa. Le emboqué un beso en la mejilla como pude y me bajé con un gracias acartonado.
Después de una probadita de la droga, definitivamente, me resistí. Y aún el fin de semana trascurrió poblado de contacto visual de su parte, estando entre las piernas de ella y mis ojos, la valla está de nuevo erigida. ¿Si su salud mejorará? Es lo que más quiero en torno a su figura; pero soy consciente a la vez que nada puedo hacer yo -¡especialmente yo!- tan afuera de su vida, tan afuera de su desidia personal.
Cuando me ofreció cerveza esta vez le dije que no. Y con ella de compañía tampoco llenó mi vaso. Que esté bien, claro, eso es lo que le deseo a la distancia que nos es sana. Le deseo el bien pero quiero que esté lejos. Quiero que no lucre, que no busque fisuras en mi conducta, que no joda... Que no use esto cuando quiera acercarse. Que si necesita un paño, esta vez, entienda que la que no puede estar - por mí, por mi derecho a vivir bien - soy yo. Él tiene lo suyo. Jamás quiero volver a perder el derecho - hasta la obligación- de tener lo mío. Confío en que va a estar bien. Confío en que el jugador número cinco que está dentro de su cabeza todavía tiene para un segundo o tercer tiempo. No hay suplente que pueda ser. Hace rato ya otras dos piernas ocuparon mi lugar.
Estará tan bien como parece, me digo, pensando en que realmente jamás lograré entenderlo. Estaré tan bien como creo, me pregunto. Y a eso es a lo único que puedo responder con un sí. Yo no quiero volver a lo mismo. No quiero sufrir siquiera un céntimo de lo que ya sufrí. No hay palabras para expresar lo que me costó salir adelante. Recordar me ayudó a comprender más profundamente el motivo por el cual mi cabeza eligió olvidar todo. Lo reprimido volvió a salir y la angustia se destapó los pies en la inquietud de la madrugada. Recordar lo que creía haber olvidado, me alertó, volví a sentirme helada bajo una manta corta.
No sé, ciertamente, qué se traerá entre manos, no sé qué querrá esta vez de mí. Pero sí sé que no soy ni doctora ni consejera espiritual, ni su amiga, ni su mujer de turno, ni su compañera.
Él es el hombre al que no quiero. Yo fuí la que siempre confundió todo según sus desestimaciones lastimosas y la realidad es que había aprendido a vivir con esas categorías. Aunque algo en mi interior me esté diciendo "No está bien, es evidente, no le hagas lo que hizo con vos. Él no soporta que lo ignores", las mismas, son categorías que no puedo modificar. ¿Si me enoja? Sí, cierto, me resulta chocante todo. Porque lo podría haber contado en cualquier momento, porque podría haber omitido detalles, porque cuando quiere ser evasor, insisto, es el mejor de los mentores. Porque no lo quiero ver así, no quiero verlo deteriorado, no quiero verlo surcado. Aunque sea un hijo de puta, con una cuota de perversidad importante y aquélla manía de lavarse además de los dientes, muy bien las manos... Lo quiero ver bien. Lo quise como no quise a nadie más y no soporto la idea de su deterioro sin embargo, no podría soportarlo en mi vida otra vez.
¿Cuándo el día de mañana yo tenga una pareja, qué va a pasar? ¿Si yo justamente ahora estuviera en pareja, qué pasaría? No puedo darle siquiera el escombro para que a futuro nazca el edificio que me tirará encima de lo que quizá yo vaya a construir, con golpes de éste estilo. Insisto, porque lo podría haber contado en cualquier momento, porque podría haber omitido detalles, porque cuando quiere ser evasor...