El descanso nocturno es una de las actividades mejor conceptuadas del universo. Cuando dormimos nos relajamos a tal punto que perdemos contacto con nuestro alrededor y logramos concretar un estado peculiar, único, donde además de reparar nuestro cuerpo, a veces, hasta nuestra mente produce imágenes deliciosas para el cerebro. Y sin embargo, de sólo pensar en dormir con Galeno, no sabía muy bien cómo reaccionar, en un principio. En nuestros últimos días juntos, de plena convivencia, creo que logré conocerlo mejor y él, por su parte, conocerme un poco más todavía. No sólo por el desembarco en el hotel, con mi neceser llenísimo de cremas, perfumes y tratamientos corporales, sino, también, por las manías al dormir que fueron mutando día tras día de acuerdo a las actividades transcurridas en el.
Lo que para mí, en cambio, constituyó una sorpresa fue el hecho capital de despertarme todas las mañanas junto a él, mirarlo dormir dos segundos y darme vuelta, aliviada, como si necesitara constatar que no se hubiese escapado durante la madrugada. Y lo que constituyó, además, un vendaval de ternura, fue la manera de despertarme de un Galeno que no me mezquinó ni una sola caricia fueran las siete de la mañana o las cinco de la tarde.
El domingo a la mañana, es decir, la primera noche de éste viaje que pasamos juntos, desperté lo bastante temprano por lo que me quedé mirándolo dormir en silencio durante varios minutos, sin tocarlo, sólo para guardar en mi memoria todo lo que me importase de esa imagen. Pasado un buen rato, sin embargo, me dí media vuelta y caí en un sueño entrecortado que se interrumpió encontrándome dada vuelta, con el pelo interfiriendo en mi espalda al aire libre, y un Galeno que siendo muy delicado solamente me acariciaba con la yema de los dedos el contorno de los hombros.
Sonreí, lo recuerdo, todavía con los ojos cerrados, tomando noción de que ésa era, increíblemente, la realidad de mi amanecer. Después estiré una mano, sin ponerme de frente, sólo para corresponder a su contacto con otras caricias, pero Galeno se acercó enseguida, pegándose a mi cuerpo desde atrás y llenándome de besos el cuello y la parte baja de la nuca.
- Uy, qué lindos tus buenos días ... - musité, todavía dormida, dominada por la pereza mañanera.
Galeno se rió, suavecito, y me abrazó con más tesón.
- Buenos días - me dijo, con tonada, besándome las orejitas, el cuello, los hombros, y la parte lateral de las costillas - Qué lindo despertarse así ¿eh? - me burló.
- ¿Sin ropa? - lo burlé, todavía sin mirarlo.
- Además, sí, pero con esta vista... - celebró, haciendo referencia a mi cuerpo totalmente ganado por el sueño, y por mí, dormida hasta por las dudas durante toda la noche anterior, sin nada que me oculte.
Un rato después, cuando ya nos habíamos acicalado, aunque sin vestirnos todavía, lo miré intentar decidir su atuendo del día con detenimiento.
Galeno me miró, de pronto, y entendió lo que yo necesitaba que entendiera, así que volvió a la cama donde yo me había quedado haciendo fiaca recién bañada y se decidió, en ese instante, por común acuerdo, bajar más tarde a desayunar.
Una vez que bajamos, la dueña del hotel en persona, nos preguntó cómo habíamos descansado. Ambos, escondiendo una mirada de complicidad, musitamos un : "muy bien, todo muy bien" y un "sí, descansamos muy bien".
No se imaginó la capacidad tan suave y tierna, pero al mismo tiempo para intensa, que Galeno tuvo esa mañana -y las que le siguieron - en su poder, para darme los buenos días. Porque no es que yo sea una ninfómana, que lo único que quiera de éste hombre sea exprimirlo, si no, más bien, todo lo contrario. Siempre he sido muy cautelosa en eso, y el proceso de disfrute, me había resultado más trabajoso que placentero, a decir verdad, aunque sin restar los méritos de aquéllos días... Y sin embargo Galeno me ha sorprendido enormemente por su ternura, por su capacidad de entender mi cuerpo, por entregar el suyo sin condicionamientos, por ponerse a disposición, por decir que sí a todo, por disfrutar del propio disfrute y , después, sólo después, desarmarse sobre si mismo, sonriéndome.
La mejor parte de dormir juntos, me hubiese gustado decirle a la dueña del hotel, es despertarse y ser acariciado y mimado con tanta conciencia y tanto respeto, pero al mismo tiempo, con la dimensión del disfrute y la celebración que aquéllo representa.