Me deseo el tiempo. El tiempo necesario para entender que ésto no ha podido ser del modo en que deseaba.
Me deseo fuerzas, para ponerlas en juego siempre, y cuidarme y protegerme cuando lo crea necesario. Pero también me deseo flexibilidad y tacto, para poder ablandarme cuando eso sea más valedero que levantar las murallas de siempre. Me deseo empatía y corazón para poder saber bien qué elegir o qué hacer con cada situación.
Me deseo voluntad y lucidez para no cometer los mismos errores, ni repetir las mismas historias.Y me deseo que, aún si las historias se repiten, yo tenga la revancha de poder hacer el camino de otra manera.
Me deseo respeto e integridad, para ver en éste otro, respeto e integridad en sus acciones pese a que no las comparta.
Me deseo silencio, allí, donde realmente al día de hoy, no puedo poner palabras que tengan el peso de las piedras y prefiero poner un quizá, o al menos, una aceptación sin peros de las cosas tal y como son.
Me deseo amor. De ése que es capaz de reconstruirme, del que me ha mantenido siempre en pie, y del que me ayudara a sobrevolar cualquier tormenta.
Me deseo fe, en un momento tan particular como éste, donde es más difícil que nunca sostenerla.
Y me deseo, con Galeno en particular, una ruptura si es que debe ser así, pero por favor, una ruptura hermosa.
Por los viajes suyos a Buenos Aires y las tardes de paseo por Palermo. Por los caminos andados juntos en **** y nuestras andanzas por allá. Por la pizza, la cerveza y las risas compartidas en los barcitos notables de Buenos Aires. Por el choripán más rico del mundo, sentados en el pasto, en pleno Parque *****. Por la burla de su tonada, la más linda y compradora, y sus modos de mostrarme el pedazo del mundo en el que creció. Por los modos de llevarlo a reconocer Buenos Aires y de llenarlo de nuestra impronta. Por decirle allá y que él siempre lo interpretara como si le dijera "asha", por la manera de hablar diferente.
Por los momentos de alegría. Por las charlas hasta la madrugada. Por las charlas por teléfono eternas donde nadie quería irse a dormir, cuando conocerse y presentirse, era algo de lo más natural.
Por las noches compartidas juntos. Por haber llenado hoteles con nuestros apodos, nuestras risas y mi manía de desparramar las cremas por toda la habitación. Por las risas y la expectativa frente a la ropa interior, por esa conexión innegable y exquisita, en la cama o fuera de ella. Por la confianza, el respeto y el cariño en cada encuentro.
Por las lecturas juntos, con mate de por medio, y las visitas a museos o galerías. Por mis "mirá, Galeno ¿te gusta?", frente a cada obra de arte. O por esas visitas de fin de año a la Biblioteca Nacional, donde parecía abierta sólo para nosotros, aún con lluvia. O por las veces donde me miró peinarme el largo pelo después de la ducha.
Por la tristeza compartida. Por esos momentos donde yo también pensé que se terminaba, como ahora, aunque finalmente ésta sea esa vez y éste sea el momento. Por las noches donde tuve que contarle mis más profundos miedos y mis más profundos dolores y él estuvo ahí. Por las veces donde pude sanar, a través de nuestra experiencia, y pude entenderme o conocerme mejor.
Por las veces donde me acosté en su regazo y me quedé agarrada a sus manos sin dejar de tocarlas o mirarlas, explicándole que eran hermosas, suavecitas y prolijas, y que me encantaba cuando me tocaba con ellas, siempre tan cuidadoso. Por esa sensación dulce y prometedora que sentía cuando me desvestía, igual que desde la primera vez hasta la última, y me sacaba la ropa a besos, como si fuera un mercado persa. Por el valor que supe reconocer en cada instante donde me daba un abracito. O por la forma dulce en que cubría parte de mi cara con sus manos para besarme. O la pasión con la que, al mismo tiempo, me desvestía mientras estaba acostada en su sillón, como esperándolo siempre, dispuesta a decirle que sí. Por las veces donde , hablando de política o literatura, terminábamos haciendo el amor y después continuábamos hablando de esos libros o esas figuras.
Porque yo también lo quiero, aunque no se lo haya dicho cuando me lo dijo por última vez, y porque siempre, una parte de mi, lo querrá y lo recordará con mucho mucho afecto y con agradecimiento. Por las veces donde me dijo que había sido hermoso lo que habíamos vivido. Por las veces donde yo le agradecí que me hubiera enseñado tantas cosas y por las veces donde yo le enseñé lo que pude y lo que forma parte de mi vida. Por haberse animado a vivir ésto con 51 años. Por haberme animado a vivirlo yo también, con veinticinco. O con 50 y 24, es decir, exactamente la edad que teníamos cuando nos cruzó la vida y el azar de Instagram.
Por todo eso, y más por cómo está siendo el presente, lo único que nos deseo, es una ruptura hermosa.
Ojalá alguien esté escuchando este pedido.
Ojalá alguien pudiera comprender cuan necesaria es, a veces, la oportunidad de sanar las historias con la paz suficiente para seguir adelante y disfrutar de la vida, aún con dolor. Porque el dolor, me digo, no es impedimento para la felicidad. Se puede sentir dolor, como el que yo siento ahora mismo, pero también se puede sentir felicidad, como la que también siento, por haber vivido lo vivido.
Nunca se debe dejar de disfrutar la vida. Ni aún en el dolor. Ni aún en la tristeza, la vida deja de ser merecedora de ser vivida.
Así que... Eso pido.
Que lo que sea que nos depare la vida, sea hermoso.
Incluso, si ésto que tenemos que vivir, es la ruptura.
Nunca se debe dejar de disfrutar la vida. Ni aún en el dolor. Ni aún en la tristeza, la vida deja de ser merecedora de ser vivida.
Así que... Eso pido.
Que lo que sea que nos depare la vida, sea hermoso.
Incluso, si ésto que tenemos que vivir, es la ruptura.