martes, 27 de octubre de 2015

Útimas semanas

Estudié. Leí artículos de revistas. Leí apuntes. Leí revistas de moda. Leí entradas de blogs. Dormí inusualmente. Dormí siesta un domingo. Voté Presidente de la Nación. Me enteré que hay segunda vuelta. Fui a la facultad. Leí. Viajé en colectivo. Cargué incontables veces la tarjeta SUBE. Comí galletitas. Compré un jugo exprimido. Repasé para un parcial que no llega. Usé whatsapp. Me antojé de varias comidas. Despunté el vicio con un asado. Anhelé la pizza de los viernes. Perdí un colectivo, o varios, a la larga. Hoy tomé seis. 

A lo largo de estas semanas compré fotocopias, me olvidé de comprar quitaesmalte y almorcé con mi abuela, entre otras cosas, una ensalada de palta sobre pan tostado que estaba buenísima. Tuve una reunión celebrando una ceremonia religiosa el sábado a la noche, asistiendo a ella con sueño, pero volviendo contenta. Un pequeño, de poco más de dos años, a quien adoro, un día después soñaba conmigo y decía - con esa voz angelical - mi nombre mientras su mamá velaba ese descanso y se reía. 

Me hice tres baños de crema, elegí prácticamente todos los días mi ropa, me quedé dormida varias veces, los colectivos veloces me salvaron. Cargué otra vez la tarjeta viajera, compré una barra de cereal, comí algunas galletitas. Tomé café, a diario. Tomé mate en las tardes o en las horas largas de la facultad. Me encontré una billetera en el colectivo; la devolví. Gasté buena parte de mis ahorros anuales, con módicos arrepentimientos. Me prometí no llorar sobre la leche derramada, entre risas, porque al fin y al cabo me merecía un incentivo. 

Tomé un café cortado que era un sueño, o al menos, yo lo veía así esa tarde. Ví muchos policías juntos requisando a un "carrito", tirado por caballos, conducidos por un pibe que no había robado; no él, sino otro, prófugo. Me acosté muy tarde. Me distraje. Extrañé el sol. Anhelé el calor. Me crucé con sus ojos y respiré hondo, como siempre, porque así es la vida. Le sonreí a los chicos en la calle. Me llevé los abrazos de los más cercanos, que también son chicos, y alimentan un magnetismo genial. 

Me reí con el señorito, incluso, del señor. Me acordé del señor, retomé al señorito. Me relajé porque sepa esto y aún así yo me sienta cómoda. Me puse a analizar las cosas. Dejé de hacerlo. Fotografié algunas escenas de mi vida. Escribí a rolete. Pinté frases, encendí sahumerios, se me acabó un perfume. Me enojé por otras cosas y me relajé con duchas calientes y buena literatura. Busqué imagenes de Paris, miré una película pésima. Miré una película que jamás pensé poder encontrar en la televisión, nacional, que me pareció muy linda. 

Me enojé con mi viejo. Se nos pasó. Discutí con mi vieja, levemente, y también se nos pasó. Miré mal ciertas caras, después de arrepentirme y mirar bien. Escuché Ismael Serrano, entre otros. 

En fin... Creo que en estas últimas semanas, viví. Con todo lo que implica, que a veces no lo ponemos en análisis, viví. Eso quiere decir, en cierto modo, que respiré muy hondo, sonreí y seguí adelante. 

Después de verlo así, todos somos un poco héroes todos los días. 

Vivir es un acto  de coraje. Vivir lo mejor posible, dentro de lo que nos pasa y lo que no nos pasa, es un acto de gratitud. Digamos entonces, insistiendo en esta idea, que viví. ¿Por qué no remarcarlo, no? 

lunes, 26 de octubre de 2015

Paradojas I

Mi cabeza es una licuadora. Las semanas, una detrás de otra, se van alternando entre la decisión y la indecisión y cada una de sus acciones inclina para un lado u otro la balanza. 

Susanito y yo hablamos mucho, ahora, de las cosas que nos pasan, de lo cotidiano, de cualquier tema.  La particularidad es que él tiene, conmigo - ¡vaya paradoja!- una capacidad increíble de poder decir. Este chico puede decir, como con no demasiadas personas, si yo soy quien lo escucha o lo lee. Sí, de una manera casi irónica la vida me presenta en una situación donde ahora me dicen de una manera especial y privilegiada, por ser yo, porque le parece increíble la claridad con la que entiendo todo, con la que veo... "todo".   Él habla conmigo de las cosas que le pasan, de las que le preocupan, de las que le gustan y no tiene vergüenza en reconocerme cómo se siente consigo mismo, al menos, por todo lo que me va diciendo ahora. 

Este poder decir de su parte es todo lo que hubiese deseado a corazón abierto en otro momento. Ahora su confianza me carga de una sensación rara que tengo, se lo debo, saber manejar. Él me consulta acerca de lo que le pasa, de sus propios sentimientos, de sus formas de ver el mundo, de la incredulidad que compartimos acerca de muchos temas.  Él me carga, me mira, me hace chistes. Me vuelve a cargar, me vuelve a mirar, me pregunta cómo me fue en las clases que no compartimos.  Lo pesco mirándome mientras hablo de nuestra pasión en común con un grupo más amplio o me rió en silencio cuando observo que compramos las mismas galletitas, porque son nuestras preferidas para compartir.  

<<¿Qué pasa? >> lo enfrento, para variar en mi. <<Nada >> me dice, mientras se come internamente ese juicio que sé, en algún lado, se emitió con constancia y todo. 

¿Y yo? ¿Y qué me pasa a mí? ¿Y cómo me siento con esto? 

Me siento capaz de contenerlo, de estar ahí, de responder todos sus llamados, de aconsejarlo, de sugerirle, de apoyarlo. Sé que puede, es una buena persona, y no dudaría en suministrarle el aliento si me lo pide, si necesita de alguien. Porque con algunas personas, escasas quizá, pero de manera real, me nace así, puedo asegurarlo, sin ninguna mala intención. Yo cuando veo gente pura tiendo a protegerla, a realzar esa pureza que en los tiempos que corren me parece admirable. 

¿Pero por qué voy a negar la otra cara de lo que me pasa? 

Me siento, a veces, por momentos, una especie de contenedor lejano a un rol que me ayude a verlo como hombre. ¿Qué quiero decir con esto? Siento que si bien él me pueda ver como una chica atractiva, a mí me cuesta verlo como un hombre. Él no toma, por el momento al menos, una cuestión varonil estando a mi lado, cuando hablamos, cuando conversamos.  No espero, aclarando, que se rasgue por mí las vestiduras y sólo sirva en función de contenerme, apuntalarme, acompañarme y consentirme en todo. Lo que a mí me pasa es el sentir, lisa y llanamente, que quizá no es la persona con la cual yo me pueda brindar segura de que entienda el alcance que tienen para mí muchas cosas vividas y que, además, fueron formativas. 

Cómo le cuento toda mi historia personal sin que del otro lado me espere un "todo va a estar bien" o simplemente nada, que vea un silencio, un no saber qué decir.  Yo no quiero que me recite un soneto ni que me diga que todo va a estar bien, me gustaría que lo tratara con la naturalidad que merece y siento que a veces no se hace ni puta idea de las pistas que le voy soltando. 

Quiero que no vea en mi una persona que tiene claridad en las cosas como si fuera una de las chicas superpoderosas porque del otro lado yo quisiera encontrarme con alguien con quien pueda hablar sin miedo de recibir una frase trillada o un silencio que es mil veces peor. 

Siento que Susanito ve en mi un manojo de seguridades y si sigue acrecentándose esta postura, me convertiré en un libro de respuestas y no en una mujer que lo mira como hombre capaz de escucharla detenidamente, intentar entenderla, contenerla de esa forma en que sólo pueden contener las personas que se conectan con sus propias experiencias para, así, conectarse también con las del otro. No quiero que me vea como la persona fuerte de los dos, porque me siento detenida a la hora de mostrarme humana y endeble, verdadera, total. Si me encasilla de esa forma... ¿cómo pedirle ayuda, en caso de necesitarla? ¿cómo dejarme confortar si él busca en mí una guía? ¿Cómo buscar una mano tendida en una persona que me ve a mi de esa manera? 

No pretendo una persona que oficie de psicólogo, ni de guía, ni de orador, ni que me de sermones con tinte paternal. Lo que yo pretendo es saber que voy a poder hablar con alguien que transite ese camino conmigo, al lado, y no precisamente desde la edad ni desde las concepciones, ni desde las apariencias, sino desde la experiencia. 

A veces, a pesar de no vivir tanto en materia de años y de que algunas experiencias escaseen para mi, sé que otras las tengo muy presentes. Últimamente y después de años de trabajo en un diván, lo que la gente ve en mi es una persona mucho más segura, alegre y fuerte, pero yo tengo en cuenta de que todo ha sido fruto de trabajos hondos, de momentos poco felices que tuve que corporizar y trasformar.  Eso me hace parecer por momentos, una vieja en cuerpo de joven o una joven adelantada en algunas cosas. Justamente, otra vez, una versión de mi misma es prematura en otro aspecto. 

Hoy en día, insisto, después de mucho trabajo lo que veo yo es una mujer de la que me siento orgullosa,  pero me reconozco a la vez, como una misma mujer que al lado necesita un tipo de hombre que no se espante de algunas de mis visiones del mundo, teniendo justamente la edad que tengo, que sepa entender que esto no es generación espontánea y que tenga una dosis de propias certidumbres en caso de que las mías se nublen, mostrándose él también contenedor al punto de que yo me sienta bien y pueda confiarme. 

Porque mientras él me cuenta, y me cuenta, y me cuenta, hay tantas cosas de las que yo siento que no puedo hablar. Esta vez soy yo la que siento que no puedo hablar de las cosas que me pasan, no por miedo, nada más lejano, sino por prudencia, por sentir que quizá no llegue a comprenderlo del todo. <<Qué hago... ¿Lo contamino o me lo guardo? >> pienso, cada vez, porque aunque sé que no lo lastimaría, tampoco quiero influirlo de una manera muy subjetiva, de ocupar un lugar de oradora, cuando yo quisiera ocupar un lugar, en el caso hipotético, de compañera, de... <<su chica>>, extremando las elucubraciones.  Susanito, justamente por su pureza creo que es algo influenciable. Eso no es eso lo que yo quiero hacer con él, más allá de que sé que no tengo malas intenciones, porque seguiría continuar ocupando un lugar más protector desde el que no me siento cómoda. 


A veces, siendo tan tranquila, parece que viví poco de lo que me correspondería: no fuiste de viaje de egresados, no compartirte esto, aquello, no saliste a bailar de pendeja, no saliste con chicos de tu edad, no hiciste previas en la casa de algún allegado, son algunas de las cosas que me han dicho o hecho sentir en estos veinte años. Por otros momentos, no obstante, sé que nada de eso viví, pero sí experimenté cosas que, a mis ojos, implicaron mucho más de mi misma que salir a bailar todos los sábados a pesar de que no tenga nada en contra de quienes lo hacen y se la pasan bárbaro. Desde estos aspectos siento que Susanito me ve como una chica fuerte, sin preguntarse demasiado de donde viene eso, si realmente es así, si... 

Una charla, con aquél interlocutor que tan importante fue para mí en este aspecto y en tantos otros, surgió una noche y vuelve a mi cabeza: 
- ¿No saliste nunca a bailar? - susurraba cerca de mi oído mientras me acariciaba la cintura, la panza, con los ojos cerrados al lado de mi cabeza. Yo lo abrazaba y me relajaba como pocas veces he experimentado en mi vida, al lado de esa otra persona.- Sí que salí, tonto - nos reíamos - Pero no me gustaba... - ¿Y por qué? ¿Qué era lo que no te gustaba? - Lo que sentía cuando estaba ahí. Me sentía todavía más diferente - él se quedaba callado y me parecía muy bien, mientras, me abrazaba fuerte y esa fuerza me permitía contarle cosas que nunca había contado a nadie - Imaginate que mientras para muchos lo fundamental era estar ahí, bailando así, yo nunca pensé en esas cosas. Las cosas que evaluaba a mi edad, en las que estaba centrada, conllevaban preocupaciones distintas. Y por eso me sentía muy diferente... Siempre me pareció que lo mío estaba en otro lado, más a largo plazo, afuera de ahogarme en un boliche sábado trás sábado - completé. 
Él se quedó callado, porque incluso conocía mis ritmos para hablar. Se comunicaba con los gestos, y cuando la charla era difícil, solamente me abrazaba sabiendo que era más fácil para mí hablarle aspirándole el olor presente en su barba puntiaguda de pelitos plateados y un negro todavía predominando. 
- Yo... - ese día pensé cada palabra y él no me soltó en ningún momento - Imaginate que a los cinco o seis años, caminaba en puntas de pie. Me caía todo el tiempo. No tenía equilibrio, control, templanza... ¿Qué clase de interés me podía dar, a los dieciocho, bailar hasta las cinco de la mañana?  - dejó de acariciarme y me abrió su cuerpo un poco más para que escondiera la cara, sin embargo, yo me quedé mirando el techo en la oscuridad.  Era cosas que nunca imaginé poder decir. Y se las había dicho a la persona con la que me sentía segura, porque, paradójicamente, me sentía inmune a la incomprensión si él me escuchaba. 

- ¿Y qué hacías, entonces, un sábado a la noche? - me preguntó, con esa voz que recuerdo repleta de simbronazos por dentro. - Leía, miraba televisión, me juntaba a cenar con mis amigos, escribía, hacía cosas de la facultad... - le expliqué - Vivía... Como siempre. - ¿Y ahora, qué hacés a la noche? - murmuró ya en otro tono, mucho más dulce. Lo percibí y me ganó. - Depende... - bajé mucho la voz - ¿Sabías que tengo un señor conocido? A veces me invita a su casa a la noche, para que estemos justo como estamos nosotros. Me gusta mucho ir y la verdad me hace olvidarme de los parciales... - me reí levemente - Cuuuuando eeeseee señoooorrr está roncando después de trabajar todo el día leo, escribo, miro películas o pienso... O hablo con el señor, que es uno que ni te digo...  - le dije, sacándole solemnidad a la charla. 
Él rió y entendió el juego. 
- ¿Ah, sí? -  Ya ves que uno elige con qué actividades quedarse hasta las cinco de la mañana - repliqué, cerrando una de las partes de esas charlas (siendo ésta, a la vez de más largas y más memorables) que tuve con él

Es raro, pero... No entiendo por qué, sin embargo, de momento, no puedo hacer ni la mitad de lo que Susanito hace, ni con la mitad de la simpleza que lo hice con él, ahora, con Susanito.  

Ahora...  -qué ironía que es la vida, pucha - soy yo la que no puede. Y aunque busque justificarlo, o entenderlo, o darle vueltas, o lo que sea... Esto es lo que me pasa. Esta e la paradoja... 

¿Por qué es tan difícil volver a querer? ¿Por qué se me he hecho tan complejo poder con Susanito si es, precisamente, lo lógico para mí, lo que todos esperan, lo que yo debería esperar, lo que de seguro se ajusta la vida de cualquier chica de 20 años? Casi que sé que él pensaría en mi edad sin estremecimientos, sé que él no sentiría vergüenza de que lo acompañe a ningún lugar, sé que él no estaría pensando si voy a dejarlo, si va a poder, si no va a poder, si en el futuro, si el futuro, si el qué dirán... 


Sé que Susanito podría vivir la vida conmigo. Sé que Susanito se quedaría a vivir la vida conmigo. 


 Y justamente por eso, justamente por eso... ¡por eso!, esto, el no poder elegir también esa vida, es lo que más me duele de todo.  


Y esa es la segunda paradoja... 

viernes, 23 de octubre de 2015

Introspección:

Pregunta para esta servidora: ¿se olvida la piel? 

Con esto quiero decir... ¿Se olvida alguna vez la electricidad del verse, la infinita paz al abrirse, la dulzura al tocarse, el deseo de escuchar sólo una tonalidad en la voz? ¿ Se olvida el saberse marcado, incapaz de apelar? ¿Se olvida el...?  O, mejor dicho, ¿se olvida él? 

Yo me convencí de que si, de que se olvida, de que como es natural hay vida más allá, como siempre lo creí. 

El punto es por qué, justamente, no puedo evitarme recordar y siempre recordarlo. Y pensar que... quizá en su insomnio incapaz de juzgarlo, me recuerde como se que lo hacía, me retome, me piense. Y podamos compartir la premisa de seguir cada uno con su vida, de aprender a vivir con lo que nos pasa, de sentir, siempre sentir, pero ya no poder por la moral como en su caso, sino por el bien, siendo lo mío. 

Y que esté todo bien. Que así sea, algunas veces, la vida. 

sábado, 17 de octubre de 2015

¡Ra- fa - gá!

Ayer en la facultad tuve un día de esos para alquilar balcones, siempre y cuando el objetivo sea ver cómo pueden incidir en el humor las cosas en la habitual vida universitaria.  Tenía cosas que presentar y sin embargo, tuve que hablar con la profesora para explicarle lo que había pasado con ella. Fastidiosa como estaba por haberle destinado todo el día anterior y la mañana de ayer, me armé de paciencia y pensé que faltaba poco para que terminara el día. 

Cuando salí, en plena vuelta a casa, el conurbano no estaba atestado como siempre. Había bastante tráfico, pero siempre mejor que tres horas de viaje que tenía de Capital a Provincia en el pasado. Los colectivos llegaron e incluso, corrí uno que me permitió llegar a casa más rápido. Bajé de él más tranquila, con ganas de tomarme un cortado y picar algo. 

Mi papá vino al rato. Me comentó un par de cosas acerca de su trabajo y se tomó un café. Se estaba afeitando cuando me asomé al baño con los anteojos en mano y algo para leer, de camino a mi pieza. 

- ¿Qué hacés? - me dice. 
- Bien, todo bien... - sacudí el estuche de los anteojos - Voy a ver si sigo leyendo algo de acá. 
- ¿Podés poner música de ahí? - señaló mi tablet que yo uso sólo como una especie de libro electrónico. 
- Sí... - le dije, mirándolo con los ojos achinados. El gusto de mi papá a nivel musical es variado, pero siempre recae en lo tropical. Y a mí lo tropical es raro que me guste, a decir verdad. 
- ¡Poné Ráfaga! - me dijo. 
- No, es horrible... - me quejé - Escuchemos otra cosa... ¿Y si pongo mi música? ¡Te quiero mostrar un tema que es espectacular! 
- ¡Esa música que escuchas vos es para matarte, nena! - me cargó, como siempre. Me reí. 
- No, tampoco es así, che... 
- Seeee - aseguró, riéndose - Poné Ráfaga, dale... 
- ¿Ráfaga? - lo miré, incrédula. <<No sé cómo le puede gustar eso >> pensé, porque sólo lo bailo pero jamás terminaría mi semana al ritmo de Ra-fa-gá... 

Cuando pasaron dos o tres temas tropicales él estaba como perro con dos colas. Se afeitaba y disfrutaba del ritmo. Por mi parte, no me molestaba... Casi había empezado a bailar para sacarme la mufa al ritmo de sus canciones. Ahí es cuando me dijo: 

- ¿Ves, Alfonsina? - me miró, porque ese es uno de los apodos que me puso -  Si la otra, la de verdad, hubiera escuchado estas canciones no se hubiese suicidado 
- ¿Qué dijisteeeeeeeeee? - lo miré, mientras me tentaba de risa. 
- Claro, nena. Vos con esa música ya estás como Alfonsina. Dentro de poco, van a regalar un kit que tenga una bata blanca y también unas ojotas, por si el que se quiere suicidar se arrepiente - añadió. 

Yo me reí, finalmente, cambiando mi mal humor por unos pasitos al ritmo de Mentirosa y otros tantos. El apodo no es ofensivo para mí. Me hace reír. Denota todo lo que fue aprendiendo una persona como mi papá, que desde hace poco más de veinte años, trabaja en la construcción pero desde que empecé a estudiar esta carrera, sabe el nombre de algunos escritores. 


viernes, 16 de octubre de 2015

Quizá, quizá, quizá...

Anoche me dormí llorando. Empiezo así el post porque no podría explicar la montaña rusa que fui silenciosamente durante este día.  No se como decirlo... pienso en la forma y no, no sale, pero está. Él esta tan manso, tan chiquito, tan bueno, tan simple... Que yo estoy tan desorientada. 

Escribo esto con un nudo en la garganta. No se que me pasa, pero es algo que esta revestido de un miedo bárbaro, porque aun en lo pequeño, es así, aunque no sepa como justificar lo siguiente que sigo buscando la manera de decir... Y pucha, no la encuentro. 

Él está ahí. Me mira siempre y se pone un poco colorado. Me mira y me da mates. Le podría contar de todo, no tengo miedo. Me molesta que se deje influenciar por gente tarada, debería hacer su propio camino, que no es tonto. El está ahí, y siempre me dice que me aleje de ese otro que empiezo a sospechar, no quiere ni un poquito. El está ahí, sin saber cómo hacer conmigo... Lo reconozco, puedo ser bastante parca a veces. El está ahí, escribiendo en mi cuaderno frases. El está ahí, con las otras del grupo, dejándome siempre al margen como si tuviera vergüenza. El es así, tiene sus pudores. Lo entiendo, pero quisiera que este mas cerca... El está ahí siempre, pero solo algunas veces esta de verdad. Me gusta ver que esas veces son mas. Reconozco que por momentos me surgen ganas de cuidarlo un poco. De cuidarlo en las contrariedades universitarias y decirle hace eso ahora, bobo, pero me gana de mano, porque es estudioso, y siempre le va bien aunque haya hecho las cosas un rato antes. 

El está ahí, diciéndome que va a estar todo bien. Por momentos me alcanza eso. Por momentos esta genial, por momentos compro. Pienso a la vez que soy complicada... que... Nada, me dejo de autoagredir y vuelvo a pensar en el lado bueno. Necesito algo un poco más sólido que un va a salir bien... Y parece no estar, y yo parezco no comprar. Hasta que aparece, y mi negociación ahora cambia para bien. 

No quiero hacerlo sufrir, y el me regala flores del pasto de la Facultad y yo le digo gracias. Es un gesto que no esperaba y esta pudiendo hacer. << Para la mas linda, una linda flor>> me dice. Y pienso en que un gracias es todo lo que puedo darle ahora. Un gracias sentido, un gracias. Y un no quiero sufrir, yo así estoy bien. Y una flor... Y toda la mochila que traigo encima... Y una conversación por whatsapp bastante generosa. Y un gracias que en si mismo, me devuelve a la vida, que es la posibilidad de volver a intentar... 

Cuando ayer Susanito me regalo esa flor... Yo no puedo explicar con palabras las cosas... Pero algo se quebró para mi: fue el hielo, considero. El hielo que me separó de la vida durante este último año. 

Sí, entradas atrás pensaba por qué no me podía gustar. Si ayer se me escaparon un par de lágrimas fue por pensar todo lo que quizá no se si voy a poder darle. De lo que tengo miedo es de faltarle, de fallarle, de ser como la persona que mas ame y me defraudó... De no ir detrás de las cosas, de no valorar al otro. Yo no, yo siempre fui otra cosa. ¿Entonces? Solo digo gracias. Y ésta es la mejor postura, lo mejor que puedo. Y esta bien... No hay problema... Esta vez el tiempo nos juega a favor. 

Uf, listo, lo dije. 

¿ Y la entrada anterior? También, es real, muy. Pero es tiempo de transición... Quizá toda transición trae miedos. Quizá por eso necesitamos despejar. Quizá en el momento en que realmente entendemos que se acabó una historia es porque se empiezan a notar otras cosas. Quizá. En épocas de transición uno no puede dar a nada carácter de certeza.

 Yo... Por lo pronto ya me siento mejor. 




miércoles, 14 de octubre de 2015

El cauce de los ríos

Sábado tarde - noche. Llego a mi casa con necesidad de acostarme, y relajar, después de haber tomado frío. 

La cabeza me da vueltas, otra vez, porque me reconozco en ese punto de las cosas más humana que nunca, más irracional, más tonta quizá, pero menos cargada. Miro el motor de mis mensajes sobre la biblioteca, apenas un folleto, apenas un par de carillas impresas de papel, y pienso que jamás voy a terminar de conocerme. Que jamás podré dejarle semejante responsabilidad a alguien más, cuando es el principal objetivo de uno mismo. Así, conocerse, interpretarse, entenderse... se vuelven piezas fundamentales para entender el por qué se hace lo que se hace. Ahora que pude hablar con él, de banalidades, me siento bien y a la vez también me siento más clara que antes. Mi miedo a hablar no sabía en qué radicaba, pero cada día era peor y yo no soy amiga del miedo irracional. A mí el miedo irracional es justamente lo que me da miedo, porque con su lógica te arranca de las cosas que verdaderamente querés hacer.  

La primera frase que leí ese sábado fue algo así como hacer es ser. Es decir, a medida que uno va haciendo, a la vez, es. Y si damos vueltas este enunciado la cosa se pone aún mejor: para ser, definitivamente, tenemos que hacer.  ¿Qué empecé por hacer? Levantarme, desayunar, vestirme, arreglarme, tomarme el colectivo... Empecé por hacer, para ser, para estar, sin pensar por qué o como, sin darle entrada a ese miedo, sin dejar que el orgullo me siga ganando siempre. Una vez que estuve ahí, leí la misma frase otra vez de casualidad. Pensé que podía ser que la frase se hubiera puesto de moda, pensé que podía ser siempre coincidencia o pensé que realmente ser era hacer, que realmente las acciones definían lo que uno era, y lo que uno pretendía ser. 

Mi mejor amiga siempre me dijo que, a pesar de los problemas y las decisiones de los dos, la necesidad de hablar era tanto suya como mía. Por eso cuando él se acercaba, en la medida de lo que le era posible, yo sufría. Y sufría, ciertamente, porque quería hacer lo mismo y la diferencia radicaba en no poder... Si él se me paraba enfrente, yo no podía. No tengo explicación al respecto, pero puedo jurar que no podía.  No podía porque me dolía, sí, pero no podía porque tenía miedo de ser rechazada desde el trato humano. 

Llegué a pensar tantas cosas en este año respecto al vínculo. Llegué a pensar que me despreciaba, que le parecía una estúpida o que le parecía una pobre pendeja incapaz de resolver sus asuntos. También llegué a pensar, con más claridad, que él no tenía motivos para enojarse, que yo no había aparecido con un hombre nuevo cada vez, que yo había hecho las cosas bien, que no lo había presionado, que lo había querido cuanto me fue posible.  Esas últimas conclusiones me dejaron más tranquila en tiempos de no saber. Pero, a la vez, algo de todo lo que yo pensaba era materia coincidente con su cara... 

Me miraba tan serio que llegué a pensar dónde estaba ahora el problema. Me miraba tan cerrado, tan adulto, tan lejos que empecé a creer que le habían hecho llegar alguna mentira, algún crítica que yo jamás hice; y por eso estaba así: chinchudo. Yo estaba acostumbrada a una indiferencia distinta a la que él me mostraba; era una indiferencia que no me hacía sentir nula a nivel humano y por supuesto, menos dolorosa para sobrellevarla. Pero cuando él me miraba con la mandíbula dura y los ojos extraños, yo no entendía nada... ¡Realmente, dejaba de entender! Quería preguntarle en un auge de todo mi carácter pasional <<¿qué es lo que te pasa?>> y sin embargo, me lo callaba. En mis arranques de sentimientos desmedidos eran pocas las veces que había ganado con él y muchas en las que no había sabido jugar bien con mis recursos; del otro lado tenía a una persona experimentada y con "muchas virtudes" a la hora de estos juegos; virtudes que para mí no eran más que recursos pro evasión, los cuales odiaba, porque me criaron con la premisa de que en la vida hay que ir de frente.  Y yo iba, mandada a hacer... 

La premisa y la realidad eran dos cosas distintas, porque guardaba las maneras burdas de preguntarle algo y no le hablaba, porque ya estaba cansadísima de ser la única sincera en todo este asunto. Él me miraba como si le debiera algo, como si le hubiera hecho algo que no podía reparar, que ya no pudiera evadir. Ella, su pareja, me ignoraba de pies a cabeza, tomándome como una pendeja de mierda - perdonando la expresión - que no existe, no existirá y si existió no se acuerda, la cual debe mantenerse alejada de su chico. <<Está bien, necesito abrirme un tiempo de todo esto, para dejar que el clima no se siga nublando >> pensé. Y así hice, me abrí. Me abrí aunque nunca sofoqué a nadie ni me metí en ningún lado. Me abrí, por las dudas, sabiendo lo complicadas y ponzoñosas que podemos ser las mujeres cuando se nos mete algo en la cabeza, sea o no sea verdad, venga o no venga a cuento, tenga o no tenga que ver con la actualidad. 

Me abrí y volví al juego meses después, cuando me llamaron para preguntar por qué había desaparecido así. Sólo una persona de todo ese gentío tenía la respuesta o estaba muy cerca de tenerla con un poco de esfuerzo. Esta persona en particular tiene un amigo... Qué amigo, pienso, por estar siempre ahí como queriendo quedar bien con él, con ella, conmigo... Bah, con todo el mundo.  Yo sabía que desaparecer me iba a hacer bien. No sabía cuanto tiempo iba a aguantar, porque estaba dejando tras de mí a mucha gente que quería, y realmente, quiero. Estaba dejando tras de mi años de permanencia. Pero lo que ponía por delante era la necesidad de entender esto de una manera llevadera, teniendo en cuenta que yo siempre acostumbré a pasar desapercibida, a no ganarme - adrede, al menos - el desagrado de nadie, a no tener ese tipo de problemas.

Cuando recibí la llamada de su mejor amigo, reclamándome - con cariño - presencia me cayó la ficha en seco: había que hacer espacio para las dos, o al menos, yo estaba de acuerdo con eso e iba a hacer lo posible para seguir en paz, porque embarrarse las manos en otros acontecimientos me parecía falto de contenido.Siempre,convengamos, acostumbré a ceder mi lugar en todo donde otro lo quisiera, sin prestar firmeza para poder sostener la situación y poder permanecer en la misma habitación. Pero esta vez no pude hacer lo mismo, porque el precio de intercambio a esa especie de pasividad, era demasiado alto. Para no rifarme las miradas de pendejita de mierda hacia mi dirección o esas estúpidas escenas de pendevieja, yo tenía que dejar toda la pertenencia que me había llevado dos años y medio construir... Dos años y medio es mucho tiempo para una persona que era hiper tímida y ahora podía ser ella misma en aquél escenario social. Dos años y medio dentro de esa vía para mí, al menos, no era cosa de todos los días. Me había ganado la permanencia y la confianza de mis compañeros no precisamente por ser "la novia de..." sino por ser quien soy, aún teniendo tantos años de menos. No podía y no pude desechar eso... Me sentía parte. No era justo. Yo también quería y, además, no me quería correr por considerar que  estaba molestando a nadie porque no hacía nada para que así se conjeturara.

Pero cuando no te aceptan, no hay mucho remedio. No te quieren y ya está todo, pocas vueltas quedan unidas, además, al conservar la dignidad. Sin embargo, yo proclamé el me quedo al palpar el afecto de los míos, no sólo de "los amigos de mi amado", sino también ahora de los míos.  Así resolví hace varias varias varias semanas este asunto y le di comienzo a esta segunda etapa, que me encuentra diferente. 


En ese contexto, surgió: 

- Lo ví al tonto - me anotició mi hermana, con su poco decoro, cuando pasaba a verme también a mí. 
- Bué - mofé, porque me esperaba un juicio a mi favor y no sobre él 
- Estaba con una mina... - me hizo un gesto, muy minita - ¡¿Esa es la novia?! - preguntó, como si le estuviera hablando que voy a estudiar Ingeniería. 
- La misma - afirmé sistemáticamente, porque no me place compartir mis juicios - algunos dirán demasiado filosóficos - respecto a ella ni siquiera con mi hermana. 
- ¡Ay, claro, boluda! - mi hermana se iluminó y yo me quedé callada 
- ¿Qué, qué pasa? 
- ¿Cómo no va a estar celosa de vos? ¡Y claro! - me dijo, de camino a casa - Esta mina te mira a vos, joven, linda, inteligente y se debe querer matar... - argumentó. Me quedé callada. Son cosas en las que no quiero ni pensar. Son internas donde no me corresponde meterme, son situaciones de una persona que no soy yo, son... circunstancias. Eso, son momentos. 
 - Estábamos yendo para allá y yo le dije a *** que seguramente ahí estabas vos - siguió hablando - pasamos por al lado del tonto y cuando te nombré veo que se da vuelta ésta, como mirando viste... - me dice, con aires indignados. 
- ¿Se dió vuelta? - me sorprendió, porque conmigo no muestra ni la mitad de interés cuando me tiene delante - No sabe que sos mi hermana, pero el otro sí, quizá por eso... 
- No sé; ya te digo, yo veo que se da vuelta una mina, una vieja bah, y dije debe ser esta... - dijo, no escatimando en juicios poco favorables. 
- Me tiene en mente, la muchacha. Si, era ella- ironicé, quitándole importancia al hecho, haciendo de ésto un chiste. 

Yo pensé, una de dos: mi hermana es demasiado celosa y se tomó una cuestión manejable como algo con un poco más de picantón del que realmente tiene ó sucede que ve con mucha más claridad que yo como son las cosas, y se arriesga a reproducir incluso aquellos juicios en los que yo no quiero ni pensar. 


Porque, desde mi punto de vista, y aunque esto suene tonto, estoy segura de que no me registra demasiado. Quiero creer que no me registra, porque si le doy vueltas a ésto, las pocas cosas claras que tengo respecto a él se me irán al diablo. Justamente, su "mujeríl" gesto de ignorarme remite a negarme entidad, a demostrar que nosotras no tenemos nada en común, que no le interesa acercarse... Y está bien, es la postura a la que me adapté, lo que me parece menos incómodo y lo que yo haría: no voy a recaer en la canallada de decir que me place hablar con una mina a la que le veo falsedad en los ojos, sabiendo que le pudieron haber contado vaya a saber cuántas cosas, cualquier otra persona que nos hubiera visto un tiempo antes de su aparición. Por otro lado, siento que no todo es de este modo ingenuo y pacífico en que lo miro... Algo cambió, de eso puedo estar  segura, de un tiempo a ésta parte. Algo cambió. Nunca fuimos cercanas, pero tampoco había ese pequeño trasluz de desagrado que le veo y hasta me da un poco de vergüenza argumentar. Yo antes ponía las manos en el fuego en que no sabía... Desde su cambio, sé que si las pongo me las voy a quemar.  <<Es una mujer grande que lo sabe llevar, y a su manera de ver, yo seré  la pendeja boluda que se encantó con "un viejo" >>  me digo, casi siempre al respecto, dado que me parece lo más lógico.  De lo que hace él cuando no está presente, de sus fallidos donde a otros los llama por mi nombre o de la forma de mirarme, recurso que nombro siempre porque me parece lo más obsoleto, desencajado o verdadero de todo, según cómo lo quiera mirar; no voy a decir nada especial esta vez. Carece de lógica, a diferencia. 


Con el paso del tiempo creo que he llegado a convertirme para él en una especie de fantasía. ¿Es decir? Justamente eso, una fantasía[facultad humana] Facultad humana para representar mentalmente sucesos, historias o imágenes de cosas que no existen en la realidad o que son o fueron reales pero no están presentes. Eso es lo que dice la definición estricta y esto es lo que creo que soy. Tengo la sensación de que no seré nada más que aquello que se va a imaginar mil veces en la penumbra, enterrado entre las sábanas, pero que queriendo trasladarlo a la realidad se vuelve prácticamente irrealizable. Aquello que quizá se anhela durante años, pero que nunca se irá a buscar.  


Me resigné, es eso. Me resigné de una vez por todas. Y lo acepto; era lo que estaba esperando que pasara de una buena vez. No sé cómo me verá ella, si joven, bella o inteligente; quizá también, como una tonta. Pero lo único que podría decirle, desde mí, es que no hay nada que temer. Los ríos como él, de aguas raras, nunca cambian su cauce. Es más, podría animarme a decir que de tan profundas que son las marcas que van dejando en la tierra, con el paso del tiempo se vuelven incapaces de tomar otro camino. 




La costumbre, en este punto, se vuelve materia idéntica a la felicidad. 

lunes, 12 de octubre de 2015

Gratitud

Muchas noches me dispuse a escribir sobre temas variados. Hoy no quiero escribir sobre algo sino que vine a dar gracias. Siendo amplia, es ese el método para agradecer que elijo. 

Hoy quiero agradecer por todo lo que tengo, a nivel afectivo, humano, material, ideal, mental. Quiero agradecer por todo, sin estimar palabras, desarrollando también mi gratitud que día a día,deseo,crezca más. Hoy me siento en condiciones de decir gracias. Gracias por las bendiciones diarias, por los detalles, por los gestos grandes, por los destellos del día a día. Gracias por el afecto, la voluntad, la prosperidad, el coraje, la templanza, la paciencia, la fe... Especialmente agradezco la fe. Gracias por los míos, por los pequeños logros, por los cambios profundos, por la lucidez; por todo. 

Mi entrada de hoy es sencilla: encomiendo a Dios, al Universo, a la energía que nos signa, a lo que se que existe y nos trasciende a nosotros mismos un muy sentido gracias. Porque cuando se pide desde la necesidad, desde el deseo profundo, desde el anhelo inocente... también vale agradecer con el mismo fervor. 

GRACIAS. 



domingo, 11 de octubre de 2015

Literatura, cuanto menos, ficción: " De agosto a octubre"

Desde agosto de 2014 entre él y yo la comunicación se cortó muy de golpe. Vivimos muchas cosas, nos contamos cosas intensas para los dos, pero de ésto, no hablamos casi nada.  Supongo que estábamos desbordados, que no sabíamos qué hacer, que no nos podíamos poner de acuerdo. El veinte de julio tuvo una de las noches más tristes que recuerdo, y en mi vida, pocas llegan a esa categoría. El veinte de julio lo dejé irse, porque eso quería... No yo, él. Él me dejaba sin medios para demostrarle que jamás lo iba a lastimar, que si me metía en sus miedos era para soplar donde le ardía y ayudarlo a cicatrizar, porque estaba dispuesta a poner mi juventud a su disposición, porque le proponía vivir otra vida ajena a lo que pensaran los demás y mucho más fiel a lo que sentía, a lo que le pasaba, a lo que deseaba. <<¿De qué tenés tanto miedo? >> le pregunté la primera vez que me quedé en su casa, la vez donde él asumió los efectos que tenía en su vida desde mis planteamientos. <<No sé >> me dijo, lo recuerdo pesadamente. Nos quedamos muy muy muy callados y lo mire, apenas recostado, con sus ojos de perro, muy perdidos. Agaché la cabeza. << Yo te aseguro que no te voy a lastimar... No tengo ninguna mala intención, ninguna intención ajena, nada de lo que cualquiera puede pensar. Yo te quiero por quien sos, grabatelo, no me importa ninguna otra cosa... Yo.. No quiero lastimarte... De verdad te lo digo...>> le dije, abriendo mi cabeza, mi corazón, mi mente y disponiendo mi cuerpo. Así empezó todo. 

Terminó porque lo veía raro y ese era un fantasma que me acechaba muy seguido. Una vez más tomé la posta y le pregunté. Su miedo hizo desastres con una profundidad y una prolijidad enorme. Me dijo no sentir nada por nadie, me dijo no poder sentir. Minutos después, me dijo sentir, sentir... pero no poder...Qué enunciado diferente, usando casi las mismas palabras, pienso ahora, a la distancia. Le pregunté si era yo, le aseguré que quizá era yo el problema, que me lo dijera porque necesitaba entender y que estaba todo bien si así era, porque nos podía pasar, porque nos llevábamos muchos años. Me dijo que yo no era el problema, que merecía mucho más. Le pregunté qué habíamos estado haciendo, qué había estado haciendo él, durante todo ese tiempo. <<¿Si no sentías nada, qué hiciste? >> le hubiera querido preguntar, pero estaba conmocionada y me salió: <<¿Entonces vos nunca sentiste nada de nada por mí ?>>. No, yo sí sentí, me dijo. Añadí que no entendía, entonces, cómo era la situación.  <<¿Qué sentías? >> le dije. Esperaba que me dijera calentura, deseo, atracción física, ganas de... Qué se yo. <<Yo si siento... Pero no puedo >> planteó. Mi mundo se detuvo en seco. Fue a buscarse una bebida y volvió a la mesa más resuelto a darme un ejemplo práctico: "A ver... Mi hermano me da un abrazo y me dice que me quiere... ¿no? >> asentí con la cabeza  <<Bueno... Yo no puedo. Yo aunque quiera decirle a mi hermano que lo quiero, no puedo... >> susurró, sin mirarme. Y su ejemplo siguió, pero al segundo ya había embarrado la cancha de nuevo, porque le costaba un triunfo explicarse. <<Entonces... ¿Quiere decir que nosotros no nos queremos de la misma manera, no? >> le pregunté buscando entender; porque pocas veces había estado tan perdida respecto a lo que me quería dar a entender una persona.  Se quedó callado, mirándome. Era nada más que decirme claro, sí, exacto, a eso me refería, estas en lo cierto, perfecto, lo entendiste ó " fue un momento de debilidad y nada más"... Pero no me dijo nada, así que hice otra pregunta, dándolo por sentado a medias: <<¿A vos te molestaría que yo esté con otra persona? >>. Él negó con la cabeza, tapándose la boca con un dedo, mostrándose de hierro y dijo no en un tono endurecido.  <<No >> pensé... <<No >> y nada más. Nada de la felicidad del otro, nada del es lo correcto, nada. Era un no. Un podés ser libre de hacer con tus veinte años lo que se te cante. <<Entonces ya está esto... >> recuerdo que le dije, bajando la cabeza. Me estaba dando la vía para ser libre. <<¿Y a vos te molestaría que yo esté con otra mina? >> inquirió. Esa no era precisamente la pregunta que me esperaba, sabiendo que si para él yo no era importante - como me hacía sentir, dejándome la vía libre - no le importaría tampoco mi juicio al respecto. Cuando vos no querés a alguien de la misma forma, sabés que no le tenés que preguntar al respecto. Por eso me sorprendió la pregunta a la que respondí:  << No te voy a decir que no, porque yo no te miento, pero si en cambio a vos te veo bien... Eso a mí me importa, así que aunque me molestaría... >> le expliqué mientras me encogía de hombros. También lo dejé libre, aunque se me fue un pedazo de mí con eso. Pasaron dos semanas y me encontró en una situación poco ventajosa donde me contuvo, donde admitió que éramos dos tercos que no podía entender el motivo por el que se habían encontrado, donde el límite se empezó a congestionar. Lo que restó de ese fin de semana fue contarle a su mejor amigo cómo me había encontrado a pesar de todo lo que le había pedido que no abriera su boca de jarro. Me dijo, vía mail, frío y seco, que había sido para que estuviera atento a todas mis necesidades.  A mí no me interesaba su gente. Yo lo quería a él haciéndose cargo de lo que le pasaba.  A las pocas semanas, menos de un mes, se puso a salir con ella. La persona que le pasó el teléfono de la mujer en cuestión fue el mismo al que le fuí encargada, a modo de cargamento ese fin de semana. Demasiadas cosas raras de las cuales, yo nunca pude entender una mierda.  Repaso todos estos acontecimientos y a veces me da la sensación de que no se ha parado a pensar en nada de ésto y que allí radica la clave, dado que justamente, él no quería pensar más. Repaso todo esto y entiendo que mi presencia en su vida era revivir viejos planteos, era cambiar su propio cauce, era vivir... Pero no vivir en la pasividad de la rutina, esa muerte prematura, ni tampoco en el colchón del bienestar económico; sino que era vivir de verdad, con sobresaltos, con intensidad, con pasión, con planteos, con nuevos puntos de vista, con energía.

¿Y qué pasó entonces? Nos seguimos viendo durante más de un año, hasta ayer. Más de un año... Hasta ayer. Ayer, donde intentándolo por vez número tres o cuatro, o cinco, durante tantos meses en los cuales  yo no podía llevar adelante una charla, hablamos, sí, literalmente hablamos casi como dos personas normales. 

 Habíamos tenido a principios de año algunas pocas palabras en común donde el había tenido la iniciativa - como siempre - y yo lo había tomado mas mal que bien, casi que contestando a la fuerza y no creyendo nada de lo que me decía ni de sus caras. Más adelante, otra vez, hace poco más de un mes lo vi sin su pareja actual en una reunión en común; se sentó al lado mío y no pudo olvidarse de mirarme con esa mezcla de ternura y cariño con la que me observaba cuando yo me equivocaba en algo o metíamos la pata y brotaba en mi lo que que mi vieja llama cara de circunstancia. Yo cambié la vista enseguida y no le di el pie a nada, ya acostumbrada a que me mire de lejos. Tampoco le presté atención cuando le pidió al mozo mi habitual menú y en el momento recordó que yo no iba a comer esa noche, retirando lo dicho.  Y así pasaban los días, y así pasaba yo las noches pensando que lo hacía apropósito para molestarme mientras que lo único que lograba era acumular días sin hablar como si fueran millas.  Esa situación resuelta de dicho modo me hacia sentir bien, creía tener control sobre la situación referente a ignorar lo que ame alguna vez. Pasó otro mes más, casi sin pesar; después de que haya pasado un año en este estado de las cosas, un mes se siente como nada y los días ya ni se cuentan. 

Un mes más, hasta ayer, donde me vuelve a ver y en cuanto ella no está, se acerca sin dudarlo con la mirada, que no miente. Ayer, donde me mira cuando yo termino de cruzar la calle y me mira como si ahora pudiera, cuando en realidad puede siempre, pero por algún motivo no lo ve de ese modo y tiene la necesidad de esperar que ella se vaya, no esté, para acercarse a mí y relajarse... <¿Qué problema tiene con eso, si yo soy una compañera más, si él lo dispuso de esa manera? ¿Qué problema hay si su pareja seguirá siendo tal, más allá de que hablemos como habla tranquilamente con las demás, frente a quien sea...? > me pregunto y no tengo respuestas. Evidentemente, por razones que no sé, algo lo lleva a hacer esa distinción innecesaria. Lo más normal, como con todos, es que se acerque y me pregunte lo que me pregunta - que no es gran cosa - frente a quien sea. Lo más normal, no, sino lo normal, sería hacer eso. <<¿De qué tendrá miedo? ¿De qué lo reten? >> pienso y me causa un poco de gracia, inclusive. Yo no entiendo de esas cosas, la verdad, y me reservo las opiniones. Entretanto, se me queda mirando mientras contesto un mensaje y sonrió a la pantalla y nos rodean nuestros compañeros y así está bien. Me corro para hablar por teléfono y sé que sigue ahí. Aprovecho para volver al círculo y ponerme más distante de su posición.  Agarra su teléfono y escribe, dejando de mirar (me) así que lo miro de reojo y sigo en la mía. Creo que está todo controlado... Quiero creer que es así. Entonces bajo la vista y escribo yo. Él levanta la cabeza, me mira de nuevo. Todo se nota  porque estamos frente a frente, manteniendo menos de un metro de distancia y a la vez, creo que ninguno de los dos entiende por qué lo hace.  Es ahí, efectivamente, donde se me queda mirando fino, y me hago la estúpida, porque no me queda otra. 

Pasó meses buscando una fractura en mi resistencia y yo pasé meses haciendo fuerza para que se esté lejos. Como lo sé, todo tiene un límite pero en ese momento sé por demás que estoy apunto de mandar el enojo como escudo protector al carajo y hablar. No por seguir queriéndolo de esa forma, sino por no poder seguir sosteniendo mis propias restricciones, después de haberlo querido precisamente así. Son apenas segundos donde mi necesidad de hablar con él es fuerte, muy fuerte. Brota, se me escapa, quiero. Eso es lo que me pasa, yo quiero y no tengo la fuerza para negármelo otra vez. Lo siento en ese instante donde lo único que quiero que haga es llamarme y hablar, de cualquier cosa, pero hablar. Lo miro, sin poderme contener, dado que es la única forma de comunicación que nunca hemos perdido... Lo miro y espero un segundito: puede aceptar o puede esconderse, lo sé. Espero apenas y en ese preciso momento lo veo dudar. Duda una vez, duda otra, pasan segundos largos. Yo también dudo, claro, pero él es quien habla. 

Habla cauteloso. <<¿Cómo va la facu? >> inquiere, después de pronunciar mi sobrenombre. Recorro la distancia en dos segundos y le respondo una sola palabra: bien. Después hace otra pregunta y me sale un sí, un estoy cómoda. A la tercera pregunta deslizo un chiste que duda en reconocer, así que me rió para que entienda mi humor; cuando lo hace y sonríe, descontracturando toda, toda su cara. Detrás de toda esa compresión llego a detectar un gesto de alivio, de alegría. Es la primera vez en una año y pico que vuelvo a ser la chica que conoció, bajo sus ojos. Sonrío yo también y él sigue la conversación, la estira, es como si estuviera contento.  <<¿Puede que sea así, que esté contento? >> me digo, pero vuelvo a orientarme en lo importante... Ya habrá tiempo para preguntas, quizá. 

Cuando intercambiamos unas oraciones es evidente que parece no haber pasado un año y medio para una mueca tan relajada que hacia mucho no veía. Vuelvo a ver la cara del hombre que amé mucho, vuelvo a reconocer sus ojos, la forma en que siempre me miró. Es distinta a la forma en que me miraba al principio, cuando estaba como subido a un caballo, como empeñado en sobresalir, como exaltado. Es distinta la forma en que me mira ahora... También es diferente de la forma en que me miró hace dos meses cuando lo hizo muy muy serio, al punto de que no terminé de entender por qué, pero lo dejé pasar, como a toda su persona. Su mirada de ayer se parece más a esa forma casi tierna de mirarme, como cuando estábamos en el bar. No le hago caso al hecho y me centro en que  contra todo pronóstico y a pesar de que creí nunca poder hacerlo, pude hablar con él y no importa con qué carita de perro, gato o pajarón me mire.  

- Sigo allá - insisto, refiriéndome a los estudios.
- Si ya se, la última vez que hablamos me dijiste que ibas allá, las materias - añade. 
<< No entiendo por qué preguntas, entonces... >> pienso, pero me controlo. 
- ¿Estás en Letras? 
- Sí, che - me sonrió y acompaña - No, no pienses que la dejo y la retomo todos los días... - sacude la cabeza y asiente, todavía sonriente. 
- Sí, ya lo sé... - admite - Es decir que estas terminando el cuatrimestre...
- Estoy terminando el año - enfatizo y asiente lentamente con la cabeza - Hace casi un año que estoy allá. Encontré mi lugar, finalmente. Después de tanto tiempo encontré mi lugar... - añadí. Se me queda mirando y baja la cabeza, ingresa como una sombra al paisaje de su cara y no entiendo a qué se debe. Le estoy hablando sin rencor, le estoy diciendo que me halle finalmente, le estoy hablando bien... Pero su cara está extraña. No sé si está cansado, triste, aliviado, o las tres cosas, pero no es esa mueca soberbia que se come el mundo.  Algo de lo que dije lo molesto o afecto de algún modo. La situación se volvió a tensar. Su cara refleja algo que, como siempre, no alcanzo a detectar. Es como si algo le doliera, es como si le doliera la panza y lo estuviera aguantando. Es como si algo le doliera y se esforzara en ocultar, es como si lo lastimara algo... <<Siempre pudiendo ver más allá de sus ojos >> pienso fugazmente y desecho esa oración casi enseguida porque aunque es verdad, ese poder hacerlo, además, hace un poco de daño. 

- Que bueno, che... - me dice, de una forma que aunque quisiera no puedo sentir falsa y sigue preguntando. En cuanto puedo terminar el tema lo hago. Hasta ahí, sí, hasta ahí nomás, me repito. Un compañero menciona, uniéndose a la charla, a mi perro. Convenimos en que es hermoso y yo me relajo porque seamos más que dos. 
- ¿ Tenes perro nuevo? - pregunta otra vez. 
- Sí, otra vez tengo perro. Lo encontré hace un año ya... - argumente, con naturalidad. 
- Ah.. - con un poco de delay, se apuro a decir - ¿Qué raza es?
- *** - le dije.
- Uy... Es hermosa esa raza, son hermosos... - me miró, como con nostalgia. 
- Si, él es hermoso, la verdad - sinteticé - Bueno... - me alejé y empecé a saludar. Él me saludó y cuando se acercó el dichoso mejor amigo, se hizo un silencio entre ellos. Ninguno hizo mayores comentarios sobre nada. Ni siquiera un chiste. Silencio total. 

 Sigo mi camino sin mirar y a otra cosa mariposa. Es  movilizador ver cómo se perdió las cosas más simples. Es dimensionar y entender lo que fue habernos desentendido del otro durante más de un año. Es sentir el paso del tiempo a fondo, en los detalles más comunes, es no haber podido siquiera hablar del clima, es haber dejado de compartir, son cosas tales como no haberse enterado de que ahora me gusta la pizza y cuando estábamos juntos él siempre me pedía empanadas. 

Movilizador también fue ver que  no tardó ni un segundo en tildar un mensaje que le envié mostrándole unas cosas que acometían en cierto modo. Cuando fui a adjuntarle lo que pretendía, estaba ahí, del otro lado, sosteniendo el  hilo que tantas veces había dejado caer de sus dedos. Estaba esperando que escribiera un año y pico después. Entonces cuando lo hice, él pudo deslizar un chiste y un después contame qué te parece... Y ante esto mandar un beso de mi lado me pareció lo mejor. 

Para ser que pasó más de un año, encontré el vínculo distinto de lo que me imaginaba. No encontré resentimiento por ninguna parte, sino que me sentí víctima de una gran pausa. Para ser que pasó más de un año sentí que me reconoció en sus ojos y yo pude reconocer la persona que sé que es, aunque se esfuerce en aparentar con los otros, otras cosas. Reconocí al que siempre supo ser conmigo, mal que me pese. 

¿Cómo es que pasan estas cosas? Eso es lo que me asombra de todo esto, lo que tomo a modo de aprendizaje. Yo pensé que nuestro vínculo se iba a diluir con el tiempo, pensé que íbamos a ser incapaces de decirnos nada, nunca, realmente, nada. Yo pensé que nunca volveríamos a poder hablar... Siquiera del clima. Ahora lo único que pienso es en la capacidad que tenemos los seres humanos para hacer cosas de la nada. 

lunes, 5 de octubre de 2015

"Sacá número, por favor..."

Le sugerí a mi vieja que, como las dos debíamos hacer cosas por la zona céntrica, fuéramos juntas. Le pedí, una vez llegadas, si no me acompañaba a dejar unos apuntes para anillar en una gráfica que se me despedazaron a mitad de cuatrimestre y los que, todavía, necesito conservar en condiciones. 
A todo dijo que sí. 

Estábamos esperando que terminaran con mi pedido cuando veo entrar a uno de mis compañeros de grupo social - de pertenencia. En cuanto pasó la puerta me subió ese maldito calor que me hace querer esconderme abajo de la tierra sabiendo que mi madre es un águila para detectar ciertas cosas. Y como buena madre, además, mide a mis compañeros con una vara símil metro, de esos que se usan en la construcción. 

- Ahí viene - dije, cuando él se acercó a saludar - Mi mamá - la presenté, aunque no hizo demasiada falta. Nos parecemos en ciertas cosas y tampoco tanta formalidad para dos personas que son cronológicamente iguales. Justamente por eso, quizá, él mantuvo unos modales esenciales para zanjar la situación, dado que todos los códigos y los chistes y las miradas que manejamos se dan en un contexto donde, si alguien nos mira, a mí me importa mucho más que poco. 
- ¿Cómo andás? - sonrió 
- Bien, dejando unos apuntes. Un libro de la facultad... 
- Vos que sos tan inteligente - me dijo, con su manejo del humor - decime por qué número van. Me tomó dos segundos resumirlo con una pregunta a una señora. Lo miré, con ironía. 
- Te perdiste de todo el sábado... - me anotició con una sonrisa maliciosa que, sé, se trae comentarios solapados en todo su esplendor. Comentarios que se guardó sólo en partes, para conservar los modales... 
- ¿Ah, sí? 
- Estuvimos en * - le comentó a mi mamá, que nos miraba un poco de afuera como estudiando la escena 
- No, ni fuí - sonreí - No tenía ganas después de rendir y estudiar y volver a rendir - revoleo de ojos mediante, mi mamá acotó - Tuvo unas semanas complicadas 
- Está muy bien, cuando es así no tenés cabeza - él asintió, impasible - Estuvo bueno... 
- ¿Pero qué se hacía en realidad? - sonreímos... 
- Yo lo único que te puedo detallar con claridad es lo que comí - nos reímos, porque come con el alma y las dos manos - Estaba todo espectacular... Había cerveza artesanal - añadió. Mi punto débil. 
- Uy, no... ¡Qué rico, hubiera ido a tomarla! - seguimos hablando mientras nos alejábamos del radio. 
Mi mamá quedó cerca, pero en efecto, afuera. Por un momento pensé qué se le pasaría por su cabeza al verme así, aunque rápidamente deseché ese arribo a mi mente, porque sé lo que pensaría. Y sé que no le gustaría ni un poco. 

 Los temas que nos involucran a los dos se empezaron a dar y él me contó las novedades. Me miró dos o tres veces la boca, otras tantas a los ojos, una vez se quedó recapitulando respecto a su próximo dicho. No faltó un chiste cuando vió mis apuntes... Y mi <<sabía que algo más me ibas a decir... >>, medio riéndome, medio intentando hacerme la tonta. 

- Nos vemos, * - me dijo, cuando me saludó con un beso - Cuidate y hablamos - agregó. 
A mi mamá le correspondió un hasta luego. Mi mamá, a su vez, correspondió con una sola y caritativa pregunta, sabiendo que varias veces comenté destellos de nuestro buen trato, así como al pasar. 

- ¿Él es el abogado? - dijo, apenas salimos. 
- Sí - respondí yo, siendo discreta.  Nos quedamos las dos calladas. 

Todo lo demás corresponde a la categoría "sacá número, por favor..." 
El resto... "los amigos de la nena"

sábado, 3 de octubre de 2015

Prematuros

"...sólo es el tiempo el que llevará tu vida, a donde quiere que estés..." reza un tema de Las Pelotas. Personalmente me remonta a una época de mi vida. Una época de transición. Hoy la recuerdo como una despedida de algo, algo que era yo en ese momento, y el punto de llegada hacia esa otra cosa que se parece sólo un poco más a lo que soy... Y si es sólo un poco es porque me siento, inclusive, ya muy lejos también de ese otro punto de llegada que se mostraba como puerto seguro en su momento. 

Sí, la vida me puso justo donde quiere que esté. La vida hizo de una especie de revoltijo interno durante muchos años para mí, pero de a poco me fue poniendo, despacito, en mejores posiciones. Hasta ahora, donde cuento con las facultades, normales, ningún superpoder, para tener conciencia de poder detenerme a ver muchas cosas con optimismo. 

¿Si me es fácil? No, claro que no, pero me parece casi una necesidad sabiendo que el pesimismo respecto a las cosas que de por si son complicadas, o lo fueron, me hizo muy infeliz durante años. Aunque tenga pocos en comparación a otros, yo sé que a mi manera, dentro de mi realidad, y justamente por mis limitaciones que sólo se zanjan con la experiencia, tenía muy presente ese concepto capital de infelicidad. Dentro mío, a pesar de tener muchas muchas cosas, muchas otras cosas, yo no tenía fe en mi misma, no estaba contenta con nada de lo que veía, casi que podía asegurar a futuro una enorme lista de todo lo que iría a salirme mal. Me ponía, definitivamente, en una situación desventajosa y muy triste. Porque siquiera me daba bronca esta postura, no me daba rabia de esas que activan y son fuerza propulsora; sino que me generaba tristeza. A pesar de que los otros notaran en mí una sonrisa resplandeciente o un aspecto de chica que "siempre está feliz", no eran más que intentos por llevar adelante temas sin solución, tristezas viejas, preguntas sin respuesta, complejos, recuerdos feos, palabras. 

Hoy muchos de esos temas tienen solución. Una solución que se reduce a aceptar. Aceptarme, en principal, puedo asegurar que me ha abierto una puerta a la felicidad que yo creía imposible. Para mí, realmente, ese clase que felicidad que en mi vida implica la aceptación - pese a mi historia y justamente por ella - no existía. Yo no iría a tener acceso a ella. Otro de los encabezamientos de mi lista mental de los que, aseguro, se desprendían muchas cosas más; esta era solo una manera de empezar el conteo. 

La aceptación ha sido la palabra clave para este año que arranca su tercer trimestre. La aceptación de mi misma, decantando en los demás, ha marcado la diferencia como al revés, la aceptación de los demás que incidió en mi misma de una manera diferente. Después de tantos años, cada día pienso menos en la opinión de los demás, respecto a elecciones conectadas profundamente a lo que soy y a quien quiero ser.  No sé por qué razón hoy me freno a repensar esto, sin embargo, acepto el freno y me dispongo a masticarlo otra vez.  La aceptación es un logro que había estado buscando poder concretar desde que tengo uso de razón, sin embargo, nunca podía encontrar la punta del ovillo. 

Durante años, pensé que jamás  encontraría la punta del hilo para empezar a desatarme; pensé que toda mi vida iría a ser sentirme así, pensaba que no había vuelta de tuerca posible para lo que sentía. Pensé que dado que mi nacimiento no se volvería a repetir, tampoco aparecerían soluciones diferentes a esto. Sabía, o creía saber que esa angustia había nacido conmigo y que no se iba a ir, sino que la manejaría con los años, que la mitigaría con distracciones, que aprendería a digerirla con el amor de mi familia, casi de manera total. Sin embargo, adentro, pese a todo esto que no faltó, para mí no estaba todo masticado. Pese a todos los regalos de la vida, pese a todas las cosas hermosas, era una persona triste. Y algunos decían que era demasiado chica para hacerme tanto problema por todo, pero en realidad, no sabían que vivir desde adentro las cosas les añade demasiada intensidad. El protagonista de las historias, a veces, por más que no quiera, no puede evitarse el hacerse algunos problemas. Y muchas muchas veces, prefiere hacerse "esos" problemas porque no tiene la fuerza espiritual para enfrentarse a los otros; los de verdad. Y lo cierto es que me pasaba eso. Yo prefería reducir mis preocupaciones a las tareas de matemática o a la inmadurez de los chicos y las chicas de mi edad, cuando los verdaderos problemas siguen siendo las razones por las cuales yo no era "inmadura" o, en otros sentidos, lo era por demás. 

Durante diez años, literalmente, mi papá incurría al mismo ritual cada vez que me iba de mi casa, hacia el colegio, una salida, un cumpleaños, lo que fuera. 

- Cuidate, portate bien y apoyá bien los pies - eran las tres recomendaciones que me decía a modo de mantra, junto con un beso afectuoso. Y aunque él lo hacía desde el profundo amor, desde el haber pasado muchas cosas con el tema, desde el haberse preocupado - y seguir preocupándose por mí- en el pasado... Era una forma de actualizar una cuestión cada día de mi vida.  La última parte de su consejo estaba orientada hacia la recomendación de mi médico que, como me llevaba todo por delante y me caía a veces sin demasiados motivos, me decía que apoyara bien los pies, que me fijara bien donde caminaba, así no seguía almacenando cicatrices en las rodillas. 

- Bueno, chau - le decía yo y lo saludaba. No le guardo rencor ni enojo, al contrario, sino que era algo que ya diez años después me hacía perder la paciencia. Me irritaba. Basta. Era permanente.  Pasaron diez años hasta que, no por no poder enfrentarme a él, sino por no poder enfrentarme a ese otro infierno, llegó un día en que se volvió insoportable esa frase. Un día entendí que ya habían sido suficientes veces de escuchar lo mismo, al margen de que fuera con buena intención, porque ya había crecido signada por la misma frase demasiados días.  Así fue que lo ví sentado a mi papá...  Y a colación de haber sacado yo el tema, se lo dije: 

- De ahora en más, por favor, cuando me saludes, no me digas más que apoye bien los pies. Los apoyo. Aprendí a hacerlo. Me aturde que todo el tiempo me lo repitas - le expliqué. 
- No sabía que te molestaba - admitió mi papá, asombrado, porque me esmeraba para que se me viera feliz, pero de tan bien que me salía, los demás se lo creían. Y no era del todo así. 
- Cuando era chica, todo bien. Ahora ya no amerita, viste - le expliqué, con tranquilidad.  Mi papá entendió. 

Casi tres años después de ese momento, ahora cuando me despide, siempre me dice: <<Cuidate, pasala lindo y divertite >> inclusive, si me estoy yendo a la facultad, él nunca volvió a hacerme sentir que cada palabra de esa otra frase era una gota más de las tantas que hicieron rebalsar el vaso.  Porque rebalsó, claro, y estuvo bueno. 

Si quieren conocer un poco más de qué se trata, les dejo un capítulo del documental PREMATUROS. Corresponde a la directora de cine Lucía Puenzo, que recientemente se trasmitía los domingos por la noche en el canal INCAA TV.  Todos los demás, son solo cuatro episodios, están colgados en la web. Les recomiendo que los miren, que presten atención a las estadísticas, que evalúen el alcance. 

Yo lloré en la última parte, porque mis secuelas podrían haber sido las mismas, porque la chica tiene una edad parecida a la mía, porque lo mío es y, a la vez, no es esto.  Pasan los años y no puedo evitar sorprenderme de estar del otro lado... De haber tenido otras posibilidades, de haberle escapado a las previsiones, de poder contar otra historia. 





Ésta canción  podría ser la banda de sonido de ésta otra parte... Que aunque no es decididamente el final de la historia, para mí es el final de un capítulo. 

Final feliz.