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martes, 14 de diciembre de 2021

Poniendo en la balanza...

 El 2021 para mí fue un año muy muy difícil. No me da vergüenza decirlo aquí, en mi lugar seguro, más allá de que no haya optado por gritarlo a los cuatro vientos. De hecho, creo que desde aquél 2014 no pasaba un año tan difícil como sí fue el 2021, ni siquiera, el inolvidable 2020.  

Y, si bien en un año así lo recomendable sería no hacer balance, he tomado la decisión contraria. 

Hacer balance en mi caso particular va a residir en el intento sincero de verle el lado bueno al año. Pese a lo malo que fue, el lado bueno, algo por lo menos, chiquito aunque sea, sigue estando ahí. E ir tratando de poner blanco sobre negro, sí, aunque hayan sido vivencias agridulces, me parece que vale la pena. 

Ha sido duro, pero me di cuenta que hasta cuándo estás pasando las peores situaciones que imaginaste en algún aspecto de tu vida, lo estás pasando, es decir, que lo estás transcurriendo para dejarlo atrás en algún momento... Y me parece que, dentro de las dificultades que conlleva el pasarla mal, es un punto para enmarcar. 

También creo que algo muy bueno de este año ha sido el sostén que he tenido de mis padres.  Siempre supe que eran incondicionales, pero este año después de lo que serán seis meses buscando trabajo, francamente, entendí que lo más incondicional que conozco en mi vida son mis padres. No sólo confirmé en las buenas lo que yo creía sino que lo súper confirmé en las malas. 

Algo duro de éste año sucedió cuando personas que quiero mucho me juzgaron y me dieron la espalda, por no tener empatía suficiente, ante los momentos duros que me tocó vivir en el aspecto laboral, profesional, etc. Mucha gente que yo consideré como mi propia sombra falló en la empatía, y se despachó, haciendo comentarios innecesarios, hablando desde fuera, juzgando sin saber.  Y eso dolió, sí, pero me ayudó a darle a cada uno el lugar que le pertenece... Y lo considero algo bueno. 

Durante este 2021 también entendí que es muy necesario poner límites. Y aunque sea un poco incómodo, dado que hace a la vida que quiero vivir, está bueno. 

Entendí que los vínculos no porque sean cercanos implica que sean sanos y que, en esa instancia, no es aconsejable mi empatía. Que cuando una persona se beneficia de tu falta de límites, por muy cercana que sea, cuando le pongas los límites, se va a alejar. Y eso es inevitable. 

Entendí que los malos tiempos sirven para acomodar lealtades. Conté en estos seis meses tan duros con gente que ni pensé que me podía ayudar y me dejó sola gente que realmente daba por hecho que me iba a acompañar. Y eso, aunque también fue duro de vivir (como un daño colateral de otras pérdidas concretas) me sirvió y me ayudó a saber quién realmente está para mí. 

Entendí que a veces la gente te tiene celos, aunque uno no sea capaz de sentir celos ni de un perro tirado al sol un día donde tenés cosas que hacer. Y que frente a eso importa cuidar la esencia. 

Entendí que los vínculos a veces se transforman y terminan siendo bonitos en sus versiones posteriores, también, porque se puede rescatar el afecto, el amor y la esencia de ese vínculo más allá de todo. 

Entendí que no me quiero dedicar a lo que estudié, y lo considero algo bueno, porque no implica que no me guste o que lo vaya a dejar, sino, solamente, implica que probablemente no sea lo único a lo que me dedique. La Literatura sigue estando en mis células y la sigo amando como desde pequeña, pero ahora, no es lo único que existe en el mundo... Y está bien.  

Entendí que no tengo ni ganas de tener una pareja formal, que sigo sin querer casarme, que pensar en tener hijos me da fobia, y que amo ser tía con toda mi alma, no sólo por lo que mi sobrino es, sino por la incondicionalidad que siento hacia su persona y el profundo amor que me inspira. 

Entendí que enojarse está genial.  Que tendría que haberme enojado hace mucho, de mil formas, y que hacerlo ahora se ha convertido en un regalo. Sí, enojarse - que no es lo mismo a vivir enojado - es libertad. Y la libertad es algo más que bueno... Aunque llegue de formas inesperadas. 

Entendí que sentir aquello que parecería no se puede sentir, es válido. Que la dictadura de la felicidad de nuestros tiempos dará su frutos con personas incapaces de expresar sus emociones y que, por el contrario, quiero poder validar las mías, explorarlas, transitarlas y salir triunfante de mi interior. 

Entendí que perdí un amigo querido, y con ésta pérdida, entendí que lo que nos pasó fue que ya no compartimos nada aunque el cariño esté pero sea, más bien, una reproducción de lo anterior. 

Entendí que el mejor regalo que te puede hacer la vida es no dejar de decirle a las personas, o de demostrarles, que las querés. Esto ocurrió con una amiga de mi familia muy querida por mí, con quien una noche tuve una charla hermosa. Le dije que la quería, que siempre la iba a querer, que había sido como mi abuela , y ella se emocionó. Cuatro días después, la internaron por un colapso que tuvo producto de una enfermedad ya contraída. Nunca salió de esa internación. Nunca más volvimos a hablar. Pero en esa charla, hoy estoy segura, nos despedimos con enorme amor. Y pese al dolor por la pérdida, agradezco la oportunidad de despedirme. 

Entendí que lo mejor que me pudo pasar con respecto a Javier, fue que se hiciera lo que hizo en mayo, porque más allá de todo lo que produjo en su momento, me dió respuestas que creí no iban a llegar a mí nunca. Y agradezco que ubicó, con sus idioteces, partes de esa historia donde yo pensé que "estaba volviéndome loca", porque en realidad tuvieron que pasar siete años para entender que no, que la loca, no era yo. 

Entendí que el tiempo es algo muy valioso, que mi trabajo vale, que mis conocimientos valen y que el miedo jamás va a ser un buen aliado. 

Entendí que no tomar riesgos, y no hacer espacio para lo que verdaderamente deseamos, es lo que nos condena a soportar - sin siquiera haber intentado modificar algo - una vida  infeliz y llena de rencor. Y que esta vida, la única que tenemos, no puede convertirse en ésa clase de experiencia. 

Entendí que debo ser más organizada en ciertas cosas y eso es un desafío para mí. 

Entendí lo importante que es la salud. 

Entendí lo importantes que son los vínculos

Entendí y re-confirmé que nadie vale lo que tiene, si no, lo que es. 

Entendí que lo forzado, ni desde los demás, ni desde uno, vale realmente la pena. 

Entendí que fue sanador el post-relación que con Galeno supimos regalarnos. 

En síntesis, diría que entendí que en un año pueden cambiar muchas cosas y que se pueden capitalizar y eso está bien... Pero que es sano, no obstante esto, llorar lo que se tenga que llorar para resurgir. Tarde o temprano. Aunque parezca que no. Tarde o temprano, todo llega. 





En 2021, todo me ha costado mucho trabajo; pero puedo decir que está bien, que seguiré luchando e intentando, que no me voy a rendir.  Porque todo lo que entendí, indefectiblemente, me ha convertido en otra persona un poquito más madura que cuando este año comenzó y sé que voy a ser capaz de disfrutar las buenas nuevas cuando llamen a la puerta. 

Quizá, y sólo quizá, el año siguiente sea como un río, donde todo fluye y llega como recompensa a la larga y cansadora lucha de éste. Mientras, haré todo el esfuerzo, de corazón, para seguir soñando. Y me agradeceré, infinitamente,  que no lo que no fue para mí hasta el momento, intenté conseguirlo con todos los recursos que tuve a mi alcance cada uno de los días. Porque eso, también es valioso. 

Las aventuras, continuarán en 2022.  

Por ahora, todo es balance para terminar 2021. 

jueves, 23 de septiembre de 2021

Un límite posible a la empatía

A veces, la empatía de la que tanto se habla en nuestros tiempos me incomoda. Digo, la siento a tal punto que me gustaría alejarme y poder controlar mi ansiedad y preocupación frente al dolor el displacer de los demás.  Si bien es una cualidad que he pulido, porque antes concebía la empatía como sufrir el sufrimiento de los demás en toda su extensión, creo que es algo que, según determinados casos, tengo que moderar y cuidar.

Aunque hoy entiendo que la empatía es acompañar desde el mejor lugar posible,  sigo sintiendo que frente a determinadas personas me cuesta más saber en qué espacio ubicarme frente a su dolor, o a su malestar, o incluso frente a las crisis que a veces nos ocurren a todos.

No es que me asuste la oscuridad del prójimo. Entiendo que todos tenemos sombras, cuestiones irresueltas, desafíos internos y zonas más pantanosas. Sé que no todo es color de rosa, brillos, colores y un camino de pétalos hacia el paraíso… Pero, frente a esto, no puedo evitar preguntarme qué postura sería más adecuada. ¿Hasta dónde es empatía y hasta dónde es cargar con el dolor del otro, hacerlo carne, dejar que lo traslade, muchas veces, sin querer?

Mi mente, o en realidad mi corazón, no puede evitar ser empático. Es automático, casi como una térmica que salta en cuanto alguien me cuenta algo de su vida bueno o malo. Si es bueno, imagino lo bien que se debe sentir, imagino que quizá eso le llegó luego de gran esfuerzo e imagino su alivio; entonces, me pongo contentísima y en mi interior le deseo lo mejor. En cambio, y ésta es la parte más dura de ser excesivamente empática, es que cuando alguien a quien quiero mucho me cuenta que se siente mal… yo me pongo en su lugar, imagino cómo se debe sentir, lo que puede necesitar, qué podría hacer uno de afuera para ayudar… Y lo más duro es que a veces no podés hacer nada más que acompañar. Pero, además, acompañar bajo los parámetros y las habilitaciones que te dé ese otro.   Y eso es lo más difícil porque, en realidad, no sabés bien qué hacer. Si hablarle para saber que estás ahí, si no hacerlo para dejarlo en paz, o si esperar que el otro cuando se sienta cómodo lo haga sin perjuicio de que podría llegar a pensar que no te interesa su dolor.  Y eso ¿hasta dónde se regula dentro del marco de la empatía, no? Es decir ¿cuál es el punto donde la empatía encuentra su límite?

Una de las crisis más notorias que tuvimos con Galeno, por ejemplo, a lo largo de nuestra relación tuvo que ver en gran medida con la empatía. Me desafió mis propios límites con actitudes que no podía entender del todo y me demostró que no siempre la gente necesita que estés ahí cuando se le da vuelta la cabeza – por no decir otra cosa – sino que, a veces, necesita que lo dejes enlodarse.  

Yo pensaba que, justamente, como pareja-despareja lo ideal sería acompañarlo en una mala temporada de bajón. Digo, en mi mente, lo que se supone que correspondía desde el tener la clase de sentimientos que yo tenía por él, era acompañarlo. De la misma manera que, por ejemplo, lo había acompañado durante la etapa en la que se contagió de COVID-19 durante octubre del 2020.  No obstante eso, quedó a la vista que Galeno necesitaba otras cosas. Cosas que, por otro lado, más allá de si su postura era egoísta o no, yo no podía terminar de cuadrar.

Galeno fue la primera persona que me marcó la cancha en este aspecto, la que no aceptó esa contención, o lo que yo entendía como contención, que le ofrecía.  Al principio, me enojó mucho, y acto seguido, me dolió. Me enojó por una cuestión de roles dentro de la relación; es decir, roles donde él siempre estaba para mí, siempre me escuchaba y me hacía reír si estaba triste, pero al mismo tiempo, no me permitía estar para él; o eso creía. Al mismo tiempo, me dolió por sentirme despreciada.   Y algo, por esa incapacidad de comprender algo tan íntimo, tan suyo y tan propio de sus años de vida, nos terminó lacerando lentamente hasta que nos separamos.

Pasados algunos meses luego de la ruptura entendí que  él estaba siendo muy claro acerca de lo que quería y yo estaba siendo desproporcionada – aún sin mala intención – en lo que pretendía brindar porque (para míiiiiii) los vínculos afectivos y sus constituyentes tenían la obligatoriedad de bancar los tiempos duros y acompañarse. ¿Era un pecado pasar los tiempos malos solo? ¿Estaba mal querer caminar en el lodo una temporada para pasar por un proceso individual? Hoy entiendo que no. Que necesariamente hay una dimensión, un escalón en el camino hacia nosotros mismos, que sólo se conquista con la introspección y forma una parte clave en el autoconocimiento.

También entiendo que mucha de mi necesidad de ayudar a los demás desde la empatía, o desde el querer solucionar sus sufrimientos, tiene que ver con mi propia historia de vida.  Hubo momentos de tanto pero tanto sufrimiento y tristeza en mi vida personal, especialmente durante mi infancia y pre-adolescencia que no puedo mostrarme indiferente ante el sufrimiento de quienes me rodean. No puedo pensar que hay que dejarlos sufrir y ya está, porque en realidad, siento que tiene que haber una manera de solucionarlo, que se le tiene que poder encontrar la vuelta, etc.

Pero entiendo que ese afán de no dejar sufrir a la gente que amo, se convierte en una necesidad tan grande que se entremezcla mi propia dificultad para aceptar que estoy triste aún en los momentos más de mierda, donde me quiero mostrar entera sea como sea.  La cuestión de lo aprendido, es decir, del mensaje de mi vida que consiste en seguir adelante como sea, frente a todo, a paso de plomo, a veces me jugó malas pasadas.

Y con Galeno, precisamente, y en su momento, lo hizo a sus anchas. Pretendía entender su malestar con los parámetros de mi vida sin tener en cuenta que, obvio, nos los iba a entender. Nosotros  llevándonos más de veinticinco años nos entendíamos mucho, sí, pero en esto era como si me hubiera cortado las manos. Me sentía rechazada, o lo que es más preciso, sentía que no tenía nada para dar en retribución a lo recibido.   

Y ahí, en ese punto precisamente, sufrí lo que denominé como una crisis de empatía…  

Me encontré con una persona que no solamente no se mostraba abierto en sus tiempos de tristeza sino que, por otro lado, siempre había estado para mí.  ¿Cómo devolvérselo? ¿Cómo hacerlo sentir bien? Eso me preguntaba y me generaba mucha ansiedad y frustración no poder ayudar, sentir que no tenia una palabra asertiva sólo porque no estaba pudiendo hacerlo de la misma forma en que lo había hecho con todos. 

Precisamente por esta crisis de empatía, con el paso del tiempo, las preguntas cambiaron. ¿Y si la persona necesita ese viraje de timón? ¿Y si es algo tan suyo que no lo puede ni explicar o no lo quiere compartir? ¿Y si no le interesa socializar su molestia? ¿Y si necesita alejarse de todos para encontrarse? ¿Y si ese displacer no tiene que ver con lo que uno cree, y toca respetar?  Comprendí entonces que, en las relaciones de amor – de todo tipo – el respeto abarca muchos más estratos de los que se puede imaginar.

En el presente, esto ha servido como lección. Creo que desde la empatía y teniendo presente lo vivido, lo único que puedo ofrecerle a los demás muchas veces debe ser simplemente el silencio y el saber que, cuando me necesiten, si es que me necesitan, estaré. Es hacerles saber que pueden apoyarse en uno o pueden no apoyarse, que no tienen obligación, que nadie les exige solucionarlo todo como un maníaco desbordado. 

Y, lo principal: aprendí que el amor también es darle la libertad al otro de hacer con su dolor – prácticamente - lo que carajo quiera. Porque eso, a fin de cuentas, es a veces lo único que necesita. Hacer con la tristeza lo que se quiera o se pueda hasta que, luego de estar nadando en el barro, vaya encontrado las respuestas dentro de sí. Efectivamente, esta es otra verdad: cada quien debe hacer su proceso, su propio camino, y sacar sus propias conclusiones.  Uno, de afuera, sólo puede elegir si se queda a bancar los trapos aún mismo éstos sean un compendio de indiferencia o se va y se lleva su empatía a otro lado. En eso se centra, o mejor dicho, a eso se reduce, nuestra injerencia frente al dolor de alguien más.

Lo que tengo presente hoy por hoy consiste en saber que no hay mejor demostración de amor que la libertad de dejar a la gente estar como quiera estar. Y además, hacerle saber que si necesita alguien con quien hablar, estamos. Y que si no necesita, uno se correrá de su vida a tiempo para no molestar.

Ni más ni menos. Dejando creencias, mandatos y todo el ego de lado. Sí, de esto también se trata el amor. De brindarse al otro desde la abundancia y no desde la especulación. Quien especula, no disfruta, y por consiguiente, tampoco puede amar y ayudar a los demás.


jueves, 9 de septiembre de 2021

La vida y sus fuerzas...

La voz de Galeno suena del otro lado del auricular. Es raro, pienso, pero ya no me acordaba ni de su voz. Cómo amaba tanto esto, me pregunto, sin poder evitarlo cuando la recupero en sus palabras del presente, tan diferentes de las otras, y en un punto, tan lejanas.  Me cuenta en qué anda y yo le cuento un poco de lo mío.  Pienso que tendría que contarle tantas cosas que, en realidad, es preferible decir lo justo y lo necesario. Aunque estemos separados desde diciembre pasado pasó tanto y tan diferente que sigue siendo una de las personas que más me conoce y a la que le contaría todo, sin embargo, no sé si corresponde, si tiene algún sentido, y entonces prefiero guardármelo. Además, nuestras vidas, no sé si tienen algo en común ahora mismo más allá de la historia que supimos construir antes. Digo, su rutina dista demasiado de la mía y yo no estoy en un momento estable para poder decirle: "sí, todo está hermoso acá en mi vida, ¿vos bien?". Al contrario, creo que reapareció en un momento donde mi vida es un cambio con patas y donde no soy capaz de saber dónde quedó esa vieja Veinte que lo recibía perfumada, impecable, y le decía "hola, mi ****, viniste", más contenta que perro con dos colas. 

Lo bueno es que la finalidad de su contacto, o del nuestro, no es más que la de saber cómo estamos, qué tal todo. Por suerte, no hay promesas, no hay palabras cursis ni nada parecido. Es solamente saber cómo el otro está , porque en un punto, la persona no se borró de la faz de la tierra y eso se debe asimilar como parte de la realidad. 

Por otro lado, en lo que llevo vivido de 2021, he aprendido a disfrutar o a padecer las cosas sola. En líneas generales, en éste momento de mi vida, no me siento cómoda para hablar sobre cómo me siento, más allá de las conversaciones privadas con mis padres, o bien, ocasionalmente, con mi mejor amiga; tampoco me siento cómoda para darme a conocer en una cita, por ejemplo, o para hablar con alguien que formó parte de mi vida pero que ahora ya no lo hace.   No es que esté siendo hostil, o que me haya vuelto una empedernida solitaria; solamente, no quiero tapar ni disfrazar cómo me siento, qué estoy viviendo y lo que puedo aprender en esta situación.  Y, en paralelo, tampoco tengo interés en comentar con todo el mundo cómo me siento porque, incluso cuando me pasan cosas lindas, tampoco pongo pasacalles.  Si bien aprecio el contacto de Galeno porque es un hombre con el que compartimos tantas cosas lindas (y feas, también), una parte mía lo único que quiere es tener paz. Lo mismo me sucede con Fran. 

En este momento sólo deseo enormemente sentirme en paz. Fue y sigue siendo un año muy movido,  de muchos cambios impuestos por la vida, de muchas circunstancias que estoy bancando pero no eligiendo... Y eso, supone hacerse varios replanteos muy personales, que uno no anda publicando por la vida ni por redes sociales.  Creo que una de las lecciones posibles de este tiempo es entender, y hacer carne, la idea de que la vida hace lo que quiere con uno y que, más allá de la ficción del control, las cosas pasan (o no) como deben suceder. 

¿Qué me iba a imaginar yo que iba a lanzarme finalmente a dar clases particulares y asesorías sobre cómo abordar contenidos de Literatura? Ahora no sólo lo hago por intermedio de otra persona, sino que lo lancé en modalidad independiente, es decir, tratando directamente con quien solicite el servicio. Y eso es un desafío que siento grande, pero en otro sentido, inevitable. 

 La incomodidad, muchas veces, es la que te obliga a hacer cosas que no se te hubieran ocurrido jamás; y a mi me está pasando eso. Siento que no puedo elegir nada más que seguir caminando hasta que la vida se ponga un poco más agradable en lo cotidiano y me permita tener cabeza para otras cosas que no tengan que ver con el trabajo, el dinero, y la proyección profesional. Básicamente, porque esta es una pata muy importante en mi vida y éste año le han metido mano a lo loco. ¿Cómo tener cabeza para pensar en muchachos, citas, y esos temas? Quizá más adelante. Cuando me sienta bien conmigo misma, y con mi vida, y pueda estar bien y sentirme bien con los demás.  No antes. No ahora mismo. Pero sí, en un futuro que puede estar cercano y el cual todavía no descubrí. ¡Qué se yo! ¿Quién lo sabe? 

Quizá en este momento sólo necesite estar conmigo misma, festejar los logros que vendrán, disfrutar del sol, leer sin que nadie me meta presiones y conectarme con lo simple.   Me necesito, sí.  Me necesito y quiero estar más que nunca apoyándome porque nadie más podría hacerlo. 

El resto de las cosas, de igual manera en que éstas se dieron, seguirán ocurriendo como tengan que darse.  Es así. Las quiera o no las quiera, me gusten o no me gusten, esté dispuesta a cambiar o no.  Eso es la vida y su fuerza inevitable. La realidad. 



lunes, 6 de septiembre de 2021

El dolor no todo lo puede

Le relaté a mi terapeuta un suceso en extremo doloroso, que ocurrió la semana anterior, en relación a mi historia personal.  Todo sucedió con una de mis dos hermanas y si bien también estaba presente mi madre, de lo sorprendida que quedó, no quiso ni emitir palabra. 

- Esa fue la situación - le dije - no hay mucho más para agregar. Terrible. Creo que, en veintiséis años que viví, jamás me habían dicho algo tan cruel ¿sabés? No lo podía creer. 

Se quedó en silencio. 

- Esto que me estás relatando es realmente muy duro, Veinte... Porque estamos hablando de alguien que... - mi psico buscó las palabras e increíblemente los ojos se le llenaron de lágrimas - vió todo tu camino, que sabe... 

- Sí, por eso... Y pensás: ¿cómo, si vió todo, dice cosas así? Ese es el mayor impacto... - le dije, con dureza -  Si vos me decís que esto lo piensa otro, que me lo dijo otro, lo entiendo, me pongo en su lugar y a cualquier le puede pasar, a mí me puede pasar con otra cosa... ¿Y sabés por qué? Porque me digo: "no, dejalo,  es normal si dice cosas como son porque no sabe cómo todo se dió, y hay que entender eso sin tomarlo personal, obvio" - argumenté - pero éste no es el caso. Es mi hermana. 

- No, claro - tomó aire - Muy duro. Trabajamos durante años sobre el tema. Y si bien hoy lo manejás con este postura, y es totalmente positivo, detrás de todo esto hay una historia con mucho sufrimiento, con mucho sacrificio, donde vos pusiste mucho esfuerzo para que esto ya no sea un tema. 

- Sí, porque para mí no es mi carta de presentación al mundo... - le dije, y ella asintió  - Realmente fue sorpresivo, más que nada, me agarró con la guardia baja. No sé. No lo esperaba. Pero me pareció terrible en contexto, le ví una gran carencia de empatía... 

- Tu hermana, además, tiene criterio médico. Eso lo hace doblemente grave. 

- Sí, es... cruel. 

- Creo que eso es el punto. Por suerte, lo demás, ya no es tema. 

- No - espeté - Es que... el dolor no lo puede todo... No lo tiene que poder todo. Es injusto. Yo tengo 26 años, no me voy a cagar la vida por esto, honestamente te lo digo... Ya está, sí, pasó y fue una mierda todo, esto mismo es una mierda, pero ¿qué voy a hacer, si eso es lo que piensa, si esto es lo que me tocó?  De haber podido elegirlo, obvio que no lo hacía... Pero bueno, es lo que hay y ella lo sabe...  Pero, eso sí: yo lo sé todavía más. Lo viví. 

- Afortunadamente, hoy sabemos que no, que no sería bueno que esto dirija tu vida... - afirmó - Pero creo que el impacto de este episodio se centra en entender que tu presente es éste, sí, pero lo terrible de la situación está en relación a una infancia muy dolorosa, de trabajo, que ustedes compartieron. 

- Sí. Y que no percibió de la misma manera, evidentemente - le solté, con ironía. 

- Sé que fue una situación muy dura lo que pasó, incluso para tu mamá, pero... - me preguntó - ¿Es posible pensar si hubo algún lado bueno? 

- Sí... - suspiré - que no la mandé a cagar y le pude decir lo que realmente le quería decir. Esto no se trata de que yo me ofendí. Esto fue un episodio donde hasta mi mamá estuvo presente y no podía entender la crueldad con la que dijo las cosas que dijo. Pero claro, si uno se enoja, y se sale del eje, quedás como la que se enojó por lo que el otro dijo... ¿Pero qué dijo? Hay que hacerse cargo. 

- Sí, claro - observó - Eso habla de un enorme autocontrol. De un gran autocontrol. Porque realmente podrías haberla insultado, podrías haberle dicho cualquier cosa. No digo que lo hagas, no, pero... Podría haber sucedido... 

- Sí, y agradezco no haberlo hecho... porque si la insultaba, si me enojaba... ¿qué iba a pasar? Se iba a desdibujar el foco real del asunto porque ¿mirá si se lo dice a otro? ¡La cagan a trompadas, imaginate! - me reí, con sorna. 

- Sí, creo que no hay ninguna razón para dejar que te lastimen. Los límites deben estar establecidos. 

- Sí. Así que para mí ese es el lado bueno. Haber marcado de esto lo que quería que se lleve como mensaje de mi parte. Es decir, "no vuelvas a decir eso nunca más". 

- Y yo creo que hay algo más que también bueno... y  quizá vos no te das cuenta... Pero es el hecho de que tu posición sobre esta situación es complemente sólida y verdadera. Lo creés así. No es una fortaleza fingida porque, creo que frente a un golpe tan fuerte, se hubiera derrumbado.  Como sabemos, estás pasando un montón de otras cuestiones que podrían ser motivos para, sumado a esto, generar mucho malestar... 

Asentí, enérgicamente. 

- ¿Me comprendés lo que quiero decir? 

- Sí, sí. 

- Y eso me parece algo muy bueno. 

- Es que- le planteé - ¿qué más se puede hacer? Es doloroso, claro que sí, pero lo que ella piensa de mí no deja de ser lo que ella piensa. Al fin y al cabo, si para mí nunca fue así, si está demostrado que uno es mucho más ¿qué más hace falta, no? Para mí, todo lo que yo pueda creer de mi vida, y de mi historia personal, lo demuestro con hechos.  ¿Me entendés? 

- Comprendo, perfectamente - asintió. 

-  Por más que esté en una situación donde todos los días la vida me esté diciendo "no, no podés", o no "tenés que tener paciencia", yo todos los días me repito: " yo puedo, lo voy a hacer, voy a poder".  No siempre lo creí, pero hoy más que nunca, tiene que ser diferente.  Por eso, no me dejé cagar la vida por lo que me tocó vivir, por eso, considero que tengo que seguir adelante... Porque es así, sí, me tocó vivirlo... Pero bueno, yo quiero vivir una linda vida... 

- Y por eso trabajamos mucho... Y fuimos a lugares de mucho sufrimiento - dijo, de nuevo, con los ojos llenos de lágrimas - y es muy valorable que no dejes, que no permitas que esto te desplome. Tenés que reconocer tu templanza y tu fortaleza más que nunca. 

- Va a parecer muy frío lo que te voy a decir, pero todo es cuestión de tiempo. El tiempo demostró que podía llevar una vida normal (...) A mí no me hace falta explicar nada, ni justificar nada para los demás... 

Ella asintió. 

 - Y ojo, el paso del tiempo es difícil, pero pienso: "bueno, el tiempo va a demostrar cómo son las cosas", como hace siempre. 

- Veinte  dejame decirte - se tomó su momento -  realmente te lo digo, todo esto va a pasar y va a llegar todo lo necesario, todo lo que me estás diciendo. Aunque ahora esté dándote duro el segundo semestre... - me dijo y me sonreí. 

- Ay, síiiiii, que llegue la primavera, por favaaar - bromeé, para cortar con una sesión muy difícil pero sanadora - Acá seguimos. Poniéndole onda - añadí y me reí - Muchas gracias, ***. 

¿La conclusión? El dolor no todo lo puede. A veces, la voluntad de ser feliz, y de vivir honrando la vida, es más fuerte que todo. Y sí, aunque no esté pasando por un camino de rosas en el presente, si miro para atrás y analizo el camino recorrido, caigo en cuentas: el dolor no lo puede todo.  

Con el tiempo, todo volverá a mejorar y yo seguiré cambiando mi historia como hice hasta ahora. ¿Cuál historia? Ésta, precisamente, donde parecía todo perdido y donde, a fin de cuentas, se puede demostrar que es posible otra vida.  Por suerte. 



domingo, 25 de octubre de 2020

El favor

Lo que menos me gusta del miedo es que distorsiona los acontecimientos. Te hace ver negro donde es blanco. Te hace desconfiar de cosas simples. Te empuja a dudar de cuestiones que, quizá, no son tan difíciles de asimilar. Logra que una semilla se convierta en una bola de la nada. Y logra que nuestras acciones estén regidas por él.

No me gusta sentir miedo, aunque haya convivido con él durante muchos años. Principalmente porque una vez que había iniciado un camino para superarlos, le cayó un rayo al mundo en el que vivimos, y me quedé con miedos que estaban a punto de salir y de acabarse de una buena vez por todas. 

Ahora el miedo es diferente.  Es un miedo que me hace alejarme. Atajarme. Ver cosas malas donde antes veía cosas lindas. Comportarme un poco a la defensiva. Volverme desconfiada, a veces, o ignorarlo preventivamente para que no me duela. Pensar que si no me habla por dos días, donde sé lo que está haciendo - porque son sus días en familia y reconozco que está conectando con lo que lo hace feliz - es porque no tiene interés. Porque cada día tiene menos interés. 

Y así, viendo negro aunque sea blanco, constantemente. Necesitando una seguridad que trato de construir adentro, que entiendo que no debo buscar en nadie más que en mi, y que es el objetivo principal de mi trabajo interno. Un trabajo donde tengo semanas muy buenas y otras semanas bastante difíciles, más aún, cuando todavía estamos en la incertidumbre. 

Esta es una clase de miedo que no sé cómo manejar, que justamente estuve tratando de superar todos estos meses a medida que fueron cambiando los acontecimientos. Es un miedo de los más poderosos, porque el otro no hace mucho, sino que todo el trabajo está realizado por nuestras inseguridades. Y, siendo honesta, nadie nos conoce mejor que nosotros mismos para darnos exactamente donde nos duele. Nadie es tan asertivo mirándonos desde afuera para conocer lo que nos lastima realmente. Por eso, el trabajo depende de nosotros mismos y, lo que haga o no haga alguien más, queda en segundo plano. 

Lo que lastima y dá miedo son todas nuestras inseguridades hablando, todo el tiempo, explicando por qué la otra persona podría abandonarnos. O por qué no somos deseables ya, si engordamos en cuarentena. O dando razones infinitas por la que la persona se aburrió de nosotros. O argumentando que, de seguro, hay miles de minas más interesantes, más lindas o más despiertas. 

¿Y quién puede decirlo, quien puede saberlo en realidad? Uno sabe lo que no acepta de si mismo, lo que no le gusta, lo que no lo hace sentir cómodo. Quizá, el otro, realmente, ni se fijó en eso o no le resulta tan importante. Quizá le gustan y le molestan otras cosas de nosotros que jamás hubiéramos podido advertir en primera instancia.  Quizá nos sigue viendo igual, o mejor. 

El tema sigue siendo qué vemos nosotros... de nosotros mismos.  Y hoy yo enfocaría en eso. Porque necesito hacer ese recorrido de aceptación, ahora, en otro aspecto de mi vida. 

Como ya lo hice conmigo misma hace muchos años, ahora, debería ponerlo en práctica para compartir poco o mucho tiempo de mi vida con otro, sin pensar, básicamente, que me está haciendo un favor por eso ni que yo le estoy haciendo un favor dándole pelota (como me suelen decir todos, por una cuestión meramente estética, cosa que me parece cualquiera...).Porque quizá, el favor, nos lo haya hecho la vida a los dos cruzándonos y el desafío sea ahuyentar los fantasmas para disfrutar de la gracia. 

domingo, 23 de agosto de 2020

Lo subjetivo de la felicidad

La felicidad es una especie de lealtad consigo mismo. Es no apurarse cuando no podemos dar más de lo que damos. Es atenderse. Darse un baño. Procurar reconciliarse con ese pedazo del mundo que habitamos, nuestro cuerpo, cada vez que nos miramos al espejo. 

La felicidad es escuchar los grillos cuando ya anocheció. O  disfrutar del sol mientras tomamos unos mates y leemos un libro espectacular.  Es respetarse los espacios, es escuchar todos los juicios pero priorizar la propia experiencia y es, sencillamente, no contagiarse del optimismo ni del pesimismo ajeno. La felicidad es hacer lo que uno cree, a veces lo que uno quiere, y otras veces, cuando éstas dos se conjugan, lo que se cree y se quiere. 

La felicidad es, a veces, no agotar todas las balas o bien prender fuego todos los puentes de una.  Es guardarse, retirarse o quedarse, pero siempre a gusto con lo que uno realmente cree que es mejor. Es acordar con nosotros mismos, antes que con nadie más, y es priorizarse la propia opinión por encima de cualquier otra cosa. La felicidad no es tomar revancha o anticiparse. Tampoco es juzgar lo que no conocemos del todo o tirar opiniones al azar más allá de que el otro las tolere. La felicidad es cerrar la boca y abrir el corazón, dejando fluir las situaciones. 

Hoy, la felicidad para mí, es éste momento.  Aunque no lo hubiera podido siquiera imaginar unas semanas atrás, sigo sosteniendo, tal cual le dije a Galeno, que con esto me hizo un favor.  Me dio un escenario valioso para enfocarme en mí y en lo que deseo. Para conectar, en plena pandemia eterna, con la única persona que tengo con certeza, es decir, conmigo misma. 

Tardaría mil años en contar cómo me siento ahora. Es muy difícil de explicárselo a alguien. Lo tengo que vivir, no hay caso. Antes de contarlo, lo tengo que vivir, para no embarullarme en el proceso.

Pero acá sigo, como siempre. Aprendiendo, claro. Haciendo mi propia experiencia, es decir, haciendo lo que creo que debo hacer. Lo que no es poco. 

viernes, 31 de julio de 2020

Modos

Si bien desde el comienzo tuve en claro que ésta historia con Galeno iría a terminarse nunca me imaginé que fuera de éste modo. Nunca lo conté en detalle, pero nosotros, teníamos un acuerdo. Desde que nos conocimos en persona, e incluso durante todos esos meses que chateamos antes de dar el paso, coincidimos en que en caso de que uno no quisiera saber más nada con el otro se lo iba a decir de frente para que pudiera asir ese concepto y seguir adelante.   Sin ir más lejos, ésto ocurrió porque él sostenía que se iba a levantar un día y que yo seguramente ya lo había bloqueado, y, desde ese chiste, salió la promesa real de que jamás le iba a hacer una cosa así y él, por su parte, me prometió hacer lo mismo.Precisamente de ése modo surgió el acuerdo, para bajar la inseguridad frente a la distancia, para disuadir la incertidumbre. "No, no te voy a fantasmear", le dije a Galeno, usando la misma palabra que él había usado conmigo, dejando ver ese hilo de inseguridad. 

Creo que es lo único que me duele en ésta situación, porque lo demás, lo puedo entender todo. Pero ésto, éste modo de hacer las cosas me parece inexplicable. Galeno, por todo lo que he conocido de él durante éste año compartido, no es una persona cruel. Por eso, no puedo entender por qué hace lo que hace y lo único que se encuadra bastante en la distancia que tomó de mí es el desinterés.  Es decir que perdió el interés en mí, se hartó y levantó campamento.  ¿Qué es lo único que no me cierra? Y... siendo honesta, el mensaje del martes diciéndome que aunque estuviera mudo, está, pidiéndome además que lo banque.  Y es extraño porque Galeno jamás se comportó así. Nunca antes había desaparecido así, nunca antes me había pedido ésto, siempre me mandaba un mensaje, siempre estaba presente, siempre lo estuvo y siempre me hizo sentir que me tenía en cuenta. Y éso es lo más desconcertante. ¿Cómo alguien que siempre supo lo importante que eran para mí esos detalles, se va sin despedirse? 

Pensé mucho en éstos últimos días, ya sin bronca, qué pasó. Pero la verdad es que por mucho que piense, no sé lo que pasó, y tengo en cuenta que tampoco es mi obligación saberlo, pese a que me hubiese gustado tener una respuesta, una despedida más linda, poder decir adiós sin que vuelva a ser tan difícil hacerlo desde el no saber, desde la indiferencia o el silencio... Igual que me tocó hacerlo hace seis años y considerando, además, el golpe que eso significó para mí. De sólo pensar que me está pasando lo mismo, me cae un profundo cansancio, porque aunque tengo todas las herramientas para superar ésto y aunque sé perfectamente que ésto va a pasar, y que el dolor un día va apagarse, también sé que no merecía que me volviera a pasar lo mismo. 

La ausencia de Galeno, su forma de comportarse, en nada coincide con lo que vivimos éste último año. Ésta relación de nosotros no fue una idea buscada, sino, todo lo contrario. A mí me dió terror vivir ésta historia y me animé. Él, por su parte, puso toda su paciencia en juego y me esperó hasta que estuviera lista, siempre estando ahí, siempre siendo considerado pese a todas mis debilidades o mis advertencias. No fue una relación que arrancó torcida, donde uno daba todo y el otro no hacía nada, no fue una atracción no correspondida, que se construyó mal, sino que fue algo que empezamos a poner en pie los dos juntos. 

Pese a lo mal que me siento, tengo que admitir que en lo afectivo, también fue buen tipo, la verdad. Jamás tuvo un comentario machista, degradante, peyorativo sobre mi persona. Siempre me respetó, siempre me habló bien y jamás cuestionó nada de mí. En el sexo, siempre me respetó, me cuidó, me tuvo en cuenta y fue el hombre más generoso que conocí hasta ahora. Cualquier acto que se considere prioritario para cualquier hombre, para Galeno, era posible solo si yo quería, si yo tenia ganas o si yo estaba cómoda y todo el tiempo me hizo sentir bien esa consideración.  A la hora de cualquier demostración, por más placentera que fuera recibirla, siempre se preocupó porque yo estuviera a gusto, y la verdad, fue un hombre que aunque tuviera deseo sexual hacia mí, no escatimó en ser cariñoso.  Al contrario, yo jamás pensé que un tipo de su edad, conmigo, iba a ser tan sensible y cariñoso. A nivel vínculo, hubo veces donde yo me comporté como una chiquilina. Hubo veces donde no entendí o me tomé todo muy a pecho. Y sin embargo, siempre supo entender, me explicó lo que se le preguntó e incluso más de una vez lo ví dándome explicaciones sin siquiera tener que decir nada. 

En general, Galeno, era hasta ahora un hombre que tomaba en cuenta todas mis dimensiones y con el que yo estaba aprendiendo también a considerarlas todas.  Las veces donde él quería saber algo, trataba de abrirme y confiar. A nivel físico, afectivamente, siempre traté de dar lo mejor e involucré el mayor porcentaje afectivo que pude, pese al pánico que me daba, para que comprendiera un poco del verdadero afecto que yo le tenía.  Pese a no saber cómo, aprendí a expresar mis sentimientos y a tener en cuenta al otro, porque admito que hasta el momento no sabía lo que era compartir, no sabía lo que era sentir el compromiso de no desaparecer de un vínculo pensando que en algún lado, estaba el otro lado, la otra parte de ése vínculo, que necesitaba una respuesta. 

Y pensé, en especial, que por todo éste recorrido de nosotros, y la forma tan nuestra de formar ésta relación, y las charlas, y las conversaciones, y la confesión de los dolores, y la paciencia, y el tiempo destinado siempre y el afecto; todo se iba a terminar de otra manera... un poquito mejor. ¿Si tenía que terminarse? Y sí, eso iba a ser inevitable. ¿Pero se podía manejar el modo? Sí, claro que se podía. Porque, realmente, me parecía una historia demasiado linda para que tuviera un final tan de mierda. 

Pero bueno... Creo que llegó el momento de asumir que desapareció, así, de ésta manera y no de otra, que la cagó, que me defraudó y que se cagó en lo que compartimos durante todo éste año; y seguir adelante con la vida.

Lo bueno es que sé lo que pasa ahora, conmigo al menos, y me voy a enfocar en que no me pase a nivel interno lo que me pasó hace seis años. Sé que en ese momento no era tan fuerte como soy ahora, que no tenía otras experiencias, y que en comparación, soy mejor ahora precisamente por haber pasado por ése sitio en esa edad. La verdad es que no creí decirlo nunca pero haber sufrido antes me hace sentir bien, porque ya he experimentado en carne propia que pasará y que volveré a estar bien y a ver colores en el mundo. 

Respecto de todo lo vivido en el pasado, ésta vez, yo no creo que el mundo haya terminado, ni que mi vida se vaya a caer. Me da paz y felicidad saber que ahora, nuevas razones me sostienen.  Cuando pienso en eso,  justamente, hay un nombre de un niño muy chiquitito, que me dá fuerzas, me dice tía, y con quien casi comparto cumpleaños. 

Ojalá ésta vez todo sea mejor, más sencillo, y me haga menos daño en el largo plazo. Éso es lo único que pido. Y me prometo a mi misma tratar de hacer el mejor esfuerzo para sacar todas mis partes por delante de ésto.   Lo único que podría pensar es que el desinterés no se explica y, a veces, el silencio y la distancia son las únicas respuestas.

Quizá, desde ese punto de vista, las cosas tengan un poco más de sentido. Si no, pues no sé... Nada de ésto lo tendrá. 

sábado, 9 de mayo de 2020

Imágenes congeladas

Hace unos días, con Galeno, empezamos a mostrarnos fotos. Todo empezó porque, en nuestra conversación del sábado a la noche, yo le conté que antes de hablar consigo me había puesto a mirar algunas de ellas, tan sólo de meses atrás, para conectarme con acontecimientos positivos en medio de la pandemia.   De hecho, en medio de muchas, había encontrado una que le tomé a las instalaciones del hotel donde fuimos en diciembre, a pasar unos días juntos, y se la pasé. "¿Te acordás de éste sillón?", le pregunté, sabiendo lo habíamos convertido en algo nuestro, quedándonos allí un buen rato cuando volvíamos de pasear antes de ir a la habitación.  Incluso, una tarde que llovía y nos habíamos mojado lo suficiente después de pasear de aquí para allá, tomamos la merienda allí mientras cada uno leía una novela y yo le explicaba, desde el aspecto formal, por qué me gustaba tanto leer diarios íntimos, o por qué, en el caso de La tregua, ése formato narrativo funcionaba tan pero tan bien (esto, de todos modos, es un criterio de análisis personal).  Galeno por su parte leía para mí a un autor de su provincia - aquél lugar que yo por entonces no conocía - y entre medio del mate y la lectura, también sobrevinieron los mimos y las caricias propias de ese tipo de vínculo. Ambos, con el paso del tiempo, conservamos el recuerdo grato de ese sillón. No en vano, tomé aquella fotografía que le mostré y él deslizó un comentario alusivo a las ganas de volver a ese hotel, a ése momento y a esas actividades.

Luego de éste episodio, me mostró una foto de uno de sus cumpleaños número seis o siete – según comentó-. La imagen se  exhibía en blanco y negro, y él estaba rubio como no es, totalmente diferente.  Más adelante, me fue mostrando otras. Fotos de cuando era adolescente, cuando estudiaba en la Universidad, fotos de sus veintitantos e incluso fotos de cuando tenía algunos años encima ejerciendo como Médico, con ambo verde agua y cara de jovenzuelo, en una guardia de hace casi quince años.  Sí, cuando todavía estaba casado y esas cosas... Hasta que me mostró las más recientes, aquéllas que hablaban de los últimos seis años, y me di cuenta que no había envejecido demasiado en comparación a esos días. Entre 2015 y 2018, incluso, época que a mí me parece reciente, cuando me mostró las fotos de sus dos viajes a Europa noté que Galeno estaba igual. Lo único diferente era que tenía una campera más abrigada, menos canas y lentes de sol (algo que él no suele usar "para hacer facha" ya que usa lentes de forma permanente). "Si te conocía en ése momento, me hubieras gustado como me gustás ahora, a decir verdad, no cambiaste casi nada…", le dije, a medida que me fue mostrando otras, porque me di cuenta que desde hace muchos años antes existía siendo "mi tipo de tipo" (tal cual le dije a mi amiga, cuando recién empezaba esta historia, y yo pensaba que iba a quedar todo en una red social)

Con ese comentario, comenzó un juego que consistió en compararnos físicamente y en apariencia, dónde y cómo estábamos antes de conocernos. Le envié a Galeno fotos de cuando tenía dos años, de mi cumpleaños de quince y hasta de hace cinco años atrás en mis veinte; e incluso de cuando sólo tenía dieciocho años para que se diera una idea de lo diferente que estaba respecto a aquéllos años.  Él deslizó comentarios muy graciosos pero, en lo general, coincidimos en algo: nos hubiéramos gustado mucho entonces – se alegró mucho de mi aspecto en las fotos cuando ya era mayor de edad, aunque reconoció que no se hubiera permitido ese acercamiento por el tipo de diferencia etaria de entonces… –. Aunque eso sí, estamos de acuerdo que de habernos encontrados dos o tres años atrás, a mí me gustaría de la misma forma que me gusta cuando lo veo hoy y en la que él - dice - yo le gusto.  Y no es que Galeno sea un símbolo sexual, ni tampoco que yo lo sea, sino que la atracción se gesta en una afinidad que se abrió camino por un montón de intereses en común y que, en muchos momentos, se concreta gracias a lo físico. Así, mientras Galeno estaba buscando la tumba de Cortázar en París, hace unos años, yo estaba haciendo eventos culturales propagando la literatura de Cortázar, leyendo sus fragmentos y observando la vida a través de su literatura. Incluso, mientras Galeno estaba ahí, fanático desbordante, escuchando al "cantante X" y yéndolo a ver a cuanto recital había en su provincia, yo lo estaba escuchando de atrás para adelante y de adelante para atrás, en todos mis viajes hasta la Facultad. Eso. Esa simultaneidad sin saberlo. Esa especie de destino prefijado que, indudablemente, parecíamos poder tener nosotros no por la eternidad de un compromiso a largo plazo, sino, por la oportunidad de compartir una etapa variable de nuestras vidas coincidiendo así.



No obstante, el vernos en esas foto, en lo personal, me hizo pensar en varias cosas más allá de éste planteo básico.

 La primera de ellas, quizá sea la más obvia: cómo es la vida de extraña que tenés a dos personas viviendo vidas completamente diferentes en dos provincias diferentes sin conocerse, viajando, estudiando, trabajando, proyectando con lo que los rodea; y ahora están tan vinculadas con las peculiaridades del caso.  La segunda, y quizá la más paradójica: la forma tan tajante en la que siempre renegué de las personas de distinta clase social por haber pasado experiencias insultantes al respecto (literalmente, me llegaron a ofrecer plata o viajes a cambio de sexo), en comparación a cómo se formó un vínculo con Galeno donde, realmente, lo último que importó fue que él tuviera un estándar de vida cinco o seis veces mejor que el mío.

Al respecto, cuando me preguntaban por qué repelía a los candidatos de clases superiores a la mía que se me acercaban, yo siempre explicaba lo mismo: “porque, por lo general, no comparten mi misma visión del sacrificio y para tener una persona al lado que no entienda por qué uno lucha todos los días, para qué se levanta todos los días, cuáles son los motivos; no sirve, necesitás compartir valores para formar algo, si no, no llegás muy lejos”. Sin embargo, con Galeno, se cumplió una condición que en otras ocasiones no había tenido lugar. Él sí sabe lo que es luchar, trabajar, tener sueños, tener ganas de salir adelante, formarse, esforzarse para lograr los objetivos y hacer algo mejor con lo que le tocó. Él es la clase de persona que no tiene problema en comer con los más pitucos pero, después, sentarse al lado de una persona en situación de calle para evaluarle una herida, mantener una charla y darle un poco de su atención (real)… Y eso, para mí, con el paso del tiempo, a medida que lo fui conociendo, resultó conmovedor porque jamás de los jamases puso el dinero por delante de todo lo que él, como persona, podía hacer por mí. Y creo que, principalmente, a través de eso,  sentí que había encontrado a ésa persona de la que tantas veces había hablado, sin saberlo, hacerlo referencia a lo que no quería de las demás. Como si en base a todo lo que rechazara de otros, la imagen de Galeno se fuera torneando del pasado a éste presente.  

La tercera y última cosa fue todavía más simple y más significativa al mismo tiempo. Y radicó en el hecho fundamental de que los dos sentimos algo que se podría explicar como la exacta sensación de estar juntos en el living del departamento, acurrucados en el sillón, intercambiado rectángulos en blanco y negro o a color. “Siento como que estamos mirando fotos juntos, sentados en el sillón”, dijo Galeno y yo sonreí. El momento para mí tenía la misma aura aunque no lo hubiese puesto en palabras concretas.

Tanta relevancia tuvo además, ese momento, que las mismas fotos desconocidas para aquél que no fuera de mi familia (mis hermanas y mis padres), es decir, las fotos que me tomaron mientras estaba internada después de haber nacido prematura, que no conoce nadie, más que mi familia directa, ahora también las conoce Galeno. Porque me dijo que le gustaría verlas, cuando le mencioné que eran las que faltaban de mi infancia, dado que él me había mostrado y yo no, y… yo se las mostré.


Y eso, significó el gesto más lindo. No por él, si no, por mi misma. Por la capacidad de poder contar esa parte de la historia con alegría, poder compartirla y en el compartirlo, poder saber que sané.  Porque lo cierto es que si quiero tener una relación sana con Galeno o con quien sea, lo importante es que esté bien. Pero además, lo importarte que es poder permitirle al otro que nos conozca, que sepa lo que nos pasa, que sepa quiénes hemos sido, para que se dé cuenta de nuestros desafíos y nuestras importancias. Ni más, ni menos. 

jueves, 30 de abril de 2020

Mis razones

¿Por qué estar con vos y no con otros? ¿Por qué haberte elegido a vos y no a otros? ¿Por qué haberte dado a vos el permiso, el espacio y el tiempo que le negué a otros? ¿Por qué despertarme en tu casa, en tu provincia, y dejarte mi perfume en las toallas? ¿Por qué no otros? ¿Por qué no cerca? ¿Por qué no de mi misma edad? ¿Por qué no de mi misma clase social, incluso? ¿Por qué un hombre que le da su vida a la medicina y no a los libros? ¿Por qué un Médico y no un Licenciado en Letras? ¿Por qué no aún más cerca? ¿Por qué no acá

Honestamente, no lo sé. Y el día en que sepa responder a éstas preguntas, quizá, será el día donde no tenga un solo sentimiento ni un solo gramo más de interés en vos. Pero mientras tanto, durante éstos últimos diez meses, no traté de darle más vueltas al asunto. Y sin embargo, ahora, cuando intento pensar qué disfruté con vos, por qué te elegí, por qué un día me encontré durmiendo con vos al lado y al siguiente desayunando, me parece importante. Porque poder hacerlo es, al mismo tiempo, evaluar las razones por las cuales diez meses después de ese primer chat algo pasó. Y las razones por las cuales quizá es bueno que siga pasando... o no.   Sí, justamente por eso. No tiene nada que ver con dejarte o quedarme. Es balance. Es un ejercicio de indagación personal que me permita pensar todo aquéllo que yo veo en vos para evaluar si puedo disfrutar de ésto que formamos juntos.  Y que hizo posible que un día te abrazara feliz de reencontrarme en un aeropuerto cuando yo no creía en esas historias. 

Disfruto cuando me mandás mi combinación de emojis en el chat, porque es un código de nosotros y tan de nosotros, que sé lo que querés expresar y vos sabés lo que quiero decir con esos muñequitos. Disfruto cuando me mandás una frase a mitad del día de algo que me interesa, o un live de un escritor que admiro, porque sabés mis gustos, porque tomaste nota de mis intereses y porque siento que pensaste en mí. Disfruto cuando vamos a comer y, aún sabiendo que nunca me termino mi plato, me mirás comer con paciencia y mesura y no te importa que yo coma tan lento...

Disfruto cuando hablamos y siento que -¡por fin!- intelectualmente hay alguien masculino que me entiende y con quien parece que nos conocemos de otro tiempo. Disfruto que seas tan culto, porque es fácil hablar con vos e incluso ponernos de acuerdo para visitar un museo o una exposición de arte, es inevitable. Me decís "¿vamos a una librería? y para mí es como si me dijeras todo lo que me hubiese encantado compartir con alguien más tantas veces.

Disfruto que usemos las palabras al mismo tiempo, que respondamos las mismas cosas en algunos casos y que haya coincidencias. Disfruto que tengamos gustos en común, como el guiso de lentejas, los poemas, la justicia social y las canciones de Lisandro Aristimuño. Disfruto que, a veces, parece que me hubieses espiado toda mi vida para hacer, con dos o tres gestos, un momento perfecto, casi a mi medida. ¿Cómo es que, pese a todas las distancias posibles, nosotros estamos desde las preferencias tan conectados, desde lo que amamos siempre, tan destinados a encontrarse? 

Disfruto poder compartir con vos un shopping, un museo, una galería de arte o un espacio de lectura. Disfruto recorrer Buenos Aires y perdernos juntos en la Biblioteca Nacional, absortos. Disfruto conocer librerías, tomar helado y buscar regalos para tu hija en cada viaje. Disfruto ayudarte en eso y agradezco mucho que lo valores.  Disfruto escucharte hablar con tonadita y podría hacerlo durante horas. Disfruto cuando broméas por mi tonada porteña, cuando me ponés cara de agreta - deliberadamente - y cuando me mirás con los ojos ardiendo de deseo. Disfruto cuando me decís todos mis apodos, aquéllos que me pusiste y que me da dulzura escuchar. Disfruto cuando sabés entender mis tiempos, mis debilidades, y no salís corriendo; porque estando lejos, sé que podrías haberlo hecho mucho antes, sin ir más lejos, el día después de habernos conocido. 

Disfruto de las veces donde podemos dormir juntos. De los momentos donde, a veces, me parece que la química existe entre las personas. De aquéllos instantes donde me mirás manso y silencioso, pero también, de esos pequeños gestos que me hacen feliz. Como cuando me acaricias la cara mientras tengo los ojos cerrados... O cuando me ponés el pelo detrás de las orejas. O cuando me hacés mimos en el pelo mientras estoy acostada. O cuando me agarrás la mano en el restaurante mientras esperamos la comida. O cuando me hacés chistes, con el argumento de que sos un hombre inofensivo," del interior del interior". Pero también me llena de ternura que, mientras yo estoy embarcada en la única misión de darte placer físico, vos te ocupes de que esté cómoda, y no dejes de acariciarme la cara o de intentar, dependiendo cuáles sean los tópicos, que me sienta segura y protegida.

Disfruto de tu forma de seducirme, de tu manera tan humana y tan comprensiva de hacerme el amor, y de tu delicadeza infinita. Disfruto de tus "me encanta complacerte" y de la sonrisa pícara con la que me avalás y me acompañas a recorrer un camino que para mí había tenido tantas piedras. Disfruto que te expreses, que me digas lo que te gusta y que no me pongas límites. Disfruto cuando me besás apasionadamente y me mordés un poquito para reírte de cómo mi carne se convierte en piel de gallina. Disfruto, muchísimo, cómo a un nivel físico, siento que nos hubiésemos acostado toda la vida. Cómo todo se nos da, cómo los dos nos encontramos en esa instancia de estar hablando del clima y, de repente, con sólo mirarnos, terminar haciendo el amor.  Disfruto, sí, de esa electricidad, de esa capacidad de derramarse que tiene el deseo , como si fuera una llamarada que va agarrándose de una cortina para expandirse.

Disfruto cuando aceptas bañarte conmigo solo porque bromeás con usar mi shampoo re minita o mi jabón facial re-contra específico, sólo para hacerme reír. Disfruto cuando me bancás yendo a todos lados con mi neceser lleno de cremas, de maquillaje y de productos de belleza, aunque pese dos kilos y medio. Disfruto cuando me hacés el desayuno silbando a Drexler, que suena a todo volumen. Disfruto cuando te ponés el perfume que me gusta y me dejas olértelo. Disfruto cuando me decís pendeja de la misma manera en que alguien dice mi amor. Disfruto de tus bonita y de la valoración hacia mi inteligencia, como también, de los elogios a mi piel o a mi ropa interior sexy.

Disfruto que puedas pasarte horas mirándome las uñas arregladas con esmalte semipermanente y que te guste tanto que las lleve así. Disfruto que fantasees conmigo, que te produzca deseo, que te excite, que te movilice y que, con sólo un par de caricias, estés listo para mí.  Disfruto cuando me contás de tu hija, de tu hermano, de los recuerdos de tu infancia o de tu paso por la Universidad Nacional de ***. Disfruto cuando tenés una postura fija sobre las cosas y podemos debatir e intercambiar puntos de vista, cada uno, desde su cosmovisión y desde su nivel etario.

Disfruto cuando llegás y puedo abrazarte fuerte y podemos caminar juntos por la calle y puedo tocarte. Es extraño, jamás me pasó algo así, pero convivir con vos no me parece una locura. Se da con la naturalidad de quien dice tengo frío o voy a comer fideos. Disfruto cuando merendamos, me cebás matecitos y cada uno se hunde en su lectura hasta que la comparte con el otro, que la disfruta en su voz, y éso se convierte en magia. Disfruto que me hagas elegir un capítulo de Rayuela al azar y me lo leas, después de haberme hecho el amor.  Eso, para mí, es todo lo que deseé siempre, aunque no te lo diga, aunque sea algo que me guarde para mí, porque soy tímida.

Disfruto. Lo disfruto. Te disfruto. Nos disfruto.  Y sé, sé con certeza, que esas cosas quizá no le pasan a la gente muchas veces en la vida.  Por eso, pese a todo lo que no disfruto de nuestra relación, es que necesitaba hacer ése balance. A veces se torna muy necesario saber si los vínculos que alimentamos cada día valen más la alegría que la pena. Y más, cuando en nuestro corazón se hace presente el miedo y la incertidumbre.

Sí, mi morocho lindo, como te digo cuando me pongo mimosa, yo te disfruto. Lo escribo, para que cuando me agobie el encierro y la angustia, pueda entrar a leerlo. Y me acuerde por qué te elegí a vos.  Por qué vos, entre todos, por qué vos.

miércoles, 22 de abril de 2020

Celos

Buenos Aires, 30 de diciembre de 2019

Desmaquillándome después de salir de la ducha, me pasee por la habitación en remera y ropa interior. Galeno me miró, sonrió y tomo el celular. 

- Me escribió ** . Me dice que se fueron con *** a pasar un fin de semana en lo de la tía. No vuelve hasta el miércoles. 

Estaba haciendo referencia a su ex mujer, la madre de la hija que tiene Galeno, y me comentaba lo que le había dicho. Me pareció un gesto lindo de su parte. De confianza. Un gesto sencillo, pero al mismo tiempo, serio. 

- Oooh, bien... ¿De mini vacaciones? - le sonreí, animada - Va a estar contenta, ***, seguro...  -observé, en relación a la nena. 

- Seguramente... Ella está chocha - me sonrió. 

Siguió trajinando con el celular. Yo me seguí arreglando. Sin darle importancia, me acosté, me tapé y me puse  a mirar mi celular. Fue una manera de darle su espacio. 

- Uh, bueno... - musitó, quejoso, fastidiado de pronto.  

- ¿Qué? 

- Que ahora me está preguntando si la puedo tener el 20. Falta para eso. No sé ni cuándo es veinte... - musitó. 

Me sonreí. Busque mi aplicación de calendario en el celular . 

- Acá me fijé... Cae lunes, si te sirve. 

- Bueno, entonces si... Igualmente falta muchísimo, pero sí - dijo - Esto se puede arreglar en otro momento. Falta un mes... 

Yo seguí con mi celular. Galeno suspiró. Dejo el celular en la mesita de luz. Lo miré de reojo y lo dejé hacer. Me pone un poco incómoda cuando habla con la ex, me dije en ese momento, sólo por no querer estar ahí y darle intimidad. Pero, al caso, ¿qué tenía de malo que estuviera o que me lo comentara? Me relajé. 

- Listo - me dijo, más dulcemente y se me acercó en plan de unos mimos. 

El celular vibró. 

- Contéstale, dale... - me reí.  
- No. Ya está. Ya le dije que sí. Listo. No es una urgencia... - dijo, firme. 
- Bueno, como vos quieras... Yo no tengo drama... - le expliqué. 
- Yo quiero hacerte mimos... Si me das habilitación - musitó. 

Dejé el celular y le sonreí.  

- Vení acá, por favor, vení un poquito... - me dijo, al ver la afirmativa. 

- Bueno, voy un poquito nada más y mañana otro poco, tipo, voy mitad y mitad - lo burle. 

- Noooo. Vení entera conmigo - me pidió. 

Me abrazo fuerte. Me dió besos tiernos hasta que logro relajarme. Me atrajo hacia él y comenzó a hacerme caricias. 

Galeno se rió. 

- ¿Me explicas como me respondes así? - le dije - No hice nada todavía, sólo te abracé, unos besitos...  - me reí. 

Había pasado un segundo y todo estaba coordinado. Unos mimos en el pelo, unos besitos más por la mandíbula, y Galeno estaba conmigo. 

-  No hace falta que hagas nada más. Vos me abrazas y para mí es suficiente. Me gustás, pendeja. 

- No soy la única máquina de sentir... - sonreí mientras me acostaba encima de el, para más mimos - Disfrutá, como me decís vos - musité, riéndome.  
-  Me pasa con vos 

Lo bese. 

- A mi también...  Me pasa lo mismo cuando me tocas - le confesé, entre beso y beso.  

Galeno se aferró a mí, me besó con fuerza y se encargó de que me sintiera segura y feliz con sus caricias y todo el resto de los menesteres. 

En ésa época, en mi vida, no existían los celos por las minas que likea en redes ocasionalmente o porque la ex lo quiere de ésa manera. Ni Galeno me decía , al contarle de un Fulano conocido, que ése otro hacía X cosa porque quería mantener relaciones sexuales conmigo.  Pasaron otras cosas, claro, y a eso se le sumó la distancia impuesta por éste virus raro y las dudas y los likes en culos ajenos pero además los comentarios de: "quiere jugar al tenis con vos, sí, y te quiere gar", de su parte. Se sumó el "me gustaría que estuvieras acá" y otros deseos de la misma textura.

Pero puedo decir, con total sinceridad, que los celos son una gran cagada. Y que no reflejan al otro y sus elecciones, que nunca lo harán... Sino que reflejan todo lo que más nos cuesta asumir de nosotros mismos.

Y quizá, de éso se trata. 36 días encerrada tienen que servir, mínimamente, para pensarse y reconocer los propios demonios.  Quizá, cuando volvamos a la normalidad, entendamos que los celos no sirven para nada. Que nos tenemos que aferrar a los que queremos y , esencialmente, que no hay tiempo que perder. Cada quien es libre de elegir con quien estar, y dónde. Cada quien se mueve por sus deseos y sus pulsiones... Por eso, cuando nos estén eligiendo, hay que saber apreciarlo y, si correspondemos, aprovecharlo hasta el fondo. Aunque no sea para siempre. Porque uno, a fin de cuentas, nunca sabe lo que puede pasar. Está a la vista.  Nadie se esperó que ésto nos sucediera. Y acá estamos...

Entonces ¿de qué sirve hacerse películas cuando estamos pasando por todo ésto como Humanidad? ¿De qué sirve manijearse? ¿De qué sirve desconfiar, si es el contexto más propicio para rendirse? ¿De qué sirve asustarse del futuro, si lo único que se espera es que sea mucho mejor del presente?

Lo único que nos dá esperanza en éstos momentos, es seguir siendo elegidos por los vínculos que formamos. Es sobrevivir a la prueba. Es poder contarla juntos con familiares y amigos, cuando la pesadilla acabe. Es ir a buscar a las personas que siempre estuvieron con nosotros y que, en éste contexto,  nos buscaron y nos siguiendo eligiendo pese a la ausencia física.  Sin egoísmos, sin celos, sin pormenores.

jueves, 16 de abril de 2020

Fortaleza


" No puedo seguir. No es una pérdida de tiempo o una experiencia posible de ser vivida, lo que se juega para mí. Me pasan otras cosas distintas a las tuyas y... no son las mismas que te pasan a vos. Se me fueron los sentimientos de las manos y... es muy corbarde de mi parte no hacerles justicia más allá de que vos no vas a ir conmigo para esos lugares.  Así que, quería decírtelo, porque desde hace tiempo me siento para atrás con el tema y ... traté de solucionarlo pero no pude. De acá en adelante, sé que vas a estar bien y yo creo que voy a poder estar mejor. Sé que querer mucho a alguien no es malo, pero sí creo que no es lo que buscábamos ninguno de los dos y... a mí me pasó mucho antes de que me mostraras tus límites, pero, lamentablemente, no supe darme cuenta a tiempo como para poder explicártelo y ser más prolijita. Te lo explico ahora: creo que estoy enamorada de vos. De una forma re silenciosa, muy... dificil de explicar y, al mismo tiempo, con plena conciencia del final, pero me encuentro hasta las re manos.  Me hubiese gustado poder decírtelo de otra manera, quizá hablar ésto frente a frente, pero no es posible, ya lo sé. También sé que no estás buscando eso, que ya te pasó, que ya está. Así que... no soy partidaria de insistir, respeto tus condiciones... Sólo que no puedo sostener las mías.  Te mando un beso. Cuidate mucho. Y gracias, por todo "

Antes no podía ni escribir éste mensaje.
Ahora, por lo menos, ya tengo el borrador.
Lo próximo, es mandarlo.
Lo sé.

¿Por qué será que los fantasmas siempre ganan?
¿Por qué será que el miedo, la falta de seguridad, la ciclotimia, el pasado, ganan? ¿Por qué no puedo decirle : " No veo la hora de que esto pase para que podamos vernos" y que eso no implique una derrota? ¿Por qué será que estoy tan a la defensiva y todo lo que hace me cae como el traste?

No puedo dejar de pensar en el equilibrio atroz que tenía mi vida de antes como un faro en la oscuridad y, al mismo tiempo, como la posibilidad plena de esa misma oscuridad.

II

Se sentó a mi lado y, sin pensarlo, me acomodé sobre sus muslos. Apoyó una mano en mi cuerpo y buena parte de su brazo. Lo agarré de las manos en un profundo silencio y se las miré. Le acaricié cada una de las uñas planas. Supe que lo estaba admirando pero no me importó. Galeno me agarró una de mis manos, frotó las yemas de sus dedos sobre mis uñas con esmalte semipermanente y sonreí. Le encanta hacer eso y le gusta también que tenga las uñas arregladísimas.

Lo tomé de la mano un rato después y cerré los ojos por un rato.
Galeno me acarició la cara, teniendo nuevamente sus manos libres cuando me cansé de admirarlas y acariciarlas y mirarlas fijamente.

- Amo tus manos - musité.

Se rió.  Se acomodó un poco mejor y me dió un beso en la nariz. No dejó de acariciarme ni un segundo. Volvió a besarme en el pelo.  Y yo, vencida, cerré los ojos.

Al ratito, mientras lo sentía sobre mí, y podía apretarlo por la espalda y mezclando las manos por su pelo, lo ví sonreír, resplandeciente. Nos miramos. Nos reímos por un segundo y paramos las rotativas para disfrutar de lo que estaba pasando. Volví a besarlo. Volvimos a reírnos. Lo mordí un poco al siguiente beso. Galeno suspiró y me dió un beso tan apasionado como intenso.


jueves, 27 de febrero de 2020

Llegada

" Anunciamos que el vuelo 6022, con destino a ***, ya está listo para comenzar con el pre embarque". 

Me acerqué a la fila que ya habían hecho un montón de otros pasajeros delante de la puerta de embarque. Saqué mi boording pass, apronté mi documento y mantuve unos minutos la vista en la pantalla que anunciaba el estado de mi vuelo. 

Se me hizo un nudo en la garganta y el corazón se subió a mi pecho. Empecé a parpadear con más velocidad y respiré hondo.  Tenía miedo, emoción, ansiedad, deseo e incertidumbre. No sabía con qué me iba a encontrar, pese a que Galeno me hubiera contado de su vida mil veces desde que nos conocimos. Pero tampoco hubiera sabido cómo vivir con el peso de no haber tomado la decisión de volar hasta él, jugándome desde mi lugar. 

Embarque rápidamente y subí al avión . No pensé en nada. Solo me dedique a apretar mi cinturón de seguridad y rogar que todo saliera bien durante aquel trayecto entre Buenos Aires y su provincia. 

Solo cuando llegué, y reconocí en el paisaje distinto y el bajón de temperatura mi estancia en un lugar nuevo, comprendí lo que había hecho. 

De nuevo vinieron a mi la ansiedad, el deseo , y el recuerdo de la despedida con Galeno.  ¿Estaría ahí, esperándome? Quería abrazarlo, mientras caminaba hacia la salida al exterior más cercana y al mismo tiempo no podía dejar de pensar que ojalá comprendiera lo que significaba para mí confiar tanto en el.

Confiar para viajar sola, para esperarlo en el aeropuerto creyendo en su venida. Confiar y quedarme viviendo su casa por unos días. Confiar en lo que me había dicho. Confiarme su respaldo. Confiar en lo que siento cuando estoy consigo. 

Hasta que llega en el auto, me saluda de lejos, se baja y me abraza con fuerza. El ambo , ya que está recién salido de otra guardia, se esconde debajo de una campera negra.

Tiene cara de cansado y yo también. El no durmió en toda la noche porque tuvo que trabajar sobre algunas urgencias. Yo tampoco dormí porque para estar a las ocho y media de la mañana en su provincia había tenido que salir de madrugada.

Sonreímos.

- Bueno, este es mi lugar... - dice - Bienvenida a la Provincia de ***.

Me río.

- Que tremenda bienvenida, eh - lo burle - Ya con solo bajar del avión me di cuenta que pinta muy bien tu provincia...

Se rió.

- ¿El vuelo estuvo bien?

(...)

- ¿Como te fue en la guardia? - pregunté y se quedó callado.

Revoleando los ojos, entendí a que se refería.

Perdí una mano por su pelo.

- Uy, pobrecito...

(...)

- Seh. No dormí nada. Pero igual ahora vamos a desayunar algo... ¿Vamos a casa?

- Vamos, si, dale. Así dejamos esto...

Asintió con la cabeza y siguió conduciendo mientras me mostraba sus lugares de paso.

- ¿Ves esa torre , a la izquierda?

- ¿La que tiene un distintivo rojo? - le pregunté.

- Sí, esa.

- Sí, si. La más alta.

- Ahí vivo yo... - dijo.

Y poco después ingresamos en el complejo privado dónde vive Galeno.  Porque ese desconcierto también lo tenía que enfrentar. ¿Cómo es que vive en un barrio privado? Eso pensé. Y me asusté porque todo era demasiado extraño para mí.

Sin embargo, cuando me llevo consigo por las calles hasta la entrada, me mostró las instalaciones y subimos a su departamento, todo se acomodo. Es un lugar bello y lujoso, si, pero una vez que me adentré en su intimidad, pude ver la razón por la que yo había viajado hasta allí, es decir, lo que Galeno es.

Libros de Cortázar por todas partes. Cuadros de su hija. Fotos con su hija. Dibujos de su hija. Música de fondo y el termo con el que paseamos por Buenos Aires arriba de la mesa.

Galeno me dijo que tenía algunas cosas que eran para mí en la heladera. Y sonriéndome saco una mermelada artesanal que, sabe, me matan de placer.

- Ohhhh. ¡Graciiias! - le dije.

Me la había comprado para mí porque el no come. Cuando noté eso, me invadió una oleada de ternura.

- No hacía falta, Galeno...

- Si, para que desayunes... ¿Cómo querés el café? - sonrió- ¿Que capsulita?

Lo miré, sonreí, y me sentí en casa.

Muy agradecida.

Muy agradecida por haber vencido el miedo. 

martes, 4 de febrero de 2020

Libertad

No es la primera vez que escucho sobre el pudor en las mujeres a la hora de tener un encuentro íntimo con la persona elegida. Independientemente del sexo de su pareja, y de la propia orientación sexual, infinidad de veces noté cómo el temor por no satisfacer al otro opaca hasta las mejores intenciones.

Y lo cierto es que, cabe decirlo, pensé en el modo que tenemos de entender con Galeno ese asunto. Porque a menudo me sorprende su concepción del sexo, su idea sobre el, su forma de llevarlo, y en especial, lo mucho que estoy aprendiendo con su ayuda.

 Es que realmente eran muchos los pudores y muchas las incertidumbres que yo tenía y algunas que sigo teniendo.  Era mucho el miedo a no saber encontrar su modo. Era mucho el tiempo en el que yo no sentía algo más allá del deseo, que se remitiera a lo afectivo, y era también la primera vez donde el otro se hacía cargo de lo que a mí me pasaba y me pasa y no se escapaba. ¿Y como jugarla en ese contexto? ¿O como no volver a jugarla nunca más? Pensar que aquel otro hombre me iba a tocar con miedo y no me iba ni querer besar , me hacía retorcer las tripas. No lo iba a poder tolerar una vez más. No iba a bancarme que me pase de nuevo después de todo lo que había tenido que jugarme para dar el paso y encontrarnos a una provincia de distancia...  Y sin embargo, cuando Galeno empezó a desarmar su armadura e hizo gala de su amplia experiencia, yo cai en la cuenta que no había conocido una faceta como la que descubrí ese día, en casi veinticinco años. 

Yo sospecho que el secreto de Galeno fue aceptarme al cien desde el minuto cero. No pedirme nada, si no, aceptar. Aceptar lo que me fuera posible darle y desde mi modo de darle. Sin presionarme. Solo dejando que se dieran todo como debiera darse.  Si, yo realmente creo que lo fue. ¿De otra manera, como me sentí tan libre? 

He oído a mujeres que no logran disfrutar por completo los encuentros. Se preocupan por su cuerpo, por lograr objetivos y olvidan escuchar a su cuerpo. Sin dudas, yo antes de esta experiencia, era de esas mujeres. Tenía una concepción al mercantilista del sexo, una especie de debe y haber. Una exposición de resultados. 

Y con Galeno, en cambio, aprendo todos los días el calor del mientras tanto. No en vano, la primera vez que lo ví, se dedicó durante horas a acariciarme y darme besos. 

-¿Por qué haces esto? -le pregunté con total curiosidad. 

Sonrío y me acaricio muy despacio. Cada caricia era una dulce enternidad mezclada con una profunda desesperación. 

- Porque antes que cualquier otra cosa, tenés que escuchar a tu cuerpo - musitó - Me gustaría que lo disfrutes, y para eso, es necesario que escuches a tu cuerpo, que no tengas miedo ni vergüenza conmigo - insistió - ¿Me dejas a mí? - me preguntó, y en esa pregunta, obtuvo la rendición. 

Recuerdo que en ese momento no pensé que si lo besaba me podía correr la cara, como suponía antes de llegar a aquel instante. Simplemente, lo besé 

- Sí, te dejo - le dije, riéndome suavecito. 

Y lo dejé enseñarme algo nuevo. Es decir que, antes que nada, hacer el amor con alguien, es anidarse uno mismo. Nadie puede dar lo que no tiene, pero tampoco, nadie puede permitirse disfrutar si no le hacen el mejor regalo que un amante nos puede hacer: el espacio para sentirse libre. 

Y yo siento, específicamente, que Galeno a su edad, y con su experiencia, llegó a mi vida para que me descubra de tantos modos que no alcanzo, todavía , a imaginar.