*Mensaje de Javier*
- ¿Cómo anda usted?
- Bien. ¿Vos?
- Bien. Hoy tengo reunión con mi hermano y mí primo por mí tía. ¿A qué hora salís?
- Me alegro - le contesté - A las cinco y media.
- Para las 5 ya estoy. ¿Querés que volvamos juntos, charlando?
- Dale. Pero me vas a tener que esperar esos veinte minutos y vemos dónde nos encontramos.
- No hay problema. Te espero en la oficina.
- Ok. Más tarde nos vemos.
II.
Toco el timbre después de caminar algunas cuadras desde mi oficina a la suya. 7D. Javier me abre desde arriba y el portero me mira con cada de circunstancia. Estoy vestida con un blazer negro, una camisa y un pantalón negro ajustado. Llevo mochila y cartera.
- Buenas tardes. Voy al 7D.
- Buenas tardes. ¿A quien vas a ver?
- Al Despachante, Javier ****.
- Ah, si, pasá - dice.
Me subo al ascensor pensando que referirme a Javier como el Despachante, me parece extraño pero no deja de ser efectivo. Me bajo del ascensor después de chequear mí apariencia en el espejo y cuando salgo, Javier me está esperando con la puerta abierta.
Escucho su voz, hablando con su perro, y me da un poco de gracia. Trata a los animales con mucho amor y Pepe parece su compañero de oficina.
Lo saludo con un beso en la mejilla, algo parecido a un abrazo y me sonríe.
- ¿Cómo estás? ¿Cómo te fue hoy? - me pregunta.
Lo miro, y camino por la oficina observando los puestos de los otros empleados. Sus escritorios. No hay nadie más que nosotros dos en ese espacio que sin embargo parece comprimido por una tensión insostenible.
- Bien. Un poco cansada, un tuve un día duro. Me quedo sin jefa la semana que viene y hay mucho trabajo que tengo que adelantar.
- Uy, estás hasta las manos. También se me va mañana Jesi. Estoy terminando unas cosas , así las cierro. A las corridas.
- ¿En serio?
- Si, una cagada.
- ¿Que va a hacer?
- No sé. Pero hace muchos años estaba acá.
- Si, yo la conozco.... Desde la época de la primera oficina.
- Claro. Hace doce años que está.
- Bueno, ojalá que le vaya bien. Y que vos consigas a otra persona.
- Si, voy a ver eso. ¿Me esperas un minuto más? Ya ya nos vamos, te lo prometo. ¿Querés algo para tomar? - me ofrece.
- No, tengo agua - se calza los lentes, es la primera vez en mí vida que lo veo con lentes aunque sabía que los usaba, y teclea - Yo te espero. Hace tranqui, vos.
Se levanta y guarda papelitos para completar un despacho. Me mira. Se me seca la garganta. Busco la botella de agua que tengo en la cartera con agua mineral y lo miro mientras tomo. Javier está ejecutando su rol y le doy espacio. No le digo nada. Su perro me huele y mueve la cola, aunque no está seguro de mi presencia.
Junta esos papeles del escritorio y va a su oficina personal después de un momento. Es la segunda oficina que le conozco en mi vida. Esa idea se cruza por mi cabeza y me aterra la naturalidad con la que lo atraviesa. A una llegué con 19 años y más amor que cuerpo. ¿A esta, como llego? Con 29, caminando desde la mía, con una tensión interior que en letra chica odia a ese tipo y sus prácticas izquierdistas de la misma forma en que lo desea y no puede manejarse bien cuando insiste. Suspiro. Observo todo en la oficina, hasta el más mínimo detalle.
- Vení, vení - dice - Pasa. Y escucha ¿vos podes trabajar sin ella, todo bien?
- Van a tener que buscar un nuevo gerente financiero. Puedo hacer foco pero no tengo control de decisiones.
Me apoyo en el marco de la puerta, a mirarlo. Ordena todo en su oficina personal. Tiene un gran escritorio, lleno de papeles. Una computadora. Muchas carpetas con despachos. Yo continuo en silencio para no desconcentrarlo. No quiero que se olvide nada.
Agarra más documentos y pasa por mí lado, concentrado. Me acaricia la cintura pasando una mano por mi camisa y sonríe.
- Ella, ella - musita.
Lo miro, tomo mas agua y sonrío. Deja todos dos papelitos dentro de una carpeta, junta las llaves y nos miramos por un instante donde no lo duda mucho. Se acerca, me abraza y me toca el pelo. Cierro los ojos. Me suelta brevemente:
- ¿Estás enojada?
- Si, un poco. Sos un exigente de mierda. Me rompiste los huevos mal el otro día.
Javier se rió a carcajadas.
- Perdón. Yo te jodo. ¿Que iba a pasar si venías el domingo? Era un ratito. Te podías relajar.
- Vos pretendes que yo esté para vos y no estudie, además paso lo que te conté en mi casa, tenía que estar. Te lo avise. Tenés que entender que yo puedo ir detrás tuyo.
- Ya se, vos estudia. Perdón. ¿Cómo hiciste?
Me sorprendió la pregunta. Digo, ni siquiera la esperaba.
- Bien. Te lo dije porque después podíamos ver si nos veríamos o no. Vos sos el que quiere que vaya, pero a veces no tengo tiempo ni para respirar. Te dije que nos podíamos fijar. No te dije que no.
- No es por eso de andar atrás mío, te digo eso porque tengo una vida, yo. Diossss. Se me complica. No te enojes. Por favor. No peleemos.
Se me queda mirando, callado. Lo miro. Se quiere reír. Yo también me quiero reír.
- Yo sé mejor que vos que tenés una vida. Por eso soy así. Te detallo horarios. Segmentos. Horarios segmentados, bah para que entiendas la situacion.
- ¿Me detallas queeeee?
Me sonríe. Me abraza. Me acaricia. Lo huelo. El olor a Javier es de las cosas que más me atraen de el. Es olor a su ropa, a su piel, a todo lo suyo.
- Segmentos - le digo y me río, me acaricia suavemente y juega con mi camisa.
- No sé te ocurra sacarme la ropa y menos en modo bruto, porque te mato - me rio, pero no dejo de decírselo - Es ropa delicada. No rompas nada.
Javier se me pega y dice:
- Nunca te había visto así.
- ¿Te gusta el look, eso decís?
- Si, me gusta - dice y me acaricia - ¿Podemos sacar el bleazer? Es muy delicado, este. Quiero que te relajes.
Me rio. Tiene razón, aunque esté picandola. El bleazer es de los más delicados que tengo, así que me lo saco y solo queda una camisa como límite entre sus manos y mí cuerpo. Javier me acaricia y me mira como si fuera suya. Me cuesta mucho sostenerle la mirada. Es tan grande el deseo que veo que me hace poner colorada, que me hace sentir cubierta por un manto de su energía.
Me agarra del rostro con sus manos, y pasa el filo de su lengua por los labios. Juega. El malparido juega. Y yo por primera vez me siento muy bien entendida. Me río y lo avanzo. Con eso, un gesto sutil, ganó el punto.
Es un momento. Un momento donde me empuja suavemente contra una de las paredes de la oficina y se que está vez será memorable. Lo veo más seguro y más intenso, más salvaje y eso me hace sentir más deseo. De pronto, lo entiendo: ese hilo fino de ferocidad Javier lo tiene entrenado ahora y va entendiendo como me gusta, y es tremendo pero eso que yo no supe explicar a otras personas en casi 30 años, este lo entiende. Este entiende bien el límite entre el erotismo, el lado salvaje y el sexo respetado.
Me besa el rostro, mientras me susurra cosas y me doy cuenta que estoy apretando las manos porque la botella de agua que por suerte está cerrada, y todavía tengo en una de ellas, cruje. La revoleo suavemente.
Javier me agarra del pelo, como yo quería. Me alcanza desde atrás y me acaricia con la otra mano. Noto que tomo en cuenta los puntos, que algo integró. Me desabrocha parte de la camisa y remueve la lencería de encaje delicado que llevo, como siempre, porque amo la ropa interior delicada para todos mis días. Pero este momento no es como todos los días. Y ambos lo sabemos.
Javier me tiene arrinconada. Lo estoy disfrutando. No me deja ni siquiera sacarme la identificación que corre para atrás, tirando un poco de ella, para hacerme reír. Lo consigue. Y sencillamente, aunque escucho el plastico de la tarjeta paseando, no puedo frenarme. Yo ya perdí los estribos, Estoy cagada, pero si, los perdí porque disfruto de lo que pasa. El tipo me desviste parcialmente en su oficina personal y corre camisas, identificaciones, y todo empieza a pasar. Mis manos bajan como tentáculos. Ni yo sé cómo hago, pero enseguida ubico el foco de mi interés. Lo toco y ya no me la complica con cuestiones de yo te doy, sino que compartimos el ida y vuelta.
- Me dejas tocarte, muy bien - musito.
Acomoda mí cuerpo, con firmeza. Me acaricia las lolas como para hacer de mí una persona rendida y suspiro en consecuencia. Me destrona. Me hace sentir cosas en una intensidad y con una rapidez extraordinaria. Ya estoy excitada, muy, y me asombra. Me siento en otro planeta.
- Toda te voy a tocar ¿sabes? - me susurra.
- Si. Lo sé - le contesto con humor.
Javier se ríe. Me aprieta más. Me agarra más del pelo y lo fundamental, me deja tocarlo todo lo que quiero. Me deja recorrerlo. Me deja buscarlo. Por primera vez, no se siente culpable por recibir a la misma vez que da. Cuando me deja, me siento cómoda. Compartimos el mando. Y nos empezamos a buscar y a despertar en niveles más profundos.
Mientras continua acariciándome todo el cuerpo que tiene disponible, y buscando que me rinda a sus formas, hace algo que me destruye. Corre un poco mis pantalones negros. La tela elastizada no se le resiste. Juega un poco, superficialmente y se lo que quiere. Me lo ha venido diciendo en las últimas semanas. Disfruto. Mi cuerpo no se resiste. Lo dejo. Lo dejo tocarme. Lo dejo que se sienta mejor cumpliendo algo que desea.
Aplicado, se chupa los dedos y corre despacio mi ropa interior, para darme muy placenteras atenciones. Lo que siento cuando me toca es impresionante, me tiemblan las piernas a medida que avanza. Creo que no puedo precisar el tiempo en el que voy a poder resistir. ¿Cómo puede ser que quiera reventar en tiempo récord? Sigue tocándome. Lo hace muy bien. Es la mejor de las veces.
Gimo.
- Disfrútalo. Déjame tocarte.
- Recuperaste las dos manos, ya se para que las querías usar.
Javier me gruñe, divertido.
- Si, necesitaba las dos manos para tocarte.
Su mano húmeda se siente cada vez más potente. Siento que no puedo controlar mi cuerpo, que le reponde con exclamaciones. Mientras me toca, logra llevarme donde quiere. Lo logra. Me diluye. Tengo un orgasmo de esa forma y me deja temblando, con las mejillas sonrojadas y sintiéndome agitada, mientras me alienta a que disfrute.
- ¿Estás más relajada, ahora? ¿Mmh? - me susurra al oído mientras me recupero.
Lo miro y asiento, sonriendo. Me mira fijamente sonriéndome y se chupa los dedos, victorioso, para sentir algo tan mio que me desquicia. Mofo. No puedo entender cómo acaba de hacer algo así. Pero lo hace. Me saborea. Y sonríe.
Me recupero, rápido y avanzo. Ahora quiero empatar el punto.
- Déjame a mí - le pido. Javier acepta.
Y me deja todo lo que puede. Disfruta.
- Por Dios - dice.
Lo toco y lo miro.
- Ya nos vamos, te lo prometo - le repito. Es un chiste obvio. Se ríe. Se relaja. Y yo aprovecho eso para aumentar la intensidad de la repercusión. Justamente logro el cometido unos instantes después. Javier tiembla, complacido.
Le doy un momento para recuperarse mientras yo me recupero y se respira otro aire.
Javier me dice que tiene algunos elementos de tocador por si quiero arreglarme, pero le digo que no hace falta. Saco mí neceser y todo lo necesario. Me arreglo el pelo, el rostro, y la camisa. Me acomodo la identificación. Mientras, el me mira fijamente desde el baño y después se pone a juntar todos los papeles.
Cuando ambos volvemos a la normalidad, y a la civilización conflictiva, se estira complacido en su semblante y me dice:
- Ahora si, voy a afrontar esa conversación de otra manera. Mucho más motivado me siento - sonríe - ¿Te gustó a vos también?
- Si, Javi, fue un after office muy particular - le respondo con sorna.
Sonrío.
- Es verdad eso - reconoció - me gustó este after office. Mucho. Concha de la lora - dijo y me sonrió.
Cuando salimos del edificio, junto a su perro, lo hacemos charlando de cosas que pasaron en la semana. Nadie parece notar lo que acaba de pasar en esa oficina. Y menos mal. Javier me tatuó en una de esas paredes y fue épico. Memorable. Pero hay que salir de nuevo a la civilización.
Ni siquiera nosotros parece que lo notamos , porque nos manejamos con naturalidad. Hablamos sobre cosas que habíamos mencionado. Viajamos juntos hasta provincia de Buenos Aires, charlando en el auto y en compañía de su perro. Charlamos un montón porque la hora pico es un hecho y parece normal el hecho que acaba de ocurrir. Hablamos de todo, menos de algunas cosas. Javier, en relación a otras veces, habló muchísimo más. Hablamos de gente en común. Le comento cosas que en otro momento, sobre esa misma gente, no había podido decirle. Hablamos de politica. De mí trabajo. Del suyo. Me pregunta muchas cosas y le cuento. Hablamos en un nivel de confianza mucho más claro que otras veces, aunque no nos tiramos dardos. Vamos comiendo golosinas, escuchando música y viendo el atardecer.
Javier se queja del tránsito. Lo miro. Hay cosas que no cambian. Aunque cambie todo. Saco mi celular para mirar una cosa y le hago un comentario cuando noto que lo está mirando. Quiere ver con quién hablo. Suspiro y lo guardo. Hay límites que debemos mantener.
Suena un tema de Virus de fondo. Lo canta y yo lo canto. Luna de miel, Luna de miel. Me mira sorprendido y me dice que no sabía que me gustaba Virus. Le digo que si, que lo pongo para todos en la oficina y que las chicas me joden cariñosamente y me piden que ponga a Tini porque ella es de mi edad. Javier sonríe.
Cuando me deja en la esquina de casa, me ayuda con la mochila que se traba como siempre. Se queja porque no me puede dejar en la puerta y por vez número mil le explico que no quiero que me vean con él. El se ríe.
- Como siempre, un displacer verte - ironizo - Chau.
Javier me da un beso, algo parecido a un abrazo y yo lo agarro de la cara fugazmente. Se ríe.
- Chau.
- Suerte con tu charla familiar.
- Hablar de salud es una cagada. Pero me gustó todo el resto.
Sonrió y le sonrío.
- Chau.
- Hablamos - dice.
Y se va. Yo también me voy. Es el momento de llegar a casa. Buscar el termo, el mate y sentarme a bosquejar esto mientras se calienta el agua para bañarme.
No sé. De pronto, mi vida cotidiana se tomó licencia y apareció un jueves digno de una novela erótica. Lo escribo para dejar asentado que esto también paso. Esto y todo.