"Por eso, lo único que me resta es pedirle a la vida o la suerte que me tiren una soguita. Que no nos reúnan, que no nos crucen, que no nos pongan en la misma vereda del mismo barrio, ni que nos hagan volver a vernos después de lo que pasó" .
Salgo de la oficina cinco minutos antes. Mientras hago las últimas tareas del día, porque estoy atestada de trabajo, pienso como me gustaría volver a casa. Me doy cuenta que tengo dolor de cabeza y que estoy con antibióticos, por lo que no quiero tomar subte y tren como hago a diario. Además, me digo, es hora pico. Cuento la plata que tengo en la billetera. Ochocientos pesos. Decido entonces que me tomaré una combi, como excepción clara, para poder volver a mi casa.
Tomo el subterráneo. Me bajo en la avenida más conocida de la CABA y tomo la combi. En el viaje, descanso y pongo música. Trato de procesar el día en el trabajo, mientras pienso de a ratitos en todo lo que comprende mi vida personal. Como algo y la cabeza me deja de doler. Era hambre, me digo, y caigo en cuentas de que durante el día solo almorcé rapidito y recién a las 19.00 hs probé bocado.
Bajo en mi ciudad, mi amado hogar. El aire del conurbano me hace bien al corazón. Mientras, le mando un audio a mi mamá diciéndole que estoy retrasada, que iré al cajero, que me espere para más tarde, para que no se preocupe y tengamos algún contacto en el día siendo que son casi doce horas fuera de casa.
Camino por la calle principal hasta el cajero. Cuando estoy por cruzar la calle, veo que un auto se estaciona adelante mío y no puedo entender quién lo conduce.
"Ay, no, esto no puede ser", me digo cuando reconocí a la persona que iba adentro.
El conductor de ese auto que sin darse cuenta se atravesó en el camino es Javier. También viene de trabajar desde el otro lado de la ciudad y nos acabamos de encontrar. Es casualidad, obvio, jamás pensamos que pasaría una cosa así, menos en este contexto, pero pasa.
Se me cruza. Directamente. Y metafóricamente. Se me cruza en el camino al cajero y en la vida. Parece joda. Pero es realidad. Él tampoco se da cuenta hasta que mira para estacionar y me ve.
Estaciona y baja del auto. Nos miramos por un momento. El con jean, camisa y zapatos, pero camuflado con un buzo. Yo con pantalón negro formal, botas y sweter, a juego con la campera. Nuestros looks de oficina son un plato.
- ¿Qué haces acá? - le digo, como si se lo gritara con el deseo que vengo guardando bajo llave.
"¡Qué mierda hace acá!", pienso.
- Hooola - me dice, y nos empezamos a reír.
Si, automaticamente, creo que de los nervios, me encuentro riéndome. No, no soy cínica ni forra, sólo que no lo puedo creer. Ninguno de los dos entiende cómo se encontró con el otro. Yo no puedo parar de repetirme que no puede ser. Que lo único que pedí fue no volver a cruzarlo...
- Vengo de trabajar... - me dice - Espera, voy a comprar pastas que esto cierra. ¿Vos?
-También vengo de la oficina. Me voy al cajero - le digo, y lo saludo con la mano.
Me agarra del brazo, me lo aprieta y me dice:
- Qué día hooooy - y se va.
Cuando me aprieta el brazo da cuenta de su deseo. Por la forma en que me mira y en qué me toca. Es como si dijera "ay, la puta madre, qué casualidad". Ya no me rio, pero la cara de estúpida seguro la tengo. Cruzo la calle. Todavía afectada por ese cruce, hago la cola para ingresar al cajero. Pienso que al menos fue breve el cruce. Que no dejó tantas consecuencias. Al caso, somos vecinos. No, no alcanza solamente por no pasar por la casa del otro, me digo lamentándome, quisiera que fuera suficiente escaparme del partido.... Pero ya no sé. Me pongo los auriculares y sigo haciendo la fila. "Ya está", digo. "No fue para tanto", añado en mi mente buscando superar la situación y seguir en mi sintonía.
Javier sale de comprar las pastas, lo veo y miro mi celular, no quiero que me salude aunque me muero de ganas. Pasados unos instantes, veo que se queda ahí, que no se va a su casa. Noto que se queda estacionado en su auto. ¿Me espera? No puede ser, pienso.
Me mira y me hace señas. Me saco los auriculares.
- ¿Te vas a tu casa?
- Si - digo.
- Te espero y te llevo - dice.
Asiento con la cabeza, obediente a mi deseo que me desborda. Quiero estar cerca de él aunque no esté bien y eso es una tormenta de arena en mis ojos. Mi mente se pone de inmediato pelotuda. Más tarde entiendo que no le puedo decir que no, pero que necesito decirle que no, no sé cómo.
No entiendo por qué me pasa esto. Estoy haciendo mi mejor esfuerzo... Le dije que no la primera vez, le dije que no el domingo pasado... ¿Por qué se pone difícil? También tiene límites mi resistencia. También siento. Y esto me consume. Me agarra con la guardia muy baja y mi cuerpo se pone en modo "cómo me gustaría poder decirte que sí".
" Dios mío, no puedo creer que me este pasando esto", pienso. Respiro hondo y trato de concentrarme. Saco el dinero en el cajero en tiempo récord.
Salgo y Javier sigue ahí. No, no se fue. No, no se arrepintió. Sigue-ahi. Una parte de mi esperaba que se fuera pero continúa estacionado, esperándome, después de ocho años, un encuentro, tres semanas de ese encuentro, y todo un mambo. Me da escalofríos está naturalidad en nosotros. Francamente, me da escalofríos que no exista incomodidad o distancia propia del paso de ocho años. Al contrario, hay confianza. Nos decimos cosas como si nos hubiéramos visto el día anterior. Y eso, hace todo muy-muy difícil.
Me subo a su auto. Dejo la mochila entre mis piernas. Acciono el botón de la puerta del asiento del acompañante y subo la ventanilla. No quiero que nadie me vea. Quiero disfrutar ese pequeño momento sin pensar en los demás. Total, no vamos a hacer nada incorrecto yendo juntos, me digo, para tranquilizarme y justificarme anticipadamente. Como buena cobarde.
Lo miro y me sonrio , sacudiendo la cabeza. De los nervios y de la ironía. Javier me mira y sonríe. Con picardía. Sigo sin poder creer que hace un ratito estaba en una combi, pensando que iba a merendar con mis papás, llevando algo rico para estar con ellos, y ahora...
- Hola, señora, ¿cómo está?- me dice - Compré pastas al final
- Que bueno... Rico.
- Tengo en gente en casa... Hay partido.
- ¿Quien juega?
- *** - me dice por el equipo de nuestra ciudad, con gesto obvio.
- Ni sabía. Se juntan, claro...
- Seh. Ahora cuando llego, con los chicos- me dice- ¿Cómo estás?
- Cansada. Día de locos en la oficina.
- Estaba imposible la Ciudad. Pero es linda.
- Es divina, si. Pero hoy, un chino volver Javi.
- Seh. ¿Cómo te fue en la cena del domingo?
Lo mire, me sonreí y volvi la vista al frente.
- Bien. Viste que cuando hablamos te dije que tenía que ir. Bueno, fui. Mi hermana está un poco mejor. Comimos algo. Compartimos, no está sola.
- Si, es jodido lo que le está pasando.
- Si. Por eso quería estar con ella.
- Hiciste bien. No son decisiones fáciles.
- No, ni ahí. Pero bueno, ahora está ocupada con lo económico... En lo que pueda, estaré presente.
- ¿Y vos?
- Bien, cansada... Me agota mucho el laburo.
- Como estás con tus decisiones, digo...
Lo mire, y me aguante las ganas de decirle de todo. Bueno, malo, prohibido, permitido.
- Como puedo...
- El trabajo te gusta...
- Maso.
- Ah, el otro día me dijiste que si... Me mentiste...
- Maso - le dije y me reí.
- Guuuuacha....
- No quiero hablar Javi. Estoy adaptándome. Los trabajos son así. La gente es mala gente, pero tengo que tener paciencia. Agradezco tener trabajo.
- Veo que estás pasando una etapa laboral y académica y personal también, de decisiones muy firmes... - ironizo.
- Javier - me reí - sabes que soy una bola de indecisión hoy en día. No jodas. Hago lo que puedo. Soy humana.
- Estas " si, no sé, no , si" - me dijo. Se rió.
Suspiré y no lo mire. Sabía que me miraba. Y sabía que me lo decía por su ingerencia en ese plano de mi vida. El personal. Nada tenía que ver lo laboral.
- Estoy en un momento de mucha contención en mi vida, Javier. Me contengo en la oficina, en lo académico, en lo personal - le dije - y siento que un día todo va a estallar.
Le hice un gesto. Se rió. Me miró. Lo mire y le hice un gesto conclusivo.
- Mmm, si, lo sé - dijo.
Me sonrió. Lo mire y no le dije nada más. Cerca de casa, le pedí que me dejara a media cuadra. No quería que nadie nos viera juntos.
Lo saludé con un beso en la mejilla. Después de haberme besado hasta la frente, le di un besito en la mejilla. Se rió. Me hizo reír. Creo que pensamos un poco lo mismo.
No volver a besarlo fue una decisión re positiva. Me agradeci. Mi autocontrol emocional estuvo ahí.
- ¿Qué? - dijo.
Me estaba pinchando. Si yo le decía lo que quería hacer, él no se iba a quedar atrás.
- Nada, Javi. Gracias por traerme.
- ¿Me vas a escribir para contarme? - me preguntó, por algo que le comenté.
- No - le dije como si fuera algo muy evidente y soltó una carcajada.
Suspiré, riéndome. Me baje del auto.
- O no nos encontramos nunca o nos encontramos todo el tiempo... - le dije, como con bronca porque era eso lo que tenía atracado en la garganta - Sos un fastidio en mi vida, Dios mio, sos un fastidio... ¿Qué haces acá, me querés decir? Fastidiosooo.
Javier se empezó a reír. Me contagió.
- Chau , querido. Adiós.
- Chau - dijo, sonriendo a más no poder.
Estaba tan a gusto que me daba miedo. Sonreía, se lo notaba entusiasmado. La energía estaba ahí. Las dos pulsiones jugando casi a pleno. El vaivén. Eso que revive a los muertos o a dos oficinistas cansados.
- Gracias. Chau - digo, y me despido.
Cerré la puerta de su auto. Caminé sobre la vereda igual que hace tres semanas la media cuadra de las apariencias. Me baje del mismo auto que hace tres semanas. Y sí, claro, entré en mi casa a seguir viviendo mi vida. Todas y cada una de las veces, creyendo que será la última.
Aunque a ciencia cierta, no me dejo de preguntar qué quiere el destino de mi. Más no puedo hacer. Evito mucho mi deseo pero si estoy a merced de una fuerza mucho mayor que yo, que nos pone en el mismo lugar en el mismo momento como si fuéramos fichas... ¿Que se hace? ¿Cómo se hace?
No sé qué hacer. Llego a mi casa, le digo a mi mamá que me trajo una conocida en auto porque me pregunta feliz como hice tan rápido. Ella está contenta porque vine pronto y yo estoy desbordada. Me tomo unos mates con ellos como siempre, vuelvo a mi centro despacito. Me voy a bañar. Necesito estar sola un rato despejando la mente.
II
Más tarde, Galeno me envía un mensaje. Le cuento todo mi día. Le pregunto cómo está. Me intereso por el, y por sus ocupaciones. El se interesa por las mías. Nos apoyamos. Nos mandamos besos. Con el siento que no tengo que salir corriendo. Al contrario. Quisiera que estuviera acá conmigo, para abrazarme a el y dormir en paz después de un día muy muy intenso. Me hacen bien al final del día sus palabras dulces, me hacen sentir en casa. Le devuelvo las mismas, porque las siento, y porque aunque todo sea diferente, Galeno es muy especial para mí.
Mi parte oscura está profundamente conmovida. Mi parte clara, hace lo mejor que puede. El deseo por Javier me deja agotada. Desplomada. Como si me consumiera toda mi energía resistirme a él. Es un deseo culposo, por lo demás. En cambio, la dulzura y la afectividad de Galeno, que también representa deseo, es como un susurro que aunque mucho más tenue me hace sentir querida. Tenida en cuenta para alguien que también uno tiene presente y a quien quiere.
Cuando hablo con Galeno, sin embargo, omito el encuentro a la salida del trabajo con Javier. No se lo podría explicar a nadie. Menos a él, porque sabe quién fue Javier para mí y todo lo bueno y lo malo que pasó. Además, aunque fue casualidad, entiendo que sería un motivo de discordia entre nosotros y no quiero eso. Quiero estar calma, aunque se complica a veces. En especial, desde que Javier irrumpió en mi vida de esta manera y me planteó mil preguntas.
Todo este último tiempo siento que recorro un camino inexorablemente marcado. Para bien y para mal. Algo que siempre estuvo ahí y llegó la hora de afrontar. Algo de lo que no puedo escapar por más de lo que quiera con toda mi razón.
A veces, tengo el presentimiento de que, tarde o temprano, me encontrará.