¿Por qué estar con vos y no con otros? ¿Por qué haberte elegido a vos y no a otros? ¿Por qué haberte dado a vos el permiso, el espacio y el tiempo que le negué a otros? ¿Por qué despertarme en tu casa, en tu provincia, y dejarte mi perfume en las toallas? ¿Por qué no otros? ¿Por qué no cerca? ¿Por qué no de mi misma edad? ¿Por qué no de mi misma clase social, incluso? ¿Por qué un hombre que le da su vida a la medicina y no a los libros? ¿Por qué un Médico y no un Licenciado en Letras? ¿Por qué no aún más cerca? ¿Por qué no acá?
Honestamente, no lo sé. Y el día en que sepa responder a éstas preguntas, quizá, será el día donde no tenga un solo sentimiento ni un solo gramo más de interés en vos. Pero mientras tanto, durante éstos últimos diez meses, no traté de darle más vueltas al asunto. Y sin embargo, ahora, cuando intento pensar qué disfruté con vos, por qué te elegí, por qué un día me encontré durmiendo con vos al lado y al siguiente desayunando, me parece importante. Porque poder hacerlo es, al mismo tiempo, evaluar las razones por las cuales diez meses después de ese primer chat algo pasó. Y las razones por las cuales quizá es bueno que siga pasando... o no. Sí, justamente por eso. No tiene nada que ver con dejarte o quedarme. Es balance. Es un ejercicio de indagación personal que me permita pensar todo aquéllo que yo veo en vos para evaluar si puedo disfrutar de ésto que formamos juntos. Y que hizo posible que un día te abrazara feliz de reencontrarme en un aeropuerto cuando yo no creía en esas historias.
Disfruto cuando me mandás mi combinación de emojis en el chat, porque es un código de nosotros y tan de nosotros, que sé lo que querés expresar y vos sabés lo que quiero decir con esos muñequitos. Disfruto cuando me mandás una frase a mitad del día de algo que me interesa, o un live de un escritor que admiro, porque sabés mis gustos, porque tomaste nota de mis intereses y porque siento que pensaste en mí. Disfruto cuando vamos a comer y, aún sabiendo que nunca me termino mi plato, me mirás comer con paciencia y mesura y no te importa que yo coma tan lento...
Disfruto cuando hablamos y siento que -¡por fin!- intelectualmente hay alguien masculino que me entiende y con quien parece que nos conocemos de otro tiempo. Disfruto que seas tan culto, porque es fácil hablar con vos e incluso ponernos de acuerdo para visitar un museo o una exposición de arte, es inevitable. Me decís "¿vamos a una librería? y para mí es como si me dijeras todo lo que me hubiese encantado compartir con alguien más tantas veces.
Disfruto que usemos las palabras al mismo tiempo, que respondamos las mismas cosas en algunos casos y que haya coincidencias. Disfruto que tengamos gustos en común, como el guiso de lentejas, los poemas, la justicia social y las canciones de Lisandro Aristimuño. Disfruto que, a veces, parece que me hubieses espiado toda mi vida para hacer, con dos o tres gestos, un momento perfecto, casi a mi medida. ¿Cómo es que, pese a todas las distancias posibles, nosotros estamos desde las preferencias tan conectados, desde lo que amamos siempre, tan destinados a encontrarse?
Disfruto cuando hablamos y siento que -¡por fin!- intelectualmente hay alguien masculino que me entiende y con quien parece que nos conocemos de otro tiempo. Disfruto que seas tan culto, porque es fácil hablar con vos e incluso ponernos de acuerdo para visitar un museo o una exposición de arte, es inevitable. Me decís "¿vamos a una librería? y para mí es como si me dijeras todo lo que me hubiese encantado compartir con alguien más tantas veces.
Disfruto que usemos las palabras al mismo tiempo, que respondamos las mismas cosas en algunos casos y que haya coincidencias. Disfruto que tengamos gustos en común, como el guiso de lentejas, los poemas, la justicia social y las canciones de Lisandro Aristimuño. Disfruto que, a veces, parece que me hubieses espiado toda mi vida para hacer, con dos o tres gestos, un momento perfecto, casi a mi medida. ¿Cómo es que, pese a todas las distancias posibles, nosotros estamos desde las preferencias tan conectados, desde lo que amamos siempre, tan destinados a encontrarse?
Disfruto poder compartir con vos un shopping, un museo, una galería de arte o un espacio de lectura. Disfruto recorrer Buenos Aires y perdernos juntos en la Biblioteca Nacional, absortos. Disfruto conocer librerías, tomar helado y buscar regalos para tu hija en cada viaje. Disfruto ayudarte en eso y agradezco mucho que lo valores. Disfruto escucharte hablar con tonadita y podría hacerlo durante horas. Disfruto cuando broméas por mi tonada porteña, cuando me ponés cara de agreta - deliberadamente - y cuando me mirás con los ojos ardiendo de deseo. Disfruto cuando me decís todos mis apodos, aquéllos que me pusiste y que me da dulzura escuchar. Disfruto cuando sabés entender mis tiempos, mis debilidades, y no salís corriendo; porque estando lejos, sé que podrías haberlo hecho mucho antes, sin ir más lejos, el día después de habernos conocido.
Disfruto de las veces donde podemos dormir juntos. De los momentos donde, a veces, me parece que la química existe entre las personas. De aquéllos instantes donde me mirás manso y silencioso, pero también, de esos pequeños gestos que me hacen feliz. Como cuando me acaricias la cara mientras tengo los ojos cerrados... O cuando me ponés el pelo detrás de las orejas. O cuando me hacés mimos en el pelo mientras estoy acostada. O cuando me agarrás la mano en el restaurante mientras esperamos la comida. O cuando me hacés chistes, con el argumento de que sos un hombre inofensivo," del interior del interior". Pero también me llena de ternura que, mientras yo estoy embarcada en la única misión de darte placer físico, vos te ocupes de que esté cómoda, y no dejes de acariciarme la cara o de intentar, dependiendo cuáles sean los tópicos, que me sienta segura y protegida.
Disfruto de tu forma de seducirme, de tu manera tan humana y tan comprensiva de hacerme el amor, y de tu delicadeza infinita. Disfruto de tus "me encanta complacerte" y de la sonrisa pícara con la que me avalás y me acompañas a recorrer un camino que para mí había tenido tantas piedras. Disfruto que te expreses, que me digas lo que te gusta y que no me pongas límites. Disfruto cuando me besás apasionadamente y me mordés un poquito para reírte de cómo mi carne se convierte en piel de gallina. Disfruto, muchísimo, cómo a un nivel físico, siento que nos hubiésemos acostado toda la vida. Cómo todo se nos da, cómo los dos nos encontramos en esa instancia de estar hablando del clima y, de repente, con sólo mirarnos, terminar haciendo el amor. Disfruto, sí, de esa electricidad, de esa capacidad de derramarse que tiene el deseo , como si fuera una llamarada que va agarrándose de una cortina para expandirse.
Disfruto cuando aceptas bañarte conmigo solo porque bromeás con usar mi shampoo re minita o mi jabón facial re-contra específico, sólo para hacerme reír. Disfruto cuando me bancás yendo a todos lados con mi neceser lleno de cremas, de maquillaje y de productos de belleza, aunque pese dos kilos y medio. Disfruto cuando me hacés el desayuno silbando a Drexler, que suena a todo volumen. Disfruto cuando te ponés el perfume que me gusta y me dejas olértelo. Disfruto cuando me decís pendeja de la misma manera en que alguien dice mi amor. Disfruto de tus bonita y de la valoración hacia mi inteligencia, como también, de los elogios a mi piel o a mi ropa interior sexy.
Disfruto que puedas pasarte horas mirándome las uñas arregladas con esmalte semipermanente y que te guste tanto que las lleve así. Disfruto que fantasees conmigo, que te produzca deseo, que te excite, que te movilice y que, con sólo un par de caricias, estés listo para mí. Disfruto cuando me contás de tu hija, de tu hermano, de los recuerdos de tu infancia o de tu paso por la Universidad Nacional de ***. Disfruto cuando tenés una postura fija sobre las cosas y podemos debatir e intercambiar puntos de vista, cada uno, desde su cosmovisión y desde su nivel etario.
Disfruto cuando llegás y puedo abrazarte fuerte y podemos caminar juntos por la calle y puedo tocarte. Es extraño, jamás me pasó algo así, pero convivir con vos no me parece una locura. Se da con la naturalidad de quien dice tengo frío o voy a comer fideos. Disfruto cuando merendamos, me cebás matecitos y cada uno se hunde en su lectura hasta que la comparte con el otro, que la disfruta en su voz, y éso se convierte en magia. Disfruto que me hagas elegir un capítulo de Rayuela al azar y me lo leas, después de haberme hecho el amor. Eso, para mí, es todo lo que deseé siempre, aunque no te lo diga, aunque sea algo que me guarde para mí, porque soy tímida.
Disfruto. Lo disfruto. Te disfruto. Nos disfruto. Y sé, sé con certeza, que esas cosas quizá no le pasan a la gente muchas veces en la vida. Por eso, pese a todo lo que no disfruto de nuestra relación, es que necesitaba hacer ése balance. A veces se torna muy necesario saber si los vínculos que alimentamos cada día valen más la alegría que la pena. Y más, cuando en nuestro corazón se hace presente el miedo y la incertidumbre.
Sí, mi morocho lindo, como te digo cuando me pongo mimosa, yo te disfruto. Lo escribo, para que cuando me agobie el encierro y la angustia, pueda entrar a leerlo. Y me acuerde por qué te elegí a vos. Por qué vos, entre todos, por qué vos.
Disfruto de tu forma de seducirme, de tu manera tan humana y tan comprensiva de hacerme el amor, y de tu delicadeza infinita. Disfruto de tus "me encanta complacerte" y de la sonrisa pícara con la que me avalás y me acompañas a recorrer un camino que para mí había tenido tantas piedras. Disfruto que te expreses, que me digas lo que te gusta y que no me pongas límites. Disfruto cuando me besás apasionadamente y me mordés un poquito para reírte de cómo mi carne se convierte en piel de gallina. Disfruto, muchísimo, cómo a un nivel físico, siento que nos hubiésemos acostado toda la vida. Cómo todo se nos da, cómo los dos nos encontramos en esa instancia de estar hablando del clima y, de repente, con sólo mirarnos, terminar haciendo el amor. Disfruto, sí, de esa electricidad, de esa capacidad de derramarse que tiene el deseo , como si fuera una llamarada que va agarrándose de una cortina para expandirse.
Disfruto cuando aceptas bañarte conmigo solo porque bromeás con usar mi shampoo re minita o mi jabón facial re-contra específico, sólo para hacerme reír. Disfruto cuando me bancás yendo a todos lados con mi neceser lleno de cremas, de maquillaje y de productos de belleza, aunque pese dos kilos y medio. Disfruto cuando me hacés el desayuno silbando a Drexler, que suena a todo volumen. Disfruto cuando te ponés el perfume que me gusta y me dejas olértelo. Disfruto cuando me decís pendeja de la misma manera en que alguien dice mi amor. Disfruto de tus bonita y de la valoración hacia mi inteligencia, como también, de los elogios a mi piel o a mi ropa interior sexy.
Disfruto que puedas pasarte horas mirándome las uñas arregladas con esmalte semipermanente y que te guste tanto que las lleve así. Disfruto que fantasees conmigo, que te produzca deseo, que te excite, que te movilice y que, con sólo un par de caricias, estés listo para mí. Disfruto cuando me contás de tu hija, de tu hermano, de los recuerdos de tu infancia o de tu paso por la Universidad Nacional de ***. Disfruto cuando tenés una postura fija sobre las cosas y podemos debatir e intercambiar puntos de vista, cada uno, desde su cosmovisión y desde su nivel etario.
Disfruto cuando llegás y puedo abrazarte fuerte y podemos caminar juntos por la calle y puedo tocarte. Es extraño, jamás me pasó algo así, pero convivir con vos no me parece una locura. Se da con la naturalidad de quien dice tengo frío o voy a comer fideos. Disfruto cuando merendamos, me cebás matecitos y cada uno se hunde en su lectura hasta que la comparte con el otro, que la disfruta en su voz, y éso se convierte en magia. Disfruto que me hagas elegir un capítulo de Rayuela al azar y me lo leas, después de haberme hecho el amor. Eso, para mí, es todo lo que deseé siempre, aunque no te lo diga, aunque sea algo que me guarde para mí, porque soy tímida.
Disfruto. Lo disfruto. Te disfruto. Nos disfruto. Y sé, sé con certeza, que esas cosas quizá no le pasan a la gente muchas veces en la vida. Por eso, pese a todo lo que no disfruto de nuestra relación, es que necesitaba hacer ése balance. A veces se torna muy necesario saber si los vínculos que alimentamos cada día valen más la alegría que la pena. Y más, cuando en nuestro corazón se hace presente el miedo y la incertidumbre.
Sí, mi morocho lindo, como te digo cuando me pongo mimosa, yo te disfruto. Lo escribo, para que cuando me agobie el encierro y la angustia, pueda entrar a leerlo. Y me acuerde por qué te elegí a vos. Por qué vos, entre todos, por qué vos.