Mostrando las entradas con la etiqueta Recuerdos. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Recuerdos. Mostrar todas las entradas

lunes, 21 de junio de 2021

Las oportunidades perdidas

Es curioso pero, a lo largo de mi relación con Galeno, siempre tuve esa idea de que el día donde se terminara lo íbamos a hacer bien. Pero también que, más allá de hacerlo bien o hacerlo mal, íbamos a terminar. 

Cuando me escribió el viernes me di cuenta que el tiempo es muy relativo en las personas. Pasaron siete meses desde que nos separamos, algunos más sin vernos, y sobre su figura cayó un manto de olvido muy grueso siendo franca.  No, no lo odio, no lo desprecio, no lo juzgo. Solamente, no me acordé demasiado de el en todos estos meses.  Y las veces donde lo hice, no dolió. 

Cuando el me dijo que solía tenerme presente , o que se había querido matar cuando perdió nuestras fotos porque se le rompió el celular, yo me sentí un poco descolocada la verdad. A mí no me pasó lo mismo y de hecho que hayan pasado siete meses me parece un montón de tiempo. ¿Qué extraño, no? Hay otra gente que vuelve después de siete años y me llena de preguntas, mientras que otra gente vuelve y me llena de paz, pero además, de cierta sensación de lejanía. 

No, me lo he preguntado estos días, pero no es rencor. Creo que fue haber dado todo lo que pude y pensar "bueno, yo hice las cosas bien, así que me merezco olvidar las cosas que pidieron haberme herido".  Lo curioso fue haberlo logrado e incluso estar en una posición tan lejana a esos días. 

La charla con Galeno dejo entrever todavía más cosas que la que mantuvimos por su último cumpleaños. Creo que se dió cuenta de lo que perdió. Que se dió cuenta de la oportunidad que le estaba dando, y que le retiré cuando, abrumado por la pandemia y su vida en si, no se comportó bien conmigo. 

- Después de lo de hoy en la guardia y ese vino fue imposible no escribirte - me dijo. 
- Si, todo bien igual. No es grave. A veces yo también tenía ganas pero bueno... 
- ¿Y por qué no lo hiciste? 
- Porque no. Me pareció que no tenía sentido. 
- ¿Por qué? 
- Porque no... Además, vos podías haber hecho tu vida y era innecesario aparecer. Capaz que te casaste otra vez... 
- Vos sabes que siempre podés hacerlo. Me podés escribir cuando tengas ganas. ¿Casarme? No. Estoy tranquilo. 
- Bueno. Es lindo ¿no? Creo que eso es lo que querías el último tiempo. 
- Jajaja - me contestó y uso mi apodo. Yo no me olvidé de vos. Espero no estar interrumpiendo ni molestando si es que vos... 

" Pero me abandonaste, abandonaste lo que construimos, no pensaste en mi, fuiste egoísta", pensé. 

-  No, tampoco me casé - le dije en broma - Cada vez que pensé en vos durante todos estos meses fue diferente, de todos modos. 

- ¿Por qué?- dijo. 

- Porque yo quería verte en diciembre 2020. Deseaba verte. Mucho. Y bueno, los dos sabemos qué pasó. Así que cada vez que pensé en vos en los meses siguientes lo hice con otra perspectiva. 

- Yo en cambio me acordé muchísimas veces de vos. 

- Bueno, son los últimos recuerdos normales que tenemos antes de la pandemia  - le dije. 

-  Hace un tiempo había abierto un vino, y me senté en el sillón a escuchar música. Se me vino a la cabeza ese día donde también te habías tomado un vino conmigo, y te habías acostado ahí.  Me acordé de vos y te extrañé. Extrañé todo - dijo. 

- A mí me pasó el otro día - le dije - Vi que mostraban un lugar a donde fuimos, ****, y pensé que ojalá estuvieras bien con todo lo que está pasando alla. Parece que eso llegó jaja.  En la tele dicen que está todo muuy jodido. 

- Si, llegó. Gracias por eso. Me pasa lo mismo cuando veo algo de Buenos Aires. O cuando veo las cuentas de Instagram de los lugares a donde íbamos a comer. 

 - Vivimos una linda historia, Galeno - concluí. 

- Una muy hermosa - admitió. 

" Vivimos" , enfatice. "Vivimos". 

lunes, 1 de junio de 2020

En defensa propia

madrugada del domingo 17 de noviembre de 2019


"¿No te querés quedar hasta mañana?". 

Esa pregunta me había hecho Galeno, en la oscuridad, cuando yo había comenzado a vestirme. La prueba, lo que había ido a concertar, el objetivo de conocernos personalmente luego de meses hablando a distancia, se había concretado. Pero, personalmente, después del impacto emocional que eso había tenido por dentro, y de todo lo que me había brindado, necesitaba alejarme. 

Galeno me miró con el desconcierto grabado en los ojos aunque lo entendió. Menos mal, porque pese a conmoverme, necesitaba estar sola, entender lo que significaba ese encuentro. Además, tenía miedo. El pasado comenzaba a quemarme por el costado con sus miedos ante el mínimo gesto de entrega genuina que parecía asomarse.

Considerando que por ese momento no tenía las herramientas para admitirlo, y que tampoco sabía con quién estaba del todo, me limité a levantarme y a ordenar mis cosas. Siempre había estado sola. Los últimos seis años yo había estado sola. ¿Qué diferencia podía existir en éste caso? Lo mejor era irme a dormir a mi casa. Nada de empezar a borrar los límites de un... viaje. Sí, así lo veía yo. Como un viaje que había hecho a Buenos Aires para, entre oootras cosas, conocerme en persona. Pero lo cierto es que mi imaginación fallo. Galeno había venido a verme a mi exclusivamente. Había viajado por mi y eso era algo tan sólido en su simple demostración, que era imposible negarlo .

Si, había estado sola. Pero está vez, las cosas no se estaban dando así. La diferencia estaba, precisamente, en que lo que acababa de pasar había sido muy fuerte. Por eso, no quería dormir con Galeno y enfrentarme a esa mañana siguiente, así que le avisé que me iba. 

Galeno se sentó en la cama, en calzoncillos, y me ofreció quedarme una vez más. Dijo que no pasaba nada, que todo iba a ser igual que esa noche, pero yo, de muy buenos modos, le expliqué que necesitaba volver un poco a mi normalidad, buscar ropa limpia y hacer presencia en mi casa. Cabe decir que mis padres, pese a que tuviera ya veinticuatro años, tenían sus inquietudes. Su hija menor estaba pasando una velada, y un encuentro, luego de largos meses de chateo y de teléfono, con un hombre que le llevaba veintiséis años y si el reloj marcaba las seis de la mañana y no volvía ni mandaba un mensaje... daba para pensar. Principalmente porque conozco a mis padres, sé que estaban preocupados pero que también entendían mis deseos... y quise, con ese gesto de aparecerme en casa para dar cuenta de que estaba bien, recompensarlos por la libertad y el apoyo que me habían dado. 

Cuando acabé de juntar mis pertenencias, me cepillé los dientes y me acerqué a saludarlo. Galeno se cepilló los dientes y se puso una remera. Todavía tengo la imagen de la vista a la ciudad de Buenos Aires desde el hotel, en esa noche de casi tormenta de noviembre, mientras escuchaba cómo se cerraba una canilla de agua fría desde el baño de nuestra habitación y esperaba que termine de sentirse listo.  Mi idea era irme, sin hacer ruido, y mandarle un mensajito desde el auto. El punto fue que, cuando me desperté, me di cuenta que me había quedado dormida y él me estaba abrazando desde atrás, muy dulcemente, mientras dormía como un niño. E incluso por esa misma razón, supe que me tenía que ir como un método de resistencia extremo, para poder pensar en lo que me estaba metiendo. 

Galeno respetó mi espacio. Me ofreció acompañarme abajo, a la recepción del hotel, pero le dije que no. Lo despedí con un beso y me tomó la cara con sus manos, muy despacio, para darme otros más. 

- Nos vemos mañana - me dijo. 

Se me hizo un nudo en la garganta. 

- Descansá lindo. Perdón por hacer ruido. Dormí - le dije para despedirme en susurros y saludarlo con una mano. 

Llamé al ascensor. Lo esperé, lo tomé, y comencé a peinarme en el espejo. Eran, después de todo ese desbarajuste emocional, los primeros minutos que pasaba sola después de conocer a Galeno.  Y yo, sin exagerar, me sentía frente al reflejo de una extraña. De alguien que, sencillamente, comencé a desconocer. 

Cuando llegué a casa, cuarenta minutos después, saludé a mis padres que, obviamente, se habían levantado a recibirme. El viaje hasta mi hogar me había ayudado a calmarme, me había dado espacio para pensar y me había ayudado a organizar mis primeras impresiones. 

Una vez pasé la puerta de la cocina,  fui directo a mi habitación a dejar mis cosas y ambos, como si fuera una niña, vinieron a preguntarme qué tal había ido todo. Creo que ahí, en ese gesto, comprobé que mis padres me quieren más de lo que imagino; pero además, que estaban mucho más preocupados de lo que, en realidad, me hacían saber y en silencio habían estado mucho más pendientes de mi felicidad de lo que yo me podía esperar. Así que fue sincera, dentro de lo que se podía revelar, con ellos. 

 "Fue muy bien. Es la persona que me dijo que era, ni más ni menos" , les dije, para que se quedaran tranquilos. Mi padre, ante eso, lo celebró discretamente y se fue de mi dormitorio para que me quedase con mi madre a solas. Mi mamá, obviamente, hizo las preguntas más femeninas. "¿Y... qué te pareció? ¿Te gustó o no te gustó?". La miré y me reí sorprendida. "Bien, todo bien, es él. El mismo. La pasamos bien, nos reímos, nos divertimos...", le dije. "¿Mañana se van a ver?" me preguntó. "Mañana vemos, mañana será otro día, hoy ya fue muy largo...", le dije, riéndome, dando cuenta que quería dormir. "Bueno, a dormir ahora Veinte. Al final lo conociste a tu ***", me dijo, con todo cariño. "Sí, finalmente, vino a Buenos Aires a mi ***", le dije, en broma, en referencia a ese viaje que era un símbolo de muchísimas cosas. 

Una vez que me quedé sola, le avisé a Galeno que había llegado bien, tal como me había pedido, le agradecí por haber sido tan buen compañero y le deseé un buen descanso. 

Aquélla noche tardé en dormirme. Mucho. Pero lo único que le pedí a mi cuerpo fue que se relajara y me proveyera de un buen descanso para el día siguiente que, como sospechaba, sería intenso emocionalmente. 

La mañana del domingo 17 de noviembre, me encontró con un mensaje suyo. "¿Te parece si te espero para almorzar?", me decía, entre otras cosas. "Sí, esperame, que voy", le dije. "Estoy más feo que ayer, tengo que decirte..", me dijo. "¿Por qué?", le pregunté, y me mandó un meme. El cartelito rezaba algo como: "cuando tienes una cita importante y amaneces más feo que de costumbre". Yo, me empecé a reír. "Me salió un orzuelo", me aclaró. "No te preocupes. Ahora te llevo una crema que uso cuando me salen, es alemana y es excelente", le prometí. Y así, por extraña que parezca, fue la genésis con Galeno. Desde ese momento, Buenos Aires, es sinónimo de dormir juntos. 

Mirándolo en perspectiva, cuando al día siguiente  me desperté y no sentía el deseo de modificar ni un solo detalle de esa noche, supe que mis planes habían sido aniquilados. Que habíamos sobrevivido. Y que ya no quería volver atrás. Nunca más.

"Cuando los odios andan sueltos, uno ama en defensa propia" 
(Mario Benedetti)

sábado, 9 de mayo de 2020

Imágenes congeladas

Hace unos días, con Galeno, empezamos a mostrarnos fotos. Todo empezó porque, en nuestra conversación del sábado a la noche, yo le conté que antes de hablar consigo me había puesto a mirar algunas de ellas, tan sólo de meses atrás, para conectarme con acontecimientos positivos en medio de la pandemia.   De hecho, en medio de muchas, había encontrado una que le tomé a las instalaciones del hotel donde fuimos en diciembre, a pasar unos días juntos, y se la pasé. "¿Te acordás de éste sillón?", le pregunté, sabiendo lo habíamos convertido en algo nuestro, quedándonos allí un buen rato cuando volvíamos de pasear antes de ir a la habitación.  Incluso, una tarde que llovía y nos habíamos mojado lo suficiente después de pasear de aquí para allá, tomamos la merienda allí mientras cada uno leía una novela y yo le explicaba, desde el aspecto formal, por qué me gustaba tanto leer diarios íntimos, o por qué, en el caso de La tregua, ése formato narrativo funcionaba tan pero tan bien (esto, de todos modos, es un criterio de análisis personal).  Galeno por su parte leía para mí a un autor de su provincia - aquél lugar que yo por entonces no conocía - y entre medio del mate y la lectura, también sobrevinieron los mimos y las caricias propias de ese tipo de vínculo. Ambos, con el paso del tiempo, conservamos el recuerdo grato de ese sillón. No en vano, tomé aquella fotografía que le mostré y él deslizó un comentario alusivo a las ganas de volver a ese hotel, a ése momento y a esas actividades.

Luego de éste episodio, me mostró una foto de uno de sus cumpleaños número seis o siete – según comentó-. La imagen se  exhibía en blanco y negro, y él estaba rubio como no es, totalmente diferente.  Más adelante, me fue mostrando otras. Fotos de cuando era adolescente, cuando estudiaba en la Universidad, fotos de sus veintitantos e incluso fotos de cuando tenía algunos años encima ejerciendo como Médico, con ambo verde agua y cara de jovenzuelo, en una guardia de hace casi quince años.  Sí, cuando todavía estaba casado y esas cosas... Hasta que me mostró las más recientes, aquéllas que hablaban de los últimos seis años, y me di cuenta que no había envejecido demasiado en comparación a esos días. Entre 2015 y 2018, incluso, época que a mí me parece reciente, cuando me mostró las fotos de sus dos viajes a Europa noté que Galeno estaba igual. Lo único diferente era que tenía una campera más abrigada, menos canas y lentes de sol (algo que él no suele usar "para hacer facha" ya que usa lentes de forma permanente). "Si te conocía en ése momento, me hubieras gustado como me gustás ahora, a decir verdad, no cambiaste casi nada…", le dije, a medida que me fue mostrando otras, porque me di cuenta que desde hace muchos años antes existía siendo "mi tipo de tipo" (tal cual le dije a mi amiga, cuando recién empezaba esta historia, y yo pensaba que iba a quedar todo en una red social)

Con ese comentario, comenzó un juego que consistió en compararnos físicamente y en apariencia, dónde y cómo estábamos antes de conocernos. Le envié a Galeno fotos de cuando tenía dos años, de mi cumpleaños de quince y hasta de hace cinco años atrás en mis veinte; e incluso de cuando sólo tenía dieciocho años para que se diera una idea de lo diferente que estaba respecto a aquéllos años.  Él deslizó comentarios muy graciosos pero, en lo general, coincidimos en algo: nos hubiéramos gustado mucho entonces – se alegró mucho de mi aspecto en las fotos cuando ya era mayor de edad, aunque reconoció que no se hubiera permitido ese acercamiento por el tipo de diferencia etaria de entonces… –. Aunque eso sí, estamos de acuerdo que de habernos encontrados dos o tres años atrás, a mí me gustaría de la misma forma que me gusta cuando lo veo hoy y en la que él - dice - yo le gusto.  Y no es que Galeno sea un símbolo sexual, ni tampoco que yo lo sea, sino que la atracción se gesta en una afinidad que se abrió camino por un montón de intereses en común y que, en muchos momentos, se concreta gracias a lo físico. Así, mientras Galeno estaba buscando la tumba de Cortázar en París, hace unos años, yo estaba haciendo eventos culturales propagando la literatura de Cortázar, leyendo sus fragmentos y observando la vida a través de su literatura. Incluso, mientras Galeno estaba ahí, fanático desbordante, escuchando al "cantante X" y yéndolo a ver a cuanto recital había en su provincia, yo lo estaba escuchando de atrás para adelante y de adelante para atrás, en todos mis viajes hasta la Facultad. Eso. Esa simultaneidad sin saberlo. Esa especie de destino prefijado que, indudablemente, parecíamos poder tener nosotros no por la eternidad de un compromiso a largo plazo, sino, por la oportunidad de compartir una etapa variable de nuestras vidas coincidiendo así.



No obstante, el vernos en esas foto, en lo personal, me hizo pensar en varias cosas más allá de éste planteo básico.

 La primera de ellas, quizá sea la más obvia: cómo es la vida de extraña que tenés a dos personas viviendo vidas completamente diferentes en dos provincias diferentes sin conocerse, viajando, estudiando, trabajando, proyectando con lo que los rodea; y ahora están tan vinculadas con las peculiaridades del caso.  La segunda, y quizá la más paradójica: la forma tan tajante en la que siempre renegué de las personas de distinta clase social por haber pasado experiencias insultantes al respecto (literalmente, me llegaron a ofrecer plata o viajes a cambio de sexo), en comparación a cómo se formó un vínculo con Galeno donde, realmente, lo último que importó fue que él tuviera un estándar de vida cinco o seis veces mejor que el mío.

Al respecto, cuando me preguntaban por qué repelía a los candidatos de clases superiores a la mía que se me acercaban, yo siempre explicaba lo mismo: “porque, por lo general, no comparten mi misma visión del sacrificio y para tener una persona al lado que no entienda por qué uno lucha todos los días, para qué se levanta todos los días, cuáles son los motivos; no sirve, necesitás compartir valores para formar algo, si no, no llegás muy lejos”. Sin embargo, con Galeno, se cumplió una condición que en otras ocasiones no había tenido lugar. Él sí sabe lo que es luchar, trabajar, tener sueños, tener ganas de salir adelante, formarse, esforzarse para lograr los objetivos y hacer algo mejor con lo que le tocó. Él es la clase de persona que no tiene problema en comer con los más pitucos pero, después, sentarse al lado de una persona en situación de calle para evaluarle una herida, mantener una charla y darle un poco de su atención (real)… Y eso, para mí, con el paso del tiempo, a medida que lo fui conociendo, resultó conmovedor porque jamás de los jamases puso el dinero por delante de todo lo que él, como persona, podía hacer por mí. Y creo que, principalmente, a través de eso,  sentí que había encontrado a ésa persona de la que tantas veces había hablado, sin saberlo, hacerlo referencia a lo que no quería de las demás. Como si en base a todo lo que rechazara de otros, la imagen de Galeno se fuera torneando del pasado a éste presente.  

La tercera y última cosa fue todavía más simple y más significativa al mismo tiempo. Y radicó en el hecho fundamental de que los dos sentimos algo que se podría explicar como la exacta sensación de estar juntos en el living del departamento, acurrucados en el sillón, intercambiado rectángulos en blanco y negro o a color. “Siento como que estamos mirando fotos juntos, sentados en el sillón”, dijo Galeno y yo sonreí. El momento para mí tenía la misma aura aunque no lo hubiese puesto en palabras concretas.

Tanta relevancia tuvo además, ese momento, que las mismas fotos desconocidas para aquél que no fuera de mi familia (mis hermanas y mis padres), es decir, las fotos que me tomaron mientras estaba internada después de haber nacido prematura, que no conoce nadie, más que mi familia directa, ahora también las conoce Galeno. Porque me dijo que le gustaría verlas, cuando le mencioné que eran las que faltaban de mi infancia, dado que él me había mostrado y yo no, y… yo se las mostré.


Y eso, significó el gesto más lindo. No por él, si no, por mi misma. Por la capacidad de poder contar esa parte de la historia con alegría, poder compartirla y en el compartirlo, poder saber que sané.  Porque lo cierto es que si quiero tener una relación sana con Galeno o con quien sea, lo importante es que esté bien. Pero además, lo importarte que es poder permitirle al otro que nos conozca, que sepa lo que nos pasa, que sepa quiénes hemos sido, para que se dé cuenta de nuestros desafíos y nuestras importancias. Ni más, ni menos. 

martes, 22 de enero de 2019

Una ocasión especial

Viernes por la noche. Residuo de un día largo post-estudio, preparando mis finales para la Universidad que, en ese momento, quedaba a tres horas de mi casa.   Llega un mensaje para confirmar asistencia a la reunión del día siguiente. Preguntas de rutina, sondeo del día del otro. Ganas de hacer algo pero ni siquiera saber cómo ofrecerlo. Responder a su pregunta habitual: 

-      ¿No vas a salir con tus amigos, hoy?

Sonreír, decidirse y preguntar:

-      No. ¿Vos, no vas a salir?”.

Recibir la respuesta que se espera, es decir:

-       Tuve un día jodido en la oficina, así que tengo ganas de salir a correr, ir a dos boliches, volverme caminando y bailar hasta las seis de la mañana.

Volver a sonreírme, ésta vez, revoleando los ojos. Saber que es tan Él con esas cosas…  Saber que está bromeando, saber cómo es, saber que eso significa que está estresado, mimoso, pero por lo demás, acostumbrado a su soledad.  Decirle entonces:

-       Pensá una película linda para mirar, pedí comida… y fijate de tomarte un vino rico, si no… Mimate” - como si le dijera “quiero compartir todo eso con vos pero tengo miedo de que me rechaces si te lo pido

 Recibir un:

¿Vos no estabas estudiando? - a modo de prueba, e imaginármelo sonriendo así.  
- ¿Vos no estás preparándote para salir a bailar y a correr la maratón?, preguntar. Que te contesten:
¿Vos no vas a salir a bailar con tus amigos? Es viernes...
- ¡Nah, no me gustan los boliches y lo sabés! – explicitar.

Morderme los labios, del otro lado del teléfono, por la sola idea de la proposición.

-      ¿Qué película miro? Elegime una – finalmente, y por suerte, explicita. 

Me está buscando el punto, quiere, de alguna manera, que manifieste mi conformidad con un plan en plural.

-      No me hagas desear - le respondo, contenida, entonces.

Me río de sólo pensar la cara y la actitud que debe estar atravesando en ese instante donde esa oración debajo de mi nombre.
-       
-       ¿Hacerte desear, yo? ¡No! – dice.
-       Rindo el examen crucial el martes, es una crueldad de tu parte… Me estás haciendo desear con el plan de tu jornada... – me río, porque sé que se lo estoy haciendo apropósito.
-      ¿Y por qué te haría desear? Yo pensé que te iba a molestar o que tenías ganas de ver a tus amigos, es viernes a la noche… ” respondió, de nuevo.

Puse cara. ¿Cómo no se daba cuenta que no era un pasatiempo eventual, si no, mi plan incanjeable?

-         Y yo pensé que no te quiero invadir, porque podés estar cansado de verdad - le confesé. 
-      No, no.
-      Es bueno, él, cierto… - lo burlé, con amor.

Escribió, sin hacer caso a mi chiste:

-      Te cuento lo que voy a hacer, en serio, ahora: cena, película, vino. Me gustó tu idea y lo voy a implementar. Obviamente, por mí, estás más que invitada – me dice.

 Y yo festejo, porque aunque quizá por mi edad debería estar en la previa a un boliche con amigos, ése viernes por la noche, mi deseo me dicta otra cosa por la que me dan ganas de dejar los apuntes sobre la cama y abalanzarme sobre el ropero, pensando qué puede ser adecuado, o al menos, qué me voy a poner.  Lo hago, sin premeditaciones, moviendo las perchas sin demasiada atención. Pasan segundos y mientras evalúo la ropa con la que cuento, que no es mucha pero sí la suficiente, paso los dedos por la pantalla de mi celular.

-        Acepto la invitación – le respondo, y enseguida añado: ¿Qué llevo?-  le
-      Nada, solamente, vení – me responde.
-       ¿Qué sos, mi Aladín? – lo burlo-  ¿Ahora me cumplís los deseos?” bromeo.
-      Si vos querés, por lo menos, no te hago desear “ bromea, al corriente.
-      ¿Ves que sos buenito, no? – lo pincho – Me voy a bañar ¿dale? Te aviso cuando salí de casa.  

 Miro y leo la pantalla como si fuera el mejor de los poemas lorquianos, mientras me río. Pienso, al mismo tiempo que agrupo todos mis productos de aseo, la potencialidad de éste tipo que, sólo unos meses atrás, no era más que un compañero de un grupo social con el que nos llevábamos más de veinte años.

-        No, avisame y te paso a buscar por tu casa a la hora que quieras - añade, a modo de cortesía. Sé que, al margen de una cuestión concreta como es la movilidad, lo suyo está revestido en algo mucho más anterior a eso: los códigos, los buenos modales, la capacidad para tratar bien, en muchos aspectos, a una mujer.  Sin embargo, yo, aunque sé eso, ya demuestro nociones un poco más laxas en ese aspecto, pese a que me siento ampliamente cortejada por un hombre al que, antes que nada, amo.  
-      “¿No querés que vaya yo?” - le pregunto por ende, extrañada por tanta caballerosidad, que aunque abundaba, siempre me sorprendía.
-      No, señorita. Voy yo, te busco y listo, tranquila. Así me quedo tranquilo”, dice.  

Inspiro hondo y adopto la máscara correspondiente, disimulado mi felicidad, aunque por dentro esté pegando saltos y gritado: "¡ayyyyyyyyyy!". 

-      “Acepto todo, señor… - respondo - En un rato te aviso, vamos hablando – le aseguro.
-      ¿Qué vas a decir en tu casa?” pregunta, de pronto.  
-      Nada, que salgo, qué se yo, algo voy a inventar… “le explico, porque honestamente yo estaba en otra galaxia.
-       Que vaya yo, de todos modos, le da cierta validez  - dice, medio en broma, y nos reímos.
-      Acá la que le aporta seriedad a todo esto soy yo, no mientas – lo toreo - Volver a reír y empezar a elegir la ropa. Decidirme. Algo sencillo, pero que me gusta cómo me queda: un pantalón y una camisa, sumado al tapado de invierno y a unos buenos aros; mis aros preferidos.  Es que ¿cómo se va vestida a la casa del tipo que amás? ¿Qué perfume, cuál me queda mejor en la piel? “ ¿El Nina? Sí… junto con la loción hidratante que trae, es una ocasión especial…” trajino y sonrío... Porque, cuando yo me ponía ese perfume (importado, de los más ricos, pero además invaluable sentimentalmente, ya que mi hermana me había regalado con su primer sueldo como Médica), en ésa época de mi vida, eso quería decir una sola cosa: la persona con la que me iba a encontrar valía la pena y que yo estuviera de punta en blanco, también. 




 Avisar que salgo, omitir casi todo, mencionar la persona y que entiendan el motivo de la omisión. Que mi padre lo tome a bien, realmente al punto de que me sorprenda, y que se vaya a dormir, pero que mi madre lo tome a mal, y me diga que "probablemente Él se olvide de pasarme a buscar". Saber que me lo dice porque está enfadada, saber que me lo dice porque detesta que yo esté enamorada de Él. Saber que me lo dice porque, en otros momentos, había apelado a su sentido común en detrimento del mío, respecto a la diferencia de edad y ahora los hechos dictaminan otra cosa. Saber que todos saben lo que ya sabemos y que  no me importe. Que por primera vez en casi veinte años yo sólo me enfoque en ser feliz. Con los comentarios, tener paciencia y no dejarme vencer ni pinchar ni arruinar la noche que se aproxima.  Pensar: “es una ocasión especial”.

Un rato después, escuchar la bocina de su auto en la puerta de mi casa, leve, pero segura, fiel reflejo de su presencia, su memoria y su voluntad.  Saber que es Él, y juntar mis cosas. 

Irme, irme, irme. 

Tener certezas, muy pocas, más allá de su importancia en mi vida. Tener en claro  que me las juego todas,  Apreciar la noche en nuestro barrio, deshabitado y burgués.  Inspirar felicidad. Palpar nuestro cansancio. Apreciar la libertad de estar donde, pero especialmente, con quién se desea. Rogar que dure, al mismo tiempo donde escucho su voz y me invade la  abrupta sensación de siempre estar en casa, simplemente, porque estamos camino a un sitio donde Él habita, donde se concentran sus objetos y cada una de las representaciones concernientes a su vida; lo cual para mí es un milagro... 

Una ocasión especial. 



miércoles, 21 de noviembre de 2018

Literatura, cuanto menos, ficción: Aprendizaje a través de los años

La última vez que hicimos un careo, la charla duró largas horas. Creo que fue una de las pocas veces en mi vida donde hablé tanto con alguien. Donde fui tan pero tan sincera en una charla. 

Fue así que, le pregunté:

-    ¿No valió nada la pena para vos? ¿Nada? ¿Ni una sola cosa? - lo miré, desconcertada - ¿No te ves, ***?  ¿Qué creés que deberías haber hecho para que una chica, en este caso yo, te quiera? ¿Ser otro? - ironicé - ¿Sos boludo, vos?

Se rió.

-    No, es que… No sé. No entiendo cómo me podés querer así… Vos, encima.

-    Yo no entiendo cómo voy a hacer para no quererte más, a vos encima – ironicé - ¿Creías que  tenías que ser otro, para que yo te quiera? Mala suerte. Tuviste tanta pero tanta mala suerte, que te cruzaste con una piba que te vió, así, como sos, con todos tus defectos y todas tus virtudes, y se enamoró de vos. ¿Qué terrible, no?

-    No digas así… - sonrió, dulcemente.

-    Es que me causa gracia, un poco más, boludo – me reí, desconcertada - ¿Vos tenés esa idea en la cabeza de que levantarse a una mina es llevarla a cenaaar, a un buen telo, hacerte el banana, no?  - se rió, con un gesto travieso – Y más, con una pendeja, claro, que tenés que presumir lo que no sos, parece…

Sacudí la cabeza, indignada, desconcertada, riéndome con perversidad. No podía entender cómo era incapaz de darse cuenta lo real de mis sentimientos. 

-    Tanta mala suerte tuviste y tan boluda fue la pendeja, que se enamoró de vos por lo que sos. ¡Se enamoró de cómo comés pizza con cara de boludo, con esa cara de nene al que le gusta algo! - enumeré-  ¡Se enamoró de los gestos que hacés cuando tomás mate, cuando hablás de algo que te gusta! - le dije, siguiendo - Se enamoró de lo pelotudo, de lo enormemente pelotudo que te ponés cuando querés que la pendeja se ría - remaché - ¿Es terrible, no? Te quieren por lo que sos, y te parece terrible… Tenés todo mezclado, vos… - suspiré.

-     No, no tengo todo mezclado… - contraatacó – Es que no tengo nada para corresponder a tanto.   No tengo fuerzas para soportar esta intensidad… No me da la cabeza, ya, para pensar cómo te devuelvo tanto…  ¿Cómo hago para bancarme si sale mal una cosa así, con vos, encima? –se puso firme –Entre más permito que estés conmigo, entre más cosas… pasan entre nosotros, entre más cerca estás de mí, te juro que es peor. Para mí, es peor, cada día de pasa… - tomó aire.

Lo miré, extrañada, seguramente. Se frenó, esperando que le hiciera la pregunta que, es evidente, ya le había hecho con los ojos.

-    ¿El afecto es peor para vos? – musité.

Mofó.

-    No, no es peor, no es malo, no… - se enredó. Me quedé mirándolo.  Tomó una gran bocanada de aire.


-    Es demasiado para mí - musitó. 

-    Si lo mejor que te puedo dar, para vos, es lo peor…  - me encogí de hombros - Cagamos, ***.

-    Es lo peor, justamente por eso – sonrió, con cara de embobado – Porque es impresionante, para mí, y al mismo tiempo, me está enloqueciendo… No puedo vivir así, Veinte. No me lo puedo bancar, ya pasé por todo eso hace muchos años atrás, y no se compara, tampoco.  De sólo pensar en pasar por esto… No tengo fuerza. No es que no me importes… Es que no voy a poder bancarme abrirme así, después de  tantos pero tantos años … - bajó la mirada – y que … no funcione. No soportaría.

-    Pero es así, la vida, el amor no siempre sale bien. ¿No nos miraste todavía? – mofé, con algo de sorna. 

Se rió. Me contagió un poco. 

Suspiramos.

-    El día de mañana, no voy a poder… evitar que sufras.

-    Ni vas a poder evitártelo vos – agregué, mirándolo fijamente. 

Cortó el contacto visual.

-    No, es cierto, no hay garantías… - me dijo, en voz muy baja -  Pero estoy seguro de que todo lo que yo pueda ofrecerte, en esta etapa de mi vida, va a ser poco para responder a lo que me estás dando vos y a todo lo que me darías...No tengo dudas. No hacés las cosas mal, al contrario, las haces bien, demasiado bien… Y justamente por eso, por lo que sos,  te merecés tener al lado un tipo que se pueda quedar con vos toda la vida y yo no lo puedo hacer. Tengo 42 años, nos guste o no nos guste.

Sonreí, porque pensé en un comentario con aires de chiste en una situación seria. De lo difícil que era para mí afrontar esta situación, no tenía filtro. Decía, prácticamente, todo lo que sentía, lo que pensaba, las cosas a las que le temía, las cosas que me había guardado pensando que tendría tiempo de plantear y de conversar consigo, los gestos que había pensado para demostrarle mis sentimientos. 

-    Decilo, dale… - me dijo, reblandecido, porque, evidentemente, me delataba el rostro. 

-    Que a mí sí me gusta… - admití, como enojada conmigo misma. 

-    Ay, Dios… - se tapó el rostro con sus manos, luchando consigo mismo -  ¿Por qué sos tan terrible, eh? - ocultó una sonrisa de cariño - ¡Vos te merecés a un tipo que te de la seguridad de que se va a quedar con vos, y yo no te la puedo dar, a mi edad! ¡Vos no me podés decir esas cosas… ¿¡Sos loca?! Por favor te lo pido... - inspiró hondamente -  Te merecés a un tipo que te de todas las garantías que se te ocurran, y yo no te las puedo dar. Entonces, ¿cómo voy a hacer? No lo puedo hacer. Puteame, enójate, mandame a la mierda cien veces; está bien. Hacelo si lo necesitás, si te hace bien… pero yo no puedo. No podría vivir con eso si sale mal. Ahora, aunque esté todo bien y no entiendas por qué hago esto, yo sé que no es demasiado tarde. A vos, en el futuro, te van a pasar un montón de cosas lindas, yo no te puedo cagar así…  – dijo, con aires de promesa, aunque con muchísima tristeza – Te vas a poder enamorar de nuevo, de un hombre  muchísimo mejor, y vas a estar bien con él. Vas a poder estar contenta y no enojarte, y no vas a tener que sufrir…  por culpa de un viejo que no te puede dar nada a ésta altura del partido.   

Me quedé sin palabras.

- ¿Lo que estás haciendo ahora es cuidarme para vos? – dije.

Asintió.

-    No puedo dejar que esto… pase más… Que siga pasando. No puedo, no. Es una locura. No puedo. Tengo que pensar . Tengo que poder pensar con vos. Es así.

-    Tu que “esto no pase más”, para mí, es “agradezco haberte conocido” – le marqué - Hoy te vas a ir como una rata, te vas  haber sacado a la pendeja fastidiosa y cuestionadora de encima – le advertí – Pero no trates esto como si fuera consecuencia de un error… Porque vos sabés que no es eso.

-    Yo no digo que esto sea un error, pero no puedo permitir que pase… Por tu bien.

Sacudí la cabeza, en total desacuerdo. 

- ¡Hacete cargo, y asumí que es tu bien, y no el mío, lo que está en juego acá! ¡Una vez hacelo, no puede ser que no asumas, que siempre la pelotuda franca sea yo! - me quejé - Te estás cuidando el culo, como un nene, pero no vas a poder evitar que te quiera como puedo en este momento. ¡Vos jamás vas a ser una vergüenza para mí! 
- Vos tampoco vas a ser una vergüenza…

- Y no, obvio, yo no soy nadie para vos. Ni siquiera, una cañita al aire, imaginate… - le hice un gesto de saturación.

 
Sacudió la cabeza.  Se pasó ambas manos por la barba.  

(…)

-    No creo poder arreglar todo esto para vos. Estoy trabado. No puedo demostrar sentimientos, yo. Hace muchos años, después de que me pasaron tantas cosas, me dije que no quería saber más nada. Me cerré completamente. Y… arreglar eso, ahora, es imposible ya, yo creo que no tiene retorno… - me confesó. 

Dudé mucho antes de preguntar: 

-    ¿Entonces vos no sentís nada conmigo? ¿Que yo esté acá con vos, en éste momento, no te provoca nada? 

- Sí. Es obvio que sí - dijo, sin dudarlo. 

-  Entonces no entiendo… - admití, doblegada - ¿Vos lo que querés decirme es que no nos miramos de la misma forma, que no nos queremos de la misma manera? ¿Eso es? O sea, sí, todo bien conmigo, pero no te gusto… ¿Eso es? - en voz alta, pensé e intenté identificar una sola idea clara, buscando su ayuda. 

- No, no es todo tan así, Veinte - me dijo. 

- Es que te puede pasar, ***, y por eso te lo planteo. No serías ni el primero ni el último en no corresponderme, ni en calentarse, solamente, con una pendeja... Está todo bien... 

- Es que… ¿no te das cuenta? A mi edad, y a la tuya, se quieren de dos maneras diferentes. La forma en que me querés vos a mí, Veinte, es… - hizo un gesto de efusividad. 

- ¿Intensa? - pregunté. 

- Muy. 

- Claro - caí en la cuenta - Y vos, a mí por lo menos, no me querés así - lo miré, pero bajé la cabeza - Está bien. Lo entiendo. Aunque sigue sin tener nada que ver la edad… 

-Es que yo no te puedo querer así… - insistió - Una persona joven, sí te podría querer así. No yo. 

- Pero… ¿qué tiene que ver la edad, me estás jodiendo? - le dije, saltando la banca. 

- Que, a ésta edad, yo no tengo nada para darte. No tengo… las energías que se necesitan para estar en una relación con vos. 

- ¿Energía? - pregunté. 

- Vos, a tu edad, tenés una energía… - dijo, con profundidad - Y yo, no tengo cómo hacerlo. 

- Pero, hasta ahora, no habíamos hablando de energía. ¿No te das cuenta como reaccionás, como reacciono yo? ¿Eso no es energía también? ¿O qué, no se te mueve un puto pelo, no te pasa nada cuando estoy en frente tuyo? -  quise saber, desde la mayor honestidad - ¿No te das cuenta o yo me drogo? - espeté. 

Sonrió, por mis formas. Mis formas. El modo en que no tenía filtro. 

-    ¡Más vale que me pasa! - dijo, gesticulando - ¡Claro que siento, yo sí siento con vos – dijo – pero te juro que no puedo, es demasiado todo esto…! - me atajó. 

-    ¿Qué quiere decir que no podés?

-    Que no puedo – dijo.

-    ¿Qué no podés?

-    Arreglar eso para vos, prometerte que voy a poder, que me va a salir bien, que voy a poder estar bien con vos… No sé, hacer todo cómo te lo merecés. Porque, te lo juro, vos no te das cuenta… Pero te merecés todo con lo que sos. Y yo no te puedo dar certezas, y si sigo adelante con vos y todo sale mal… - se le cortó la voz - ¿No te das cuenta que sería un hijo de puta? No es que sea un mal tipo, es que no puedo darte garantías de abrirme más después de tantos años y que todo resulte con vos. ¡Con vos, encima! - agregó, a la exclamación. 

-    Pero es no para mí, es para vos. No me tenés que prometer nada, a mí. Yo te quiero, y mientras que yo te vea feliz, está todo bien… - suspiré - ¿Sabés lo que pasa? Vos no me vas a entender, pero, para mí, con vos, no es tan científico… A mi me pasan cosas con vos que no me habían pasado nunca en mi vida. Y se dan así, con miedos,con enojos, con todo… Pero se dan o no se dan... - reconocí - Lo que yo creo que te pasa es que vos no te querés preguntar qué carajos te pasa conmigo porque me llevás veintitrés años… ¿Y cómo se va a dar, no?

-    Es que no puedo, Veinte, te lo juro que no puedo… - me confesó, con notorio malestar en su rostro -  No tengo fuerza para soportar esas preguntas. Hace muchos años, ya, pasó ese momento de mi vida. Éste es otro momento, yo ya me contesté esas preguntas hace muchos años y volver a hacérmelas ahora es… imposible para mí. No quiero, hacérmelas de nuevo - insistió - Perdón, te pido perdón, pero… no puedo, y tampoco quiero. 

Asentí con la cabeza, terminante. 

- Bueno…  está bien... - dije nada más - Entendí. 
- Pero, escuchá, eso no quiere decir que me chupes un huevo vos. De verdad, vos no, Veinte - dijo. 

Evadí sus palabras. 

- ¿Algo que haya hecho mal, que te haya lastimado? - pregunté. 

- No, en absoluto. ¿Sabés qué pasa con vos? Hacés… - tomó aire - demasiado bien todo para mí, de hecho…  Tenés todo, hacés todo bien, querés de una forma, vos… ¿Qué te doy yo, a cambio? ¿Cómo carajo hago con vos? ¿Qué te ofrezco, a los cuarenta y dos años? Ni siquiera te puedo ofrecer la seguridad de que yo me vaya a abrir más todavía y me vaya a salir bien. ¿Y vos te pensás que yo no me doy cuenta las cosas que sos capaz de hacer? Pero, a ver, esto pasa porque no tengo con qué corresponderte, no porque no me gustes, ni por nada de eso… ¿Estás loca? - se rió - Pero, fijate, en serio: yo no tengo belleza, cómo vos, no tengo tu edad, no tengo nada… 

Volví a desestimar sus palabras respecto a las apariencias. 

- Es que no importa nada de eso. ¿Sabés lo que no tenés vos? Voluntad, ganas de estar conmigo - admití - Por la razón que sea, te pesa todo esto que está pasando. Es una carga para vos, lo padecés, estás del culo pensando por qué mierda aparecí yo en tu vida tan pero tan ordenada - arremetí, con calma, aunque con firmeza - Pero ya desde ahí te estás haciendo un par de preguntas - le dije, con sarcásticamente -  Y, ojo, yo entiendo que hoy, ahora, en éste momento, no puedas hacértelas y ver, por qué estás así, qué carajo te pasa conmigo.  Que ni quieras saber qué carajo te pasa conmigo, por qué te estás poniendo así, que no te quieras cuestionar más, porque te pone mal meter el dedo ahí…  - le dije, dando la pauta de que no era ninguna tonta respecto a lo que percibía en sus ojos, en sus gestos y en sus modos de tratarme -  Pero, yo sé que te las vas a hacer y no te lo digo porque sea forra, sino porque es así...  – le dije – No te vas a escapar toda la vida de las preguntas, no se puede vivir así. Y quizá, listo, vos me digas que esto es una locura, que merezco a un chico joven, que no te querés cuestionar; pero, lamento decepcionarte, las preguntas están. Siempre van a estar ahí, lo quieras o no. Si no es ahora, conmigo, dentro de cinco años, vas a preguntarte. Si no, no estarías vivo - le expliqué - Sacá ésto de nosotros del medio y pensá en general, sin asociarlo conmigo o con vos… Aunque uno se quiera esconder abajo de la cama, las preguntas te encuentran - musité - A mí me encontraron cuando te conocí a vos y me quería matar, te lo juro, porque no entendía para qué me estaba pasando esto, por qué vos, por qué en ése momento de mi vida, por qué todo… ¿entendés? - asintió con la cabeza, mirándome con atención - Y tuve que hacerles frente porque eras más fuerte que yo… Me mirabas o te me acercabas y yo me moría porque por dentro me pasaban tantas cosas raras - me reí, con tristeza y Él me sonrió con la misma tristeza - Y acá, en tu caso, la cosa es al revés: si quisieras, podrías, pero no querés. En el fondo, lo que pasa con vos, es que no te bancás el precio, que no te dá para hacértelas, porque te falta voluntad… No energía porque tengas o no tengas 40 años,  sino, voluntad. Uno puede tener huevos toda su vida. O nunca - le aclaré. 

Bajó la cabeza.

-    No… es que sí, tenés razón, pero yo tengo esa fuerza... No puedo. De verdad, perdón, perdóname, te pido disculpas, pero no puedo. Vos no te ves, pero tenés una fuerza… Para mí es impresionante. Pero yo no tengo nada con qué corresponderte a eso. Y estoy seguro que… no soportaría si salen mal las cosas con vos.

-    A Seguro se lo llevaron preso – musité – Y vos lo que no te bancás no es si sale mal, esto; lo que vos no soportás, es el amor. Ése es el tema. No soportás el amor, que algo te parta la cabeza. A vos, te chupa un huevo mi amor. Quizá el de otra no, pero el mío, estoy segura de que sí. 

 

(…)



-      ¿Ya mismo te querés ir?

 Asentí, decidida, hermética y dura.


 - Vení conmigo  - me dijo, acercándose. 


-      No – musité – Por favor. Lejos, por favor. 

 - Veinte, por favor - me dijo, y se evidenció su cansancio.

- Estoy intentando ser clara. Me está costando mucho, por favor te pido… No sea egoísta. 

- Pero vos sos clara. Yo entendí. Te lo juro. 

- No, no entendiste. Si no, no te acercarías. 

- Pero es que no puedo… - se quejó. 

- ¿Qué  hacemos con todo esto, si voy con vos, de qué sirve todo lo que estuvimos hablando? - le pregunté, desorientada, como si me estuviera juntando en pedazos con una cuchara sopera.  

- Sí, entiendo tu punto…  Pero ¿ no te puedo abrazar una vez más? Después, no me vas a mirar más la cara, parece, y yo te quiero dar un abrazo de despedida por lo menos. Si te vas a ir, te quiero abrazar.

Se me acercó, despacio hasta quedar parado frente a mí. No lo miré a los ojos ni dispuse la cabeza para que me la agarrara entre sus manos, para besarme o acariciarme la cara, siempre tan delicado. Agaché la cabeza, un poco y la levanté, como si me hubieran pegado un latigazo en coronilla. Miré los cuadraditos de su camisa azul y beige, frente a mí, considerando mi altura.

 (...) 

- No sé cómo hacés para barcártela…  – le dije. 

Bajó la vista, con el semblante entristecido. 

- En un tiempo, te lo prometo, va a estar todo bien para vos - me susurró, despacio - Va a ser mejor. Vas a estar bien, yo te lo prometo. Esto no te va doler tanto con el tiempo, vas a ver. Va a pasar el tiempo, y yo no te voy a importar tanto. Te vas a olvidar de mí, vas a conocer a un tipo mejor y te vas a olvidar rápido… - sonrió, con tristeza - Vas a ver. Creeme,  sé por qué te lo digo...
- Yo no sé para qué me lo decís...  
- Te juro que no te lo digo para lastimarte - me anotició - Es lo que hay que hacer, esto, es lo que corresponde - anunció - No te lo digo para joderte, ni para nada malo. Creo que tiene que ser así, que merecés tener una vida normal... - reconoció. 

- Yo sé que todo lo que me decís es para que no sufra, de verdad, ya me di cuenta… - reconocí, en voz alta - Pero, por favor, escuchame, no me cuides, no intentes darme consejos ni nada - suspiré - Es una mierda que me digas esto para mí - reconocí. 

- Pero, es que así va a ser… Estoy seguro de lo que te digo. Una persona como vos no se merece sufrir por un viejo como yo, que no tiene nada para darte. Vos tenés que querer a otra persona que se quede con vos ¿sabés? Que viva toda tu vida con vos, y yo ya no puedo eso, Veinte. Soy viejo, no tengo la edad suficiente... Es una mierda, pero... 

Suspire y bajé la vista. 

-    ¿Me estás sacando de encima, en teoría, no te acordás? – me reí - Tenés que ser duro. No me podés hablar así, porque te juro que te diría que no sos viejo todos los días, como un remedio, cada ocho horas hasta que te des cuenta...  -  bromeé, vencida - Pero te veo a vos tan tranquilo que, de verdad, siento que hice y vi y entendí siempre todo mal… - le confesé, en un susurro - ¿Como puede ser que no me haya dado cuenta que para vos esto está re cocinado y yo estoy acá sufriendo cómo una forra? - le pregunté, sin rencor, solamente, desorientada al entero. 

Sonrió, por mi expresión. 

-   No me  digas así -me pidió - Es muy difícil esto para mí. Te entiendo, te lo juro, yo sé que te duele…  Es horrible, esto… Ya lo sé. Ya sé, yo, te juro que te entiendo…  – me repitió - Yo sé que te duele… 

-    Entonces sé bueno, no me quieras abrazar ni nada, dejá que me vaya a casa así… ¿si? - le pedí, más dulcemente. 

- Es que… - suspiró - Veinte, no me podés pedir esas cosas… - dijo, cómo un nene chiquito. 

      - ¿Y  cómo vamos a hacer, si no? - se me quedó mirando, en silencio - Sé que es decadente que te lo diga, pero te juro que no sé  ni cómo voy a hacer… Te miro, en éste momento, y no sé cómo carajo voy a hacer para poder querer a otro tipo… - le confesé, al borde del llanto - que no seas vos. Ojalá, te juro, ojalá tengas razón y me pase… Pero si no me pasa, por lo menos, ubicate, sé bueno. Decime, si no nos alejamos así, a lo bestia, ¿como vamos a hacer, como lo sostengo?  ¿No te das cuenta que es insostenible para mí? 
- Para mí también es una mierda. No hagamos las cosas así, busquemos la mejor manera, la manera en que sea menos doloroso para los dos - me indicó. 
- ¿Hay? - musité. 
- Sí, sí que hay - me dijo con dulzura - No nos enojemos. Por favor, no pienses ni te quedes con que soy un mal tipo. Yo no soy un hijo de puta. Quedate con todo lo bueno. Si no, es una mierda. 
- Ya sé que no sos un hijo de puta - admití - pero, si no creo eso, ya te lo dije, no sé cómo hacer. Lo que viene después de esta bronca, es lo peor, por eso me enojo - le dije, confesándoselo - ¿Cómo se hace? 

Todavía muy cerca de mí, bajó la vista. Yo también la bajé, casi apoyando la cabeza en su pecho.

- Vamos a tener que aprender a vivir con lo que nos pasa, nosotros dos… – musitó, sin tocarme - Es así ¿sabés? Vamos a tener que aprender a vivir con lo que nos pasa.  

 Me quedé callada. Acababa de soltar todas mis armas, mis escudos, mis razones. Nada era tan fuerte como ese horrible momento de alejarme de Él.

III

Casi cinco años después, cumple 47 años. Lo saludo. Chateamos. Me dice que tenga ojo, que el tiempo va a pasar para todos, en broma. Yo le digo que lo sé, ahora, a través de mi sobrino que viene en camino y pienso en el perro que se compró hace poco. Pienso en como cambia todo y, a veces, en lo lento que se da ese proceso. 

“Felicitaciones, tía”, me escribe en otro momento de la charla. Sonrío pensando en que, aunque no lo vea, esa forma de escribirme tiene una base dulce y no burlona. Lo acepto, de su parte, y se lo agradezco, con otra broma leve, sin intenciones malas. 

“ Te dejo que tengo un parcial”, insisto, luego de que me responda, para dejar las cosas así. 

Nos mandamos caritas de besito con corazón, a modo de despedida. 

 “Y tranqui hoy”, añade en referencia al parcial, igual que hacía hace cinco años, cuando yo no estudiaba en esta Universidad y, ni siquiera, estaba a pocos años de recibirme, a diferencia de ahora. 

Mientras tanto, seguimos construyendo nuestras vidas.  Y, a veces, me parece pensar que quizá sí, aprendimos a vivir con lo que nos pasó, o estamos aprendiendo, o vamos a seguir aprendiendo todo el resto de nuestras vidas.