martes, 4 de febrero de 2020

Libertad

No es la primera vez que escucho sobre el pudor en las mujeres a la hora de tener un encuentro íntimo con la persona elegida. Independientemente del sexo de su pareja, y de la propia orientación sexual, infinidad de veces noté cómo el temor por no satisfacer al otro opaca hasta las mejores intenciones.

Y lo cierto es que, cabe decirlo, pensé en el modo que tenemos de entender con Galeno ese asunto. Porque a menudo me sorprende su concepción del sexo, su idea sobre el, su forma de llevarlo, y en especial, lo mucho que estoy aprendiendo con su ayuda.

 Es que realmente eran muchos los pudores y muchas las incertidumbres que yo tenía y algunas que sigo teniendo.  Era mucho el miedo a no saber encontrar su modo. Era mucho el tiempo en el que yo no sentía algo más allá del deseo, que se remitiera a lo afectivo, y era también la primera vez donde el otro se hacía cargo de lo que a mí me pasaba y me pasa y no se escapaba. ¿Y como jugarla en ese contexto? ¿O como no volver a jugarla nunca más? Pensar que aquel otro hombre me iba a tocar con miedo y no me iba ni querer besar , me hacía retorcer las tripas. No lo iba a poder tolerar una vez más. No iba a bancarme que me pase de nuevo después de todo lo que había tenido que jugarme para dar el paso y encontrarnos a una provincia de distancia...  Y sin embargo, cuando Galeno empezó a desarmar su armadura e hizo gala de su amplia experiencia, yo cai en la cuenta que no había conocido una faceta como la que descubrí ese día, en casi veinticinco años. 

Yo sospecho que el secreto de Galeno fue aceptarme al cien desde el minuto cero. No pedirme nada, si no, aceptar. Aceptar lo que me fuera posible darle y desde mi modo de darle. Sin presionarme. Solo dejando que se dieran todo como debiera darse.  Si, yo realmente creo que lo fue. ¿De otra manera, como me sentí tan libre? 

He oído a mujeres que no logran disfrutar por completo los encuentros. Se preocupan por su cuerpo, por lograr objetivos y olvidan escuchar a su cuerpo. Sin dudas, yo antes de esta experiencia, era de esas mujeres. Tenía una concepción al mercantilista del sexo, una especie de debe y haber. Una exposición de resultados. 

Y con Galeno, en cambio, aprendo todos los días el calor del mientras tanto. No en vano, la primera vez que lo ví, se dedicó durante horas a acariciarme y darme besos. 

-¿Por qué haces esto? -le pregunté con total curiosidad. 

Sonrío y me acaricio muy despacio. Cada caricia era una dulce enternidad mezclada con una profunda desesperación. 

- Porque antes que cualquier otra cosa, tenés que escuchar a tu cuerpo - musitó - Me gustaría que lo disfrutes, y para eso, es necesario que escuches a tu cuerpo, que no tengas miedo ni vergüenza conmigo - insistió - ¿Me dejas a mí? - me preguntó, y en esa pregunta, obtuvo la rendición. 

Recuerdo que en ese momento no pensé que si lo besaba me podía correr la cara, como suponía antes de llegar a aquel instante. Simplemente, lo besé 

- Sí, te dejo - le dije, riéndome suavecito. 

Y lo dejé enseñarme algo nuevo. Es decir que, antes que nada, hacer el amor con alguien, es anidarse uno mismo. Nadie puede dar lo que no tiene, pero tampoco, nadie puede permitirse disfrutar si no le hacen el mejor regalo que un amante nos puede hacer: el espacio para sentirse libre. 

Y yo siento, específicamente, que Galeno a su edad, y con su experiencia, llegó a mi vida para que me descubra de tantos modos que no alcanzo, todavía , a imaginar. 

1 comentario:

  1. Está bien dejar atrás incertidumbres y temores.
    Por lo que contás, Galeno se tomó el trabajo de conocerte.

    Besos.

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Veinteava