Mostrando las entradas con la etiqueta Espasticidad. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Espasticidad. Mostrar todas las entradas

viernes, 17 de noviembre de 2017

17 de noviembre: Día Mundial del Niño Prematuro.




Para mas información:  https://g.co/kgs/AgGUxD

FELIZ DÍA PARA TODOS aquellos que, en el afán de conocer el mundo y sus alrededores, decidieron apurar el tramite y lanzarse a la vida mucho antes.   



Es especialmente en estos días donde me siento mas agradecida que nunca porque la lucha incansable de toda mi vida hoy valga tanto la pena.

Desde aquel enero con veintiocho semanas de gestación y un peso de 1,340 que pronto paso a ser solo de 900 gramos; hasta hoy, sigo luchando, poniéndole el cuerpo y la cabeza a un designio de la vida.  Aceptándolo, yendo para adelante, sobreponiéndome, plantandole cara; y pensándolo como el privilegio de haber conocido al amor mas puro de mi vida - de mi familia, mis abuelos y mis perros -  de forma tan anticipada.  Decididamente, hoy para mi se festeja algo muy especial.

Si, luego de tantos años de trabajo, he empezado hace rato a hacerle los honores a este día y a transitarlo desde la felicidad.

¡Feliz día a todos los guerreros que están y vendrán con ganas de vivir! ¡Feliz día para mi!

viernes, 23 de junio de 2017

La vida da (muchas) vueltas

Lo miraba de lejos, lo miraba de lejos, lo miraba de lejos. Lo que más me gustaba, pese a que era muy chica, se resumía en una cosa peculiar para mi edad: a él le salían las cuentas difíciles y tenía la cartuchera ordenada. Ah, sí, además, era el nene más lindo de todo el grupo. Por eso lo miraba de lejos.  ¿Fue el primer chico que me gustó en la vida? Sí, me parece que sí, porque es hasta el día de hoy que lo recuerdo. También me recuerdo a mi misma, velándolo, de lejos. También recuerdo que a él le gustaba otra chica, compañera nuestra, que era la más linda de todas, la que tenía más amigos y la que todos los chicos apreciaban; etc.

 A partir de ahí, los recuerdos comienzan a cambiar de color, y es como si no hubiera habido espacio para noviecitos escolares en mi memoria, porque de hecho, no los tuve. Nunca, de hecho, los chicos que a mí me gustaban me daban bola y, asimismo, nunca le gustaba a los chicos que me hicieran posible corresponderlos. Desde ahí, eso es lo único que me acuerdo. No sé, algo habrá empezado a pasar con el asunto de las cargadas, porque fue como si toda la atmósfera se hubiera desarmado. Sólo sé con certeza que la mayoría de los recuerdos que tengo de esa época son extraños y siempre me dejan un regusto amargo que no sé bien de dónde viene, porque no conservo detalles muchas veces y porque tampoco me empeño en revolver, claro. 

Un día, lo último que supe de él,de este chico que era El principito en pinta, es que se cambió a un colegio de un nivel alto, con algo parecido al prestigio, pero de todo lo demás no me enteré hasta que se puso a salir con una compañera del secundario, muchos años después, y cuando ella me contó de su nuevo novio me dí cuenta que a aquél chico lo conocía. El crecimiento, lamentablemente, le había sumado músculos y alguna que otra neurona, pero en especial, músculos lo cual me parecía muy desalentador, porque si hay algo que me vuelve candidata a monja, son los hombres musculosos, artificiales; esculpidos, ellos, en una palabra. 

 Sé que salió un tiempo bastante largo con mi compañera, pero en realidad, para mí había pasado a ser un desconocido total, básicamente, por la falta de interés que me generaba. Me enteré, durante esos años, producto de los chismes habituales, que la relación que tenía con esta chica era bastante tóxica, lo cual, me hizo lamentarlo por ella. 

II 

Hace unos meses, volvía de tomar un café con una amiga, cuando se subió al mismo colectivo que yo. Me miró y lo miré de soslayo, sin corresponderle la mirada, porque si hay que evito es saludar a mis ex-compañeros de escuela, casi desde que tengo memoria. 

Llego a casa, esa mismo día, y veo que tenía una nueva solicitud de amistad y que era suya. 

Lo acepto; me escribe, me explica que me había reconocido en el colectivo y me cuenta de su vida. Él, está estudiando en la facultad una carrera compleja, llena de cuentas. Le cuento que estoy estudiando la carrera que sigo.

Eso me recuerda a algo en particular: de chica me gustaban los poemas que leía la señorita pero decirle que me gustaban me daba vergüenza (a todos le daban gracia los poemas y a mí me gustaban, no me parecían graciosos, me gustaban de verdad), entonces, no lo decía a nadie por miedo a que se burlaran de mí por eso. Y más, porque como había aprendido a leer lindo, me mandaban a leer en los cafés literarios poemas o ese tipo de cosas, frente a los padres de mis compañeritos. 

Sonrío, cuando a través de la charla, recupero un recuerdo. 

Él me sigue hablando y, siempre que puede, elogia lo que hago, me chusmea las publicaciones, me escribe comentarios en los estados y le da me gusta a muchas de mis fotos de perfil. 

Y yo me río, claro, me río por pensar la de vueltas que tiene la vida. 

Ahora quien era El principito se convirtió en sapo. Ahora, mientras me escribe para hacerse el "los años que pasamos sin vernos, juntémenos Veinteava, qué carrerón estás haciendo, qué grosa que sos", yo me río...  <<Dale, sí, cualquier cosita te llamo >> pienso y me río. 

Mucho, me río, de hecho, porque entre El Principito que me quiere levantar, la señorita de las calzas violetas que me encuentro en la parada y me baja la vista, y "Esteban el malo" como le decía al principal burlón de mi vida, que le preguntaba a amigos míos si yo lo odiaba o no lo odiaba, con culpita, casi, con culpita el pobre, tantos años después; me estoy riendo mucho. 

Y se sabe que el que ríe último, siempre ríe mejor. En especial, si no es de nadie. 

Porque yo sólo me río de las vueltas que suele dar la vida y de cómo la persona a la que se le rieron y a la que cargaron y a la que burlaron porque se caía o porque se llevaba todo por delante, ahora, tiene la posibilidad de elegir qué hacer con todo eso. Y yo elijo reírme, reírme y reírme. Considero que lloré lo suficiente y que, en muchas ocasiones, en relación al origen de mis lágrimas, fueron muy en vano. Considero que si lloré por personas que no se lo merecían ni un poquito; por gente que, de verdad, no se podía reír de nadie; ahora, me tengo que reír por ver cómo todo va llegando, se va ordenando, se va ajustando y se va cerrando sobre lo ya cerrado, incluso, sin haberlo esperado, sin haberlo buscado; solo como regalo de la vida.  

Hoy en día, todos ellos, han dejado de importarme; incluso poco me interesa si yo le gusto a El principito, si Esteban el malo se siente odiado o si vive con culpita.

Allá ellos, de verdad, les llegará o no todo lo que merezcan, como pasará conmigo, y cada uno vivirá y transitará la adultez como pueda, teniendo su trabajo, criando a sus hijos, pensando cómo educarlos, pensando qué valores dejarles. 

Yo prefiero leerme un poema de Wisława Szymborska y pensar que, si un día llego a tener un niñito le voy a leer poesía desde la panza, lo voy a llenar de frases de Cortázar y le voy a meter poemas de Benedetti hasta adentro de la bañadera, junto con patitos de juguete y shampoo Johnson & Johnson. 

Pensar en estas cosas, de ésta forma, me hace feliz.

Yo ya elegí qué hacer con mi historia. Yo ya elegí qué llevarme a modo de enseñanza, para el día de mañana. Lo sigo eligiendo, día a por día, cada vez que me levanto y cada noche que me acuesto. Y sobre todo, insisto, la clave es siempre la misma: ser feliz con lo bueno y con lo malo que me tocó en suerte.

Lo demás, carece de importancia.

El resto de las cosas, finalmente, se acomodan solas.

La vida da un montón de vueltas.







martes, 14 de marzo de 2017

Literatura, cuanto menos, ficción: Pruebas

- Pero tenés miedo... - me dijo ése día El -  ¿Por eso me tirás tiros?
- Me gusta y me da bronca que tengas razón - sonreí, levemente - La rabia es porque me lees muy bien y el gusto es por lo mismo - se rió.
- ¿Y por qué me tirás tiros, entonces?
- Porque la vida no es un cuento de hadas, *** - le susurré - Yo al principio no era tímida solamente, es que soy desconfiada. Y me da miedo que la gente me conozca tanto - le confesé.
- Sí, ya me doy cuenta de eso - evidenció.
- Y con vos me pasa - me quedé callada y miré para abajo - Pero siempre lo que gana es el proceso inverso a lo que pasa con toda la gente, en tu caso- me expresé, a riesgo de saber que eso era entregarme - Me pesa, me da miedo, ver cómo se dió vuelta todo, es re inverso, te lo juro... - le expliqué como si fuera terrible para mí, lo cual, no era del todo errado  - Y te tiro tiros, a veces, porque me asusta ver que sea así, digo, me da miedo... lo inverrrrrso que es, en realidad.
- Ahora entiendo, ahora entiendo... - meditó - Pero vos no me estás diciendo algo... más - dijo.


(...)


- Bueno, igual, es eso... - especulé - tengo un poco de miedo...
- ¿Particularmente, de qué? ¿Qué es lo que te da miedo, y hace que me tires tiros, como si me tuvieras que asesinar?
- A veces, siento que, a tu edad, lo único que ves es que... - dudé - no sé, siento que lo único bueno que tengo, a tus ojos, es un lindo culo o algo de eso - me sonreí porque yo rara vez era así- Te puedo estar diciendo algo que no te guste, pero de verdad eso me tortura, porque yo veo cosas en vos, es decir, te veo, obviamente que te veo... - me reí - pero no sos sólo un pedazo de carne para mí - argumenté.
- ¿Creés que porque tengo cuarenta y dos años veo un buen culo en vos? - me preguntó, traduciéndome.
- Por momentos... sí. Es algo que no quiero que pase, porque no te representa. Vos estás en otra órbita para mí, pero me persiguen esa clase de pensamientos, me persiguen mucho.

Se me quedó mirando, largamente.


- ¿Por qué? - me preguntó.
-  Porque pienso que quizá te aburrís conmigo o te parezco una aburrida... - le confesé - Y que, en realidad, como lo que te interesa es ir a lo concreto y chau, bueno... quizá mucho no importa si te cuento chistes o cuentitos... - argumenté - porque el fin es siempre el mismo.

Meditó unos segundos.


- ¿Pensás que voy a ser como los otros tipos que, viéndote la cola que tenés, te gritan cosas o que sólo te miran el culo? - me preguntó - ¿Es eso?
- Sí. Aunque, te juro, sé que vos no sos así; pero por momentos me bloqueo. Me asusto, supongo... - suspiré - A veces, cuando siento que estás distante creo que te asustaste y eso me lastima ó creo que soy sólo la pendeja con la que la pasás bien y me siento descartable... - intenté explicarle - No quiero que pase eso, pero bueno, es parte de esto inverso que me pasa.
- Vos no sos un pedazo de carne para mí, Veinte - me dijo - No soy un desubicado. Me gusta que estés acá, me dijiste el otro día que no pensaba en vos y yo te dije que sí ¿no'? - me sonrió - Quería que lo veas de una forma más concreta y por eso te invité hoy a que pasemos un buen momento - me dijo - Además, vos no me aburrís, estás loca. Te lo digo siempre: hablá, contame lo que quieras; quiero saber, yo. Sos muy callada, con todos, y que me cuentes es lindo, está bueno ¿sabés? Me vuelve loco que no te expreses, me pongo muy ansioso, porque no sé si estoy haciendo bien las cosas.
- Tranquilo, de verdad - le aseguré - Yo estoy feliz, pese a todo, es algo que se me nota en la cara, en los ojos - le expliqué.
- Me alegro... - me sonrió.
- ¿Que hoy estemos juntos, acá, no tiene nada que ver con que te vayas pronto? - susurré, llena de vergüenza, pero también, de dudas.

Lo miré.

- ¿A dónde me voy? Estoy con vos... - me miró, extraño.
- No, me refiero al viaje... - murmuré - ¿Te estás despidiendo más sentidamente, o algo así?
- Nooooo - se rió - ¡En absoluto, Veinte! ¡Me quedan muchos días acá todavía! ¡Mirame, estoy acá, con vos, no me despidas antes de tiempo! - se burló.

Lo mire y sonreí.


-Igual me encanta que viajes, no es que no quiero que lo hagas, al contrario. Te veo feliz y me re gusta que estés entusiasmado. Sos un nene, con este tema. Me das mucha ternura.


Se rió.


- Peeeeeeeero.... - con picardía, volvió al eje.

- Siento como que... te estás yendo - le confesé - Es como que, no sé, siento que vas a desaparecer... Es muy raro.
- ¡Uh! - se quejó, como si algo de lo que le dije le hubiera dolido - No sé qué más hacer... No sé, Veinte, estamos acá. Vos, que me decís que nunca hago nada para demostrarte interés...
- Te juro que una parte de mí lo sabe, pero cuando la otra se pone en maldita, sufro - me agarré la cara, con las manos - Perdoname, soy un poco desastre; no estoy acostumbrada a sentirme así... - lo miré.

Se quedó callado, pacientemente.

- Nadie me conoce así, como vos... - me dió vergüenza esa realidad, yo que suelo marcar tanta distancia cuando se me antoja.
- Está todo bien...  - me susurró, mirándome.
- Siempre - le sonreí .

II

Unas horas después, esa misma noche, estábamos lo bastante cariñosos, cuando atinó a tocarme los pies y (se) los corrí. Él no sabía lo difícil que era en esos días que alguien me tocara esa zona (cosa que no me sucede más, ya se comprenderá...) por todo lo que acometía en relación a mi historia personal. Fue por una cuestión de pudor, de dejar el dolor donde estaba, que yo nunca se lo conté y reaccioné raro cuando se acercó. Nunca rechazaba su contacto físico, en ningún caso, hasta ese momento. Por lo general, incluso, la intensidad de correspondencia era inmediata en las cosas más tontas, como si a cada uno, en cuanto estuviéramos cerca, nos activaran un botón detrás de la nuca.


- No - le dije inmediatamente, negándome - Salí - lo mire y me llevé las rodillas entre mis dos brazos. Se quedó congelado y sorprendido, pero si algo no hizo fue tocarme.

Todo pasó en un segundo y no sólo me había negado, sin siquiera darle tiempo a entender mi deseo, sino que lo había despreciado. Salí, como siquiera yo le digo a un perro; eso le dije. Claramente, cuando caí en la cuenta de lo que había hecho, me quería morir. Es que, me desconocí, en ese momento. Aún mismo con diecinueve años, no supe manejar la situación. Era, además, la primera vez que una persona quería darme afecto precisamente en una zona donde para mí había - lo entiendo hoy - tanto sufrimiento solapado. Y yo no me había imaginado que detrás de una aparente calma, iba a salir semejante fantasma. Había ido por la vida a oscuras, en ese aspecto.


- Veinte... ¿qué pasa? ¿estás bien? - me miró, preocupado.
- Perdón... - suspiré y cerré los ojos
- ¿No te gusta?
- No... - me quedé callada - Perdoname, perdón... *** - no lo miré - ¡Qué pelotuda! - suspiré.
- Veinte, yo no me fijo en tus pies - insistió, como casi desde el principio de nuestra historia - ¿Sabés lo que quiero hacer?
- No - musité.
- Mimos; es un gesto. Te quiero hacer mimos, en serio... - lo miré - Lo hago porque tengo ganas de darte afecto y te ví los pies y pensé que te iba a gustar que te hiciera masajes, porque los tenés siempre fríos... ¿si? - me explicó - ¿Está mal? ¿No querés? - se atropelló por preguntarme - Si vos no querés ni que te abrace, decimelo y yo me siento allá lejos y listo, no te cierres otra vez, por favor... - siguió hablando.

Nunca me había dicho tantas cosas juntas, a la velocidad de la luz. Y yo, a la vez, nunca las había recibido - hasta el momento, al menos - tan callada. Estaba dándome cuenta del error y, además, estaba tomando conciencia de lo difícil que iba a ser para mi explicarle tantas cosas, formas de reaccionar, inclusive, con las que toda mi vida había convivido creyendo que era normal vivir así.


- No, es que yo nunca te conté. Perdoname, **** - tragué saliva - Es algo... de antes. Me da mucha impresión. No dejo que nadie me los toque, no es por vos. Me pone nerviosa, por lo que veo, no sé. No me dí cuenta antes de esto... - lo miré, desconcertada - Perdón, vos no... Perdón, en serio - insistí.


Él por suerte se acostumbraba a eso. Sabía que, por momentos, aunque fuera con dificultad y erróneamente, era ésa la única forma en que yo encontraba para hablar de las cosas que me pasaban.


- Tranquila, entonces, sonsa... - se quedó callado - Igual, no pasa nada, no va a pasar nada. ¿Querés que me ponga más lejos? Si querés, me siento allá - me señaló una parte lejana de su casa - y te prometo que no me muevo? - insistió - ¿Estaría mejor?

Cuando escuché lo que me estaba diciendo, fue como volver a la realidad, al Momento. Empecé a negar con la cabeza, arrepentida, mortificada, enojada. Me sentía muy estúpida, como si no pudiera manejar mis reacciones.

- Acabo de cagar todo... - suspiré - ¡Soy una boluuuuda, ***, no sé qué me pasa! - sacudí la cabeza - Yo estoy feliz acá con vos, y arruiné las cosas ahora... - le dije, muerta de vergüenza - Te lastimo a vos, que sos bueno... - me reproché, en voz alta.

- No, en absoluto - se rió - No cagaste nada, sonsa.  Me gusta que te expreses, que me expliques - lo miré, callada - Si no, te cerrás, y yo me vuelvo loco pensando qué quieren decir tus caras cuando te vas. Además, sos muy hermética y me cuesta un montón llegar a vos; pero verte cómoda y ver que te reís...
- Te gusta... - completé, en palabras, su cara de feliz cumpleaños.
- Mucho- asumió.
- Dios mío... - ironicé, muerta de amor -  ¿***, vos pensás en mis caras? - su comentario me llamó la atención.

Personalmente, todo el tiempo, como si fuera un recodo inevitable en mi vida, yo pensaba en sus expresiones, le leía las caras, le exploraba los ojos e, incluso, le hacía guiños cómplices para que se le aflojara la tosquedad en la expresión cuando estaba serio, concentradísimo, frente a sus contemporáneos. Pero, lo que no esperaba, era que repasara mis caras cuando yo no estaba; porque, a decir verdad, a veces me resultaba difícil creer que pensaba en mí, que tenía la fuerza suficiente en su memoria para despejarlo de su trabajo, para sacarlo de su eje marcado, para movilizarlo un poquito, al menos, siendo tan rutinario, moral y protocolar como Él era. Necesitaba (aunque no me animaba a decírselo porque me daba miedo) una verificación a través de sus palabras, esas que no regalaba a nadie; esas con las que no tranzaba, a menos que necesitara expresar un juicio real y verdadero.


- ¡De verdad! - insistía - Cuando vos me ponés esas caras yo después a la noche o a los días me acuerdo de la forma en que me mirás o me contestás y me quedo pensando siempre en eso... - confesó - A tus caras trato de ponerle palabras, de entenderlas bien. Estoy manejando, en la oficina, en cualquier lado; y me vuelvo loco porque no sé, a veces, qué palabras le corresponden. No sé si te gustó lo que te dije o me querés putear - me explicó - Entonces, a la noche, puedo estar tres horas pensando a ver qué te dije, qué me dijiste - sacudió la cabeza - Me mata la cabeza... Es terrible.

Lo escuché con atención.


- Imaginarte a vos pensando en mis caras... - suspiré y le dije, al hilo- Traduzco, entonces: siempre tuve impresión de que me tocaran los pies - rompí el contacto visual entre nosotros y me adentré en mis motivos -  No  es que siento rechazo por vos, te lo juro. Sé que estás haciendo lo mejor, sé que para vos puede ser raro, sé que para vos también es una situación que no viviste con alguien tan joven como yo, y yo que no viví tanto, con nadie... - le confesé, hablando casi en voz baja - Yo sé que otra mina no da las vueltas que estoy dando yo, hasta con la cosa más pelotuda... pero me pasa, soy así sé, esto es, supongo - le expliqué - Entiendo, con la cabeza, que vos no te fijas en los pies, que no te importa, que no pasa nada; lo entiendo. Pero atrás están cosas feas para mí y por eso me pongo así, rechazo - suspiré - Es que... ¡me parece tan raro que no te fijes, porque... no sé, siempre se fijó todo el mundo! - hablé, con dificultad, de un tema que nunca se había puesto en discusión, a excepción de aquélla noche fría y ventosa.
- Pero yo no, a mí no me importa si son lindos o feos - repuso - Vos tenés una infinidad de cosas más - sacudió la cabeza - Además, para mí, te lo juro, son iguales a todos. De verdad, Veinte, no te preocupes por eso.


 Nunca le había contado eso a nadie y Él volvía a tener el tacto suficiente, en más de un sentido, para que fuera capaz de expresarme. Al día de hoy incluso, pensando en todo lo que me faltaba resolver respecto a ese tema, en lo que me costaba poner todo eso en palabras; me parece mentira habérselo confiado. Especialmente, porque una vez que nosotros separamos nuestros caminos, recién ahí yo me aboqué como nunca sobre el tema. El haberlo hecho en su momento, así, aún con tantos errores, supongo que fue lo que me garantizó esta vida, de ahora, que empecé a vislumbrar precisamente durante la noche de ese día, con Él acompañándome, guiándome, sabiendo esperar.


- Perdoname, en serio... - fue lo único que me salió decirle - Con vos, la verdad, es una cosa que no me puedo callar nada por alguna u otra razón... - me quejé, a medias arisca y a medias divertida. 

- No pasa nada - me sonrió y yo seguí mirándolo como estaba haciendo - ¡Ni se te ocurra, además, pedirme perdón por esto! - se tomó un momento - ¡Te voy a agarrar en venganza y te voy a matar a cosquillas! - bromeó.

Me reí, levemente.


- A cosquillas, me dice - le sonreí - Él después me dice que yo tengo que elegir a otro y no sé qué otras boludeces, pero me soborna con abrazos y cosquillas... - mofé - ¿Cómo querés que haga, ***?
- Son privilegios... ¿no? - me cargó, porque yo le había dicho que aunque conocidos en común quisieran hincarme el diente (como me había dicho indignado), Él tenía "privilegios" que ningún otro hombre tenía, para conmigo. Intentando hacerlo sentir bien sin dejar de ser delicada, cuando me había contado que todos los hombres del entorno en común, lo habían venido a contentar con comentarios, yo había insistido, y le había comentado que me vestía pensando en que Él me iba a mirar, sin pensar en otros. Complacido, aún mismo todo, me explicó que, pese a que yo no me diera cuenta, de todos me tenía que cuidar, porque me daba vuelta y ellos, se daban vuelta a mirar.
- ¡Cierto! - le tiré un almohadón, a modo de broma - ¡Aprovechá tus privilegios, que mientras otros preguntan...! - me reí.


Me reí y me relajé, otra vez, aunque de inmediato se hizo un silencio muy intenso, como si pesara, como si fuera a pasar algo importante. Nos miramos, frente a frente. Yo pensé que era tranquilizador verlo así, que me parecía extraño y soñado al mismo tiempo, tenerlo tan a la mano, después de haberlo deseado a tal intensidad, en secreto, durante tantos meses. Pensé que el mundo, afuera, no era nada comparado con ese momento. Pensé que era raro, muy raro lo que sentía, todo lo que estaba pasando, Él mismo, su sola presencia; pero puedo asegurar que no daba más de felicidad, de miedo y de felicidad otra vez; al lado de una persona que me llevaba 23 años. Recuerdo que pensé - perdonando la expresión - que me chupaba un huevo todo lo que podían decir nosotros, porque no quería estar en ningún otro lugar, en ningún otro momento de mi vida, ni con ningún otro hombre. Todo era perfecto así, al menos, para mí. No quería cambiar nada, me sentía perfectamente en paz con las circunstancias que me habían llevado allí, aunque los otros no las comprendieran.

Me dije que ahí, en su casa, ese día al menos, estábamos a salvo. Él, finalmente, estaba comportándose como yo quería. Él estaba poniendo la energía vital que necesitaba, no me frenaba con sus miedos, con sus deberes morales, con sus dudas. Al contrario, finalmente, era todo lo contrario, se comportaba con una autenticidad que me dejaba helada, pero que me enamoraba al mismo tiempo. Era un hallazgo verlo ser tan competente precisamente cuando tenía la guardia excesivamente baja, atormentada por la intensidad de cosas que necesitaba superar para poder ser feliz. Mientras que había sido siempre la que le decía que las máscaras no servían, que yo lo quería auténtico, que le mintiera a los otros pero jamás a mí; esta vez estaba contribuyendo a quitarme una máscara que había tenido demasiado pegada, durante toda mi vida y me proponía un ámbito de aceptación, para hacerlo.


Me miré los pies, largamente y lo miré, quizá, por esa necesidad de no seguir pensando en el dolor ante tanta felicidad. Estoy segura que lo miraba como anestesiada, por esa paz, por ese fluir de las cosas, de un modo tan inesperado y además, porque suelo meterme para adentro cuando las cosas me afectan de verdad. Eso, el tema en general, me hacía querer correr dentro de las profundidades de mi misma y no salir nunca más hasta la superficie. Porque inclusive hacer eso para mí era normal, una costumbre, un mecanismo, que había puesto en juego durante esos diecinueve años de vida, con las personas.


- ¿Qué pasaría si yo... los toco con mucho mucho cuidado? - me miró, miró en dirección a mis pies, y ya no hizo chistes.Me quedé callada, mientras lo miraba, despacio, en la penumbra.

Entendí en ese segundo que, con Él, no me daba miedo casi nada. Pero que el dejarle hacer eso, a nivel personal conformaba una prueba muy importante para mí, involucraba muchas otras cosas que no eran solamente la presencia de este hombre en el mundo. Él era mi persona preferida e increíblemente, superaba cada resistencia mía con una elasticidad prodigiosa; sin embargo, para mí, esa resistencia, era... mucho más que todo lo que alguna vez había hecho por una persona ajena a mis padres o a mi médico, Eduardo. Todos ellos me hacían masajes médicos de chica durante horas todos los días y yo lo soportaba cortando clavos, porque sufría cada vez que tenía que dejar a merced de alguien ajeno a mi, esa zona, porque no quería que nadie más se acercara a esa parte de mi cuerpo. Los pies habían sido siempre el límite y lo asociado a la disciplina, al los tratamientos para mejorar. Hasta ese momento nunca algo que se asemejara al placer, ni mucho menos, al afecto, al cariño y ni qué decir sobre el deseo. Permitírselo, dejar que me iniciara en otro capítulo de mi vida, tenía que ver conmigo y con mi historia de vida en un nivel tan profundo y doloroso,al mismo tiempo, que nunca me había puesto a pensar cómo se lo iba a explicar a un otro y mucho menos cómo le iba a permitir re-significar esta parte de mi cuerpo que, en más de un sentido, enmascaraba tanto dolor. Yo pensé que me iba a poder escapar del hecho toda la vida, y que toda persona que estuviera a mi lado, iba a evitarlos, tal como los evitaba yo, creyendo que eran la cosa más espantosa del mundo. Y sin embargo, ahí estaba Él, esperándome, detrás de esa pregunta, que no era una pregunta más, como se sabe. No solo no los rechazaba, sino, que los quería sostener, que los quería ver y les quería dar otro significado.


Respiré hondo y dispuse ambos pies en su dirección, deshaciendo el nudo que había hecho replegando mis rodillas, encerrándolas con los brazos. Lo miré fijamente, mientras los estiraba, como si le dijera que ahí estaba... mi entrega.


- ¿Entonces sí puedo, tengo permiso? - sonrió, entusiasmado. Asentí con la cabeza, porque no podía ni hablar, bien que lo recuerdo. Incluso ahora, casi tres años después, mientras lo doy a conocer por primera vez, los ojos se me anegan en lágrimas (no sé si de tristeza, nostalgia o emoción), que vienen a ilustrar un momento del pasado, tan importante para mí.


Mientras los dejaba a su merced, reduciendo de a poco la distancia entre su ofrecimiento y mi decisión, sentí que toda mi historia quedaba completamente a su disposición. Fue asumirme como una persona, en este aspecto, vulnerable. La mía era una herida completamente en carne viva, la posibilidad tácita de destruirme a su servicio, mi absoluto punto débil. Y aún así, estiré bien juntos los pies, a su alcance. Incluso sentí que si alguno de los dos "saltaba" o temblaba, producto de los reflejos involuntarios , algunos bastante exacerbados, que me quedaron desde mi nacimiento; yo le diría que siguiera adelante. Porque necesitaba que siguiera adelante; porque era el compañero que yo elegía para enfrentar un miedo enorme y algo que había llevado durante toda mi vida como una vergüenza, como un complejo muy grande, asociado a un caudal emocional fuerte. Era como estuviéramos bailando un bals siendo los protagonistas de La bella y La Bestia y yo no era precisamente la de vestidito amarillo, en un momento donde más allá de la apariencia, me sentía un monstruo.

Sin embargo, ese momento de tanta complicidad y de una intimidad distinta a la que se hubiera podido esperar de nuestro encuentro, fue (aunque quizá no lo entendió nunca) el mayor gesto de amor que tuve por alguien ajeno a personas que me conocieron desde que nací. Fue el mayor depósito de confianza, hacia Él, en una época donde yo no tenía la capacidad de lidiar con el asunto que tengo ahora; y donde no lo había trabajado como lo trabajé y trabajo desde hace tres años, precisamente a partir de que pasó éste acontecimiento. Pero también de su parte, fue el punto de partida para que yo empezara a vivir con un miedo de menos, una especie de bálsamo. Ese bálsamo, en cierto modo, hizo su efecto para que pudiera dar el puntapié inicial, ante una vida diferente, como la que vivo hoy, desde la delicadeza y la premura. Puro placer y afecto, llegándome despacio, eso, por encima de todo, fue esa noche fría que nunca me había propuesto vivir de su mano, especialmente, estando a tanta distancia, siendo todo tan improbable de antemano, por como estaban dispuestas nuestras vidas y las circunstancias.


No obstante, y de forma efectiva, yo misma volvía a ganarle a mi historia, esa vez, con su ayuda.  Con la ayuda de un hombre que - sí, tal como había percibido - se estaba despidiendo, porque luego de su viaje las cosas volverían a ser diferentes; no iba a hacerlo sin antes darme algo esencial y muy valioso para mí: el valor, y el afecto suficiente, para enfrentar ese dolor; no sola como acostumbrada a lidiar con mis sentimientos, sino, juntos.


III


Cuando le extendí los pies, me dedicó una sonrisa cristalina, hermosa en toda su extensión. No había lascivia, había afecto en su manera de mirarme, había alegría y mucha mucha cautela.


- Están helados - sonrió.

Me hizo masajes y cariños durante un buen rato, donde me lo quedé mirando, en silencio, con la cara a medias escondida, llena de muchos sentimientos encontrados, pero esencialmente, con una gran sorpresa; porque yo no podía creer cómo... hacía y sin embargo, me hacía sentir una felicidad que nunca volví a experimentar. Por un lado había un gran amor hacia su persona, por otro lado era la actualización de años de cerrazón y en simultáneo la apertura de una puerta hasta ese momento desconocida. Hasta el día de hoy, independientemente de todo lo que pasó, yo no puedo explicar con palabras más precisas que éstas lo que sentí por Él y con Él, ese día, en ese preciso momento. Humildemente considero que se acercó mucho, se le pareció mucho, a la felicidad. Él estaba, en apariencia al menos, muy seguro, muy tranquilo y todo eso me lo trasladaba a mí. Sé que también evaluaba mi cara, pero yo no podía sostenerle la mirada, sobrepasada por la intensidad de su gesto, sabiendo el significado que tenía para nosotros estando (ahora, ambos) al corriente de los acontecimientos. A medida que se implicaba con sus caricias y la paz me iba conquistando, era como si también me estuviera cubriendo con un manto de aceptación enorme y dentro de el, las mutuas dificultades de cada uno, estuvieran contempladas. Tenía ganas de llorar y de reírme, aunque me llenaba el corazón mirarlo, porque sentía que yo podía mostrarle mis partes malas y que no se iría a asustar ni a horrorizar por nada; que no me iba a desechar; que a una persona - Él, en ese caso- le podía parecer intrascendente esa parte de mi vida; que iría a tener la lucidez y la madurez para entenderla; que tendría la solidez y la solemnidad para acompañarme, sin verlo como una diferencia, como algo de menos, como una falta; que me iba a querer igual, ni más, ni menos... Que me iba a poder querer igual, pese a todo.

IV

Hoy entiendo que Él hizo, en ese instante al menos, lo mismo que yo le había expresado que quería hacer consigo: ir donde le dolía no para lastimarlo ni para difamarlo, sino, para poder soplar y ayudarlo a curarse, sin juzgar; demostrarle que se puede vivir otra vida, demostrarle la existencia del otro lado.


Las veces que me había hablando de su pasado, de su cerrazón y de su evasión, yo le había dicho esto:



" vos tenés miedo de sufrir de nuevo, y por eso hablás como hablás y creés lo que creés de la vida. Y te entiendo, pero te aseguro, te lo juro, que yo no te quiero hacer mal. Me creas o no, dejame que te lo diga. Yo no sé lo que es querer lastimarte a vos, no me sale ni aunque me lo proponga. Me duele pensarlo, de hecho, no puedo pensarlo. No me entra en la cabeza la posibilidad de hacerte mal, porque es como si me lo hiciera a mí. Si yo te veo sufrir, sufro con vos y si te veo bien, aunque no sea conmigo, por dentro estoy tranquila. A ese nivel, llegué. No sé si por bien de la vida o por mal, pero vos me importás mucho más de lo que te imaginás. No sé si sea conveniente que te lo diga, porque vos no me podrás querer ni corresponder, pero no por eso te voy a lastimar, ni el rechazo a mis sentimientos va a cambiar algo. Estoy enamorada de vos. Yo te veo y siento algo que me asusta, que es enorme, pero que me hace querer cuidarte de todo, estar cerca tuyo, ayudarte, seguirte la corriente. No te puedo ver sufrir, no me importa lo que digan los demás, yo lo único que sé es que no te puedo ver mal y no haría nada para hacerte sufrir. Me creas o no, así de tonta soy, así de inocente, en este sentido"
Si se lo confesaba no era porque esperaba lo mismo a cambio, sino, porque lo que sentía me sobrepasaba a tal punto que necesitaba gritárselo a la gente, poner un pasacalles, publicarlo en los diarios... Y decírselo a Él, como para empezar, claro.   Paradójicamente, unos meses después, Él fue quien cumplió también con ese propósito de la aceptación del pasado y del dolor del otro, sin saberlo, quizá, o haciéndose el que no sabía, mejor dicho, para que no me pusiera más tímida.





Aquélla noche nos quedamos un rato callados, casi a oscuras, mientras sopesaba entre sus manos mis pies, dándoles calor. Me acuerdo que, de fondo, sonaba un concierto de Phil Collins del 2004, de hecho.


- ¿Estás bien? - me preguntó después de un rato.
- Sí, estoy bien - le dije y me miró - De verdad, ***
- Qué bueno... - su cara se relajó más. - ¿Viste? No pasó nada. Yo no te muerdo, estás tranquila... - sonreímos - Hasta te puedo hacer café de esos que te gustan tanto si querés... - me ofreció - Todo está perfecto, Veinteava - me miró, con picardía.

Pasé de querer llorar y reírme, del miedo y la felicidad; al agradecimiento infinito, al amor.


- Sos un comprador - me sonreí - Es increíble que me estés haciendo masajes... - musité.
- ¿Están feos?
- No, no... - le dije, aunque todavía en medio de la sonrisa solapada estaba muy afectada por toda la situación - Tenés aptitudes de sobra para esto también... - volví a mirarlo, concentradísimo y aplicado.

Sonrió, pero no me dijo nada, dejando a disposición toda la experiencia de sus años. Me quedé callada, otra vez, observándolo. Llegué a relajarme mucho, después de un rato.


- Hago buenos masajes...
- Sí - le reconocí
- Pero doy abrazos, también - me dijo - Y creo que hay alguien que está media rara y me parece que, si le aviso, quizá me deja que la abrace y en una de esas, si tengo suerte, me abraza también, sin miedo de mí.
- ¿Puedo ir y me das uno? - le pedí, de verdad.
- Más vale - me tendió sus dos manos.

Me aferré a ellas y me acerqué.


Hizo un gesto de alabanza hacia el cielo, jocosamente, festejando el hecho de que hubiera accedido a tenerlo más cerca después de una situación donde me había mantenido fría, sacando a la luz una parte tan rara e incomprensible, quizá, para Él, que pensaba que yo por haber vivido menos no había tenido careos con el dolor tan profundos, que no había tenido que saber sobreponerme a cosas importantes; también era una sorpresa.


No lo dudé, en cuanto me acerqué lo suficiente y me abalancé entre sus brazos. 


- Ella me tiene terror - me dijo, en broma, cuando finalmente, me capturó en ese refugio contra todo que se volvió su cuerpo - Además, me pregunta  despacito si puede venir, la sonsa... - me abrazo más y me beso la nuca, el pelo, la coronilla.

-Estoy hace dos horas que me muero por abrazarte. Me siento aliviado - me explicó.

- Sos un ser maligno, maligno, maligno... - me reí y lo abracé fuerte, por todo lo que había hecho por mí.
-Estabas muy lejos; reee lejos - esgrimió, divertido - Menos mal que me dejaste, porque quería abrazarte fuerte, fuerte, fuerte - se sonrió y empezó a jugar con todo mi pelo.

Nos acomodamos sobre la superficie acolchonada y nos tapamos, aunque no demasiado.




Me abrazó de una forma más acaparadora. Ubicó sus manos en los lugares que consideró convenientes, yo hice lo mismo con las mías y nos quedamos callados, por un rato, seguramente, procesando la vivencia en común.

- Ahora estoy como quiero. Te juro que no me muevo más - yo también me sentía cómoda aunque estaba, casi, encima suyo.
- Yo tampoco me quiero mover más... - susurré, y eso fue, al menos desde mi mente, como decirle te amo y gracias.

Escondí la cabeza en su cuerpo y cerré los ojos. Me dejé ir, considero, porque a partir de ahí hay cosas que no recuerdo en los hechos, pero sí desde los sentidos. Sé, por ejemplo, que lo iba oliendo y ese olorcito suyo a perfume riquísimo, era una especie de droga. Sé que me acerqué lo suficiente para escucharle el corazón, sé que le pasé varias veces, despacito, la boca por el cuello, para dejarle besitos de gratitud.


Tan conmovida me sentía por todo que no sabía de qué forma agradecerle por cómo estaba pudiendo con toda la situación, con tanta... calma, naturalidad, empatía.  Pero hubo algo que quedó asentado: yo no iba a ser la misma persona, nunca más, ni porque me lo propusiera. Tal como yo miles de veces le había dicho que lo aceptaba, que conmigo podía ser el mismo siempre, que no pasaba nada, que sus máscaras no valían la pena conmigo, porque estaba segura que Él era otra persona detrás de todo eso... Igual, del mismo modo, a mí me estaba llevando a los límites más profundos, respecto al ser yo misma, sin miedos y sin máscaras.


Así se hacía sentir, eso significaba en mi vida ese momento, y su compañía.


<< Lo quiero tanto...  >> pensé en medio de todo eso, inesperadamente asustada, pero al mismo tiempo tomé coraje y lo abracé más fuerte, como reafirmando esa realidad. Creo que nunca había abrazado a nadie con tanta fuerza, y mucho menos a alguien como Él, y creo también que esa necesidad de asirlo entre mis brazos era producto de la incredulidad.


- ¿Mejor? - susurré.
- Excelente - se rió, despacito - Por ahora, no te voy a morder - me reí a la par, porque se pasaba.
- Sonsoooo - rebatí.
- De verdad, ahora me siento cómodo del todo...
- Lo noto y me lo hacés notar... - lo burlé - Creo que nunca me había relajado tanto...
- No tenés que tener miedo conmigo.
- Si yo tuviera miedo de vos, no haría nada de esto... - le dije, y era verdad.


Supo que le había ganado el punto, porque la evidencia estaba a la vista. Se rió y esa risa fue como el comienzo de otra vida, de otra etapa, de algo diferente e inaugural.

VI
Esos, en definitiva, éramos nosotros dos. Esa era la esencia más pura de los mejores momentos. Esos fueron los motivos por los que me enamoré y son los mismos por los que hoy, si bien me impiden hablar con Él, me hacen incapaz de odiarlo. Una parte de mí sé que lo amará siempre, de hecho, aunque haya pasado tanto tiempo y aunque cada uno esté donde, considero, debe estar.

Por suerte, con el paso del tiempo, pude empezar a ver más allá de su órbita. De a poco todo se fue acomodando, de a poco el tiempo me ayudó a superar el dolor. Casi pasaron tres años de todo esto pero, mirándolo en perspectiva, no me parecen en vano, revisando las experiencias y los recuerdos que me dejó. Sé que el tiempo reguló la intensidad de todo, lo bueno y lo malo, fue ajustando sus matices, para permitirme seguir adelante. Sin embargo, el tiempo no pudo borrar de mi memoria esto, con pelos y señales, porque me marcó con usando el fuego mismo como fibrón. Quizá Él no recuerde del mismo modo o de ningún modo en realidad, pero yo estoy segura de que no voy a olvidármelo nunca.

Si alguna vez la vida nos vuelve a encontrar, pese a que no necesariamente nos entrame, lo único que le diría es que no me arrepentí ni una sola vez de haberlo elegido como compañero, para vencer ese miedo y para conocer tantas cosas. Pese a todo le diría que le estoy profundamente agradecida, y que también le agradezco a la vida porque nos haya permitido encontrarnos, aún a 23 años de distancia. Porque si éste era el propósito, la prueba, que se le encomendó, la cumplió con una afectividad y una efectividad, que me modificó para bien de por vida.


Ojalá yo también haya podido dejarle algo igual de valioso, a modo de correspondencia. Ojalá.