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martes, 21 de mayo de 2019

UNO: "Ruinas del hambre"

A Carmen le gustaban las empanadas de carne; de carne picante, para precisar. Llevaba dos escondidas, siempre, casi sin falta, en el cajón de su escritorio desde el cual miraba, casi puntualizando con su cara de desagrado, las próximas víctimas de su humillación. Haciendo uso de su cara de pocos amigos con la cual avinagraba la mañana y parte de la tarde de todos sus lacayos, por lo general, solía dirigirse a sus compañeros o a la gente que tenía a su cargo, así: " volví a ver un error en tu trabajo, es el mismo error de siempre, no quiero pensar que lo estás haciendo apropósito, no quiero que te justifiques, si no, que lo entiendas". 

Una vez emitido el veneno, Carmen, por lo general, continuaba comiendo. Empanadas de carne picante que aspiraba fastuosamente con los dientes, desesperada, barril sin fondo. Por lo general, era capaz de comerse dos docenas y media en todo lo que cupiera de su horario de almuerzo y las masticaba con violencia, como si le fueran a explotar por dentro. Todavía no se daba cuenta que, sus vastos kilos de más, eran reflejo, casi como devolución gratificante del daño contra los otros. Una especie de karma incorporado. La hijaputez no podía, ya, salirle gratis. De acuerdo a eso, no por casualidad, los perjuicios y el maltrato a los otros se le iban acumulando a la par que la grasa excedente de su cuerpo. 

Carmen daba asco. Tenía una devoción y una aprensión particular por la comida. Pensaba en comida. Anhelaba comida. Deseaba comida. Por ello, de seguro, cada vez que comía, que se la observaba masticar velozmente fuera del espacio contenido para dicho propósito, haciendo uso de su falta de modales, Miriam pensaba que ojalá ocurriera un hecho inesperado. Uno de esos acontecimientos positivos que lo cambian todo. Uno de esos milagros, casi como prefabricados, listos para liberar tensión y evacuar malestar en uno de aquéllos momentos donde se está al borde de reventar.  Caliente, claro, como el interior de una empanada de carne picante. 

¿Qué hecho podría cambiarlo todo? ¿Cuál podría ser la clave? 

Carmen continuaba comiendo cuando Miriam se acercó a preguntarle un dato. Algo importante. 

La miró, tragó como si la hubieran interrumpido en el punto previo a un orgasmo y en un gruñido, casi como con soberbia, esbozó: 

- ¿Qué necesitás? 

"Que te mueras", pensó Miriam, siendo honesta consigo misma. 

- Hacerte una pregunta - deslizó. 

- Ok - le dijo Carmen mientras una nueva víctima con repulgue de costado perdía media cabeza de un sarpazo. 

Y en ese mismo instante una lava viscosa cayó de la comisura de su labios. De inmediato se apresuró a limpiar, de un manotazo, los restos de relleno que habían sido extendidos sobre la mesa. 

Eran restos de los antiguos empleados de la empresa. Huesos molidos, líquidos, heces, e incluso restos de cabello, habían sido procesados por la mandíbula de Carmen. Solía camuflar, siempre, y de esa manera, el relleno de todas sus empanadas. De carne picante. Con el ingrediente infaltable, el mejor. 

¿Se atragantaría alguna vez con su propia voracidad? 



jueves, 1 de febrero de 2018

Anti- procastinación

La otra noche soñé que me enviaban un correo electrónico a mi casilla. El mismo, correspondía a una editorial con la que yo me había contactado aparentemente tiempo atrás, cosa que es muy relativa en mi realidad.

En el correo, se adjuntaba el texto enviado por mi, con un mensaje de la Editorial:

 "Lamentamos decirle que pese a la pulcritud del mismo, su texto no ha sido seleccionado... " leía yo, entristecida " por no responder con la temática del modo solicitado; el amor... ¿Amor, comprende? No parece haber captado la consigna. Considere volver a reescribirlo para otra ocasión y acuérdese de las vocales".

Me desperté desconcertada por semejante sueño, pero acabé riéndome un poco. 

¿Desde cuando las Editoriales emiten juicios sobre el amor? ¿Y desde cuándo yo olvido las vocales?

 El texto, sin embargo, existe en verdad; lo tengo guardado en un archivo de mi computadora. Y anoche, me dormí sin "arreglarlo"... 

sábado, 25 de noviembre de 2017

Literatura, cuanto menos, ficción: Lo que te dá terror

                                               "Si hay Dios, si hay amor, si hay vida después, 
si hay mundo, si hay hoy, hay mañana, hay tal vez 
si hay ayer, si hay recuerdos, si hay de haber o ay de doler" 




- Veni, veni conmigo - suspiro, un segundo antes de alcanzarme, con sus brazos a modo de puentes con la vida.  Abrazándome, me pegaba a su cuerpo como si fuera la intensidad lo mismo que la fuerza y acariciaba mi espalda, haciendo un movimiento parecido al de un limpiaparabrisas. Era la primera vez en mi vida que me abalanzaba por placer a los brazos de alguien, que me tironeaba de improviso para que lo hiciera, porque tampoco podía resistir dicha distancia.  

El Negro se mantuvo callado, un buen rato, mientras estuve entre sus brazos. Me acarició hasta que se me pasó el miedo, es decir, el susto por aquel desenlace imprevisto en una charla de dos personas que venían teniendo varios cortocircuitos. Cuando pude moverme, luego de varios minutos, me dio un beso en la cabeza. 

- ¿Esto, es? - me pregunto, sin soltarme y hablándome al oído
- ¿Qué? 
- Lo que querés que haga... 
- Yo quiero que hagas lo que sientas... - le susurré
- Ya se eso, yo - me acomode en su macizo pecho, para escucharle el corazón , sin pensarlo, guiada por una carga simbólica propia en los movimientos que decía más de lo que podía entender en ese entonces- Pero, yo necesito que me ayudes. 
- ¿Con qué? 
- Decime, por favor te lo pido, cómo queres que sea - explicitó.

Instintivamente, me puse en posición de defensa.

- ¡Tonto, quiero que seas vos!  - fue lo que le dije, para reforzar esa situación. 
- No, en serio, Veinte - me pidió - ayudame a no mandarme cagadas con vos - se quedó en silencio, después de musitar aquello.  

Le di un beso en la mejilla, pasé mi cara al borde de la suya, en un gesto de amor, y encare un nuevo abrazo con fuerza. El negro me abrazó con fuerza, sosteniéndose, con las manos en mi cintura y en mi espalda, estando todavía despatarrada junto a él. Pasé mis brazos por encima de sus hombros, y me escondí en su cuello como si fuera lo único valioso en el mundo. Ciertamente, lo era.

Me quedé en silencio un buen rato.

- No te estás mandando una cagada - le susurré, para tranquilizarlo - Qué hombre complicado sos. No es tan feo abrazarme ¿viste? 
- Nunca dije que fuera feo, yo.
- Bueno, tampoco es tan difícil, viste. Al final, no te muerdo ¿eh? - bromeé  
- Nunca pensé que lo hicieras... - me respondió. 

Nos quedamos callados, por un momento que fue largo. Evidentemente necesitábamos pensar solamente en una cosa: no pensar.

Cuando me pidió que le cuente mi día, fui directamente al hueso. Las pendejas de la facultad, dije mientras le hacia un comentario y empezó a reírse con sorna, mientras me hacia masajes en la espalda y se me cerraban los ojos, del placer y de la felicidad por estar así consigo. Reparó en la forma, susurrándola sarcástico: pendejas. Volví a repetirla solo para bromear. Al final, aquello salía de boca de otra flamante joven que bien era una pendeja con ciertas equidistancias.


- Por favor - me susurro, cuando me puse frente a él y solamente lo miré a los ojos, algo seria, pensando en muchas cosas que iba sintiendo, buscándoles un nombre - Decime. 
- ¿Que es lo que querés saber? 
- Lo que tengo que hacer con vos... 
- ¿Y esa pregunta tan rara? 
- Decime por favor cómo querés que sea. Decime cómo, qué tengo que hacer, para no mandarme macanas. Decime, por favor, lo que querés que haga para que estés contenta.

Abrazada a él, lo miré, algo asombrada.

- No entiendo, de verdad. Si yo te lo digo, no tiene gracia. 
- No, Veinte, vos no me entendes. No puedo lastimarte a vos y es mas, tengo muchísimo miedo de mandarme cagadas, de lastimarte. Por eso, necesito que me digas qué hago para que estés contenta. 
- Ser. 
- ¿Ser qué? 
- Vos mismo, boludo. ¿Quién, si no? ¿El panadero? Yo te quiero a vos, no a otros. 
- Entonces, decime, por favor te lo pido, no sé qué hacer - suspiro - ¿Es esto lo que tengo que hacer para que no sufras? 

Se me hizo un nudo en la garganta y no le contesté nada. 

- No tengas miedo, negro - continué el abrazo - Vas a saber darte cuenta si me estas lastimando, y si eso no pasa, yo te prometo, te juro... - hice una breve pausa -  te lo voy a hacer saber. Tenes que quedarte tranquilo ¿si?

Su mirada era una mezcla entre miedo, alegría y desconcierto. Si hubiera tenido que asociarla a una temperatura, digamos que era de aquellas formas de mirarme suyas que expelían un calorcito tranquilo, muy parecido a la tibieza.

- Es que... - vacilo -  yo no quiero hacerte sufrir nunca a vos... 
- Y vos... ¿me queres lastimar? - intente razonar consigo, partiendo desde sus propias palabras.
- ¡No, ni loco! - dijo, sin dudarlo ni un instante.

Se me quedo mirando, algo desconcertado, como si no se diera cuenta cual era mi jugada, o a donde pretendía llegar, con esas preguntas en las cuales ponía en duda absolutamente todo, solo para ir despejando el área de mi operación.  
- Vos... ¿tenes malas intenciones, entonces? - musite.  
- No, Veinte, no. Te aseguro que no tengo malas intenciones, yo - espeto - ¿No me crees?

Asentí, con la cabeza, y volvió a perderse en mi razonamiento.

- Yo si, yo te creo... - le confesé, con algo de sorna, como si quedara explicitado que quien no tenía confianza en si mismo era El, y no yo, respecto a sus propias palabras. 

Suspiro y se me quedo mirando, estando muy cerca entre si.

- Entonces, relajate, quedate tranquilo conmigo, no te voy a hacer nada... - le repetí. 
- Pero... ¿qué pasa si te lastimo? ¿Qué pasa si me equivoco con vos?

Me quede callada. Me quede callada porque yo no tenia idea de lo que podía pasar, en ninguno de los dos casos, siendo la primera vez que me enamoraba de modo semejante. Me la estaba jugando, no solamente desde el coraje, sino también, desde la honestidad sobre la propia historia. No sabía, y no iba a mentirle. Las cosas para mí no eran así, ni siquiera, a costa de pasar cierta vergüenza. 

Yo con vos no me puedo mandar una cagada; en serio, con vos, no. ¿Entendes eso? No te puedo lastimar - se afirmo, aunque nunca supe si esa terquedad no era más que una manera preventiva para infundirse autoconfianza. Sin siquiera tomarse una pausa, siguió: Nunca tuve tanto cuidado con ninguna mujer yo... - hizo silencio -  Y a vos, no sé qué me pasa, pero no te puedo ver sufrir. Me pongo mal, la paso como el culo, si te veo mal... - se pasó una mano por el pelo, inquieto como si no viera ninguna salida al asunto.

- No va a pasarme nada malo, tranquilo, boludo - suspire con cariño
- En serio, Veinte... Yo me muero si te pasa algo a vos. No quiero que sufras. 
- No digas eso, no sos un monstruo... ¿Por qué voy a sufrir? - lo cuestione.

Dejo mi pregunta en suspenso.
- Pero igual... Mira si no me doy cuenta y te hago mal... ¿eh? - me dijo, de un modo más endeble que antes.

- Serias humano, igual que todos - conteste, con clama -  Yo también puedo hacerte mal ¿y? ¿Sería lo mismo, no? - pinche ahí, precisamente, para restarle carga a toda la cuestión moral de alto voltaje que se estaba desarrollando por su mente, y decantaba en nuestra conversación.

- No, vos no - dijo, sin dudarlo - Es distinto. 
- ¿Que es distinto?
- Que no, que no me vas a lastimar vos...
- Eso es cierto, pero pudo mandarme una cagada sin notarlo - le confesé -  ¿Y ahí , que?
- Nah - me sonrió, con dulzura.

Sentada en indio, ahora frente a Él, no me quedo más remedio que mirarme las medias estampadas, llenas de colores rosa en sus diferentes variantes. Apoye ambas manos sobre mis pies, a medida que iba encajándolas en el arco leve de cada uno mis pies. Me quede en silencio, unos breves segundos, buscando una nueva estrategia.

- Somos dos personas, dos seres humanos, una mujer y un hombre, nosotros.
- Si, eso es cierto.
- Bueno, a veces, la gente se manda cagadas. Eso es ser humano, vivir. La vida, básicamente - argumente - Yo también me las puedo mandar con vos, porque no soy perfecta. ¿No te dolería, no es la misma situación en ese sentido?  - explicite - Me parece que a vos no te preocupa solamente que yo no sufra; sino que te preocupa sufrir vos - me la jugué, y mientras se lo decía, levante la cabeza.

Se me quedo mirando, con una mueca dura y no me dijo nada.

- Pasaste por muchas cosas, entiendo eso, y entiendo que te pueda dar miedo, porque además, soy re joven yo - aclare - pero estas hablando desde lo que pasaste. Y porque te preocupa sufrir, haces lo que haces y crees lo que crees de la vida - musite.

Le sostuve otra vez la mirada. Era intensa, fuerte, pero profundamente vulnerable a la misma vez.

- Puede ser - me dijo.

Se hizo un silencio extrañamente profundo. Sus puede ser a menudo, eran si.

- ¿Que hago con vos, me queres decir? ¿No vas a pensas que soy un hijo de puta si me equivoco? - me pregunto, abiertamente descolocado.
- ¿Vos queres que yo te diga que si, no? Así, te quedas tranquilo.

Me miro, en silencio y termino por sonreírse.

- Vos mejor que nadie vas saber lo que serias. Yo no te voy a catalogar, no te voy a tranquilizar en esto. Si tus intenciones son buenas, a lo sumo, seremos gente que se  equivocó, si no, vas a ser un hijo de puta y no te va a hacer falta que te lo diga yo.  Estas hablando como si lo hubiéramos intentado, como si supieras todo lo que puede pasar, y pudieras ver el futuro - me queje.

Hoy me digo que aquella actitud era la personificación de la cautela y, en parte, de la experiencia acuñada con los años.

 Decime que no voy a ser un hijo de puta si algo sale mal. ¿No sería un hijo de puta?
- No. Ni siquiera antes lo eras, ahora, menos. ¿Queres que te insulte, de verdad? - me reí.
- Ay, por Dios - se rasco la barba, no sin cierta violencia - Vos me tenes que decir que voy a ser un hijo de puta; no me digas esas cosas - me suplico.

Viendo que estaba considerablemente apedreado en sus argumentos, profundice la estrategia sin guardarme nada.

- No te voy a insultar... - insistí, buscando contacto visual - ¿Cómo te voy a decir eso, bobo? ¿Que, te quiero pero te insulto? Estás loco. Yo no te voy a descalificar ni aun mismo me lo pidas, porque te quiero... ¿Vas a ser un hijo de puta? Dame razones y ahí, entonces, te puteo sin que me lo pidas - sonreí.

Ladeo la cabeza, sonrió, y se me quedo mirando. La fase del trabajo estaba hecha cuando volvimos a acercarnos.

- Todo esto es muy difícil. No te lo puedo explicar, pero hace tiempo que quería agarrarte así, mandar todo a la mierda y que se pudra todo, ya está, se acabó - me confesó y abruptamente, se quedó callado.

- No se va a pudrir nada. Estamos solos, bien, en tu casa; nadie se va a enterar, si es lo que te preocupa. Y si piensan algo, problema de ellos, no de nosotros - le aclare, preventivamente.

Nos sonreímos un largo instante, sin saber que decir. 

- Vos no te das cuenta pero, todo lo que hago, te enojes o te guste, es porque no quiero que sufras. Hace un rato me dijiste que yo te estoy pelotudeando, que te estoy forreando cada vez que me acerco y después me alejo. Quiero que sepas que no, nada que ver, te lo juro.

Trague saliva.

- De afuera, por lo menos, según lo que puedo ver de vos, eso parecería. Hasta el verano, cuando hablamos, yo tenia ciertas pautas de vos, después del verano fueron otras y asi, con el tiempo, fueron pasando cosas, cambiando - hice un gesto de progresión con las manos dobladas, en un movimiento circular - La situación por lo menos desde afuera, es ver que vas y venis todo el tiempo. Un día puedo pensar que estas confundido, pero ya cuando veo que esto se sostiene y todo el mundo empieza a decirme cosas, es muy difícil pensar que no me estas tomando para la joda.

Asintió con la cabeza, callado y muy muy serio.

- ¿Entendes lo que siento? No sé, te juro que no estoy enojada ni nada, simplemente, no te entiendo. Me parecio cortar todo vinculo, por eso, y porque veo que las cosas no cambian. Ahora, estábamos cenando todos y me pediste que me quede porque necesitas hablar - le recordé - Estoy acá, para escucharte y entenderte - le asegure -   ¿Sabes que me enoja? Que no se lo que te impulsa a hacer las cosas que haces conmigo, y por eso sufro por momentos. Ponete en mi lugar, un segundo: ¿que pasa si yo te hago esto a vos? No entenderías nada, me arriesgo a decir - sonreí y di por terminada mi intervención.

- Vos decís que soy un pelotudo, y te juro que no hago esto porque sea estúpido. Me doy cuenta de todo, absolutamente de todo; pero lo que realmente es muy muy complicado para mi, son los limites con vos. Todo el tiempo, el problema, está en eso - rectifico - Me siento sobrepasado.

- ¿Por los limites?
- Porque no puedo ponértelos.

Me reí.

- No soy una nena caprichosa a la que le tenes que poner límites. Con que me expliques, me alcanza y me sobra... - ironice.
- No, Veinte, ya lo sé. No digo eso. Lo que digo es que no te puedo poner límites - me dijo, de otra manera - Con vos me pasa eso: no puedo ponerte límites, no pienso, no me controlo, no razono. Y entre nosotros, vos lo sabes, son muy delicados los límites.

Ahí entendí hacia donde iba con eso.

- ¿Sabes lo que me pasa con vos?

Negué con la cabeza

- Fluye, todo, mucho... - musito - A veces estamos charlando, lo mas bien, de cualquier cosa y en cinco segundos cambio todo el cuadro.
- ¿Vos también pensas eso? - me reí, porque pensé que estaba loca.
- Si... - me dijo, mirándome - ¿Vos, no?
- Son segundos, nada mas. Es como si el aire cambiara - intente explicarme, pero no me funciono.
- Es muy difícil poner los limites. Yo soy un tipo muy muy grande para vos. Sos jovencita, tenes que estar con otros tipos. Te tengo que poder poner los limites.
- Me haces sentir una peste...

Sonrió.

- No seas boluda, en serio, sabes que no...
- ¿Por qué, si queres ponerme un freno, me pedís que hablemos? ¿No es un freno lo que estuve poniendo yo?
- Si, me cortaste la cara, sin ningún problema.
-  No te creas... - musite.

Se me quedo mirando.

- Me hago la dura, no queda otra... - le confesé - No manejo otros limites y, mas, si vos me decís que te es imposible.
- ¿No estás enojada conmigo, entonces?
- No, ya se me paso hace rato - nos reímos - Pero mantenerme distante de vos, por enojo o lo que fuera, era la pauta. Para mi, no te olvides, vos me estabas boludeando. Y yo te puedo querer mucho, pero no voy a dejar que me tomes de boluda... ¿viste? - le dije, con esa mezcla entre dulce y perversa que me atribuyen siempre mis amigos.

Negó con la cabeza.

- No te forreo. Te lo juro, no lo hago por eso, no es ese el tema.
- Estoy para escucharte, entonces.
-  Cuando te pasa algo me pongo en pelotudo para que te olvides, para que no te enojes. No te tomo para la joda, sino que no sé cómo acercarme cuando me pones tanta distancia, tan de golpe. Me haces invisible, niiiiiiii bola me das, ni siquiera me miras. Es duro.
- Ya lo se.
- No te entiendo.
- Para mi es el doble de duro hacerte eso.

Sonrió.

- ¿Y para que lo haces?
- Porque si yo no haría esto, vos no te darías cuenta que soy una persona que tiene sentimientos, a la que le duelen las cosas, que no es de madera... - ironice.
- Cuando - se detuvo - Cuando yo veo que tenes alguna cosa que te pasa, o te quedás callada, reconozco que busco llamarte la atención.  Si, tenes razón en eso,  me pongo como un estúpido que busca cualquier cosa para llamarte la atención, inclusive, molestarte.

Asenti y agradeci su franqueza, sin hacerlo sentir avergonzado por ello, sin sentirme superior.

- Bien, bueno, eso me ayuda a entender muchas cosas ¿ves? - le sonreí - ¿Y entonces... ?

Siguió hablando: 

- Eso, lo hago porque quiero que te rias, que estes contenta, que sonrías, que hables. Yo quiero que me cuentes todo, todo lo que quieras, quiero saber que te pasa... - suspiro - No se, es eso. Solo, aca, pienso en lo que hago y me digo que soy un pelotudo, me mato, y pienso "la próxima vez, no se que me invento, pero no me le acerco mas" - cito

Me rei, levemente, porque yo pensaba lo mismo, casi con las mismas palabras.

-  ¿Y... que pasa?
- No puedo - dijo.

Baje la vista, avergonzada y la levante en cuanto pude.

 - Yo te veo mal, o quizá no estas mal, pero veo que estas callada y... - sacudio la cabeza - se me van los limites a la mierda ¿que queres que te diga? - se confeso - Necesito hacer algo; lo que sea, porque no te puedo ver asi, no lo aguanto - admitió -  Y cuando estás contenta me gusta acercarme a vos, me divierto, me haces reir, guacha - me miro, de una forma dulce - Me gusta cómo me jodes o como te re calentas,  con ese carácter que tenes.... - suspiró y se me quedo mirando por unos instantes -  No se por qué hago esto, nunca me habia pasado una cosa asi, no suelo andar llamando la atención, así, ni nada. Soy grande, yo, no puedo andar haciendo esto, yo ya lo se - se atajo -   Pero no soporto verte mal a vos, es mas fuerte que yo, todo esto me sobrepasa. Por eso, te llamo la atención, te molesto, hago cosas raras y vos pensas que soy un histérico o un boludo. Te juro, yo no te tomo para la joda,al contrario, me porto asi porque me pasa todo esto, y no sé cómo manejarlo... - me explico .
- A mi tampoco me hace feliz tener que estar lejos tuyo. Me pasa igual. Te veo raro, serio o incluso te veo contento y por dentro me estoy queriendo ir a la mierda para no ir y decirte: “hola ¿descansaste bien, anoche? ¡Tenes unas ojeras, cuidate!” - complete el monólogo con un gesto - Pero bueno... No sé.
- Yo veo que si me acerco y después me alejo, eso te duele, me lo dijiste hace un rato y me doy cuenta... Y tengo miedo de hacerte mierda, ahora también - musitó.

Me acerque a su cuerpo, instintivamente.

Me abrazo, de nuevo y, en ese sentido, tome la posta yo también, cuando lo abrace llena de intención, sin decirle nada.

Quede mirando al vacío de aquella vivencia, en silencio. De fondo, una pequeña lluviecita otoñal caía, mojando las persianas entreabiertas. No supe nunca si hacia o no demasiado ruido, porque la música lo absorbía prácticamente todo. 

Todavía conmigo, rodeándome con sus brazos y con todo su cuerpo, me  beso en el pelo, me saco el flequillo de la cara, y siguió acariciándome el cabello como si me dijera yo te cuido con cada repetición. Nunca me habían tratado de esa forma, tan presente, pero a la vez, tan delicada.  Le acariciaba los brazos para corresponderlo, mientras mantenía los ojos entrecerrados por pequeñas temporadas.

- Y después me decís que yo pude haber elegido a otros... ¿no?  - sonreí, usando mi tono. 
- Totalmente. Lo sostengo. 
- Shhhh, no digas boludeces, negro... - me rei - Eso, justo, es eso lo que tenes que hacer, para que este contenta... 
- ¿Que?
- Dejar de quererme embocar a otros y dejarme de pedirme que no te quiera. 
- Veinte, en serio, hay dos millones de tipos mejores que yo para alguien como vos. 
- No son vos. 
- ¿Y qué tiene que ver? 
- Que yo realmente te quiero a vos, con lo malo y lo bueno, tonto. Deja de pedirme que no te quiera, por favor, es como si me despreciaras... 
- No, es que, es todo lo contrario. Lo hago por vos. 
- Si lo haces por mi, deja de pedirme que no te quiera. 
- No es que yo sea malo, no quiero hacerte mal. No es que no quiera hacerte mal ahora y ya esta... ¿entendes? No quiero que sufras nunca, vos, por nada. 
- Te lo juro, yo te voy a avisar. Te voy a poner en palabras, todo lo que pueda, para ayudarte. Pero relajate, bobo, porque no te estoy metiendo una treinta y ocho, para que me quieras - suspiré- Si no me querés, no pasa nada, no te obligo, no me voy a morir por eso, es una posibilidad esto, no una obligación. Creo que eso es peor, que me quieras por obligacion, o que me tengas asi como ahora, por obligacion. 

Nego, fuertemente, con la cabeza. 

- No, estas loca, vos. No lo estoy haciendo por obligación. 
- Desenchufa esa cabeza, entonces, por una vez.



«Cómo, cuándo, dónde, quién fue, para quién será/
 quién ha sido y por qué el frío /
la pasión, la vejez, el amo, el esclavo... /
y el dolor de reconocerse atado, golpeado, libre, 
liberado, culpable, culpado 
/al frente, al costado de quien no se larga 
por miedo a quedarse solo, abandonado... »




martes, 31 de octubre de 2017

Hablar de amor I

Por otros menesteres, es necesario que vuelva a pensar en el amor, o al menos, en su representación. Buceo por mi historia, mi vida, mi pasado, e intento conmensurar en una imagen lo mas parecido que haya sentido al amor. De entre muchas que aparecen por mi mente, me encuentro con que hay imágenes de todo tipo y todas me conducen a un mismo concepto.

Sin embargo  casi sin mediaciones estilísticas, aparece la facultad para poner en palabras esta:

"El cuerpo tendido, liso y llano, me hacia las veces de colchón. Los brazos, fuertes, a mi alrededor, me hacían también las veces de alambrado contenedor ante la inminencia de un grito de gol, desbocado, por obra y gracia de la barra-brava.

Había levantado apenas un poco la cabeza, dejando que mis pelos divididos en dos, le cayeran como lluvia en cada uno de sus costados. Estaba en otro mundo, completamente fuera de mi y de todos mis preceptos y conjuntamente, su cuerpo tendido reflejaba el mismo sentido relativo de la realidad. No quería cambiar nada ni anhelaba ninguna otra cosa. Esa satisfacción me asustaba aunque al mismo tiempo me taladrase el corazón.

Estaba sola conmigo y lo que me pasaba, pero a la vez, más conectada a un otro, a un Momento, que nunca y empezaba a entender la profundidad de esa dinámica. Supongo que de eso me di cuenta cuatro o cinco los segundos, antes del primer beso, la fuerza inminente de los sentimientos.  La energía de ese serpenteo atroz me devoro por completo y anulo, por encima de todo, mi mas profunda entereza a la hora del pensar, mi manía por las gradaciones. Lo que sabía, lo que podía y lo que me aterraba, estaba a disposición para ser destruido gracias al deseo, acompañado de un elemento sublime; el amor.  Juntos formaban un conjunto, indescriptible, donde imperaba el aprender a dejarse ir sin pretender llamar las cosas por su nombre.  Cada vez, a cada progresivo movimiento, se me iban cayendo los miedos, las preguntas, las consideraciones. La conexión funcionaba mejor allí, era mas fuerte, mas apasionada, pero ademas, primitiva... Me asustaba pensar la facilidad que tenia consigo para considerar todo lo que, antes, habia desestimado sin siquiera objetarlo. 
De nuevo, tenia miedo y felicidad en partes iguales. Porque en medio de esas dificultades, lo de nosotros parecía venir de antes. Pese a los años, las vidas, las distancias y los diferentes momentos de nuestras vidas; la diferencia en ese caso hacia magia.  
 Contaba con mi mente, que aparecía, en ramalazos de lucidez aunque de a poco, se me iba escapando. Se me escurría del mismo modo en que yo me iba deshaciendo en manos suyas, en sus manos, las de ese otro tipo capaz de hacerme sentir cosas inimaginables para mi; capaz de hacerme perder la vergüenza sobre mi misma, capaz de hacerme sentir vulnerable, pero ademas, de abrazarme con la certeza cada vez mas notoria y envolvente: para mi el amor trascendía los problemas. Para mi el amor era mentirle a todo el mundo, enfrentarle a las criticas, soportar las estupideces; con tal de compartir esos momentos de silencio, de juntura y de encuentro con mi propia verdad. Porque cuando por fin, estábamos solos, tranquilos y con la capacidad de ser nosotros mismos, ninguna persona era capaz de ser tan importante. Hacíamos silencio, hablábamos, o nos quedábamos mirándonos esperando que el otro estallara en risas primero; cuando no nos dedicábamos a mirar una película abrazados.  El tiempo, el amor, y la vida; para mi, estaban en dentro de esas cuantas paredes prolijamente pintadas, donde resonaba su voz.  


Sera que me acuerdo de estas cosas, porque durante esa otra noche también resonó su voz. Hubo un momento donde pensé que estaba escuchando cosas equivocadas y me apreté mas a el, sumida en un sopor especial, que no era un sueño profundo pero mucho tenia de placer y facilidad, hasta que me pareció escuchar mi nombre,. Si, era mi nombre, extraño, griego, atípico, pero mi nombre al fin.
         Levante la cabeza.
- ¿Que pasa? - musite, en el volumen mas bajo usado durante toda mi vida.
- Es imposible... - espeto, basándome, despacio, mi cara.
- ¿Que es imposible, señor?
- La piel.

Me reí.

-  De verdad... - me freno la retirara abrazándome, paseando sus manos por mi cintura, mi columna, tomándose todo el tiempo del mundo, como si pretendiera captar aquella sensación y guardársela para siempre en una cajita. Me confortaron mucho sus caricias y no quise estropear nada con mis palabras. Nunca antes me habían hecho sentir así. Nunca antes me habían respetado de esa forma, donde también habia espacio para el placer, la risa y cierta complicidad elemental. No queria que mi burbuja se rompiera, no queria que nada malo arruinara aquello que para mi llegaba a términos sagrados.   
- ¿Cómo, qué le hacés?
- Chamuyero.. - le sonreí con la boca en su cuello. Solía hacerlo y eso era algo que jamas imagine lo atormentara en esa intensidad,  - Le pongo cosas, la cuido. Qué preguntas me hacés - empece a reírme.


Lo escuche hablar con su tono de desconcierto formal.


- ¿Siempre... es asi?
- ¿Que? ¿Mi piel?
- Si... - dijo, en un tono sufriente - ¿Como puede ser?
- Para mi es normal, no se. ¿Eso es muy bueno o muy malo?  - le pregunte, inexperta y asustada, de nuevo.
- Es una locura... - me saco todo el pelo de mi cara y me beso la frente - que vos tengas esa piel, es impresionante.

Levante la cabeza, para mirarlo. Me rei, porque era la primera vez que me decia algo asi y no se corregía, ni se preocupaba, ni se lo comia la cuestion moral. En deferencia, fui dejandole besos de agradecimiento por toda su cara mientras jugaba con su pelo.  El semblante de su rostro, igual que la forma en que me miro cuando volvió a abrir los ojos, resulto mas que todo lo anterior atesorado en mi memoria, para lo que - parecería- nunca voy a encontrar las palabras ni para explicar, ni tampoco, para olvidar. Ese día, tuve la sensación de que, sin importar lo que pasara en el futuro, ni con quien, aquellas estelas van a morirse conmigo, recién dentro de muchas décadas cuando fuera una abuelita llena de canas. Porque en ese momento, el amor también para mi era eso, pese al indecible miedo. Era su forma de mirarme, entregado, cuando menos de un año antes me miraba con la misma distancia que le imprimía a todos, era su forma de mirarme, placido, rendido; mio nada mas, por esos tiempos. 
- Me da vergüenza pero... - suspiré - Lo loco es que me lo digas - lo besé a la altura del hombro y me quedé abrazada a su cuerpo - ¿ Sabes una cosa...? - escondi la boca en su cuello, para corroborarlo - Me quiero quedar a vivir acá, porque tenés tu perfumito rico... ¡Qué tipo, me querés asesinar!

- ¿Ah, si? - espeto -  ¿Y vos, qué?
- Yo no. Me cuido la piel del sol y de los numerales - se rió mostrándome las dudas, los complejos pero también lo auténtico.
- ¿Y yo? - me pregunto, recogiendo el poncho que le cabía.
- Vos tenes coronita. Eso es porque no me lastimas con la barba, mi indio, todo prolijito. Con una espátula vas a tener que vivir, si seguís así, ¿como queres que haga?
- No. Yo ya lo decidí: te secuestro. No te devuelvo a tu casa nunca más. - me dijo, entusiasmado. 
De la emocion, yo me quede sin palabras, porque nunca antes me habia dicho algo asi. Algo que hablara de la misma necesidad irracional, inclusive, de recluirnos al margen de todo el mundo. De crear nuestra burbuja, lejos del paso del tiempo, la diferencia de edad, las negativas de las familias, las criticas, los prejuicios, y lo difícil de sostener, en cierto modo, cuando no se sabia que era mejor: si la exposición descarnada del otro o el ocultamiento preventivo.   
 - ¿Está como el culo, no? - me pregunto, asomandose al abismo, con una de sus dudas. Le conteste a su pregunta con una broma alusiva,  por lo cual, nos empezamos a reír, despacio. Aunque luego del chiste,  El, se quedo callado.
- No, en serio, sería lindo que me raptes. Dejame salir para ir a la facultad y vuelvo.
- ¿Y si no te devuelvo a tu casa nunca más? ¿Y si no quiero? Si me quiero quedar asi toda la vida ¿eh?
- Basta, no me des ideas...

Volví a abrazarlo, apoyándole solamente la cara a su lado, sin nada de espacio que nos separara.

- ¿Que... voy? - atino a decirme, aunque se freno.
Me reincorpore y busque su cara en la semi oscuridad.
- ¿Que vas a que, con que? - dije, a modo de chiste, pero su voz era mucho mas seria.
- Que voy a hacer después con la piel? - me susurro - ¿Como voy a hacer yo después? Decime, por favor, ¿como hago si tenes esta piel, como carajos voy a hacer ?
- Basta, bobo, no me digas pavadas... - musite, y le acaricie la frente mientras me cerraba los ojos - No pienses así. Pensa, no se, que voy a hacer yo cuando tenga que salir de acá y no quiera, por ejemplo. Es jodido eso, ¿como me vas a sacar de encima?
- Nah, no es jodido, ademas, no te quiero sacar de encima. Me das permiso y te rapto - sonrió - Si vos queres...
- Si, por favor.
- Pero mira que no te devuelvo nunca más, eh - me advirtió - Me quedo toda la vida aca, con vos, no hay afuera, no hay nada, no hay nadie, no me importa mas nada, ni lo que me digan, ni mi familia, ni la tuya... - enumero. Percibí que se habia puesto totalmente racional y en cierto modo, lo entendí. En nosotros solían pasar esas cosas: la felicidad mas sencilla, la dulzura, matizada con la culpa y el miedo de creerse la chatura social sobre el andar caminando en lo incorrecto.
- Bueno... mejor.
- Pero nada, eh... - insistió.
- Sos el primer secuestrador que avisa, ¿te diste cuenta de eso?
Se rio.
- Te aviso por las dudas.
- Si me liberas, volvería, seguramente. Soy muy terca, como me decís vos. Me dejas libre para la facultad, asi me formo, y listo. Es regreso voluntario.
- Vos sos terrible, cabezona, si... - lo medito unos segundos - Estas loca ¿no te habías dado cuenta?
- Si, supongo que si... - ironice - Por eso me secuestraste hoy, porque los locos contagian. " 


viernes, 15 de septiembre de 2017

Tiempo

Aviso en breves lineas: este espacio entra en periodo de vacaciones, aunque como se sabe, es algo que suelo hacer y este, un sitio al que siempre vuelvo. Del otro lado, todo esta bien; simplemente,  necesito escribir "para adentro" por un tiempito - que de seguro sera mas breve de lo que creo - en esta ultima porción del año. Necesito hacer silencio, como lo he hecho en diciembre o mayo pasado; nada mas. 

Como es lógico,  el silencio, para que sea efectivo, tiene que ser completo. 

No tengo en claro del todo quien esta ahí, del otro lado, leyendo estas palabras; pero si hay alguien le dejo dicho que, con entradas anteriores, tiene para entretenerse hasta que vuelva y no va a sentir ni un pelito la ausencia... En el fondo, esto es solo una cuestión de tiempo. 

Mientras tanto... 



Que el camino salga a tu encuentro. Que el viento siempre esté detrás de ti y la lluvia caiga suave sobre tus campos.Y hasta que nos volvamos a encontrar,que Dios te sostenga suavemente en la palma de su mano.

domingo, 2 de julio de 2017

Literatura cuanto menos ficción: Descubrimientos

Habíamos hablado antes de mi viaje, es decir, antes de que conociera una playa preciosa por primera vez a través de un regalo de mi hermana, que me llevó de vacaciones con ella, a un país limítrofe.  La semana antes de irme me habían asaltado, llevándome los documentos y el teléfono celular, por lo cual, había estado a las corridas, bastante tensa, intentando reponer todo lo que me faltaba, disponiendo la ropa, alistando los documentos e intentando cambiar los pesos argentinos a la moneda extranjera en cuestión. De eso último, apropósito de todo lo que me estaba pasando, se encargó Él. 

- ¿Decís que querrá cambiarlos conmigo? - le pregunté, indecisa, porque la persona en cuestión era parte de su familia, el pariente Jueves, del que tantas veces hablé ya.  

Me hizo un gesto de despreocupación. 

- Sí, Veinte, más vale. Yo hablo con él, cualquier cosa. 
- Dejá que hablo yo... - lo miré, intentando sacarlo del medio. 
- No te los cambio yo porque él es el que tiene de esos...  - me explicó. 
- Está bien, despreocupate. Hablo con él, después te cuento - le dije, algo tensa. 

Volví a mi casa, unos días antes de irme, con los billetes extranjeros. La reunión había sido breve, inusitadamente amable, por lo que, ingenua, me había relajado mucho pensando que toda la mala entraña creciente que había percibido era solamente una mala idea mía. 

II 

La primera tarde frente al mar me bronceaba despacio, cuando me suena el celular, desde donde escuchaba música para evadirme del bullicioso ambiente. Acababa de tomar un trago y miraba alucinada el paisaje, sin poder creer todavía, cómo la vida me había regalado la posibilidad de conocer el mar por primera vez, pero especialmente, un destino maravilloso después de haberlo anhelado durante tantos años.  Recordé que Él, conocedor profundo de esos lados, me había hablado maravillas. <<Te va a encantar. Disfrutá mucho, porque te va a gustar >> me anticipaba, unos días antes cuando pasaba ese inconveniente con los últimos menesteres luego del asalto. 

Deslicé la barra de notificaciones y un correo electrónico suyo me esperaba. Había decidido desconectarme de todo lo que tuviera que ver consigo, porque necesitaba poner en claro mis pensamientos a través de una distancia mucho más específica y porque me debía el disfrutar este momento sin asociarlo con nadie al margen de lo que pudiera pasar. El correo informaba sobre una reunión sólo unos días después de mi fecha de regreso. Sonreí porque, a la vez, entendí por qué me había preguntado exactamente qué día volvía, más allá de que yo le resalté siempre que no irían a ser demasiados. 

Le respondí el correo sólo para él, más allá de que el aviso era grupal, diciéndole que contara conmigo para ese día y que, tenía razón, porque el sol, el mar y la comida de aquél sitio eran maravillosos, tal como me había anticipado. <<No me podés decir todo eso, mientras yo estoy acá, muerto de calor >> bromeaba. <<Me evité mandarte fotos para que no desees >> le expliqué, deséandole además un buen día de trabajo, alejado del calor y de los problemas. <<Estoy esperando la foto >> me reclamó. Sonreí, pícaramente, pensando qué foto le podía mandar a quien por momentos era demasiado amigo y por momentos corría peligrosamente la línea de ese lugar, considerando lo mucho que me gustaba ese último detallecito. 

  Me decidí por apelar al paisaje, la gente, y los restos del trago playero que acababa de degustar, conteniendo el vértigo de tenerlo cerca y lejos.  <<Esperaba una foto tuya, llena de gente de allá, posando con tipos o con minas >> me dijo, chistoso, como acostumbraba. <<¿Y qué iba a saber yo que tenía que posar, eh? Pensé que querías ver cosas lindas como lo espectacular de esta playa y no a mí que no soy tan espectacular... >>  le dije, considerando que le iba a hacer bien quedarse con la intriga en honor a toda la intriga que estaba acumulando yo, sentada en la arena blanquecina, en malla diminuta, venciendo todos mis complejos comunes de cualquier mujer, pero no para tanto. 

Seguí hablando consigo durante esos días, seguí manteniéndole la intriga, seguí también pensando qué iba a hacer, qué iba a hacer con todo lo que sentía, mientras me balanceaba entre paisajes soñados, morros, comidas típicas y bebidas típicas, caminando callecitas empedradas. 

III 

- ¿Cómo la pasasteeeeee? - me saludó, apenas me vió, varios días después de haber regresado. 
- No quiero estar acá, imaginate lo bien que la pasé - bromeé, mientras siguió saludando al resto. 

Todos le preguntaron por qué se había atrasado en llegar, siendo que era el primero en hacerlo siempre, a todos lados. 

Unos instantes después, estábamos hablando entre todos, cuando salió del local intempestivamente y volvió a acercarse más a mi órbita. Algo distraída como estaba y acostumbrada a verlo moverse, no me percaté del hecho. Si bien lo había seguido con los ojos al irse me había abstenido del regreso por notarle el rostro extraño, como si algo lo preocupara. 

A medias especulativa, mirando a los demás charlar ya sin participar, lo sentí aparecer por detrás mío, con una bolsa en sus manos.  Lo miré, ante la insólita mirada de nuestros compañeros, ofrecerme esa bolsa de regalo de una conocida librería.  Inmediatamente todos se quedaron callados, lo cual, acentúo la sensación de anormalidad en ese gesto que, de otra forma, pudiera haber ocurrido sin sobresalto alguno, sin chispazo o interrupción.  

Lo miré intentando que dijera algo para salir del pantanoso momento. 

- Abrilo, abrilo - me susurró - Esto va de parte de todos, eh - les dijo, a los demás comensales y lo miré, enarcando una ceja, porque venía de su parte y estaba buscando justificar lo que de otra manera hubiera podido ser perfectamente normal. 

Me detonó por dentro ese gesto. Noté que era tan consciente como yo de la presión social que, de a poco, iba cerniéndose sobre cada pequeña acción. Acción, por otra parte, que en otro contexto no hubiera causado ni la mitad del efecto. 

Sostuve el paquete en en mis manos y tragué saliva. No podía ser, indudablemente, más que un regalo suyo, pensado desde su lógica y basado en nuestras conversaciones. Lo confirmé cuando lo abrí. 

- ¿De todos, eh? - dije, casi para mi misma y me reí - Muchas gracias a todos, entonces - les dije mirándolo a Él, que en definitiva era la única persona que sentía inmoral un regalo de cumpleaños. 

Sonrió, algo nervioso. 

- ¿Te gusta? - me preguntó.  
- Sí, todo lo que sea libros me hace feliz - me reí - Gracias.  
- No es nada, no me digas gracias. porque.. - sacudió la cabeza, intentando justificarse. 

Le hice un gesto para que se relajara. 

- Gracias... a todos - me reí, con sorna y guardé lo más rápido posible la bolsa, esperando que todos olvidaran prontito esa aproximación  confusa y más complicada de entender en relación al nerviosismo suyo y al prejuicio ajeno.

Buscando disimular miré para la mesa contigua, donde estaba comiendo un profesor de la facultad de aquélla época, con el que había tenido cierto grado de incomodidad porque me tuviera tan puntualizada, en un momento de mi vida donde yo celebrara la idea de que, en dicha casa de estudios, nadie te registrara tan sentidamente. Considerando que éste hombre me había cruzado por la calle y hasta me había saludado con un beso, como para que también me viera comiendo con un grupo de gente numeroso en un local, de pura casualidad, dupliqué los motivos por los cuales, aparentemente, sentía que debía "comportarme". 

Sin embargo, mientras comíamos, Él me miró con intermitencia, como lo hacía siempre, pero varias veces. En un momento de plena ebullición del dialogo de los otros, lo miré y nos sonreímos. Sentado en una especie de tarima, cabizbajo, con las manos entre las piernas abiertas y la espalda inclinada en dirección al piso, me llamó con un dedo, discretamente sin sacarme los ojos de encima.  Para qué mentir, si intento negar que me encantó esa picardía suya y me tomó por sorpresa en partes iguales.  

IV

Olvidándome de mis propios conocidos e incluso considerando la idea de que todavía estaba allí mi profesor de la universidad, teniendo en cuenta todo lo que podía pensar, me levanté y me acerqué al punto donde se encontraba Él.  Un compañero, sin haber advertido ese gesto, casualmente se le acercó en el mismo momento en que yo llegaba y me descolocó. Quedé  parada al lado de él, sin decirle nada, con cara de circunstancia, no sabiendo como hacer valer su llamado casi secreto.  Mi compañero, distraído, seguía hablando lo más campante hasta que, por alguna razón, se dió cuenta de que algo no estaba siendo del todo normal, como era unos meses antes, entre Él y yo. 

Él me estiró una mano y lo correspondí, brevemente, antes de que le diera un pequeño golpe a la base de esa tarima, ofreciéndome tomar asiento a su lado, sin interrumpir la anécdota futbolera que le estaban contando encarecidamente.  Aún mismo el hecho rozaba lo bizarro, porque mi compañero seguía estando ahí, hablando de cosas inconducentes, mientras por izquierda se estaba cocinando otra cosa; yo me senté y Él sonrió, complacido. 

La predisposición de su cuerpo, en relación al mio, aumentó casi de forma automática. Era gracioso que no se pudiera controlar, ni yo tampoco, respecto al lenguaje no verbal que lo estaba mandando al frente de una manera alevosa. Intentamos, ambos, tomar atención a lo que se comentaba del defensor fulanito de tal, causal clave para el pase de gol. 

- ¿Viste el resultado, boludo, a vos te parece? - exclamó, el conocido y amigo de Él, sin darse demasiado cuenta del hecho. 
- Sí, sí - le respondió. 

Y a mí me dieron ganas de reirme. 

- A vos Veinte no te digo que me digas,  porque no mirás fútbol - advirtió, pinchándome. 
- Algo me conocés, muy bien, muy bien... - le sonreí, porque era un buen tipo que me caía súper.  Él me miro y yo dudé, respecto a si no era mejor acercarme en otro momento, ya que al parecer alguien tenía más ganas de estar con él que yo. Me correspondió la mirada y, leyendo mi intención, me acarició la mano con sutileza.  No lo miré cuando lo hizo porque no hubiera podido ajustar mi cara a una mueca socialmente aceptable, que no me dejara expuesta sobre lo que eso significaba. No lo miré, además, porque me dió mucho miedo empezar a confirmar lo que, durante tanto tiempo previo, le había empezado a leer en los ojos. 

 Mi compañero, a diferencia, sí nos miró y, súbitamente, se dió cuenta del sentido de ese gesto. Como consecuencia la charla mermó y, de un momento para el otro, se encontró dado vuelta hablando con los demás que estaban cerca de nosotros pero al mismo tiempo bastante lejos. 

- ¿Qué pasa que me estabas mirando? - me preguntó, sonriente, estirándome la lengua. 

Negué con la cabeza, tragándome los comentarios.

- Nada, señor, nada - lo burlé. 
- ¿Todo bien? 
- Todo en orden, sí, muy bien...  - suspiré y cambié la vista, porque se me hizo un nudo en la panza de un momento al otro, cuando noté algo inusual hasta el momento. 

Un familiar suyo, el pariente Jueves, no me sacaba los ojos de encima y la forma en que me miraba era bastante violenta.  Lo que veía no me dejaba lugar a dudas lo enfurecía, pero hasta ese momento no había caído en la cuenta de que se notara tanto un hecho al que ni siquiera nosotros dos le habíamos podido poner palabras. Lo que veía además, hacía que yo le dejara de parecer esa buena piba de los primeros tiempos, pero lo que notaba en Él, conociéndolo muy bien por ser tan cercano, era lo que, sospecho, en el fondo más le reventaba y lo que no esperaba, claro, pensando que "no se iba a enganchar en los rebusques de una pendeja, precisamente, a esa edad... " 

V

Aún mismo "Jueves" intentara advertirme a través de esa mirada, intenté no cohibirme por el hecho, pero no puedo negar que me asustó y me incomodó lo bastante, porque empecé a darme cuenta de que además de afrontar miedos personales iba a tener que enfrentarme a personas que cargaban, a modo de lastre, opiniones negativas, prejuicios peculiares y malos pensamientos respecto a mis intenciones.  Habiendo sido siempre una persona tan tímida y al mismo tiempo pacífica, nunca me había puesto en la cabeza la idea de enfrentarme a todo, hasta que me había topado con Él y empezaba a notarlo por aquéllos días. 

- ¿Vas a leer el libro? - me preguntó, sacándome de esa situación angustiosa. 
- Sí, seguramente... - le sonreí, un poco, para que el observador externo sufriera, para que me odiara, al menos, si yo a cambio podía disfrutar un poco vivir del la vida como quería - Lo que no sé es cuando, pero lo voy a leer, para evaluar tu criterio literario de elección a ver qué tan bien estamos en ese sentido... - bromeé. 

Mofó y miró para el espacio en general, en medio de una risa. Lo noté, la misma impresión que me había dado a mí, ahora lo azotaba.  Noté cómo el clima cambiaba súbitamente por haberse dado cuenta de lo mismo que me había dado cuenta yo. Además, percibí el mismo miedo, sumándole el peso de asumir, en vano, "la responsabilidad".  Como si algo le faltara a aquél cuadro, nuestros acompañantes de esa noche, empezaron a moverse y a notar lo que estaba pasando en un sentido más general, por lo cual, más de uno, cambió la cara y ajustó sus impresiones respecto a aquél acercamiento. El que se nos abotonó, como para interrumpir de nuevo, fue otro de los nuestros quizá en un intento de ayudarnos o de perjudicarnos a la misma vez.  Mientras, su pariente, nos seguía martillando con sus ojos desde una distancia prudente, pero queriéndonos putear en vivo y en directo, estupefacto porque su gente se corriera tanto de los límites, si siempre había hecho "las cosas bien en la vida". 

 Para esos instantes me dije no era, ni iría a ser momento para poder hacernos siquiera un par de preguntas puntuales y mitigar esas ganas de acercarse al otro sin tener una excusa previa. Resignada y asustada me removí despacio, crucé y descrucé las piernas en un instante y lo miré de reojo, evidenciado que quería irme de su lado, por cosas de fuerza mayor. Él no me devolvió la mirada, concentrado en mirarse con alguien más, como si también tuviera pendientes que aclararle. 

Bajé la vista y me miré la minifalda negra que llevaba puesta, desconcertada, algo enojada e incómoda, por no poder entender del todo cómo la gente que, aparentemente nos tenía de conocidos y nos guardaba un claro grado de afecto, ahora, se mostraba tan moralista. Fue increíble notar cómo a través de sus rostros empezaban a expresar tales muecas de asco, de sorpresa, de lascivia, de perspicacia o de desilusión, al vernos tan cerca el uno del otro. <<¿Qué se imaginan estos idiotas? ¿Qué ponen esa cara de "qué está haciendo esta pendeja de mierda" con el pobre ***?>> me dije, lo recuerdo, sin poder controlar mis pensamientos.  

Él me miró, mientras se reconectaba con lo que le había venido a comentar ese otro, y antes que pudiera levantarme volvió a acariciarme la mano que le quedaba cerca, para después tomarme de ella, enlazando todos nuestros dedos de un tirón, con ternura.  



El alivio y la alegría que sentí, sorprendida por ese gesto, no se puede explicar en palabras. Incómoda como estaba, pasándola mal, en un contexto como ese, el que me retuviera tomándome de la mano, como nunca antes había hecho, fue  completamente significativo. 

Me aferré con fuerza, con miedo y fuerza a su contacto, y lo acaricié con mis pulgares todo lo que pude.  Me miró, sonrió y le sonreí, mientras miraba nuestras manos unidas. La suya grande, basta, suavecita, de un tono un poco más oscura que la mía, de uñas curvas y prolijas; manos de hombre y no de niño, en especial. La mía, tan blanca que podía compararse con el papel biblia, pese a que acabara de volver de la playa; con las uñas pintadas de rojo no demasiado crecidas, que por primera vez se aferraban a una mano tan querida con la misma fuerza que hubieran podido aferrarse a un cuerpo entero.  

Las miré, las miré por un breve instante que se me grabó en la mente, y aunque parezca increíble a la distancia, ese sólo gesto me decidió a hacer algo más de todo aquéllo que me pasaba y que todavía no me decidía a afrontar, en especial,  teniendo en cuenta las reacciones que acababa de notar, en su mayoría negativas o morales, con sólo estar sentada con Él algo apartada hablando del libro que me había regalado. 

Acaricié su mano, de nuevo, me aferré a ella y dejé que me la tomara por todo el tiempo que pudiera y que quisiera. Al vernos así, "Jueves"  se levantó de la silla, serio, todavía mirándonos, considerando que se había acabado la reunión. Yo me imaginé todo lo que iría a decirle, en cuanto estuvieran solos, respecto a lo que acababa de hacer y lo confirmé cuando me dí cuenta la forma en que se miraron. 

- Bueno, parece que nos vamos - le dije, mientras nos levantábamos mutuamente, ya deshaciendo el enlace para no descender todavía un anillo más en esa especie de infierno dantesco. 

- ¿Venís conmigo y te llevo a tu casa, querés? 
- ¿Seguro? - dudé. 
- Dale, vamos, vamos, vamos - sonrió, animado. 
- Esperame que agarro mis cosas, vamos, vamos, vamos- le dije, sin mencionar la parte de  pagar mi parte de la cuenta, segura de que se iba a querer meter, sin entender del todo que con ese tipo de gestos, más allá de ser caballero conmigo,   les estaba dando más que hablar y malinterpretar a todos los demás. 

Intenté que no se me notara nada de todo lo que estaba pensando y sintiendo. Fuí a buscar mi bolso mientras le preguntaba a mi compañero si ya habían sacado la cuenta, pér capita, de nuestro consumo.

- ¿Qué, no te pusieron? - me preguntó, a esta altura, no sé si con algo de sorna. 
- No, justamente por eso ¿ya vino la cuenta? - le pregunté, enalteciendo la idea de que nadie me pagaba nada, porque era igual a todos, también, en cuanto a costearme las cosas. 
- Pensé que ya te había contado *** - dijo, mencionándolo a Él - Igualmente no comés nada vos. 
- Espero que no me hayan pagado lo mío porque no tengo ganas de discutir por plata que detesto deber  - le dije, sonriendo, mientras sacaba los billetes de la billetera y se los daba al encargado de recolectar los montos, y que ya tenía la cuenta en la mano. 

VI 

Cuando llegué a mi casa, luego de pedirle que me mandara su número de teléfono, porque no había recuperado la agenda del todo, le agradecí por la novela y por haberme devuelto a mi hogar. 

A esas alturas no estaba cuestionando el por qué de todo, sino, más bien, a esa altura y con esos sentires, yo intentaba dar con el cómo hacer con ese todo. Los otros, erradamente, de seguro en sus respectivos retornos se habían quedado pensando que además, existía un para qué. 

Bien entrada la madrugada lluviosa, me quedé ojeando la novela nueva, aspirándole el olor, altamente pensativa.  Asustada como estaba, empezaba a ponerle caras y nombres particulares, a todo eso que sentía agazaparse y cerrarse sobre mí. 

Nunca me olvidé de ese miedo, tan particular, y tan cercano además, a mi felicidad. Nunca me olvidé la sensación de dulce desesperación y de susto, con la que llegué a mi casa, sin poder decirle: <<¡Estoy tan asustada! ¿Qué me está pasando, qué es esto que siento, por qué nos miran de esta forma?>>, ya que, todavía, no era el momento indicado aún mismo no fuera capaz de saberlo.