Casi un mes atrás,
consulté con el oftalmólogo por una afección en los ojos que ya llevaba mucho tiempo. La doctora de ese momento me derivó a una especialista de su rama porque sospechaba que iba a ser necesaria una intervención quirúrgica para que pudiera librarme de los orzuelos. Dijo que, en caso de ser necesaria la operación, no era la cura definitiva al asunto, pero era el único modo de drenar los "desechos" que podía llegar a tener allí, lo cual era necesario e importante. Dado que ésta es una cuestión de mal drenaje que hacen las gándulas (cada pestaña se conecta con una, para decirlo en criollo) según mi cantidad, contando superiores o inferiores, el cuadro podía repetirse miles de veces más, o no.
Lo cierto es que el asunto de los orzuelos lo tengo desde que era chiquita; es algo así como tendencia. Según me comentan mis padres, y de algunos episodios puedo dar fe a través de mis recuerdos, los orzuelos me acompañaban muy a menudo. Por esa razón, me hicieron infinidad de masajitos con paños calientes y probaron con diferentes pomadas, lo cual dió siempre buenos resultados. Sin embargo, hace un año atrás, cuando empezó de nuevo esta temporada de apariciones, me encontré con que no me sirvieron los pañitos, los masajitos, o incluso, la misma pomada que usaba a los cuatro.
Ayer, finalmente, tenía turno en el Microcentro para definir si me tenía que operar para hacerme un drenaje o no. No estaba nerviosa, pero sí, algo inquieta. Quería saber cuestiones muy concretas: cuánto costaba la operación, si me lo cubría mi modesta obra social o si lo tenía que pagar yo. En segunda instancia, también quería saber cuánto me iba a llevar curarme, si lo podía realizar en ésta época de receso académico o no ( siendo imposible más adelante por la Universidad, el trabajo temporal, mis otras búsqueda de trabajo; etcétera), y qué nivel de desgaste podía tener mi visión en relación a la lectura; para ir organizando todo, punto por punto.
Mis padres, a diferencia de mí, si estaban un poco preocupados. A ellos, después de todos los sustos y temores que han pasado conmigo desde que pisé este mundo, les dicen operación y se asustan, como dos pollos, olvidándose de que voy a cumplir en un par de meses veinticuatro años. Por eso mi padre le pidió por favor al dueño de la casa donde está trabajando que le diera el día para acompañarme y por esa misma razón mi madre (a quien yo le había dicho que podía acompañarme a ésta consulta, porque a todos los demás médicos he estado yendo sola), también se mostró dispuesta a venir, más allá de que viniera también mi padre.
II
Después de arreglar todas las papeletas correspondientes a la obra social y presentar los bonos específicos; de hacer el viaje al Centro y de esperar cerca de una hora y pico en el piso de aquél edifcio viejito, entré, bah entramos, al consultorio. Mi padre, es decir, un señor de 51 años de más de cien kilos, se sentó en la camilla con cara de miedo y mi madre, para no desentonar, hizo lo mismo. En ese momento, los miré de refilón y sacudí la cabeza en mi fuero interno, un poco fastidiada. Es que, a veces, se pasan de padres y me tensiona su actitud, siendo que ya pasé a lo largo de toda mi vida por muchas cosas vinculadas a la salud y me niego a afrontarlas con miedo, sabiendo que por peor que sea pasar el momento, lo que sea que esté pasando en un ojo o en cualquier parte tiene o no tiene solución; es decir, que no hay más opciones que eso, por muy duro que realmente sea pensarlo desde ese lugar.
Salvado esa cuestión, le tendí el carnet a la chica, mi documento y le relaté todo lo que me estuvo pasando en los ojos, desde hace casi un año. Le comenté algo que me había dicho la otra doctora, respecto de los ojos, y que me sorprendió muchísimo: toda la afección de la cara que estoy combatiendo en simultáneo, tiene como efecto secundario acrecentar las infecciones en los ojos, las alergias y derivados; por eso, no era una simple casualidad que en cuanto se desencadenara lo de la piel, también empeorase lo de los ojos, pese a que uno, ignorante de la materia, ni se hubiera animado a pensarlo.

El lado bueno de todo este asunto es que la Doctora que me atendió era, a resumidas cuentas, un dulce de leche repostero. Chica joven, canchera y re bien predispuesta, me revisó con cuidado y de modo muy exhaustivo. Cuando dió vuelta los párpados - ay, eso molesta e impresiona -, se dió cuenta que no tenía desechos conflictivos que fuera necesario drenar, por lo que descartó la operación; me dijo que había tenido suerte en ese aspecto, que me quedara tranquila.
- Bueno, buenísimo - le dije.
- Lo que vos tenés son cicatrices, por eso, las bolitas en los ojos - me indicó - Esto no tiene resolución quirúrgica, en tu caso, porque no tenés nada peligroso. De todos modos, te voy a recetar un corticoide para desinflamar y lograr la disolución ayudando al cuerpo.
Asentí con la cabeza.
- Bueno, está bien - dije, solamente.
- Vas a venir acá, y te la voy a inyectar - me dijo después y ahí ya no contesté tan rápido - Es un proceso rápido, que te va a ayudar mucho.
- ¿Tiene anestesia, no? - le pregunté, luego de que se explayó.
Negó con la cabeza.
- No, es absurdo ponerte anestesia porque el pinchazo de la anestesia es equivalente a los que te tengo que dar, así que no... - sonrió.
Sonreí, admitiendo la estupidez que le había preguntado.
- Si tenés forma de comprar ahora lo que te estoy recetando, yo no tengo problema en aplicártelo.
Miré a mi madre y a mi padre con un asentimiento de cabeza.
- Sí, está bien - dije.
Inspiré hondo y la miré, haciéndome el certificado, tan tranquila ella, y lo bastante reticente yo.
III
- Bueno, Veinteava, sentate por acá. Yo te voy a explicar todo, tranquila vos, que es un minuto.
Asentí con la cabeza, seria, decidida a dejarme hacer sin rechistar. Mi madre, para ponerle un poco de onda a la situación, me guiño un ojo; siempre adecuada a la rama. Mi padre, conservó mi susto, como si fuera un nene y lo tuvieran que pinchar a él.
- ¿Puedo pedirte algo? - musité - ¿Me avisás cuando me vas a pinchar? Así todo aire.
Asintió enérgicamente.
- Sí, vos tranquila, que yo te aviso - me calmó - La primera aplicación te la voy a hacer en el párpado derecho, aquí - me señaló en centro de mi párpado, de piel finita. Cerrás los ojos y vas a sentir la aguja.
- Bueno - dije.
- Y la segunda, voy a pasar la aguja por el lado inferior del ojo, justo acá - me indicó el lado inferior, donde están las pestañas más pequeñas, y las chicas suelen delinearse con lápiz delineador - y ahí sí que voy a necesitar que, por nada del mundo, me cierres los ojos.
- Bueno, no hay problema.
- Te voy a aplicar anestesia en gotas, por si llega a haber algún roce en la zona interior de los ojos ¿está bien?
Me dejé hacer, pensando en cosas lindas.
- Bien, ahí vamos, te voy a pinchar ahora, respirá profundo - me dijo.
Y sí, me pinchó el párpado, justo donde tenía el bultito.
Y sí, la verdad es que en éste caso, me dolió más de lo que me impresionó.
- Muy bien, excelente. Te la bancás re bien - dijo y sonreí - Vamos por el otro.
- Está bien, está bien - le dije, nada más, en voz muy baja - No hay problema.
Volvió a avisarme cuando me pinchaba y aquí, me impresionó más de lo que me dolió por ver cómo me pasaban la aguja en una zona tan particular.
IV
Pasado un rato, cuando salí, tenía los ojos inflamadísimos. La doctora me dijo que era normal y que me iba a levantar mejor. Dentro de un mes, según cómo evolucione ésto, tendría que volver de nuevo para dos nuevas aplicaciones.
Hoy me levanté mejor que anoche, cuando todavía me dolían los pinchazos y tenía la zona sensible. Si bien es una sensación algo extraña, porque siento los ojos un poco doloridos de modo superficial, el corticoide hizo un gran trabajo. Y, lo más importante: dos pinchazos, por peor que sean, no se comparan con el haber zafado de una operación.
Veremos cómo sigo, de acá a un mes. Ojalá con ésto, alcance y sobre para que mis orzuelos queden en la historia. Mientras tanto, agradezco estar en receso académico y tener que ir a trabajar el lunes, teniendo días para reponerme. En un punto, es un gran ayuda saber que no tengo la obligación de leer, ni de estudiar por el momento.
Cuando hay que frenar, hay que frenar.
Es así.