"Si
hay Dios, si hay amor, si hay vida después,
si hay mundo, si hay hoy, hay mañana, hay tal vez
si hay ayer, si hay recuerdos, si hay de haber o ay de
doler"
- Veni, veni conmigo -
suspiro, un segundo antes de alcanzarme, con sus brazos a modo de puentes con
la vida. Abrazándome, me pegaba a su cuerpo como si fuera la intensidad
lo mismo que la fuerza y acariciaba mi espalda, haciendo un movimiento parecido
al de un limpiaparabrisas. Era la primera vez en mi vida que me abalanzaba por
placer a los brazos de alguien, que me tironeaba de improviso para que lo
hiciera, porque tampoco podía resistir dicha distancia.
El Negro se mantuvo
callado, un buen rato, mientras estuve entre sus brazos. Me acarició hasta que
se me pasó el miedo, es decir, el susto por aquel desenlace imprevisto en una
charla de dos personas que venían teniendo varios cortocircuitos. Cuando pude
moverme, luego de varios minutos, me dio un beso en la cabeza.
- ¿Esto, es? - me
pregunto, sin soltarme y hablándome al oído
- ¿Qué?
- Lo que querés que
haga...
- Yo quiero que hagas lo
que sientas... - le susurré
- Ya se eso, yo - me
acomode en su macizo pecho, para escucharle el corazón , sin pensarlo, guiada
por una carga simbólica propia en los movimientos que decía más de lo que podía
entender en ese entonces- Pero, yo necesito que me ayudes.
- ¿Con qué?
- Decime, por favor te lo
pido, cómo queres que sea - explicitó.
Instintivamente, me puse
en posición de defensa.
- ¡Tonto, quiero que seas
vos! - fue lo que le dije, para reforzar esa situación.
- No, en serio, Veinte -
me pidió - ayudame a no mandarme cagadas con vos - se quedó en silencio,
después de musitar aquello.
Le di un beso en la
mejilla, pasé mi cara al borde de la suya, en un gesto de amor, y encare un
nuevo abrazo con fuerza. El negro me abrazó con fuerza, sosteniéndose, con las
manos en mi cintura y en mi espalda, estando todavía despatarrada junto a él. Pasé
mis brazos por encima de sus hombros, y me escondí en su cuello como si fuera
lo único valioso en el mundo. Ciertamente, lo era.
Me quedé en silencio un
buen rato.
- No te estás mandando una
cagada - le susurré, para tranquilizarlo - Qué hombre complicado sos. No es tan
feo abrazarme ¿viste?
- Nunca dije que fuera feo,
yo.
- Bueno, tampoco es tan
difícil, viste. Al final, no te muerdo ¿eh? - bromeé
- Nunca pensé que lo
hicieras... - me respondió.
Nos quedamos callados, por
un momento que fue largo. Evidentemente necesitábamos pensar solamente en una
cosa: no pensar.
Cuando me pidió que le
cuente mi día, fui directamente al hueso. Las pendejas de la facultad, dije
mientras le hacia un comentario y empezó a reírse con sorna, mientras me hacia
masajes en la espalda y se me cerraban los ojos, del placer y de la felicidad
por estar así consigo. Reparó en la forma, susurrándola sarcástico: pendejas.
Volví a repetirla solo para bromear. Al final, aquello salía de boca de otra
flamante joven que bien era una pendeja con ciertas equidistancias.
- Por favor - me susurro,
cuando me puse frente a él y solamente lo miré a los ojos, algo seria, pensando
en muchas cosas que iba sintiendo, buscándoles un nombre - Decime.
- ¿Que es lo que querés
saber?
- Lo que tengo que hacer
con vos...
- ¿Y esa pregunta tan
rara?
- Decime por favor cómo
querés que sea. Decime cómo, qué tengo que hacer, para no mandarme macanas.
Decime, por favor, lo que querés que haga para que estés contenta.
Abrazada a él, lo miré, algo
asombrada.
- No entiendo, de verdad.
Si yo te lo digo, no tiene gracia.
- No, Veinte, vos no me
entendes. No puedo lastimarte a vos y es mas, tengo muchísimo miedo de mandarme
cagadas, de lastimarte. Por eso, necesito que me digas qué hago para que estés
contenta.
- Ser.
- ¿Ser qué?
- Vos mismo, boludo.
¿Quién, si no? ¿El panadero? Yo te quiero a vos, no a otros.
- Entonces, decime, por
favor te lo pido, no sé qué hacer - suspiro - ¿Es esto lo que tengo que hacer
para que no sufras?
Se me hizo un nudo en la
garganta y no le contesté nada.
- No tengas miedo, negro -
continué el abrazo - Vas a saber darte cuenta si me estas lastimando, y si eso
no pasa, yo te prometo, te juro... - hice una breve pausa - te lo voy a
hacer saber. Tenes que quedarte tranquilo ¿si?
Su mirada era una mezcla
entre miedo, alegría y desconcierto. Si hubiera tenido que asociarla a una
temperatura, digamos que era de aquellas formas de mirarme suyas que expelían
un calorcito tranquilo, muy parecido a la tibieza.
- Es que... - vacilo
- yo no quiero hacerte sufrir nunca a vos...
- Y vos... ¿me queres
lastimar? - intente razonar consigo, partiendo desde sus propias palabras.
- ¡No, ni loco! - dijo,
sin dudarlo ni un instante.
Se me quedo mirando, algo
desconcertado, como si no se diera cuenta cual era mi jugada, o a donde
pretendía llegar, con esas preguntas en las cuales ponía en duda absolutamente
todo, solo para ir despejando el área de mi operación.
- Vos... ¿tenes malas
intenciones, entonces? - musite.
- No, Veinte, no. Te
aseguro que no tengo malas intenciones, yo - espeto - ¿No me crees?
Asentí, con la cabeza, y
volvió a perderse en mi razonamiento.
- Yo si, yo te creo... -
le confesé, con algo de sorna, como si quedara explicitado que quien no tenía
confianza en si mismo era El, y no yo, respecto a sus propias palabras.
Suspiro y se me quedo
mirando, estando muy cerca entre si.
- Entonces, relajate,
quedate tranquilo conmigo, no te voy a hacer nada... - le repetí.
- Pero... ¿qué pasa si te
lastimo? ¿Qué pasa si me equivoco con vos?
Me quede callada. Me quede
callada porque yo no tenia idea de lo que podía pasar, en ninguno de los dos
casos, siendo la primera vez que me enamoraba de modo semejante. Me la estaba
jugando, no solamente desde el coraje, sino también, desde la honestidad sobre
la propia historia. No sabía, y no iba a mentirle. Las cosas para mí no eran
así, ni siquiera, a costa de pasar cierta vergüenza.
Yo con vos no me puedo
mandar una cagada; en serio, con vos, no. ¿Entendes eso? No te puedo lastimar -
se afirmo, aunque nunca supe si esa terquedad no era más que una manera
preventiva para infundirse autoconfianza. Sin siquiera tomarse una pausa,
siguió: Nunca tuve tanto cuidado con ninguna mujer yo... - hizo silencio
- Y a vos, no sé qué me pasa, pero no te puedo ver sufrir. Me pongo
mal, la paso como el culo, si te veo mal... - se pasó una mano por el pelo,
inquieto como si no viera ninguna salida al asunto.
- No va a pasarme nada
malo, tranquilo, boludo - suspire con cariño
- En serio, Veinte... Yo
me muero si te pasa algo a vos. No quiero que sufras.
- No digas eso, no sos un
monstruo... ¿Por qué voy a sufrir? - lo cuestione.
Dejo mi pregunta en
suspenso.
- Pero igual... Mira si no
me doy cuenta y te hago mal... ¿eh? - me dijo, de un modo más endeble que
antes.
- Serias humano, igual que
todos - conteste, con clama - Yo también puedo hacerte mal ¿y? ¿Sería lo
mismo, no? - pinche ahí, precisamente, para restarle carga a toda la cuestión
moral de alto voltaje que se estaba desarrollando por su mente, y decantaba en
nuestra conversación.
- No, vos no - dijo, sin
dudarlo - Es distinto.
- ¿Que es distinto?
- Que no, que no me vas a
lastimar vos...
- Eso es cierto, pero pudo
mandarme una cagada sin notarlo - le confesé - ¿Y ahí , que?
- Nah - me sonrió, con
dulzura.
Sentada en indio, ahora
frente a Él, no me quedo más remedio que mirarme las medias estampadas, llenas
de colores rosa en sus diferentes variantes. Apoye ambas manos sobre mis pies,
a medida que iba encajándolas en el arco leve de cada uno mis pies. Me quede en
silencio, unos breves segundos, buscando una nueva estrategia.
- Somos dos personas, dos
seres humanos, una mujer y un hombre, nosotros.
- Si, eso es cierto.
- Bueno, a veces, la gente
se manda cagadas. Eso es ser humano, vivir. La vida, básicamente - argumente -
Yo también me las puedo mandar con vos, porque no soy perfecta. ¿No te dolería,
no es la misma situación en ese sentido? - explicite - Me parece que a
vos no te preocupa solamente que yo no sufra; sino que te preocupa sufrir vos -
me la jugué, y mientras se lo decía, levante la cabeza.
Se me quedo mirando, con
una mueca dura y no me dijo nada.
- Pasaste por muchas
cosas, entiendo eso, y entiendo que te pueda dar miedo, porque además, soy re
joven yo - aclare - pero estas hablando desde lo que pasaste. Y porque te
preocupa sufrir, haces lo que haces y crees lo que crees de la vida - musite.
Le sostuve otra vez la
mirada. Era intensa, fuerte, pero profundamente vulnerable a la misma vez.
- Puede ser - me dijo.
Se hizo un silencio
extrañamente profundo. Sus puede ser a menudo, eran si.
- ¿Que hago con vos, me
queres decir? ¿No vas a pensas que soy un hijo de puta si me equivoco? - me
pregunto, abiertamente descolocado.
- ¿Vos queres que yo te
diga que si, no? Así, te quedas tranquilo.
Me miro, en silencio y
termino por sonreírse.
- Vos mejor que nadie vas
saber lo que serias. Yo no te voy a catalogar, no te voy a tranquilizar en
esto. Si tus intenciones son buenas, a lo sumo, seremos gente que se
equivocó, si no, vas a ser un hijo de puta y no te va a hacer falta que te lo
diga yo. Estas hablando como si lo hubiéramos intentado, como si supieras
todo lo que puede pasar, y pudieras ver el futuro - me queje.
Hoy me digo que aquella
actitud era la personificación de la cautela y, en parte, de la experiencia
acuñada con los años.
Decime que no voy a
ser un hijo de puta si algo sale mal. ¿No sería un hijo de puta?
- No. Ni siquiera antes lo
eras, ahora, menos. ¿Queres que te insulte, de verdad? - me reí.
- Ay, por Dios - se rasco
la barba, no sin cierta violencia - Vos me tenes que decir que
voy a ser un hijo de puta; no me digas esas cosas - me suplico.
Viendo que estaba
considerablemente apedreado en sus argumentos, profundice la estrategia sin
guardarme nada.
- No te voy a insultar...
- insistí, buscando contacto visual - ¿Cómo te voy a decir eso, bobo? ¿Que, te
quiero pero te insulto? Estás loco. Yo no te voy a descalificar ni aun mismo me
lo pidas, porque te quiero... ¿Vas a ser un hijo de puta? Dame razones y ahí,
entonces, te puteo sin que me lo pidas - sonreí.
Ladeo la cabeza, sonrió, y
se me quedo mirando. La fase del trabajo estaba hecha cuando volvimos a
acercarnos.
- Todo esto es muy
difícil. No te lo puedo explicar, pero hace tiempo que quería agarrarte así,
mandar todo a la mierda y que se pudra todo, ya está, se acabó - me confesó y
abruptamente, se quedó callado.
- No se va a pudrir nada.
Estamos solos, bien, en tu casa; nadie se va a enterar, si es lo que te
preocupa. Y si piensan algo, problema de ellos, no de nosotros - le aclare,
preventivamente.
Nos sonreímos un largo
instante, sin saber que decir.
- Vos no te das cuenta
pero, todo lo que hago, te enojes o te guste, es porque no quiero que sufras.
Hace un rato me dijiste que yo te estoy pelotudeando,
que te estoy forreando cada vez que me acerco y después me alejo. Quiero que
sepas que no, nada que ver, te lo juro.
Trague saliva.
- De afuera, por lo menos,
según lo que puedo ver de vos, eso parecería. Hasta el verano, cuando hablamos,
yo tenia ciertas pautas de vos, después del verano fueron otras y asi, con el
tiempo, fueron pasando cosas, cambiando - hice un gesto de progresión con las
manos dobladas, en un movimiento circular - La situación por lo menos desde
afuera, es ver que vas y venis todo el tiempo. Un día puedo pensar que estas
confundido, pero ya cuando veo que esto se sostiene y todo el mundo empieza a
decirme cosas, es muy difícil pensar que no me estas tomando para la joda.
Asintió con la cabeza,
callado y muy muy serio.
- ¿Entendes lo que siento?
No sé, te juro que no estoy enojada ni nada, simplemente, no te entiendo. Me
parecio cortar todo vinculo, por eso, y porque veo que las cosas no cambian.
Ahora, estábamos cenando todos y me pediste que me quede porque necesitas
hablar - le recordé - Estoy acá, para escucharte y entenderte - le asegure
- ¿Sabes que me enoja? Que no se lo que te impulsa a hacer las
cosas que haces conmigo, y por eso sufro por momentos. Ponete en mi lugar, un
segundo: ¿que pasa si yo te hago esto a vos? No entenderías nada, me arriesgo a
decir - sonreí y di por terminada mi intervención.
- Vos decís que soy un
pelotudo, y te juro que no hago esto porque sea estúpido. Me doy cuenta de
todo, absolutamente de todo; pero lo que realmente es muy muy complicado para
mi, son los limites con vos. Todo el tiempo, el problema, está en eso -
rectifico - Me siento sobrepasado.
- ¿Por los limites?
- Porque no puedo
ponértelos.
Me reí.
- No soy una nena
caprichosa a la que le tenes que poner límites. Con que me expliques, me
alcanza y me sobra... - ironice.
- No, Veinte, ya lo sé. No
digo eso. Lo que digo es que no te puedo poner límites - me dijo,
de otra manera - Con vos me pasa eso: no puedo ponerte límites, no pienso, no
me controlo, no razono. Y entre nosotros, vos lo sabes, son muy delicados los límites.
Ahí entendí hacia donde
iba con eso.
- ¿Sabes lo que me pasa
con vos?
Negué con la cabeza
- Fluye, todo, mucho... -
musito - A veces estamos charlando, lo mas bien, de cualquier cosa y en cinco
segundos cambio todo el cuadro.
- ¿Vos también pensas eso?
- me reí, porque pensé que estaba loca.
- Si... - me dijo, mirándome
- ¿Vos, no?
- Son segundos, nada mas.
Es como si el aire cambiara - intente explicarme, pero no me funciono.
- Es muy difícil poner los
limites. Yo soy un tipo muy muy grande para vos. Sos jovencita, tenes que estar
con otros tipos. Te tengo que poder poner los limites.
- Me haces sentir una
peste...
Sonrió.
- No seas boluda, en
serio, sabes que no...
- ¿Por qué, si queres
ponerme un freno, me pedís que hablemos? ¿No es un freno lo que estuve poniendo
yo?
- Si, me cortaste la cara,
sin ningún problema.
- No te creas... -
musite.
Se me quedo mirando.
- Me hago la dura, no
queda otra... - le confesé - No manejo otros limites y, mas, si vos me decís
que te es imposible.
- ¿No estás enojada
conmigo, entonces?
- No, ya se me paso hace
rato - nos reímos - Pero mantenerme distante de vos, por enojo o lo que fuera,
era la pauta. Para mi, no te olvides, vos me estabas boludeando. Y yo te puedo querer mucho, pero no voy a dejar que me
tomes de boluda... ¿viste? - le dije, con esa mezcla entre dulce y perversa que
me atribuyen siempre mis amigos.
Negó con la cabeza.
- No te forreo. Te lo juro, no lo hago por eso,
no es ese el tema.
- Estoy para escucharte,
entonces.
- Cuando te pasa
algo me pongo en pelotudo para que te olvides, para que no te enojes. No te
tomo para la joda, sino que no sé cómo acercarme cuando me pones tanta
distancia, tan de golpe. Me haces invisible, niiiiiiii bola me das, ni siquiera
me miras. Es duro.
- Ya lo se.
- No te entiendo.
- Para mi es el doble de duro
hacerte eso.
Sonrió.
- ¿Y para que lo haces?
- Porque si yo no haría
esto, vos no te darías cuenta que soy una persona que tiene sentimientos, a la
que le duelen las cosas, que no es de madera... - ironice.
- Cuando - se detuvo -
Cuando yo veo que tenes alguna cosa que te pasa, o te quedás callada, reconozco
que busco llamarte la atención. Si, tenes razón en eso, me pongo
como un estúpido que busca cualquier cosa para llamarte la atención, inclusive,
molestarte.
Asenti y agradeci su
franqueza, sin hacerlo sentir avergonzado por ello, sin sentirme superior.
- Bien, bueno, eso me
ayuda a entender muchas cosas ¿ves? - le sonreí - ¿Y entonces... ?
Siguió hablando:
- Eso, lo hago porque
quiero que te rias, que estes contenta, que sonrías, que hables. Yo quiero que
me cuentes todo, todo lo que quieras, quiero saber que te pasa... - suspiro -
No se, es eso. Solo, aca, pienso en lo que hago y me digo que soy un pelotudo,
me mato, y pienso "la próxima vez, no se que me invento, pero no me le
acerco mas" - cito
Me rei, levemente, porque
yo pensaba lo mismo, casi con las mismas palabras.
- ¿Y... que pasa?
- No puedo - dijo.
Baje la vista, avergonzada
y la levante en cuanto pude.
- Yo te veo mal, o
quizá no estas mal, pero veo que estas callada y... - sacudio la cabeza - se me
van los limites a la mierda ¿que queres que te diga? - se confeso - Necesito
hacer algo; lo que sea, porque no te puedo ver asi, no lo aguanto - admitió
- Y cuando estás contenta me gusta acercarme a vos, me divierto, me haces
reir, guacha - me miro, de una forma dulce - Me gusta cómo me jodes o como te
re calentas, con ese carácter que tenes.... - suspiró y se me quedo
mirando por unos instantes - No se por qué hago esto, nunca me habia
pasado una cosa asi, no suelo andar llamando la atención, así, ni nada. Soy
grande, yo, no puedo andar haciendo esto, yo ya lo se - se atajo -
Pero no soporto verte mal a vos, es mas fuerte que yo, todo esto me
sobrepasa. Por eso, te llamo la atención, te molesto, hago cosas raras y vos
pensas que soy un histérico o un boludo. Te juro, yo no te tomo para la joda,al
contrario, me porto asi porque me pasa todo esto, y no sé cómo manejarlo... -
me explico .
- A mi tampoco me hace
feliz tener que estar lejos tuyo. Me pasa igual. Te veo raro, serio o incluso
te veo contento y por dentro me estoy queriendo ir a la mierda para no ir y
decirte: “hola ¿descansaste bien, anoche?
¡Tenes unas ojeras, cuidate!” - complete el monólogo con un gesto - Pero
bueno... No sé.
- Yo veo que si me acerco
y después me alejo, eso te duele, me lo dijiste hace un rato y me doy cuenta...
Y tengo miedo de hacerte mierda, ahora también - musitó.
Me acerque a su cuerpo,
instintivamente.
Me abrazo, de nuevo y, en
ese sentido, tome la posta yo también, cuando lo abrace llena de intención, sin
decirle nada.
Quede mirando al vacío de
aquella vivencia, en silencio. De fondo, una pequeña lluviecita otoñal caía,
mojando las persianas entreabiertas. No supe nunca si hacia o no demasiado
ruido, porque la música lo absorbía prácticamente todo.
Todavía conmigo, rodeándome
con sus brazos y con todo su cuerpo, me beso en el pelo, me saco el
flequillo de la cara, y siguió acariciándome el cabello como si me dijera yo
te cuido con cada repetición. Nunca me habían tratado de esa forma,
tan presente, pero a la vez, tan delicada. Le acariciaba los brazos para
corresponderlo, mientras mantenía los ojos entrecerrados por pequeñas
temporadas.
- Y después me decís que
yo pude haber elegido a otros... ¿no? - sonreí, usando mi tono.
- Totalmente. Lo
sostengo.
- Shhhh, no digas
boludeces, negro... - me rei - Eso, justo, es eso lo que tenes que hacer, para
que este contenta...
- ¿Que?
- Dejar de quererme
embocar a otros y dejarme de pedirme que no te quiera.
- Veinte, en serio, hay
dos millones de tipos mejores que yo para alguien como vos.
- No son vos.
- ¿Y qué tiene que
ver?
- Que yo realmente te
quiero a vos, con lo malo y lo bueno, tonto. Deja de pedirme que no te quiera,
por favor, es como si me despreciaras...
- No, es que, es todo lo
contrario. Lo hago por vos.
- Si lo haces por mi, deja
de pedirme que no te quiera.
- No es que yo sea malo,
no quiero hacerte mal. No es que no quiera hacerte mal ahora y ya esta...
¿entendes? No quiero que sufras nunca, vos, por nada.
- Te lo juro, yo te voy a
avisar. Te voy a poner en palabras, todo lo que pueda, para ayudarte. Pero
relajate, bobo, porque no te estoy metiendo una treinta y ocho, para que me
quieras - suspiré- Si no me querés, no pasa nada, no te obligo, no me voy a
morir por eso, es una posibilidad esto, no una obligación. Creo que eso es
peor, que me quieras por obligacion, o que me tengas asi como ahora, por
obligacion.
Nego, fuertemente, con la
cabeza.
- No, estas loca, vos. No
lo estoy haciendo por obligación.
- Desenchufa esa cabeza,
entonces, por una vez.
«Cómo,
cuándo, dónde, quién fue, para quién será/
quién
ha sido y por qué el frío /
la
pasión, la vejez, el amo, el esclavo... /
y el
dolor de reconocerse atado, golpeado, libre,
liberado,
culpable, culpado
/al
frente, al costado de quien no se larga
por miedo
a quedarse solo, abandonado... »