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jueves, 23 de septiembre de 2021

Un límite posible a la empatía

A veces, la empatía de la que tanto se habla en nuestros tiempos me incomoda. Digo, la siento a tal punto que me gustaría alejarme y poder controlar mi ansiedad y preocupación frente al dolor el displacer de los demás.  Si bien es una cualidad que he pulido, porque antes concebía la empatía como sufrir el sufrimiento de los demás en toda su extensión, creo que es algo que, según determinados casos, tengo que moderar y cuidar.

Aunque hoy entiendo que la empatía es acompañar desde el mejor lugar posible,  sigo sintiendo que frente a determinadas personas me cuesta más saber en qué espacio ubicarme frente a su dolor, o a su malestar, o incluso frente a las crisis que a veces nos ocurren a todos.

No es que me asuste la oscuridad del prójimo. Entiendo que todos tenemos sombras, cuestiones irresueltas, desafíos internos y zonas más pantanosas. Sé que no todo es color de rosa, brillos, colores y un camino de pétalos hacia el paraíso… Pero, frente a esto, no puedo evitar preguntarme qué postura sería más adecuada. ¿Hasta dónde es empatía y hasta dónde es cargar con el dolor del otro, hacerlo carne, dejar que lo traslade, muchas veces, sin querer?

Mi mente, o en realidad mi corazón, no puede evitar ser empático. Es automático, casi como una térmica que salta en cuanto alguien me cuenta algo de su vida bueno o malo. Si es bueno, imagino lo bien que se debe sentir, imagino que quizá eso le llegó luego de gran esfuerzo e imagino su alivio; entonces, me pongo contentísima y en mi interior le deseo lo mejor. En cambio, y ésta es la parte más dura de ser excesivamente empática, es que cuando alguien a quien quiero mucho me cuenta que se siente mal… yo me pongo en su lugar, imagino cómo se debe sentir, lo que puede necesitar, qué podría hacer uno de afuera para ayudar… Y lo más duro es que a veces no podés hacer nada más que acompañar. Pero, además, acompañar bajo los parámetros y las habilitaciones que te dé ese otro.   Y eso es lo más difícil porque, en realidad, no sabés bien qué hacer. Si hablarle para saber que estás ahí, si no hacerlo para dejarlo en paz, o si esperar que el otro cuando se sienta cómodo lo haga sin perjuicio de que podría llegar a pensar que no te interesa su dolor.  Y eso ¿hasta dónde se regula dentro del marco de la empatía, no? Es decir ¿cuál es el punto donde la empatía encuentra su límite?

Una de las crisis más notorias que tuvimos con Galeno, por ejemplo, a lo largo de nuestra relación tuvo que ver en gran medida con la empatía. Me desafió mis propios límites con actitudes que no podía entender del todo y me demostró que no siempre la gente necesita que estés ahí cuando se le da vuelta la cabeza – por no decir otra cosa – sino que, a veces, necesita que lo dejes enlodarse.  

Yo pensaba que, justamente, como pareja-despareja lo ideal sería acompañarlo en una mala temporada de bajón. Digo, en mi mente, lo que se supone que correspondía desde el tener la clase de sentimientos que yo tenía por él, era acompañarlo. De la misma manera que, por ejemplo, lo había acompañado durante la etapa en la que se contagió de COVID-19 durante octubre del 2020.  No obstante eso, quedó a la vista que Galeno necesitaba otras cosas. Cosas que, por otro lado, más allá de si su postura era egoísta o no, yo no podía terminar de cuadrar.

Galeno fue la primera persona que me marcó la cancha en este aspecto, la que no aceptó esa contención, o lo que yo entendía como contención, que le ofrecía.  Al principio, me enojó mucho, y acto seguido, me dolió. Me enojó por una cuestión de roles dentro de la relación; es decir, roles donde él siempre estaba para mí, siempre me escuchaba y me hacía reír si estaba triste, pero al mismo tiempo, no me permitía estar para él; o eso creía. Al mismo tiempo, me dolió por sentirme despreciada.   Y algo, por esa incapacidad de comprender algo tan íntimo, tan suyo y tan propio de sus años de vida, nos terminó lacerando lentamente hasta que nos separamos.

Pasados algunos meses luego de la ruptura entendí que  él estaba siendo muy claro acerca de lo que quería y yo estaba siendo desproporcionada – aún sin mala intención – en lo que pretendía brindar porque (para míiiiiii) los vínculos afectivos y sus constituyentes tenían la obligatoriedad de bancar los tiempos duros y acompañarse. ¿Era un pecado pasar los tiempos malos solo? ¿Estaba mal querer caminar en el lodo una temporada para pasar por un proceso individual? Hoy entiendo que no. Que necesariamente hay una dimensión, un escalón en el camino hacia nosotros mismos, que sólo se conquista con la introspección y forma una parte clave en el autoconocimiento.

También entiendo que mucha de mi necesidad de ayudar a los demás desde la empatía, o desde el querer solucionar sus sufrimientos, tiene que ver con mi propia historia de vida.  Hubo momentos de tanto pero tanto sufrimiento y tristeza en mi vida personal, especialmente durante mi infancia y pre-adolescencia que no puedo mostrarme indiferente ante el sufrimiento de quienes me rodean. No puedo pensar que hay que dejarlos sufrir y ya está, porque en realidad, siento que tiene que haber una manera de solucionarlo, que se le tiene que poder encontrar la vuelta, etc.

Pero entiendo que ese afán de no dejar sufrir a la gente que amo, se convierte en una necesidad tan grande que se entremezcla mi propia dificultad para aceptar que estoy triste aún en los momentos más de mierda, donde me quiero mostrar entera sea como sea.  La cuestión de lo aprendido, es decir, del mensaje de mi vida que consiste en seguir adelante como sea, frente a todo, a paso de plomo, a veces me jugó malas pasadas.

Y con Galeno, precisamente, y en su momento, lo hizo a sus anchas. Pretendía entender su malestar con los parámetros de mi vida sin tener en cuenta que, obvio, nos los iba a entender. Nosotros  llevándonos más de veinticinco años nos entendíamos mucho, sí, pero en esto era como si me hubiera cortado las manos. Me sentía rechazada, o lo que es más preciso, sentía que no tenía nada para dar en retribución a lo recibido.   

Y ahí, en ese punto precisamente, sufrí lo que denominé como una crisis de empatía…  

Me encontré con una persona que no solamente no se mostraba abierto en sus tiempos de tristeza sino que, por otro lado, siempre había estado para mí.  ¿Cómo devolvérselo? ¿Cómo hacerlo sentir bien? Eso me preguntaba y me generaba mucha ansiedad y frustración no poder ayudar, sentir que no tenia una palabra asertiva sólo porque no estaba pudiendo hacerlo de la misma forma en que lo había hecho con todos. 

Precisamente por esta crisis de empatía, con el paso del tiempo, las preguntas cambiaron. ¿Y si la persona necesita ese viraje de timón? ¿Y si es algo tan suyo que no lo puede ni explicar o no lo quiere compartir? ¿Y si no le interesa socializar su molestia? ¿Y si necesita alejarse de todos para encontrarse? ¿Y si ese displacer no tiene que ver con lo que uno cree, y toca respetar?  Comprendí entonces que, en las relaciones de amor – de todo tipo – el respeto abarca muchos más estratos de los que se puede imaginar.

En el presente, esto ha servido como lección. Creo que desde la empatía y teniendo presente lo vivido, lo único que puedo ofrecerle a los demás muchas veces debe ser simplemente el silencio y el saber que, cuando me necesiten, si es que me necesitan, estaré. Es hacerles saber que pueden apoyarse en uno o pueden no apoyarse, que no tienen obligación, que nadie les exige solucionarlo todo como un maníaco desbordado. 

Y, lo principal: aprendí que el amor también es darle la libertad al otro de hacer con su dolor – prácticamente - lo que carajo quiera. Porque eso, a fin de cuentas, es a veces lo único que necesita. Hacer con la tristeza lo que se quiera o se pueda hasta que, luego de estar nadando en el barro, vaya encontrado las respuestas dentro de sí. Efectivamente, esta es otra verdad: cada quien debe hacer su proceso, su propio camino, y sacar sus propias conclusiones.  Uno, de afuera, sólo puede elegir si se queda a bancar los trapos aún mismo éstos sean un compendio de indiferencia o se va y se lleva su empatía a otro lado. En eso se centra, o mejor dicho, a eso se reduce, nuestra injerencia frente al dolor de alguien más.

Lo que tengo presente hoy por hoy consiste en saber que no hay mejor demostración de amor que la libertad de dejar a la gente estar como quiera estar. Y además, hacerle saber que si necesita alguien con quien hablar, estamos. Y que si no necesita, uno se correrá de su vida a tiempo para no molestar.

Ni más ni menos. Dejando creencias, mandatos y todo el ego de lado. Sí, de esto también se trata el amor. De brindarse al otro desde la abundancia y no desde la especulación. Quien especula, no disfruta, y por consiguiente, tampoco puede amar y ayudar a los demás.


viernes, 13 de agosto de 2021

El poder de las fotos

 Estoy haciendo limpieza en la galería de mi celular. Al día de hoy sigo encontrando imágenes de gastos para computar que me enviaban los técnicos de campo, a mi teléfono personal, el los tiempos de mi antiguo empleo en la Administración.  Las borro porque no me acordaba de esos datos y en el presente no tienen ninguna utilidad. 

Entremedio de esos sentimientos encontrados, hallo otra foto. Sonrío y me río de forma inevitable. Después sobreviene otra ola de sentimientos encontrados en otros sentidos. 

Es una imagen que me había enviado Galeno cuando todavía estábamos juntos.  Formaba parte de una broma porque él me hacía chistes cariñosos con mi parte trasera. Se había encontrado con eso por ahí y dijo, le había recordado a mi.  La imagen era un cartel que decía: "te amo culona, no quiero perderte".  Te amo culona, no quiero perderte, me repito y me sonrío.  Pienso en borrarla. Me río cuando la releo. Me acuerdo de Galeno y sus cantos hacía mi trasero, me acuerdo de sus bromas cariñosas, de su mirada siempre elogiosa.  Y me doy cuenta que, porque me sigue remontando a cosas lindas, está imagen, la puedo dejar. 

Perdí muchas cosas desde que empezó esto año hasta ahora. Una relación, mi trabajo... Pero también entiendo al ver diferentes fotos que todo pasa. Pasan los trabajos, las relaciones, los lugares. Y también creo que la vida da revancha y la posibilidad de volver a empezar siempre. 

 Me pregunto si la próxima vez la vida me pondrá en mi mano la posibilidad de sacarle o no fotos a todo lo bueno que me suceda. Y creo que sí. Que las voy a sacar para volver a demostrarme que la vida sigue y mejora, siempre, aunque a veces los tiempos raros parezcan de 53 horas. 

Nada es eterno. Ni siquiera lo malo. 


lunes, 4 de enero de 2021

Recapitulando

 Estar en lugares donde nos quieren. Estar en lugares donde nos eligen. Estar en lugares donde nos valoran, respetan y aprecian. 

Creo que por estas palabras que me dije tantas veces llegué a tomar la decisión que tomé con respecto a Galeno. De hecho, por primera vez en mi vida, creo firmemente que es lo justo no quedarme en un lugar donde no me quieren de la misma forma, más allá de que sepa que "cariño hubo". ¿Para que ser hipócrita y negar lo que quiero hoy en día? Al contrario. He decidido decirlo en voz alta, con las palabras que correspondan, más allá de lo que pase. Es una buena forma de respetarme el hecho de corresponder y de asimilar mis propios deseos. 

Creo que está a la vista que ya no quiero perder el tiempo con personas que no me correspondan. Que no estén dispuestas a poner lo que hay que poner para vivir una historia conmigo.  Que no me miren de la misma forma o que me quieran para cuando ellos quieren. No me interesan las relaciones relajadas, que son relajadas solo cuando le conviene al otro, pero se vuelven tensas cuando se te aparecen veinte chongos en el horizonte y te das cuenta que el que pretendía la relación relajada solo quiere que tengas sexo consigo, que lo elijas a el, que lo hagas como lo haces consigo y una lista de largos condicionamientos que no son propios de un deslinde emocional como el que aparentemente proponen. 

Me cansé, sí. Mi tiempo vale y, a mi edad, aún más, dado que es un momento de la vida donde uno tiene energía, tiene tiempo, quizá puede elegir un poco más qué quiere hacer, etc. Mi forma de querer también vale que me sienta a gusto con otra persona que, realmente, quiera estar conmigo.  Y lo que yo soy capaz de dar, hoy lo entiendo, no lo merece cualquier persona. Lo merece solo la persona que, antes, pueda estar a la altura de las circunstancias y que, además de pretender que esté cuando quiere, me valore por lo que realmente soy.  

Antes de mi relación con Galeno, me doy cuenta que pensaba mucho, a la hora de elegir, que había hombres que no me iban a dar pelota jamás. Que nunca iban a elegir a una mina como yo para estar. ¿Motivos? Porque quizá para ellos no era lo suficiente linda, ni inteligente o porque, simplemente, no era igual a las chicas de mi generación que aparecían mostrando el culo el Instagram para levantarse a alguien. Entonces, cargando esos prejuicios, consideraba que otros tipos, en cambio, eran más compatibles conmigo. Que había otros que me iban a elegir , aún fuera "rara"...  Peeeeero - gravísimo error - siempre me olvidaba que quien tenía que evaluar al otro era yo, teniendo en cuenta mi vida y la propuesta de quien quisiera habitarla.  

Qué gran estupidez haber vivido tanto tiempo alejando a personas porque creía que les iba a parecer rara, si por otro lado, estoy orgullosa de quién soy, si cómo caigo o lo que piensen de quien soy a fin de cuentas es un problema del otro... Sí, sé que suena tonto pero recién lo entiendo ahora, con este baldazo después de una separación. Porque lo cierto es que si algo he visto muy claramente, en el último tiempo de mi relación, es que Galeno no me valoró. ¿Y por qué motivo o razón tendría que estar al lado de una persona que no me valora, que no se siente afortunado de tener al lado a una chica como yo (que, modestia aparte, no me considero una persona que vaya a cagar a nadie, que se deshonesta, que sea infiel, etc)? Por eso me fui. Caí en la cuenta de lo que soy, de mi paciencia, de todo lo que había bancado y me pregunté ¿qué carajos estoy haciendo acá, al lado de este tipo, que no es capaz de cuidarme, de valorarme, de sentirse contento porque esté en su vida (cuando yo, a la inversa, lo valoraba y más)?

Sí, ahora todo se ve más claro: yo andaba poniendo el foco en la persona incorrecta. Porque, antes de pensar en quien me iba a elegir, me "olvidaba" a quien estaba eligiendo yo. 

Hoy en día, siendo totalmente sincera, ya no importa lo que piensen los demás a la hora de elegirme, si tienen sus prejuicios, si les parezco rara, normal, buena o mala. Si muestro o no muestro el culo en Instagram o si subo las típicas historias, por ejemplo, cosas que hacen toooodas las personas de mi generación. Al caso, me importa un bledo (por no decir otra cosa). 

Que me elija el que quiera y, de mi parte, haré exactamente lo mismo a la hora de evaluar a las personas que formen parte de mi vida. Ni más ni menos.  Especialmente, ni menos. 


lunes, 21 de diciembre de 2020

6

Haber llegado a tomar esa decisión, y plantearla, y que el otro expusiera su punto de vista, fue un camino difícil. En el momento que pueda, hablaré si lo necesito de este tema. Pero, si algo es importante para mí relevar, es haber podido elegir por primera vez en mi vida si me quedo o no me quedo en un lugar de mierda.  Por ese motivo fue difícil: porque nunca esta bueno darse cuenta que estamos en un lugar que nos lastima, que nos esta haciendo mal y que nos lleva de cosas que restan... Porque lo que sigue es tomar la decisión de irnos o quedarnos.

 Y yo, me fui. 

Galeno expuso lo que quería: verme cuando quisiera, hablarme cuando quisiera, y que ninguno de esos contactos supusieran ningún compromiso a futuro porque - me dijo - no tenía voluntad de sostenerlos. Literalmente. Yo, en cambio, arranqué exponiendo que no me sentía bien frente a su indiferencia, que estábamos como desconectados y, cuando me dijo eso, comprendí que estaba perdiendo mi tiempo.  Así que, cuando me preguntó que quería, creo que por un simbolismo más allá de algún interés real por mis deseos, le dije la verdad.  Que yo no podía quedarme en ese lugar porque, antes, prefería resguardar mis límites personales. 

Digo, quizá otra persona se queda en un lugar donde le dan este trato. Yo no la juzgaría en lo más mínimo por eso. ¿Pero si yo me quedaría? La verdad es que no, ni loca me quedo en ese lugar. Y menos, porque quizá me pueden pasar muchas cosas buenas si recorro otros lugares, si trato con otra gente, si no me quedo esperando las sobras. 

Hay muchos detalles que hicieron a esta cuestión algo entre raro y doloroso. Más raro que doloroso, la verdad, porque este resultado para mí no es ninguna sorpresa. Para mí la angustia que traje conmigo hasta ahora era el síntoma de algo que tenía que cortar. Por eso creo que estaba tan mal y me pesaba tanto esa ausencia y esa indiferencia y esa incertidumbre. Porque todo mi cuerpo, y mi forma de pensar, y mi forma de vivir, sabían que no se la podían bancar, que no me las merecía. 

De su parte, asistí un egoísmo que nunca antes había presenciado.  Principalmente, porque me dijo "bueno, no trates de matarme en tu recuerdo, yo no te voy a matar en el mío; ambos formamos parte de la vida del otro" y yo le aclaré que no tenía esa idea. Yo no voy a gastar energía en negarlo, en hacer como que no pasó nada, en no admitir que esto se terminó. Al contrario, lo acepto, ésto se terminó. Y quizá ya lo sentía hace muchísimo tiempo, y ahora, simplemente, la realidad  se esté correspondiendo con mi interior. 

De hecho, cuando una persona te dice que te quiere ver (pero sin que eso suponga que yo me haga ninguna idea de una fecha, por ejemplo), que te quiere hablar (sin ningún compromiso, sólo porque le gusta un contacto así con vos, donde hablan por hablar, sin que eso suponga un intermedio hasta verse) y que no quiere cargar con ninguna expectativa (después de que pasaron diez meses jugando con tus expectativas y diciéndote "cuando nos veamos, vamos a..."), uno no se empeña en matar el recuerdo, en dejarlo vivo, en tenerlo presente, en dejarlo ausente. Uno se empeña en estar bien, en tratar de sentirse lo mejor posible después de tanta angustia contenida y de tanta espera en vano. Yo, por lo menos, me empeño en disfrutar de una libertad que no entendía del todo cómo había ido perdiendo desde lo simbólico, pero que ahora siento haber recuperado. 

En algún momento, si lo necesito también,  contaré todo esto con detalles. Ahora considero que es muy pronto.  La verdad es que es un duelo, una pérdida, muy diferente a todas las que he vivido en mi vida por eso estoy tan cautelosa. Es la primera vez que me corro de una relación ante lo que me ofrecen. Y es la primera vez que para mí que el que me den un lugar pésimo no es un juego, no es divertido, y no se trata de amor o falta de amor.  

Me siento bien por haberme dado prioridad a mí y a mis deseos. ¿Y para qué me servía estar ahí, no? Espero que esto sea el comienzo de algo diferente en mi vida; otro capítulo mejor. 


domingo, 25 de octubre de 2020

El favor

Lo que menos me gusta del miedo es que distorsiona los acontecimientos. Te hace ver negro donde es blanco. Te hace desconfiar de cosas simples. Te empuja a dudar de cuestiones que, quizá, no son tan difíciles de asimilar. Logra que una semilla se convierta en una bola de la nada. Y logra que nuestras acciones estén regidas por él.

No me gusta sentir miedo, aunque haya convivido con él durante muchos años. Principalmente porque una vez que había iniciado un camino para superarlos, le cayó un rayo al mundo en el que vivimos, y me quedé con miedos que estaban a punto de salir y de acabarse de una buena vez por todas. 

Ahora el miedo es diferente.  Es un miedo que me hace alejarme. Atajarme. Ver cosas malas donde antes veía cosas lindas. Comportarme un poco a la defensiva. Volverme desconfiada, a veces, o ignorarlo preventivamente para que no me duela. Pensar que si no me habla por dos días, donde sé lo que está haciendo - porque son sus días en familia y reconozco que está conectando con lo que lo hace feliz - es porque no tiene interés. Porque cada día tiene menos interés. 

Y así, viendo negro aunque sea blanco, constantemente. Necesitando una seguridad que trato de construir adentro, que entiendo que no debo buscar en nadie más que en mi, y que es el objetivo principal de mi trabajo interno. Un trabajo donde tengo semanas muy buenas y otras semanas bastante difíciles, más aún, cuando todavía estamos en la incertidumbre. 

Esta es una clase de miedo que no sé cómo manejar, que justamente estuve tratando de superar todos estos meses a medida que fueron cambiando los acontecimientos. Es un miedo de los más poderosos, porque el otro no hace mucho, sino que todo el trabajo está realizado por nuestras inseguridades. Y, siendo honesta, nadie nos conoce mejor que nosotros mismos para darnos exactamente donde nos duele. Nadie es tan asertivo mirándonos desde afuera para conocer lo que nos lastima realmente. Por eso, el trabajo depende de nosotros mismos y, lo que haga o no haga alguien más, queda en segundo plano. 

Lo que lastima y dá miedo son todas nuestras inseguridades hablando, todo el tiempo, explicando por qué la otra persona podría abandonarnos. O por qué no somos deseables ya, si engordamos en cuarentena. O dando razones infinitas por la que la persona se aburrió de nosotros. O argumentando que, de seguro, hay miles de minas más interesantes, más lindas o más despiertas. 

¿Y quién puede decirlo, quien puede saberlo en realidad? Uno sabe lo que no acepta de si mismo, lo que no le gusta, lo que no lo hace sentir cómodo. Quizá, el otro, realmente, ni se fijó en eso o no le resulta tan importante. Quizá le gustan y le molestan otras cosas de nosotros que jamás hubiéramos podido advertir en primera instancia.  Quizá nos sigue viendo igual, o mejor. 

El tema sigue siendo qué vemos nosotros... de nosotros mismos.  Y hoy yo enfocaría en eso. Porque necesito hacer ese recorrido de aceptación, ahora, en otro aspecto de mi vida. 

Como ya lo hice conmigo misma hace muchos años, ahora, debería ponerlo en práctica para compartir poco o mucho tiempo de mi vida con otro, sin pensar, básicamente, que me está haciendo un favor por eso ni que yo le estoy haciendo un favor dándole pelota (como me suelen decir todos, por una cuestión meramente estética, cosa que me parece cualquiera...).Porque quizá, el favor, nos lo haya hecho la vida a los dos cruzándonos y el desafío sea ahuyentar los fantasmas para disfrutar de la gracia. 

jueves, 24 de septiembre de 2020

Lecturas compartidas...

- Voy a traer algo - dijo Galeno, levantándose del sillón, donde estábamos haciendo fiaca antes de salir a cenar. 

- ¿Qué es? - lo miré, extrañada.

Galeno se levantó, en silencio, fue hasta la biblioteca y trajo un libro de Eduardo Sacheri. Él sabe lo que a mí me pasa con este escritor, no sólo por su manera de narrar, sino porque me parece un tipo interesante, es como si tuviera "algo" que me gusta físicamente. Sí, quizá no es el promedio de hombre agraciado según los estándares, pero quizá por como habla o por algo intrínseco en él, me gusta. Y Galeno, lo sabe. 

Una vez que volvió al sillón, volví también a acurrucarme a su lado, y me leyó en voz alta un capítulo de la novela La noche de la Usina que hablaba de una cadena de casualidades que, a menudo, pasan inadvertidas para los seres humanos. En éste caso, esa cadena de posibilidades, de micro-decisiones que tomamos todos los días, llevan a los dos personajes a la muerte. En el capítulo se hablan de aquéllos momentos en los cuales las personas no tenemos dimensión de que lo que estamos viviendo, puede ser lo último. 

A medida que Galeno me leía, yo me giré, volví a apoyarme en su falda, y me lo quedé mirando.  

- "Todos tenemos una vida, una vidita... " - leyó, concentrado, con algunas inflexiones en la voz. 

Había leído a Cortázar para mí, a otro escritor de sus pagos que siempre me recomienda y ahora, leía a Sacheri. Ése momento, era la felicidad porque adoro absolutamente con todo mi corazón que me lean en voz alta. Y más, si es Galeno. Justamente él en ese mismo momento, después de pronunciar la primera oración, me miró y me atrapó. Sí, me atrapó cuando vió cómo lo estaba mirando por ser el hombre que me lee a Sacheri en voz alta. 

-  Se nota tanto tu preferencia. Disimulá un poco...  - me dijo, divertido  - La carita que ponés...

Galeno no se dió cuenta, o no se quiso dar cuenta, vaya a saber, que yo no me había puesto así  del todo por Eduardo Sacheri.

Avergonzada, escondí mi rostro mirando hacia otro lado y me reí.

- No puedo disimular mi cara... No me mires - admití, entre risas.

Él se rió.

- No, no, esa carita... - insistió.

- No puedo gestionar bien ciertas emociones, no me juzgues por ello - le dije, en broma.

Galeno se rió, sonoramente.

- Veinteava, por favor... - dijo, de nuevo, en broma - Sigo leyendo, así ponés la carita...


jueves, 20 de agosto de 2020

Ruptura hermosa

Me deseo el tiempo. El tiempo necesario para entender que ésto no ha podido ser del modo en que deseaba. 

Me deseo fuerzas, para ponerlas en juego siempre, y cuidarme y protegerme cuando lo crea necesario. Pero también me deseo flexibilidad y tacto, para poder ablandarme cuando eso sea más valedero que levantar las murallas de siempre. Me deseo empatía y corazón para poder saber bien qué elegir o qué hacer con cada situación. 

Me deseo voluntad y lucidez para no cometer los mismos errores, ni repetir las mismas historias.Y me deseo que, aún si las historias se repiten, yo tenga la revancha de poder hacer el camino de otra manera.  

Me deseo respeto e integridad, para ver en éste otro, respeto e integridad en sus acciones pese a que no las comparta. 

Me deseo silencio, allí, donde realmente al día de hoy, no puedo poner palabras que tengan el peso de las piedras y prefiero poner un quizá, o al menos, una aceptación sin peros de las cosas tal y como son. 

Me deseo amor. De ése que es capaz de reconstruirme, del que me ha mantenido siempre en pie, y del que me ayudara a sobrevolar cualquier tormenta. 

Me deseo fe, en un momento tan particular como éste, donde es más difícil que nunca sostenerla. 

Y me deseo, con Galeno en particular, una ruptura si es que debe ser así, pero por favor, una ruptura hermosa. 


Por los viajes suyos a Buenos Aires y las tardes de paseo por Palermo. Por los caminos andados juntos en **** y nuestras andanzas por allá.  Por la pizza, la cerveza y las risas compartidas en los barcitos notables de Buenos Aires. Por el choripán más rico del mundo, sentados en el pasto, en pleno Parque *****.   Por la burla de su tonada, la más linda y compradora,  y sus modos de mostrarme el pedazo del mundo en el que creció. Por los modos de llevarlo a reconocer Buenos Aires y de llenarlo de nuestra impronta. Por decirle allá y que él siempre lo interpretara como si le dijera "asha", por la manera de hablar diferente. 

Por los momentos de alegría. Por las charlas hasta la madrugada. Por las charlas por teléfono eternas donde nadie quería irse a dormir, cuando conocerse y presentirse, era algo de lo más natural. 

Por las noches compartidas juntos. Por haber llenado hoteles con nuestros apodos, nuestras risas y mi manía de desparramar las cremas por toda la habitación. Por las risas y la expectativa frente a la ropa interior, por esa conexión innegable y exquisita, en la cama o fuera de ella. Por la confianza, el respeto y el cariño en cada encuentro. 

Por las lecturas juntos, con mate de por medio, y las visitas a museos o galerías. Por mis "mirá, Galeno ¿te gusta?", frente a cada obra de arte. O por esas visitas de fin de año a la Biblioteca Nacional, donde parecía abierta sólo para nosotros, aún con lluvia. O por las veces donde me miró peinarme el largo pelo después de la ducha. 

Por la tristeza compartida. Por esos momentos donde yo también pensé que se terminaba, como ahora, aunque finalmente ésta sea esa vez y éste sea el momento. Por las noches donde tuve que contarle mis más profundos miedos y mis más profundos dolores y él estuvo ahí. Por las veces donde pude sanar, a través de nuestra experiencia, y pude entenderme o conocerme mejor. 

Por las veces donde me acosté en su regazo y me quedé agarrada a sus manos sin dejar de tocarlas o mirarlas, explicándole que eran hermosas, suavecitas y prolijas, y que me encantaba cuando me tocaba con ellas, siempre tan cuidadoso.  Por esa sensación dulce y prometedora que sentía cuando me desvestía, igual que desde la primera vez hasta la última, y me sacaba la ropa a besos, como si fuera un mercado persa. Por el valor que supe reconocer en cada instante donde me daba un abracito. O por la forma dulce en que cubría parte de mi cara con sus manos para besarme. O la pasión con la que, al mismo tiempo, me desvestía mientras estaba acostada en su sillón, como esperándolo siempre, dispuesta a decirle que sí.  Por las veces donde , hablando de política o literatura, terminábamos haciendo el amor y después continuábamos hablando de esos libros o esas figuras. 

Porque yo también lo quiero, aunque no se lo haya dicho cuando me lo dijo por última vez, y porque siempre, una parte de mi, lo querrá y lo recordará con mucho mucho afecto y con agradecimiento. Por las veces donde me dijo que había sido hermoso lo que habíamos vivido. Por las veces donde yo le agradecí que me hubiera enseñado tantas cosas y por las veces donde yo le enseñé lo que pude y lo que forma parte de mi vida. Por haberse animado a vivir ésto con 51 años. Por haberme animado a vivirlo yo también, con veinticinco. O con 50 y 24, es decir, exactamente la edad que teníamos cuando nos cruzó la vida y el azar de Instagram. 

Por todo eso, y más por cómo está siendo el presente, lo único que nos deseo, es una ruptura hermosa. 

Ojalá alguien esté escuchando este pedido.

Ojalá alguien pudiera comprender cuan necesaria es, a veces, la oportunidad de sanar las historias con la paz suficiente para seguir adelante y disfrutar de la vida, aún con dolor. Porque el dolor, me digo, no es impedimento para la felicidad.  Se puede sentir dolor, como el que yo siento ahora mismo, pero también se puede sentir felicidad, como la que también siento, por haber vivido lo vivido. 

Nunca se debe dejar de disfrutar la vida. Ni aún en el dolor. Ni aún en la tristeza, la vida deja de ser merecedora de ser vivida. 

Así que... Eso pido. 

Que lo que sea que nos depare la vida, sea hermoso. 
Incluso, si ésto que tenemos que vivir, es la ruptura. 

jueves, 14 de mayo de 2020

Antes de dormir...

- *** - decía el mensaje de Galeno, con un apodo muy tierno - paso a saludarte antes de irme a dormir y a desearte un lindo descanso... 

Cuando lo recibí, estaba, casi, en el quinto sueño... 

- Gracias, mi *** . Igualmente para ustedes - le contesté, porque son aquéllos días donde la hija llega a su departamento con sus mascotas a cuestas y Galeno entra en lo que conocemos como modo padre - Que descansen. 

Por lo general, esos días, trato de no aparecer demasiado. Primero, porque sé, o creo saber, lo que significa para Galeno poder disfrutar de su hija unos días, en especial, acorde a los acontecimientos recientes que flexibilizan algunas cuestiones más en su provincia, a diferencia de Buenos Aires, donde seguimos en la fase tres.  Y segundo, porque sé que está en las mejores manos - como le digo siempre - donde lo quieren y lo tienen disfrutando a full todo el día. 

Ya estaba camino a seguir durmiendo, después de mi última respuesta y de mandar unos corazoncitos. 

- Tengo muchas ganas de darle un abrazo fuerte a una pendeja que vive en el conurbano bonaerense - me dijo, y me hizo sonreír, aunque tuviera sueño.  

Pensé que Galeno no tiene problemas en decir eso, de entrada, como sí me pasaría a mí. 

- Yo también tengo ganas de que me des un abrazo - admití - Te mando el mío desde el Conurbano. 

- Bueno, yo le sumo besos. 

Me reí. 

- Van también, claro... ¡Y con tonadita! - lo burlé. 
- Descansá lindo... 
- Ustedes también... 

Nos despedimos, con más corazones. 

jueves, 16 de abril de 2020

Fortaleza


" No puedo seguir. No es una pérdida de tiempo o una experiencia posible de ser vivida, lo que se juega para mí. Me pasan otras cosas distintas a las tuyas y... no son las mismas que te pasan a vos. Se me fueron los sentimientos de las manos y... es muy corbarde de mi parte no hacerles justicia más allá de que vos no vas a ir conmigo para esos lugares.  Así que, quería decírtelo, porque desde hace tiempo me siento para atrás con el tema y ... traté de solucionarlo pero no pude. De acá en adelante, sé que vas a estar bien y yo creo que voy a poder estar mejor. Sé que querer mucho a alguien no es malo, pero sí creo que no es lo que buscábamos ninguno de los dos y... a mí me pasó mucho antes de que me mostraras tus límites, pero, lamentablemente, no supe darme cuenta a tiempo como para poder explicártelo y ser más prolijita. Te lo explico ahora: creo que estoy enamorada de vos. De una forma re silenciosa, muy... dificil de explicar y, al mismo tiempo, con plena conciencia del final, pero me encuentro hasta las re manos.  Me hubiese gustado poder decírtelo de otra manera, quizá hablar ésto frente a frente, pero no es posible, ya lo sé. También sé que no estás buscando eso, que ya te pasó, que ya está. Así que... no soy partidaria de insistir, respeto tus condiciones... Sólo que no puedo sostener las mías.  Te mando un beso. Cuidate mucho. Y gracias, por todo "

Antes no podía ni escribir éste mensaje.
Ahora, por lo menos, ya tengo el borrador.
Lo próximo, es mandarlo.
Lo sé.

¿Por qué será que los fantasmas siempre ganan?
¿Por qué será que el miedo, la falta de seguridad, la ciclotimia, el pasado, ganan? ¿Por qué no puedo decirle : " No veo la hora de que esto pase para que podamos vernos" y que eso no implique una derrota? ¿Por qué será que estoy tan a la defensiva y todo lo que hace me cae como el traste?

No puedo dejar de pensar en el equilibrio atroz que tenía mi vida de antes como un faro en la oscuridad y, al mismo tiempo, como la posibilidad plena de esa misma oscuridad.

II

Se sentó a mi lado y, sin pensarlo, me acomodé sobre sus muslos. Apoyó una mano en mi cuerpo y buena parte de su brazo. Lo agarré de las manos en un profundo silencio y se las miré. Le acaricié cada una de las uñas planas. Supe que lo estaba admirando pero no me importó. Galeno me agarró una de mis manos, frotó las yemas de sus dedos sobre mis uñas con esmalte semipermanente y sonreí. Le encanta hacer eso y le gusta también que tenga las uñas arregladísimas.

Lo tomé de la mano un rato después y cerré los ojos por un rato.
Galeno me acarició la cara, teniendo nuevamente sus manos libres cuando me cansé de admirarlas y acariciarlas y mirarlas fijamente.

- Amo tus manos - musité.

Se rió.  Se acomodó un poco mejor y me dió un beso en la nariz. No dejó de acariciarme ni un segundo. Volvió a besarme en el pelo.  Y yo, vencida, cerré los ojos.

Al ratito, mientras lo sentía sobre mí, y podía apretarlo por la espalda y mezclando las manos por su pelo, lo ví sonreír, resplandeciente. Nos miramos. Nos reímos por un segundo y paramos las rotativas para disfrutar de lo que estaba pasando. Volví a besarlo. Volvimos a reírnos. Lo mordí un poco al siguiente beso. Galeno suspiró y me dió un beso tan apasionado como intenso.


sábado, 8 de febrero de 2020

Eufemismos


                                                


A veces, es difícil decir lo que sentimos. Sí, podemos pedir disculpas, pero llegar a manifestar lo que nos molestó o nos molesta de los otros, como también, lo que hace posible el perdón, o incluso lo que nos transita por dentro, no es tan sencillo.  ¿Parece obvio? Posiblemente. Incluso yo creo que siempre lo supe, aunque lo que no imaginé es que fuera tan difícil. 

Después del malentendido con Galeno, me tocó pedir disculpas. Lo cierto es que para pedir disculpas hay que ponerse y asumir una posición de humildad, como también, una posición de amor propio para creerse merecedores de ese perdón, de esa salvedad, ante la falta.  Y me costó mucho entender cómo de lo que yo consideré una pavada, él, lo había considerado una ofensa.  Precisamente, porque Galeno no me ve por dentro y quizá no sé da cuenta que yo no tengo intenciones de venganza, revancha, rencor u odio hacia ninguna persona (no por virtuosismo, sino, por elección). 

De todos modos, lo bueno, fue que lo entendió.

En especial, cuando le mostré estas imágenes, pese a mi dificultad para expresar (¡tanto!) mis sentimientos o deseos, y le dije: "gracias por ser el hombre que me enseñó a compartir, Galeno, porque yo antes veía la vida así, como en la foto... ". 

 Y es que, para que yo diga ésto, diga algo así, me exponga a decirle algo así a Galeno, después de las malas experiencias del pasado, tienen que llover pájaros y uno se debe poner a recoger todas las plumas. 

lunes, 30 de octubre de 2017

Dosificación

"... La culpa es de uno cuando no enamora, 
y no de los pretextos ni del tiempo..."
(Mario Benedetti)


Si en esto hay algo que pueda ser llamado particularidad, es la de nunca terminar de comprender que es lo que estuvo pasando. Suponiendo que no sea en vano mi pretensión de historizar respecto a las experiencias que me van sucediendo – quizá al fiel estilo de novela pastoril, casi con parábola incluida -;  diría que se me da mejor entender el pasado desde el presente que viceversa.   Yendo desde el presente al pasado, no solo es más fácil leer las estructuras con hechos medianamente consumados, sino también, menos doloroso. Si, claro, el mejor amigo en estos casos es el peine para el pelado y el diario del lunes, pero cuando la mecánica es la contraria, simplemente, mis aptitudes más vulgares se anulan por completo producto de las marcas que fueron dejando las experiencias, influyentes en el modo de interpretar los acontecimientos del presente. Y dato no menor, también producto del miedo a repetir siempre las mismas historias.

Parece que mis plegarias fueron finalmente escuchadas. Más de una vez pedí a Dios, al cielo, al Universo; que ciertas cuestiones se orientaran o, al menos, que ciertos sentidos se amoldaran un poco a determinadas acciones. Y lo cierto es que la actitud de Urtubey ha dado un giro radical, de ciento ochenta grados. La nueva postura es, formalmente, la de no-darme-pelota; es decir, casi la misma actitud que había tenido y por lo cual, las posteriores actitudes me habían resultado tan extrañas... Porque como desconfiada que soy, no entendía demasiado de donde o para que habia un súbito interés. 

Ante esto, me suceden dos cosas: por un lado estoy contenta y, por el otro lado, pase días sintiéndome un poco mas pensativa de lo habitual.  Desde el lado donde estoy contenta esta especie de sentimiento se parece más bien al alivio de poder entender, de algún modo, cual es el camino a tomar a partir de ahora; porque, desde ya – si algo comprendí – es que el silencio no solo es desinterés, sino también, una magistral forma de responder ante lo que no podemos ni pretendemos aprender a manejar. Desde el lado donde impera la introspección,  reconozco haberle sido útil, y ahora, ya no resultarlo tanto. Confundí el que me tuvieran en cuenta con el ser utilizada para las urgencias, para las soledades, para las tristezas. Y la picardia no es porque durante todos estos meses haya especulado con recibir algo de su parte ya que jamás lo pensé desde ese lugar; sino porque suponía – grave error que todos cometemos – que no tenía intereses capaces de aminorarme el ánimo, de hacerme sentir usada.   

Teniendo en cuenta el lugar que me dio en uno de los momentos más difíciles de su vida, creía que luego de haberme escrito a veces casi durante semanas enteras, ahora que ya está mejor y cuando se está abriendo al mundo; también iba a ser capaz de conectarse con las etapas de los demás, sentarse a tomar dos-tres mates sin sumar a la malaria. Porque, aunque suene muy tonto, a mi me alegra verlo feliz aunque sea dificil de digerir en otros sentidos y aunque prefiera no saber la procedencia, me alegro si lo veo bien luego de haberlo visto padecer tanto sin saber como ayudarlo. Sin embargo, el, como no me necesita mas, tampoco aparece por las dudas de que yo, oh casualidad, vaya a ser que lo necesite. 

 Erradamente claro, considere que me iba a preguntar qué tal, o al menos, de estar en mi casa, me iba a poder hacer una pregunta directa mirándome a la cara.  Pero Urtubey, todas esas preguntas, se las hace a mi padre, su amigo real, y no a mí. Eso me alienta a creer que, definitivamente, habré sido para él una extensión del primero, aunque con pelo largo y un poco mas de delicadeza en mis líneas; pero que jamas se intereso en conocerme un poco mas alla. De ahi que, de lo unico que me preguntara, fuera de mis salidas con amigos o mis parciales de la facultad, pero nunca, si algun hombre me interesaba, si alguna vez me habia enamorado, si me gustaban los chicos, las chicas, los perros o los gatos.  Ya que soy diferente según sus palabras, empiezo a pensar que este serlo justifica que sea incapaz de mandarme uno de sus tantos mensajes para preguntarme que tal estoy, y no solamente responderme cortante si yo le hago un comentario sobre una lectura de un libro - como antes -; y parece no interesarle ni un poco lo que le digo... Quizá, en comparación a todo lo que conoce, puede parecerle tonto lo que le digo del libro o puede no interesarle hoy en día, pero agradecería que no me lo haga sentir tan fuerte. 

Yo entiendo que quiza le parezco infantil, que quiza ve en mi a una "pendeja"... y por eso probablemente no le sirva mas, pero, no puedo mentir en algo: por momentos, cuando el viento juega a su favor, yo no soy una pendeja veintipico de años, sino, "la que siempre lo entiende", "la que razona bien", "la que tiene las cosas muy muy en claro", "la que es una bestia escribiéndole"... y, ademas, soy la misma pendeja a quien, durante algunos momentos, no le supo que contestar muchos de sus planteos.  Tampoco soy adivina, ni lo mio es palabra santa. Yo me cuestiono porque no entiendo lo que le pasa, aunque me parece raro que sea casi descortés, desinteresado;  porque entonces todo el interés y la humanidad que mostró antes no eran tan inocentes como aparentaban.   

Haciendo un recuento breve de mis gestos, yo no siento que haya hecho algo mal. Al contrario, con mucho esfuerzo, mantuve siempre los papeles. Guarde sus secretos, lo escuche siempre, lo ayude a reconciliarse con mi padre, le pase información suya pese a que después se me acuso de ponerme otra camiseta distinta a la de mi familia y, principalmente, le banque muchas actitudes raras, masculinas, que tuvo conmigo, confundiéndome mucho en el camino. ¿Por que lo hice? Porque pensé - tonta de mi - que nosotros dos podíamos ser amigos y prefería ser su amiga, poder tenerlo cerca de alguna manera, que no implicara tantas renuncias y cosas dolorosas, o, siendo mucho mas terrenal, tantos quilombos. 

Pero, evidentemente, a Urtubey no le interesa nada mas que el que la tonta este para escucharlo, para acompañarlo cuando esta mal, para apoyarlo, como un contenedor, no como un ser humano con sus propios problemas o cosas por decir.   Justamente, cuando esta bien, esta entero y en modo banal, el señor, se va a disfrutar de su virilidad al teatro o al mismísimo resto del mundo con otras mujeres que suscriben a aquellas ficciones. Y de nuevo, es ese otro tipo, tan pancho, tan de plástico y tan mecanizado es el que, a mi por lo menos, no me cierra por ninguno de sus lados... porque a Urtubey le conozco hasta las caras que pone, cada vez que infiere en sus dobles versiones, frente a mi papa. Es un tipo tan trasparente para algunas cosas, al menos desde mi punto de vista, que puedo distinguir cuando esta en persona y cuando en personaje. 

Claramente, no conviene tener cerca a una persona asi. En especial, cuando conmigo siempre pudo abrir su mente y su corazon de una manera incluso mas colorida que con el resto de mi familia y cuando, de su lado al menos, sostiene la creencia de que yo siempre entiendo como piensa, a donde va, que es lo que va a decir y como es que se relaciona con las personas. 

Cuando, precisamente, todavía no he podido darme cuenta como es que se esta relacionando conmigo... 

¿Como es que, conmigo, siempre fue capaz de decir otras cosas? ¿Como es que, incluso el día que se entero que lo hacían cornudo, y tenia que ir a buscar cosas a su casa, pensó en que lo podía acompañar yo y lo dijo enfrente de su familia y de la mía; y todos nos quedamos mudos? No en vano yo le dije que no me parecía del todo bien entrar a su casa y juntar consigo las cosas, estando su mujer allí desencajada, pero que si quería lo esperaba afuera mientras el juntaba todo y volvíamos los dos para mi casa. Si, claro, a todos les sonó mal, tan mal, como a mi me cae su versión de chico "superado". 

Entre nosotros hace semanas que no se da una charla consistente, como las que teníamos antes. Por momentos su actitud es coincidente con el que este efectivamente está en otra sintonía, y el saberlo me relaja por una temporada. Sin embargo, se que una mañana o en cualquier momento del día, cuando menos lo espere y cuando menos me interese, irrumpirá  y – gravemente confundido en este punto – pretenderá que se lo escuche. Pero… ¿desde qué lugar quiere que eso suceda? ¿Desde qué lugar pretende que yo – antes que nada mujer –  lo escuche? No sería necesaria esta pregunta, si pudiera ver que aun mismo saliendo con otras mujeres, nuestro vinculo persistiría. Pero lo cierto es que no, digamos que no se corta pero tampoco persiste. Es como si se congelara, como si yo permaneciera ausente de la realidad, más allá de alguna foto en redes donde me da un like, es decir, mas allá de unas cuantas migajas. ¿Y desde donde estoy ausente, en realidad? Probablemente, mi rol de “hija de mi amigo, casi una psicóloga “ es la matriz desde donde se empieza a tejer la distancia, pero en ese caso, no tendría por que cortarse tanto, a menos que no tenga en claro las cosas conmigo. 

La constante es una, sin embargo: lo buenas que cree que están las minas con las que pasa el rato vienen a suplantar esa figurita de escucha femenina que, es evidente, es tan pero tan necesaria para Urtubey, siempre jugando con la papeleta del buen tipo, del sensible, de perdido, del que quiere una mina capaz de arrancar algo en serio. Del que no sabe cómo hacer, del que busca una mina, más o menos, con los mismos valores. Y yo, ahora, mientras rememoro cuanta cosa dijo en mi casa, sentadito en mi mesa, oficiando de galancete de América, pienso: sí, claro... 

II 

Al cabo de un tiempo, me di cuenta de algo fundamental a esta cuestión: si algo le pasa o algo piensa, al parecer, yo nunca lo voy a saber. Puedo pasarme la vida pensando que esto es normal pese a que yo no lo comprenda asi, precisamente porque lo estoy midiendo con mi vara. Al caso, lo que para mí es un dislate para Urtubey puede ser normal, intrascendente e inclusive, también inofensivo; con lo cual quizá no encuentra razones para cuestionarse nada ni replantarse ninguna de sus actitudes. 

La actualidad es esto: sentarme, contemplar mi presente y no darle demasiada importancia a nada. 

Si de algo me valió es pasado es para saber que relaciones vale la pena sacrificar, cuando la pretensión es evitar - o al menos, dosificar - el sufrimiento reservándolo solo para cosas que sean realmente importantes o donde sienta que la inquietud, en cierto modo, vale la pena. 

Al brillante decir de Mario Benedetti, en una de sus novelas, no se puede andar siempre con el corazón en la mano

Por eso, si me tratan mas o menos, yo los tratare igual o directamente los ignorare como una manera simpatiquisima de devolver generosidades.  

Las personas que realmente me quieren, las personas para las que realmente importo, a la larga, quizá, se moverán como tantas veces me he movido. 

Me va a venir muy bien refrescar la memoria respecto a quienes son. 

miércoles, 26 de julio de 2017

El más pícaro del condado

Fulani nunca se caracterizó por su picardía pero, debo reconocerlo, siempre tuvo algo que me agradó al punto de hablar bastante, de conocernos y de compartir una comida.  

En su momento - aclaro - no sentía que era la persona que yo hubiera estado años esperando, pero, sin ir más lejos, su presencia no me molestaba y, a través de ella, intentaba ver si podía encajar con este señorito que era joven, cuando todavía no había conocido a Alguien (hecho que ocurrió solo unos dos meses después).   Fulani era cálido, entrador; todo lo que uno quiera adjudicarle, pero pícaro no y eso me quedó en claro desde el primer momento siendo algo positivo para rescatar. 

La vez que salí consigo si bien no fue una experiencia reveladora, recuerdo haberla pasado  bien y recuerdo que se comportó muy bien conmigo. Pese a las dificultades propias de una primera cita nos reímos bastante y el tiempo se me pasó rápido, aunque nunca más volvimos a vernos. Cuando empezamos a idear una segunda salida, empezó con las vueltas y yo me mostré terminante en algo: si yo salía con él no era porque me estaba obligando, sino, porque quería. Lo que no implicaba estar todo el tiempo convenciéndolo de que quería salir, porque no suelo desenvolverme bien en ese aspecto. Es decir, no ofrezco citas, más bien, en el mejor de los casos, podría ser capaz de decir - luego de salir varias veces - si le parece acompañarme a algún lado, cosa que es más o menos lo mismo, pero que no implica andar detrás de una persona todo el tiempo, como si fueras su madre. La comparación tomó forma, cuando, al tiempo, comprendí que Fulani pretendía que yo lo invitara a salir a él, es decir, que se lo pidiera y que lo guiara, que le marcara lugares, que le facilitara las cosas. Y yo, realmente, en ese momento, no estaba dispuesta a ponerme al hombro a un chico que, desde el vamos, mostrara esa actitud; me hacía sentir bastante insignificante que esperase de mi todo, mientras que por su lado, no se sabía lo que estaría dispuesto o no a dar. 

Con el correr de los meses, conocí a Alguien con el que tenía menos química inicial, aunque un poco más de pilas, y decidí dejar a un costado a Fulani. 

Hace unos meses, este último, se puso de novio con una chica de su misma edad - él me llevaba tres años- y realmente me puse contenta porque hubiera encontrado una tipa macanuda con la que pasar sus días. Cabe decir que, de mi parte, sigo siendo inocente en este aspecto, sí, lo reconozco. Cuando veo una pareja, por lo general, pienso que es lindo que quizá hayan encontrado lo que esperaban ya que, además, pienso que las parejas son una unión con sentido, no una curita para el sinsentido de vidas particulares; y si uno se pone en pareja, es por algo más que lo impulsa a tomar esa determinación, ajeno a los mandatos, o al simple aburrimiento.  Pero, en este caso, parece que no. 

Hace unos poquísimos días el muchacho, en plan "soy el más pícaro del condado", me escribió. Honestamente, al comienzo, pensé que se había peleado con la novia o que tendría la cara un poco más blanda; pero no. Me escribió, seguí la conversación vacua sólo para ponerlo a prueba respecto a hasta dónde pretendía llegar... 

Y sí, confirmé mi aversión hacia la gente banana, cuando aún mismo estando de novio, me invitó a tomar algo. 

¿Si ya tuvimos la oportunidad y quedó a la vista que no tenía que ser, con qué necesidad buscarse dramas nuevos? 

Cuando le dije si no le iba a molestar a la señorita en cuestión, sólo para molestarlo (porque de antemano pensaba cortarle la cara en el momento propicio), me dió una respuesta bárbara: <<La señorita no es mi dueña como para impedirme nada... Es mi novia, sí. >> añadió. <<Por descontado - le dije, con un dejo de sorna- pero pensé que podía molestarle quizá... >> cuando comprobé que mis contemporáneos - y quienes no lo son también - suelen pasarse por el medio de la nuca todos sus compromisos. <<Y si se enoja, no puede ser más mi novia >> añadió, este ilustre pensador de mi tiempo. 

Claro, asentí, entendiendo todo, la novia pasó a ser como una escoba vieja que tiene guardada en el gabinete. La novia es la que va a comer a la casa, los domingos y conoce a sus padres. La novia es a la que le cuenta sus cosas y con quien visiona algo más allá del acostarse consigo. Él, ahora, además de una novia, está buscando - ¿para qué negarlo? - un gato.  De otra forma, no me explico, qué ganas tiene de complicarse la vida a los veinticinco años con una especie de doble carril, cuando bien tranquilo podría estar, terminando su carrera, aprovechando su trabajo, conociendo lugares con su chica y dejando vivir al prójimo feliz. 

Y ahí va de nuevo, con su cara de boludo, aludiendo a volver a vernos y yo pienso, de nuevo, qué se le cruzará por la cabeza, respecto a mí. ¿Pensará que soy tonta y que me creo todo, no?

Y, en general, me pregunto: ¿por qué será que tipos como Divino, e incluso chicos jovenes como Fulani, a la hora de buscar una mina anexa, se acuerdan de mi?  ¿Tanto estupor les da dividir los tantos en una relación de verdad, si yo no muerdo? ¿O será que tengo algún extraño componente en sangre y los repelo, será que los espanto o será que yo no hago más que coleccionar boludos? 

Las preguntas quedan sin responderse.

Lo que sé es que Fulani pasó de dudar todo el tiempo respecto al por qué salía consigo (-ya que era tan linda y tan inteligente, y lo hacía sentir inseguro pero al mismo tiempo era un "desafío"; según me dijo-, qué mal suena la palabra desafío), a pensarse pillo. Y no sólo a pensarse sino a lanzarse con una invitación y, por encima, a esgrimir que no tiene dueña, cuando hay algo más allá de la posesión y son elementos tales como la lealtad y el compromiso, que nada tienen que ver con la castración.   

Fulani todavía está verde - ¡más verde que Lorca en su Romance...! - para comprender que el amor, o lo que más se le parezca, no se trata de dueños o posesiones, sino, del elegir a una misma persona día por día y que esto sea una decisión gestada - por lo menos - con algo de sentido más allá del haber ganado un desafío. Seguramente, su chica, en el fondo de su imaginario, represente eso, es decir, un logro ganado.
Seguramente, habrá creído que, confiando como viene, motivado como está, puede rebatir esa vieja partida que le quedó pendiente.

Mofo, enarcando una ceja, pensando en qué planeta vivo en relación a la edad que tengo, a como viven mis pares y a lo que pretendo.

Me encojo de hombros, admitiendo la insignificancia de su razonamiento, dentro de mi forma de entender el mundo.    Con una  sonrisa maliciosa, le doy un promedio de veinte años mas para ver si incorpora dichos avatares -la lealtad, el compromiso, un mínimo respeto por el otro- a su cerebrito.

Quizá, recién ahí, vuelva a salir consigo. 

Por lo pronto otra vez hay a la vista un banana en pijama. 



jueves, 22 de diciembre de 2016

Hallazgos recientes II

La misma noche a los hallazgos recientes me dormí después de hacer cuentas y serenarme lo bastante para conciliar el sueño. Estaba inquieta, algo desconcertada, pero no lo suficiente como para que esos dos sentires me llevaran derechito a la angustia. Simplemente, volvía a sentir decepción.  Pero, contrariamente a todo lo que puede suponerse dadas las circunstancias, yo no estaba decepcionada de lo que había encontrado en relación a cómo esto pudiera afectarme o no a mí, sino que estaba decepcionada de los valores de la gente, una vez más. 

Cuando me desperté, a la mañana siguiente, todavía estaba algo confundida; como si el descubrimiento y la posterior conversación durante la madrugada con mi mejor amiga (que estaba despierta de casualidad), hubiera formado parte de un sueño, con límites borrosos e indefinidos. Pero, pese a la confusión inicial, pronto pude ver que no se trataba de ningún sueño y la realidad se formulaba junto con la rutina, como esa dupla inconfundible que intenta siempre y por todos los caminos, hacernos entrar en razón cuando nos despertamos desorientados por el resabio de la sorpresa. Aunque aquí ya no había sorpresa: la noticia era real y tampoco existía ni forma ni voluntad de negar lo que eso significaba, me gustara o no, en relación a todo lo que él me había dicho antes; a todo lo que yo estaba sopesando sin saber que eran verdades sujetas solamente a la noche donde estábamos reunidos y que, en los meses siguientes, las cosas habían ido cambiando. 

<<¿Quién soy yo para juzgarlo?>> me pregunté, a lo largo y a lo ancho de esa noche. La realidad es que no me considero con autoridad alguna para juzgar su comportamiento, pero no puedo evitar que me resulte patético, decepcionante. Quizá yo me había creído que tenía mejor sentido común que cualquier otro mortal, porque así parecía, pero evidentemente tengo que admitir que estoy equivocada. A nivel humano, este hombre me generó decepción, siendo franca, porque no puedo entender cómo reacciona de la forma en que lo está haciendo, ante semejante responsabilidad como es el que está esperando un hijo, su primer hijo, y parece que eso no ha hecho demasiada mella en sus manías, más de tres meses y medio después de la noticia.  Mi decepción va mucho más allá del ser ingenua, sino que se centra en algo tan sencillo como elemental: ¿por qué no respeta las consecuencias de sus propios actos? 

Durante la charla con mi mejor amiga, esa madrugada donde las dos estábamos desconcertadas, yo consideré por un instante que seguramente, al enterarse que iba a ser padre, había establecido una distancia entre nosotros que durante noviembre y parte de diciembre se había vuelto mucho más firme. La verdad es que no era un argumento que cambiara en nada la esencia de su idiotez pero parecía dejarme un mejor pronóstico para el futuro, al menos, en relación a lo que hiciera conmigo; porque si no me había llamado más (por la noticia) y yo no lo había llamado más (por propia convicción, sin saber nada de la novedad), algo claro había en todo ese asunto: que la noticia quizá había tenido una buena recepción y lo había hecho reflexionar sobre el rumbo de su vida, a partir de ahora y por eso estaba tan desaparecido. Mi mejor amiga, lúcida al mirar objetivamente los acontecimientos, me dijo que además de ser un destape terrible, era algo seguro que en cuanto pasara el huracán del nacimiento y el pequeño comenzara a crecer un poco más, Divino volvería a llamarme, volvería a contactarse conmigo. Yo, por mi parte, me resistí a creerlo.  Si dudé respecto a los dichos de mi amiga no fue  por benevolencia hacia Divino, sino, por el esfuerzo mental que me representa una vez más el darme cuenta que existe gente tan insensible, desde mi manera de entender el mundo. 

No es la obtención de un premio, no es prestigio, no es dinero, para un tipo que parece tener mucho de eso, lo que viene en camino; es una personita, es un bebe, es un varoncito que merece todo el amor de sus padres y, también, esencialmente, todo el compromiso. Por eso, por cómo yo concibo el nacimiento de un hijo, es que me  resistí a creer que todavía le quedaran ganas de hablar conmigo después de esta noticia que, necesariamente, tiene que hacer alguna mella profunda en él y que, por cosas que voy rastreando, ya hizo mella en todo su entorno cercano, en el seno íntimo de su familia, que está fascinada con la noticia, como es lógico, como es necesario, ante la llegada de una vida titilante que será como una lucecita cada vez más brillante, más hermosa con el paso de los años. 

Francamente, entre más pienso en todo esto, más me estremezco.

Sé que es necesario para mí entender a la fuerza de los hechos que hay gente capaz de tomar la llegada de un hijo como un hecho sin la total importancia que acomete; pero, por momentos, no puedo naturalizar la indiferencia, no me da lo mismo la falta de valor que las personas le dan a las grandes cosas de la vida como pueden ser el milagro de un amor, el cumplir nuestros sueños, el nacimiento de un hijo, entre tantas otras. Por eso fue que en primera instancia pensé que se había dejado de contactar conmigo, meses antes, porque se había enterado en tiempo y forma de la noticia que yo me enteré de una forma tan postergada en el tiempo.

 ¿Si cambiaba en algo las cosas que se hubiera borrado no inmediatamente, pero sí un corto tiempo después de enterarse que iba a ser padre? No, no cambiaba en nada. Sólo me hacía pensar que quizá había pasado un largo período de confusión entre la crisis "matrimonial", la separación de su pareja, el conocernos en medio de ese mar (lo que supuestamente le pasó con eso), y por encima de todo esto, el que en medio de una nueva ida y venida con su pareja, un hijo hubiera sido el resultante, cuando hasta hace unos meses atrás me estaba diciendo que el motivo de la separación con su pareja había sido, principalmente, ese esencial desacuerdo donde Divino no quería tener hijos y ella, por el contrario, sí.    Pero no; también en esa suposición también tengo que admitir que me equivoqué. Porque no fue que Divino tomó noción del giro que había dado su vida y empezó a sopesar sus acciones de otra manera, sino que aunque parezca un circo indefendible, exactamente la tarde después de que yo me enteré - de casualidad, ni más ni menos - que iba a ser padre, volvió a escribirme. Y, como si algo le faltara al desconcierto inicial, en cuanto ví su nombre en mi barra de notificaciones no podía creer que fuera capaz de seguir escribiéndome, entre más avanzado está el embarazo de su pareja. De hecho, parecía que le habían ido a contar sobre mi insomnio y él en una operación para reírse en mi cara, hubiera vuelto a contactarme.

<<No, no puede ser; me está cargando >> pensé, mientras no me animaba a abrir el mensaje por no estar segura de si podía responder con una puteada, una felicitación, un link sobre precios de cunas y baberos o si, en repudio a su idiotez, este muñequito no merecía una bloqueada inminente y, aunque te cruce por la calle, si te he visto (y deseado) no me acuerdo. Pero lo primero que hice fue leer el mensaje y no pensé qué hacer con esto, porque estaba realmente indignada. Es que el papá del año me escribió queriendo desearme un excelente año para mí y para toda mi gente. Además siguió su caravana del terror deseando también que 2017 me llene de cosas lindas, de sorpresas, que se concreten mis deseos y, además, pretendiendo saber cómo estaba, cómo había finalizado mi año académico, cómo seguía mi vida. 

Yo, francamente, cuando leía sus líneas, no lo podía entender. No podía entender cómo otra vez suscribía a lo que, a partir de ahora considero una actitud cínica, ya que parece estar viviendo en una burbuja con doble entrada. Porque en redes sociales su familia desperdiga enorgullecida - como debe ser - la noticia de la llegada del retoño. Porque él acepta felicitaciones y ante la sociedad se muestra como un orgulloso padre primerizo, pero, después, cuando agarra su celular... me escribe, sabiendo cómo pienso, sabiendo que no me asombra con su dinero o su poder, sabiendo que no hice lo que, quizá, otras mujeres hicieron y harán con él: entregarse en bandeja de plata.  <<¿Y entonces, qué quiere saber, qué le importa, en comparación al momento que está pasando en su vida personal? >> me digo, desorientada, porque no entiendo qué gana, qué encuentra de atractivo, en mantener el contacto conmigo, sabiendo que eso le puede traer problemas, sabiendo que no está bien lo que hace. Y esencialmente, sabiendo que yo soy una  persona que no cedió en ninguna de las variantes que otras chicas sí hubieran podido hacerlo y le marcó una pauta rígida: no ser su perro faldero, ni por asomo. <<¿Qué es lo que lo mueve a rifar todo durante esos momentos donde deja de pensar en lo maravilloso de que un hijo viene en camino a su vida y me escribe cualquier estupidez? >> pienso, furiosa, especialmente, porque se apoya en un supuesto desconocimiento que gracias a Dios, yo no tengo. 

Y aunque no tengo ganas de saber la respuesta a mis preguntas porque vislumbro más repugnancia en el camino, no puedo evitar pensar en la crianza que me han dado mis padres, en el deseo que mis hermanas tenían de verme nacer, en el deseo de mis padres porque llegara, en todo lo que pasamos juntos como familia. Y en cuán valiosa es esa palabra en mi vida, como para seguir sosteniéndole el respeto a una persona que se muestra inerte ante su significación, que parece no tomar dimensión del cambio que acaba de operarse en su vida siendo éste un camino de ida. 

La realidad es que quiera o no a su mujer como tal, la desee o no, estén en crisis o no; una vida inocente, que nada tiene que ver en el mundo de los adultos confusos y a veces mezquinos, viene en camino. 

Y al menos en mi mundo este acontecimiento se considera algo para respetar y homenajear, donde uno como padre o madre tiene la cabeza puesta en la llegada del pequeño. Y piensa en el nombre cuando sabe el sexo y va comprándole prendas, va pensando en los espacios, va disponiendo algunos muebles, va sacándole fotos a la panza, va soñando con cómo será su carita, en qué forma van a tener sus manitos... 

¿Qué importa más que todo ese ensueño, no? Yo, francamente, no tendría cabeza para nada más que ese momento comprendido entre la primera señal, la patadita inicial, la ansiedad, la espera, el anhelo y finalmente, el momento que implica verle la carita por primera vez a un hijo. Y, si fuera él, si fuera hombre como él, creo que tampoco podría tener cabeza más que para la responsabilidad que implica ir acompañando a la mujer en cuestión a los controles médicos, a sacarse los estudios. No tendría cabeza para dejar de pensar en el asunto e iría cuidándola, ayudándola, conteniéndola, en una etapa tan especial de su vida. 

Ni como Divino ni como yo misma, ante semejante estímulo y ruptura en mi vida, gastaría un segundo de mi tiempo atiborrado de trabajo, de novedades y de euforia, en escribirle a una piba mucho más joven,  que es de otro mundo, que vive otra realidad, que te puso los puntos pese a lo halagador de tus palabras,  y con la que, está a la vista, nunca vas a ir más allá de un mensaje anclado en un chat de whatsapp que se archiva, porque la vida que quiere para si misma es muy distinta a semejante falsedad y reticencia al ser buen tipo, nada más que un buen tipo.