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jueves, 30 de abril de 2020

Mis razones

¿Por qué estar con vos y no con otros? ¿Por qué haberte elegido a vos y no a otros? ¿Por qué haberte dado a vos el permiso, el espacio y el tiempo que le negué a otros? ¿Por qué despertarme en tu casa, en tu provincia, y dejarte mi perfume en las toallas? ¿Por qué no otros? ¿Por qué no cerca? ¿Por qué no de mi misma edad? ¿Por qué no de mi misma clase social, incluso? ¿Por qué un hombre que le da su vida a la medicina y no a los libros? ¿Por qué un Médico y no un Licenciado en Letras? ¿Por qué no aún más cerca? ¿Por qué no acá

Honestamente, no lo sé. Y el día en que sepa responder a éstas preguntas, quizá, será el día donde no tenga un solo sentimiento ni un solo gramo más de interés en vos. Pero mientras tanto, durante éstos últimos diez meses, no traté de darle más vueltas al asunto. Y sin embargo, ahora, cuando intento pensar qué disfruté con vos, por qué te elegí, por qué un día me encontré durmiendo con vos al lado y al siguiente desayunando, me parece importante. Porque poder hacerlo es, al mismo tiempo, evaluar las razones por las cuales diez meses después de ese primer chat algo pasó. Y las razones por las cuales quizá es bueno que siga pasando... o no.   Sí, justamente por eso. No tiene nada que ver con dejarte o quedarme. Es balance. Es un ejercicio de indagación personal que me permita pensar todo aquéllo que yo veo en vos para evaluar si puedo disfrutar de ésto que formamos juntos.  Y que hizo posible que un día te abrazara feliz de reencontrarme en un aeropuerto cuando yo no creía en esas historias. 

Disfruto cuando me mandás mi combinación de emojis en el chat, porque es un código de nosotros y tan de nosotros, que sé lo que querés expresar y vos sabés lo que quiero decir con esos muñequitos. Disfruto cuando me mandás una frase a mitad del día de algo que me interesa, o un live de un escritor que admiro, porque sabés mis gustos, porque tomaste nota de mis intereses y porque siento que pensaste en mí. Disfruto cuando vamos a comer y, aún sabiendo que nunca me termino mi plato, me mirás comer con paciencia y mesura y no te importa que yo coma tan lento...

Disfruto cuando hablamos y siento que -¡por fin!- intelectualmente hay alguien masculino que me entiende y con quien parece que nos conocemos de otro tiempo. Disfruto que seas tan culto, porque es fácil hablar con vos e incluso ponernos de acuerdo para visitar un museo o una exposición de arte, es inevitable. Me decís "¿vamos a una librería? y para mí es como si me dijeras todo lo que me hubiese encantado compartir con alguien más tantas veces.

Disfruto que usemos las palabras al mismo tiempo, que respondamos las mismas cosas en algunos casos y que haya coincidencias. Disfruto que tengamos gustos en común, como el guiso de lentejas, los poemas, la justicia social y las canciones de Lisandro Aristimuño. Disfruto que, a veces, parece que me hubieses espiado toda mi vida para hacer, con dos o tres gestos, un momento perfecto, casi a mi medida. ¿Cómo es que, pese a todas las distancias posibles, nosotros estamos desde las preferencias tan conectados, desde lo que amamos siempre, tan destinados a encontrarse? 

Disfruto poder compartir con vos un shopping, un museo, una galería de arte o un espacio de lectura. Disfruto recorrer Buenos Aires y perdernos juntos en la Biblioteca Nacional, absortos. Disfruto conocer librerías, tomar helado y buscar regalos para tu hija en cada viaje. Disfruto ayudarte en eso y agradezco mucho que lo valores.  Disfruto escucharte hablar con tonadita y podría hacerlo durante horas. Disfruto cuando broméas por mi tonada porteña, cuando me ponés cara de agreta - deliberadamente - y cuando me mirás con los ojos ardiendo de deseo. Disfruto cuando me decís todos mis apodos, aquéllos que me pusiste y que me da dulzura escuchar. Disfruto cuando sabés entender mis tiempos, mis debilidades, y no salís corriendo; porque estando lejos, sé que podrías haberlo hecho mucho antes, sin ir más lejos, el día después de habernos conocido. 

Disfruto de las veces donde podemos dormir juntos. De los momentos donde, a veces, me parece que la química existe entre las personas. De aquéllos instantes donde me mirás manso y silencioso, pero también, de esos pequeños gestos que me hacen feliz. Como cuando me acaricias la cara mientras tengo los ojos cerrados... O cuando me ponés el pelo detrás de las orejas. O cuando me hacés mimos en el pelo mientras estoy acostada. O cuando me agarrás la mano en el restaurante mientras esperamos la comida. O cuando me hacés chistes, con el argumento de que sos un hombre inofensivo," del interior del interior". Pero también me llena de ternura que, mientras yo estoy embarcada en la única misión de darte placer físico, vos te ocupes de que esté cómoda, y no dejes de acariciarme la cara o de intentar, dependiendo cuáles sean los tópicos, que me sienta segura y protegida.

Disfruto de tu forma de seducirme, de tu manera tan humana y tan comprensiva de hacerme el amor, y de tu delicadeza infinita. Disfruto de tus "me encanta complacerte" y de la sonrisa pícara con la que me avalás y me acompañas a recorrer un camino que para mí había tenido tantas piedras. Disfruto que te expreses, que me digas lo que te gusta y que no me pongas límites. Disfruto cuando me besás apasionadamente y me mordés un poquito para reírte de cómo mi carne se convierte en piel de gallina. Disfruto, muchísimo, cómo a un nivel físico, siento que nos hubiésemos acostado toda la vida. Cómo todo se nos da, cómo los dos nos encontramos en esa instancia de estar hablando del clima y, de repente, con sólo mirarnos, terminar haciendo el amor.  Disfruto, sí, de esa electricidad, de esa capacidad de derramarse que tiene el deseo , como si fuera una llamarada que va agarrándose de una cortina para expandirse.

Disfruto cuando aceptas bañarte conmigo solo porque bromeás con usar mi shampoo re minita o mi jabón facial re-contra específico, sólo para hacerme reír. Disfruto cuando me bancás yendo a todos lados con mi neceser lleno de cremas, de maquillaje y de productos de belleza, aunque pese dos kilos y medio. Disfruto cuando me hacés el desayuno silbando a Drexler, que suena a todo volumen. Disfruto cuando te ponés el perfume que me gusta y me dejas olértelo. Disfruto cuando me decís pendeja de la misma manera en que alguien dice mi amor. Disfruto de tus bonita y de la valoración hacia mi inteligencia, como también, de los elogios a mi piel o a mi ropa interior sexy.

Disfruto que puedas pasarte horas mirándome las uñas arregladas con esmalte semipermanente y que te guste tanto que las lleve así. Disfruto que fantasees conmigo, que te produzca deseo, que te excite, que te movilice y que, con sólo un par de caricias, estés listo para mí.  Disfruto cuando me contás de tu hija, de tu hermano, de los recuerdos de tu infancia o de tu paso por la Universidad Nacional de ***. Disfruto cuando tenés una postura fija sobre las cosas y podemos debatir e intercambiar puntos de vista, cada uno, desde su cosmovisión y desde su nivel etario.

Disfruto cuando llegás y puedo abrazarte fuerte y podemos caminar juntos por la calle y puedo tocarte. Es extraño, jamás me pasó algo así, pero convivir con vos no me parece una locura. Se da con la naturalidad de quien dice tengo frío o voy a comer fideos. Disfruto cuando merendamos, me cebás matecitos y cada uno se hunde en su lectura hasta que la comparte con el otro, que la disfruta en su voz, y éso se convierte en magia. Disfruto que me hagas elegir un capítulo de Rayuela al azar y me lo leas, después de haberme hecho el amor.  Eso, para mí, es todo lo que deseé siempre, aunque no te lo diga, aunque sea algo que me guarde para mí, porque soy tímida.

Disfruto. Lo disfruto. Te disfruto. Nos disfruto.  Y sé, sé con certeza, que esas cosas quizá no le pasan a la gente muchas veces en la vida.  Por eso, pese a todo lo que no disfruto de nuestra relación, es que necesitaba hacer ése balance. A veces se torna muy necesario saber si los vínculos que alimentamos cada día valen más la alegría que la pena. Y más, cuando en nuestro corazón se hace presente el miedo y la incertidumbre.

Sí, mi morocho lindo, como te digo cuando me pongo mimosa, yo te disfruto. Lo escribo, para que cuando me agobie el encierro y la angustia, pueda entrar a leerlo. Y me acuerde por qué te elegí a vos.  Por qué vos, entre todos, por qué vos.

lunes, 20 de abril de 2020

Dejar en el pasado...

Una de las cosas que le dije muy claro a Galeno un mes después de empezar a hablar, fue que yo había tenido una experiencia sexual- afectiva difícil con Él. Y que eso, me hacía sentir incapaz de conectar con una persona. Le expliqué que a mí me costaba mucho expresar mis deseos y que en esa instancia me sentía muy vulnerable.  Le dije que Él había tratado mi elección de que fuera mi primer hombre como un trámite del que no sabía hacerse cargo. Y le expliqué que al hacerlo todo de esa forma, yo me había sentido muy sola. Y principalmente, que mi decisión y lo que implicaba eso para una mujer, no había tenido importancia. Que Él nunca había llegado a comprender que mi elección era producto del amor y no, del aburrimiento. 

Galeno me preguntó lo justo y lo necesario. Y yo lo desalenté, diciéndole: "por eso, no esperes nada de mi en ese aspecto si algún día nos conocemos... No puedo ponerme a tu altura, yo estoy haciendo otros procesos y se que no tenemos  los mismos tiempos. A los cincuenta años no me vas a esperar y yo lo entiendo, porque son mis mambos. Por eso mismo te lo digo ahora. No quiero que pierdas tu tiempo". 

Lo único que me respondió a todo aquello fue: "si llega a darse esa situación algún día entre nosotros, yo voy a ser el que me acompase a vos. Yo voy a ser el que te dé el tiempo y el que te espere. Vos no vas a tener que adelantar nada , y no debería ser así ni conmigo ni con nadie nunca más". 

II 

Desde aquel intercambio de primavera pasaron los meses hasta noviembre. Increíblemente, Galeno sostuvo su palabra durante tofos esos meses y , una vez frente a frente, yo sentí (si, lo sentí desde adentro) que podía confiar en él. Aunque todavía tenía miedo, Galeno era la persona con la que no podía imaginarme sufriendo. La persona que durante esos últimos seis meses no me había hecho sufrir con un mal gesto, ni una sola vez. 

Recuerdo como si fuera hoy, pero al mismo tiempo producto de otra vida, esa noche en el hotel. Galeno entro, se acostó en la cama totalmente vestido y me empezó a sacar charla. Yo, me quedé shockeada. ¿No habíamos ido al hotel para...?

- Te podés sentar si queres, no tengas miedo... - dijo.

Me rei.

- No tengo miedo. Estoy sorprendida. Nunca me imaginé estar hablando con vos en un hotel - admití, entre risas. 

- Yo si. Es la primera vez que te veo... Tiene lógica - bromeó. 

Lo mire, me mire las manos y de pronto me gire para sacarme las sandalias y poder subir los pies a la cama cuando me sentara. En eso, uno de los breteles de mi remera de me desató y se me bajo. El diseño de la remera consistía en los breteles se formaba atando dos tiritas con un nudo. Lo curioso fue que yo no me di cuenta porque tenía todo el pelo tirado para los costados, dividido en dos, alrededor del cuello. 

Cuando me senté, finalmente, Galeno se acercó muy despacio y me mostró que se había salido la tira. Y yo, muerta de vergüenza, me avive recién ahí que se me estaba viendo parte del corpiño como si nada.  Lo noté, me rei muerta de pudor y me lo quedé mirando. Con ese gesto, me había cuidado, y había cuidado la imagen de respeto que quería darle a la situación. 

En el hotel, hablamos mucho más. Nos reímos. Nos contamos más cosas. Nos preguntamos , nos escuchamos. 

Hasta que yo me sentí lista, inesperadamente. Y si bien Galeno me había señalado que se me venía el corpiño negro con encaje, en señal de respeto, también me daría cuenta de que sabe desprenderlo muy bien. 

- Se hace lo que vos quieras ¿ si? - me había dicho - No tenés obligación de nada. Me gustó conocerte. Lo único que te pediría por hoy, es un abrazo. 

Note que me había puesto muy nerviosa. Ese gesto entraba en el orden del afecto y me asustaba como ninguna otra cosa. Pero me acerque y lo abracé. Se lo merecía. 

- Si te querés quedar, podés dormir conmigo sin obligación de hacer nada, eh... Y si te querés ir, toma - me dijo y puso al lado de mi celular una de las tarjeta de salida con el nombre del hotel - No hay ningún compromiso. 

Mire a Galeno con la confianza a flor de piel. Valore que me hubiera dado el pase para hacer lo que quisiera. Y por eso, por ese gesto tan simbólico, me acerqué muy despacio hasta su lado de la cama y lo mire fijamente. Le sonreí con toda la cara. 

- No te tengo miedo... - dije en voz muy baja. 

- ¿ Te puedo dar un beso? - me preguntó. 

Asentí con la cabeza. 

Galeno me dió un beso intenso pero al mismo tiempo muy suave. Fue nuestro primer beso. Nuestra metáfora en la realidad.  Y ... sentí algo tan lindo... Cómo si me hubiesen conectado al cuerpo otra vez el corazón. Un beso especial, un beso nuevo, y sin embargo, un beso que me hacía sentir como si fuera el primero. 

Lo miré, le sonríe y me acerque a él. Era mi hombre no cagón en todo el mundo. Era mi hombre empático y lucido. Era todo lo que había estado esperando y soñando.  Y podía tocarlo. Pero además, podía pasar la noche con él. Y eso era descubrir muchas cosas al mismo tiempo. Después de muchos años en una nebulosa que yo había creído que era relacionarse con los hombres y que, en realidad, había sido una ficción. 

- Vamos despacio - dijo.

Y me besó hasta perder el sentido. No me acordé en ese momento que todo ese escenario era inusual. Yo no pensé en el amor o el pasado. Viví aquél presente con todo y sus miedos. Y Galeno siempre supo cómo ser el hombre que yo necesitaba. En todo sentido y todo ese tiempo.

III

A medida que fueron pasando los meses, nosotros, fuimos fortaleciendo un lazo físico singular. Galeno fue con mucho cuidado, siempre, y me dió en todo momento la oportunidad de disfrutar.  Convengamos que, más allá de haber tenido la oportunidad por parte del otro, lo que también sumó de forma trascendental, fue la química. El que el otro supiera lo necesario para que uno pudiera sentirse cómodo y el que uno mismo pudiera, asimismo, comprender a la persona que tenía en frente; tuvo resultados geniales.

Yo, independientemente de lo que pase en el futuro, puedo decir que me llevé una enseñanza bellísima y constructiva de la afectividad física. Es que, como le dije a Galeno, cuando hablamos de ésto: " para que se dispusiera mi cuerpo, yo tenía que disponer la cabeza. Cuando te ví, sentí que podía confiar en vos, y... todo fue más fácil. Quería que fuera algo lindo."  "Y lo fue, claaaro", me dijo.

IV

- Debo confesar que pensé en vos durante éste fin de semana - me dijo, mi psico - ¿Cómo te fue con Galeno, Veinte? - me preguntó.

- Re bien - dije, nada más - Galeno fue el hombre que yo necesité siempre que existiera. El hombre que necesitaba que fuera - musité.

viernes, 13 de marzo de 2020

Convivencia

Habíamos salido a cenar a uno de los barrios con actividad nocturna mejor calificados de su provincia. Quería que lo conociera porque allí - según me había dicho - estaba la movida universitaria, de gente joven , pero también, buenas opciones gastronómicas. 

 Luego de dejar el auto en una playa de estacionamiento, recorrimos las distintas fachadas de los restaurantes y locales varios,  hasta que acabamos eligiendo un lugar hermoso para cenar.  Comimos en la tranquilidad del silencio y algunas charlas breves sobre temas variados mientras mirábamos al resto de las personas comer , beber y charlar.  Es que con Galeno tenemos nuestros largos períodos de silencio cuando estamos juntos; no sólo porque pasamos cada una de las horas en contacto con el otro, sino también, por el hecho de que no somos dos personas a las que les moleste el silencio o que, entre sí, les resulte incómodo. 

- ¿Qué tal la provincia? - me preguntó  - ¿Viste que "la gente del interior" sale a comer, también? - dijo, bromeando, porque tiene la manía de decirme que porque no es de Buenos Aires, su provincia, es el campo... ¡Y es totalmente lo contrario, claro! 

Lo miré, le sonreí y revolee los ojos. 

- Me gusta mucho tu provincia, Galeno - admití - Y no sos del interior, no te hagas acá el señor que labra la tierra bajo el sol porque sos un habitante de la capital provincial... - le recuerdo, con sorna. 

Levanta una ceja y me sonríe, con picardía. 


- Soy del interior del interior, es terrible - me dice, para molestarme. Porque el nació en una localidad del interior de su provincia y, ya más grande, se mudo a la capital de la misma, para estudiar Medicina en la Facultad.


- Me re gustó tu provincia, callate... - musito. 

- ¿Es como te la imaginaste? - me pregunta, ya más serio. 

- Por partes , sí. Por otras partes, no, necesitaba conocerla para entender pequeños detalles que no llegaba a interpretar cuando vos me los contabas. Ahora entiendo muchas cosas... - le dije, reflexionando acerca de ése mismo aspecto -  Me parece que tienen un gran porcentaje de historia y de cultura al alcance de todos... A pocos pasos del centro y que está todo conservado. Me gustó mucho eso. 

Galeno sonrió. 

- Y eso que no conocimos mucho ésta vez... 

- Obvio, sí, nos faltó. Pero, al menos por lo que conocí, te puedo decir que vivís en un lugar hermoso y espero que sepas darte cuenta de eso todos los días, más allá de que las cosas no te sorprendan de la misma forma. 

- Lo hago, claro, todos los días... Lo disfruto. Eso es así - me explicó. 


- Como turista, te digo, aguante la Provincia de ****, eh - le sonreí. 


(...) 

- ¿Qué es lo que más te gustó de mi provincia? 

- Me gusta mucho un habitante... - le dije, mirándolo fijamente - Por eso, vine a visitar la provincia. Es una confesión ésto, chicos - le dije, aguantándome la risa. 

Galeno sonrió y me miró de otra forma. 

-  Ah, mirá vos qué bueno...  - musitó - ¿Viniste a dormir a la provincia? 

- Sí, con ese habitante que tanto me gusta ya hemos dormido... Además, me recibió muy lindo... - le dije, inclinándome  hacia adelante sólo para mantener la intimidad de la charla. 

Él me miró como si fuera la única mujer en el mundo y yo ladeé la cabeza para un lado, haciéndole un gesto con la cara, especulando con lo que se estaría imaginando justo en ése preciso instante. 

-  Me dijeron que había una sorpresa para mí - me recordó. 

Le había propuesto, un rato antes, un desafío para que eligiera a ciegas su pieza preferida de mi ropa interior entre una opción numérica u otra. 

- La hay, sí - le sonreí - Pero acá no, por supuesto... ¿O vos pensás que te voy a sorprender acá? No se puede así, mi ****, es un lugar público... - me reí, con cierta picardía que me nace en éstas situaciones con Galeno como anticipo del placer que está en camino. 

- Me estás haciendo calentar en público... - admitió, con una sonrisa pícara.

Yo me reí y no dejé de mirarlo por un segundo, aunque me mantuve en silencio. Instantes después, tomando mi campera de la silla, le dije: 

- Una pena que por un descuido te hice calentar en la calle - con un gesto de falsa inocencia, le sonreí de nuevo, invitándolo - Pero también sabé que es una alegría tu estado porque, por suerte, podemos ir a resolverlo en el ámbito privado... - le aclaré. 

Galeno me sonrió y se removió en la silla. Nos reímos. Yo me puse la campera a modo de señal. 


- ¿Pido la cuenta? - me preguntó. 

- Por favor, sí - le dije, con doble sentido. 

Se rió y le hizo enseguida señas al mozo. Se pagó la cuenta, pero antes...


- ¿No querés postre? - me preguntó. 


-  Basta, vos... - dije, sacuendiendo la cabeza, jocosamente. 

Unos minutos después ya habíamos salido luego de comer y beber con generosidad. Fuimos a buscar el auto caminando por la calidez de esas noches de las que tantas veces me había hablado. 

II 

Ni bien llegamos al complejo privado donde vive Galeno y tomamos el ascensor hacia su departamento, me dejó pasar primero. De camino nos cruzamos algunos vecinos que me saludan, lo saludan a él, y no pueden reprimir una mirada de curiosidad. Para todos ellos, supongo, Galeno es el médico que no está casi nunca y, por la forma en que me miran a mí, es como si jamás hubiera llevado allí a una mujer que no fuera su hija pequeña. Aunque Galeno tuvo una pareja después de su ex mujer, es decir, en los últimos cinco años, evidentemente les extrañaría algo de mi presencia. 

Aunque de eso me olvidé , aplazándolo, cuando ya estábamos adentro y casi sin interrumpirnos, él se cepilló los dientes  mientras yo dejaba mi cartera y mi campera a un costado para rastrear los mismos objetos de aseo.
 Si bien me demoré unos instantes buscando el cepillo de dientes, enseguida comencé a cepillarme con fuerza. Todavía con la boca  llena de Colgate, pensé que lo mejor era deshacerme del  reloj, dejándolo sobre el lavamanos, antes de... irme a dormir y especulé con la idea tonta de si iba a usar pijama o no, cuando intuía todo lo contrario. 

Una vez acabé de asearme y me dirigí en la habitación, Galeno me asustó en la oscuridad previa a encender la luz. 

- ¡Guarda! - exclamó, sin que pudiera tocarlo, sin saber bien dónde estaba. 
- ¡Ay, la puta madre! - le dije, riéndome - ¡Me asustaste! 

El estado de situación general en el que lo encontré explicaba muchas de las cosas que me había ido adelantando por el camino, mientras conducía hasta su casa.  Pero eso lo descubrí cuando me atrajo hacia él y me fue guiando para que no perdiera el rumbo.  Sólo dejó encendida una lucecita tenue en la habitación. Parecía borracha, aunque estaba perfectamente. Parecía como si mi cuerpo se venciera bajo sus manos suavecitas al instante. 

- ¿Te asustaste un poquito porque no me vestí para dormir? - me susurró, con dulzura, conduciendome en la oscuridad para llegar a buen puerto. 

Me reí, dentro del juego, deseándolo. Dejándome llevar de las manos, confiando en él, gozando con la seducción, alimentándola. 

- Me voy a asustar el día que te pongas ropa cuando estemos juntos,  porque yo ya sé cómo vos dormís conmigo...  - dije, y me saqué el celular del bolsillo trasero del jean, retirándome un poco de su contacto. 

Galeno me abordó ni bien me deshice del aparatejo y me acercó todavía un poco más hacia él tomándome de las manos sin dejar de acariciar mis manos con las yemas de sus dedos. Pegados, así estábamos, hasta que procedió con mucha delicadeza y ternura para ir al siguiente nivel.

  Sentado sobre el colchón, completamente desnudo, no me dejó apurar los botones de otra de las camisas que usé durante esos días para hacerla desaparecer rápido. Se tomó todo el tiempo para despojarme de la ropa y yo lo ayude en todo momento, con risas, chistes y movimientos para hacerlo mejor.  Por el contrario, se tomó su tiempo y fue haciendo desaparecer los botones, uno por uno, palpándolos, como un ciego que quisiera leer mi cuerpo en braille. 

- Dejame a mí, yo lo hago - musitó, mientras me desprendía de la ropa con detenimiento , acariciándome a la vez -  Quiero ver mi sorpresa...  

Igual que un niño, quería encontrarse con la lencería blanca que me había comprado para él, de sorpresa. Y yo, siendo totalmente sincera, quería que la viera y la disfrutara desde el instante cero igual que me había pasado a mi mientras urdía los planes. 



- Es hermoso el conjunto, te queda relindo - me dijo- cuando fue descubriendo los detalles de la nueva artillería por detrás y por delante en la penumbra. Llegado el momento de la parte de abajo, se rió, sintiéndose halagado, comprendiendo por fin el dilema. Lo vió por detrás y me hizo un comentario privado pero muy halagador.

- ¿Te gusta?

- Mucho, sí, es rebonita - dijo, con su tonada habitual, y su manía de usar intensificadores que tanto me puede.


Yo me derretí, culpa de la tonadita propia de sus pagos y abre su reacción instantánea, le pregunté: 


 ¿Ahora entendés por que no podías verla?  - y nos reímos, casi a la vez. 

- Me encanta... Gracias por tomarte el trabajo... - musitó y me besó a la altura de la boca del estómago, que se estremeció, llenándose de cosquillas - Me gusta todo lo que te pongas, te queda hermoso... Hubo trabajo por acá, si, chicos... - bromeó. 

Me reí. 

- Para el habitante más lindo de la provincia... Disfruto hacerlo... Gracias por apreciarlo - le digo, mientras empieza a besarme y sigue desnudándome. 
- ...  Por lo que dura puesta... - añade, siendo ésa frase un código para nosotros.  

Entonces me río de nuevo, mientras ya le contesta mi cuerpo a sensaciones que no podría definir en o con palabras en el mismo momento que me toca despacito y ya empezamos a volvemos uno. 


  En ese mismo momento Galeno me atrae hacia él del todo , me lleva de su mano a nuestra cama, y volvemos a comprender que aún llevándonos veinticinco años, lo que allí se ve, es una bendición. ¿Cómo se puede medir el nivel de piel? No lo sé. Él tampoco lo sabe, pese a su experiencia y a sus años vividos. Pero lo cierto es que sucede.  Galeno me recuesta en la cama con mucho mucho cuidado, me besa en los labios, sigue por todo el cuerpo, va palpando mis superficies varias y, de pronto, el deseo y la bendición de la piel, con sólo algunos roces y algunos besos, empiezan a hacer su magia. 

- Galeno - llegó a decir. 
- ¿Qué? - responde enseguida, mientras no para de enloquecerme. 
- Me encanta todo esto 

Galeno se ríe. 

- A mi también- beso- me encanta... Relajate, así, así... Hermosa estás - me dice y vuelve a besarme. 

Cómo nadie ha logrado, me vence con sus palabras. Me relajo como nunca. Confío en el. Me doy. No me interesa el recato, el deber ser, las formas. 

Mi cuerpo empieza a manifestar el agrado. Y Galeno nuevamente sigue.

- Ay, si... - le digo como si estuviera borracha otra vez. Hace magia con cada uno de los lugares de su cuerpo.

- Disfruta... - me alienta dulcemente mientras me besa la cintura y la parte baja de la espalda - me encanta verte disfrutar...

Y lo cierto es que disfruto muchísimo. Al punto que no puedo creer que está también soy yo.

Nos compenetramos, nos disponemos, nos prestamos el uno al otro durante ese tiempo sin medida y con el mayor de los respetos, disfrutamos.  Con palabras, vamos celebrando al otro, y a sus acciones, aunque también con efusividades propias del encuentro. 

 Creo que es un diálogo tan íntimo, tan cargado de deseo y tan genuino, que sería incapaz de confesárselo a alguien por completo. Sólo es todo lo que nosotros somos juntos, condensado en algunos comentarios o expresiones de placer que nos explican. Es casi como si las mejores virtudes mutuas se reunieran y se pusieran a trabajar para conquistar galaxias nuevas. No hay egoísmo, no hay disfrute unitario. Hay trabajo en equipo, hay solidaridad, hay afecto y ganas de que el otro sienta el deseo con el que uno lo está contagiando en esos instantes. Sólo estamos allí, con Galeno, siendo partícipes de lo inefable y lo sublime. 


Y la noche termina de la mejor manera. 


III


- Creo que al final todos tus vecinos se van a enterar que no estás solo - le dije, riéndome. 

- Me chupa un huevo lo que digan mis vecinos y el resto de la gente. Vos hacé y haceme lo que quieras - me dice, riéndose. 


Y me acerco para darle un beso tierno, como apoyando sus palabras y agradeciéndolas a la vez. 


Me quedo abrazada a su pecho un buen rato. 

- Lo dimos todo - admito, riéndome
 Galeno suelta una carcajada. 
- Siiiiiii - dice. 
- Menos mal que no tenes tantos tantos vecinos cerca. 
- Ya te dije, tranqui. Me chupa un huevo lo que digan. 

Así las cosas que, respecto a ésto último, al día siguiente, ni él ni yo , estábamos en condiciones de mirar a la cara a nadie que nos fuéramos a cruzar dentro de ese peculiar hábitat. 

Pero lo cierto es que no me importó demasiado. Cuando me levanté, había otras causas para atender. 

domingo, 1 de marzo de 2020

Preguntas

Apoyada en la falda de Galeno, miraba los detalles de su departamento. Cuadros, fotos, libros o el color de un individual sobre la mesa. Él me acariciaba y abrazaba de costado, acariciándome las costillas o mezclando sus dedos con los rebordes de aquél adminiculo que hacía las veces de ropa interior, con el sólo propósito de jugar con el huesito de mi cadera (detalle que le encanta, porque sobresale) durante largos minutos. 



- ¿Te acordás cuando no podía hacerte preguntas? - quise saber. 

Galeno me miró, asintió con la cabeza, e hizo un gesto para dar cuenta que lo recordaba. 

- Me costaba un montón, y ahora, me parece que fue hace mucho mucho tiempo... - admití, pensativa. 

- Fue hace mucho tiempo - bromeó. 

- Tenía vergüenza... 

- Ya lo sé. Ahora ¿ya pasó, no? - preguntó. 

- Sí. Ahora te hago preguntas... Pero vos también me respondés y eso hace las cosas más fáciles. 

- Sí, por supuesto... Y otras cosas más hacemos - musitó - No es díficil hacer preguntas. Lo máximo que te pueden pasar es que no te respondan. 

- Vos me respondías , por suerte. En éso tenés cierto porcentaje del resultado final. 

- ¿Por qué no te iba a responder? 

- No sé... Yo no sabía si querías responder a las preguntas , si te molestaba, si te fastidiaban. 

- No, para nada. 

Levanté la vista y sonreí. 

- Gracias a eso, hoy, estamos como estamos... 

- Y sí... Había que construir una confianza, conocernos, hablar... Así lo demás se da solo, Veinteava. 

- ¿Te acordás cuando no te "beboteaba" y sólo hablábamos de cosas castas? - me reí. 

Galeno también se rió. 

- Bueno, pero es lógico. No me tenías confianza... El beboteo , el querer hacerme calentar en todos lados, vino después... - dijo, con la voz un poco más ronca - El lograr que esté siempre en este estado, necesitaba una base... 

Me sonreí , inquietándome un poco... bastante. 

- Cambiaron las cosas - le dije - Y es cierto que hay una base porque, si no, nuestro wi-fi... 

Perdiendo una mano por debajo de mi remera Galeno comenzó a acariciarme. Automáticamente, también empezó a representarme un esfuerzo extra recordar lo que iba a decir. 

- ... no sería de ésta calidad, Dios... - me quejé, riéndome, porque a él solo le alcanza con unas caricias para que yo empiece a relativizar el tiempo y el espacio. 

- Excelente calidad... - musitó, cerca de mis orejas. 

¿Cómo decir que, en ése momento, Galeno borra con su seducción muchas fronteras del recato? 

- Se va a pudir todo... - le advierto

- Sí, yo quiero que se pudra todo - me dice. 

Y entonces me levanto, me acomodo de frente a él para que me desvista (porque no hay momento donde me sienta más apreciada que ese instante donde Galeno me desnuda con mucho respeto) y empiezo a tironear la ropa. 

- Que se pudra todo - repito, entre risas, mientras veo mis prendas volar por el aire y aterrizar en cualquier lado. 

Galeno se ríe, se aproxima y empieza a recorrer mi cuerpo con su boca. Noto que está un poco más salvaje que otras veces, donde siempre es muy suave, y emparejo mi intensidad a la suya. 

- Tranquilo, todo está bien, no te contengas... - le indico, mientras aplica más intensidad conforme lo autorizo con mi voz - Decime ¿qué querés? 

- No quiero dejarte marcas... 

- Despreocupate... 

- Pero es que estás tan dispuesta siempre que... 

- Eso es porque quiero todo ésto con vos, tranquilo, todo está bien...  - le susurro, mientras se adueña momentáneamente de mi cuerpo, casi con desesperación. 

- ¿Puedo (...)? 

- Sí que podés, obvio - le digo, mientras lo beso mordiéndole el labio inferior con fiereza y Galeno oprime más intensidad en su contacto y yo en el mío. 

Sonríe, por mi afirmativa, por darle pie a que se saque las ganas de hacer cosas, de que probemos cosas juntos, para ver qué tal nos funcionan. 

- Sos toda hermosa, vos, y siempre que (...)  - me dice, mientras concreta algunas de sus fantasías - Me encanta, quiero que disfrutes siempre... 

Sonrió, acompañando ese deseo y tratando de complacerlo. 

-  Sí, me encanta todo lo que me hacés - lo calmo - Relajate que es perfecto, disfrutá... - le susurro, mientras sigue despertando todos los instintos más bajos, y al mismo tiempo más humano. 

La estoy pasando tan bien que no quiero que Galeno deje de hacer todo lo que está haciendo. En cuanto a experiencia sobre cómo tratar a una mujer en la cama, tiene todas las materias aprobadas. Y se lo demuestro de todas las maneras honestas y reales en las que lo puede demostrar una dama. Porque la verdad es que entre nosotros, físicamente hablando, hay una comunicación muy inusual. 

Ya un rato después, absorta por los derivados de esa charla tranquila - otra vez en el sillón - lo miro sonriéndole. 

- Ahora parece que no hay ningún problema con hacerte preguntas... - digo, a modo de broma. 
- En absoluto - dice, todavía buscando recuperarse de aquél consumo masivo de energía. 

domingo, 9 de febrero de 2020

Elección posible

Por esas horas donde durante las cuales Galeno y yo estuvimos en modo malentendido, lo cierto es que me sentí mal. Pero, al menos tiempo, lo consideré un aprendizaje necesario, igual que todos los que estoy pasando desde que ésta "historia" - como le dice Galeno a las relaciones afectivas - empezó, allá por agosto. A veces no puedo evitar reflexionar sobre la persona que yo era en ese entonces. Parece poco tiempo para hablar de dos versiones distintas de mi misma, pero lo cierto es que al cabo de un año puede cambiarte la vida por entero, y eso, me pasó desde 2018 a 2019 con el trabajo, la responsabilidad que asumí al estudiar al mismo tiempo y la madurez que me dió aprender a perder todo , menos la fe en mi misma.  Pero lo que también se modificó, fue el aspecto afectivo de mi vida, en ese 2019 que casi en su mitad me cruzó con Galeno e hizo que todo el miedo acumulado durante los años anteriores, después de Él, estuviera casi por salir victorioso. A veces pienso qué sentido tiene lo que estamos construyendo, pero, al mismo tiempo, no podría pensar mi presente afectivo sin Galeno. Y no es porque yo no pueda vivir sin él, porque es totalmente obvio que se puede, que yo puedo; sino, porque juntos estamos recorriendo un camino que es muy nuestro y que ha sido posible por ser exactamente nosotros. Ni otros, ni más feos, ni más lindos, ni ciudadanos de la misma provincia, ni de la misma edad, o con la misma profesión. Y eso, para mí, es un regalo maravilloso, que voy descubriendo entre el miedo y la curiosidad por una vida posible, por una temporada posible, al lado de una persona con la que realmente me siento comprendida. 

En todo esto pensé, cuando Galeno me dijo que yo era la única persona con la que podía expresar todos sus deseos sintiéndose libre, que de inmediato entre nosotros se había gestado una especie de acuerdo sin palabras donde el otro tendría el espacio para ser él mismo y para darse. Y que eso era lo que no quería perder, lo que le daba lástima que se perdiera, si es que estaba inhibido a nivel inconsciente.    Al día de hoy, sé que encontrarse conmigo para él fue una locura por esa sensación de conocerse de toda la vida; esa naturalidad, esa simpleza, ese acuerdo casi como si ya nos hubiesen pre-configurado en las cosas más básicas, en los espacios, en los tiempos, en los hábitos. Me lo dijo, pero también, me lo hizo sentir. ¿Y yo qué le podía refutar, si me pasó absolutamente lo mismo? 

El período que duró el malentendido con Galeno, aunque no cortamos para nada la charla, me hizo entender que hay sólo una parte que Galeno no ha conseguido ver de mí en estos siete meses , y es la de asumir lo que me está pasando, con todas las letras, y entregarme sin mezquindades. Porque aunque Galeno me explica que para él es importante que yo le pida lo que necesito, que le explique, que comunique mis deseos sin pudores, para mí, el hacerlo, es depositarme en sus manos de una forma que , en este alcance, no hice nunca. 

Y de sólo pensarlo, nada más, sobreviene una pregunta: ¿y si ésto se torna cada día más serio? ¿Qué vamos a hacer?  

El entredicho mantenido con Galeno me demostró que él no se anda con chiquitas. Que se comprometió en sus acciones, que no le da igual una broma, que le importa lo que yo pienso de él y que le importa además que yo sepa si algo le gustó o no le gustó, antes de mandar todo al infierno.  Y que, a diferencia, yo, hasta ahora, había hecho un recorte de mis verdaderos sentimientos tanto para los demás, pero en especial para mi misma, en pos de sobrellevar esta "relación" a distancia, con ciertas distancias afectivas. 

En una palabra,  todo esto, me hizo dar cuenta que a nuestra historia me la estaba tomando con demasiada liviandad, como si el otro fuera incapaz de tener sentimientos profundos. Sí, después de siete meses, y de todo lo compartido con Galeno, parecería que recién ahora me doy cuenta que no sólo tengo un vínculo consigo, sino que tengo sentimientos por él y que él, por su parte, no es indiferente a mi existencia.  ¿Y por qué me llevó tanto tiempo admitirlo, no? Para no sufrir, claro. 

Como me dijo mi madre, en una charla que tuvimos hace unos días: 

 - Llegado el caso, Veinteava, te irás a vivir allá, qué querés que te diga... - admitió, muy seriamente. 

Me la quedé mirando petrificada. 

- ¿Qué estás diciendo, mami? - exclamé. 

- Que te podés llegar a ir a vivir allá en algún momento, que nunca sabés lo que va a pasar. No te prives de vivir esto, de disfrutarlo, por pensar demasiado. ¿Vos no querés seguir porque viven en una provincia distinta o porque no te interesa ? 

- No, yo quiero estar con él... Me interesa. 

- Bueno ¿y entonces? - me preguntó. 

- No quiero que se enoje el boludón, yo soy incapaz de tratarlo mal, lo que pasa es que me cuesta mucho expresar mis sentimientos con él. 

- Te dá miedo - musitó - Tenés cagazo. 

- Y sí, mami, es que... No quiero sufrir si él no está conmigo. Fue mi acuerdo para permitirme vivir esto, no encariñarme demasiado... - le confesé. 

Mofó 

- Es que así no se pueden vivir las cosas, Veinte. No se eligen esas cosas, te pasan, ¿eh? 

- Umm, sí - musité. 

- ¿Y si te vas a vivir allá, con el tiempo? ¿Permitirías que conozca tus sentimientos? 

- Creo que sí, que yo no me quiero encariñar más porque está lejos... Pero no quiero que piense que no valoro lo que hace. O que creo cosas de él que en realidad no creo. Para mí es un buen hombre. 

- Mirá, Veinteava, no la hagas tan difícil : vos viví.  ¿¡Qué sabés lo que te va a pasar?! No digas que no, que ni loca te vas a ir, que no... ¿Qué me dijiste cuando recién lo conocías? Yo ni loca lo voy a conocer, ni loca me voy a poner a salir con el tipo... ¿Y?  

Me reí y sacudí la cabeza. 

- ¿Vos tenés idea de lo que estás diciendo, mami? ¿Sabés lo que eso significa, no?  No es joda lo que estás diciendo, no es una decisión fácil, ni que se tome a la ligera. Llegado el caso, hablaríamos de vivir en otro lugar, no de viajar. De vivir.

- Ya lo sé... 

- Pero... no entiendo... ¡Antes eras vos la que me miraba horrorizada! ¿No me extrañarías? - le pregunté, sin poder comprenderla del todo. 

- Sí, me costaría mucho, pero si tu felicidad está ahí, los padres tenemos que aceptarlo - me dijo - Así que no te adelantes a los acontecimientos... y permitite expresarle lo que te pasa. Decile "mi **** lindo, dame un abrazo" - me burló - Mimalo, abrazalo, dale besitos, y se le pasa todo - me sonrió.

II

Sonreí  quedándome en silencio y, mientras mi madre de entretenía con el celular, sobrevino un recuerdo. 

La última noche de Galeno en Buenos Aires, ya sobre la cama, sobrevolaba un aire diferente. 

- Pedime lo que quieras, Veinteava - musitó, mientras me desvestía. 

Yo me reí , lo ayudé a sacarme lo ropa, y lo abracé. 

- No hace falta exigirte nada... - dije, en voz muy baja, mientras sentía todo su cuerpo contra el mío, sobre el mío, apoyándose con todo el cuidado del mundo para no aplastarme - Sos bueno, sos suave conmigo... No te voy a exigir nada que vos no quieras. 

- No me estás exigiendo nada. Yo quiero que seas libre de pedirme. Por favor, no tengas vergüenza, no te voy a decir que no a nada...   - dijo, mientras me acariciaba y me daba besos intercalados con su confesión.


Entonces, ocurrió lo inesperado. Algo en mí se desactivó para bien. Y vi en esa entrega suya una forma de inmiscuir la mía. 

- Quiero probar algo... - dije, y enseguida se frenó para escuchar mi solicitud - ¿Puedo? 

- Sí. Lo que vos quieras - me contestó, con una voz ronca pero dulce a la vez. 

Por lo que me removí y le indiqué a Galeno dónde y cómo acostarse. Lo miré y me sonrió con gran aprobación. Era otro cara de mí que él no conocía, pero de la cual yo tampoco me había puesto al corriente a éste nivel.  Me acerqué a su cuerpo y me dediqué a acariciarlo y a besarlo durante largos minutos, intentando que sintiera un poco del placer que yo había sentido todos los días anteriores, en todo momento y lugar, para después proseguir con otras actividades. Me tomé todo el trabajo del mundo para sentir su cuerpo, para palparlo, para entender su misterioso mecanismo del placer y del deseo, hasta dejarlo apunto de estallar. 

- ¿Todo bien? - le pregunté, haciendo un chequeo, porque si bien interpretaba correctamente las señales del cuerpo de Galeno, necesitaba palabras.   

- Siiiiiii, está todo muy bien...  - dijo, sin dudarlo - Es hermosa la vista que yo tengo en este momento ...  - me dijo, mientras me peinaba todo el pelo para un lado, de un manotazo, sentada sobre él y me reía por todos los mimos prodigados que habían logrado maravillas, a la espera de su respuesta.  

- ¿Seguro? - musité mientras empezaba a acariciarme las costillas y todo lo que le quedaba suspendido en la altura pero al alcance de la mano - 

- Sí, soy todo tuyo - dijo,  riéndose, mientras me atraía hacia su cuerpo para ascender juntos hacia otras cumbres .

(...) 

Días después, cuando cada uno estaba en su casa ya, Galeno admitió que nada le había gustado más que el momento donde yo había tomado mis armas y me había deshecho del pudor, mostrándole de lo que estaba hecha, sin remilgos o prejuicios a la hora de disfrutar o experimentar consigo para que pudiese disfrutar.  Curioso que el momento de mayor plenitud, y el de mayor intensidad de mi parte hubiera sido el mismo, le dije. 

- No - me explicó - No hay nada que me guste más que verte libre, disfrutando, riéndote... Vos sos capaz de calentar, de darle placer, al tipo que quieras... - admitió - A mí, y a cualquier tipo - insistió. 

Sentí que, con eso, había un elogio pero también un pequeño registro de temor. 

- Es una elección darle placer al otro, cuidarlo...  - contesté, medio en broma - Vos hiciste eso y mucho más conmigo. Quería que estuvieras bien... Que estuvieras deseando todo el tiempo la situación... 

- Vos me hacés re-calentar, Veinteava...  - dijo, haciéndome reír - Sos muy dulce, muy suavecita, sos toda hermosa, y a mí, eso, me encanta. 

- Menos mal que elegí al indicado...  - dije, algo escueta. 

Se rió. 

- Sí, yo soy el indicado para todo lo que quieras hacer - dijo, divertido. 

- Este Galenito atorrante - agregué. 

(...) 

Días después, cuando todo estuvo bien, cuando pasó la nube, me pregunté seriamente para cuántas cosas elegí a Galeno durante todo este tiempo, de las cuales no había tomado plena conciencia, y para cuántas cosas tenerlo en cuenta en mi vida es una elección posible. 

Internamente, traté de controlar el miedo que me dió sentir una vez más, después de tantos años, y al mismo tiempo con una intensidad tan diferente, las ganas de entregarme. Sí, yo, la misma que había dicho nunca más, sintiendo ganas de entregarse. Ahora en verdad, sin dobles fondos. Porque ¿de otra manera, qué sentido tiene tener miedo a lo que pueda pensar el otro de nuestra manera de querer? 

La intensidad, diría Borges, es una forma de eternidad. 

La única que puedo darle a Galeno en éste momento. La más valiosa. 

martes, 4 de febrero de 2020

Libertad

No es la primera vez que escucho sobre el pudor en las mujeres a la hora de tener un encuentro íntimo con la persona elegida. Independientemente del sexo de su pareja, y de la propia orientación sexual, infinidad de veces noté cómo el temor por no satisfacer al otro opaca hasta las mejores intenciones.

Y lo cierto es que, cabe decirlo, pensé en el modo que tenemos de entender con Galeno ese asunto. Porque a menudo me sorprende su concepción del sexo, su idea sobre el, su forma de llevarlo, y en especial, lo mucho que estoy aprendiendo con su ayuda.

 Es que realmente eran muchos los pudores y muchas las incertidumbres que yo tenía y algunas que sigo teniendo.  Era mucho el miedo a no saber encontrar su modo. Era mucho el tiempo en el que yo no sentía algo más allá del deseo, que se remitiera a lo afectivo, y era también la primera vez donde el otro se hacía cargo de lo que a mí me pasaba y me pasa y no se escapaba. ¿Y como jugarla en ese contexto? ¿O como no volver a jugarla nunca más? Pensar que aquel otro hombre me iba a tocar con miedo y no me iba ni querer besar , me hacía retorcer las tripas. No lo iba a poder tolerar una vez más. No iba a bancarme que me pase de nuevo después de todo lo que había tenido que jugarme para dar el paso y encontrarnos a una provincia de distancia...  Y sin embargo, cuando Galeno empezó a desarmar su armadura e hizo gala de su amplia experiencia, yo cai en la cuenta que no había conocido una faceta como la que descubrí ese día, en casi veinticinco años. 

Yo sospecho que el secreto de Galeno fue aceptarme al cien desde el minuto cero. No pedirme nada, si no, aceptar. Aceptar lo que me fuera posible darle y desde mi modo de darle. Sin presionarme. Solo dejando que se dieran todo como debiera darse.  Si, yo realmente creo que lo fue. ¿De otra manera, como me sentí tan libre? 

He oído a mujeres que no logran disfrutar por completo los encuentros. Se preocupan por su cuerpo, por lograr objetivos y olvidan escuchar a su cuerpo. Sin dudas, yo antes de esta experiencia, era de esas mujeres. Tenía una concepción al mercantilista del sexo, una especie de debe y haber. Una exposición de resultados. 

Y con Galeno, en cambio, aprendo todos los días el calor del mientras tanto. No en vano, la primera vez que lo ví, se dedicó durante horas a acariciarme y darme besos. 

-¿Por qué haces esto? -le pregunté con total curiosidad. 

Sonrío y me acaricio muy despacio. Cada caricia era una dulce enternidad mezclada con una profunda desesperación. 

- Porque antes que cualquier otra cosa, tenés que escuchar a tu cuerpo - musitó - Me gustaría que lo disfrutes, y para eso, es necesario que escuches a tu cuerpo, que no tengas miedo ni vergüenza conmigo - insistió - ¿Me dejas a mí? - me preguntó, y en esa pregunta, obtuvo la rendición. 

Recuerdo que en ese momento no pensé que si lo besaba me podía correr la cara, como suponía antes de llegar a aquel instante. Simplemente, lo besé 

- Sí, te dejo - le dije, riéndome suavecito. 

Y lo dejé enseñarme algo nuevo. Es decir que, antes que nada, hacer el amor con alguien, es anidarse uno mismo. Nadie puede dar lo que no tiene, pero tampoco, nadie puede permitirse disfrutar si no le hacen el mejor regalo que un amante nos puede hacer: el espacio para sentirse libre. 

Y yo siento, específicamente, que Galeno a su edad, y con su experiencia, llegó a mi vida para que me descubra de tantos modos que no alcanzo, todavía , a imaginar. 

miércoles, 29 de enero de 2020

Piel

Lo más inusual que ocurrió con Galeno, desde la primera vez que hablamos, hasta la primera vez donde nos vimos personalmente, fue congeniar. Lo hemos hablado muchas veces ya, desde que nos contactamos por primera vez hace casi siete meses, pero sigue siendo algo que nos sorprende y nos reconforta al mismo tiempo, en especial, cuando estamos lejos.  Porque, en la distancia, cotidianamente, todo se hace difícil , claro. Y donde uno quisiera poner abrazos, mimos o caricias, a veces no tiene más remedio que poner su voz, sus palabras, o alguna foto alentadora que ayude a sobrevivir a las responsabilidades de todos los días. 



No obstante eso, algo que Galeno siempre me dice, como asombrado, es que nosotros nos entendemos bien para las cosas cotidianas , pero además, en el ámbito íntimo, es como si nos conociéramos desde hace mucho pero mucho tiempo.  Y yo, desde mi lugar, en ese aspecto , no puedo dejar de estar de acuerdo. Nosotros - me dice - tenemos piel. Yo por mi parte siempre le digo que, cuando estamos juntos tenemos piel y, cuando estamos lejos, tenemos mejor wi-fi. 



Porque con una sola palabra, en persona, con solamente un roce, con una mano que accidentalmente roza su falda, o viceversa, Galeno se transforma y configura para mí las técnicas repetidas y mejoradas a través de los años. Pero también, cuando estamos a tantos pero tantos kilómetros, Galeno me manda una foto cotidiana o un mensaje de voz dejándome besos, y el panorama se vuelve insostenible a los pocos minutos de transcurrida la charla. 



- No me podés decir eso, Galeno - le dije, viajando en colectivo desde el trabajo a mi casa , sonriéndome - No me podés decir todas esas cosas en el transporte público - insistí, porque es capaz de activar mi deseo , y yo el suyo, en lugares muy poco comunes. 



- El wi-fi es hermoso - me dice, y vuelvo a reírme, porque a él se le está complicando concentrarse en el silencio de su Consultorio mucho más que a mí y a las evidencias que me muestra me remito. 



Es que, siendo honesta, Galeno la pasa tan bien diciéndome cosas pícaras en cualquier lugar, que yo lo único que quiero es que, aún mismo esté en su Consultorio, haga uno más de sus aventureros y frondosos viajes mentales. Por eso, le estiro la lengua y lo dejo distenderse, dándole permiso para que se suba a la corriente, y siguiéndole el juego.  Al caso, tiene conocimiento de la situación, y sabe que si un cliente me está gritando por algo que no puedo solucionar en el trabajo, yo, mientras tanto, reproduzco una cinta de deliciosas imágenes y sensaciones hasta que invadan por completo mi cerebro.  Es que, siguiendo su consejo, si siento que la oficina se me cae encima, solamente tengo que pensar en lo lindo que es ese momento donde Galeno se rinde bajo el disfrute de todo lo que construimos. Pensar, únicamente, en ese segundo donde una vez que mi disfrute es manifestado abiertamente, ambos nos juntamos y  nos potenciamos para encontrar el suyo .  Pensar únicamente en esos instantes donde mientras lo sigo acariciando y besando, como si estuviera augurando el nuevo estallido, y mi Galeno se siente libre de sentir y de evidenciar lo que desea para que pueda cumplirselo,  lo único que quiero es que contenerlo, asegurarlo, ganármelo.  Pensar en estar a su lado, dándole su tiempo para que se relaje, dándole su momento para que se excite, esperándolo, acompañándolo, cuidándolo, dejándolo sentir cada caricia, dejándolo construir su proceso y sentirme satisfecha con el objetivo logrado.



 Igual que él, que por suerte también me cuida, me espera, me acompaña, me respeta, me honra y me guía para que  yo descubra lo que es, a ciencia cierta, disfrutar de un sexo humanizado que nada tiene que ver con el miedo o los complejos. Del sexo sin condicionamientos, sin debe y sin haber, sin "te doy para que me des" o sin " tu disfrute vale menos que el mío".  De un encuentro donde uno le enseña, lentamente, y con cariño, al otro, a ése otro que lo está conociendo, a descubrirlo sin saber que, al mismo tiempo, aquél otro lo hará redescubrirse.  Porque lo lindo de compartirnos, cada vez que nos vemos, es que todo lo que nos deseamos se alivia y cada caricia o cada beso se valora el triple. 



Y eso es, a fin de cuentas, es tener piel: que todos los encuentros sean deseados, respetados y cuidados y que el sexo disfrutado nada tenga que ver con el procedimiento propio de un trámite en AFIP.  Que sea una forma más de expresar todo lo sublime que nos reviste de una divina humanidad.  Que sea el modo donde más unida, más vulnerable, y más conectada, a la vez, me siento con Galeno. Pero además que sea ése mismo el método donde Galeno, producto de la libertad que ve forjarse cuando estoy entre sus brazos, del desprejuicio, y de esa versión de mi misma que él conoce y que - me dice - le encanta o lo perturba en partes iguales;  no quiera dejar de implementar. 

- Vos, a los cincuenta años, ya habrás sentido y hecho de todo, Galeno - le dije la última vez que lo ví - Creo que quizá te aburrís un poco conmigo... - le advertí. 

Galeno me sonrió con su santa paciencia y me miró de una forma muy intensa. 

- No me aburrí, no generalices...  - dijo, solamente, y de pronto, poniéndose serio - Yo me quiero acostar con vos, más allá de que ya me haya acostado antes con otras mujeres, ahora, te quiero a vos. 

Lo miré y me sonreí. 


- Qué declaración tan fuerte, chicos - lo burlé. 

Me sonrió. 

- Sólo me refería a que es una lástima que no podamos compartir este descubrimiento de una intensidad diferente... 

-¿Y quién te dijo eso? 

- ¿No te pasa que después de haber estado con tantas mujeres no tenés expectativas de sentir cosas nuevas? 

- No - sonrió - Con vos, por ejemplo, me pasa todo lo contrario. 

- ¿Qué querés decir con eso? - le pregunto, con un dejo de parsimonia porque entiendo el punto. 

- Que yo nunca, ni cuando estuve casado tantos años con ***, ni cuando estuve en pareja después de que me separé,  me había animado a hacer lo que hice la primera vez con vos. Para mí, fue un flash. Ví que vos me acompañaste todo el tiempo, y eso, me encantó, hizo que todo fuera aún mejor de lo que yo esperaba. Me pareció super tierna la forma en que me mirabas, en que me acariciabas...  

Sonreí. 

- Quería que te sintieras tenido en cuenta - musité - Quería que sintieras que yo realmente estaba ahí con vos, anhelando que disfrutes del momento... 

- Lo sentí, sí, me di cuenta - dijo - Para mí, Veinteava, es muy difícil aburrirme con vos. Me encanta que disfrutes tanto. ¿A vos no te pasa lo mismo? 


- Sí, obvio, claro... - admito. 

- Bueno, ahí tenés. Como a vos te gusta que yo disfrute cuando estoy con vos, a mí me encanta verte disfrutar - sonrió. 

Y me hizo desaparecer una idea antigua que yo tenía respecto a la vergüenza, al pudor, a un goce de la mujer que está mal visto, o a un goce que se esconde porque, parecería, la mujer que disfruta es promiscua o, de otra manera,  una simple prostituta.

Ese día lo único con lo que le pude responder fue con una mirada y una sonrisa cálida. Mentalmente, le agradecí su afán. Mentalmente, también reconfirmé el mío. 

lunes, 27 de enero de 2020

Deslumbramiento

La primera vez que me quedé sin ropa frente a él, sentí que iba a cruzar un umbral de pudor y de vergüenza distinto. El caso es que, muchas veces, las primeras veces no son tan importantes como las segundas, las terceras, o las miles de veces posteriores... Hasta que lejos de los temores que teníamos pensado poder llegar a sentir aparecen otros nuevos. Pero ¿qué hay de la valentía?  Después de algún que otro recuerdo difuso, hacía mucho, pero realmente mucho tiempo, que no me sentía tan pero tan vulnerable como cuando Galeno me sacó la ropa por primera vez. Y es que no sólo fue mostrarme en mi estado más natural, sino también, mostrarle que si habíamos podido llegar a ese punto era porque mi amada coraza se estaba rompiendo y descascarando bajo sus dos manos.  

Varias veces he hablado sobre ésto, pero tengo que admitir que sigue siendo fuerte la ceremonia, el momento donde Galeno me despeja la cara con sus manos, suelta mi pelo, lo peina por detrás de las orejas y comienza a acariciarme muy muy muy despacio hasta deshacerse de todas mis prendas, una por una, sin el menor apuro. Yo siento, realmente, como si me honrara, sí. Y eso es algo que nunca había sentido antes y algo de lo que, más allá de todo lo que pasa entre nosotros, íntimamente, siempre le agradeceré.  Porque si bien para Galeno puede llegar a ser sólo el cuerpo firme, la piel tersa, el desprejuicio y las curvas sinuosas de una jovencita de veinticinco años recién cumplidos; para mí es el sentirme doblemente desnuda bajo su rostro, sus manos, y especialmente, bajo su mirada.  Muchas veces, por la forma en que me mira, he notado que es importante en su modo de construir el deseo observar cada fibra de mi cuerpo y cada uno de sus movimientos, pero que lejos de ser lasciva, su mirada es sonriente.  También he comprendido que mirándome recuerda, que con sus ojos saca fotos mentales de mis momentos más íntimos y , a la vez, más disfrutados junto a él; y eso, lo hace sentir bien.  Sin embargo, lo que todavía me sorprende de sólo recordarlo, es la forma en que Galeno me mira cuando me tiene entre sus brazos. Lo he llegado a ver acostado a mi lado, sólo mirándome, sonriéndome levemente y acariciándome con la yema de sus dedos como si no lo pudiera creer.  ¿Por qué me mirás tanto?, le pregunté un día ya que no era habitual que nadie se detuviera tanto en mi cuerpo desnudo. Él me contestó con otra pregunta. "'¿No te puedo mirar?". Y aunque yo le contesté que sí, con mi cuestionamiento, apuntaba a otra cuestión: la pretensión en él de verlo todo en mí, de tomarse todo el tiempo del mundo para recordar mi cuerpo bajo sus manos como si fuera a escaparse. 

Cuando Galeno me desvistió , la última noche, del último día, me acercó a su cuerpo hasta lograr que estuviera encima de él y me abrazó. Yo me quedé un buen rato así, abrazándolo también, hasta que levanté la cabeza de su pecho, le di un beso breve en el, y le sonreí.  Él sonrió también y con creciente intensidad me besó. 

- ¿Qué te pasa que me querés arriba tuyo? - le digo, sólo para molestarlo, mientras le daba besos por toda su cara y su cuello.  

- Me encanta esta vista... 

- Ya me viste cien veces, igual, relajá. 

- No me importa, Veinteava, me gusta mirarte  - me dice, y es la única persona que me llama por mi nombre haciéndolo parecer dulce en un contexto así - Me encanta tu pielcita, tu olor, tu pelo de un millón de dólares todo desparramado en la espalda mientras dormís a la mañana... Me dan ganas de tocarte, pero estás durmiendo y... 

Me reí y me sentí muy halagada. 

- No me digas eso, mi ****, que me pongo colorada... - le digo - Huelo a cremas y a cosas para el pelo, es por eso que te gusta mi olor - le explico , mientras huelo su cuello y lo beso casi a la misma vez. 

Galeno levanta mi cabeza, corre el manto de pelo castaño sobre mi rostro, y rodeo con mis labios el contorno de su boca hasta que lo beso.  Un rato después, nos dormimos cansados, y el día siguiente parece todavía muy lejano. Me ha hecho sentir conectada consigo de una manera nueva, me ha besado, me ha acariciado y me ha tocado de una forma tan espectacular que jamás lo hubiera imaginado posible en un hombre de su edad, que ni yo sé muy bien cuándo me duermo, producto de la relajación suprema. 

Cuando amanezco y todavía estoy en un período de sensibilidad muy particular con el entorno,  lo siento tocarme los hombros con la yema de sus dedos y bajar por toda mi espalda, siendo muy delicado. Pero también, cuando evidencio el agrado que me genera ese modo de tocarme, y ni bien hago un breve movimiento, lo siento agarrarme por detrás y conducir sus manos con el sólo propósito de unas caricias un poco más íntimas. 

- Hola, mi *** , buenos días... - le digo, prendida dentro del juego, cuando me acomodo sobre si para que siga sintiendo lo mismo que yo siento, y que mi cuerpo siente, cada vez que me pone una mano encima y comienza a despojarme de toda la ropa. O cada vez que se despierta a la mañana con ganas de tocar mi cuerpo al desnudo y yo lo único que espero es que me alcancen las manos para complacerlo. 

- ¿Te despertaste? Umm - dice, riéndose, y sigue mordiéndome el cuello. 

Lo pego más a mi cuerpo en señal de afirmativa y le digo que sí.  Lo único que deseo en ese momento es que no deje de despertarme, así de lindo, nunca.