miércoles, 29 de enero de 2020

Piel

Lo más inusual que ocurrió con Galeno, desde la primera vez que hablamos, hasta la primera vez donde nos vimos personalmente, fue congeniar. Lo hemos hablado muchas veces ya, desde que nos contactamos por primera vez hace casi siete meses, pero sigue siendo algo que nos sorprende y nos reconforta al mismo tiempo, en especial, cuando estamos lejos.  Porque, en la distancia, cotidianamente, todo se hace difícil , claro. Y donde uno quisiera poner abrazos, mimos o caricias, a veces no tiene más remedio que poner su voz, sus palabras, o alguna foto alentadora que ayude a sobrevivir a las responsabilidades de todos los días. 



No obstante eso, algo que Galeno siempre me dice, como asombrado, es que nosotros nos entendemos bien para las cosas cotidianas , pero además, en el ámbito íntimo, es como si nos conociéramos desde hace mucho pero mucho tiempo.  Y yo, desde mi lugar, en ese aspecto , no puedo dejar de estar de acuerdo. Nosotros - me dice - tenemos piel. Yo por mi parte siempre le digo que, cuando estamos juntos tenemos piel y, cuando estamos lejos, tenemos mejor wi-fi. 



Porque con una sola palabra, en persona, con solamente un roce, con una mano que accidentalmente roza su falda, o viceversa, Galeno se transforma y configura para mí las técnicas repetidas y mejoradas a través de los años. Pero también, cuando estamos a tantos pero tantos kilómetros, Galeno me manda una foto cotidiana o un mensaje de voz dejándome besos, y el panorama se vuelve insostenible a los pocos minutos de transcurrida la charla. 



- No me podés decir eso, Galeno - le dije, viajando en colectivo desde el trabajo a mi casa , sonriéndome - No me podés decir todas esas cosas en el transporte público - insistí, porque es capaz de activar mi deseo , y yo el suyo, en lugares muy poco comunes. 



- El wi-fi es hermoso - me dice, y vuelvo a reírme, porque a él se le está complicando concentrarse en el silencio de su Consultorio mucho más que a mí y a las evidencias que me muestra me remito. 



Es que, siendo honesta, Galeno la pasa tan bien diciéndome cosas pícaras en cualquier lugar, que yo lo único que quiero es que, aún mismo esté en su Consultorio, haga uno más de sus aventureros y frondosos viajes mentales. Por eso, le estiro la lengua y lo dejo distenderse, dándole permiso para que se suba a la corriente, y siguiéndole el juego.  Al caso, tiene conocimiento de la situación, y sabe que si un cliente me está gritando por algo que no puedo solucionar en el trabajo, yo, mientras tanto, reproduzco una cinta de deliciosas imágenes y sensaciones hasta que invadan por completo mi cerebro.  Es que, siguiendo su consejo, si siento que la oficina se me cae encima, solamente tengo que pensar en lo lindo que es ese momento donde Galeno se rinde bajo el disfrute de todo lo que construimos. Pensar, únicamente, en ese segundo donde una vez que mi disfrute es manifestado abiertamente, ambos nos juntamos y  nos potenciamos para encontrar el suyo .  Pensar únicamente en esos instantes donde mientras lo sigo acariciando y besando, como si estuviera augurando el nuevo estallido, y mi Galeno se siente libre de sentir y de evidenciar lo que desea para que pueda cumplirselo,  lo único que quiero es que contenerlo, asegurarlo, ganármelo.  Pensar en estar a su lado, dándole su tiempo para que se relaje, dándole su momento para que se excite, esperándolo, acompañándolo, cuidándolo, dejándolo sentir cada caricia, dejándolo construir su proceso y sentirme satisfecha con el objetivo logrado.



 Igual que él, que por suerte también me cuida, me espera, me acompaña, me respeta, me honra y me guía para que  yo descubra lo que es, a ciencia cierta, disfrutar de un sexo humanizado que nada tiene que ver con el miedo o los complejos. Del sexo sin condicionamientos, sin debe y sin haber, sin "te doy para que me des" o sin " tu disfrute vale menos que el mío".  De un encuentro donde uno le enseña, lentamente, y con cariño, al otro, a ése otro que lo está conociendo, a descubrirlo sin saber que, al mismo tiempo, aquél otro lo hará redescubrirse.  Porque lo lindo de compartirnos, cada vez que nos vemos, es que todo lo que nos deseamos se alivia y cada caricia o cada beso se valora el triple. 



Y eso es, a fin de cuentas, es tener piel: que todos los encuentros sean deseados, respetados y cuidados y que el sexo disfrutado nada tenga que ver con el procedimiento propio de un trámite en AFIP.  Que sea una forma más de expresar todo lo sublime que nos reviste de una divina humanidad.  Que sea el modo donde más unida, más vulnerable, y más conectada, a la vez, me siento con Galeno. Pero además que sea ése mismo el método donde Galeno, producto de la libertad que ve forjarse cuando estoy entre sus brazos, del desprejuicio, y de esa versión de mi misma que él conoce y que - me dice - le encanta o lo perturba en partes iguales;  no quiera dejar de implementar. 

- Vos, a los cincuenta años, ya habrás sentido y hecho de todo, Galeno - le dije la última vez que lo ví - Creo que quizá te aburrís un poco conmigo... - le advertí. 

Galeno me sonrió con su santa paciencia y me miró de una forma muy intensa. 

- No me aburrí, no generalices...  - dijo, solamente, y de pronto, poniéndose serio - Yo me quiero acostar con vos, más allá de que ya me haya acostado antes con otras mujeres, ahora, te quiero a vos. 

Lo miré y me sonreí. 


- Qué declaración tan fuerte, chicos - lo burlé. 

Me sonrió. 

- Sólo me refería a que es una lástima que no podamos compartir este descubrimiento de una intensidad diferente... 

-¿Y quién te dijo eso? 

- ¿No te pasa que después de haber estado con tantas mujeres no tenés expectativas de sentir cosas nuevas? 

- No - sonrió - Con vos, por ejemplo, me pasa todo lo contrario. 

- ¿Qué querés decir con eso? - le pregunto, con un dejo de parsimonia porque entiendo el punto. 

- Que yo nunca, ni cuando estuve casado tantos años con ***, ni cuando estuve en pareja después de que me separé,  me había animado a hacer lo que hice la primera vez con vos. Para mí, fue un flash. Ví que vos me acompañaste todo el tiempo, y eso, me encantó, hizo que todo fuera aún mejor de lo que yo esperaba. Me pareció super tierna la forma en que me mirabas, en que me acariciabas...  

Sonreí. 

- Quería que te sintieras tenido en cuenta - musité - Quería que sintieras que yo realmente estaba ahí con vos, anhelando que disfrutes del momento... 

- Lo sentí, sí, me di cuenta - dijo - Para mí, Veinteava, es muy difícil aburrirme con vos. Me encanta que disfrutes tanto. ¿A vos no te pasa lo mismo? 


- Sí, obvio, claro... - admito. 

- Bueno, ahí tenés. Como a vos te gusta que yo disfrute cuando estoy con vos, a mí me encanta verte disfrutar - sonrió. 

Y me hizo desaparecer una idea antigua que yo tenía respecto a la vergüenza, al pudor, a un goce de la mujer que está mal visto, o a un goce que se esconde porque, parecería, la mujer que disfruta es promiscua o, de otra manera,  una simple prostituta.

Ese día lo único con lo que le pude responder fue con una mirada y una sonrisa cálida. Mentalmente, le agradecí su afán. Mentalmente, también reconfirmé el mío. 

martes, 28 de enero de 2020

Reflexionando...

A veces pienso que Dios nos pone en lugares para que florezcamos. A simple vista todo parece ser como un pantano donde no sabemos pisar bien, y en cuanto nos sometemos a ir un poco más profundo, descubrimos que de algún modo logramos hacer pies en medio de lo fétido. Y hasta incluso que, un tiempo después, hicimos un lugar agradable del lugar donde nos encastró. Otras veces, no puedo evitar preguntarme para qué o por qué Dios me pone o me deja seguir en ciertos lugares. Quiero decir ¿qué estará probando, en qué estará trabajando, qué estaría intentando enseñarme la vida, bajo su coordinación?  Llegué a pensar que Dios estaba siendo injusto conmigo más de una vez en la vida. Cuando me pasaron cosas difíciles, siempre me pregunté, qué había pactado para mí que tenía que ir sorteando ciertas pruebas.  Sin embargo, con el tiempo, misteriosamente, todo terminó siendo un mapa de encuentros, coincidencias y lecciones. Ese aprendizaje, al final, me dejaba en otra posición mejor de la que hubiera imaginado inicialmente y, además, me dotaba de herramientas. Herramientas para que, a la primer desavenencia de la vida, no tuviera que estar con el corazón en la mano. Herramientas para enseñarme a valorar lo que tengo, aunque las cosas no sean perfectas para mí, aunque las cosas pasen y yo no pueda seguirlas con la correíta de mi control. 

Quizá, todo lo que me esté pasando, en el trabajo, en mi vida personal y afectiva, en las decisiones que voy tomando y en el aspecto económico de ellas, no sean más que lecciones. Algunas lecciones han venido a darme mucho miedo, a hacerme llorar de miedo, y sin embargo el transitarlas me han llenado de un coraje nuevo para mí, que me regaló unas cuantas experiencias. Otras lecciones, me han enseñado, y pretenden repasar la materia, que no se puede hacer todo perfecto y ambicionar a ser una máquina. Me han conectado con el fracaso, la humildad y la constancia, pero también, con la sed de victoria, la voluntad inquebrantable y la negativa a rendirme a la primera.  E incluso algunas me han enseñado a ponerme límites, en el buen y en el mal sentido de ello. 

Yo, siendo totalmente honesta, lo único que sé con certeza, es que no tengo todo resuelto. Como cualquier ser humano, tengo  cosas que mejorar en mi vida, cambios por hacer, ahorros que recuperar, hábitos que ordenar y oportunidades que disfrutar.  

Aunque, eso sí, todos los días, a la mañana, cuando me levanto, sólo le pido a Dios una cosa: que me de la fuerza para llevar adelante mis obligaciones y que me de la voluntad para no olvidarme de cuál el sentido de todo lo que hago, el motivo por el que le pongo corazón a las cosas que hago, aunque no me gusten.  Y también, sí, claro, le recuerdo que me gustaría entender qué es lo que pretende de mí dejándome estar donde estoy o, al menos, si es que se tiene algo entre manos diferente a lo que yo puedo vislumbrar. 

¿Será que así podré identificar por dónde va (o viene) el punto de mi tejido? 



Cuando toca la campana

Cuando Galeno hace las valijas en silencio, silbando una canción, o haciendo algún comentario breve sobre el día siguiente donde abordará un avión rumbo a su provincia natal. Cuando Galeno sale de la ducha, se cepilla los dientes y se rocía el cuerpo con su perfume francés. Cuando Galeno recoge sus últimos detalles y los mete dentro de un neceser que tiene la marca de un laboratorio que fabrica leches de fórmula para recién nacidos y prematuros, que casualmente yo tomaba cuando era muy chiquita. Cuando Galeno acomoda mis alfajores en la valija procurando que no se le aplasten. Cuando llega el momento donde tiene que hacer el web check-in un día antes de irse y se toma un momento de silencio y yo ya empiezo a sentir una especie de quemazón en la panza.  Cuando me deja la bolsita con los regalos comestibles que me trajo de su provincia, y dentro, se olvida el pasaje de ida, como si fuera parte de un recuerdo accidental pero simbólico, igual que la primera vez, con aquél papel en el baño. 

Cuando Galeno se viste, eligiendo la ropa sin demasiado detenimiento, y se calza sus Levis antes de salir. Cuando Galeno se sienta en la cama y en silencio se ata los cordones de las zapatillas. Cuando da vueltas por la habitación y mira hasta debajo de las camas, evitando olvidarse algo. Cuando Galeno termina de armar las valijas, sabe que es el momento de irse al aeropuerto, y yo no puedo más que mirarlo en silencio, como si por dentro, se leyera un cartel luminoso rezando "me da mucha lástima que te vayas, pero deseo que llegues bien a tu casa". 

Ése es el preciso momento donde bien ha valido la felicidad y empieza a ser necesaria la fortaleza.  Entonces, nada más nos miramos frente a frente, por unos momentos , como si nos dijéramos que todo está listo.  Me acerco, despacio, y lo abrazo sin decirle nada. Galeno me corresponde pegándome a su cuerpo, con fuerza. Suspiro y bajamos hasta la puerta de calle, donde nos quedamos cinco segundos antes en la puerta. 

- Desayuná - me dice, procurando que coma - Y dormí otro ratito, no corras... Todavía es muy temprano. 

- ¿Me avisás cuando aterrizás, si? - sonríe y me dice que sí con la cabeza 

Nos acercamos mutuamente para fundirnos en un abrazo. Es de esos abrazos largos, y desde mi lugar, llenos de gratitud. 

- Quiero un beso - le digo, burlándolo, poniéndole la boca en forma de trompita. 

 Galeno sonríe y sin decirme nada me besa varias veces, algunas más largas que otras, mientras me levanta un poquito el vestido. 

- ¿La pasaste bien? - me dice, por primera vez en esos días de convivencia que están acabándose. 

- ¿Cómo te dije la otra vez, te acordás? "Fui feliz este fin de semana, Galeno" - le repito - Sí, fui feliz este fin de semana - insisto. 

- Me alegro mucho - dice, y sale con sus valijas detrás. 

No quiero decirle chau, adiós o hasta pronto. Él, parece, tampoco quiere. 

- ¿Vas a desayunar? Comé algo antes de irte a tu casa - insiste. 

- Te prometo que sí. 

- Bueno... ok, te creo - dice 

- Cuidate, que tengas buen viaje - le digo, tratando de mantener la compostura 

- Vos también. Contame qué tal están tus huevos revueltos, después - me dice, con una sonrisa. 

Es que ésa era nuestra elección común de todas las mañanas y hablábamos todos esos días de lo buenos que estaban. 

- Prometido - le digo. 

Me sonríe, me saluda casi con una mano... y se va. 

Un rato después de irse, mientras tanto, me quedo sentada en la cama del hotel. Me doy cuenta que Galeno se dejó algo, por lo que le escribo y le aviso. Estoy aturdida y un poco triste, así que me acuesto de su lado de la cama sin querer reconocer del todo lo que estoy sintiendo. Tengo que hacer el bolso, juntar mis cosas , darme un baño y bajar a desayunar. A retornar a mi casa, con mi familia y una lista de largos etcéteras. Pienso en eso, pongo música de fondo y mientras desde el celular alguien canta, prosigo. 

De pronto, ni siendo una hora de distancia concreta, me llega un mensaje de Galeno respondiendo al mío y despreocupándome. 

- Desayunaaa - me dice, a modo de despedida, cinco segundos antes de embarcar - Estoy por embarcar, ya. 

- Buen viaje, buen regreso a tu casita - le deseo, y empiezo a cargar mis petates sin pensar qué pesa más, si la ropa a las despedidas. 

Cuando ya estoy de nuevo en casa, rodeada de mis cosas, un mensaje de Galeno vuelve a despabilarme. 

- Ya estoy en **** . Acabo de aterrizar - me avisa, cumpliéndome. 

- Y yo desayuné. Te saqué una foto - le digo, y adjunto un archivo multimedia del desayuno que supimos disfrutar. 

Porque cuando Galeno se va, efectivamente, una especie de niebla de felicidad tarda en disiparse. Y acerca de lo que sobreviene, es mejor ni hablar. 

lunes, 27 de enero de 2020

Deslumbramiento

La primera vez que me quedé sin ropa frente a él, sentí que iba a cruzar un umbral de pudor y de vergüenza distinto. El caso es que, muchas veces, las primeras veces no son tan importantes como las segundas, las terceras, o las miles de veces posteriores... Hasta que lejos de los temores que teníamos pensado poder llegar a sentir aparecen otros nuevos. Pero ¿qué hay de la valentía?  Después de algún que otro recuerdo difuso, hacía mucho, pero realmente mucho tiempo, que no me sentía tan pero tan vulnerable como cuando Galeno me sacó la ropa por primera vez. Y es que no sólo fue mostrarme en mi estado más natural, sino también, mostrarle que si habíamos podido llegar a ese punto era porque mi amada coraza se estaba rompiendo y descascarando bajo sus dos manos.  

Varias veces he hablado sobre ésto, pero tengo que admitir que sigue siendo fuerte la ceremonia, el momento donde Galeno me despeja la cara con sus manos, suelta mi pelo, lo peina por detrás de las orejas y comienza a acariciarme muy muy muy despacio hasta deshacerse de todas mis prendas, una por una, sin el menor apuro. Yo siento, realmente, como si me honrara, sí. Y eso es algo que nunca había sentido antes y algo de lo que, más allá de todo lo que pasa entre nosotros, íntimamente, siempre le agradeceré.  Porque si bien para Galeno puede llegar a ser sólo el cuerpo firme, la piel tersa, el desprejuicio y las curvas sinuosas de una jovencita de veinticinco años recién cumplidos; para mí es el sentirme doblemente desnuda bajo su rostro, sus manos, y especialmente, bajo su mirada.  Muchas veces, por la forma en que me mira, he notado que es importante en su modo de construir el deseo observar cada fibra de mi cuerpo y cada uno de sus movimientos, pero que lejos de ser lasciva, su mirada es sonriente.  También he comprendido que mirándome recuerda, que con sus ojos saca fotos mentales de mis momentos más íntimos y , a la vez, más disfrutados junto a él; y eso, lo hace sentir bien.  Sin embargo, lo que todavía me sorprende de sólo recordarlo, es la forma en que Galeno me mira cuando me tiene entre sus brazos. Lo he llegado a ver acostado a mi lado, sólo mirándome, sonriéndome levemente y acariciándome con la yema de sus dedos como si no lo pudiera creer.  ¿Por qué me mirás tanto?, le pregunté un día ya que no era habitual que nadie se detuviera tanto en mi cuerpo desnudo. Él me contestó con otra pregunta. "'¿No te puedo mirar?". Y aunque yo le contesté que sí, con mi cuestionamiento, apuntaba a otra cuestión: la pretensión en él de verlo todo en mí, de tomarse todo el tiempo del mundo para recordar mi cuerpo bajo sus manos como si fuera a escaparse. 

Cuando Galeno me desvistió , la última noche, del último día, me acercó a su cuerpo hasta lograr que estuviera encima de él y me abrazó. Yo me quedé un buen rato así, abrazándolo también, hasta que levanté la cabeza de su pecho, le di un beso breve en el, y le sonreí.  Él sonrió también y con creciente intensidad me besó. 

- ¿Qué te pasa que me querés arriba tuyo? - le digo, sólo para molestarlo, mientras le daba besos por toda su cara y su cuello.  

- Me encanta esta vista... 

- Ya me viste cien veces, igual, relajá. 

- No me importa, Veinteava, me gusta mirarte  - me dice, y es la única persona que me llama por mi nombre haciéndolo parecer dulce en un contexto así - Me encanta tu pielcita, tu olor, tu pelo de un millón de dólares todo desparramado en la espalda mientras dormís a la mañana... Me dan ganas de tocarte, pero estás durmiendo y... 

Me reí y me sentí muy halagada. 

- No me digas eso, mi ****, que me pongo colorada... - le digo - Huelo a cremas y a cosas para el pelo, es por eso que te gusta mi olor - le explico , mientras huelo su cuello y lo beso casi a la misma vez. 

Galeno levanta mi cabeza, corre el manto de pelo castaño sobre mi rostro, y rodeo con mis labios el contorno de su boca hasta que lo beso.  Un rato después, nos dormimos cansados, y el día siguiente parece todavía muy lejano. Me ha hecho sentir conectada consigo de una manera nueva, me ha besado, me ha acariciado y me ha tocado de una forma tan espectacular que jamás lo hubiera imaginado posible en un hombre de su edad, que ni yo sé muy bien cuándo me duermo, producto de la relajación suprema. 

Cuando amanezco y todavía estoy en un período de sensibilidad muy particular con el entorno,  lo siento tocarme los hombros con la yema de sus dedos y bajar por toda mi espalda, siendo muy delicado. Pero también, cuando evidencio el agrado que me genera ese modo de tocarme, y ni bien hago un breve movimiento, lo siento agarrarme por detrás y conducir sus manos con el sólo propósito de unas caricias un poco más íntimas. 

- Hola, mi *** , buenos días... - le digo, prendida dentro del juego, cuando me acomodo sobre si para que siga sintiendo lo mismo que yo siento, y que mi cuerpo siente, cada vez que me pone una mano encima y comienza a despojarme de toda la ropa. O cada vez que se despierta a la mañana con ganas de tocar mi cuerpo al desnudo y yo lo único que espero es que me alcancen las manos para complacerlo. 

- ¿Te despertaste? Umm - dice, riéndose, y sigue mordiéndome el cuello. 

Lo pego más a mi cuerpo en señal de afirmativa y le digo que sí.  Lo único que deseo en ese momento es que no deje de despertarme, así de lindo, nunca. 


viernes, 24 de enero de 2020

Reencuentro

Salgo del trabajo ese viernes y lo único en lo que pienso es en que tengo que hacer mil cosas: sacar dinero del cajero, comprarle el regalito a Galeno, organizar mis pertenencias y considerar si necesito lavar alguna prenda a último momento; también cargar la SUBE, comprar chicles, caramelos y derivados.  En cambio, cuando termino de trabajar el sábado, corro a ducharme. Mientras lo hago, desde su província natal, Galeno está viniendo a mi encuentro en su vuelo para poder pasar unos días juntos. Es el último fin de semana del año, el del veintiocho de diciembre, y pese a las dificultades horarias y existenciales de esas fechas, había pasado contando los días previos hasta que me llegara ése mensaje.

 " Ya aterricé en Ezeiza y estoy yendo para el hotel" dice el texto que esperé varios días, y no puedo evitar sonreír. "Me cambio y voy para allá" le respondo, a medida que voy memorizado el teléfono para pedir un taxi hasta el hotel en la Ciudad de Buenos Aires que reservó para los dos.  Me tomaría un cohete, de haber posibilidades, porque no quiero perder tiempo, al contrario, quiero volver a verlo lo más pronto que se pueda. Me tomo un remis que, sé, es lo más rápido que existe.

Cuando bajo del auto y Galeno está esperándome para ayudarme con los bolsos no puedo más que demorar un poco más la descarga de ellos y lanzarme a sus brazos, desprendiendo un breve grito de felicidad.

 – Hooolaa, - exclamo y me cuelgo de su cuello.

Galeno reacciona sorprendido y me devuelve el abrazo casi levantándome un poco del suelo. Está acá, en ese instante lo sé, y lo abrazo fuerte para recibirlo, para celebrar su venida, para hacerlo sentir anhelado.

- Hooola, hola - dice, con tonada.

Y me ayuda a descargar las cosas del auto. Su tonada me recuerda el privilegio de esos días juntos y me dispongo a disfrutarlos. Aunque al principio me cuesta creer que estamos juntos, más o menos a la hora, cuando ya nos reconocimos y ya nos conectamos físicamente, la presencia es una realidad más que tangible.

Cuando subimos y por fin estamos a solas en la habitación , no puedo más que mirarlo y reírme.  Sí, está acá, en Buenos Aires, una vez más. Le doy su regalo de bienvenida a la provincia mientras el me da una sorpresa que me trajo de la suya. En ese instante se sienta en la cama a observar como abro el paquete y me mira con expectación. Lo abro, descubro lo que es, comento brevemente un poco acerca de su gesto ... Y lo abrazo, tirándolo en la cama del todo, pegándome a su cuerpo.

-  Hola mi ****, bienvenido a la provincia... - le susurro, usando el gentilicio de la misma como apodo - Ahora sí se puede decir que llegaste...

Me observa largamente durante algunos segundos, y corre el pelo de mi cara.

- Hola, mi aliencita - me repite en susurros.

- Ya estás acá ... - digo, con alegría, y lo vuelvo a abrazar.

- Ya estamos acá , sí - me dice y me acaricia la cintura con ternura.

 - ¿Te acordabas de como te abrazo ? - le pregunto, un poco en broma y otro poco en serio.

- Claro que sí - dice - Y me acuerdo también de ésto - sonríe y me besa  - Permiso, señorita, voy a hacer una constatación  - dice de nuevo y vuelve a abrazarme, ésta vez, dejando correr más sus brazos larguísimos y sus manos suavecitas, impecables y tan limpias.

Lo beso. Me besa una vez más. Galeno ya está en Buenos Aires.

Un rato después, cuando salimos a pasear por ahí, me observa atarme el pelo en el medio de la vereda a la salida de la cena, caminar a su lado con mi short de jean desflecado y mis sandalias sin taco y decirle mis palabras con su llamada "tonadita porteña".  Anhelo, mientras caminamos juntos, que esté disfrutando aquél momento de la misma manera en que lo estoy disfrutando yo. 

¿Será por eso que cuando se va me cuesta unos días volver a mi ritmo habitual?


jueves, 23 de enero de 2020

Volver a volver III

A veces no puedo evitar sorprenderme de mi misma. A veces no puedo terminar de entender cómo, de una manera totalmente intuitiva, los seres humanos somos perfectamente capaces de percibir con los sentidos la venida de acontecimientos antes de que la realidad concreta corra el telón y nos los muestre.  Pero lo cierto es que, hoy por hoy, soy incapaz de volver a dudarlo. 

Hace unos días, hablando con Galeno cuando me consultó sobre cómo me había sentido en mi vuelta al trabajo, yo le expliqué que si bien me había ido bien, que había sido un día tranquilo con mis tareas particulares asignadas, sentía algo dentro mío. Fue como si, lo entiendo hoy, sintiera la calma que antecede a la tormenta.  Sobre el tema, Galeno me dijo que me diera el espacio, me contacta conmigo misma para escucharme y me diera el lugar. Y eso hice, claro, más allá de que lo hablé con él, me centré en escucharme. En escuchar esa voz interior de la que hablé unas entradas atrás. 

Primero, me cambiaron de lugar en la oficina y me cambiaron a mi compañero y amigo. Después, me enteré que una de mis superiores se iba. Más tarde, me enteré que se quedaba a cargo La Otra, que es tan especial como desagradable...  Y mis sensores siguiendo activándose, presintiendo, sintiendo, intuyendo algo que no podía explicar con palabras. 

Hoy, cuando llegué al trabajo de muy buen humor, anhelé que fuera un muy buen día. Saludé a mis compañeros, a los técnicos de campo, y me encaminé hacia mi sector para empezar la jornada. Cabe decir que yo tenía las tareas divididas, a diferencia del resto de mis pares, y hacía otro tipo de actividades que me dejaban más tranquila, que me habían permitido encontrar mi lugar dentro de un terreno que es siempre, por naturaleza, inestable.  Por eso, yo creo, llegué a cumplir cada mes allí, y a relajarme lo suficientemente, para ser muy puntillosa en mi laburo pero, especialmente, para sobrevivir allá adentro. 

Sin embargo hoy, a media mañana, mi supervisora me interrumpió y me dijo que fuera junto a dos compañeros más a la sala de reuniones de "la empresa". Y ahí me enteré de dos cosas. La primera: la tarea cómoda (y privilegiada si se quiere, que yo hacía) no existe más. La segunda: las dos plataformas con las que trabaja se unificaron en un sistema complejo, supervisado por la entidad superior para la que trabajamos (y quien les paga a quienes nos pagan el sueldo a nosotros). La empresa, que antes podía "tapar" ciertas macanas que se mandaban otros sectores, ahora, será penalizada. Y obvio, si a ellos les quitan plata, a nosotros, del sueldo, también. 

Lo cierto es que la capacitación fue un asco. Mi superior, que nos estaba dando la charla, no sabía contestar a nuestras dudas. Yo me llamé al silencio, hice algunas preguntas y traté de prestar toda pero toda mi atención. Sin embargo, no puedo dejar de saber que las gestiones se complejizaron y que ahora, el rigor sobre el trabajo, y la presión sobre cada uno de nosotros, va a ser mucho más dura. ¡Ya me las imagino, gritando y tapando cagadas por todos lados!  Porque si de algo me sirvió este año allí fue para darme cuenta que son lo más negreros que he conocido en la vida. Y que, el día donde Dios me dé la posibilidad de irme a un lugar mejor, lo recordaré solo como una experiencia necesaria, como un lugar de paso, como una condición indispensable para crecer. 

Lo que más necesito en éste momento, realmente, es cambiar de trabajo. Porque si me tengo que enfrentar a cambios que no me favorecen en un lugar donde siempre soporté; prefiero mil veces estar en un nuevo lugar, mejor, donde los nuevos desafíos se presenten y yo no sienta que un día cobro mi sueldo y al otro no... Porque ¿cómo una persona, en éstos contextos del país, puede trabajar así? 

A veces, siento tanto desprecio por aquéllos tipos que mandan en este barco, que no puedo creer cómo han tenido tanta suerte.  Pero, otras veces, no puedo evitar desear con toda mi fuerza que los cambios sean simplemente una bendición disfrazada. 

martes, 21 de enero de 2020

Compartiendo lecturas

" Cuando esté allá, voy a llevar a un autor ****, para leerte", eso fue lo que me dijo Galeno cuando yo le confesé que me gusta mucho que me lean en voz alta, especialmente, después de ver en redes algunos de sus vídeos leyendo a Cortázar, Borges, o Marechal (entre otros). Y, efectivamente, la última vez que vino a pasar unos días juntos desde su provincia natal, en la valija, al fondo, trajo dos libros de aquél autor que nació, creció, escribió y narró a la provincia donde él vive todos sus días. 

Fue por eso que, aquél lunes cuando cayó la tarde y nos fuimos a tomar mates a una hermosa sala de estar que tenía el hotel, íntima, con muebles restaurados y un sillón de ensueño, decidimos que era un momento apropiado para la lectura.  Habíamos ido a pasear, lo había acompañado a comprarse ropa debajo de la lluvia; ya habíamos almorzado afuera y habíamos visitado también a la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. A ése día, en términos de felicidad, es una osadía pedirle más. 

Sin embargo, entre mate y mate que me cebaba, y junto a las medialunas que yo había comprado para que merendemos, Galeno me leyó a su autor estrella. Fue, de una manera muy extraña, como si todo lo que yo hubiera querido que me pase desde siempre, se hiciera por fin parte de la realidad. Se atesorara en mi corazón con la gratitud y el sabor de bendición que traen los deseos más íntimos una vez que son cumplidos, satisfechos. 

- ¿Puedo leer? - me dijo Galeno, en chiste, mientras lo miraba sostener mi edición de La tregua. 

- Obvio. Tenés que leer ese libro alguna vez... Yo creo que te va a gustar. 

- No lo tengo. Ya me lo voy a comprar... 

- Te lo voy a regalar para tu cumpleaños - le digo, a modo de promesa, y pone cara de mansa aceptación. 

Entonces Galeno abre casi al azar el libro y luego de pasar algunas páginas, mientras va ojeando de qué va, con su hermosa tonada, me lee: 

" Domingo 9 de junio 
Quizá yo sea un maniático de la equidistancia. En cada problema que se me presenta, nunca me siento atraído por las soluciones extremistas. Es posible que ésa sea la raíz de mi frustración. Una cosa es evidente: sí, por un lado, las actitudes extremistas provocan entusiasmo, arrastran a los otros, son índices de vigor, por otro, las actitudes equilibradas son por lo genera incómodas, a veces desagradables y casi nunca parece heroicas. Por lo general, se precisa bastante valor (una clase muy especial de valor) para mantenerse en equilibrio, pero no se puede evitar que a los demás les parezca una demostración de cobardía. El equilibro es aburrido, además. Y el equilibrio es, hoy en día, una gran desventaja que por lo general la gente no perdona (...) ¿Qué no tiene que ver con ella en mi vida actual? (...) No quiero perjudicarla ni quiero perjudicarme (primera equidistancia); no quiero que nuestro vínculo arrastre consigo la absurda situación de un noviazgo tirando a matrimonio, ni tampoco que adquiera el matiz de un programa vulgar y silvestre (segunda equidistancia) ; no quiero que el futuro me condene a ser un viejo despreciado por una mujer en la plenitud de sus sentidos, ni tampoco que, por temor a ese futuro, quede yo al margen de un presente como éste, tan atractivo e incanjeable (tercera equidistancia) ; no quiero (cuarta y última equidistancia) que vayamos rodando de amueblada en amueblada, ni tampoco que fundemos un Hogar con mayúscula (...) " 

Yo lo miro y me sonrío lentamente mientras termina de leer la entrada en el diario íntimo de aquél personaje con un asentimiento de aprobación.  Elije otro fragmento, de otro día, y vuelve a leer para mí, complaciéndome. 

- ¿Vos también vas a leer? - me pregunta. 

- ¿Quéres que te lea? - lo miro, de pronto, avergonzada. 

- Sí, nunca te escuché leer... 

- Es que me da vergüenza... 

- Pero ¿cómo? Vas a ser profesora de ésto... - me alentó. 

Busqué un pasaje del que me había acordado durante el día, básicamente, porque nos habíamos mojado como dos tontos entre que íbamos de aquí para allá por Buenos Aires y caían gotas que equivalían a niños. Ese mismo pasaje, además, se lo había mostrado el mismo día que sacó los pasajes en avión para volar a verme por primera vez , mientras hablábamos de otra cosa, sin saber qué nos depararía el futuro. 

" Sábado 6 de julio
Llovió a baldes, después del mediodía. Estuvimos veinte minutos en una esquina, esperando que llegara la calma, mirando desalentadamente a la gente que corría. Pero nos estábamos enfriando sin remedio (...) En realidad, corrimos también nosotros como enloquecidos y llegamos al apartamento en tres empapados minutos. Quedé por un rato con una gran fatiga, echado como una cosa inútil sobre la cama. Antes tuve fuerzas, sin embargo, para buscar una frazada y envolverla a ella. Se había quitado el saco que correaba y también la pollera, que quedó hecha una lástima. De a poco me fui calmando y a la media hora ya había entrado en calor. Fui a la cocina, encendí el primus , puse agua a calentar. Desde el dormitorio , ella me llamó. Se había levantado, así, envuelta en la frazada y estaba junto a la ventana mirando llover. Me acerqué, yo también miré cómo llovía, no dijimos nada por un rato. De pronto tuve conciencia de que ese momento, de que esa rebanada de cotidianidad, era el grado máximo de bienestar, era la Dicha. Nunca había sido tan plenamente feliz como en ese momento ... " 
Cuando terminé de leer, y levanté la cabeza para mirarlo, Galeno me estaba mirando con gran ternura y sin embargo, no era ternura nada más. Había algo diferente a la mirada mansa de siempre que no logro averiguar por ahora. Aunque eso sí, no quise decirle nada, no quise que se inhibiera. Fue la primera vez donde lo ví mirándome así, de esa forma nueva y yo me alegré con ello. 

Galeno me acarició el brazo con el que sostenía mi libro, con algo que me dejó un regusto a cariño.  

- Lees re-lindo - me dijo. 

Y le sonreí. 

Más tarde, cuando ya estaba totalmente distraída, descubriría que hasta se despachó tomándome algunas fotos mientras buscaba párrafos para seguir leyéndole. 

lunes, 20 de enero de 2020

Consideraciones

En estos últimos días , a la luz del siguiente paso, pensé muchas cosas distintas sobre Galeno. No es que él haya cambiado en algo, al contrario, se ha mantenido en su palabra. La que se está replantando lo que le sucede con esto, soy yo.

Hace cinco minutos, por ejemplo, estuve tentada de silenciar el chat que tenemos y no hablar más por un tiempo. No responderle más.  Y el motivo fue nada más ni nada menos porque él está empezando a ser importante para mí y ya no me da igual si un día se duerme y no podemos hablar , aunque al otro día me escriba temprano pidiéndome perdón. Y ya no me da igual si no me llama por teléfono un día porque no puede o porque llega de guardias de doce horas y me dice por qué no me llamaste. ¿Por qué ya no pregunta él?, me digo yo, que dudo de todo, todo el tiempo. 

Ese es mi problema con esta "relación": yo ya no estoy acostumbrada a esperar. A nadie, pero tampoco  nada de los demás. Los últimos cinco años de mi vida fueron el desapego total de los hombres y es indescriptible la fuerza que está haciendo mi cuerpo para repetir el patrón con Galeno.

 Una parte mía lo quiere desechar. La otra, lo único que quiere, es verlo pronto para seguir construyendo. Una parte de mi desconfia de sus palabras y piensa lo peor y se pone paranoica. La otra, racionaliza, se relaja, se aleja de los episodios que hacen mal a la mente y escucha todos los detalles que Galeno le cuenta de su día a día sin desacreditarlo. 

Es como si una parte es capaz de terminar con todo esto a costa de que no sea importante. De que no me la tenga que jugar más. De que no tenga que empezar a dejar mi coraza para realmente poder darme. Sí, no es chiste. Por momentos, son irresistibles esas ganas de arruinar las cosas con tal de no sufrir.  De decirle "me parece que no vale la pena seguir adelante mucho tiempo más , yo no quiero sufrir , así que es mejor que no sigamos escribiendo esta historia". Como dice él, que conmigo está teniendo una historia , que estamos teniendo nuestra historia...

Pero ¿cómo le explico a Galeno el miedo al sufrimiento de darme y que vuelvan a despreciarlo? Él me lo ha dicho. No me desprecia. Quiere que exprese mis deseos cuando estamos juntos en la intimidad. Quiere que si tengo deseo de llamarlo, lo haga sin pensar que molesto. Quiere que entienda que sus amigos saben de mi, que parte de sus allegados sabe de mi y que saben que él viaja acá para verme y para estar conmigo , no para un Congreso. Y yo, realmente, sé eso. Pero una parte de mi no se lo puede tragar. 

Desde mi punto de vista,  parecería que Galeno  nunca puso su en duda su apuesta en esto, o incluso de mi, de que sobre nadie voy a preferirlo. O que quizá no le importo lo suficiente para hacerlo dudar. O que ya a los cincuenta años eso lo tenga sin cuidado.

Pero desde  mi lado, la mente ha empezado a afectarme. Y creo que esto es porque  he esperado tantas cosas relativas a lo afectivo , de tanta gente diferente, que ahora, en realidad, me parece una estupidez tener que esperar. Esperar un llamado, un mensaje o un viaje... Para todo, aguardar. 

¿Será como me dijo mi madre? El otro día en un momento particular, cuando pregunto por este cuasi yerno que tiene dos o tres años menos que ella, solo para saber cómo estaba, se dió cuenta que algo andaba mal conmigo. Y cuando le expliqué algunas cosas muy por encima , y le dije que no tenía sentido para mí, mi mamá me miró indignada. 

_ ¿Cómo que no tiene sentido, Veinte? ¿Por qué te pones así, que todo tiene que ser ya? 

- Porque esto no es sostenible, es una locura seguir adelante con todo esto mamá. Y prefiero hablarlo ahora. Creo que es mejor para los dos. 

- Veinteava - me dijo, a modo de reto - No seas caprichosa. Y no hagas cosas de las que te puedas arrepentir. ¿Cómo vas a arruinar algo tan lindo que te está pasando? Parece un buen hombre, él. Pensa lógicamente. ¿Vos crees que una persona se va a tomar la molestia de viajar de una provincia a otra si solo quiere perjudicarte? ¿Por qué le querés decir que no va más, si estabas tan contenta cuando viniste...? Y él, además, no te hizo nada malo. 

- No sé. Para mí es todo demasiado difícil. No sé si me la banco. Digo, todo bien, pero... Incluso s nivel económico el gana mas de diez o doce veces mi sueldo para sostener esto. Y yo no, mamá.  Hay diferencias grandes en ese aspecto y no puedo hacer la vista gorda.

- Pero él por algo se animó a verse con vos. Una persona que no puede con esos gastos no permite un vínculo así. Y el vino. Más allá de que le gustabas y que se debe sentir acompañado con vos, pago sus pasajes e invirtió lo que correspondía para venir a verte , y eso no lo hace cualquier tipo porque sí.  Tiene interés en vos , si no, no lo hace Veinte. Si solo quisiera tener sexo con una mina, se busca una de allá. Acá el tipo viene no porque quiera acostarse con una pendeja solamente, sino porque allá su vida no es concurrida. Y en vos debe encontrar una compañera, charlan, se divierten, se ríen, van a pasear, se dan apoyo moral o anímico todas las noches - ejemplificó - No hagas boludeces, hija. No la cagues . No seas tonta.  

- No puedo creer que estés defendiendo a un viejo , mamá. 

- Es que yo a vos te veo con el como nunca te ví con una persona joven. Vos sos la que tiene más miedo y más prejuicios. Pensalo. ¿Qué pasa ahora que querés mandar todo al carajo , te rendís así nomás? ¿Desde cuándo? 

Mire a mi madre en silencio. Jamás en veinticinco años me había hablado así. Mucho menos de una situación como esta, ante las que siempre de mostró en contra. 

- No seas injusta con el. No lo dejes sin oportunidad de demostrar lo que sería capaz de hacer por vos. Si te rendis a la primera, no lo dejas hacer ningún intento por vos.  No le digas nada. En serio. Pensa las cosas - dijo.

sábado, 18 de enero de 2020

Confesiones de convivencia

Cuando recién comenzamos a hablar, con Galeno, noté un detalle que me llamó la atención: cuidaba mucho su alimentación cotidiana. Y, mientras que yo soy un desastre andante en ése aspecto, a él, no se le ocurría comer ni siquiera un trozo de pan por las mañanas.  Debo decir que aunque me contestó que conservaba buenos hábitos porque, a su edad, no podía descarrilarse, a mí el argumento no me convenció del todo. Y supuse, teniendo en cuenta su profesión, que bien podía ser por la conciencia sobre el efecto que produce a largo plazo la mala alimentación en el cuerpo de las personas. 

Sin embargo, fue todo un gesto de confianza el que Galeno me contara que tiene que cuidarse de la presión, entre otras cosas, para que yo también pueda saberlo.  Y lo hizo con cierto pudor, aunque con mucha hombría, explicándome los procesos y las causas de ésto y de aquéllo. 

- ¿Eso quiere decir que sos hipertenso? - le pregunté. 

- Sí. Tengo antecedentes por parte de mi viejo y de mi tío - me dijo - y me tengo que cuidar con la comida, no puedo hacer como vos - me sonrió, con picardía. 

- Hasta los treinta, doctor, que me cambia el metabolismo, según sus dichos, puedo robar... - lo burlo, mientras cenamos en un bodegón porteño una picada extraordinaria. 

Galeno me mira, sonríe y me explica que toma pastillas para la presión.  Puedo intuir que le da un poco de vergüenza decirlo, y explicarme algunas otras cuestiones de salud, por eso, lo acaricio levemente en uno de sus brazos y le sonrío. 

- Ahora, cuando lleguemos a nuestra casita temporal, vamos a tener nuestro "momento care"... - digo y él se ríe. 

- ¿Momento care? - repite, frunciendo un poco el ceño.  

- Así vos tomás tus pastillas y yo tomo la mía - le digo, haciéndole un guiño de ojos. 

Galeno vuelve a mirarme y me hace un gesto que avala la seducción. Hay una diferencia justificada en el deseo entre el motivo por el cual él toma las suyas y yo tomo la mía. 

- Bueno... 

- Ahora que convivimos por éstos días, nos tenemos que hacer acordar... - lo burlo. 

Vuelve a reírse. 

Y seguimos comiendo. 

Un rato después, cuando estamos en el hotel, sigo buscando una remera sencilla para ponerme antes de darme una ducha. De pronto, mi alarma mental suena y me acuerdo que pospuse la alarma del celular que me avisaba de mi píldora. 

- ¡Galeeenooo! - lo llamo, con parsimonia , mientras él todavía se encuentra en el baño cepillándose los dientes luego de bañarse.

- ¿Qué pasó? - dice, mientras continuaba buscando ropa limpia. 

- Acordate de tomar las pasti de hoy - le digo. 

- Oh, ya me había olvidado... - me dice - Menos mal que le hiciste acordar al viejo... - bromea. 

Lo miro, todavía en ropa interior, y enarco una ceja. Mofo en el aire y me río de lo absurdo. 

- Quiero que sigas siendo el Jefe de Guardia más sexy de todo el servicio, así que callate...  - le recuerdo, en broma, y me doy media vuelta para sacarme los aros. 

Galeno pasa por detrás de mí, elogia mi cuerpo, especialmente mi cola, y se ríe antes de acariciarla. 

Ya tomó sus pastillas como corresponde, y yo, ya tomé las mías. 

- Ya está, está todo el orden - me dice - El viejo ya tomó todo, chicos...

-  Quiero que te cuides. Por eso te lo recuerdo. Viejos son los trapos, y quedó demostrado allá - le digo, mientras señalo la cama.

Sonríe. 

- Me tengo que cuidar de vos, pendeja - me responde.

Me río y  muerdo mi labio inferior. Galeno tiene una forma de decirme pendeja que lejos de ser lasciva me resulta entre tierna y demoledora. Me encanta, lo confieso, que me diga así. Me predispone.

- No, no te cuides de mí... - le pido, en un tono que sé que lo afecta - ¿Me vas a dejar despertarte a la noche? - le pregunto, haciéndome la que yo no fui.  

- Sí, me tengo que cuidar ... - admite con una mirada que describe todo lo necesario - Me tenés que dejar dormir  - me dice, y sé, perfectamente, que me está pidiendo todo lo contrario.

Me acerco solo un poco, sonriéndole:

- Bueno, está bien - me encojo de hombros - Cuídese que yo me encargo de hacer los líos con la comida... y con un par de tópicos más...  - lo burlo y me meto dentro del baño.


Cuando salgo, sin más que una toalla rodeándome, unos minutos después, Galeno mira el celular y me mira intermitentemente.

- ¿Ya te vas a ir a dormir? - me pregunta.

Asiento con la cabeza y, mientras, comienzo a secarme.  Ya no me da vergüenza que me vea como Dios me trajo al mundo.

- Sí. Me tengo que levantar temprano - le digo, aguantándome la risa.

- ¿Ah si? - pregunta, siguiéndome el juego

- Sip - admito - Más o menos tipo cuatro me puse la alarma...

- Qué temprano... - me dice.

- No te quejes porque vos también te vas a enterar - le digo, sólo para que se ponga mimoso.

Galeno suelta el celular, como si lo revoleara por la ventana, y me observa, largamente, en silencio, vestirme con detenimiento. Sé que lo está disfrutando y por eso me demoro. Paso crema por mis piernas, mis brazos y todo el resto de mi cuerpo. Cepillo mi pelo, amoldo mi pijama, y apago la luz del baño que olvidé encendida.

Luego, apropósito, me acuesto a varios centímetros de él.

- ¿Te puedo dar un abracito de buenas noches? - le digo.

- Claro que sí - dice, y me arrastra hacia su cuerpo.

Me acerco, me recuesto encima de su cuerpo, apenas cubierto, y lo abrazo.

Galeno me acaricia y me abraza, pese a que esté siendo captado por mí, y me dá un beso.

- ¿Por qué te vestiste? - me pregunta, entre mimos y el ambiente de elegirse y de desearse y de conocerse un poco más.

Me río.

- Para hacerte la contra, darte un poco de laburo ¿viste? ... - respondo - así me la tenés que sacar...

- Me parece muy bien...  - dice.

Y entre los dos empezamos a arrancarnos la ropa.

viernes, 17 de enero de 2020

Cuando te alejas

A veces, sólo a veces, muy determinadas veces, me pregunto qué sentido tiene seguir adelante con Galeno.  Es que, hay momentos, muy específicos, donde pesa la distancia, donde lo cotidiano no acompaña, donde las ganas de terminar un viernes tomando una cerveza se orientan más hacia el no tener que pensar en viajar hacia otra provincia para hacerlo, sino, en mandar un mensaje y recibir un " en cinco estoy".  

Cuesta esperar. Cuesta pensar en las miles de cosas que le pueden pasar o que el otro puede hacer estando lejos y uno ni enterado. Sin ir más lejos, cuesta saber que como a mí me está pasando en éste presente que Él me mira todo movimiento en redes y me lo cruzo en la calle pero jamás lo comparto con Galeno, a él le puede estar pasando lo mismo o cosas aún peores y seré incapaz de enterarme. A veces, claro, como creo que le puede suceder a cualquier persona que haya pasado por una situación similar o igual, yo no puedo evitar dudar si todo esto, en realidad, vale la pena. Tanto esfuerzo, tanta planificación, tanto cronómetro, tanto dinero que a veces no se tiene... Tantas, tantas cosas...  

Pero también me debo el hacer una salvedad: todas las veces donde dudé, desde el comienzo, fue porque tuve miedo de dar el siguiente paso. 

Hasta ahora, todos ellos, me han traído hasta acá. No obstante eso, hubo muchos momentos en todos estos meses donde me abstuve de cagarla sólo por obligarme a frenar, y, esencialmente, a dudar de las voces propias, en mi interior, que tiraban a matar a la primera de cambio. 

Veremos si encuentro un puñado de otras razones para saber que ésto no es más que una turbulencia pasajera o si en realidad es que hay cosas que no se pueden remar... 



jueves, 16 de enero de 2020

Volver a volver II

Mi regreso laboral post-vacaciones trajo aparejado más cambios. No sólo por la inminente renuncia de una de mis jefas, en búsqueda de nuevos horizontes, sino por mi otra jefa, que antes ocupaba un puesto secundario, y ahora, en cambio, va a pasar a hacerse cargo de todo.  Hay que decir que, aunque sea lo bastante capaz, es una persona que no sabe resolver al cien por ciento las cosas para estar en ese lugar y que, pese a eso, es demasiado engreída y autoritaria por la escasa formación que tiene. 

Aunque, nada de eso me sorprende, teniendo en cuenta las estructuras del lugar. La organización en sí, y el método de trabajo en la empresa, es muy malo. Desordenados, desorganizados y de aquéllos que todo lo atan con  alambre, siguen ahí, dando palos por derecha e izquierda, haciendo trabajar a la gente mal pagos, hacinados y con equipamiento digno de la época de la Revolución de Mayo. 

En mi caso, desde hace más de seis meses atrás, me dividieron las tareas. Me dejan atendiendo una mesa de ayuda telefónica de índole técnica para cuando a la gente le falla el servicio que brinda esos aparatejos y, por otra parte, para las siguientes cuatro horas, me dan archivos para trasportar datos al sistema, comunicarme con entidades comerciales y hacer tareas de mantenimiento en los equipitos.     Siendo honesta, esa es la parte que más me gusta de todo el trabajo que hago, pese a que me tomó seis meses agarrarle bien todos los trucos hasta que finalmente me dieron algo diferente al resto de mis compañeros en lo que aprendí a ganarme un espacio intentando no equivocarme. Es que, quizá tenés que trabajar muy encima del archivo como empleado, pero, de mi lado, es la actividad donde menor trato tengo con la gente. ¿Y qué si yo prefiero trabajar más pero no escuchar tantas porquerías? Para mí, es algo así como el mejor negocio que pude hacer en ese lugar donde, mucho más, no puedo crecer.  Sin contar que dicha actividad es la más solitaria, la más independiente y la más autónoma. Sí, creo que por eso también me gusta.  No dependo de que nadie comprenda lo que le indico o deje de gritarme, sino, de puntillosidad propia de mi manera de ser y de recordar los miles de detalles para ir completando las planillas. Sin contar que, la antes señorita mencionada, que ahora quedará al margen de toda la batuta, un día me pide que haga una cosa y se la hago y, al otro, me pide que le haga otra distinta, y ... también se la tengo que hacer, pese a sus contradicciones. 


La ante-última novedad es que ahora no sólo complicaron mi tarea ya que consiste en revisar lo que hacen mis compañeros y darle una barrida más profunda a los casos, sino que además de cuando en cuando me cae un correo de la antes mencionada para pedirme "por favor" que le envíe un instructivo de utilización de las máquinas  - ¡que yo misma redacté!- como comunicación oficial de la mesa de ayuda a distintas marcas.  ¿Y eso, quién me lo paga, no? Lo que más me resulta sorprende es que la gente que ocupa puesto de cierta jerarquía, y que se la re-contra cree por ello no sabe usar conectores, ni conjugar bien los verbos, ni diferenciar el modo y el contexto ,específicamente, en el que se usan expresiones del estilo: "la cual, lo cual, el cual" y manda a la "che piba" a la que "labura por dos mangos" a la "cucharachita que labura en la mesa de ayuda", a redactar las comunicaciones oficiales...   ¿Cómo puede ser que la persona que es el eslabón más bajo en la empresa sea, sin embargo, la que redacte instructivos de las máquinas que después ellas usan como oficiales y los reenvian en nombre de...? 

La última novedad es que, oficialmente,  también me cambiaron de lugar en la oficina. Ahora estoy a un paso de la susodicha antes mencionada, bajo su vigilancia, como si fuera el colegio. También estoy en un escritorio, estilo box, para mi sola, donde espero que se arrepientan de mi presencia pronto y me devuelvan a mi antiguo lugar. 

¿Será un buen momento para que empezar a creer que ya es hora de estar en un lugar mejor? ¿Será un buen momento para empezar a creer, realmente, que pese a lo duro que fue en un comienzo, he logrado poder con esto, y tengo derecho a aspirar a estar un lugar donde sea más remunerado mi esfuerzo y haga otro tipo de tareas?  Una vocecita dentro mío me dice que sí.  Que ya es hora. 

Yo, por mi parte, comenzaré a seguirla, anhelando que me lleve al mejor lugar. 

martes, 14 de enero de 2020

El permiso a la vida

Por razones que no vienen al caso detallar, hoy me dí cuenta que Galeno me importa de verdad. Sí. Me dí cuenta de algo que, hasta ahora, no había descubierto, que no me había querido decir, que no había querido sentir del todo: Galeno, como si nada y como si todo, se ha vuelto importante en mi vida. Y no sólo porque, como hablamos ayer, fue testigo y partícipe del nacimiento de una nueva Veinteava, el paso de esa chica que hace meses atrás no quería que viajara a Buenos Aires a otra que lo ha agradecido enormemente siempre que se dió...  Sino porque cuento consigo y el solo hecho de pensar en lo extremo de "no verlo más" ciertamente, me genera angustia. Porque aún mismo yo sea plenamente tácita y fría, y entienda perfecto que vivimos en provincias diferentes de Argentina,  y que son otros nuestros tiempos, hoy me dí cuenta que Galeno me importaba, cuando salí de trabajar, y mientras esperaba el colectivo. 

Sí, pese a que yo no podría calificar lo que siento, ni mucho menos ponerle un nombre, ni definir tampoco qué somos (¿Qué somos? ¡Tiburones!) , lo único que puedo afirmar es que Galeno me importa. 

Y aunque muchos digan que nosotros llevamos una relación de novios a distancia, yo no puedo dar la pauta para eso. Lo hemos hablado y ninguno de los dos tiene respuestas todavía de si somos novios o no, porque nos estamos conociendo de cerca y de lejos, haciendo esfuerzos grandes para que nos vayamos encontrando en el desencuentro del espacio pero no de la intención. Pero lo que sí puedo decir, gracias a Dios, es que Galeno tiene conmigo los gestos que yo necesité que alguien tuviera para poder relajarme entre sus brazos y desearlo, y anhelarlo, y sentirme libre.   

Por ese mismo motivo es que él me importa. 

Porque me ha dado el espacio de aprendizaje y de libertad más bonito que recibí en mi vida hasta ahora. Porque me ha tocado con delicadeza hasta derribar mi miedo, porque me ha despertado con deseo toda una gran parte de mí que yo no conocía y porque me ha enseñado, sin saberlo, y especialmente sin quererlo, a creer que las cosas buenas llegan hasta cuando parece no haber ninguna pista. Pero eso sí, también me ha demostrado con su conducta que, de nuestra parte, se necesita el coraje para permitirse vivirlas. 

Y, en realidad, sí, Galeno, hoy en día, es alguien importante en mi vida. Yo me permito el coraje a reconocerlo, de a poco, despacio, pero siendo realmente honesta conmigo misma. 

Del futuro, sólo Dios dirá. 

lunes, 13 de enero de 2020

Volver a volver ...

Hoy regresé al trabajo luego de mis vacaciones, es decir que volví a la rutina y me encontré con algunas novedades en la oficina.  La primera fue la decoración que me hizo una compañera de regalo por mi cumpleaños para mi box - ¡una ternura total el gesto! - y la segunda es que una de mis supervisoras del sector, se va. 

Quizá, el segundo caso, es el que más me trae curiosidad. Y en el que espero, todo se vaya ordenando para que no afecte mi trabajo ni el ambiente en general con todos mis compañeros.  Pese a todo lo que me hizo pasar en un comienzo, y de su forma de ser laboralmente, la realidad es que le deseo lo mejor. No le guardo rencor. Lo he tomado como parte del aprendizaje y considero que me ha llevado a ser más tolerante. Si algo tengo que decir respecto a su partida es que a todos nos tocará el momento de emprender para otros destinos, por lo que hay que anhelar que sea con paz, buena energía y esperanza para la persona que se va.  Yo, independientemente de lo que ella piense de mí, o de mi trabajo, le deseo eso.  

Y, en general, ojalá nos llegue lo mejor en el momento justo a todos. Porque todos tenemos nuestras búsquedas personales.  Pero, ojalá también, el regreso con sus cambios, sea en un marco de tranquilidad...

sábado, 11 de enero de 2020

Dormir juntos

El descanso nocturno es una de las actividades mejor conceptuadas del universo. Cuando dormimos nos relajamos a tal punto que perdemos contacto con nuestro alrededor y logramos concretar un estado peculiar, único, donde además de reparar nuestro cuerpo, a veces, hasta nuestra mente produce imágenes deliciosas para el cerebro.  Y sin embargo, de sólo pensar en dormir con Galeno, no sabía muy bien cómo reaccionar, en un principio. En nuestros últimos días juntos, de plena convivencia, creo que logré conocerlo mejor y él, por su parte, conocerme un poco más todavía. No sólo por el desembarco en el hotel, con mi neceser llenísimo de cremas, perfumes y tratamientos corporales, sino, también, por las manías al dormir que fueron mutando día tras día de acuerdo a las actividades transcurridas en el. 

Lo que para mí, en cambio, constituyó una sorpresa fue el hecho capital de despertarme todas las mañanas junto a él, mirarlo dormir dos segundos y darme vuelta, aliviada, como si necesitara constatar que no se hubiese escapado durante la madrugada. Y lo que constituyó, además, un vendaval de ternura, fue la manera de despertarme de un Galeno que no me mezquinó ni una sola caricia fueran las siete de la mañana o las cinco de la tarde. 

El domingo a la mañana, es decir, la primera noche de éste viaje que pasamos juntos, desperté lo bastante temprano por lo que me quedé mirándolo dormir en silencio durante varios minutos, sin tocarlo, sólo para guardar en mi memoria todo lo que me importase de esa imagen. Pasado un buen rato, sin embargo, me dí media vuelta y caí en un sueño entrecortado que se interrumpió encontrándome dada vuelta, con el pelo interfiriendo en mi espalda al aire libre, y un Galeno que siendo muy delicado solamente me acariciaba con la yema de los dedos el contorno de los hombros. 

Sonreí, lo recuerdo, todavía con los ojos cerrados, tomando noción de que ésa era, increíblemente, la realidad de mi amanecer. Después estiré una mano, sin ponerme de frente, sólo para corresponder a su contacto con otras caricias, pero Galeno se acercó enseguida, pegándose a mi cuerpo desde atrás y llenándome de besos el cuello y la parte baja de la nuca. 

- Uy, qué lindos tus buenos días ... - musité, todavía dormida, dominada por la pereza mañanera. 

Galeno se rió, suavecito, y me abrazó con más tesón. 

- Buenos días - me dijo, con tonada, besándome las orejitas, el cuello, los hombros, y la parte lateral de las costillas - Qué lindo despertarse así ¿eh? - me burló. 

- ¿Sin ropa? - lo burlé, todavía sin mirarlo. 

- Además, sí, pero con esta vista... - celebró, haciendo referencia a mi cuerpo totalmente ganado por el sueño, y por mí, dormida hasta por las dudas durante toda la noche anterior, sin nada que me oculte.  

Un rato después, cuando ya nos habíamos acicalado, aunque sin vestirnos todavía,  lo miré intentar decidir su atuendo del día con detenimiento. 

Galeno me miró, de pronto, y entendió lo que yo necesitaba que entendiera, así que volvió a la cama donde yo me había quedado haciendo fiaca recién bañada y se decidió, en ese instante, por común acuerdo, bajar más tarde a desayunar. 

Una vez que bajamos, la dueña del hotel en persona, nos preguntó cómo habíamos descansado. Ambos, escondiendo una mirada de complicidad, musitamos un : "muy bien, todo muy bien" y un "sí, descansamos muy bien". 

No se imaginó la capacidad tan suave y tierna, pero al mismo tiempo para intensa, que Galeno tuvo esa mañana -y las que le siguieron - en su poder, para darme los buenos días.  Porque no es que yo sea una ninfómana, que lo único que quiera de éste hombre sea exprimirlo, si no, más bien, todo lo contrario. Siempre he sido muy cautelosa en eso, y el proceso de disfrute, me había resultado más trabajoso que placentero, a decir verdad, aunque sin restar los méritos de aquéllos días...  Y sin embargo Galeno me ha sorprendido enormemente por su ternura, por su capacidad de entender mi cuerpo, por entregar el suyo sin condicionamientos, por ponerse a disposición, por decir que sí a todo, por disfrutar del propio disfrute y , después, sólo después, desarmarse sobre si mismo, sonriéndome. 



La mejor parte de dormir juntos, me hubiese gustado decirle a la dueña del hotel, es despertarse y ser acariciado y mimado con tanta conciencia y tanto respeto, pero al mismo tiempo, con la dimensión del disfrute y la celebración que aquéllo representa. 

viernes, 10 de enero de 2020

Regalo

Desaparecí estos días, sí, lo sé. El motivo fueron las vacaciones que me tomé, mi cumpleaños número veinticinco y el primer año de mi sobrino, El Principito, que revolucionó el Universo.  Desaparecí de mi casa, de la Facultad, del trabajo, del resto de mis amigos. Y, un poco desaparecí para Galeno, con quien establecimos contacto cada vez que pudimos, una vez por día, mandando fotos, mensajes de buenos días y avisos de que el vuelo había ido bien. 

Lo curioso, en este contexto de más distancia, fue que en esas charlas, siempre recordó que faltaba poco para mi cumpleaños.  Y sin embargo, aunque ya intuía que seguramente me iba a saludar no puedo dejar de reconocer que me sorprendió su mensaje. No sólo por lo largo, especialmente si viene de parte de un hombre, sino por lo elaborado. Fue como si todos los otros mensajes de muchachos connotando a mi cumpleaños, hasta éste momento, hubieran sido apocados y se hubiera levantado una vara mucho más justa y alta en cuestión de intención.  Porque Galeno, pese a que demuestra su interés, no incurre en las demostraciones tácitas de afecto y yo ,por mi parte, tampoco. 

Supongo que el motivo es porque no hace demasiado tiempo que nos conocimos y es una etapa de  fuerte descubrimiento sobre el otro, por lo que el vinculo se construye muy despacio, aunque eso no se diga todo el tiempo y quizá ninguno de los dos quiera tener demasiada conciencia sobre ello por miedo a arruinarlo.  

¿Será por eso que desde mi lado, desde esa esfera, yo tampoco incurrí en ninguna declaración tácita de afecto... ? Cuando pienso si tengo una unión de ese tipo con Galeno, sólo puedo responder que es un hombre que me gusta, con quien la paso muy bien y con quien tengo algo parecido al cariño en éste momento, donde todo se está haciendo. Supongo que a veces entre más ignoramos las cosas, mejor resultan, por lo que lo único que quiero tener presente hoy en día es que desde hace seis meses lo estoy descubriendo en persona y a distancia, evaluando su continuidad, su respeto, la importancia que le da a las cosas que me importan; e intentando encontrar también la mejor manera para poder hacerlo sentir acompañado, para aportarle algo a la vida de una persona que vivió mucho, conoció mucho, y no se me muestra fácil de conmover, al menos, en apariencia. 

Porque, por momentos, no puedo evitar preguntarme qué le puedo sumar a la vida de un hombre de cincuenta años que ya se ha casado, se ha separado, ya ha tenido hijos, ya ha progresado, ya ha viajado y ya ha cumplido muchos de sus sueños...  Y sin embargo, la respuesta, hoy entiendo, se le aparece cuando me agarra de las manos en un restaurante mientras esperamos la comida y yo le sonrío o lo miro con "mis ojos de escrutinio", como me dice él. O cuando lo acaricio despacio, suave, y me mira maravillado como si no quisiera perderse ningún detalle de lo que estoy haciendo y de lo que le está pasando, y se emboba con mis manos yendo y viniendo por todo lo que es él.  O cuando le llevo una caja con los alfajores que le gustan, y que no consigue donde vive, porque son sólo de Buenos Aires, y en cada uno de ellos hay un papelito con un mensaje y un momento indicado para que lo disfrute... Es que Galeno es un hombre fuerte para los demás, y hasta reacio para quien no lo conmueve. Se hace cargo de mil cosas, en lo personal y profesional, y sin embargo, también ha aprendido a detenerse a sacarle una foto a un atardecer. Supongo que por eso, a veces, no hay otra forma de demostrar complicidad y camaradería que no sea a través de estos gestos para las personas que son fuertes por fuera pero que, en realidad, mueren de ternura por dentro y cualquier beso bien dado los conmueve hasta las fauces. 

Galeno sabe ser prolijo y muy justo en su trabajo, separa los vínculos profesionales de los personales y no considera amigo a cualquiera. Aunque en lo personal,   tampoco deja acceder a todas las personas. Eso no quiere decir que les falte el respeto, pero tampoco, que se deje pisar o que confié en dos segundos.  En el universo de la medicina es un médico con buen criterio, que pese a tener una jefatura y una gran responsabilidad, no pierde la sensibilidad, que adora a los chicos, que se preocupa por ellos, que discute por ellos y que lucha para que tengan lo mejor en su servicio, sin importarle si se tiene que pelear con un representante del Ministerio de Salud o con el Director de un Hospital. Galeno es un médico que no se la cree ni un poco, que es capaz de ir a trabajar en medio de la pobreza más plena para hacer medicina asistencial y que no se sube a la ficción de los autos caros, los perfumes incomparables y las camisas europeas planchadas para ir al consultorio.  Pero también, en la vida personal, es un hombre extremadamente observador, que sabe escuchar y que en ese proceso te pone a prueba y te cuestiona sin herirte, para poder conocerte mejor. 


Por eso, me sorprendió su mensaje. Porque entendí que había visto y entendido cosas de mi, que yo pensé que no había notado, que no le habían importando. Y, contra todo pronóstico, ahí estaba una enumeración de todo lo que conoció hasta ahora, como si me conociera desde hace años: 

" ... feliz vuelta alrededor del sol ; es un saludo nuevo, ya que nos toca acompañarnos en nuestros caminos desde hace algunos meses (...) Sos una persona sensible, buena gente luchadora, inteligente (...) , todo eso te hace muy atractiva y merecedora de todas las cosas positivas (...) Quiero que transites todo tu sendero con las mismas carcajadas que siempre te digo, de ese día que llegabas tarde y no podías caminar de la risa hablando conmigo por teléfono". 

Y sí, finalmente, acá está el tipo... El hombre que yo pensé que no iba a existir, el que tuviera dos segundos para darse cuenta que está frente a una persona. Quien me diera la confianza suficiente para poder expresarme, en todos los sentidos, sin sentir miedo. Finalmente Galeno vió que soy sensible, que soy sensible aunque me muestre fuerte por fuera. Que he luchado y me siento orgullosa de eso, según como fue viniendo el sol. Y otras cosas que yo, en realidad, hubiese sido incapaz de poder calificar desde mi propio interior.  Acá parece estar el hombre que habiendo visto todo eso, habiendo sabido de los momentos más tristes y de los más felices de mi vida, habiéndome escuchado llorar o visto  y escuchado explotar de placer bajo sus manos, habiéndome abrazado, besado y acariciado, habiéndome escuchado leer o visto sin maquillaje; no huyó. No, no huyó. De mí ni de si mismo frente a lo que implicó tener que tomar las decisiones del caso. Pese a todo, inclusive, a los que, ahora son, veinticinco años de diferencia (y al mismo tiempo, de una inexplicable juntura), no se rajó.  Y eso, constituye casi un milagro en materia de coraje.  

Por eso, tomar dimensión acerca de lo que está pasando, fue un regalo... de cumpleaños, sí. 


viernes, 3 de enero de 2020

Para vencer los miedos

Si tuviera que poner las cosas en su debido sitio, debería empezar por reconocer que las historias, ahora lo sé, se forjan de a dos. Y, aunque siempre haya sido una persona auto-suficiente, a quien le cuesta mucho recibir ayuda, la vida empezó hace unos meses a enseñarme que el miedo, obstáculo fundamental a resolver para poder permitirse vivir nuevas experiencias es mejor si se transita con ayuda. 

Hace cinco meses atrás, cuando yo no había intercambiado ni un solo mensaje con Galeno, sólo pensaba en la universidad y en el trabajo. Trabajar para pagar cuentas y salir de vez en cuando y estudiar para recibirme y poder cambiar de trabajo. Al margen de eso, contaba con mis amigos, amaba enternecidamente a mi sobrinito y trataba de apreciar todos los días, antes de dormir, el tener salud, trabajo y fuerza de voluntad para seguir adelante... Hoy en día creo que, de haber sido únicamente por mí, de ese modo, podría haber seguido viviendo para siempre.    En mi vida de entonces no había espacio para el amor, para la vulnerabilidad asociada al mismo y ni siquiera para salir esporádicamente con alguien. Hoy sé, absolutamente con claridad, que lo que yo tenía era miedo, aunque, siendo justa conmigo misma, tampoco existía nadie que fuera capaz de romper mi coraza interior, haciéndome caer en la cuenta, para ponerme al día con la labor interior.  En el trabajo tenía varios pretendientes pero ninguno me interesaba. El Reo me escribía diciendo que quería dormir conmigo, y yo me reía, pero en el fondo, tampoco me interesaba.  Así que… De nuevo estudio, trabajo, cuentas para pagar, mi familia, mis amigos, mi sobrino... De nuevo agradecer lo que estaba, agradecer y no cansarme, por vez numero mil, de dar las gracias.  Sí, definitivamente, podía haberme quedado en esa vida, para siempre. Porque sufriendo no estaba y, lo cierto, es que ya había aprendido a vivir con lo que me tocaba. Y aunque suene tonto, lo que me tocaba, para mí estaba muy bien.

Sin embargo, días después de que me mandase la solicitud de amistad, con Galeno, se desató una tormenta de likes. ¿Cómo decirlo? Galeno leía lo que yo leo, escuchaba la música que yo oía (pensando que no la conocía nadie), y, era fanático de Rayuela. ¿Cómo no íbamos a desparramar likes por todos lados, en las fotos del otro, aunque uno estuviera en una provincia y otro en la otra? Argentina es ancha y basta, sí, pero Instagram me había dejado dejar corazoncitos por doquier y me dejaba, también, recibir los suyos.  ¿Qué si habíamos hablado? En ésos primeros días, nada.

Hasta que sucedió algo que me conmovió. Y fue ver una foto de Galeno en París, haciendo el mismo recorrido que hacen los personajes de Rayuela; es decir, haciendo exactamente lo mismo que yo sueño hacer el día en que pueda conocer París.  ¿Si eso fue todo? No. Porque solo viendo la foto yo me di cuenta gracias a la lectura que se trataba de Rayuela, la novela que amé, que llevo tatuada en el brazo, que me llevó a elegir mi profesión. Pero… ¿Sabría él que tenía que ver con el pasaje que hablaba de La Maga? Sí. El sabía. Incluso había puesto, con cierta decepción: “Tenías razón, Julio, La Maga no estaba en el puente…” a modo de comentario. Y yo, ya lo había leído siete veces y no podía sacarme la imagen de la cabeza con el  epígrafe perfectamente citado, aludiendo a ése capítulo. 

¿Y qué hice ahí? Anhelé, sí. Se me apareció la certeza de anhelar preguntarle millones de cosas. Anhelar que me cuente. Anhelar saber por qué le gustaba tanto una antinovela a un hombre que, tal como sospechaba, nada tenía que ver con la literatura.  ¿Si me iba a quedar con la curiosidad varada en la garganta? No. Ése fue, sin saberlo, el comienzo de una tormenta que acabó por despojarme de los miedos.  Yo, sin hacerme una remota idea de las consecuencias de ésa acción pequeña, le comenté la foto – bien sacada, además – diciéndole algo como “no me puedo imaginar ese puente sin esa cita; es excelente”.  Galeno me respondió diciendo algo elogioso sobre Cortázar y continuamos cada uno su vida, entre tanto, con la lluvia incesante, suave, de likes.

Días después, la primera charla en privado duró tres horas y me dijo, en ella, algo que yo pensé y sentí, pero que me guardé: "estuvo bueno hablar con vos". Así, sin melodrama, con sinceridad, y sin demasiadas intenciones, teniendo en cuenta que él vive en una provincia y yo en otra.   En principio, lo central era eso: a medida que pasaba el tiempo había encontrado en Galeno lo que no encontraba en mis compañeros de trabajo o mis compañeros de facultad, pero incluso, lo que tampoco veía en cualquier tipo ajeno a esos ámbitos. Con Galeno podía hablar lo que era nuestra novela favorita y no por eso tomaba una posición naif acerca de la obra, sino, todo lo contario. Era un tipo sencillo, amando una novela compleja, que la reconocía como tal y se dejaba superar a sus anchas por la fuerza artística de la misma.   Luego de esa primera charla, empecé a descubrir que, en si mismo, él era un hombre muy culto. Se interesaba por conocer lo que ignoraba y no se abocaba, solamente, a interpretar el lado de la realidad que le había tocado en suerte. El indagaba, se movía a zonas desprestigiadas ejerciendo su profesión de médico con plena conciencia social y busca escuchar la voz de los demás; sus miedos, sus historias, sus necesidades.  

Y ¿cómo no interesarme por eso, no? Cada día hablábamos más.  Galeno no caía en los lugares comunes que, en muchos hombres, tanto me molestaban; era muy respetuoso, no me decía que estaba buena ni me pedía fotos desnuda. Él hablaba conmigo de literatura, de arte, del trabajo, de nuestras vidas y, por ello,  creciendo en proporción muy veloz respecto al tiempo; la conexión se gestó y el contacto cotidiano se hizo una realidad.   Pero, cuando él quería hacerse realidad en mi vida, justo ahí, yo no supe de dónde agarrarme para atajar el miedo. Y fue la primera vez que me ví frente a la paradójica situación de no poder salvarlo sola. Porque… ¿Cómo es que ese hombre con el que yo disfrutaba hablar, que ni siquiera había visto una sola vez frente a frente, estuviera dispuesto a tomarse un avión para conocernos? Darme miedo, era poco. ¡Me parecía una locura, una verdadera locura con patas! ¿Y si no existía, y si todo era un engaño? ¿Y si Galeno no era alguien real, sino una ficción insana de algún loco enmascarado en el pesado anonimato?

Con el tiempo, empezamos a mandarnos mensajes de texto, de voz, y a llamarnos por teléfono. Todo fue, desde el vamos, una lucha con el miedo y un permanente paso a paso. Con el tiempo, también, fui empezando a pensar que quizá Galeno no era un mal tipo. Sólo era un hombre que vivía en otra provincia, de cincuenta años, que ya no estaba en condiciones de desperdiciar la posibilidad de encontrarse con una chica, que aunque joven, había estado hablando con él el último mes y medio, de día y de noche, durante largas horas, todos y cada uno de esos casi cuarenta días.  

Pero yo, al mismo tiempo, era esa misma chica que, aunque joven, sentía que se estaba exponiendo tanto y a tal punto que no podía afrontar ese miedo. Una chica que necesitaba, efectivamente, que alguien más la ayudara… Que alguien le hiciera creer, un poquito, nada más, que la vida no era una matriz de cobardes…  Para que se dejara. Para que se ablandara. Para que se reencuentre con partes muertas de si misma. Para que se animase , finalmente, a dejarse ayudar y a no sentirse menos mujer por ello. Para que creciera, viviera, experimentara.



Pero especialmente para que fuera capaz de decirle: “Fui feliz este fin de semana, Galeno”, mientras se despedían en la recepción desolada del hotel el último día del año; y ella se le colgara del cuello, besándolo con intensidad, y él la abrazara al mismo tiempo que le subía un poco más el vestido para despedirse de sus muslos.

Sí, los miedos, a veces, se vencen de a dos. Y uno no es menos ser humano por eso, sino, más bien, todo lo contrario. Con justa razón, quizá, si no hubiese habido un Galeno en ése momento, hoy no existiría ésta Veinteava... Pero, eso sí, si no existiría una Veinteava, quizá él no hubiera comido nunca un alfajor Capitán del Espacio de los que, con tanto cariño, le compro yo.