miércoles, 29 de abril de 2015

Literatura, cuanto menos ficción: "El hombre que (no) quiero" II

Pasar en una semana, apenas una, por tamaña montaña de sensaciones fue el motivo de mi ausencia. Es increíble pensar, además, que las cosas aveces no nos quieren dejar ir aunque queramos escaparnos. Y justamente aquellas cosas, por no decir rostros, que no nos quieren soltar, son los que precisamente más saben hacernos daño. Y aunque resulte confuso, de ésto, inexplicablemente, todos debemos despegarnos.  

El consagrado hombre que no quiero me miraba desde la cabecera contraria a donde yo estaba sentada hace apenas una semana. Porque ese es el ritual: llega - solo, esta vez - me saluda, me habla y se acomoda. <<Hola >> dice pasándome una mano por la espalda y ni siquiera puedo decirle un todo bien, porque no tengo ganas de hablar.

A nuestro alrededor junto con un matrimonio que ambos conocemos, tópicos del clima, literatura, la gente y marcas de vinos; comentarios ácidos, desafortunados y murmullos. Mientras, la cabeza sentada en la cabecera no me deja de mirar. Lo miro, claro, indefectiblemente encuentro en eso un rasgo en el que vivía recayendo en el pasado. <<¿Qué mirás? >> pienso, despectivamente y sonrió creyendo que tengo todo en mis manos y que no puedo caer.  Levanto un pedacito pequeño de queso con dos dedos, llevándomelo a la boca, sin pensar. Miro sólo un poco más a ese inequívoco horizonte y otra vez, sin dudas, choco con esa mirada que se mide por querer ser un pedazo de queso o un palito de maiz, o lo que sea que me esté llevando a la boca que mira con poco disimulo. Muerdo seguramente el palito, con convicción y mira como si fuera el abismo donde también yo puedo mirar su interior. Bajo la vista, suspiro y no puedo evitar enarcar una ceja en señal de bochorno. Después de un instante vuelvo a mirarlo, desafiante y de mala manera.  <<No soy mujer de bajarle la mirada, pero si se la sostengo es para más problemas >> concedo, entonces miro el anotador de un compañero y me decido a hacer otra cosa. A comer sabiéndome observada pero dejando a una lado esa certeza.   Sin embargo, no puedo.  Me recojo el pelo; estoy inquieta y lo sabe, no soporto que me vuelva a mirar así porque conozco perfectamente esa mirada. Es mirada de nostalgia, es mirada de antes, es mirada dispuesta intencionadamente. Es esa mirada, y para colmo de males, no es la mirada que le pone a ella a pesar de que en un comienzo las había visto iguales. Nerviosa, tomo un mechón de pelo - mucho más largo que en épocas compartidas -, un mechón  tras otro, hasta que formo un rodete débil. Sigue mirando intermitentemente y me ofrece alcohol. <<No >> lo rechazo y le señalo mi vaso. 

Lo miro y mal. Las charlas vuelven a ser las normales, hasta que el radio en torno a la mesa entre cabecera suya y cabecera mía se reduce y empieza: ¡No sabés, boludo... Estoy pasado, estoy... (...) Fuí al médico... >> inicia y como me temía, no tengo nada seguro ni nada controlado conforme lo veo elaborar las oraciones que dan origen a mi preocupación. <<Me mandaron a hacer una serie de estudios, porque... (...) Yo considero que es un pico de estrés, que por eso se desencadena todo lo demás >> argumentó, con mucho más detalle. Se explayó en su cuadro, sin mirarme un solo segundo, pero sabiendo perfectamente que yo estaba ahí, mirándolo, con un nudo -maldito- en la garganta. Al rato, mi vaso era de cerveza y estaba más lleno de lo que le había indicado después de ese relato que hizo necesaria la llegada del alcohol. Lo miro frenándolo y me guiña un ojo, conciliador. No sonrió. <<¿Por qué insistís tanto? >> quiero decirle con los ojos solamente. 

<<Lo que te pasa a vos es factura de tu conciencia >> pienso con una frialdad que pareció salir desde mi lugar más recóndito mientras que va contando  y todos le hacen preguntar accesorias. Ahí es donde no me mira ni una sola vez. <<¿Qué estás queriendo hacer? >> pienso en preguntarle, pero me callo la boca. 

Después de todo, en ese momento, estaba superada por la situación y necesitaba hallarme.  No podía siquiera pensar en la posibilidad de que un hombre al que le fue encomendado tanto amor, tanto deseo y tanto tiempo, ahora estuviera entre médicos y agregados. Nunca pensé que un cuerpo al que siempre miraba con amor, hablara en contra de él mismo sin que nadie pudiera hacerlo callar.  No podía creer que aunque siempre haya sabido que alguna vez iba a explotar todo lo que se tragaba - o decía no interesarle - por alguna parte, yo todavía iba a poder verlo.   En un minuto reviví casi exactamente un año. La pequeña sensación de paradoja inicial me duró apenas unos segundos, lo mismo, las preguntas frías. Se abrió dentro de mí un tajo del tamaño de un extenso rayón, del que empezaron a emanar recuerdos, preocupaciones y un sentido tan humano que desde agosto no veía la luz. Creo que en ese segundo, después de todo, sentí tristeza por él. Sentí impotencia, incrédula al respecto de que ese hombre que parecía inerte a todo no lo estuviera ya.   

Tomé  más cerveza para aplacarme. Era ciertamente un vaso enorme. <<Ahora estás bien cuidado. Tu familia, tu novia, tu gente te va a cuidar. Yo ya no soy tu gente... No sé porqué me obligás a enterarme de esto. Ahora entiendo tu repentino interés de mi vida, los mails que no evitabas con estupideces, aquella estúpida necesidad de acercarte >> me digo, como si se lo dijera o como si fuera a poder hablarlo con él ni bien tuviera oportunidad. Otra vez me encontré en el medio del absurdo, de la idiotez. <<¿Y ahora? Con toda esta cerveza mañana me va a costar un Perú ir a la facultad>> intento distraerme, atravesada por ojos vidriosos. 

Termina con el tema. Me alivio, creyendo que lo peor había terminado. Hablando con quien se sentaba a mi lado, intervino en la charla con lo que pareció ser un chiste. No lo miré. Insoportable ante mi misma, pasé al baño, repitiendo cual mantra <<Dios mío, cómo salgo yo de acá>> y cuando salí, ya estaba decidida a irme. 

- ¿Me abrís, señor? - lo miré, sonriendo, al dueño de casa. Mientras, descolgaba mi campera de cuero de la silla. Él me miró. 
- ¿Ya te vas? 
- Sí, estoy acá cerca - dije. 
- ¿Te vas? - intervino. Se me encogió el estómago. 
- Sí -asentí, con más ganas que antes. 
- Yo te llevo 
- No 
- Tomemos esta cerveza que queda y yo te llevo 
- No hace falta 
- ¿No me podés esperar un minuto y te llevo? - me miró él y el matrimonio a la misma vez. 
<<¿Y si está buscando el momento para pedir perdón? ¿Y si eso lo hace sentirse mejor? ¿Qué hago? ¿Qué voy a hacer? >> 
- Está bien - murmuré. 
- Cerramos esto y nos vamos, te prometo. Quiero saber cuál va a ser mi próximo negocio - me miró, radiante.  Asentí, calladamente y envié un mensaje de texto. 

Caminamos sin decir nada. Entré en el auto al que pensé jamás volvería a subir y el olor de la cabina encendió todo en mí. ¿Cómo un aroma puede revivir tantas cosas? Me acordé de las risas,  los besos, las noches igual de frías que hace un año, la sensación de poder, nuestras miradas, su manía para tocarme, la aplicación con la que se dejaba todo, la puta sensación de saber que tan fuerte como las heridas sería la resistencia a olvidar. La inercia de vivir en su falta, la fuerza con la que se había vuelto importante para mí, la profunda tristeza cuando lo reencontré tan lejos. La sensación de saber que fue todo cualquier cosa, porque el final siempre estaba tan lejos como cerca en esos días.

- Qué lindo es soñar así ¿no? - me dijo y yo asentí con la cabeza. El silencio era pesado, denso, la calle, la vista. Era volver a donde ya no se es. 
- Perdoname, te dejé esto - pasó una mano tras de mi sacando el metal del cinturón de seguridad. Las puertas se trabaron y exageró pesadamente ese cortísimo recorrido que de cualquier manera, hubiera podido hacer a pie. 
- No trabes, que ya bajo igual - murmuré mirando para adelante, temiendo de que llegara ese apodo pesado, en ese tono, con esa mirada. 
<<Por favor, por favor, que no abra más la boca. Me deja, se queda en paz y listo. ¡Listo! >>. 
- Se traba solo, por eso. Ya sé - respondió y cuando me dí cuenta, ya habíamos llegado. 
- Bueno... *** - dijo, mientras hacía una pausa.  Le emboqué un beso en la mejilla como pude y me bajé con un gracias acartonado. 

Después de una probadita de la droga, definitivamente, me resistí. Y aún el fin de semana trascurrió poblado de contacto visual de su parte, estando entre las piernas de ella y mis ojos, la valla está de nuevo erigida. ¿Si su salud mejorará? Es lo que más quiero en torno a su figura; pero soy consciente a la vez que nada puedo hacer yo -¡especialmente yo!- tan afuera de su vida, tan afuera de su desidia personal.  

Cuando me ofreció cerveza esta vez le dije que no. Y con ella de compañía tampoco llenó mi vaso.  Que esté bien, claro, eso es lo que le deseo a la distancia que nos es sana.  Le deseo el bien pero quiero que esté lejos. Quiero que no lucre, que no busque fisuras en mi conducta, que no joda...  Que no use esto cuando quiera acercarse. Que si necesita un paño, esta vez, entienda que la que no puede estar - por mí, por mi derecho a vivir bien - soy yo. Él tiene lo suyo. Jamás quiero volver a perder el derecho - hasta la obligación- de tener lo mío. Confío en que va a estar bien. Confío en que el jugador número cinco que está dentro de su cabeza todavía tiene para un segundo o tercer tiempo. No hay suplente que pueda ser. Hace rato ya otras dos piernas ocuparon mi lugar. 

Estará tan bien como parece, me digo, pensando en que realmente jamás lograré entenderlo. Estaré tan bien como creo, me pregunto.  Y a eso es a lo único que puedo responder con un sí. Yo no quiero volver a lo mismo. No quiero sufrir siquiera un céntimo de lo que ya sufrí. No hay palabras para expresar lo que me costó salir adelante. Recordar me ayudó a comprender más profundamente el motivo por el cual mi cabeza eligió olvidar todo. Lo reprimido volvió a salir y la angustia se destapó los pies en la inquietud de la madrugada.  Recordar lo que creía haber olvidado, me alertó, volví a sentirme helada bajo una manta corta.  

No sé, ciertamente, qué se traerá entre manos, no sé qué querrá esta vez de mí. Pero sí sé que no soy ni doctora ni consejera espiritual, ni su amiga, ni su mujer de turno, ni su compañera.
Él es el hombre al que no quiero. Yo fuí la que siempre confundió todo según sus desestimaciones lastimosas y la realidad es que había aprendido a vivir con esas categorías.  Aunque algo en mi interior me esté diciendo "No está bien, es evidente, no le hagas lo que hizo con vos. Él no soporta que lo ignores", las mismas,  son categorías que no puedo modificar.  ¿Si me enoja? Sí, cierto, me resulta chocante todo.  Porque lo podría haber contado en cualquier momento, porque podría haber omitido detalles, porque cuando quiere ser evasor, insisto, es el mejor de los mentores. Porque no lo quiero ver así, no quiero verlo deteriorado, no quiero verlo surcado. Aunque sea un hijo de puta, con una cuota de perversidad importante y aquélla manía de lavarse además de los dientes, muy bien las manos... Lo quiero ver bien. Lo quise como no quise a nadie más y no soporto la idea de su deterioro sin embargo, no podría soportarlo en mi vida otra vez. 

¿Cuándo el día de mañana yo tenga una pareja, qué va a pasar? ¿Si yo justamente ahora estuviera en pareja, qué pasaría? No puedo darle siquiera el escombro para que a futuro nazca el edificio que me tirará encima de lo que quizá yo vaya a construir, con golpes de éste estilo. Insisto, porque lo podría haber contado en cualquier momento, porque podría haber omitido detalles, porque cuando quiere ser evasor... 

jueves, 23 de abril de 2015

Literatura, cuanto menos, ficción: "El hombre que (no) quiero"

A veces pienso "se quedó con las ganas". Sí, estoy siendo ordinaria, pero no importa, porque no hay lenguaje tan vivo - algunas veces - como el que usamos literalmente en nuestros pensamientos. Otras veces, pienso que con lo que se quedó, al margen de las ganas, fue con culpa. En las últimas veces, que son las menos, cuando me embarga la benevolencia hacia la raza humana, pienso que se quedó en el tiempo y que todavía se cree capaz de poder ser "perdonado".  Yo no tengo esa capacidad, simplemente, porque la única manera que encuentro de perdonarlo hoy por hoy es manteniendo con él una fría y sólida línea de respeto. Ese respeto que no se impone, que no se gana, sino que simplemente se adquiere cuando tenés que seguir tratando a una persona que es de terror, a la manera de no resignar todo lo que la rodea y para vos sí sigue valiendo la pena. 

Nunca me caractericé por ensañarme seriamente con las personas que me hicieron daño. De otra manera, lo aseguro, mi actualidad no sería lo que es en base a trabajo, voluntad y gente que me quiere y a la que quiero sobremanera. Nunca me caractericé por guardar rencor, pero si digo que no soy capaz, estoy mintiendo. Como está el amor, está el odio, o al menos, las marcas del dolor que alguna vez quizá han llegado a producirlo. Y las marcas, a través del tiempo, hablan. 
Durante casi un año, conservé mis marcas. Marcas que se empezaron a hacer más y menos profundas en mí a medida que lo iba conociendo. O al menos, a medida que creía que lo iba conociendo. La actualidad es otra, en efecto. A veces no se muy bien cómo llegué hasta acá, una meseta de fortaleza interna, quizá una parecita que le impide el paso. Nada tan exagerado ni soberbio se ha erigido en mí para hacerle frente.  Sin embargo, nunca voy a entender su parecita. Nunca voy a entender la extraña delimitación que tiene conmigo, si cuando más lo degrado, más intenta colgarse de las hilachas de la diplomacia. 

En un tiempo nos unión el amor, el deseo y las ganas; fue un tiempo muy corto, sin dudas, pero tiempo al fin. Mirándolo en retrospectiva, no se merecía nada, pero a la vez, extrañamente, se lo atribuyó con una intensidad que todavía me parece mentira.  Más adelante, nos unió el espanto, los reproches, la angustia y la incredulidad de no poder creer - otra vez - cómo éra capaz de hacerme esto, lo otro, e incluso aquello. Parecía que finalmente nunca, y aquí hablo por los dos, fuimos capaces de comprender y reconocer al otro. Nunca, al margen de la voluntad poca o mucho, buena o mala, pudimos sentarnos a tiempo para mirarnos a las caras e intentar apenas apelar a lo que realmente necesitábamos.   Hoy en día por suerte no nos une nada, sino más bien nos reúne la diplomacia. La diplomacia para mí, especialmente respecto a él, es un hola y un chau. Es un alcanzarle una cosa, un dejarlo pasar, un asentir si me pregunta algo y un evadir la mayor cantidad de preguntas personales. Porque no somos amigos, porque no supimos serlo nunca y porque inclusive hoy es demasiado poco probable que lo seamos. No por rencor, sino porque después de verle los hilos, no quiero una persona así, como él, más cerca de mí. 

Me inquieta, es la verdad, cuando veo que quiere volver a acercarse. No puedo evitar la defensa cuando lo veo venir. Tampoco cuando vuelve a mandarme mails que tranquilamente puede evitar. Y si digo que tranquilamente puede evitarlos es porque en la evasión él ha sido un gran mentor del cual me enorgullece no haber aprendido nada. No lo quiero cerca, ni a veinte metros. Lo puedo tolerar a mi lado, porque nuestro alrededor vale más, pero no soporto su voz, sus palabras ni sus gestos. Principalmente no lo soporto por su hermosa capacidad de evocar -como si no hubiera pasado nada nunca- aquellos rasgos que fueron dolorosos. 

<<¿Cómo me va a preguntar del viaje? >> me repetí durante días después de esa pregunta. Descreyendo ya de la casualidad si es que viene de su mano, me consoló el pensar que no se volvería a acercar más. "No somos amigos, no lo vamos a ser nunca, yo amiga tuya no puedo ser" recuerdo que le dije hace meses largos, hablando muy enserio. Incluso, de la misma manera en que él me repetía al comienzo de todo que yo hubiera podido ser su hija; incluso del mismo modo en que yo replicaba lo poco que me importaba, claro, porque tenía un buen padre y no estaba con intención de buscar otro. Él se  reía, yo me reía y el panorama parecía estar tan sobrevalorado como salvaguardado. Al menos, de momento. 

... Y ahora de nuevo - pienso - un año después. Pero por fortuna el año que ahora tengo de más no fue un año de menos en materia vivida. Antes de quedarme rota, como pude, me armé. Me armé de la mejor manera que me fue posible, por muchas razones y con ayuda. Ayuda de mis padres, de mis amigos, de mis hermanas, de mi abuela. Me aferré a la gente que sí supo quererme y a la que yo aprendí a querer.  Sufrí mucho, más de lo que podría trasmitir a través de palabras, por su causa. No fue, ciertamente, todo lo que hizo sino fue todo lo que jamás reconoció. Fue todo lo que no caviló, lo que no me aclaró y lo que no respetó. Me sentí totalmente descuidada por una persona que, al parecer, se empeñaba en cuidarme a mí tal como yo estaba dispuesta a alejarlo de todo daño. Me sentí poca cosa, insuficiente, indigna. Me sentí una moneda de cambio fácil para una persona que, aparentemente, no hacía más que desechar todo a su paso. Al menos, todo lo mío, cabe destacar. 

Cuando lo veo con ella, me alivia. Mi dolor se transforma en calma porque sé que no volverá, al menos en su presencia, a acercarse. Tampoco tiene ya la chance de pasarse por casa, las veces que envío mensajes no obtuvo respuesta y los mails tienen un tomo por demás monocorde que lo envía de salida a su punto de origen. Hoy en día corre el derecho de admisión. Evitarlo es mi derecho y a la vez, una obligación para entender que todo lo que fue incapaz de hacer, al igual de todo lo que yo fui incapaz de hacer, es lo que nos volvió estos otros, tan diferentes a lo que éramos.  Hoy no quiero que se acerque como hace cuando ella no está. Hoy quisiera que siga su camino en paz, seguir personalmente con él mío. 

<<No quiero volver a saber más nada de vos ni de tu vida>> me dijo en agosto. Yo acepté esa especie de designo con la certeza de que, aún conforme pasara mucho tiempo, él no volvería a saber nada de mi vida. Él no correría con esa ventaja, él sería tal como quería, un hombre. Ni un hijo de puta ni un malalech...Nada, un hombre nada más. Uno de esos tipos que veo por la calle y en los que no volvería a fijarme por la sola evocación de un parecido físico.   

Hoy ese hombre, original, nada de evocaciones, se empeña en ser amable. Yo lo miro y en su cabeza cuelga una especie de cartel... No se bien qué dice, pero se actualiza a medida que él intenta dejar el pasado atrás. Para mí tampoco hay pasado ya, sino enseñanzas. Enseñanzas que no aprendí del modo más feliz, como todas, pero sí del modo correcto para que me sean sumamente perdurables. 

Cierto, sí. Él es el hombre que yo no quiero. Un hombre que no podría jamás volver a querer. Un hombre que no merece una oportunidad para ser gente conmigo, que no merece la amabilidad de mi parte ni tampoco la lástima, que no merece díalogo, confianza. Para eso, tiene su gente y su familia, capaces de quererlo y de darle todo el amor que al final, no podría decir que no se merece de los demás porque eso sería ir demasiado lejos, eso sería sí llenarme de rencor.  Diría que él se merece todo, claro, pero de los otros. Yo me volví incapaz de darle algo, me volví inoperante si de ser quien soy con todos los demás se trata. 

Lo único que quiero ahora es que vuelva a su lugar de inercia total. Muchas veces hizo como si yo no existiera, como si yo fuera un capítulo del que se arrepentía en su vida que precisamente, como la de todos, no estuvo pletórica de aciertos. Ahora que realmente yo no quiero existir, que me empeño en ignorarlo y que ¡no- es - a quien - quiero - cerca! no debería costarle.  Tiene el tiempo a su favor, tiene una persona que lo elige y tiene sus amigos. Él no perdió nada de especial diferencia en su día a día, no tuvo la necesidad de recrearse ni tampoco sufrió a causa de mí.  Insistir en quienes no han significado nada en nuestras vidas, en quienes aparentemente nos han hartado y en quienes nunca fuimos capaces de querer de verdad, a pesar de nuestras acciones posteriores, es un despropósito. Su accionar habla de contradicciones que ya no me interesa aclarar.  ¿No era que él no podía sentir nada, que yo lo alteraba demasiado? Después apareció ella... Es curioso que a veces la sienta como la versión autorizada de mi misma. Misma carrera univesitaria, en la misma universidad, con gustos muy parecidos, con libros leídos, con tatuajes, con rulitos. Con más de veinte años más, con una simpatía a favor que me hizo posible el bancarla y el bancarla bien. Bancarla de verdad.  

¿Se acerca porque no es capaz de conciliarnos, si incluso las dos lo hacemos? ¿Por qué cuando ella no está me mira como si quisiera saber otras cosas? ¿Por qué, si ahora tiene todo para ser feliz, me viene a intentar romper a mí las bases de una estabilidad que me costó conseguir?  Yo también tengo el mismo derecho a ser feliz, a estar bien e incluso, el día de mañana, tener una persona que me quiera en un porcentaje de lo que yo lo quise a él, apenas. Tengo el mismo derecho y la misma necesidad de paz que él, sólo que resuelvo las cosas de otra manera. 

Por mí que se quede con esa inmunidad infinita, con su novia, sus amigos, sus bienes,. Que sea eso con lo que se quede y eso lo que lo sostenga.  Yo tengo valorar mi vida, mis amigos, mi familia, la posibilidad de estudiar, de amar lo que hago y de aprender a vivir con mis propios aspectos internos en conciliación para que, si se vuelven a pelear, pueda volver a repararlos. 

Crecí mucho más de lo que hubiera imaginado hacerlo estando metida en esta misma situación. Creo que ese crecer y ese empuñar el arma que me permitió luchar por vivir la vida, es lo que supongo no puede conciliar.  

Ya no soy la que era,ya no soy la que él conoció y me alegro por eso. 
Ahora ya me siento mejor. 



lunes, 20 de abril de 2015

Charlas de té con la abuela

- Es que cuando te dejan de querer - me miró - No hay nada que hacerle. 
- Y sí - reconocí - Me da mucha lástima el tipo ¿sabés? Hiciste bien en decirle la verdad. 
- ¿Qué le iba a decir? Fuí dura, pero le hablé con sinceridad. 
- Debe estar pasando por esa etapa en donde todos saben lo terrible que la estás pasando, todos te escuchan hasta poder despacharte y sin embargo, nadie se anima a decirte la verdad. 

<<Cuando se pierde el foco necesitamos la verdad. La verdad es lo único que, aunque duela, se vuelve inamovible en esos momentos donde uno está tan despatarrado >>

- Yo me sentí muy incómoda - aludió. 
- Yo hubiera hecho algo así, pero igualmente, pobre hombre... A veces no queda otra alternativa y es tan feo...  - me encogí de hombros. 
- ¡Exactamente, querida! 

<<Y estando fuera de foco, en realidad, estás como la mierd.  Por eso  la verdad te hace tanta mierda como favores, te hace tanta falta. Lo único que  consuela es que te digan la verdad porque el cabezazo es lo que se está buscando y no se tiene. Y no teniéndolo se sufre... Sabiendo que es también lo que te puede conectar de nuevo con la vida aunque no lo parezca>>

- Debe de ser tan  grande la desesperación de ese hombre... Cuando se ama y no se es correspondido uno intenta hacer de todo y debe de estar haciendo eso. Ojalá se de cuenta que se puede poner las pilas. Que hay otras cosas en las que tiene que pensar, familia a la que proteger de tanta porquería... 
- Y aunque te ofrezcan todo, nena, no importa. Qué se yo, mirá. ¿Sabés lo que va a hacer, amándola tanto como la ama? 
- Sí 
- Perdonar todo lo que le hizo, aunque es terrible, y reparar sus faltas. 
- Y lo peor es que más allá de todo lo que haga no alcanza para compensar la nada - me indigné - Qué porquería todo... 
 - Ojalá pueda liberarse para pensar en paz - murmuró. 
- Sí, ojalá 

*esta charla se dió en contexto de una anécdota que me contó, ajena a mi misma y a mis allegados, pero en la que ella sí fue partícipe. 


domingo, 19 de abril de 2015

Agradecida

<< Esta chica es brillante, realmente. ¿De dónde la sacaron? Estoy sorprendido, la verdad. Cuidénla, porque es un valor tenerla. Además es tan joven y con tanta inteligencia... >> apreció, mi entrevistado después de concluir con lo que fue mi primera entrevista cara a cara con una persona que forma parte del clan de un reconocido escritor argentino. De esos que hace historia, tal como para mí lo logró este día. 

Algún día volveré a hablar del tema, seguramente. Por ahora, dejo esta pequeña estela, con eso me basta. Y agradezco... De verdad, no me canso de agradecer tener las oportunidades con nada más que veinte años. Veinte años, sí, y los llevo con el orgullo de saber que todo lo que pase de bueno, me ayuda a amar más lo que hago. 

Gracias. Eso me queda por decir. ¡Gracias, gracias, gracias! 

viernes, 17 de abril de 2015

Anacronías

El olorcito a tostadas y el punto caliente del té con el que me recibe es una marca registrada para mí. De sólo pensar en que algún día pueda faltarme, me abrazo mucho más fuerte a la idea de seguir compartiendo cada infusión, salida, instante de alegría... Porque mi abuela y yo somos muy compinches. 

Por eso, además de reconocer que me divierto mucho con ella, la escucho cuando está compungida y  recibo su oído cuando lo necesito. Trato de hacerla reír en los momentos necesarios, la acompaño a comprar cuando lo necesita y le compro pilas para el audífino si me las pide.  Somos más que abuela y nieta, es un hecho. Siempre decimos que somos amigas y en consecuencia, actuamos como tales. Ella también me escucha cuando estoy triste, feliz y me aconseja cuando la situación tal o cuál me excede sobremanera. Pero salvando todo esto que tan importante es para mí...  ¿Quién se come una hamburguesa, junto a mí? La abuela. ¿A quién acompaño al médico? A la abuela. ¿Quién me manda mensajes de texto subidos de tono, para hacerme reír? Sí, la abuela, porque lo que tiene de jovial también lo tiene de pícara. ¿Quién me escucha sin juzgar, quién me cubrió y me seguiría cubriendo con algunas travesuras que me he mandando? La abuela, claro, faltaba más. 

Es por todas estas cuestiones que mi abuela se ha convertido en uno de mis mayores afectos. A pesar de que tenemos diferencias y a pesar de que tenemos malos días, siempre hay un huequito donde se cuela el amor. Y también, las charlas de temas comunes. 

- La verdad es que a mí me encanta la música. No sabés cómo extraño la radio cuando no duermo con ella al lado... - me comentó. 
- A mí me pasa lo mismo ¿viste qué curioso? Yo no podría vivir sin música 
- ¿Qué estás escuchando ahora? - deslizó, como una teen más. 
- Estoy re enganchada con Manzanero - dije como al pasar y seguí tomando mi té, tranquilamente.  
- ¿QUÉEEEEE? - preguntó, muy sorprendida, a la vez que me lanzaba una carcajada en plena cara. El té casi se me escapa por las orejas de la risa. 
- Sí, con Armando Manzaro, Marta - insistí. La apodé Marta por el personaje de Gasalla - - ¡Ayyyyyyyyyyyyy nenaaaaaaaaa, pero eso es de mi época! ¡Es un bolero más conocido que qué se yo - argumentó, todavía muerta de risa - Es muy depresivo, querida - aludió todavía riéndose, sorprendida por una más " de las mías". 
- ¿Qué, no te gusta? - le hice un gesto tierno, para seguirle la corriente. 
- Noooooooo - gesticuló - El bolero me pone mal... ¡Manzanero,nenaaaa, yo la cantaba de joven porque me tenían podrida de tanto que la escuchaban todos!
- Mi hit es Esta tarde vi llover... - acoté, riéndome - Mientras me estoy lavando la cabeza, en la ducha o los dientes, de fondo siempre suena el chiquitito cantándome " esta tarde vi llover, ví gente correr, y no estabas tuuuuuuuuuu"  - lo imité - ¡Abuela, no sabés cómo me pone Manzanero! ¡Me eleva, me elevan los boleros! - la cargué, haciendo todo tipo de gestos.  ¡Para qué! Estallamos de risa las dos. 

Y se sigue riendo, hasta hoy, cuando le digo: 


- Vos no te hagas drama, che... ¡No te tenés que hacer malasangre, abuela! Ya sabés - le guiño un ojo - Si algo va mal, te ponés un bolerito y lo bailamos en la cocina... Se te pasa todo, acordáte - se tienta - Sino me llamás y te lo canto - añado, por si le quedan dudas para que se ría un poco más. 

Los mensajes de texto cómicos llegaron inclusive hasta anoche aludiendo a este suceso. Cabe destacar que mi abuela vive a 18 pasos de mí pero me manda sms que incluyen comas, besitos, reversiones de Manzanero y preguntales tales como "¿la facu bien, nena? ¿Querés tomar un tecito, querida? o un "Yolanda, vení a tomar unos mates" otra vez, insistiendo con los personajes de Antonio Gasalla que hemos resignificado y con los que nos hemos reído tanto. 

¿Conclusión? Ella dice que tiene una nieta muy loca, claro, y yo aludo con la misma cara de pocker que todo es porque tengo el incentivo de la abuela. ¡Sí la abuela es una pendex más, oiga! 

Y para cerrar, porque no podía faltar,  dejo el tema con el que muchos fortalecerán su hipótesis de que debería haber nacido en otra época (cosa que no creo que me hubiera sentado mal, la verdad, aunque todo depende de qué época hablemos).  Anacrónica o no yo sigo dándole replay al tema de Don Manzanero! ;)


jueves, 16 de abril de 2015

Café express

Hace unos días hablé de mi mejor amigo. Hace unos días también hablé de ese don tan hermoso que tenemos para presentirnos y de las ingeniosas manías del destino para llevar adelante todos sus móviles.   

Después de haberme levantado muy temprano, tomé el desayuno y me duché. Me domoré en elegir la ropa, porque tenía que tener buena presencia - al menos a mi parecer - para ir a averiguar unas puntas necesarias para mis labores/ pasatiempos literarios, desde hace ya más de un año y medio.  Cuando terminé de imprimir algunas otras cosas que necesitaba (para otra cuestión literaria no universitaria) y me saqué de encima el primer recado, decidí volverme a casa. Me paré en la parada del colectivo que me deja a algunas cuadras, me estampé los auriculares en ambos oídos y esperé. Pensé en retroceder una cuadra, caminar otro poco, impacientarme en otra parada pero finalmente desistí. Pensé en anclarme en algún café sólo para tomarme un cortado en jarrito porque realmente me puede; pero también analicé  los pendientes del día,mi falta de compañía y en las lecturas obligatorias de Psicología que siquiera tenía encima... Al final, me quedé en la parada mirando para la vereda de enfrente, muy distraída. Me quería ir y me quería quedar. 

Así fue que lo ví. Sí, mi mejor amigo venia caminando de la mano hacia la que yo miraba cuando el colectivo estaba muy cerca de mí, cosa en la que tendría que haber reparado, como siempre. 
Lo más asombroso es que - este mismo -  la noche anterior me había enviado un correo electrónico diciéndome cuánto me extrañaba además de que teníamos que organizar para vernos otra vez. Mail que yo leí, claro, pero con la filosofía de "culo in situ" en funcionamiento, aplacé para responder más tarde aunque aceptando la invitación implícitamente.  Sin duda, cuando lo ví me aparté de la fila, miré rápidamente el semáforo de la avenida que cortaba a mi favor y crucé.  Me reconoció enseguida, sin hacerme esperar. Aceleramos el paso mutuamente y nos abrazamos fuerte, como si hicieran dos milenos desde la última vez que nos veíamos. La realidad es que no lo veía desde hacía una semana, quizá, diez días. Pero así somos los dos, qué le vamos a hacer. 

¡Qué lindo verteee! - le dije, mientras lo abrazaba
- ¡Ay, sí! - me apretujó - ¡No puedo creer! ¡Estuve pensando mucho en vos ayer, por eso te escribí! - sonrió - ¿Cómo estás? ¿Qué estás haciendo? 
- Vengo de recabar información para .... - le expliqué con detalle y nombres propios - Te extraño, che. Justamente estaba pensando en que quería verte pronto hoy antes de salir de casa, es más, me estaba fijando cómo podía adelantar lecturas hasta la semana que viene para verte... ¡No lo puedo creer! 
- Yo estaba por agarrar por la parelela, porque me iba a ir a tomar un cafecito - sonrió - Pero como estaba solo, quería mirar siquiera la gente pasar, así que agarré por acá para llegar al otro. 
- ¿Me estás cargando? ¡Yo también quería un cafecito, pero en parte no tenía con quien tomarlo! 
- ¿Vamos a tomar algo, querés? ¿Un cortadito? - me preguntó, como sabe que me puede. 
- ¡Sí, por favor! ¡Todavía tengo una hora y pico! - festejé, como una nena chiquita. 

Así resultó que él salió antes de la facultad, tomó la calle principal sin desistir. Yo también me decidí por la calle principal, desistiendo del café sola, paradójicamente. Ambos nos encontramos y lo pudimos compartir con una charla amena, risas, gestos de cariño. Verlo me alegró el día. 

A ésto me refería cuando digo que nos presentimos. Es un gran valor  el tenerlo de amigo, de hermano, de apoyo, de permanente compañero.  



martes, 14 de abril de 2015

"Los caminos del viento"

En el contexto de la muerte de Eduardo Galeano, a mi mente se vinieron estas palabras. De manera imperfecta, claro, porque no cuento con memoria tan extensa sobre algunas citas de esta clase. Pero, aún en sus fallas, inundadas de sinceridad.  Gente como Galeano va a hacer mucha falta. Escritores como él, todavía más. 

Estas fueron las palabras de agradecimiento al recibir el Premio Stig Dagerman. Se las dejo porque además de que despiertan en mí una emotividad honda y personal, también nos despiertan a todos de la turbación en la que, día a día, estamos inmiscuidos a veces hasta sin notarlo. 

"(...) Ojalá podamos tener el coraje de estar solos y la valentía de arriesgarnos a estar juntos, porque de nada sirve un diente fuera de la boca, ni un dedo fuera de la mano.  Ojalá podamos ser desobedientes cada vez que recibimos órdenes que humillan nuestra conciencia o violan nuestro sentido común. Ojalá podamos merecer que nos llamen locos, como han sido llamadas locas las Madres de Plaza de Mayo, por cometer la locura de negarnos a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria. 
Ojalá podamos ser tan porfiados para seguir creyendo, contra toda evidencia, que la condición humana vale la pena, porque hemos sido mal hechos, pero no estamos terminados.
Ojalá podamos ser capaces de seguir caminando los caminos del viento, a pesar de las caídas y las traiciones y las derrotas, porque la historia continúa, más allá de nosotros, y cuando ella dice adiós, está diciendo: hasta luego.
Ojalá podamos mantener viva la certeza de que es posible ser compatriota y contemporáneo de todo aquel que viva animado por la voluntad de justicia y la voluntad de belleza, nazca donde nazca y viva cuando viva, porque no tienen fronteras los mapas del alma ni del tiempo"

 Se fue un gran pensador Latinoamericano. Se fue un apasionado del fútbol, de la literatura y un gran escritor. Se fue Galeano, pucha...

domingo, 12 de abril de 2015

Hombres

- ¿Cómo estás? 
- Bien - le sonreí - En mi mejor momento - murmuré, a modo de broma. 
- ¿Cómo? - me miró, duditativo. 
- Te digo que estoy en lo mejor, bobo - se ríe. 
- ¿Cómo andan los estudios? 
- Bien - me puse seria - Me cambié. 
- Sí, me enteré  - dijo y recordé su consejo hace unos meses, pero me sorprendió el pensar en cómo se había enterado. 
- Ahh - me quedé callada - No sabía. 
- ¿Cómo empezaste? ¿Estás contenta allá? 
- Estoy bien, sí. Recién terminó mi primera semana
- Ah - hizo un gesto - Entonces no tenés nada para hacer todavía 
- No, al contrario. Me dieron bravo para leer - le expliqué. 

Me miró, como le es habitual y seguimos haciendo cosas, callados. Que me haga todas esas preguntas siendo cuasi hermético y estando bajo una situación sensible, que implica una pérdida reciente, es bastante. 

- ¿No comés? - preguntó, ofreciéndome. 
- No me decido - agarré un criollito - Bah, ya me decidí - le dije, y le dí un mordisco leve. Puse cara de asco sin pensarlo dos veces. No estaba rico, no me gustó. 
- ¿Qué pasa? - me preguntó, mientras se sonreía. Vaya a saber mi cara. 
- Esto está feo, no sé... - sacudí la cabeza - No me gusta - le expliqué y lo miré, dudosa a dárselo o a tirarlo - ¿A vos te gustó? 
- Me dan lo mismo - se encogió de hombros 
- ¿No te da asco que lo haya mordido yo? 
- ¿Cómo me va a dar asco? - mofó - No, no me da asco 
- Quedátelo, sé buenito - me reí, mientras mordía sin reparos por donde yo había mordido. 

(...) 

- ¿Por qué siempre me decís esas cosas crueles? - lo miré, jocosamente, por sus chistes. Me carga, es inevitable al parecer. Me mira y se queda callado. 
- Insisto, si ves que están varios jugadores cerca del arco, distintos al arquero del contrario, están ganando. 
- No me subestimes vos - enarco una ceja y lo miro. Se ríe con suficiencia. 
- Me voy a instruir y te voy a hacer bailar a vos - me encogí de hombros - Pará de agredirme, dale. Siempre me encontrás algo - sonreí, desenfadamente.  Se sonrió y me sonreí. 

Esto es llevarme bien con este hombre que en principio pasó a ser el dueño de simples monosílabos. Siempre, vaya a saber por qué, con esa defensiva que de la única manera que logro eludir es haciendo uso de toda mi honestidad y sí, quizá hasta con un atisbo de ternura. Él me reconoce como una tipa sensible - ¿sensible, yo? - y una tipa que le aporta a nuestro contexto, mucha dulzura - ¿dulce, yo?. Creo que por esto es que a la larga, le gano. De a poco, le gano.  Y ganarle no es más que relajarlo, que desenfadarlo, que desprejuiciarlo un poquito. Nada como la gente estructurada logrando inspirar y exhalar con paz. Pudiendo reírse, bromear, hablar con el otro. 

No obstante, a veces siento que los hombres de su generación me tienen miedo. Sí, es justamente eso. Se acerca y parecería que se asusta con una charla de literatura, mechada con modismos típicos de mi tiempo y fanatismo pro latinoamericanos. Indefectiblemente, y a la larga, quizá entienda que soy eso, aunque sea joven y aparentemente para la sociedad tenga que ser otra cosa. Yo soy esto, aquí, en China o en Rumania.  De seguro una mujer más grande tiene otras estrategias, pero en lo personal, nunca creí que fuera amanazante el hecho de que te puedo reconocer lo que no sé y cargarnos por ello, como también,  te puedo hablar de lo que ya conozco -según dicen - con una pasión infinita.

Lo único que realmente puedo decir, es que actúo sin máscaras, sin restricciones y sé que él antes que hablar, me observa mucho. Yo me dejo mirar... ¿Por qué escudarme? No estoy escondiendo nada, no le quiero hacer mal, no me fijo en todo lo que otros sí se podrían fijar.

Quizá eso es lo que más miedo (le) da. Quizá ante esto necesita irremediablemente su humor, que siempre, aunque con delay, tiene su contrapartida que saca risas y enarca cejas.

sábado, 11 de abril de 2015

Nunca lastimes a quien después no puedas matar

- Che *** - me llamó por mi sobrenombre, inevitablemente - ¿Todo bien? - preguntó, como si realmente esa no fuera la pregunta que se le hubiera pasado por la mente. 
<<No somos amigos. No te acerques >> 
- Sí, bien - le dije, porque esa fue, es y será mi respuesta a todo lo que pueda decirme. Me dí media vuelta y me alejé un poco para demostrarle mi negativa a tratar con él. Fue un momento donde no encontramos solos, realmente solos, en torno a las labores de siempre. 
- ¿Estás yendo a la facultad? ¿Cómo te está yendo? - volvió a la carga. 
<<No sé para qué preguntás, si te la pasás escuchando >> 
- Bien, está todo en orden - lo miré, y seguí trabajando. Asintió con la cabeza, mirándome. Realmente, si hay algo que conoce como nadie, es mi obstinación. Y mi obstinación se potencia con la gente que me hizo daño. Nos interrumpieron y yo aproveché para alejarme más. 

Él se acercó, tomándome por el hombro, como nunca aprendió a evitar y me resultó enfermante que todavía no pueda manejar el hecho de tocarme. Nunca conocí hombre tan incapaz en ese aspecto. Parece que no pudiera manejar el simple hecho verme y no deslizar una mano por mi hombro, como si necesitara retenerme ahí. Parece en vano el simple hecho de que cuando esté con ella yo sea completamente ignorada. ¿No sabe no tocarme? ¿Cómo es que tuve que aprenderlo yo?  Aunque no me importa si es una persona normal, considero que no puede haber cambios tan irregulares. Su cercanía, en todo caso inocente, debería no depender de la ausencia de nadie más. Porque no hay nada que una tercera persona pueda repudiar si uno lo está haciendo desde la intención pura. 

Parece, sin embargo, que a este hombre hay que seguir atándole las manos, corriéndoselas, cortándole los puentes, evadiendo sus gestos y sus formas.   Es obvio, yo hubiera insistido en evadirlo si no me permitía que lo siguiera haciendo. Y aún así, corriéndole mi hombro me hizo más preguntas: 

- Che... - dudó - ¿Y estás allá, en el centro? 
- Me cambié de facultad, curso en Provincia ahora - le respondí con desgano. Él sabía perfectamente, insisto, todo lo que yo le volvía a repetir. Su mujercita, vaya casualidad, no estaba a la vista. 
<<No tiene caso que intentes, no vas a poder. No somos amigos>>
- ¿Te cambiaste de carrera? - me miró, sorprendido. 
- No, de facultad - enarqué una ceja - Me armé de valor y enfrenté. - volvió a mirarme, y sonrió, como si le hubiesen sacado un peso de encima. 
- ¿Y te gusta? ¿Cómo estás ahora? 
- Me gusta, la verdad que sí - le dije, sin mirarlo. Esperaba que terminara ahí la conversación. Nos interrumpieron pero a los pocos minutos, me buscó. 
- ¿Te modifica mucho la carrera? 
- No, casi nada. Yo quería Latinoamericanas y acá es eso. 
-¡Qué bueno, che, me parece muy bien! - dijo - ¿En qué turno vas? 
-Dos años de día y dos años de noche
- ¿Y las materias anteriores te las reconocen? ¿Cuantas estás haciendo ahora? 
- Algunas me las reconocen y otras no - suspiré, y lo miré - Estoy cursando cuatro. 
- ¿Por qué te cambiaste? 
- Porque estaba cansada - le dije. <<Cansada de vos, de la carrera, de viajar tanto, de que no estuvieras cuando más te necesitaba, como habías sabido estar para mí >>
- ¿Fue por el viaje, no? ¿Te costaba mucho viajar? 
- Sí. Ahora estoy más cerca de casa - murmuré. 
<<Me costaba viajar, tenía ataques de pánico. Los mismos que viste vos, y sobre lo que contaste a terceros. Sabias que si no podía subirme a un subte era porque me faltaba el aire. Por eso empezaste a irme a buscar, con la excusa de que te quedaba de paso>>
- Ahora estás haciendo las mismas - me dijo. 
- Claro 
- ¿Y querés enseñar, no? - preguntó, recurriendo a las boludeces más increíbles, porque siempre supo que quería hacerlo. 
- Sí, siempre quise - le dije, adrede - Si me voy a recibir a los 24 tengo que tener en cuenta el hecho de no permitir que me sigan manteniendo hasta esa fecha. Ya estoy grande para esa perspectiva. 
- No, claro. Es verdad. Además, vos podés hacerlo con la carrera. Lo único que tenés que ver es cuánto tiempo te demanda. Quizá, si le metés muchos años seguidos, lo hagas más rápido - sugirió. 
<<¿Me estás dando consejos? >> pensé. 
- ¿Quién sabe, no? - lo miré - Uno vive planificando y después las circunstancias hablan por si solas 
- Es tal cuál - sonrió - Exactamente. 
- Si fuera por mí, este sería mi quinto cuatrimestre en la UBA y acá me ves. Las cosas cambian, uno cambia, es así.
-Sí - suspiró. Por suerte, nos volvieron a interrumpir. Por suerte, no pude ni pudo seguir la conversación. 

Yo entiendo que él no me guarde rencor, no quiera que le sea indiferente y haya encontrado una persona que lo quiera, como es, y que finalmente, haya podido quererla. Lo comprendo e incluso trabajo para perdonarlo... Le deseo el bien, pero lejos...  Eso es algo que, parece, él no querrá comprender nunca. ¿Por qué aún un año después, parece no comprender que yo nunca voy a querer ser su amiga? ¿Por qué no me puede dar peso nulo? ¿Por qué no le soy indiferente? No hay mucha ciencia en estar cerca de mí. En el fondo sabe que jamás quisiera volver a estar cerca de él, sea como fuera. 

Si se lo ve siempre tan feliz, con su amada, y siempre tan arriba de esa montaña de superación, no entiendo cómo, a la larga, quien decía "no me interesa saber más nada de tu vida", textuales palabras, hoy sea quien baje de la montaña y se meta en los suburbios que siempre miró con desdén, si es que a su lado había una cintura donde alojar sus manos. 

La vida está atiborrada de paradojas... Ciertamente que sí. 

viernes, 10 de abril de 2015

Buenos días

Mi mejor amigo es tal desde que somos chiquitos. Nos conocimos a los seis años, fuimos compañeros de primaria, de secundaria y valgan todas estas ocasiones, crecimos juntos. Crecimos juntos en todo aspecto. 

Las cosas más divertidas y también las más dolorosas las hemos pasado lado a lado. No voy a olvidar la tarde en que me avisaron que había tenido un accidente que cambió su vida o la primera vez que volvió a cruzar la Avenida donde lo habían atropellado, de mi brazo, casi un año después entre susurros de "vamos, tranquilo, yo estoy acá con vos". Así ha sido siempre. Estuvimos uno al lado del otro en los momentos de satisfacción y en los momentos de inclemencia. Estuvo para mí cuando las cosas funcionaron en mi vida, cuando dejaron de hacerlo, cuando necesité a su vez modificar las estructuras. Estuvo para aconsejarme, para contarme sus verdades más plenas y para escuchar las mías con paciencia. Estuvo fiel para consentirme y mimarme con su comida - la más rica del mundo - ó enseñarme cosas de cine, leer juntos literatura, charlar de arte y muchas cosas más. Juntos, siempre lo decimos, nos potenciamos el uno al otro.  Yo no creo que esto sea obra de otra cosa distinta al amor. 

Lo más admirable de nuestra amistad es que no necesitamos vivir dependiendo del otro para estar cuando más lo precisamos espalda con espalda. Nosotros no nos vemos todas las semanas, pero sí nos mandamos varios mails para chequear en qué andamos. Nosotros no nos matamos con whatsapp a toda hora, sino que nos movemos un poco a la antigua y nos hablamos por teléfono de línea, hasta la madrugada, cuando nos pinta.Nosotros nos juntamos a tomar café y charlamos durante horas, cara a cara. Nosotros almorzamos juntos, miramos cine nacional y por él he conocido muchas de las cosas que hoy día me encantan. 

Más allá de que pase en tiempo, y con él los días, las ocupaciones, los parciales, los requerimientos; nos reencontramos y los términos habituales se quedan sin respaldo.  Para nosotros, el tiempo no pasa nunca. Volvemos a ser los nenes de seis años, muy seguido, cuando nos contamos chistes. Volvemos a tener doce, trece o quince; nada interesa.  Muy seguido, vamos reconstruyendo nuestros recuerdos de la infancia entre los dos. Él se acuerda de un gesto que yo olvidé y yo a su vez rememoré el detalle en el que él no ha reparado. Rescatamos apodos, anécdotas, alegrías, broncas. Nos reímos, ahora grandes, por cuán distintos somos a la hora de captar y asimismo cuánto nos parecemos a la hora de recordar. 

Pero lo que se lleva realmente todos los premios es la capacidad de presentirnos. Sí, puede sonar hasta poético, pero es real. ¿Se puede estar sincronizado con el otro? Yo creo que sí, que en los términos coherentes, se pueden conectar mucho y muy intensamente dos personas. Puede que sea desde la amistad como nos pasa a nosotros dos, como desde el amor y también desde el deseo. No hay una manera universal de vincularse y mucho menos, de establecer sólidas relaciones.  Cuando cada uno está pasando un momento de altibajos o necesita un empujón, increíblemente, siempre le llega algo del otro. Un mensaje, un mail, una invitación, un café o un almuerzo. Y sin que él o yo estemos literalmente al tanto, siempre cumplimos. Siempre damos una señal por pequeña que sea para hacer un poco más feliz al otro. 

Hoy, cerca de las 6:45 am sonó mi celular. Mientras masticaba perezosamente galletitas Opera, leí: ¡Buen día linda! ¡Feliz viernes! ¡Qué tengas un lindo día y termines bien la semana! Te dejo una frase que eligió Borges para describir el arte: " La rosa es sin por qui,florece porque florece" ¡Besooos!. 

¿Se pueden dar de mejor manera los buenos días? Esos detalles hablan de lo que me hace feliz, sin dudas. 

¡Buen fin de semana!

miércoles, 8 de abril de 2015

Contemporáneos

- ¡Wow, qué zarpada! - me dijo uno de mis compañeros, en la ronda de café de hoy a la mañana, en la facu - ¿Se llevaban mucho años? 
- Sí, la verdad que sí - me reí - Pero bueno, ya está. Pasó. 
- ¿Cuántos? 
- Veintitrés 
- ¡Wow, no te puedo creer! ¡Un poco más te dió la mamadera, te fue a elegir a la incubadora! - añadió, y de verdad, junto con sus gestos, me hizo reír un montón.
- Quiere decir que cuando ella nacía él tenía.... - dejó caer otro compañero, más serio. 
- Sí, claro - reconocí - De todos modos, yo lo quería mucho. Si uno elige deliberadamente sacar las cuentas, sabe que pierde, digamos. Por eso tiene que elegir qué hacer, si es que puede. Yo no pude. Me enamoré, qué querés que te diga. 
- Y es que cuando te enamorás, pasa así - acotó una compañera, a mi lado. Otra de las chicas, asentía mientras me miraba. 
- Y yo estaba enamorada, indiscriminadamente, digamos - sonreí apelando ahora a algunas cosas buenas. 
- Pero... Cuando vos querías salir, él estaba cansado, y así. Iba a pasar eso - volvió a decir el segundo de los muchachos. 
- Quizá pasaba, claro - le expliqué - Pero cuando uno ama, naturalmente, piensa en el aquí y en el ahora. En su momento, yo lo quería. No lo podía explicar, no podía obligar a nadie a que lo comprendiera, y lo único que me interesaba era compartir con él las cosas simples. No había más seguridades. Si más adelante sobrevenían los quilombos, como de hecho pasó, no había manera de volver atrás
- Es que, claro - acotó de nuevo, la misma compañera - Es así. 
- Al menos para mí el amor es eso. De ahí a que al otro no le parezca lo mismo, bueno. Milagros no pude hacer, y después de todo, a veces no pasa tanto por una siesta más o una de menos - sonreí, con un dejo de nostalgia. 
- Viste que hay minas que los quieren por la guita, que se yo - añadió el chico de los chistes. 
- Justamente eso decíamos antes - asentí - La sociedad tiende a juzgar así, porque casos no faltan. Yo no soportaba que me pagara una Coca Cola, imaginate. No quería y discutíamos por eso. 
- ¿Pero tenía plata? 
- Vivía bien, que no es poco. Pero nada del otro mundo. Qué me iba a importar a mí, imaginate. 
- No, claro... Igual, trabajando donde trabajaba - añadió, el chico que apelaba a las siestas. 
- No quiere decir nada - sonreí - Aún trabajando donde trabaja, y donde trabajaba mientras estaba conmigo, no quita ni quitó que fuera medio boludo. Y que discutiéramos de lo lindo. 
- Pero... - me preguntó, en tono burlón, el primer compañero - ¿Si a vos te lo dan sin coche o con coche, qué preferías? 
- Es lo mismo, boludo - sonreí, porque me causó gracia el hilar tan fino - Incluso yo no quería ni que me dejara en casa. 
- Puede que sea cómodo, como mucho - añadió la chica otra vez. 
- Sí, claro, lo era - reconocí - Pero también era necesario celebrar mi independencia. Y lo más lógico en su momento era marcarle ese límite para cuidarnos. A él de su propia incredulidad y a mí de mis propias aspiraciones. Yo siempre tenía que separar. No se puede permitir que una persona, por más que parezca placentero, te quiera manejar la vida entera con la plata - argumenté - De cómodo pasa a ser opresivo. 
- Además, hay cosas que la plata no compra, y si vos lo querías de verdad, ya está - dijo la chica. 
- Taaaal cuál - celebré con un gesto - Hay minas que andan buscando, obvio, pero al menos, este no fue mi caso. Apareció y pasó... Pasó, y ya está. Ahora, borrón y cuenta nueva, chicos - concluí. 
- ¿Qué hora es? - preguntó el segundo que participaba en la charla 
- ¿Vamos yendo, dale? 
- Y ojo vos, eh - me reí - Que te va a ir a raptar una viejita... 

La risotada fue general. Poco general es, también, el pensamiento de mis contemporáneos. 

lunes, 6 de abril de 2015

"El viejo"

- ¡Cómo tarda, por favor! - le comenté a mi compañero, en el aula magna esperando un teórico. El primero de la semana. 
- Uhh, sí - asintió - Si no viene en quince el viejo, yo me voy -añadió él. 
- ¡Te imaginás que no venga! ¡No me extrañaría te digo, más de media hora tarde! - murmuré y lo seguimos esperando. 

En la pizarra con fibrón su nombre completo estaba escrito. Cuando lo leí, casualmente, pensé que teniendo ese nombre no debería ser del medievo, claro, más allá de su rol. Suspiré y minutos después lo ví pasar al salón. 

- Buenos días - dijo, y se instaló un silencio digno de La Recoleta. La presencia derramaba esa especie de bruma que indica un cambio en la atmósfera. Definitivamente no, este tipo tiene rasgos de toda clase, pero lejano está a parecer del medioevo. De verdad que está más lejos de lo que yo podía especular. 

Tengo que rescatar una sola cosa de su labor y tengo que repudiar una sola cosa. Hoy, por lo menos, estoy bastante pareja. La rescatable es su amplio vocabulario y su manera fluida de usarlo. Eso me ayuda a entender la cuestión y me ayuda, además, a seguirle el hilo a sus ideas, más allá de lo elitista que a veces se torne. Me recuerda a mi antiguo docente, que solo trabajaba con cierto grupo de personas. Me temo que este es igualito y espero ocupar, académicamente, un rol igual o mejor. No me quiero imaginar como recursante en su materia, hablándome con ese tono, diciéndome "otra vez", como lo escuché decirle hoy a una chica.

Lo repudiable fue que, por fuerza mayor, necesitaba preguntarle un asunto acádemico, pero a la vez, personal. No lo iba a tratar de usted, porque no tiene edad ni nada para pretenderlo. Suspiré y a pesar de su fuerza por no mirar a nadie a su alrededor, me la banqué y me le acerqué. Pensé, hablando mal y pronto, por cómo había tratado a todos durante la case, que me iba a sacar carpiendo. 

- ¿Puedo preguntarte algo? - lo miré fijamente e imaginé que estaba hablando con cualquier hombre de su generación - como puedo hacerlo competentemente - sin que tuviera esa especie de potestad dentro de aquél edificio, dado su rol. Si me veía nerviosa iba a ser más gastable, más permeable a sus ánimos pedantes y, quizá, más estilo Bambi. Y, personalmente, esas cosas las dejo para cuando estoy en otros lares, con otras posibilidades. 

Concluyó la respuesta a otra chica y yo esperé a ver si me hacia caminar a su lado cual movilera o tenía la delicadeza de frenar. Por las dudas, me acoplé a su paso y él se frenó. 

- Sí - me dijo, mientras ladeaba la cabeza de costado, y el tono de su afirmación por algo que desconozco todavía, me picó un poco. Esperaba otro tono, puedo jurarlo. Me descoloqué por un instante y estoy casi  segura de que enarqué una ceja, involuntariamente, porque es lo que siempre hago ante ese tipo de hombres.  Le hice la pregunta, me la respondió determinante, y le agradecí en un tono cortante, porque esa miradita elocuente me picó.  Enarqué la ceja, de eso ahora sí estoy segura, mientras otro borbotón de chicos se le ponía a su alrededor y yo seguía caminando hacia la salida. 

Definitivamente, cuando sea docente universitaria, quiero y no quiero ser como él. 

domingo, 5 de abril de 2015

Familia

Mi hermana se mudó hace menos de un mes. Después de verme crecer, de considerarme su preferida a niveles absolutos y de compartir años juntas, tan dispares como nuestras vidas, reconozco que un poco la extraño. Y ella, lo sé porque la leo, me extraña más.  Las cosas son tal como las pensaba cuando era chica. Finalmente, mis hermanas crecen y se independizan. Crecen, sí, como crezco yo, pero los caminos diferentes de nuestras vidas por ahora son senderos generosos. 

Hoy compartimos Pascua en familia. Al menos, pasamos esta festividad las tres hermanas juntas, que eso para mí, es mucho. Las dos me despertaron a diferentes horarios para traerme huevos de pascua que me compraron, en la ferviente creencia de que todavía tengo cinco y no veinte años. En la sobremesa nos fuimos al jardín. Ahí nos vi recién... Grandes, pero juntas. Juntas incluso entre ellas dos, ajenas a mí, que se llevaban tan pero tan mal. Juntas, ahora enserio, con la perspectiva de unión más firme, llegado el día en que todas tengamos cada una su familia. Ahi estábamos en la tarde hoy, las tres rubias al sol, riéndonos junto con los dos perros. Iguales, casi igualitas en ese instante, a los mejores recuerdos de mi infancia donde con tantos años menos compartíamos  jornadas disfrutando en el jardín. 

No puedo decir menos, ellas son mi familia, mi lugar feliz. No hace falta que se disputen mi amor, porque no me alcanzan los días para amarlas más. Se me estruja el corazón si tengo que explicar con palabras, sólo con palabras, la importancia que tienen aunque a veces yo no lo demuestre con esta intensidad. 

Las amo, con todo lo que eso implica para mí. Las amo y daría toda mi vida por verlas felices a ellas. No tengo duda alguna.  

sábado, 4 de abril de 2015

Bosques arbolados

Lo veo y no me veo, para mi fortuna. Lo veo y, aunque me pese, encuentro partes viejas de mí. Lo veo, miro a nuestro alrededor atestado de papel, y entiendo muchas cosas que antes me creía incapaz de comprender.  Me mira, otra vez, y no lo encuentro a él ni encuentro en su mirada rastros espejados de lo que fuimos un día. 

Es calmo sentirme así frente a un cuerpo y a una complexión madura que se ha llevado tanto y me ha dejado tantas veces desordenada.  Hoy somos otros. De verdad que, por momentos, parece todo el historial en común se hubiera borrado. Es como si nunca nos hubiésemos conocido más allá de un qué tal o un hasta luego, o de un está bien mío que lo deja sin pie a nada más. 
Porque prefiero que sea así todo, con sinceridad. Prefiero no acordarme de nada, seguir sin sonreírle, asentir muy despacio y correrle la mano cuando quiere agarrarme aunque sea para evitar que me lleve sus cosas por delante, sin poder verlas, estando detrás de mí.  <<Tené cuidado >> me dice, y no lo miro. <<Vos también tenés que venir >> insiste al rato y sonrío con ironía ante la invitación, sin responder. Jamás volvería a aquella casa. Jamás quisiera que me tocara de ningún modo, otra vez.  Creo que el hecho de correr la mano como si me quemara explicó la reticencia de mi mente, mi cuerpo e incluso de mi cintura, el sitio habitual de sus mano hace casi un año, cuando todo decantó; porque empezar, empezó mucho antes. Creo que hoy, cada uno en su orilla, nos vimos siendo otros. 

 Efectivamente - lo digo, y mientras, sonrío - hoy sentí que el dolor estaba lejos. Verlo, cercarle el contacto y seguir adelante son todas formas de progresar. El dolor se va apagando, gracias al cielo.  

Durante mucho tiempo creí no poder ver si no usaba sus ojos. Pero con los meses acepté el seguir comprendiendo el mundo desde donde siempre todo me había sido dado. Mirarlo con mis ojos había sido siempre el único remedio, a pesar de querer que me prestara un cachito de su mirada.  No me dejé encandilar hasta el fondo. Me desperté. Y salí.

Me alegra mucho estar fuera de esa pesadilla que, a veces, me asusta con volver; y no vuelve. Al contrario... Días como hoy, parece que la vida me dice, despacito: "siempre se puede soñar con bosques arbolados"


miércoles, 1 de abril de 2015

Atrás con los fantasmas

¿Es normal que todos reparen en lo que como? No, ciertamente, no creo que sea normal. Y tampoco es normal que lo asuman como una enfermedad que, realmente, yo no tengo. 

Soy de estatura mediana, no llego al metro setenta ni siquiera en puntas de pie. Tengo una contextura física que tiene altos y bajos, como los de cualquier chica de veinte años. Tengo, además, por años de deporte, espalda ancha y piernas fornidas, con las que me acostumbré a vivir, incluso, en sentido estético. Todo esto va acompañado de un balance razonable entre busto y contextura de caderas.  Y tengo, obviamente,  mis zonas desagradables. Si, claro, mi cuerpo no es lo que yo más quisiera... Pero hemos pasado muchas cosas juntos como para que siga maltratándolo.  ¿Cómo le explico esto a alguien más, sin caer en el conocido fantasma que puede azorar a muchas chicas? No me saco a mí de esa lista, claro, pero tampoco me pongo como me pone últimamente mi familia, mi terapeuta y quien pasó algún tiempo sin verme. 

Los trastornos alimentarios no son cosa laxa. Son una enfermedad, me repito, y yo no la tengo. Por más de que digan que estoy flaca, intento comer lo mejor que puedo. Pero mis conductas, parece, no entran en ¿el sistema? Digamos que no encajan en mi casa. Tampoco en casa de mi hermana, donde estuve los últimos dos días y medio.  Peso 49,8 vestida con calzas, zapatillas deportivas y musculosa; eso me dijo la balanza, el otro día. No tengo más testimonio que ese  para evidenciar mi salud, pero cuando lo expongo, se sienten con más razón de decirme que tengo que comer, porque no tengo color en la cara, y porque tengo ojeras... Y una larga lista de argumentos copiosos. 

 Yo soy incapaz de comer como todos quienes me rodean comen. Me cuesta, y últimamente, me cuesta mucho más. ¿Vieron cuando uno se siente incómodo si lo miran hacer una gracia, o alguna otra acción? A mí me está pasando eso y cuando aproveché para irme de mi casa, relajada ante de la idea de que me dejaran un poco en paz; mi hermana me invitó a comer, lo cual, acepté gustosa. 

Comimos tanto en ese almuerzo, incluso mucho más de lo que yo esperaba poder comer, que quede sin hambre casi para todo el resto del día. Cuando esa noche cené en la casa de ella, como las últimas cuatro comidas, el "no comés nada" fue una constante que me dejó varada la comida en mitad de la tráquea. 

- No estuvo comiendo nada estos días - comentó mi hermana, en el almuerzo de hoy, donde le hacía asco a mi plato. 
- No mientas, boluda - sonreí. Mis viejos me miraron acusativamente y yo me encogí de hombros. 
- Bueno, todos comimos hasta reventar... Ella hoy comió bastante bien... - rectificó - Pero esta piba pesa 50 kilos mojada
- Hoy tiene color - comentó mi papá - Acá nunca come nada. 
- Siempre tengo color - lo miré, asesinamente - El punto es que en la casa de ella comen hasta reventar. Yo no voy a comer más de lo que quiero. Me da asco. 
- Hoy desayunó bien - aludió, sonriente - Café cortado con tostadas con mermelada y queso crema - sonreí 
- Y un rollito de jamón y queso - añadí, mientras masticaba una última rodaja de mi embutido favorito en concepto de almuerzo para ahorrarme la catarata de comentarios. 

Cuando me levanté de la mesa, les aseguro, me sentí libre. Esos fantasmas no están por acá. 
Me veo bien, me siento bien, y eso es todo lo que me importa.