Lo más inusual que ocurrió con Galeno, desde la primera vez que hablamos, hasta la primera vez donde nos vimos personalmente, fue congeniar. Lo hemos hablado muchas veces ya, desde que nos contactamos por primera vez hace casi siete meses, pero sigue siendo algo que nos sorprende y nos reconforta al mismo tiempo, en especial, cuando estamos lejos. Porque, en la distancia, cotidianamente, todo se hace difícil , claro. Y donde uno quisiera poner abrazos, mimos o caricias, a veces no tiene más remedio que poner su voz, sus palabras, o alguna foto alentadora que ayude a sobrevivir a las responsabilidades de todos los días.
No obstante eso, algo que Galeno siempre me dice, como asombrado, es que nosotros nos entendemos bien para las cosas cotidianas , pero además, en el ámbito íntimo, es como si nos conociéramos desde hace mucho pero mucho tiempo. Y yo, desde mi lugar, en ese aspecto , no puedo dejar de estar de acuerdo. Nosotros - me dice - tenemos piel. Yo por mi parte siempre le digo que, cuando estamos juntos tenemos piel y, cuando estamos lejos, tenemos mejor wi-fi.
Porque con una sola palabra, en persona, con solamente un roce, con una mano que accidentalmente roza su falda, o viceversa, Galeno se transforma y configura para mí las técnicas repetidas y mejoradas a través de los años. Pero también, cuando estamos a tantos pero tantos kilómetros, Galeno me manda una foto cotidiana o un mensaje de voz dejándome besos, y el panorama se vuelve insostenible a los pocos minutos de transcurrida la charla.
- No me podés decir eso, Galeno - le dije, viajando en colectivo desde el trabajo a mi casa , sonriéndome - No me podés decir todas esas cosas en el transporte público - insistí, porque es capaz de activar mi deseo , y yo el suyo, en lugares muy poco comunes.
- El wi-fi es hermoso - me dice, y vuelvo a reírme, porque a él se le está complicando concentrarse en el silencio de su Consultorio mucho más que a mí y a las evidencias que me muestra me remito.
Es que, siendo honesta, Galeno la pasa tan bien diciéndome cosas pícaras en cualquier lugar, que yo lo único que quiero es que, aún mismo esté en su Consultorio, haga uno más de sus aventureros y frondosos viajes mentales. Por eso, le estiro la lengua y lo dejo distenderse, dándole permiso para que se suba a la corriente, y siguiéndole el juego. Al caso, tiene conocimiento de la situación, y sabe que si un cliente me está gritando por algo que no puedo solucionar en el trabajo, yo, mientras tanto, reproduzco una cinta de deliciosas imágenes y sensaciones hasta que invadan por completo mi cerebro. Es que, siguiendo su consejo, si siento que la oficina se me cae encima, solamente tengo que pensar en lo lindo que es ese momento donde Galeno se rinde bajo el disfrute de todo lo que construimos. Pensar, únicamente, en ese segundo donde una vez que mi disfrute es manifestado abiertamente, ambos nos juntamos y nos potenciamos para encontrar el suyo . Pensar únicamente en esos instantes donde mientras lo sigo acariciando y besando, como si estuviera augurando el nuevo estallido, y mi Galeno se siente libre de sentir y de evidenciar lo que desea para que pueda cumplirselo, lo único que quiero es que contenerlo, asegurarlo, ganármelo. Pensar en estar a su lado, dándole su tiempo para que se relaje, dándole su momento para que se excite, esperándolo, acompañándolo, cuidándolo, dejándolo sentir cada caricia, dejándolo construir su proceso y sentirme satisfecha con el objetivo logrado.
Igual que él, que por suerte también me cuida, me espera, me acompaña, me respeta, me honra y me guía para que yo descubra lo que es, a ciencia cierta, disfrutar de un sexo humanizado que nada tiene que ver con el miedo o los complejos. Del sexo sin condicionamientos, sin debe y sin haber, sin "te doy para que me des" o sin " tu disfrute vale menos que el mío". De un encuentro donde uno le enseña, lentamente, y con cariño, al otro, a ése otro que lo está conociendo, a descubrirlo sin saber que, al mismo tiempo, aquél otro lo hará redescubrirse. Porque lo lindo de compartirnos, cada vez que nos vemos, es que todo lo que nos deseamos se alivia y cada caricia o cada beso se valora el triple.
Y eso es, a fin de cuentas, es tener piel: que todos los encuentros sean deseados, respetados y cuidados y que el sexo disfrutado nada tenga que ver con el procedimiento propio de un trámite en AFIP. Que sea una forma más de expresar todo lo sublime que nos reviste de una divina humanidad. Que sea el modo donde más unida, más vulnerable, y más conectada, a la vez, me siento con Galeno. Pero además que sea ése mismo el método donde Galeno, producto de la libertad que ve forjarse cuando estoy entre sus brazos, del desprejuicio, y de esa versión de mi misma que él conoce y que - me dice - le encanta o lo perturba en partes iguales; no quiera dejar de implementar.
- Vos, a los cincuenta años, ya habrás sentido y hecho de todo, Galeno - le dije la última vez que lo ví - Creo que quizá te aburrís un poco conmigo... - le advertí.
Galeno me sonrió con su santa paciencia y me miró de una forma muy intensa.
- No me aburrí, no generalices... - dijo, solamente, y de pronto, poniéndose serio - Yo me quiero acostar con vos, más allá de que ya me haya acostado antes con otras mujeres, ahora, te quiero a vos.
Lo miré y me sonreí.
- Qué declaración tan fuerte, chicos - lo burlé.
Me sonrió.
- Sólo me refería a que es una lástima que no podamos compartir este descubrimiento de una intensidad diferente...
-¿Y quién te dijo eso?
- ¿No te pasa que después de haber estado con tantas mujeres no tenés expectativas de sentir cosas nuevas?
- No - sonrió - Con vos, por ejemplo, me pasa todo lo contrario.
- ¿Qué querés decir con eso? - le pregunto, con un dejo de parsimonia porque entiendo el punto.
- Que yo nunca, ni cuando estuve casado tantos años con ***, ni cuando estuve en pareja después de que me separé, me había animado a hacer lo que hice la primera vez con vos. Para mí, fue un flash. Ví que vos me acompañaste todo el tiempo, y eso, me encantó, hizo que todo fuera aún mejor de lo que yo esperaba. Me pareció super tierna la forma en que me mirabas, en que me acariciabas...
Sonreí.
- Quería que te sintieras tenido en cuenta - musité - Quería que sintieras que yo realmente estaba ahí con vos, anhelando que disfrutes del momento...
- Lo sentí, sí, me di cuenta - dijo - Para mí, Veinteava, es muy difícil aburrirme con vos. Me encanta que disfrutes tanto. ¿A vos no te pasa lo mismo?
- Sí, obvio, claro... - admito.
- Bueno, ahí tenés. Como a vos te gusta que yo disfrute cuando estoy con vos, a mí me encanta verte disfrutar - sonrió.
Y me hizo desaparecer una idea antigua que yo tenía respecto a la vergüenza, al pudor, a un goce de la mujer que está mal visto, o a un goce que se esconde porque, parecería, la mujer que disfruta es promiscua o, de otra manera, una simple prostituta.
Ese día lo único con lo que le pude responder fue con una mirada y una sonrisa cálida. Mentalmente, le agradecí su afán. Mentalmente, también reconfirmé el mío.
No obstante eso, algo que Galeno siempre me dice, como asombrado, es que nosotros nos entendemos bien para las cosas cotidianas , pero además, en el ámbito íntimo, es como si nos conociéramos desde hace mucho pero mucho tiempo. Y yo, desde mi lugar, en ese aspecto , no puedo dejar de estar de acuerdo. Nosotros - me dice - tenemos piel. Yo por mi parte siempre le digo que, cuando estamos juntos tenemos piel y, cuando estamos lejos, tenemos mejor wi-fi.
Porque con una sola palabra, en persona, con solamente un roce, con una mano que accidentalmente roza su falda, o viceversa, Galeno se transforma y configura para mí las técnicas repetidas y mejoradas a través de los años. Pero también, cuando estamos a tantos pero tantos kilómetros, Galeno me manda una foto cotidiana o un mensaje de voz dejándome besos, y el panorama se vuelve insostenible a los pocos minutos de transcurrida la charla.
- No me podés decir eso, Galeno - le dije, viajando en colectivo desde el trabajo a mi casa , sonriéndome - No me podés decir todas esas cosas en el transporte público - insistí, porque es capaz de activar mi deseo , y yo el suyo, en lugares muy poco comunes.
- El wi-fi es hermoso - me dice, y vuelvo a reírme, porque a él se le está complicando concentrarse en el silencio de su Consultorio mucho más que a mí y a las evidencias que me muestra me remito.
Es que, siendo honesta, Galeno la pasa tan bien diciéndome cosas pícaras en cualquier lugar, que yo lo único que quiero es que, aún mismo esté en su Consultorio, haga uno más de sus aventureros y frondosos viajes mentales. Por eso, le estiro la lengua y lo dejo distenderse, dándole permiso para que se suba a la corriente, y siguiéndole el juego. Al caso, tiene conocimiento de la situación, y sabe que si un cliente me está gritando por algo que no puedo solucionar en el trabajo, yo, mientras tanto, reproduzco una cinta de deliciosas imágenes y sensaciones hasta que invadan por completo mi cerebro. Es que, siguiendo su consejo, si siento que la oficina se me cae encima, solamente tengo que pensar en lo lindo que es ese momento donde Galeno se rinde bajo el disfrute de todo lo que construimos. Pensar, únicamente, en ese segundo donde una vez que mi disfrute es manifestado abiertamente, ambos nos juntamos y nos potenciamos para encontrar el suyo . Pensar únicamente en esos instantes donde mientras lo sigo acariciando y besando, como si estuviera augurando el nuevo estallido, y mi Galeno se siente libre de sentir y de evidenciar lo que desea para que pueda cumplirselo, lo único que quiero es que contenerlo, asegurarlo, ganármelo. Pensar en estar a su lado, dándole su tiempo para que se relaje, dándole su momento para que se excite, esperándolo, acompañándolo, cuidándolo, dejándolo sentir cada caricia, dejándolo construir su proceso y sentirme satisfecha con el objetivo logrado.
Igual que él, que por suerte también me cuida, me espera, me acompaña, me respeta, me honra y me guía para que yo descubra lo que es, a ciencia cierta, disfrutar de un sexo humanizado que nada tiene que ver con el miedo o los complejos. Del sexo sin condicionamientos, sin debe y sin haber, sin "te doy para que me des" o sin " tu disfrute vale menos que el mío". De un encuentro donde uno le enseña, lentamente, y con cariño, al otro, a ése otro que lo está conociendo, a descubrirlo sin saber que, al mismo tiempo, aquél otro lo hará redescubrirse. Porque lo lindo de compartirnos, cada vez que nos vemos, es que todo lo que nos deseamos se alivia y cada caricia o cada beso se valora el triple.
Y eso es, a fin de cuentas, es tener piel: que todos los encuentros sean deseados, respetados y cuidados y que el sexo disfrutado nada tenga que ver con el procedimiento propio de un trámite en AFIP. Que sea una forma más de expresar todo lo sublime que nos reviste de una divina humanidad. Que sea el modo donde más unida, más vulnerable, y más conectada, a la vez, me siento con Galeno. Pero además que sea ése mismo el método donde Galeno, producto de la libertad que ve forjarse cuando estoy entre sus brazos, del desprejuicio, y de esa versión de mi misma que él conoce y que - me dice - le encanta o lo perturba en partes iguales; no quiera dejar de implementar.
- Vos, a los cincuenta años, ya habrás sentido y hecho de todo, Galeno - le dije la última vez que lo ví - Creo que quizá te aburrís un poco conmigo... - le advertí.
Galeno me sonrió con su santa paciencia y me miró de una forma muy intensa.
- No me aburrí, no generalices... - dijo, solamente, y de pronto, poniéndose serio - Yo me quiero acostar con vos, más allá de que ya me haya acostado antes con otras mujeres, ahora, te quiero a vos.
Lo miré y me sonreí.
- Qué declaración tan fuerte, chicos - lo burlé.
Me sonrió.
- Sólo me refería a que es una lástima que no podamos compartir este descubrimiento de una intensidad diferente...
-¿Y quién te dijo eso?
- ¿No te pasa que después de haber estado con tantas mujeres no tenés expectativas de sentir cosas nuevas?
- No - sonrió - Con vos, por ejemplo, me pasa todo lo contrario.
- ¿Qué querés decir con eso? - le pregunto, con un dejo de parsimonia porque entiendo el punto.
- Que yo nunca, ni cuando estuve casado tantos años con ***, ni cuando estuve en pareja después de que me separé, me había animado a hacer lo que hice la primera vez con vos. Para mí, fue un flash. Ví que vos me acompañaste todo el tiempo, y eso, me encantó, hizo que todo fuera aún mejor de lo que yo esperaba. Me pareció super tierna la forma en que me mirabas, en que me acariciabas...
Sonreí.
- Quería que te sintieras tenido en cuenta - musité - Quería que sintieras que yo realmente estaba ahí con vos, anhelando que disfrutes del momento...
- Lo sentí, sí, me di cuenta - dijo - Para mí, Veinteava, es muy difícil aburrirme con vos. Me encanta que disfrutes tanto. ¿A vos no te pasa lo mismo?
- Sí, obvio, claro... - admito.
- Bueno, ahí tenés. Como a vos te gusta que yo disfrute cuando estoy con vos, a mí me encanta verte disfrutar - sonrió.
Y me hizo desaparecer una idea antigua que yo tenía respecto a la vergüenza, al pudor, a un goce de la mujer que está mal visto, o a un goce que se esconde porque, parecería, la mujer que disfruta es promiscua o, de otra manera, una simple prostituta.
Ese día lo único con lo que le pude responder fue con una mirada y una sonrisa cálida. Mentalmente, le agradecí su afán. Mentalmente, también reconfirmé el mío.