madrugada del domingo 17 de noviembre de 2019
"¿No te querés quedar hasta mañana?".
Esa pregunta me había hecho Galeno, en la oscuridad, cuando yo había comenzado a vestirme. La prueba, lo que había ido a concertar, el objetivo de conocernos personalmente luego de meses hablando a distancia, se había concretado. Pero, personalmente, después del impacto emocional que eso había tenido por dentro, y de todo lo que me había brindado, necesitaba alejarme.
Galeno me miró con el desconcierto grabado en los ojos aunque lo entendió. Menos mal, porque pese a conmoverme, necesitaba estar sola, entender lo que significaba ese encuentro. Además, tenía miedo. El pasado comenzaba a quemarme por el costado con sus miedos ante el mínimo gesto de entrega genuina que parecía asomarse.
Considerando que por ese momento no tenía las herramientas para admitirlo, y que tampoco sabía con quién estaba del todo, me limité a levantarme y a ordenar mis cosas. Siempre había estado sola. Los últimos seis años yo había estado sola. ¿Qué diferencia podía existir en éste caso? Lo mejor era irme a dormir a mi casa. Nada de empezar a borrar los límites de un... viaje. Sí, así lo veía yo. Como un viaje que había hecho a Buenos Aires para, entre oootras cosas, conocerme en persona. Pero lo cierto es que mi imaginación fallo. Galeno había venido a verme a mi exclusivamente. Había viajado por mi y eso era algo tan sólido en su simple demostración, que era imposible negarlo .
Si, había estado sola. Pero está vez, las cosas no se estaban dando así. La diferencia estaba, precisamente, en que lo que acababa de pasar había sido muy fuerte. Por eso, no quería dormir con Galeno y enfrentarme a esa mañana siguiente, así que le avisé que me iba.
Galeno se sentó en la cama, en calzoncillos, y me ofreció quedarme una vez más. Dijo que no pasaba nada, que todo iba a ser igual que esa noche, pero yo, de muy buenos modos, le expliqué que necesitaba volver un poco a mi normalidad, buscar ropa limpia y hacer presencia en mi casa. Cabe decir que mis padres, pese a que tuviera ya veinticuatro años, tenían sus inquietudes. Su hija menor estaba pasando una velada, y un encuentro, luego de largos meses de chateo y de teléfono, con un hombre que le llevaba veintiséis años y si el reloj marcaba las seis de la mañana y no volvía ni mandaba un mensaje... daba para pensar. Principalmente porque conozco a mis padres, sé que estaban preocupados pero que también entendían mis deseos... y quise, con ese gesto de aparecerme en casa para dar cuenta de que estaba bien, recompensarlos por la libertad y el apoyo que me habían dado.
Cuando acabé de juntar mis pertenencias, me cepillé los dientes y me acerqué a saludarlo. Galeno se cepilló los dientes y se puso una remera. Todavía tengo la imagen de la vista a la ciudad de Buenos Aires desde el hotel, en esa noche de casi tormenta de noviembre, mientras escuchaba cómo se cerraba una canilla de agua fría desde el baño de nuestra habitación y esperaba que termine de sentirse listo. Mi idea era irme, sin hacer ruido, y mandarle un mensajito desde el auto. El punto fue que, cuando me desperté, me di cuenta que me había quedado dormida y él me estaba abrazando desde atrás, muy dulcemente, mientras dormía como un niño. E incluso por esa misma razón, supe que me tenía que ir como un método de resistencia extremo, para poder pensar en lo que me estaba metiendo.
Galeno respetó mi espacio. Me ofreció acompañarme abajo, a la recepción del hotel, pero le dije que no. Lo despedí con un beso y me tomó la cara con sus manos, muy despacio, para darme otros más.
- Nos vemos mañana - me dijo.
Se me hizo un nudo en la garganta.
- Descansá lindo. Perdón por hacer ruido. Dormí - le dije para despedirme en susurros y saludarlo con una mano.
Llamé al ascensor. Lo esperé, lo tomé, y comencé a peinarme en el espejo. Eran, después de todo ese desbarajuste emocional, los primeros minutos que pasaba sola después de conocer a Galeno. Y yo, sin exagerar, me sentía frente al reflejo de una extraña. De alguien que, sencillamente, comencé a desconocer.
Cuando llegué a casa, cuarenta minutos después, saludé a mis padres que, obviamente, se habían levantado a recibirme. El viaje hasta mi hogar me había ayudado a calmarme, me había dado espacio para pensar y me había ayudado a organizar mis primeras impresiones.
Una vez pasé la puerta de la cocina, fui directo a mi habitación a dejar mis cosas y ambos, como si fuera una niña, vinieron a preguntarme qué tal había ido todo. Creo que ahí, en ese gesto, comprobé que mis padres me quieren más de lo que imagino; pero además, que estaban mucho más preocupados de lo que, en realidad, me hacían saber y en silencio habían estado mucho más pendientes de mi felicidad de lo que yo me podía esperar. Así que fue sincera, dentro de lo que se podía revelar, con ellos.
"Fue muy bien. Es la persona que me dijo que era, ni más ni menos" , les dije, para que se quedaran tranquilos. Mi padre, ante eso, lo celebró discretamente y se fue de mi dormitorio para que me quedase con mi madre a solas. Mi mamá, obviamente, hizo las preguntas más femeninas. "¿Y... qué te pareció? ¿Te gustó o no te gustó?". La miré y me reí sorprendida. "Bien, todo bien, es él. El mismo. La pasamos bien, nos reímos, nos divertimos...", le dije. "¿Mañana se van a ver?" me preguntó. "Mañana vemos, mañana será otro día, hoy ya fue muy largo...", le dije, riéndome, dando cuenta que quería dormir. "Bueno, a dormir ahora Veinte. Al final lo conociste a tu ***", me dijo, con todo cariño. "Sí, finalmente, vino a Buenos Aires a mi ***", le dije, en broma, en referencia a ese viaje que era un símbolo de muchísimas cosas.
Una vez que me quedé sola, le avisé a Galeno que había llegado bien, tal como me había pedido, le agradecí por haber sido tan buen compañero y le deseé un buen descanso.
Aquélla noche tardé en dormirme. Mucho. Pero lo único que le pedí a mi cuerpo fue que se relajara y me proveyera de un buen descanso para el día siguiente que, como sospechaba, sería intenso emocionalmente.
La mañana del domingo 17 de noviembre, me encontró con un mensaje suyo. "¿Te parece si te espero para almorzar?", me decía, entre otras cosas. "Sí, esperame, que voy", le dije. "Estoy más feo que ayer, tengo que decirte..", me dijo. "¿Por qué?", le pregunté, y me mandó un meme. El cartelito rezaba algo como: "cuando tienes una cita importante y amaneces más feo que de costumbre". Yo, me empecé a reír. "Me salió un orzuelo", me aclaró. "No te preocupes. Ahora te llevo una crema que uso cuando me salen, es alemana y es excelente", le prometí. Y así, por extraña que parezca, fue la genésis con Galeno. Desde ese momento, Buenos Aires, es sinónimo de dormir juntos.
Mirándolo en perspectiva, cuando al día siguiente me desperté y no sentía el deseo de modificar ni un solo detalle de esa noche, supe que mis planes habían sido aniquilados. Que habíamos sobrevivido. Y que ya no quería volver atrás. Nunca más.
"Cuando los odios andan sueltos, uno ama en defensa propia"
(Mario Benedetti)