Su cuerpo descansaba boca abajo sobre la cama. La silueta de la espalda con un hombro más arriba que el otro, por estar abrazando la almohada, se recortaba a contraluz y me parecía de los instantes más estéticamente bellos que había compartido consigo.
Lo observé dormir todavía un rato más. Las extremidades largas, brazos y piernas por igual, y su cabeza enterrada en la superficie mullida como si no hubiera mañana. Su barba repleta de canas, pulcramente recortada, y su pelo morocho repleto de esos pequeños detalles plateados. Ojos cerrados. Respiración acompasada.
Me volteo sobre el colchón y me decido a dejarlo dormir, en busca de lo propio. A la noche saldremos a cenar y me doy cuenta que necesita cargar energías, a diferencia de mí, que manoteo el celular y observo redes sociales. Sin embargo, a los pocos minutos suelto el teléfono sigilosamente y me lo quedo mirando.
Galeno durmiendo es un espectáculo que me llena de ternura aunque no se lo haya reconocido a nadie más y aunque no esté dispuesta a hacerlo. Son momentos nada más donde su traje de persona fuerte y determinada se afloja y puedo ver además el semblante del buen tipo que es, independientemente de los placeres y sentimientos que a nosotros nos convocan en esa tarde de enero en Buenos Aires.
De pronto, comenzamos a sentir un enorme bullicio que viene desde el exterior del hotel. Nuestra vista da hacia uno de los íconos de la Ciudad de Buenos Aires y, por eso, es comprensible que sea céntrico, sin embargo, no esperábamos una banda de percusión.
Galeno se desparrama en la cama un momento pero todavía logra mantener su sueño. Yo, en cambio, muy despacio, me levanto a observar que pasa afuera y me aseguro de que la ventana esté cerrada, para que el ruido no moleste su descanso.
- ¿Qué es? - me susurra.
Miro unos minutos más para afuera.
- No se ve nada. Pero creo que es una banda de esas que hacen percusión.
- Me despertó el ruido...
- Sí - le dije, volviendo a la cama - es ruidosa Buenos Aires. Aunque estemos acá metiendo siesta...
- Y eso que no se escuchó nada hasta ahora - observó Galeno.
- Sí, a la noche, por suerte, nada raro.
Se desperezó una vez más y me miró, cayendo en cuentas de que estaba súper despierta.
- Me quedé completamente dormido - me dijo, como disculpándose.
- Es que hoy anduvimos un montón... Necesitábamos un descanso.
- ¿Dormiste?
- Un poco. Como mucho, media hora - le dije.
Pasados unos instantes, Galeno volvió a ponerse en la misma posición que yo había admirado en silencio. Me miró, todavía con el sueño poblando su rostro, y dio vuelta su rostro hacia el lado contrario. Le acaricié la espalda con cariño para que vuelva a relajarse, pero eso sí, también lo deseé.
Tomé mi celular y seguí consultando redes para darle su espacio. Soy de esas personas que no le hablan al otro ni bien se despierta porque entiendo que tienen que ubicarse en tiempo y espacio. De hecho, a mí despabilarme por completo me lleva todo el tiempo que dura mi desayuno y siendo sincera, no me gusta levantarme y hablar demasiado por la mañana, ni mirar televisión o escuchar ruidos fuertes hasta que salgo a la calle, habiendo comido algo y tomado algo. A diferencia, cuando duermo con Galeno, me despierto luego de toda la sesión de masajes de buenos días que me hace para devolverme a la tierra y eso me parece lo más bonito que compartimos. El respeto por el despertar ajeno, el despertar al otro con afecto y sin apuros.
II
Por la noche, cuando volvimos de cenar, y ya acostados, el deseo volvió a tocarme la puerta. ¿Cómo expresarlo sin ser bruta, sin que suene a obligación cuando no lo es, o sin que suene a compromiso? Eso me pregunté, pero me limité a sopesar algunas maneras cautelosas, que le dieran al otro su espacio para elegir, antes de salir a abordarlo.
Galeno me susurró algo muy breve, una solicitud, que me hizo volverme hacia él y sonreír levemente. Volví a acariciarlo, igual que había hecho por la tarde, para que se relajara más aunque esta vez me cambió el juego y me llevó hacia su pecho. Me di cuenta enseguida que ese ajuste era lo que necesitaba para avanzar en mi abordaje e hice lo propio, poniéndome encima de su cuerpo, pegándome, sin dejar un tramo libre.
Haciendo uso de toda la experiencia de sus años, él fue arreglando con mi cuerpo los términos de ese intercambio. Hasta que, en un determinado momento, tomé todo el control de la situación, sacando a relucir una confianza inexplicable consigo y con el encuentro, olvidando por un rato la versión suave de mí, que creí era mi única manera de hacer las cosas.
Lo que sucedió después fue algo inesperado y explosivo. En 27 años jamás había sentido algo así y si bien con Galeno los encuentros habían sido de gran química, lo que estaba tocando esta vez era distinto. Supremo. Como si una determinación nueva me condujera.
Todo mi cuerpo en perfecto acuerdo con mi mente fueron dejando salir un costado completamente intenso de mi misma que ni yo conocía, y mucho menos Galeno, que estaba recibiendo un caudal de energía inesperado, que le mostraba los encuentros físicos de una forma que nosotros no habíamos vivido hasta ahora y un ansia que no había visto jamás en mí. Sin embargo, atrapado por mi cuerpo, atravesado por mis brazos, inexplicablemente, supo ponerse al corriente de todas mis necesidades nuevas.
Aferrada a su cuerpo como una garrapata, y dispuesta a pasar horas en esa situación, dos formas de experiencia íntima más intensas de lo que pensábamos, la suya y la nuestra, volvieron a juntarse. La manera de hacerme presente en el cuerpo de Galeno con todos los sentidos, sobrepasó todo lo esperado o previamente vivido. Y la manera suya de hacerse presente en el mío, cumplió con todos mis deseos, lógicos de esta etapa de mi vida, donde para mí el sexo consigo es una dimensión necesaria e importante, junto con todo lo intelectual y mental que compartimos con la misma intensidad.
Sin dudas, fue la primera vez en toda mi vida donde entendí que en algún lado de mi cuerpo hay una reserva de energía vital y empeño, además de desprejuicio, digno de mis 27 años. Es decir, con la intensidad y la pasión que uno siente en sus años de juventud y con la que contagia, eso sí, al otro si es que está dispuesto. Con la que sólo busca disfrutar y guardar ese recuerdo en su memoria para siempre. Y lo cierto es que Galeno, a sus casi 53 años, estuvo dispuesto a disfrutar cada segundo.
Por un largo rato, y especialmente en este round, la diferencia de edad y las marcas de la intimidad que forjamos antes, se esfuman. Aparece un universo nuevo: dos energías intensas que encuentran una misma frecuencia y que dejan establecido algo mucho mejor que lo anterior.
Yo creo, - aunque en ese momento ni lo pienso porque soy una bola de sensaciones en un cuerpo terrenal- que si de afuera alguien nos pudiera observar vería a un hombre y a una mujer haciendo el amor como si fuera el fin del mundo.
Es así, sí. No lo puedo explicar de otra manera: esa noche, con Galeno, hicimos el amor como si fuera el fin del mundo.
Quizá, si tenemos suerte, logremos que se guarde para siempre en nuestra memoria.