sábado, 26 de febrero de 2022

El fin del mundo

 Su cuerpo descansaba boca abajo sobre la cama. La silueta de la espalda con un hombro más arriba que el otro, por estar abrazando la almohada, se recortaba a contraluz y me parecía de los instantes más estéticamente bellos que había compartido consigo.  

Lo observé dormir todavía un rato más. Las extremidades largas, brazos y piernas por igual, y su cabeza enterrada en la superficie mullida como si no hubiera mañana. Su barba repleta de canas, pulcramente recortada, y su pelo morocho repleto de esos pequeños detalles plateados.  Ojos cerrados. Respiración acompasada. 

Me volteo sobre el colchón y me decido a dejarlo dormir, en busca de lo propio. A la noche saldremos a cenar y me doy cuenta que necesita cargar energías, a diferencia de mí, que manoteo el celular y observo redes sociales.  Sin embargo, a los pocos minutos suelto el teléfono sigilosamente y me lo quedo mirando. 

Galeno durmiendo es un espectáculo que me llena de ternura aunque no se lo haya reconocido a nadie más y aunque no esté dispuesta a hacerlo. Son momentos nada más donde su traje de persona fuerte y determinada se afloja y puedo ver además el semblante del buen tipo que es, independientemente de los placeres y sentimientos que a nosotros nos convocan en esa tarde de enero en Buenos Aires. 

De pronto, comenzamos a sentir un enorme bullicio que viene desde el exterior del hotel. Nuestra vista da hacia uno de los íconos de la Ciudad de Buenos Aires y, por eso, es comprensible que sea céntrico, sin embargo, no esperábamos una banda de percusión. 

Galeno se desparrama en la cama un momento pero todavía logra mantener su sueño. Yo, en cambio, muy despacio, me levanto a observar que pasa afuera y me aseguro de que la ventana esté cerrada, para que el ruido no moleste su descanso. 

- ¿Qué es? - me susurra. 

Miro unos minutos más para afuera. 

- No se ve nada. Pero creo que es una banda de esas que hacen percusión. 

- Me despertó el ruido... 

- Sí - le dije, volviendo a la cama - es ruidosa Buenos Aires. Aunque estemos acá metiendo siesta... 

- Y eso que no se escuchó nada hasta ahora - observó Galeno. 

- Sí, a la noche, por suerte, nada raro. 

Se desperezó una vez más y me miró, cayendo en cuentas de que estaba súper despierta. 

- Me quedé completamente dormido - me dijo, como disculpándose. 

-  Es que hoy anduvimos un montón... Necesitábamos un descanso. 

- ¿Dormiste? 

- Un poco. Como mucho, media hora - le dije.

Pasados unos instantes, Galeno volvió a ponerse en la misma posición que yo había admirado en silencio. Me miró, todavía con el sueño poblando su rostro, y dio vuelta su rostro hacia el lado contrario.  Le acaricié la espalda con cariño para que vuelva a relajarse, pero eso sí, también lo deseé. 

Tomé mi celular y seguí consultando redes para darle su espacio. Soy de esas personas que no le hablan al otro ni bien se despierta porque entiendo que tienen que ubicarse en tiempo y espacio. De hecho, a mí despabilarme por completo me lleva todo el tiempo que dura mi desayuno y siendo sincera, no me gusta levantarme y hablar demasiado por la mañana, ni mirar televisión o escuchar ruidos fuertes hasta que salgo a la calle, habiendo comido algo y tomado algo.  A diferencia,  cuando duermo con Galeno, me despierto luego de toda la sesión de masajes de buenos días que me hace para devolverme a la tierra y eso me parece lo más bonito que compartimos. El respeto por el despertar ajeno, el despertar al otro con afecto y sin apuros. 

II 

Por la noche, cuando volvimos de cenar, y ya acostados, el deseo volvió a tocarme la puerta. ¿Cómo expresarlo sin ser bruta, sin que suene a obligación cuando no lo es, o sin que suene a compromiso? Eso me pregunté, pero me limité a sopesar algunas maneras cautelosas, que le dieran al otro su espacio para elegir, antes de salir a abordarlo. 

Galeno me susurró algo muy breve, una solicitud, que me hizo volverme hacia él y sonreír levemente.  Volví a acariciarlo, igual que había hecho por la tarde, para que se relajara más aunque esta vez me cambió el juego y me llevó hacia su pecho. Me di cuenta enseguida que ese ajuste era lo que necesitaba para avanzar en mi abordaje e hice lo propio, poniéndome encima de su cuerpo, pegándome, sin dejar un tramo libre. 

Haciendo uso de toda la experiencia de sus años, él fue arreglando con mi cuerpo los términos de ese intercambio.  Hasta que, en un determinado momento, tomé todo el control de la situación, sacando a relucir una confianza inexplicable consigo y con el encuentro, olvidando por un rato la versión suave de mí, que creí era mi única manera de hacer las cosas. 

  Lo que sucedió después fue algo inesperado y  explosivo. En 27 años jamás había sentido algo así y si bien con Galeno los encuentros habían sido de gran química, lo que estaba tocando esta vez era distinto.  Supremo. Como si una determinación nueva me condujera. 

Todo mi cuerpo en perfecto acuerdo con mi mente fueron dejando salir un costado completamente intenso de mi misma que ni yo conocía, y mucho menos Galeno, que estaba recibiendo un caudal de energía inesperado, que le mostraba los encuentros físicos de una forma que nosotros no habíamos vivido hasta ahora y un ansia que no había visto jamás en mí. Sin embargo, atrapado por mi cuerpo, atravesado por mis brazos, inexplicablemente, supo ponerse al corriente de todas mis necesidades nuevas.   

Aferrada a su cuerpo como una garrapata, y dispuesta a pasar horas en esa situación,  dos formas de experiencia íntima  más intensas de lo que pensábamos, la suya y la nuestra, volvieron a juntarse.  La manera de hacerme presente en el cuerpo de Galeno con todos los sentidos, sobrepasó todo lo esperado o previamente vivido. Y la manera suya de hacerse presente en el mío, cumplió con todos mis deseos, lógicos de esta etapa de mi vida, donde para mí el sexo consigo es una dimensión necesaria e importante, junto con todo lo intelectual y mental que compartimos con la misma intensidad. 

Sin dudas, fue la primera vez en toda mi vida donde entendí que en algún lado de mi cuerpo hay una reserva de energía vital y empeño, además de desprejuicio, digno de mis 27 años. Es decir, con la intensidad y la pasión que uno siente en sus años de juventud y con la que contagia, eso sí, al otro si es que  está dispuesto. Con la que sólo busca disfrutar y guardar ese recuerdo en su memoria para siempre. Y lo cierto es que Galeno, a sus casi 53 años, estuvo dispuesto a disfrutar cada segundo. 

Por un largo rato, y especialmente en este round, la diferencia de edad y las marcas de la intimidad  que forjamos antes, se esfuman.  Aparece un universo nuevo: dos energías intensas que encuentran una misma frecuencia y que dejan establecido algo mucho mejor que lo anterior. 

Yo creo, - aunque en ese momento ni lo pienso porque soy una bola de sensaciones en un cuerpo terrenal- que si de afuera alguien nos pudiera observar vería a un hombre y a una mujer haciendo el amor como si fuera el fin del mundo. 

 Es así, sí. No lo puedo explicar de otra manera: esa noche, con Galeno, hicimos el amor como si fuera el fin del mundo.  

Quizá, si tenemos suerte, logremos que se guarde para siempre en nuestra memoria. 


jueves, 24 de febrero de 2022

Borges en su voz

 - Estuve leyendo. Mucho. Subí una lectura a Instagram. Después decime qué tr parece - me dijo Galeno. 

Plena pandemia. Hacía meses que no nos veíamos. 

- Si. La voy a ver. Me gusta escucharte leer. 

- Cuando quieras ... 

- Cuando vos quieras - lo burle- Extraño que me leas. 

- Te puedo leer ... 

-¿Me lo mandas como la otra vez? 

- Claro ... 

- Me encantaría - acepté. 

II

Unos días después, Galeno me envió un poema de Borges leído en su voz: 


                         SÁBADOS

Afuera hay un ocaso, alhaja oscura
engastada en el tiempo,
y una honda ciudad ciega
de hombres que no te vieron.
La tarde calla o canta.
Alguien descrucifica los anhelos
clavados en el piano.
Siempre, la multitud de tu hermosura.
A despecho de tu desamor
tu hermosura
prodiga su milagro por el tiempo.
Esta en ti la ventura
como la primavera en la hoja nueva.
Ya casi no soy nadie,
soy tan solo ese anhelo
que se pierde en la tarde.
En ti esta la delicia
como esta la crueldad en las espadas.

Agravando la reja esta la noche.
En la sala severa
se buscan como ciegos nuestras dos soledades.
Sobrevive a la tarde
la blancura gloriosa de tu carne.
En nuestro amor hay una pena
que se parece al alma.


que ayer solo eras toda hermosura
eres tambien todo amor, ahora

III

Hoy, lo encontré de casualidad en mi celular. Volví a escuchar el audio. Y recordé por qué extrañaba tanto que me leyera en contextos pandemicos:  tenía miedo de olvidar su voz. 

Al final, hoy pasado el tiempo, he comprendido que la vida da muchas vueltas. 


miércoles, 23 de febrero de 2022

Lo más genuino

 La otra mañana mi sobrino-"bebé" estaba siendo cuidado por mi madre. Yo, estaba en mi casa estudiando, por lo que aproveche y le mandé un mensaje a mi mamá preguntando por él. 

Mi madre me dijo que estaba bien y me mandó una foto de mi sobri tomando su desayuno, con carita de dormido. Cuando vi la imagen, le pedí a mi madre que le mandé saludos de mi parte. Pero además se me ocurrió que, como yo también estaba desayunando mientras estudiaba, me podía sacar una foto y enviársela.  Eso hice y pedí que se la mostrará al gordi. 

- Mira, acá está tu tía, también está desayunando - le dijo mi madre. 

Él -según afirman los testigos- miró la foto y le dijo a su abuela: 

- Es muy linda  - y sonrió, con cara de ternura. 

Enseguida, mi madre me envió un mensaje de voz contándome la anécdota llena de ternura. Así que al ratito lo "video-llamé" y estuvimos charlando. Nuestras charlas, consisten en que me muestre sus juguetes y yo le hago preguntas simples para que podamos interactuar. Además, le pregunto si comió, si se está divirtiendo o si está haciendo caso (porque es bastante travieso el muchachito). 

 II

Hace unos días nos volvimos a ver, después de este episodio, y leímos juntos un buen rato. Siempre que me pide que le lea sus cuentos preferidos, le digo: 

- Dale, mi amor. Buscá el libro que vos quieras, acercate, y yo te lo leo. 

Cuando se acerca con el libro que elige exclusivamente - porque él elige su lectura, no le gusta que le leas algo diferente-, le abro mis brazos para que se acomode en el interior, agarro el libro con los manos, y le leo. Abrazados, mientras le voy señalando lo que estoy contando usando las ilustraciones, se aprende de a poco las historias con gran detalle.  Le hago voces diferentes para cada personaje, respeto las exclamaciones y todo tipo de inflexiones en la voz que lo mantengan interesado con la actividad.

 Él ya sabe que, cuando se trata de leer, siempre se lleva de regalo un abrazo y que si no quiere, también está bien.  Y yo sé que, así, quizá y con suerte, le puedo enseñar que la lectura conlleva una instancia de intimidad hermosa cuando se comparte, y que el amor por los libros también existe. 

De hecho, lo más genuino que me dio la vida, el amor más genuino, es hacia mi sobrino y también hacia los libros, entre tantas otras cosas con las que me ha bendecido. 


PD: estoy preparando un examen (otro) con poquitísimo tiempo, pero necesitaba frenar dos segundos y desconectar pues desde las 09 am. no me despegué de la materia y son casi las 19.00 hs. 

Qué tengan un buen final del día :) 

domingo, 20 de febrero de 2022

"Back to University" , le dicen.

 Una de las diferencias que noté desde que empecé a estudiar algo que no es una carrera humanística, se trata, obviamente, de la técnica.  Acostumbrada como estaba, y estando ya en el tramo final de una carrera de mucha-mucha lectura, mis modos de estudio estaban establecidos desde hacía años.  De la misma manera, también todo lo que necesitaba para estudiar. 

Para Letras, yo me acostumbré a simplificar lo más que pude las cosas. Primero, porque rara vez cambié mis técnicas de estudio y, además, por cuestiones económicas durante los primeros años de la carrera.  Me compraba un cuaderno, lapiceras y los apuntes que podía necesitar. Los libros, los conseguía digitales, no porque me gustara, sino, porque a veces me servían para un parcial y después no los volvía a utilizar.  Lo más costoso que he comprado como estudiante de Letras han sido diccionarios. De Latín, de Mitología Griega y un diccionario de Símbolos (que sirve para analizar obras de todo tipo y en cualquier momento y es una maravilla total). 

Ya en un tramo final que recorro lentamente hace dos años, y especialmente trabajando, compraba algunos libros en papel para poder leerlos en el viaje a la oficina. El resto, y con la virtualidad, empezó a estar digitalizado. Así que me bastaba con unos resaltadores y el resto de los útiles básicos. Un cuaderno por materia además estaba bien. Además la virtualidad acomodaba todo mucho mejor para los estudiantes en cuanto a materiales, costos e insumos. 

II

Hace ya bastante tiempo, y por otras cuestiones, comencé a formarme en una rama que no es humanística, sino, su contrario y me di cuenta que no sólo son otras las técnicas de estudio, sino, los gastos y las cosas que voy necesitando en el rubro de librería, que hasta ahora, no me hacían falta y que había dejado de comprar cuando terminé el colegio secundario hace ya diez años. 

Pero ahora, ya es casi casi seguro que vuelvo a la universidad presencialmente y me doy cuenta que necesito algunas cosas.  Como hace un año que no compro en una librería estoy evaluando qué compra hacer ahora en relación a los precios que están manejando. 

Cabe decir que con la inflación soy bastante impresionable. Me espanto, en general, con el valor de las cosas porque pienso en que mucha gente no puede lidiar con esos precios y a veces hasta a mí me pasa.  Sin ir más lejos, el otro día, cuando fui al shopping luego de un tiempito y me fijé precios de distintas prendas de ropa quedé pasmada. No podía creer que un buzo estuviera once mil pesos, por ejemplo, fuera de la marca que fuera, porque pensé en los sueldos de los trabajadores y me pareció un despropósito total.  Obviamente que yo compré lo que necesitaba y lo conseguí a otro precio, pero me asombra que puedan animarse a vender algo por esa cantidad.  De eso es de lo que, en realidad, me espanto. ¿Cómo hay gente que está dispuesto a gastar once mil en un buzo y le parece adecuado el precio? 

No sé... Creo que en mi caso tengo más asimilada la inflación de los alimentos, porque hago las compras siempre, y noto cuando algo aumenta o cuando hay diferencias de precios en comida, bebidas, vegetales, etc. Lo mismo con los servicios básicos o cosas muy cotidianas de las que estoy al corriente.  Pero comprarme ropa no es cotidiano para mi, sino, algo que no me gusta mucho hacer. Y lo mismo me ocurre, por ejemplo,  con los insumos de librería que no compro siempre, aunque me encanten. A los precios los pierdo de vista y cuando los voy a buscar, están allá en una nubecita. 

Eso sí, tengo que reconocer que mi manera de distribuir el dinero se centra en cosas que no toda la gente debe utilizar necesariamente. Por ejemplo, productos de cuidado recetados por un dermatólogo, productos de belleza que tienen que ser si o si de marcas de laboratorios o maquillaje que no puede ser de baja calidad.  

Soy una persona con piel super reactiva.  Sufro de piel sensible en el rostro (rosácea, en grado dos), en el cuero cabelludo ( si uso malos productos la piel del cuero cabelludo se me cae, literal ) y en todo el resto del cuerpo, donde sucede lo mismo.  Todo lo que sea de una calidad inferior a la que uso, me reseca la piel, comienza a descamarse y a hacer lío, pero además, a generar dolor. Lo mismo me sucede con el maquillaje, que específicamente los que están en contacto con la piel, tienen que ser de La Roche Posay.  El resto, no necesariamente tiene que ser de La Roche Posay, pero sí, de buena marca.  Si no, al otro día, estoy llena de alergia y de orzuelos. 

Por eso, trato de simplificar los otros rubros donde puedo hacerlo y por eso me espanto a veces de lo que salen las cosas con ciertos gastos asociados a la salud que debo realizar.   Eso si: no soy una persona tacaña y entiendo que el dinero se ha hecho para gastarlo y entiendo que cuando es bien invertido, como es el caso de mi piel, es una suerte poder hacerlo. 

Parece que en este caso, además de concentrar toda mi emoción en el rubro del cuidado personal, voy a desviar fondos en un par de cositas como cuando tenía quince años y amaba fuerte todos los útiles que me compraban mis viejos para que fuera al colegio siempre con todo lo que necesitaba y con útiles que eran de los más bonitos (y los que realmente quería). 

Ahora, que ya soy grande, entiendo cada día más todo el esfuerzo que hacían para tratarme como a una princesa.  Me invade la ternura y me olvido de la inflación. 


sábado, 19 de febrero de 2022

La milla extra

Observé a Galeno enfundarse en una camisa Levis, a cuadros, en un tono entre rojo y bordó. Pensé: "esa camisa me encanta", y seguí cambiándome.  A continuación, un relámpago de fragancia masculina me impactó los sentidos. Galeno se ponía perfume francés antes de calzarse el barbijo.    Lo miré, valorativamente, y le sonreí. Me miró, hizo una mueca, aunque tampoco rompió el silencio.  Me gustó eso de nosotros. Lo innecesario de romper el silencio a cada rato es un concepto que manejamos bien. 

Terminé de alistarme para salir a cenar con un conjunto de jean oscuro y remera beige,  es decir, algo tranquilo y casual, resignando mis looks más finos de verano por causa de un fresco inesperado. Eso sí: si bien mi vestimenta era simple, más de lo que hubiera querido,  me puse mi perfume favorito, me acomodé el pelo y corregí levemente mi maquillaje.  Un poco más de polvo compacto, retocarme la máscara de pestañas y añadir brillo labial. 

Ya en el ascensor del hotel, arrastré una mano a través del pecho de Galeno y le acomodé la solapa  los bolsillos delanteros, con botón a presión, porque una estaba levemente doblada.  

- Me encanta esta camisa - le dije, siendo coherente con el primer pensamiento que apareció cuando la usó.  

Me miró, me sonrió por un momento y me hizo una broma por una cuestión política. Me sacó una carcajada porque sabe que a mí el look de camisa en un hombre me gusta y trajo a colación a un funcionario que también usa camisas, cancheras, y que se roba algunos suspiros. 

- La traje para usarla, hoy está fresquito así que sale... - añadió.

- Miralo a mi *** tirando facha, eh - lo burlé con cariño. 

- Hoy me pareció apropiado. 

Lo miré, de arriba a abajo, en una rápida valoración. Casi como si quisiera confirmar que estaba lindo. Casi como si yo quisiera evitar sentirme no del todo linda. O no igual de linda que me sentía antes, bajo su mirada.  Me dije que eran mambos míos. Bajamos del ascensor y nos fuimos saludando al trabajador de la recepción en el turno noche. 

Galeno y yo cenamos en una pizzería porteña que amamos, que se ubicaba a pocas cuadras del hotel, apropósito, claro que sí.  La comida es de lo más rica que he comido en mucho tiempo, y lo cierto es que la pasamos bien al punto de tomarnos algunas fotografías, observar a la gente, ser observados un poco por algunas personas (siempre las mujeres son las que ponen caras raras y enseguida miran al marido tipo: "¿será la hija, será la amante, será la novia?") y dedicarnos a disfrutar. 

En un determinado momento de esa cena, él me miró y me preguntó - con su rostro - por qué estaba en silencio hacía un rato largo. Al estar en algunos momentos con el celu, lo que yo hacía era guardar silencio para no interrumpir porque él mantiene la misma deferencia conmigo. Así que comía y observaba. 

- Estoy siendo feliz, acá con mi porción de pizza - le dije, y seguí comiendo. 

Sí, yo estaba disfrutando porque ese lugar era otro símbolo en el mapa de la ciudad.  Galeno me sonrió, con mas suavidad en su rostro.  Le levanté un pulgar en señal de aprobación por la comida.  Seguimos con algunos chistes, comentarios y datos. Me tomé un momento para contestar algunos mensajes de mi familia y mis padres.  Él se tomó otros, porque estaba organizando un asado para el día siguiente, ya en su casa. 

Un ratito después, cuando ambos terminamos de comer, y mientras esperábamos la cuenta, me acerqué a Galeno y le pasé una mano por el hombro, extendiéndome hasta el cuello.   Cabe decir que yo soy bastante tímida para los afectos en público, con cualquier persona. Sin embargo, con él y en ese momento, sentí ganas de tocarlo. 

Me miró ante el gesto dejándome hacer. 

- Te arremangaste... - le dije,  bajando la mano por su brazo, hasta el doblez de la camisa.

- Si, a veces, la uso así. Me gusta. 

- Es favorecedor - dije. 

"Favorecedor", pensé. "Este tipo me gusta de los pies a la cabeza y yo le digo que su look es favorecedor. ¿Por qué tan seria? ", me reproché a mi misma, mientras Galeno le daba sus últimos sorbitos a su bebida. 

Trate de pensar lo que me estaba pasando. Lo deseaba, eso era obvio, pero además sentía una ansiedad justificada solo en partes por desearlo. Ansiedad tan propia de mi edad, tan propia de mi etapa, que sin embargo, frente a la calma de Galeno, me resultaba extraña. 

Terminamos de cenar y salí del local con la certeza de que fuera cuál fuera el resultado final de esa noche, si dejaba los fantasmas de lado y la ansiedad insoportable, me iba a regalar la posibilidad a mi misma de disfrutar algo que en otro momento de mi vida había deseado vivir. 

Con Galeno caminamos bajo la noche fresca pero menos que los días anteriores. Nos cruzamos con perros que nos vinieron a saludar y seguimos con los comentarios sobre una  pareja de gente mayor que habíamos visto en la pizzería y de quién habíamos elogiado ese disfrute tan sano de lo simple y esa sabiduría de no hacerse problemas por tonterías.  Justo lo que estaba necesitando, que no me ganara la ansiedad de mis veintisiete años o las inseguridades repentinas.   Caminando, me relajé. El aire fresco y la confianza, es decir, lo que Galeno y yo armamos cuando estamos juntos, tomó más fuerza que la ansiedad de ni sé qué cosa o la repentina inseguridad de no sentirme lo suficientemente linda, de pensar que quizá ya Galeno no me encontraba linda.  

En cuanto nos acostamos, un rato después, Galeno me acerco a su cuerpo para acariciarme. Comentamos algunas cosas de un programa de televisión que ninguno de los dos mira jamás. 

 Mi ansiedad fue bajando y me fui adaptando de nuevo al ambiente donde esa manera de ayudarme a dormir tan casta y tierna, pero además tan deseable, me ponía en la disyuntiva de pedirle por favor otras habilitaciones. Y al mismo tiempo, su calor me calmaba. 

- Ya miré suficiente televisión - dijo, asqueado. 
- Somos dos. Apago - dile solamente. 

Estiré todo mi cuerpo para buscar el control y otro tanto para dar con el sensor de la televisión.  Logré hacerlo y volví a caer sobre el colchón.  Galeno no me dió tiempo siquiera a darme vuelta que ya me había atrapado entre sus brazos.  Era en toda regla una llamada al placer.  En la penumbra, me sonreí. 

- Siento una presencia muy cerca - le dije y me reí, remoloneando entre sus brazos. 

Galeno se rió, despacio, y me acaricio el pelo largo, acurrucándome de costado.  Con una fuerza que no sabía donde tenía, me acerque a su cuerpo asumiendo un rol totalmente activo.  La misma ansiedad y expectativa que había sentido antes de la cena empezaron a brotar. El deseo. El deseo en todo su esplendor.  Era el momento. 

Me apropié de su figura a medida que lo iba acariciando. Algo distinto me pasó. Más intenso. Propio de una energía joven, como la mía, llena de expectación frente a alguien que desea y una forma diferente de demostrarlo y de proponerlo.  Una forma de repartir las cartas que ni yo sabía que poseía en ese grado.  Todo lo contrario a la inseguridad que había sentido.  Con el mundo en off, dejándonos llevar como nunca, expresando todo, poniendo todo y brindando todo. 

Recorriendo la milla extra en otro encuentro como de fin del mundo. 

viernes, 18 de febrero de 2022

Punto de inflexion

Es curioso como en la vida ocurren determinados puntos de inflexión que cambian las cosas en modos considerables.

Si miro para atrás, hace un año, mi vida era completamente diferente. Diferente de verdad.  Y si miro hoy en día mi vida me asombra lo poco que queda de todas esas cosas y lo mucho que hay a cambio.

 Cuánta verdad. Cuánta... Fuerza.  En un añito nada más. Uno de 27. ¿Qué significará toda una vida, si un solo año te puede enseñar tanto? 

Recuerdo cómo me costó afrontar y asimilar la noticia de la perdida del trabajo. Ese fue mi primer punto de inflexión. Supuso, ahora lo sé, enfrentarme a situaciones que desconocía. Supuso chocarme de frente con necesidades que nunca había tenido, con presiones, con miedos y con muchas situaciones incómodas asociadas a ese cambio. 

En ese momento y a medida que iban pasando los meses, juro que no sabía que hacer. No sabía cómo hacer. Ansiaba que alguien me dijera por lo menos si lo estaba haciendo bien o mal.  Pero no había nadie. Y tocó seguir caminando. Con o sin laburo. Con o sin conocimiento sobre que hacer, justamente, porque si fuera así este presente no tendría sentido. 

Quizá para una persona perder el trabajo no sea tan grave. Reconozco que hay cosas mucho peores que eso. Pero para mí si fue algo muy duro. Una sacudida de bandeja importante. 

Para mí el trabajo represento siempre cosas importantes. Me enseñaron a valorarlo, a cuidarlo y a ser responsable con el asunto. También me enseñaron, cuando era pequeña, que si tenía que recibir un llamado telefónico para mí papá (de algún cliente) era necesario tomarle los datos y decirle a mi papá. "Porque es un cliente de papá, Veinte, así que no te olvides de decirle que lo llamó". Y si. Desde pequeña si llamaba algún cliente yo sabía que tenía que hacer. Y lo anotaba. Y le decía dónde podía estar mi papá y pasaba el recado.  

La cultura del trabajo siempre estuvo presente en mi casa. Desde que nací. Y especialmente en mi papá, que francamente, trabajó en su vida más de lo que disfrutó.  Y me demostró con el ejemplo que, aunque no tengas estudios universitarios o una familia que te apoye, como la que tuvo el, siempre podés salir adelante. Con esfuerzo. Con voluntad. Y con trabajo en todos los sentidos. 

Hasta el año anterior mi vida funcionaba súper bien en términos laborales. Tenía un trabajo. Me habían ascendido. Estaba cómoda y aprendía. No tenía problemas con nadie por suerte y trataba siempre de ser buena compañera porque cada uno tenía sus batallas personales.  Con mi trabajo me mantenía todos mis gastos, colaboraba en lo que podía en mi casa y le compraba cosas a mi familia. A veces a mí mamá, a mi papá o a veces para mí. Obviamente, cuidaba mi trabajo porque con eso por encima de todo costeaba mis estudios en la universidad. Y si, iba por la vida agradecida porque mis papás me hubieran dado educación y sustento para poder devolverlo y para hacer mi propio camino con honradez. 

II

Cuando perdí efectivamente el trabajo, porque la empresa donde trabajaba fundió, para mí fue un gran quiebre.  Un freno a los proyectos, dudas, incertidumbre... Tantas cosas que yo nunca había vivido. Tantas cosas que mi papá me había evitado trabajando para que no me falte nada tantos años...  Y que ahora me estaban tocando. Si, fue duro. Duro de vivir. De procesar. Y de no poder hacer más que lo que hacen todos, es decir, buscar y esperar. 

Y eso, aunque parezca que fue algo solo relacionado a lo profesional, en realidad, hoy entiendo que vino a cuento de un montón de cosas.   Pero muchas cosas, de verdad.  Cosas que iluminaron... la vida que quiero vivir. Una forma de vida en particular. Algo que no tenía tan claro en ciertos aspectos, hasta antes de todo esto. 

III

Hoy se que las pérdidas, en algunos casos, se vuelven necesarias para crecer.  También se que si no hubiera perdido el trabajo y recorrido este camino hasta ahora, jamás hubiera cuestionado todo lo que cuestioné.  Y creo que jamás me hubiera... Priorizado tanto como hoy si lo estoy pudiendo hacer. 

Son sentimientos encontrados. Por un lado estoy feliz por mi crecimiento, por cómo madure, porque me siento más fuerte, porque atravesé esto sin esconderme detrás de frases idiotas o motivación tóxica. Y esa felicidad de desarrollo es la que me da fuerza para todos los días ponerle una ficha a lo profesional y lo académico.  Por otro lado, a veces extraño la tranquilidad de mi vida hace un año atrás en mil sentidos. O todo lo bueno que podía hacer para los demás gracias a mí trabajo. 

Pero eso sí, en una instancia media entre un lado y el otro, puedo decir que todo lo malo me sirvió mucho para empezar a cambiar cosas en mi vida que ya no iban más. Formas. Vínculos. Pensamientos. Comportamientos. Todo eso, he de decir que se modificó y se sigue modificando cada vez más al hueso. Que me ayudó y me ayuda a contar vínculos con los que no me siento cómoda y donde me siento obligada a no cambiar.  ¿Y como es eso posible si a mí me cambio mucho la situación en un año? Lo laboral en un comienzo. Lo académico. Lo profesional con mirada a futuro. La relación con mi familia. La relación con mis amigos, o más bien, la intolerancia ante actitudes de mierda... Todo cambió. 

Si.  Los puntos de inflexión son esto. Un "bueno, hasta acá". Un límite. Un respeto por la vida que uno eligió vivir con todo y sus dudas. Con desesperación y empuje. Con fuerza y ganas de cambiar el juego. De ganarlo.



martes, 15 de febrero de 2022

A susurros suaves ...

 Estábamos a punto de dormir , cuando con Galeno se dió una charla muy breve pero que sintetizaba cuestiones muy hondas.  

Una de sus manos descansaba sobre la parte baja de mis muslos con las que me arrimaba hacia su cuerpo.  A todo esto yo acompañaba su contacto con algunas caricias en sus brazos, manteniendo una receptividad clara.  Desnudos como estábamos, y en la penumbra, la intimidad en todos sus sentidos flotaba en el ambiente.  Incluso, hablábamos en voz muy baja. 

- Estoy intentando tomarme las cosas con calma - me dijo - No discutir. 

- ¿Para lidiar mejor con el estrés? - le pregunté. 

- Para vivir - susurró - Voy a tratar de no enojarme tanto con las injusticias del Hospital. Ir calmándome. 

- Entiendo... - musité. 

- Vengo trabajando en eso... 

- ¿Y se siente mejor internamente esta postura? - le pregunté. 

-Veré. A veces, se complica.

Me aferré a su cuerpo y busqué la cara interna de sus brazos. 

- Por estas venas, te va a seguir corriendo sangre siempre - le dije, mientras lo acariciaba con cuidado  -  Pero te va a dar paz también saber elegir tus causas. Por calmarte no vas a dejar de luchar. Vas a hacerlo a su debido momento. 

Galeno me escuchó en silencio. 

- Lo sé, si. He pensado que a veces no vale la pena saltar y agarrarse... Y me guardo, pero otras veces salto y pienso "¿para quéee?".

- Que te corra sangre en las venas es una gran virtud - le susurré - y una gran decisión sobre qué hacer. Hay que elegir por qué vamos a luchar y considerar que vos tenés una vida. Seguir indignándote por las injusticias del mundo es algo que va a pasar. Forma parte de cómo vos ves el mundo. 

- Ni hablar - musito. 

- Pero ahora, podés elegir. Y quizá eso te ayude a afianzar la postura nueva, más zen, sin perder esa fuerza que te caracteriza, por otra parte... 

- Quizá. Voy a ver como se acomoda dentro mío esta nueva postura. 

- No vas a dejar de sentir con intensidad. Moderá pero sin cambiar lo que sos. 

- Sí, así soy. 

- Igual... - dudé. 

- ¿Qué? 

- Está bueno que tengas sangre en las venas... - le dije, en tono de confesión - Sos intenso. 

Galeno se acercó a mi cuello, se rió por lo bajo, y me dió un leve mordisquito de cariño. Yo me reí también y recorrí el brazo que descansaba sobre mí para poder tomar su mano. Acaricié sus nudillos algunos segundos, hasta que la tomé y él a la vez la tomó, masajeando mi palma.  Después, entrelazó sus dedos a los míos. 

- Sí, me corre sangre... Siempre ha sido así. 

- Sin dudas, es mejor que ser una momia. 

Galeno me pegó hacia él con intensidad. La misma que acababa de señalarle. Perdiendo las manos por mi cuerpo, cubrió mi figura con el suyo, bastante más grande que el mío.  Me sentí bien.  Era de una ternura que no esperaba y que no tenía que ver más que con el compartir, inclusive, el erotismo de estar juntos en la misma cama. 

- Amo tus manos, en serio - musité, mirándolas mientras sentía su respiración a la altura de mi cuello y todo el contacto de su cuerpo viniéndome por detrás.  

 Podía ver cómo finalmente luego de tanto tiempo, acariciaba con sus manos las mías. Sus dedos largos y sus uñas prolijamente cortadas se paseaban entre mis nudillos y el esmalte semipermanente rojo de mis uñas. Las amaba, sí. Las seguía amando y deseando como siempre. 

- Siempre están a disposición   - me dijo. 

- Gracias por eso. Es muy generoso de tu parte ...  - le contesté, con más picardía - Tengo que cuidar a mis manos - le dije, aunque estuviera hablando de las suyas. 

Galeno se carcajeó. 

- Todas tuyas. 

- Yo sé que son tuyas, pero - le susurré, en broma - son mías.  

Me reí, sintiéndome avergonzada.  Galeno también se rió. 

- Tuyas - dijo. 

Acomodó una de sus manos en mis lolas, reteniéndome a su lado, enlazada.  

Yo, le acaricié la palma hasta que me quedé en un absoluto silencio, con los ojos cerrados, que me condujo de modo inevitable al sueño. 




sábado, 12 de febrero de 2022

Reflexión de sábado por la noche...

 Me tomé el sábado para descansar luego de una semana movida. 

Estoy investigando y escribiendo para un trabajo de la facultad sobre literatura medieval para poder, en el largo plazo, sacarme una materia más de encima (no saben lo largo que es ese proceso para los estudiantes de Letras).  Esto conlleva leer y leer y leer hipótesis teóricas hasta poder formular la mía propia, apoyada por fuentes coherentes y darle a todo ese remix una coherencia y cohesión que sean funcionales y adecuadas al caso. 

Por otro lado, ya empecé algunas de mis clases (aún virtuales) por lo que tengo lecturas pendientes de esa asignatura.  A esta materia la curso dos veces por semana, con clases de cuatro horas, hasta muy tarde en la noche. Pero, al mismo tiempo, durante el día esta semana aproveché para investigar y leer otro tanto y por la noche me fui dedicando a esa materia.  Si bien me cansa, no quiero dejarla de lado aprovechando la modalidad. Estos cursos de verano son intensos, pesados, y todo lo demás... pero descuentan. 

En cuestiones personales, hay algunas cosas que andan bien y otras que están "ahí". Una de las que anda ahí es una relación no-romántica muy  cercana con la que estoy atravesando mucha distancia, producto de reclamos y desacuerdos. Francamente, no le veo la vuelta, por mucho que valore a esa persona, porque con sus reclamos toca partes de mi vida que, en los últimos años, se han vuelto fundamentales, otras personas o otras situaciones que yo no estoy dispuesta a negociar o a modificar por nadie.  Es por eso que, llanamente, me estoy planteando si me gustaría o no seguir en vínculos así.    

En referencia a todo esto, es como si me sintiera cerrando puertas por una libertad futura y otra manera de vivir, por cosas que - sé - vendrán a mi vida a seguir modificándola para mejor.  Es complejo pero a veces toca entender que las personas muy queridas no pueden participar o figurar en todas las etapas de la vida.  Que uno tiene que crecer, seguir adelante, y entender que no todos pueden entender tus tiempos, tus procesos, tus decisiones, y lo que te toca vivir.   ¿Y qué queda? Pues asumirlo, honrar todo lo compartido, y entender que la libertad es lo más necesario en la vida, porque de otra manera, es imposible poder vivirla.  

Entiendo, por otra parte, que mucha gente no comprenda mi manera de vivir. Que no entienda esto de "no perseguir a nadie" más allá de mi familia de origen, a quienes no persigo, pero sí siempre pongo en un lugar importante. También entiendo que haya gente que no entienda el vínculo muy fuerte que tengo con mi sobrino o las preocupaciones y alegrías que trae aparejada ese tipo de relación. Y entiendo además que hay gente que tenga una demanda de atención muy fuerte, pero yo, sinceramente, doy lo que puedo dar. 

Estoy, desde hace unos cuantos meses, en una etapa de mi vida donde tengo cosas de las que ocuparme. Que sólo dependen de mí y a las que le dedico tiempo y energía. Yo ya no puedo, como he hecho siempre, pensar en lo que a los demás les puede molestar ni dejar de hacer las cosas a mi manera por otros.  Tampoco puedo seguir callándome cosas que me molestan o "romantizando" actitudes que no me gustan. 

Y sí. Me he cansado de aguantar a los demás y de tener que comprenderlos frente a sus demandas irrisorias, especialmente, cuando hablan de la boca para afuera, sin imaginar los esfuerzos que uno hace para tenerlos en cuenta, y de hecho, cómo procura incluirlos en su vida (no de la manera en que ellos quieren, si no, de la manera en que uno puede en función de la vida que tiene y de los líos que a veces se presentan en ella). 

Para mí los vínculos son mucho más simples. No le reclamo nada a nadie, y las veces que lo hice, me sirvieron de aprendizaje para saber entender las relaciones como las entiendo ahora, sean del tipo que sean.  Desde mi lado, hace un buen tiempo ya que doy una libertad y una plasticidad en los vínculos que no siempre recibo. Y eso, desgasta porque uno pierde el foco de sus propias cuestiones por pensar si éste se enojará, o si el otro se enojará, cuando estamos hablando de gente adulta. 

Mi conclusión es que no estoy dispuesta a recibir las demandas de los otros cuando tengo que tomar un montón de otras decisiones importantes relativas a una dimensión más adulta de mi vida. Decisiones que sólo dependen de mí. 

De aquí en más, y para respetar la manera de vivir que me hace bien y que elegí para poder lograr mis objetivos, necesito gente que me acepte como soy y que entienda que lo que puedo dar lo doy. Pero que lo que no, es porque no. También tengo mis límites. 


viernes, 11 de febrero de 2022

La vida es un ratito

 Después de la reserva suspendida, al día siguiente y cuando llegamos al hotel rotos luego de una larga caminata por Buenos Aires, nos acondicionamos y nos recostamos un ratito para esperar a que se hiciera la hora de irnos.  Todavía teníamos tiempo hasta la cena. Un ratito, al menos, para descansar. 

- ¿Podría poner un recordatorio en el celu, no? - acordé con Galeno, teniendo en cuenta lo que había pasado veinticuatro horas atrás.

- Seh - dijo Galeno, sin dudarlo. 

- ¿Para qué hora te parece? - dude - ¿Tipo ocho?

- Sí, para las ocho... ¿Te parece? - me dijo, para afirmarlo.

- Sí - le dije, y en cinco minutos establecí el horario - Listo. 

Me acerqué a su cuerpo, que olía como los ángeles, y traté de pensar en otra cosa. No quería siquiera hablar consigo. Solo quería tener un poco de tiempo más tarde porque lo había deseado todo el día. En especial, por una cuestión de seducción intelectual que habíamos compartido toda la tarde, paseando por Museos y asistiendo a visitas guiadas. 

Y sí. Eso no fue un detalle menor para la convocatoria al deseo; al menos, no para mí. Creo que hasta el momento donde ví a Galeno asistir a una visita guiada no lo había deseado de esa manera, es decir, puramente intelectual. Lo cierto es que su comportamiento, tanto como su curiosidad repleta de humildad, y al mismo tiempo, toda su cultura y su inteligencia; lo vuelven un gran asistente a visitas guiadas. Es observador, pregunta con respeto y participa sin mandarse la parte. Y yo, ya que nunca antes habíamos ido específicamente a visitas guiadas juntos, me quedé embargada por una imagen aún más intelectual de Galeno que me hacía ruido por todas las partes del cuerpo y del cerebro.

Por eso, no quería ni hablar, ni decir nada, ni mirarlo, ni tentarme con nada. Estaba conteniendo mi deseo como nunca antes me había contenido, básicamente, por disfrutar también lo bastante de aquello que sentía. Atesorar la vivencia con matices moderados de placer anticipatorio me parecía una novedad. Y en eso trataba de poner atención, al escuchar mis propios pensamientos.

Unos instantes, mientras todavía me regodeaba en la novedad, Galeno se acercó a mi cuerpo, eligió su parte favorita de él, y me acarició con cariño.  Me rodeó con sus brazos y me dió algunos besos en la nuca. Sin dudas, que ese ratito fuera cariñoso, me gustaba. Me sonreí sin decirle nada. Suspiré como demostración de agrado y cerré los ojos. 

Para mi sorpresa, él siguió tentándome al cabo de algunos minutos y mi mente ya empezó a entrar en otra frecuencia. Mi buena voluntad para mantener a raya mis deseos por ese ratito, asimismo, comenzó a decaer.

- Ay, no,  - le dije, riéndome, y buscando aire - Tené piedad, por fi - supliqué, en un susurro.  

- ¡Piedad! ¿Por qué? - me susurró, cariñosamente. 

- Porque no vamos a llegar a cenar por segunda vez...  Te juro que le pongo voluntad a la resistencia pero no puedo así...

- Me parece que sí podés - ironizó por las reacciones de mi cuerpo. 

- Es evidente que sí - mofé, a costa de ponerme roja como un tomate.

Nos reímos.  Galeno siguió con labores igual de placenteros en mi cuerpo. 

- Pusiste la alarma, hay tiempo todavía - me calmó, en susurros, mientras me acariciaba y mi cuerpo se desgranaba bajo sus manos. 

Sonreí y me dí por vencida antes de aprovechar bien nuestro ratito.

IV

Por suerte, esa noche, nos organizamos mejor la agenda. Llegué al restaurante que nos había quedado pendiente visitar desde antes de la pandemia y Galeno llegó a mi lado. Nos recibieron de inmediato y nos ubicaron en una mesa apartada del gentío, afortunadamente, con copas y velitas dispuestas. 



Mucho más lindo de lo que hubiera imaginado, al entrar solamente al lugar, me sentí feliz. Casi como sorprendida por eso, por sentirme así después de tanto tiempo y después de un año tan duro. También sentí el alivio de poder disfrutar de algo sin la preocupación en mi cabeza, como una especie de recreo del mundo.

- Al final pudimos hacer todo - le dije, amistosamente, en cuanto nos sentamos a la mesa cumpliendo con la reserva. 

Galeno me sonrió, asintió con picardía y me preguntó qué había elegido para cenar, al tiempo que me extendía la carta de vinos para que pudiera elegir aquello también.  Si había algo, durante la pandemia, que deseábamos hacer juntos era ir a comer a ese lugar. Lo habíamos hablado mucho y yo, pensé, jamás tendría chance de volver consigo. Pero ahí estaba, sucediendo, otra vez, rompiendo los límites mentales de cada uno.

Y por eso, esa noche, además de ser simbólica, era muy especial.

Mientras observaba todo lo lindo de ese sitio palermitano, apreciaba lo delicioso que era el plato de comida que me había pedido y lo bueno que estaba el vino 100% Malbec, me mantuve en silencio.  Sentí que a ese momento no le faltaba nada y creo que se notó en mi cara. Cara de felicidad, de una felicidad mansa y silenciosa, pero no por eso menos profunda o verdadera.

- Sí, es real - me dijo Galeno, luego de un intervalo de silencio. 

Lo miré, algo confundida:

- ¿Qué? - pregunté.

Creí haber escuchado mal. 

- Que sí, que es real... - repitió, y me sonrió. 

De pronto, entendí. Había estado mirando todo, fascinada, y se ve que eso lo irradiaba aún sin quererlo. 

Me sonreí y lo miré, sintiéndome evidente. 

A veces, hay ratitos en la vida que nos gustan un montón.

martes, 8 de febrero de 2022

Distracción

 Necesité de un par de horas para creer que fuera real. Pero al mismo tiempo, bastó una charla de temas intrascendentes, acostados en la cama, para comenzar a entrar en confianza. ¿Cómo no entrar en confianza rápido con una persona a quien rodean tantas representaciones atractivas? Galeno me acariciaba las piernas que mantenía cruzadas, como una manera de lucirlas un poco más, estando en pollera de jean y yo, mientras, le comentaba cosas de todo tipo. 

 A medida que hablaba sobre mi vida acá en Buenos Aires, sostenía el ritmo del afecto con mis manos en sus brazos, casi paseando mis dedos al compás de una melodía solo conocida para mí, creada por propio interior. Un piano del afecto, ése sería el nombre que le pondría a este rito. Sí, el piano del afecto

- Al final, nos reservaron para cenar hoy a la noche - le comenté, en relación al favor que me había pedido respecto a gestionar la reservación porque él, por la mañana de ese mismo días, estaba volando hacia Buenos Aires. 

- Perfecto - dijo, meditabundo. 

- Tenemos que considerar diez minutos de anticipación, únicamente. El resto, está a nombre de los dos. 

- Estamos bien. En un ratito voy a buscar cómo ir, pero estamos muy bien - reconoció. 

- Sí. No creo que estemos lejos. Mientras venía, noté que tenemos una boca de subte re cerca, es de la ***. Y... la línea *** nos deja en la zona... 

- Ah... Espectacular - suspiró y brevemente comentamos algunas cosas más. Hasta que, sin dudas, me relajé y lo acaricié en silencio. Cómo si una parte de mi tuviera miedo de que se esfumara. Y como si la otra parte quisiera atesorar los detalles. Muchas sensaciones intensas y diferentes, tal como le mencioné. 

Quizá no de la forma esperada, ese primer encuentro corporal luego de tanto tiempo, se produjo. A diferencia de otras veces y como parte de la incredulidad inicial, necesité ver. Ver su rostro, su cuerpo junto al mío y sus manos aferradas a las mías en un manejo de los tiempos y los modos que no defraudaba entonces y que no defraudó ahora. 

Aproveché cada detalle. Observé cada gesto. Valoré cada actitud y comportamiento. Y por encima de todo, hice el mejor de los esmeros para permitirme disfrutar. Volver a disfrutar de alguien a quien consideré perdido para siempre en ese peculiar sentido y que pude, por cosas que no entenderé de la vida, volver a asir alrededor de mi cuerpo. Sí, por todo eso, me enfoqué con mis mayores fuerzas en  volver a disfrutar el poder del afecto, del encuentro, de la energía presente en el espacio cedido cuando los cuerpos se amoldan entre sí. 

II

Un tiempo después, (que no podría precisar cuánto fue, porque en esos momentos me es imposible medirlo), Galeno se repuso sobre el colchón.  Ah, bueno, tranqui, pensé, en cuanto lo ví.  Absorbí la imagen despreocupadamente, e inspiré hondo.  Todo era una extensión de la sensación física que, por lo pronto, estaba necesitando ubicar.  Del placer que había vuelto a embrujarme y principalmente de su linda manera de hacer que cualquier actividad sexual pasara a ser de inmediato una instancia tierna de inspiración. Pero además de una especie de sabiduría física, digna de otra persona, que yo desplego consigo.  ¿Quizá es porque no me dice que no a nada, que su mente está abierta como la mía; o bien, porque me siento cómoda para explorar lo que deseo?  Preguntas. Preguntas que me hago. 

- ¿Qué hora es, ***? - me preguntó, usando mi apodo. 

Notamos que estaba empezando a cambiar la luz por fuera pese a que el ventanal del hotel, con vista a la ciudad, estaba cubierto por un enorme cortina.  Detrás de la larga y espesa tela percibimos ambos que la habitación estaba atenuando su luz muy de a poquito. 

- Mmm- dudé y mire mi reloj - Son las 7.30 ¿Por? 

A todo esto, me desperecé, le sonreí súper relajada y lo miré con cara de: "¿qué, a dónde tenemos que ir que preguntás?". 

Galeno comenzó a reírse. 

- Vamos a llegar tarde... ¡Teníamos que estar a los ocho, ya no llegamos a cenar! 

- Ayyyy, nooo - exclamé, recordando la reserva que yo misma había hecho - Ay, siiiii en realidad. ¡Tenés razón!

Galeno se carcajeo.

- ¿Te olvidaste? 

- Me re olvidé - le dije, entre risas - Pará, pensemos...  salté de la cama a toda velocidad, todavía en paños nulos - Les escribo y cancelamos ¿si? Así pueden usar la mesa y nos dan chance a reprogramar. 

Sacudí la cabeza y aguante una carcajada. 

- Dios - murmuré. 

- Si, pregúntale si puede ser mañana  - me dijo, muy relajado, él.  

Todavía recostado en la cama, estilo comercial, cruzado de piernas.  Me reí otro poco y envié un mensaje a toda velocidad.  Por suerte, no hubo inconvenientes en el cambio de la reserva. 

- Listo, ya está - le dije, volviendo a la cama y dejando a un costado mi celu - Solucionado. Menos mal... 

De pronto, empecé a reírme sola. 

- Vos te das cuenta, ¿no?

Galeno se rió. 

- Tan tranquila, vos... ¿Te habías olvidado, eh? Pusiste una carita... Las siete y media, me dijiste... 

Me rei nuevamente. 

- Si, mi ****, estoy en otro planeta.  Mañana te prometo que no te toco un pelo. Pero hoy... 

- Pero hoy... - afirmó. 

Me reí. 

- Teníamos que conversar , o lo más parecido a eso... y como que conectamos y no sé... - le dije, con doble intención. 

Me miró divertido. 

- Hemos conversado... Seguro que sí.  Y en todo caso, si no encontramos algo más tarde, siempre habrá un Mcdonald's. 

- Obvio... ¿Cómo te ves comiendo una hamburguesita conmigo, mi ****? - le dije, en broma. 

- Una ensaladita... Y vos con tu hamburguesa. 

- Yo sería muy feliz , eh... No tiene nada de despreciable el plan no saludable - lo burlé. 


sábado, 5 de febrero de 2022

Noches frías

Volvíamos de cenar con Galeno en una de esas noches frías que tocaron recientemente. Se había levantado un viento inesperado para enero y, mi equipaje, sólo contenía unas pocas prendas de abrigo. 

- A la mierda, hace frío - murmuré, mientras caminábamos a buen ritmo. 

- Seh, refrescó - observó Galeno, a la par de lo que hacía con las avenidas de Buenos Aires y su paisaje nocturno - Menos mal que trajiste tu camperita... 

- Sí... - musité - creo que esta noche no está para aire acondicionado... 

- No, hoy sí refrescó. 

- Sip - le dije, despreocupadamente - me voy a poner pijamita para dormir hoy 

- ¡Noooooooo! -  dijo, o más bien exclamó, de una manera tan carnal, pero tan carnal, quehasta me me dí vuelta para mirarlo. 

Solté una enorme carcajada. 

- ¡No, no, no! ¡Ay, cómo saltaste! - exclamé. 

Galeno se rió. 

- ¡Y síiiiiii, pijamita no! - me dijo, con su tonada que volvía a ser de otro plano, casi una dimensión ajena a otra provincia. 

En medio de mi ataque de risa, lo agarré del brazo y me pegué a su cuerpo para seguir caminando. Todavía tentada por su reacción, que me resultó una sorpresa en toda regla, le pregunté: 

- ¿No querés que me ponga ropa para dormir, mi ***? 

- Noooo. ¿Para qué? No vas a tener frío ... - me dijo, de una forma especialmente compradora. 

- ¿Vas a dormir al lado mío? 

- Por supuesto... 

- ¿Me podés abrazar y eso, hasta que se me pase el frío? 

- Obvio. 

-  Bueno, entonces creo que puede ser que no use ropa extra para dormir... 

- Por favor, no... - musitó. 

Cuando doblamos la última esquina antes de llegar al hotel, yo me seguía riendo de su salida. 

- ¿Sabías que ese no lo dijiste con toda el alma? Se notó. 

- Pero más vale... 

- Me gusta esa sinceridad, Galeno - argumenté. 

- Pero ¿cómo te vas a poner pijama? - me burló. 

- ¿Una aberración? 

- ¡Una locura! 

Una vez llegados a la habitación, naturalmente, no usé el pijama que tenía pensado. Solamente me acosté como habitualmente me acuesto cuando duermo con Galeno, y dejé que me abrazara por debajo de las sábanas hasta que comencé lentamente a absorber todo su calor. 

- ¿Tenés frío? - me preguntó, a los pocos minutos. 

- Un poquito, pero poquito... Me siento mejor - le dije, recuperándome. 

- Vení, que tenés frío - me dijo, y todavía me acercó más a su cuerpo, dándome un beso en el nacimiento de mi cuero cabelludo - Ahora se va a ir - musitó, mientras perdía las manos con el solo motivo de acariciarme castamente hasta lograr que me entibiara y pudiera descansar. 

Sin dudas, pasados algunos minutos, con caricias mutuas de relajación, nos dormimos de la forma más inocente y pueril que imaginábamos. Pero también, de las más tiernas, en una calma y una autenticidad que no he compartido con otras personas de esa forma. 

Esa misma madrugada, cuando me desperté, noté que Galeno todavía estaba durmiendo en la misma posición. Abrazándome, con todo su cuerpo pegado al mío, dándome calor.  Aunque me separé porque estaba realmente acalorada, producto del ambiente y de la cercanía extrema con su cuerpo, antes de darme vuelta para el lado contrario a su rostro, lo observé dormir por un momento. 

  Llevo conmigo de ahora en más el recuerdo de su rostro descansando en la penumbra, una sombra o en realidad una silueta viva y humeante en el medio de la oscuridad. Y al mismo tiempo, tantas otras cosas... Una silueta, nada más, recortada por los bordes de las sábanas blandas y blancas de hotel. Y en esa silueta, toda una persona. Esa persona. No otra. Esa. 

Sé que gustó que estuviera ahí.  Me dormí con esa sensación de ser dos soledades tan parecidas en tantas cosas que, cuando se juntan, hacen cosas que parecen diseñadas para hacer cuando nadie más los vé. O quizá cosas que pensábamos distantes, y en lo personal, diseñadas sólo para los demás. 

Dos soledades como son las nuestras que, sin embargo, se dan calor. Contrariamente a lo que puedan decir las reglas de la afinidad etaria, con 26 años de diferencia y a una provincia de distancia, todavía hay personas con las que podemos darnos calor. 

viernes, 4 de febrero de 2022

La magia de lo simple

De un tiempo a ésta parte, o sea, hace ya varios meses, me doy cuenta que no soy la misma persona. Si bien podría volver a mirar los hechos negativos del pasado 2021 y decirme a mi misma lo duros que fueron,  en la actualidad me concentro en darme cuenta que cambié.  Y que, sin dudas, esos cambios coincidieron con puntos de maduración o enseñanzas que, al parecer y se verá más adelante el por qué, tenía que vivir. 

Sí, me siento diferente. Y creo que, muy de a poco, una nueva versión de mi misma se empieza a poner de pie.  Aunque todavía no sé muy bien de qué va, yo la acompaño en su crecimiento. Considero que los cambios profundos en la identidad no se pueden evitar y que quizá se trata también de asumir cosas que siempre estuvieron ahí. 

En esta etapa de transformación interior, me cuesta resonar con quienes habitualmente lo hacía. Creo que uno de los cambios se ha resumido en contar sólo lo imprescindible y que no muchos han tomado a bien ese silencio.  Pero lo cierto es que hay mucho de límites en esta postura de silencio y de mudanza interior. 

Siento que he llegado a un punto de mi vida - 27 años físicos y vaya a saber cuántos de alma - donde hay cosas que no estoy dispuesta a tolerar. Pido respeto, o más bien, sé que lo merezco y actúo en consecuencia. Pido respeto a mi forma de vivir, de sentir, de relacionarme, de estudiar y de trabajar. Y cada vez me hago más amiga del silencio en cuanto a las opiniones que pueda elaborar respecto de los demás, porque mi mirada se ha vuelto sin dudas menos compasiva, o en realidad, menos "justificadora". 

Antes, no sé antes de qué o de cuándo, recuerdo que me daba una especie de culpa ser... sintética, tajante o no tratar de dulcificar las cosas. Me había impuesto a mi misma el deber, claro que sin consciencia del hecho, respecto al tener que aceptar de las personas cosas que no me gustaban, como si estuviera condenada a entender a todos por el solo hecho de estar en mi vida. O quizá, más bien, y en general, me había puesto el deber de entender a todos. De empatizar con todos. De intentar verle hasta el lado bueno a una persona que, francamente, podía no caerme de la forma más linda. 

¿Quizá creía que así, por una cuestión de karma, la vida no iba a ser injusta conmigo? ¿Profesaba la filosofía de la otra mejilla en modo automático? Hoy no lo sé. Creo que quizá, si miro para atrás, me hacía vivir intentar vivir mi vida sin engancharme para mal con nadie, tratando de comprender y de enmendar lo que a veces sucedía para mal. 

Pero hoy en día, y después de una silenciosa transformación, entiendo que no hay necesidad ni obligación de poner para todo el mundo la otra mejilla. Que no, es un imposible entender a todos. Que obviamente, hay gente que simplemente me parecerá detestable. Y que reconocer y habitar esos sitios, para poner a prueba otra matriz de sentimientos, siempre es una posibilidad. 

Si bien durante años transité diversas emociones, una parte de mí, aspiró a experimentar sólo las más bonitas. Pensaba, de hecho, lo recuerdo, que una vida justa era una vida sin demasiados momentos de dolor. Que en cuanto empezabas a sentir dolor o displacer, la vida se iba reduciendo en términos de justicia.  

Hoy, por suerte, eso ha cambiado para mí. Sé que la vida por lo general no está al cien por ciento de nuestros merecimientos, pero sé además que la honestidad con uno mismo es la base para aspirar a una vida que tenga algún sentido. Y entiendo, por encima de todo, que parte de la honestidad que implica vivir la vida es experimentar todas y cada una de las emociones que nos toquen vivir. Entre ellas, las displacenteras. 

De a poco, voy aprendiendo a llamar las cosas por su nombre. De a poco, tiendo a endulzar sólo los momentos que realmente lo merecen. De a poco, dejo de romantizar vínculos que si bien aprecio no considero de la misma manera. De a poco me sigo dando cuenta que la soledad es una gran aliada y que la gente es más egoísta de lo que imagino.  De a poco, pongo límites que considero necesarios. Y muy de a poco, me voy dando cuenta de que la persona que quiero ser pretende tener una vida mucho más sencilla de la que tiene ahora. Donde todo sea más... ¿explícito, expeditivo, sin tanta rosca? 

De a poco, voy poniendo cada cosita en su lugar. 

El deseo es vivir simple. 

miércoles, 2 de febrero de 2022

Se fue la tercera...

 Ayer, fui a colocarme la tercera dosis, es decir, el refuerzo de la vacuna contra el COVID-19.  A diferencia de las dos dosis anteriores, que habían sido del mismo laboratorio, ésta tercera fue de otro y noté algunos efectos. 

La aplicación fue buenísima, porque no sentí nada de nada. Pero ahora, ya más de 24 hs después, continúo, media voleada - como quien dice -, con muchísimo sueño y cansancio.  No obstante eso, todo se va ordenando. Antes traía algo de dolor de cabeza, pero estoy mejor en ese aspecto, y hay que tener en cuenta el ciclo femenino que anda palpitando por allí, y también trae cansancio y algunos dolores (en mi caso). 

 Aprovecho. entonces, y uso estos días para dormir todo lo que el cuerpo me pida porque sé que viene como efecto de la vacuna y lo respeto.  

Lo único que extraño es tomar una copita de vino Malbec después de la cena... Pero ya para el viernes, por suerte, podré hacerlo.  

Mientras, y de fondo, suena este tema que acabo de descubrir y me encantó: 



martes, 1 de febrero de 2022

Irrealidad

Observo a Galeno ya acostado en la cama que reservó para compartir conmigo. Mientras me desmaquillo y desvisto, para sacarme la ropa con la que hemos ido a cenar, las noticias suenan desde la televisión.  Es algo raro pero, estando separados, Galeno y yo no miramos televisión casi nunca.  Él ni siquiera tiene, y yo, aunque tengo, siempre la tengo apagada, cuestión que no muchos comprenden.  Pero... juntos, inexplicablemente, llegan las noticias desde la televisión. 

Me acerco a mi costado del colchón, acomodo mi cuerpo dentro de la cama, y de inmediato, Galeno me acerca a su cuerpo para acariciarme hasta que me relajo y me duermo.  Aprovecho la cercanía para acariciarlo también y perder mis uñas por los pelitos perfumados de su barba. Es algo que me gusta mucho hacer porque expele el olor a su perfume y porque constituye una manera de dar afecto que es sutil pero no por eso menos efectiva.  

Las noticias hablan de la pandemia y me doy cuenta, en ese momento, que jamás pensé poder ver noticias de la pandemia con Galeno estando acostados en la misma cama. Fue todo tan complicado en ese entonces que había ido dejando morir cada uno de los deseos, así que el instante donde entiendo qué estoy viviendo me toma por sorpresa.   Nos veo ahí, charlando de lo que escuchamos, abrazados, después de haber pasado todo el día juntos, aprovechado la noche fresquita para pegarme todavía más a su cuerpo-hornito; y me cuesta creer que sea real. 

Sí ha habido un común denominador en todo este nuevo encuentro, fue sentir que por momentos no estaba pasando lo que efectivamente estaba pasando.