Mostrando las entradas con la etiqueta Médicos. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Médicos. Mostrar todas las entradas

jueves, 4 de junio de 2020

Día 79

Hoy mi hermana, que es personal de salud, se realizó el hisopado para descartar la presencia de COVID-19. Tiene dolor de garganta y ante la inminencia y la cercanía de los casos en el propio servicio, estamos todos a la espera de los resultados. 

Si alguno está del otro lado de la pantalla, haga el favor de cruzar los dedos conmigo para que dé negativo. 

miércoles, 25 de marzo de 2020

Cuarentena obligatoria : Día 9 (de encierro)

Hoy fue uno de los días donde me resultó más duro el encierro y, sin embargo, no me aburrí un segundo de éste nuevo amanecer confinada.  La dificultad radicó en dos situaciones: el trabajo y la cercanía del personal de salud en mi vida (mi hermana médica, mi cuñado médico, y mi "relación-relajada, alias Galeno", también médico).

En cuanto a mi trabajo se lo consideró de primera necesidad. Eso hace que tenga que haber personal - en la calle, en contacto directo con personas- disponible para atender urgencias. Salvando que eso me parezca una locura, pero además una porquería para las personas que se tienen que exponer, me angustió mucho leer sus reclamos hacia los dueños de la empresa por medidas de seguridad garantizadas. Y me angustió porque sé perfectamente lo que se siente que te traten como si no valieras, que te obliguen a ir a trabajar mediado entre la necesidad y la responsabilidad, que te exijan exponerte sin considerar que somos personas en un momento de vulnerabilidad física y emocional muy fuerte a nivel mundial.  Porque a uno también le decían que se dejara insultar, porque yo he visto a uno de mis compañeros atendiendo a un cliente mientras se le caían las lágrimas de la bronca. Y yo, de esas cosas, no me olvidaré ni aunque me tripliquen el sueldo.

¿Pero cómo ser inhumano en ésta situación?

 Me llenó de rabia leer las respuestas de los dueños ante dicho reclamo por parte las personas que se están jugando el cuerpo en éstas cuestiones que - tal y como está quedando demostrado hace días - nos igualan a todos. Nos están obligando a recordar que todos somos iguales, le guste a quien le guste.   ¿Hacía falta algo tan masivo y peligroso como un virus que se te mete por debajo de la piel y te deja fuera de consideración, para tener que recordar lo iguales e insignificantes que somos?  Cuando leí el mensaje de los los dueños de la empresa donde estoy, y noté el desparpajo, la indiferencia y la soberbia con el que le dicen al personal expuso que se aprovisione de barbijos o alcohol (cuando no se consigue por ninguna parte); la garganta se me anudó y los ojos se me llenaron de lágrimas.  Porque ¿cómo podés estar en paz con vos mismo exponiendo a gente que tiene familia, sin siquiera hacerte cargo de los insumos necesarios para cuidarlos? 

No sé, la verdad, cómo pueden apoyar la cabeza en la almohada ésta noche y dormir.

II

Respecto a la segunda cuestión, hoy conversé con mi hermana mayor que es médica y sigue trabajando en medio de ésta emergencia sanitaria. Nunca, como en ésta situación, la vi tan preocupada. Nunca la ví tan angustiada, tampoco, porque por un lado ama lo que hace y por otro lado, tiene miedo de hacer lo que hace si eso la vuelve responsable de llevar el virus a su casa.  Y la verdad es que me angustió verla así. Porque, más allá de que se enaltezca la figura del médico, ellos, hombres y mujeres, son antes que nada personas iguales al resto de la sociedad. Lo he visto desde hace más de diez años cuando la veía estudiar todos los días, donde no dormía, donde tenía la plata sólo para lo indispensable, que a su vez mi papá le daba con muchísimo esfuerzo, y donde se la pasaba veranos e inviernos bajo una pila de fotocopias. Sí, es una médica de la que me siento orgullosa, para mí es la mejor del mundo, pero antes que nada, es mi hermana. Y siendo su hermana, sólo su hermana, eternamente su hermana, me hace mal verla así, me asusta que le pase algo malo y mucho más me asusta porque ahora hay alguien que las dos amamos por encima de los otros: El Principito. Pero a la vez creo que es muy fuerte, que hay que tener ovarios para ir todos los días y llegar a casa con tamaña responsabilidad. Que hay que tener agallas para cumplir con el Juramento hipocráctico ahora, cuando ningún médico se imagina actuar en un contexto de pandemia y ellos tienen que hacerle los honores e ir a la línea de fuego.



Algo parecido, pero muchísimo más leve en cuanto a angustia, me sucede con Galeno. Él también es personal de salud - hace la misma especialidad que mi hermana, de casualidad - y actualmente se encuentra expuesto y con bastante responsabilidad, dada su posición. Me preocupa, claro, porque está afrontando la misma emergencia sanitaria en su provincia y está pelándose el lomo todo los días en el afán de que se cumpla el protocolo como corresponde. Pero también está luchando con colegas, con directores, con quien sea, para que eso se acate y se haga efectivo contando con todo lo necesario.  Sí, sin dudas, a su manera, y hace veinticinco años, él también hizo su Juramento hipocrático y hoy lo está cumpliendo. Por lo que he observado en cuanto al ejercicio de la profesión, sé que él siente que tiene que estar donde está, pese a dificultades y miedos que eso le convoca; pese a la mismísima situación.  Sé que él siente que ser médico, antes que nada, es ser un instrumento para la sociedad. Y sé que no le interesa ser médico por el prestigio o los aplausos (que ya pasó esa etapa de tonto, como me dice él), y que entendió con tantos años de ejercicio que iba a ser capaz de salvar vidas de niños en salitas, Hospitales, clínicas privadas o en el medio de la nada, haciendo medicina asistencial y viendo de lleno la desnutrición.

Por razones paradójicas que tiene la vida, tanto a mi hermana, como a la persona que en éste momento de mi vida me acompaña, los une la pasión por lo que hacen y en éste presente los mueve ésa misma pasión aún mediada por el miedo y la angustia.

Sé, lo supe con mi hermana desde mis diez años, cuando empezó a estudiar para ser doctora, que los médicos son personas. Que tienen los mismos miedos que los pacientes. Que tienen sus problemas. Que crían a sus hijos. Que anhelan cosas. Que desean poder hacer las cosas bien y curar y dar vida y oportunidades para los demás. Que aunque los paren en la calle y les digan "ay, doctora, qué bueno verla, mi hijo está re bien por suerte", ellos siguen siendo personas con un corazón que siente como el de todos nosotros.

Y volví a conectar con eso cuando en el camino me encontré con Galeno. Creo que jamás podría haberme fijado en un médico, porque los conocía demasiado bien en su generalidad; sin embargo, aquí estoy, precisamente, porque es una persona antes de un profesional. Ahora que ya hemos compartido varias cosas de toda índole, también puedo imaginarme que tiene casi los mismos miedos y anhelos que cualquiera. Porque fuera del hospital, fuera del consultorio, a la salida de una guardia, es un hombre. Es un hombre que recibe un saludo de su hijita o que la llama porque le preocupa ésta situación. Es un hombre que recibe un "qué tengas buena guardia hoy, cuidate, ¿estás bien?" de mi parte, como un gesto de apoyo.  Es un hombre que, quizá, por una parte de la sociedad, como pasa con mi hermana, sea admirado y sea aplaudido actualmente.  Y sin embargo, yo sólo me quedo con ésto: dos de los médicos que están hoy jugándose la piel por nosotros, son mi hermana y Galeno. Personas que yo quiero, cada uno a su manera y dentro de su contexto, y personas a las que no quisiera que les pase nada malo.

¿Ven por qué hay que quedarse en casa, no?

La gente que se está jugando su salud por nosotros es la única capacitada en el país para ayudarnos a recuperarla. Sí. Pero además son nuestra familia, nuestro compañero afectivo, la persona que queremos abrazar y ver, y besar y estrechar, cuando todo esto pase...

Porque pasará.

viernes, 5 de julio de 2019

Caídas tontas

Ayer cuando salí del trabajo me tomé un colectivo hasta la estación de tren. Cuando tomé el tren me bajé en la estación que me deja a un colectivo más de distancia de la Universidad. Tenía que entregar una monografía que llevaba en la mochila impresa desde el día anterior sólo porque las impresoras huelen el miedo. Y como estoy muy cansada de estar nerviosa y de tener miedo, me volví, con ciertas cosas, hiper previsora. 

Así, llegué a la Facultad, merendé, me encontré con unos conocidos, entregué el trabajo y después nos fuimos a un barcito de la zona céntrica a festejar que habíamos finalizado la cursada. Cuando estaba bajando las escaleras del bar para volver a casa a bañarme y acostarme, pensando que no iba a cenar, que me tenía que levantar temprano; no ví el último escalón de dos centímetros y me resbalé, doblándome el pie.  Honestamente, en el momento, me levanté rápido y hasta incluso me causó gracia. Sentí un dolor en el pie pero, supuse, era algo pasajero. Vivo cansada últimamente por lo que no es anormal que me duelan las piernas de viajar en el día o que me duela la espalda, un jueves a las 21.00 si salí de mi casa a las 07.00 de la mañana. A todo el mundo le pasa, me dije y no le dí importancia.   El papá de una de mis compañeras de Facultad, por suerte, me alcanzó hasta mi casa a la vuelta por lo que casi no caminé más. Llegué, me bañé y me vestí para acostarme con el dolor que persistía así que tomé un analgésico y me dormí. 

A las tres de la mañana, me levanté por el dolor y las puntadas que me habían reflejo en el gemelo izquierdo.  Ahora, casi no puedo casi apoyar bien el pie sin que me duela y para girarlo, es otro capítulo.
  
Mientras escribo estoy esperando que pase por casa el doctor que, entre nosotros, ni siquiera me lo mandan del trabajo, es decir que no es médico laboral ni nada de eso...  No, no, si son un desastre, claro... Por esa razón vos llamás, lo encargás, y lo tenés que pagar para que convalide lo que no podés demostrar de otra manera. 

Espero que no sea nada grave y que con un par de días en la cama con el pie en alza se solucione. 

Un resbalón tan tonto no será caída,  finalmente ¿no? 




viernes, 21 de diciembre de 2018

"Vamos de paseo... "

Hoy a la mañana me levanté temprano para ir con mi padre al Hospital Penna, ubicado en CABA. Producto de la doble fractura de muñeca que tuvo hace un mes, cuando se cayó de una escalera por accidente, todavía está con un yeso que cada día la pesa más. Al ser una lesión relativamente seria, una de las hipótesis consistía en una resolución quirúrgica, pero eso es, básicamente, lo que mi padre sería capaz de evadir con tal de seguir trabajando y, haciendo sus cosas, con yeso y todo, considerando lo enloquecedor que le resulta estar incapacitado como está.   Por eso, fue que lo acompañé.  ¿Y si le decían que se tenía que operar y nadie estaba ahí aunque sea para intercambiar una mueca? Mi viejo es bastante arisco con estas cosas. No quiere que sepa ni que lo acompañe, y menos, al médico, sabiendo que me pongo muy juiciosa con el tema. Sin embargo, ésta vez, se dejó... (porque lo intimé un poco...).



- Qué linda que estás hija - me dijo, cuando me vió cambiada, maquillada y lista para salir. 

Le sonreí, aunque estaba un poco nerviosa por lo que le pudieran decir, por lo que no le dije nada. 

- Te llegan a tocar el culo en la calle, y vos no te preocupes, que tengo un yeso en una pero la otra está cargada - bromeó. 

- El bollo se lo doy yo. Acostumbrate, papá, tengo 24 años. Si la gente me quiere mirar, me va a mirar. Vos pensá en tu brazo, no en mí - le expliqué, con parsimonia. 

II

Cuando subimos al colectivo, al rato, saqué los dos boletos. Lo obligué a sentarse y yo me quedé parada, porque no había otro lugar, cargando en la mochilla dos botellas de buen vino para los médicos que lo están observando en su recuperación. Mi padre fue con cara de circunstancia todo el viaje y me ofreció infinidad de veces sentarme en su lugar. Le dije que no, y que no hasta que llegamos al Hospital. 

Luego de un rato de esperar, según lo convenido, se encontró con los dos médicos que están supervisando la recuperación. Ambos lo saludaron muy amablemente y me presentó, aclarando, claro, que yo era su hija (como si no se notara, viste... ) en modo padre. 

- Buen día, Doctor - le dije a uno de ellos, el primer traumatólogo. 

- Buen día - me dijo, con una sonrisa - Pasen por acá , vengan - dijo enseguida. 

Cuando lo ingresó a mi padre a la sala, yo me quedé afuera, por puro sentido de la ubicación aunque quería pasar. 

- Vení, pasá - me dijo, amablemente. 

Le sonreí y le agradecí en voz baja. 

Cuando entré al consultorio, me encontré con el Cirujano especialista en Traumatología que lo estaba examinando. Mi padre lo estaba saludando, por lo que detrás lo hice yo también: 

- Hola, Doctor, buen día - le dije y me saludó con un beso.  

Y al tipo, quizá de unos cuarenta y tantos, le cambió la cara al mismo tiempo que yo me aguanté la risa. 

- Qué tal, ¿cómo estás? - me preguntó, sonriéndome. 

- Bien, todo bien - le respondí. 

- Ella es mi hija, Doctor - le señaló mi padre. 

- ¿Cómo estás, ***? - le preguntó a él - ¿Trajiste tus placas?  - mi papá me miró, porque las tenía yo.  Se las tendí, recién salidas de mi mochila y dejé que lo revisara. A medida que le daba las indicaciones, que le decía que no le podía sacar el yeso, que explicaba la progresión de la fractura en pos de mejorar, mi papá prestaba atención, haciendo algunas preguntas. 

- ¿Y esto no se puede sacar, Doctor? Te juro que no lo aguanto más. Me pica muchísimo. 
- No, no se puede sacar. Si te lo saco ahora, corre peligro tu recuperación. Tampoco te lo puedo cortar, porque ganarías movilidad y eso haría que se desplace. Tiene que quedar así. 

Mi padre asintió, muy serio. Yo miré al Doctor y me quedé callada, asintiendo con la cabeza, dando cuenta de que le íbamos a tener que hacer caso. 

El resto de toda la consulta, se dirigió a mí, que le hice dos preguntas respecto a una indicación en particular. 

Luego de todo el veredicto, es decir, confiar y esperar que salga todo bien, saqué las dos bolsas que contenían las botellas de vino tinto y se las tendí. 

- Un detalle, que es la época - le dije al chico más joven, traumatólogo, que me había dejado pasar. 

El otro, quien todavía estaba hablando con mi padre, me miró por detrás de su hombro. Le tendí la otra botella. 

- Tome, Doctor - le sonreí - Gracias - le dije, en relación a la atención amorosa que le brindó a mi papá. 

- No, por favor, no hacía falta... - sonrió, levemente - ¿Entendiste todo? - le preguntó - Primero una visita y después otra. Lo que te recomiendo en que te saques la placa el mismo día, por la mañana - le comentó.  Él asintió con la cabeza. 

De nuevo, me miró a mí

- Tiene que venir en enero ahora, en ésta fecha - me explicó - y después tiene que venir éste día. Ahora vas por ventanilla y le sacás el turno para Radiología. 

- Dale, perfecto - le dije, solamente.

- Perfecto - dijo, y miró a mi padre - Nos vemos entonces en esa fecha - puntualizó. 

Mi papá le tendió la mano sana y se la estrechó. 
Yo me acerqué a saludarlo con un beso. 

- Muchas gracias, Doctor - le dije, realmente aliviada. 
- Por nada - sonrió - Felicidades. 

III 

Cuando salimos, y solamente después de hacer un par de pasos, me lo dijo: 

- Pero la puta madre, che - sacudió la cabeza - Yo pensando que te iban a mirar por la calle y resulta que al que se le transformó la cara fue al Cirujano... ¡Le aclaré que eras mi hija, para que se ubique, el gil! - esgrimió, argumentando como si alguien le hubiera preguntado. 

- Ay, papá, está trabajando, qué me va a mirar a mí - le dije para tranquilizarlo. 

Se rió. 

- Sí, dale, hija, dale... ¡Ese viejo te estaba re mirando! - insistió. 

- Bueno, paciencia, *** - le dije su apodo - ¿Qué vas a hacer? Paciencia. 

- Nunca un pelado, ella - se rió - Cirujanos, ahora... La que faltaba. 

Nos reímos, porque sé que me suele cargar con eso. 

Salir de paseo con mi padre es, en esencia, no poder evitar que sea menos padre y al mismo tiempo, ayudarlo a cruzar la calle con el yeso. 

- ¡Me siento un anciano, me llevás del brazo! - se rió. 
- No te quejes, dale, haga caso, haga caso, anciano - lo burlé. 

jueves, 26 de julio de 2018

Rosácea V

Ayer, a las ocho y media de la mañana, tenía mi turno con la dermatóloga. Fue la primera vez que me tocó verla después de esa primera consulta donde me diagnosticó y me dió todo un tratamiento para seguir.  Las novedades, por lo general, son buenas. Mejoré mucho, mucho, mucho, la apariencia de mi rostro aunque todavía tengo una buena parte del brote inicial que me queda por combatir. Quizá, con unos meses más de tratamiento, tal y como lo sospeché desde el comienzo, pueda decir que aplaqué la cuestión del todo y sólo tenga que ocuparme de controlarla (la rosácea es una afección crónica).

 De la parte izquierda, todo ha desaparecido por completo y, del lado derecho, es de dónde iré trabajando aquí en más. 

Con respecto a los medicamentos por vía oral, tengo que seguir tomándolos al menos por veintiocho días más. Me cambió la procedencia de las pastillas de nacionales a francesas, especulando con que "la molécula se absorbiera mejor" y el proceso fuese todavía más rápido y notorio. Si bien resultaron ser un poco más caras que las anteriores (me constaron $740 pesos, con un descuento del treinta, los veintiocho comprimidos), lo único que me importa es poder tolerarlas ya que se caracterizan por ser fuertes y no quisiera sostener en un plazo demasiado largo de tiempo su toma. 

II

Una de las cosas que más me llamó la atención fue cuando la Doctora me mostró la fotografía que me había tomado al iniciar el tratamiento. Siendo totalmente franca, y no desde lo superficial solamente, me costó creer que era yo y que había llegado a tener el rostro así de destrozado.  Fue como si durante todo ese tiempo, previo a la consulta, yo hubiera vivido dentro de una nebulosa entre el estudio, mi trabajo eventual, las búsquedas de mi vida personal y afines, que me mantuvieron anestesiada mientras mi cuerpo me estaba pasando múltiples facturas de diferentes talonarios y yo era incapaz de darme cuenta. 

Ahora, cada mañana, cuando me miro al espejo, ya asumo que la rojez estará allí porque forma parte de las características de mi cara, del mismo modo en que deseo que esté todo lo necesario para tratarla y poder hacer una vida normal (no desde lo estético, simplemente, sino evitando el ardor y la picazón que ésta infección acarrea). De todos modos, no me quejo. Desde una enormidad de lugares, y hace meses, estoy tratando de buscarle un lado bueno a ésto y, ahora que me veo mejor, siento que no puedo quejarme...  Sí, esto me sucedió e implica gastos elevados para mi, pero al menos pude comprarme todo lo necesario para tratarme y mis padres me han estado ayudando con éste asunto y con el asunto de los ojos sin lamentarse por eso, sólo tratando de darme una mano para que tuviera disponible todo y pudiera reponerme pronto. También agradezco que pude ir a una médica que, en primera instancia, me diagnosticó bien (eso no siempre ocurre en éstos casos) y, por encima de todo, se tomó en serio la situación dándome un asesoramiento detallado.   Porque, en caso de que tuviera exactamente lo mismo que hace unos meses atrás y no hubiera podido contar con cerca de tres mil pesos para gastarlos en cremas, pomadas, geles, pastillas, consultas médicas, geles de limpieza y lociones hidratantes; no podría estar aliviada del ardor, ni de la picazón, y ni qué decir, respecto a lo que suma o resta en el autoestima verse de ese modo y no poder tratarse. 

Sí, quizá para otras personas pueda ser una tontería, pero al menos en mi caso, tengo plena noción de éstos privilegios. 

III

El próximo paso según lo charlado con la Doctora, quien es especialista en medicina estética, será pensar en el después, es decir, en mi vida común, en el cuidado diario.  A partir de ahora:  

1-  Tendré que lavarme dos veces por día la cara con el jabón especial, o en el mejor de los casos, con un gel hipoalergénico de venta en farmacias (nada de toallitas desmaquillantes, nada de lociones desmaquillantes y nada de jabones comunes). 


2- Tendré que untarme el gel para las rojeces, y sin falta, esté el clima como esté, el protector solar específico para pieles con ésta clase de afecciones. 




3- Más adelante, podré aplicarme un maquillaje específico que va casi como al cuidado supremo de mis mejillas y, en general, de toda la piel. 


Con el tiempo, si quiero, y puedo, en el mejor de los casos, podré sellarlo también con un agua termal (¡algo que tengo de antes, bien!), y también será posible pensar en un rubor del mismo laboratorio, específico para pieles súper sensibles o con rosácea: 

Diría mi madre: " mirá que sos coqueta Viente, pero ahora la vida te está haciendo cuidar la cara como si fueras una re concheta "... (jajaja, cuánta razón)

¡Veremos que me dice la Doctora y la vida, más o menos, en un mes! 

miércoles, 18 de julio de 2018

Oftalmológo

Casi un mes atrás, consulté con el oftalmólogo por una afección en los ojos que ya llevaba mucho tiempo. La doctora de ese momento me derivó a una especialista de su rama porque sospechaba que iba a ser necesaria una intervención quirúrgica para que pudiera librarme de los orzuelos. Dijo que, en caso de ser necesaria la operación, no era la cura definitiva al asunto, pero era el único modo de drenar los "desechos" que podía llegar a tener allí, lo cual era necesario e importante.  Dado que ésta es una cuestión de mal drenaje que hacen las gándulas (cada pestaña se conecta con una, para decirlo en criollo)  según mi cantidad, contando superiores o inferiores, el cuadro podía repetirse miles de veces más, o no. 

Lo cierto es que el asunto de los orzuelos lo tengo desde que era chiquita; es algo así como tendencia. Según me comentan mis padres, y de algunos episodios puedo dar fe a través de mis recuerdos, los orzuelos me acompañaban muy a menudo.  Por esa razón, me hicieron infinidad de masajitos con paños calientes y probaron con diferentes pomadas, lo cual dió siempre buenos resultados. Sin embargo, hace un año atrás, cuando empezó de nuevo esta temporada de apariciones, me encontré con que no me sirvieron los pañitos, los masajitos, o incluso, la misma pomada que usaba a los cuatro. 

Ayer, finalmente, tenía turno en el Microcentro para definir si me tenía que operar para hacerme un drenaje o no. No estaba nerviosa, pero sí, algo inquieta. Quería saber cuestiones muy concretas: cuánto costaba la operación, si me lo cubría mi modesta obra social o si lo tenía que pagar yo. En segunda instancia, también quería saber cuánto me iba a llevar curarme, si lo podía realizar en ésta época de receso académico o no ( siendo imposible más adelante por la Universidad, el trabajo temporal, mis otras búsqueda de trabajo; etcétera), y qué nivel de desgaste podía tener mi visión en relación a la lectura; para ir organizando todo, punto por punto.    

Mis padres, a diferencia de mí, si estaban un poco preocupados. A ellos, después de todos los sustos y temores que han pasado conmigo desde que pisé este mundo, les dicen operación y se asustan, como dos pollos, olvidándose de que voy a cumplir en un par de meses veinticuatro años.  Por eso mi padre le pidió por favor al dueño de la casa donde está trabajando que le diera el día para acompañarme y por esa misma razón mi madre (a quien yo le había dicho que podía acompañarme a ésta consulta, porque a todos los demás médicos he estado yendo sola), también se mostró dispuesta a venir, más allá de que viniera también mi padre. 

II 

Después de arreglar todas las papeletas correspondientes a la obra social y presentar los bonos específicos; de hacer el viaje al Centro y de esperar cerca de una hora y pico en el piso de aquél edifcio viejito, entré, bah entramos, al consultorio.  Mi padre, es decir, un señor de 51 años de más de cien kilos, se sentó en la camilla con cara de miedo y mi madre, para no desentonar, hizo lo mismo. En ese momento, los miré de refilón y sacudí la cabeza en mi fuero interno, un poco fastidiada.  Es que, a veces, se pasan de padres y me tensiona su actitud, siendo que ya pasé a lo largo de toda mi vida por muchas cosas vinculadas a la salud y me niego a afrontarlas con miedo, sabiendo que por peor que sea pasar el momento, lo que sea que esté pasando en un ojo o en cualquier parte tiene o no tiene solución; es decir, que no hay más opciones que eso, por muy duro que realmente sea pensarlo desde ese lugar. 

Salvado esa cuestión, le tendí el carnet a la chica, mi documento y le relaté todo lo que me estuvo pasando en los ojos, desde hace casi un año. Le comenté algo que me había dicho la otra doctora, respecto de los ojos, y que me sorprendió muchísimo: toda la afección de la cara que estoy combatiendo en simultáneo, tiene como efecto secundario acrecentar las infecciones en los ojos, las alergias y derivados; por eso, no era una simple casualidad que en cuanto se desencadenara lo de la piel, también empeorase lo de los ojos, pese a que uno, ignorante de la materia, ni se hubiera animado a pensarlo. 


El lado bueno de todo este asunto es que la Doctora que me atendió era, a resumidas cuentas, un dulce de leche repostero. Chica joven, canchera y re bien predispuesta, me revisó con cuidado y de modo muy exhaustivo. Cuando dió vuelta los párpados - ay, eso molesta e impresiona -, se dió cuenta que no tenía desechos conflictivos que fuera necesario drenar, por lo que descartó la operación; me dijo que había tenido suerte en ese aspecto, que me quedara tranquila. 

- Bueno, buenísimo - le dije. 
- Lo que vos tenés son cicatrices, por eso, las bolitas en los ojos - me indicó - Esto no tiene resolución quirúrgica, en tu caso, porque no tenés nada peligroso. De todos modos, te voy a recetar un corticoide para desinflamar y lograr la disolución ayudando al cuerpo. 

Asentí con la cabeza. 

- Bueno, está bien - dije, solamente. 
- Vas a venir acá, y te la voy a inyectar - me dijo después y ahí ya no contesté tan rápido - Es un proceso rápido, que te va a ayudar mucho. 
- ¿Tiene anestesia, no? - le pregunté, luego de que se explayó. 

Negó con la cabeza. 

- No, es absurdo ponerte anestesia porque el pinchazo de la anestesia es equivalente a los que te tengo que dar, así que  no... - sonrió. 

Sonreí, admitiendo la estupidez que le había preguntado. 

- Si tenés forma de comprar ahora lo que te estoy recetando, yo no tengo problema en aplicártelo. 

Miré a mi madre y a mi padre con un asentimiento de cabeza. 

- Sí, está bien - dije. 

Inspiré hondo y la miré, haciéndome el certificado, tan tranquila ella, y lo bastante reticente yo. 

III 

- Bueno, Veinteava, sentate por acá. Yo te voy a explicar todo, tranquila vos, que es un minuto. 

Asentí con la cabeza, seria, decidida a dejarme hacer sin rechistar. Mi madre, para ponerle un poco de onda a la situación, me guiño un ojo; siempre adecuada a la rama. Mi padre, conservó mi susto, como si fuera un nene y lo tuvieran que pinchar a él. 

- ¿Puedo pedirte algo? - musité - ¿Me avisás cuando me vas a pinchar? Así todo aire. 

Asintió enérgicamente. 

- Sí, vos tranquila, que yo te aviso - me calmó - La primera aplicación te la voy a hacer en el párpado derecho, aquí - me señaló en centro de mi párpado, de piel finita. Cerrás los ojos y vas a sentir la aguja. 

- Bueno - dije. 

- Y la segunda, voy a pasar la aguja por el lado inferior del ojo, justo acá - me indicó el lado inferior, donde están las pestañas más pequeñas, y las chicas suelen delinearse con lápiz delineador - y ahí sí que voy a necesitar que, por nada del mundo, me cierres los ojos. 

- Bueno, no hay problema. 
- Te voy a aplicar anestesia en gotas, por si llega a haber algún roce en la zona interior de los ojos ¿está bien? 

Me dejé hacer, pensando en cosas lindas. 

- Bien, ahí vamos, te voy a pinchar ahora, respirá profundo - me dijo. 

Y sí, me pinchó el párpado, justo donde tenía el bultito. 
Y sí, la verdad es que en éste caso, me dolió más de lo que me impresionó. 

- Muy bien, excelente. Te la bancás re bien - dijo y sonreí - Vamos por el otro. 
- Está bien, está bien - le dije, nada más, en voz muy baja - No hay problema. 

Volvió a avisarme cuando me pinchaba y aquí, me impresionó más de lo que me dolió por ver cómo me pasaban la aguja en una zona tan particular. 

IV

Pasado un rato, cuando salí, tenía los ojos inflamadísimos. La doctora me dijo que era normal y que me iba a levantar mejor. Dentro de un mes, según cómo evolucione ésto, tendría que volver de nuevo para dos nuevas aplicaciones. 

Hoy me levanté mejor que anoche, cuando todavía me dolían los pinchazos y tenía la zona sensible. Si bien es una sensación algo extraña, porque siento los ojos un poco doloridos de modo superficial, el corticoide hizo un gran trabajo.  Y, lo más importante: dos pinchazos, por peor que sean, no se comparan con el haber zafado de una operación. 

Veremos cómo sigo, de acá a un mes.  Ojalá con ésto, alcance y sobre para que mis orzuelos queden en la historia. Mientras tanto, agradezco estar en receso académico y tener que ir a trabajar el lunes, teniendo días para reponerme.  En un punto, es un gran ayuda saber que no tengo la obligación de leer, ni de estudiar por el momento.  

Cuando hay que frenar, hay que frenar.

 Es así. 

miércoles, 27 de junio de 2018

Rosácea

Hace bastante tiempo venía con la piel deteriorada. Si bien la cuido muchísimo, en general, mi cara transitaba otros cantares de los que poco comprendía. Permanentemente estaba enrojecida, como si estuviera ruborizada las veinticuatro horas del día y, un tiempo después, comenzaron a salirme algo que - aparentemente, en mi ignorancia - pensé que eran simples e inofensivos granos. Es que... ¿quién no ha tenido acné alguna vez? Sumado al desbarajuste hormonal, y todas esas cosas que le pasan a las mujeres, fue que me dije: "Debe ser pasajero, esto". Sin embargo, persistió. Y pasó un mes, y otro y otro, hasta que lo que parecía solamente un impar de granitos se descontroló. Y allí, en ese punto, no me valió ningún tipo de cuidado que hace años - desde los veinte, siendo exacta - vengo teniendo con la cara. Porque recién hoy me enteré que yo no tengo la piel sensible, y que no es rubor lo que se me aparece en las mejillas, sino, rosácea. 

Durante todo este tiempo, la apariencia de mi rostro se deterioró. La piel se me caía, en pequeñas escamas. Lo que yo creía que eran granos (ahora sé que no lo son,  que se llaman pápulas), finalmente resultaron  una manifestación más de esta enfermedad crónica de la piel.  ¿Lo más curioso? Ésta enfermedad tiene mucho que ver con todo lo que también me está pasando en los ojos desde hace un año.  Uno de los efectos secundarios cuando comienza a empeorar la piel es que te afecte la zona ocular, promoviendo la aparición de alergias, entre otras cosas (y sí, al parecer, me saqué todos los números...). 

más o menos así, tengo la cara. 


II 

Honestamente, no puedo decir que esté contenta, ni aliviada por saber qué es. No quería, por ningún camino, que me diagnosticaran éste tipo de afecciones porque sabía lo rebeldes que son y, especialmente, el alto costo que representan... Pero, aunque parezca mentira, ahora que lo sé,  tampoco puedo decir que esté triste.  Creo que no tengo tiempo para ponerme triste, ni para exteriorizar nada, cuando me están tapando los parciales en la Universidad y cuando no estoy durmiendo bien desde el lunes, pero también creo que tengo que sacar fuerzas de alguna parte, para seguir adelante. ¿Qué más puedo hacer, si no es ésto? El tener la cara destruida, el mirarme al espejo y notar cómo un día donde parecía haberme levantado bien, finalmente, "detoné", no me causa ninguna gracia, de hecho logró que mi autoestima descendiera por el quinto subsuelo, pero... ¿qué puedo hacer más que obedecer y entregarme a la ciencia? Uno de los motivos a través de los cuales ésta afección dérmica se desencadena, es producto del estrés. Porque no solo son los cambios de clima, si hace veintitrés años vivo en el mismo lugar, pero sí, los cambios de vida. ¿Y quién puede controlar esto, a decir verdad? Probablemente, lo mejor sea intentar quedarme tranquila,  seguir adelante y concentrarme en no empeorar desde lo emocional algo que ya está lo suficientemente malogrado desde lo orgánico. 

El tratamiento que estoy siguiendo es riguroso, y por encima de todo, excesivamente caro.  Me recetaron: pastillas específicas; un gel francés para ponerme de noche, un jabón para lavarme diariamente el rostro, también francés, y un protector solar del mismo laboratorio y de la misma procedencia. Ésto último me preocupa un poco, porque hay una serie de productos que necesitaré utilizar siempre y, como no son de laboratorios nacionales, el tipo de cambio juega muchísimo en el precio. Pero tampoco ésto puedo controlar (de hecho, si no lo puede controlar un gabinete económico especializado en la tarea, ¿qué quedara para los simples mortales?).  Siendo honesta, e intentando hacer un poco de reflexión con ésto, entre la flotación sucia y el equilibrio "natural " propio del libre mercado, no sé demasiado bien cómo me podrá quedar el rostro, entre otras cosas, siendo una mundana jovencita oriunda del Conurbano Bonaerense; pero reconozco que haré lo posible en la medida que pueda con el correr de los meses. 

III 

Dentro de un mes tengo que volver a controlarme, para ver si progresé, con la dermatóloga. Antes de eso, tengo turno con el especialista oftalmológico para revisar el asunto de la operación, para que me examine y diagramemos mejor las cosas (como para no estar ansiosa, pucha...). Pero, por encima de ambas cuestiones médicas, ayer rendí un parcial, mañana tengo otro (el viernes quizá otro y el martes otro), por lo que una vez que tome la pastilla para la cara, la otra pastilla, y termine de leer las veinticuatro hojas que me quedan; quizá me voy a dormir en unas cuatro horas. 

Al ataque. 

No sé contra quién o contra qué, pero al ataque. 

De brazos cruzados, no me voy a quedar. 

martes, 14 de marzo de 2017

Especialistas III

Estábamos haciendo sobremesa, mis padres y yo. 

 - Mañana te voy a cortar el pelo. La verdad, no podés estar así - lo miré. 

Se rió. 

- Sí, está hecho un asco ¿viste? 
- Un asco total - enfaticé - ¡Dios mío, esas lianas! - lo cargué - Te voy a pasar esa maquinita que tenés vos para emprolijarte la nuca... - medité, mientras observaba el asunto - Ya te creció todo, desde la última vez. 
- Sí, ya se fue todo a la mierda... - suspiró - No hay gel que lo controle. 
- ¿Te vas a afeitar, no? - le pregunté, intencionalmente. 
- Sí, sí. No sé cuando, pero sí.  
- Podés hacerlo tranquilo, el fin de semana, pero el pelo... - sacudí la cabeza - No va a llegar así a la próxima vez que veas al Doctor *** . 
- Vos sola me mirás con cariño, Veinte. Nadie se dá cuenta de esas cosas - sonrió - Ya me tengo que ir preparando, sí. 
- Yo no solamente te miro con cariño, sino que me gusta verte prolijo, es más fuerte que yo. Tenés que tratar de estar lo más prolijo que puedas, más allá del trabajo que hacés donde estás lleno de polvo - le expliqué.  
- Eso dejalo para vos, que siempre estás toda cuidadita y es lindo que sea así - admitió - No me quiero imaginar cómo va a ser tu marido, si así te preocupás por mí, que estoy todo el día lleno de polvo - mofó. 

Le puse cara de cansancio. 

- Esto no es frivolidad, son gestos - argumenté - Y sí, yo miro a la gente pensando en cómo se puede ver mejor, no buscándole los defectos. No te estoy diciendo que estás desprolijo, te estoy diciendo que mañana te corto el pelo, así te ves mejor - insistí. 
- Bueno... Está bien. Mañana, cuando llego de trabajar, hacés todo. 

Sonreí. 

-¿Qué me decís vos, cuando no me pinto y se me notan las ojeras? ¡Qué parezco un caballo viejo! - nos reímos. 
- Y sí, tenés los ojos todos hundidos, más si estás preparando esos examenes de mierda... 
- Bueno - concedí - A mí me pasa lo mismo, cuando te veo todo invadido por los pelos, la barba toda crecida, me da la misma mala impresión. 
- Pero vos te pasás, hija... - se rió - ¡Me sacás los pelos de acá, de acá! - se señaló el puente de la naríz. 
- ¿Y qué querés que haga, que te los deje? ¡No, ni loca! - sacudí la cabeza. 


(...) 

- ¿Para el día de la cirugía te vas a sacar la barba? - le preguntó mi mamá. 
- No ¿para qué? 
- Ya con que se afeite... - acoté yo. 
- Tengo unos soquetitos nuevos - me comentó - Ah, cuando termine te llamo para que me vengas a buscar - le dijo, a mi mamá. 
- ¡NO! ¡Yo voy a ir con vos! 
- ¡Vamos a ir con vos, olvidate de ir solo! 
- ¡No, no, no, no! ¡Quiero ir solo! 
- Sí, dale, Superman, que vas a salir corriendo del quirófano - ironicé ¡Haceme el favor y no seas duro! 
- Pero no pasa nada, hija... 
- No es eso - le expliqué - No va a pasar nada, si Dios quiere, pero me voy a morir de la ansiedad acá sola, esperando noticias. 
- Te quedás con tu madre, esperando. 
- No, no hay chances. Vamos a ir los tres. 
- ¿Para qué? Si no van a poder entrar ni nada... 
- No es eso - dudé - ¿Viste cuando uno necesita estar cerca? Bueno, es eso. 
- Pero si no vas a poder hacer nada... - insistió - Todo lo hace el médico. 
- Pero es algo muy propio de los seres humanos querer estar lo más cerca posible  de la persona que quieren en una situación difícil. Es el apego que sienten entre sí las personas que se quieren - le expliqué. 

Aflojó un poco, con ello. 

- Bueno, pero igual... 
- ¿Te acordás cuando íbamos los tres a mi traumatólogo? - hice el paralelismo- ¿Por qué ibas, vos? ¿Por qué te tomabas siempre el día, si sabías que me llevaba mamá y podías estar tranquilo? ¿Por qué si era un control y no una operación? - lo arrinconé - Es el apego. 
- Nunca, hasta que seas mamá, vas a entender cómo lo vive un padre. Es distinto. 
- Lo entiendo desde el apego que también puede tener un hijo, por su papá o su mamá. Y eso va a hacer que vaya, quieras o no, como vos fuiste cada vez que tuve que visitarlo a Eduardo - le dije, en relación a mi traumatólogo. 
- Yo iba por las hamburguesas de McDonald que nos comíamos después, a la salida - bromeó. 

Me reí, por la aportación.

- Por descontado que yo también - le dije - Qué control ni control... - mofé. 

II 

Estamos en la cuenta regresiva. Ya falta menos y los días se me hacen largos. 
Que sea con bien, que todo se acomode y se encause pronto; eso es lo único que pido. 


miércoles, 18 de enero de 2017

Especialistas I

Hoy mi papá tenía turno con un especialista para la rodilla. Después de algunas consultas fugaces con colegas de mi hermana, médicos que se enfocaron en la rama de la traumatología a diferencia de ella, la constante era presentar los estudios ante un especialista para evacuar la mayor cantidad de dudas. 

Según la opinión de mi hermana, en el hospital público, están los mejores. Ella trabaja en servicios estatales y conoce desde un costado diferente la formación que se recibe, la experiencia que se adquiere, y por eso, entre todos lo consideramos lo mejor.  Se nos recomendó un especialista eminente en el asunto que trabaja en ese hospital, pero que también, atendía de forma particular. 

Allá fue hoy, mi padre, negado totalmente a que alguien lo acompañara. 

La resonancia magnética, según el punto de vista del médico, es correcta pero precaria. Lo primero que hizo, entonces, fue indicarle que se hiciera otra de mejor resolución para terminar de sacarse las dudas.  Contando con lo que tenía, sin embargo, le dijo: que el tumor no era malo, y que, en el peor de los casos, había cirugías en el Hospital Italiano que eran capaces de sacar el asunto adelante sin problemas, porque además, contaban con un Banco Oseo, que mejoraba la perspectiva en caso de una eventual intervención.  Le dijo que los meniscos estaban hechos polvo, sí, pero que el desgaste no era tan grave como se suponía, teniendo en cuanta el tipo de trabajo que hace mi papá - 23 años en la construcción - y especialmente teniendo en cuanta la edad - casi 51 años -; todos detalles que oficiaban de contribución. Al respecto, además, agregó que si bien entendía que para mi papa esto podía ser doloroso y preocupante, finalmente no era tan grave a sus ojos, más allá de que debe controlarse el tumor, claro. 

Mientras tanto le explicó que es una lesión dolorosa, que al tener un edema - producto de los esfuerzos constantes de la articulación - siempre iba a mostrarse hinchada pero que ello se solucionaba con reposo y la toma de una medicación que le indicó. La misma es para enfocarse en el cartílago, según lo que entendí. Dijo que la función que cumple el cartílago es la de ayudar a que las articulaciones no se rocen tanto entre sí, por lo cual, cuando se desgastan, y cuando también lo hace el cartílago y cuando las articulaciones empiezan a rozarse...  se produce el proceso contrario a la normalidad: la zona, a modo de advertencia, se inflama y duele.  Precisamente el aumento en la presencia de cartílago es lo que disminuye el dolor y la inflamación, y de aquí la prescripción del remedio. Además, cuando el cartílago se va desgastando, según lo que estuve leyendo al respecto, para evitar este rozamiento, el mismo libera en mayor medida lo que se conoce como líquido sinovial; éste cumple la función de "amortiguador" en más de un sentido, es como si le diera a la articulación una reserva de líquido que se va a usar cuando vayamos a realizar movimientos. 

 ¿Cuál es, entonces, la conclusión? 

Que no es tan grave como parece, pero que para sacarse todas las dudas, le presente una imagen de mejor resolución.  Que puede seguir trabajando, siempre y cuando, supere esta lesión, reduzca el dolor y la inflación. Que tiene que controlar el tumor, aunque este muta en muy pocos casos. Que, en la escala, una de las últimas opciones puede ser una intervención y que, en caso de ser necesario, el médico mismo iría a llevar adelante un Ateneo para considerar el asunto desde múltiples ópticas antes de llegar a esa determinación. 

Por ahora, pese a que son buenas noticias, no me confío del todo. Estoy aliviada, sí, pero no quiero relajarme hasta que no vea cómo llegamos hasta la próxima resonancia y cómo se ve todo en imágenes con mejor resolución. Supongo que a partir de ahí me voy a sentir más segura de este suspiro que tiene sabor a calma, pero no del todo. 

Aunque con más tranquilidad, la constante es una: hay que esperar. 


PD ¡Gracias por todo el apoyo, inestimable para mí; muchas gracias!