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viernes, 24 de julio de 2020

Seguimos aquí ...

Mientras mi cuñado, hermana y sobrino enfrentan el Coronavirus, vamos teniendo de a poco novedades sobre cómo se mueve éste virus. Como se sabe, no son muchos los niños pequeños que contrajeron esta enfermedad en Argentina por lo que fue necesario hisoparlo. En efecto, los tres hisopados arrojaron resultados positivos, por lo que se sabe con certeza que los síntomas ahora están respaldados por un test, aunque realmente era imposible que fuera otra cosa porque los tenían a todos. 

Hoy hablé con mi hermana y mi sobrino por videollamada. A él, por suerte, lo encontré muy bien. Los síntomas que tenía hace unos días tales como fiebre, dolor de cuerpo, y una erupción en la panza - todos compatibles con las manifestaciones de COVID-19 en niños pequeñitos - fueron desapareciendo. Mientras charlamos hoy se mostró interactivo, sonriente e incluso bailó así que fue una tranquilidad y una manera de que todo ésto sea menos duro para nosotros, los familiares, que nos angustiamos frente a ésta situación. 

Mi hermana ahora se encuentra en el pico más alto de los síntomas, a diferencia de mi cuñado, que ya lo pasó. Le duele mucho el cuerpo, el malestar se le nota en la cara, pero nos dimos cuenta que el virus se mueve diferente en cada cuerpo y que mientras ataca ciertos lugares en algunos, en otros organismos, se centra en manifestarse como dolor de cabeza o en fiebre.  En vías de recuperación, de todos modos, están ambos. Tienen que cuidarse mucho, sí, pese a todo, porque todavía atraviesan una instancia donde pueden contagiar a los demás y eso les implica un aislamiento absoluto que por otra parte están cumpliendo con gran responsabilidad. 

Lo cierto es que me alegra que, nosotros como familia, también fuimos responsables durante éste tiempo y no nos juntamos de modo clandestino. En especial, porque mis padres son posibles pacientes de riesgo y tranquilamente podrían haberse contagiado en cadena si nos congregábamos. Sabíamos que siendo médica mi hermana podía circular con más libertad, y que podía venir a vernos, pero creo que justamente por esa razón elegimos que no sea de ése modo. Y ahora, la verdad, me siento muy aliviada por eso, porque por lo menos en nuestro caso, se volvió significativo todo éste sacrificio de los últimos cuatro meses. 

Vamos a ver cómo concluye éste capítulo de la historia, pero mientras tanto, seguimos aquí... Ojalá pronto ocurra uno de ésos giros inesperados, que siempre suelen ser parte de los argumentos literarios, y empiecen a ir mejor las cosas para nosotros como país. 


miércoles, 15 de abril de 2020

Amor incondicional

Ayer hablé con mi sobrino por videollamada. Creo que sí hay alguien que me hace muchísima falta en este momento, es el. Desde antes de que se dictase la cuarentena obligatoria que no lo veo porque estaba ocupada trabajando, estudiando y haciendo mil cosas. Según mis cálculos debe hacer un mes. Y nunca había pasado tanto tipo lejos suyo, desde el día en que nació. 

Todas las semanas, lo visitaba. A veces me iba después del trabajo, otras dedicaba mi único día libre a verlo u otras venía de visita a casa. Pero siempre estábamos muy cerca, a decir verdad. Y eso que la casa de mi hermana queda a tres bondis de la mía, o al menos, a 45 minutos yendo desde CABA. 

La última vez que lo ví, cuando me vio, me tiró los brazos. Lo agarre en upa y me dió un abrazo. Si, me dió un abrazo. Se quedó agarradito de mi y lo apreté profundamente conmovida. " Gracias, mi vida, un abrazo... Que hermoso, mi amor " le dije porque confío en que de algún modo el puede sentir mi amor.  Y ese gesto no lo había tenido con mucha gente a excepción de su mamá. 

Cuando hablamos ayer descubrí que dice y hace cosas nuevas. Dice palabras sueltas, se hace entender mucho mejor y sonríe cuando escucha nuestras voces. "Hola, ***" , le dije y me parece mentira que ya mire la pantalla y sonría con mi voz.  Mi hermana me dijo que, a su modo, dijo "hola ia"... Aunque yo no lo llegué a distinguir bien porque mientras habla con nosotros juega o hace lío.  

Lo lindo es que siempre que nos vemos o siempre que hablamos él realmente me conoce. Incluso, cuando lo visito en su casa, viene corriendo y me tira los brazos para que lo levante, si, increíble. Cómo suelo lavarme las manos, me sigue, haciéndose entender, y apenas lo levanto, lo abrazo y lo beso todo. El se ríe. Y lo mejor, se deja. Se queda quietito, a veces pega su cabeza a la mía y me mira fijo. Yo le hablo bajo y le pregunto : ¿Cómo estás, mi amor? Cuánto te extrañó tu tía, che" y se deja besar y abrazar todavía un poco más. 

No podría explicar lo mucho que lo extraño. Y cuánto lo necesito. 

martes, 24 de diciembre de 2019

Nochebuena

Hace una semana me avisaron que, en Nochebuena, trabajaba (desde la comodidad de mi hogar) atendiendo como guardia de emergencia desde las doce del mediodía hasta las dieciocho.  Si bien me molestó un poco porque yo tengo otro horario para trabajar, apelé a pensar que me ahorraba el viaje y no objeté nada. Le dije que mi jefa que estaba todo bien y me organicé para hacer las compras en el supermercado antes, y lo mismo, con los regalos del Principito que ya los tenía incluso desde antes y sólo me faltaba envolver. 

Ayer llegué y envolví los paquetes. Hoy por la mañana me levanté temprano, desayuné, saludé a Galeno y ayudé a mi madre antes del mediodía con todo lo que me solicitó y varias cosas más. 

Quince minutos antes de la hora, cuando estaba apurando mi almuerzo y rezando porque ojalá no estuviese álgida la jornada, escuchando reclamos hasta las 18.00 hs, me llega un mensaje desde el trabajo que decía: 

"Dictaron asueto hoy. Nos estamos yendo todos. No se conecten. Feliz Navidad"

¿Si salté, si grité y si festejé? 

Sí, todo ese junto. ¡La alegría que me dió, no tiene nombre! En especial, porque si me hubiese correspondido mi horario normal, no zafaba. En cambio, lo que pensé que era una desventaja, resultó ser un beneficio inestimable. 

Creo que recibí el milagro de Navidad que anhelaba. Más que nada, porque quería disfrutar desde temprano el día con mi familia, teniendo en cuenta que yo no tengo nunca fines de semana de dos días, porque todos los sábados también trabajo, y por una u otra razón, obtuve un descanso doble y muy necesario. 



¡Ahora sí! ¡Puedo ayudar a mi mamá para que termine más pronto de cocinar! ¡Y puedo dormir la siesta! 

¡Feliz Nochebuena y mejor Navidad para todos! 
¡Los mejores deseos, de todo corazón! 

miércoles, 16 de octubre de 2019

Dormir juntos

El sábado a la noche, mi sobrino, se quedó a dormir en mi casa. Hacía dos semanas que no lo veía entre mis casi cuarenta horas de trabajo, mis ocho horas de cursada semanal en la Facultad, las horas de estudio dedicadas al parcial recientemente rendido y un considerable tetris vital que llevo hace casi un año. Lo extraña al punto de estar todo el día preguntando por él, contando las horas para verlo y mirando mis fotos desde el celular en cada momento libre. Hasta Galeno, en nuestras charlas telefónicas, me había preguntando si tenía planes para encontrarme con él y con mi hermana, porque se notaba a kilómetros de distancia la falta que me hacía. 

En ese contexto, el domingo a la mañana, muy temprano, muy muy temprano, escuché un quejidito. El Principito duerme en medio de mi hermana y yo, para evitar que se caiga; por lo que levanté la cabeza, re-contra dormida, y lo busqué para asegurarme que estuviese bien. 



- ¿Qué, mi amor? - le dije, mientras le acariciaba la espaldita y el "culi-culi", para que siguiera durmiendo - ¿Qué pasa, qué te pasa?

Otro quejido, mezcla de sueño y mimos. 

- Vení, mi amor, vení *** loquito - le dije, muy bajito, y lo acerqué con cuidado a mi cuerpo. 

Lo besé, besé su pequeña cabecita, lo abracé y lo puse encima de mí. 

- Descansa, mi amor, descansá tranquilo... - dije, mientras lo arrullaba 

Mi sobrino volvió acomodarse, desparramándose por encima de mí, mientras lo abrazaba, acariciaba,  y él apoyaba su frente en mi rostro. Así, el amor más chiquito y más grande de mi vida, pudo retomar su modorra y finalmente, seguir con su descanso un ratito más. 

- Te amo mucho, mi chiquito - le dije, mientras le daba palmaditas suavecitas en su espalda. 



Verlo tranquilo, confiando en mis brazos, con su capacidad de dormirse intacta, soñando pegaditos, constituyó un momento de felicidad que atesoraré toda mi vida. 


domingo, 13 de enero de 2019

Buscando palabras...

Hace unos días, tuve a upa por segunda vez a mi sobrino, más conocido por estos pagos como El Principito. 

Lo miré, durante cada uno de los segundos que pude, hasta que finalmente, le dije todo lo que venía procesando, en susurros, mientras dormitaba: 

¿Vos sabés que soy tu tía? ¿Por eso me pateabas tanto desde la panza solamente a mí? ¿Te diste cuenta que te esperé muchos años, no? Sos tan suavecito, tan frágil, mi vida... Sos un sueño... - me quedé callada, mirándolo -  No tenés que tener miedo nunca; acá, todos te aman. Siempre te vamos a cuidar ¿sabés? - le conté, como si me entendiera, mientras le besaba muy suavemente el pelito y lo seguía mirando, embelesada como nunca antes en mi vida, entre suspiro y suspiro: - Te amo mucho-mucho, mucho ***  - me reí. 

Él, mientras tanto, siguió sumido en sus sueños. 
E incluso, me sonrió mientras dormía a modo de reflejo. 

Yo, por mi parte, y siendo totalmente sincera, voy cayendo conforme pasan los días. Escribir me ayuda a hacerme a la idea de que es un cambio de índole definitiva el que se ha efectuado. Nada, en mi vida por lo menos, va a volver a ser lo mismo después de éste último nueve de enero, el día donde él nació. Y eso no tiene que ver, solamente, con el cumpla años un día después que yo, ni con que a la única persona que le pateaba SIEMPRE durante su estadía en la panza, era a mí. Ni con que sea el primer sobrino después de años de espera... 

Tiene que ver con el hecho irrevocable de saber que lo voy a amar hasta el último día de mi vida. De saber que existe, finalmente, la personita que, yo sé, amaré por el resto de mis días porque así de fuerte es lo que siento por él.  

Con su llegada, me ha sacudido por completo de una forma que todavía no puedo explicar muy bien. 

viernes, 17 de marzo de 2017

Observaciones mundanas VI

Después de haber estado estudiando desde mediados de enero hasta hace una semana atrás para rendir los exámenes finales de dos materias de la facultad; el aliciente de un poco de verdaderas vacaciones fue muy bien recibido. 

Los últimos meses, al margen de recluirme para estudiar todas las veces que tuve que hacerlo, me encontraron mis padres atravesando problemas de salud, cosa con la que no yo no contaba, hasta el momento. A mi padre lo tienen que operar y en mi madre se desató un cuadro de hipertensión muy fuerte; al punto tal que llegó a su consulta con el cardiologo - por una derivación de otro médico, de casualidad - con la presión en 20.1 y nadie lo podía entender. Ni siquiera ella misma, ya que no sentía signos de malestar que pudieran acomodarse al diagnóstico de una cuestión tan peligrosa, como es la presión, especialmente, ahora que ha llegado a las cinco décadas. 

La constante, entonces, fue estar con media cabeza dispuesta para los estudios y media cabeza dispuesta para la otra cara de mi realidad. Mis hermanas, en mayor o menos grado, se ocuparon de mis padres; pero en mi caso particular, yo paso mucho tiempo con ellos, porque es la misma cantidad de tiempo que estoy en casa, leyendo, durante horas. Inevitablemente, entonces, me conecto y estoy no sólo al corriente de muchas cosas, sino pendiente de muchas cosas. Por eso, la constante académica fue una: la dificultad para concentrarme, el quedarme hasta la madrugada estudiando y el tener que leer más de dos veces cada párrafo, cuando me trababa. 

Quizá por todo esto que se vino dando en mi vida, al menos en el aspecto doméstico-familiar, la madrugada del jueves me pareció extraño haber podido dormir bien, sin pesadillas, sin sueños y sin noches en vela para poder lograr concentrarme, estudiar y así avanzar en la carrera. Probablemente el hecho de que llovió durante todo el miércoles me haya ayudado a relajarme más y haya conformado parte de esas pequeñas cosas de la vida que, en su contundencia pero también en su sencillez, me aportan bienestar. 

La mañana del jueves amaneció fresca, con nubes oscilantes y rayos peleadores de sol. Me levanté pronto, me puse la pava y encendí un sahumerio. Crucé a mi padre en la cocina y traté de ponerle la mejor cara, anhelando contagiarlo un poco,  probando a ver si lo hacía reír un rato; luego del miércoles donde le había cortado el pelo y lo había emprolijado, con la misma pretensión. O como el martes, cuando acompañé a mi mamá a tomarse la presión y de paso caminamos y charlamos un rato, anhelando que se despejara. 

Tomé unos cuantos mates en silencio, mirando el sol entrar desde la ventana, hasta que pasó un rato más y empecé a comentar las noticias con mi padre que tomaba mate dulce en otro recipiente.  En cuanto terminé me decidí a disfrutar de la mañana, por lo cual, en una acertada decisión, agarré mi reproductor de música, la novela que tengo en curso, y me fuí a leer bajo el sol amable de las primeras horas del día. 

En eso estaba, relajada ya, intentando reencontrarme conmigo misma entre la música y la lectura. Mi perro, de lejos advierte mi estancia en el jardín y se levanta, caminando muy rápidamente, mientras movía la cola. Sentada, en el piso, me muero del amor y le abro los brazos, como si fuera un niño que, corriendo, viene a saludarme. 

- ¡Bueeeeeen díiiiia, mi principito! - le susurro, como si me entendiera, mientras lo miro venir. 

Sigue caminando ligerito, con ritmo mientras en su cara se evidencia la ternura, e inesperadamente orienta todo su cuerpo en dirección a mis brazos, que lo esperan, abiertos. Se encastra en ellos, escondiendo la cabeza en mi cuerpo, mientras lo abrazo con las dos manos. Dispone de su cara y de absolutamente toda su trompa, para que lo bese. Apoya y dispone también sus mofletes, sobre mi cara, que olfatea con intencionadamente, mientras mueve la "colacha". Luego de las suavidades de dueña-perro propias del darme los buenos días, asiento con una profunda gratitud a su gesto. Es decir, al sentarse a mi lado, sin dejar un centímetro de márgen, para acompañarme mientras leo y escucho mi música preferida. 

Por un momento, de un modo conclusivo quizá, me detengo...  Miro a mi alrededor: el viento, el sol, el jardín.  Miro a mi perro, bajo el mismo sol, haciendo alarde de sus reflejitos rubios. Miro el libro que conseguí, de uno de mis autores favoritos, gracias a la generosidad de un canillita, que me rebajó el precio, dejándomelo muy barato, de pura generosidad, simpatía y buena onda. 

Y así, con ese racimo de cosas cotidianas (pero tan importantes para mí) me doy cuenta que más allá de todo lo que estuvo pasando y de todos quienes estuvieron sucediéndose, en ese momento preciso -leyendo bajo el sol con mi perro sentado  en el piso pegado a mí - yo  me siento inmensamente feliz. Esa pequeña sensación, tan poderosa al mismo tiempo, actúa como un remanso, como un bálsamo, ante períodos de preocupación e incertidumbre que, a veces, parecerían eternos. 

Es la existencia de cosas pequeñas, al fin y al cabo, lo que me dá un poco más de fuerza para continuar. Lo que me dá un poco más de espacio en mi interior para hacer introspección dentro de mi misma, e intentar darme cuenta todo lo que aprendí en estos últimos meses, conforme fueron pasando las diferentes experiencias.

 Ojalá pueda tener, a lo largo de toda mi vida, muchos más días felices como lo fue éste. 

sábado, 1 de octubre de 2016

"Gregorio"

La charla que se dió ni bien empezamos a comer, se cortó por culpa de la televisión de la cocina que siempre está prendida y se lleva secretamente toda mi aversión. Al rato, de la nada, mi papá retomó el asunto: 

- Voy a ir a encarar a un par de abogaditos ¿sabías vos? - me dijo. 

Casi escupo la comida. 

- ¿Eh? 
- Si, sí, sí... - se rió - Los de corbatita, esos muñequitos, que te deben andar detrás a vos. Buitres, buitres, eso son - me dijo, con una cara de padre desconsolado que era un plato. 

<<¡No me podía hablar de otro rubro! Todo bien que me esté cargando, pero qué puntería, que me parió >> me dije. 

- ¿Qué pasó, ahora? - lo miré, porque se notaba que me estaba cargando con algo. 
- Que, el otro día, estaba pensando en los abogados por el asunto de *** y me  cayó la ficha de que así, esos tipos correctos, te gustan a vos... - pinchó. 
- No es que tenga que ser necesariamente un abogado. A mí me gusta la gente inteligente, en  general y encima de todo, la buena gente.  Después si hacen lo que sea que hagan, es su problema. Mientra no hagan daño, se sabe que cada uno tiene su vocación diferente. 
- No sé, vos decí lo que quieras pero el tiempo me va a dar la razón. Está bien, quizá te da vergüenza decírmelo porque soy tu papá, pero sé que te gustan así; habladores, que sepan todo el Código, que Veinte esto, que Veinte aquéllo... - pinchó. 
- Ay, nada que ver... - le dije. 
- Mirá, le podés mentir a todo el mundo, pero yo sé que te gustan así. 
- ¿Qué, tenés la bola mágica? ¡Qué podés saber vos el tipo de hombre que me gusta! - me reí. 
- Que yo me haga el boludo no significa que me doy cuenta lo que te gusta y, especialmente, a quién le gustaría tener una mina como vos al lado, hija.  A vos te gustan los viejos y eso es algo que respeto, incluso, pese a que cuando vengas acá con un viejo a mi quizá me da un poco de ganas de "apurarlo" - mofó - ¡Más si es uno de estos Doctores Fulano de tal de la cual" - argumentó. 

Me empecé a reír por la denominación. 

- ¿A qué viene todo esto ahora? 
- A nada; te lo digo siempre. Vas a terminar con uno de esos carilindos, que lo vas a tener atrás idiotizado. Uno te va a llamar para saber cómo estás y vas a responder " re bien, papi, re bien mami, acá estamos con Manolito, que me lleva ciento cincuenta años, pero que me hace muy feliz. ¿Ustedes, están bien? " - me burló. 
-Qué malo que sos, conmigo - lo miré, de reojo. 
- No soy malo, es lo que creo que va a pasar, vos sabés que yo tengo la experiencia de la calle, hija, me doy cuenta de muchas cosas. 
- Podrás haber vivido prácticamente en una villa, pero no sos un mano-santa - argumenté. 
- Soy tu papá... Te conozco muchísimo, reconozco la gente que te rodea, y yo creo que es una cuestión de tiempo para que aparezcas con una persona así, en esta casa. 
- Lo importante es que me quiera y yo también lo haga. Todo el resto, me importa poco y nada, la verdad. 
- Seguramente sea uno de esos abogados  que usan corbatita, viste, esos que hablan muy lindo, que a veces cagan un poco a la gente - dijo. 

Lo miré con violencia. 

- Igual el tuyo no va a cagar gente, porque como sos vos, le armás un quilooooombo. El tuyo va a ser buenito, pero eso sí, ningún boludo. Con ese "piriririirirpí",  acordáte de lo que te digo yo, me vas a dar la razóooon - me cargaba. 
- Ay, basta, de verdad - me quejé - ¡Estás hablando muchas boludeces! 
- Veinteava, me juego mi nombre y mi apellido, que va a ser así. Y va a ser un "boga", estoy seguro, porque son el perfíl que condice con tu perfil - enfatizó. 

Boga, en el lenguaje de mi padre, viene a significar abogado. 

- ¡Dejá de profetizar esas cosas para mi vida, vos! - sacudí la cabeza y seguí cenando. 
- ¿Qué tiene de malo? 
- Que no quiero para mi vida un "boga" o un viejo; quiero una persona buena y que me quiera. Punto final - le dije. 
- Yo no te estoy diciendo un jubilado... - meditó - ¿Diez, quince años más? Reconocelo, Veinteava. 
- Sin comentarios...  - suspiré - Además, vos parecería que me ves como una frívola. Yo no soy frívola, al contrario. 
- Yo sé que vos sos una chica sensible, pero eso no quita que te gusten esa clase de tipos que te gustan. Los dos sabemos que con la gente joven vos te aburrís, de toda la vida es esto, desde que eras mucho más chica.  Yo ya me hice la idea de que, probablemente, por la gente que te rodea o por la gente que conocés, tu pareja sea una persona grande. Quizá nada más es diez años más grande, quince años más grande que vos; eso no es un jubiilado - me explicó - Qué otra cosa querés que te diga, hija, es lo que yo percibo, no sé, siento eso. Además, a esta altura Veinteava, sos una mujer ya. Qué te voy a decir, yo... - suspiró. 
- Es que... estamos hablando demasiado a futuro - bajé a tierra - Ni yo sé con quién voy a terminar. Quizá termino con un perro y un cáctus en un departamento, corriendo exámenes, leyendo a Borges, comiendo arroz con queso, sin tener un hombre al lado - le expliqué  - Mi vida no se tiene que edificar en torno a un tipo... 
- No, mas vale que no. Vas a tener tu profesión, tu sueldo, tus cosas y tu independencia. Eso, me la juego que va a ser así, por el carácter que tenés. Como también me la juego que vas a terminar con uno de esos "corbatita" Veinteava. 
- ¿Qué, es un mandato social? No me gusta ser la Cenicienta, no sé qué pensás que puedo ser, al lado de una persona así, salvando eso. 
- ¿Qué podés ser? 
- Claro, papá - sacudí la cabeza - Hay cierto tipo de gente que, ejerciendo esa carrera en particular, tiene mucho a su favor, recauda mucho en materia económica. Socialmente, no tienen tanta buena fama. Además, solo desde lo económico, yo no sé si mi carrera es tan redituable como esa, entonces, en cierto modo, será ser siempre Cenicienta. 
- No, le estás errando...  - sonrió - ¿Cenicienta, vos?  Lo vas a pensar así, hasta que te encuentres con uno de esos perfumaditos, que van a Tribunales cuando baja el sol, con esas manitos prolijas, de uñas prolijas, y te vas a enamorar. Te vas a enamorar de la inteligencia, de esos modales que te gustan, de que entiendan de todo, de que sean cultos... - me dijo, otra vez, burlándome. 
- Ni lo digas - le dije, seria, y mastiqué un nuevo bocado. 

Me acordé de alguien. 

- ¿Qué harías si ella viene acá con un abogado? - intervino mi mamá. 
- Le diría "vení, vení acá corbatita; tratame bien a la piba porque ella es buenísima y si no, ya sabés, se pudre todo " - recreó, muy graciosamente.  
- ¿No lo conoce nadie, siquiera yo, y vos ya lo amenazás? - nos reímos. 
- Mirá, vamos a ponerle un nombre, para que pueda hacerte una recreación del futuro - me dijo - Puta, no se me ocurre.... - pensó - Yastaaaaá; Gregorio se va a llamar el viejo.  
- ¿Gregooooooorio? 
- Si, es nombre de anciano - me reí a carcajadas. 
- Ay, estás loco, de verdad... 
- Pará que falta - me dijo, y se puso los anteojos - Vas a estar así, leyendo, en una cama de 4 metros cincuenta de largo y 700 metros de ancho, escuchando música rara como ahora, y al lado tuyo, vas a tener a Gregorio, Doctor en no sé qué pindonga, con olorcito a perfume, prolijito, afeitadito, impecable; muy metrosexual- se rió y siguió - Preguntándote qué querés comer, qué querés tomar, a dónde querés salir... - enumeró - Vas a llamarme a mí para invitarme a comer a tu casa y voy a ir más desconfiado que perro en bote - mofó -  Ya me lo imagiiiiiino, qué lo parió - dijo. 

<<Se pasa, la verdad >> pensé. 

- ¿Qué, quién te pensás que va a ser? Nada que ver, papá. No quiero un pichicho. Esos tipos van detrás de otra clase de minas, yo soy una boluda. Buscan minas para la volteada, no sé en qué época te quedaste. Vos sabés, porque me re conocés, que a mí me importa mucho que sean buenas personas, que tengan valores. No quiero que sea mi personal doméstico...  
- No, eso seguro. Pero ya te digo, hay que incinerar la Facultad de Derecho para evitarlo... De otra forma, es voto cantado.  
- Me vaticinando un futuro al lado de un viejo frívolo, papáaaaa - le seguí el chiste - Es horrible. 
- No, a vos el viejo te va a encantar. Más si te lleva el cafecito de cápsula todos los días a la cama, y se leyó a ese barbudo que leés vos y te trata como a una reina... - argumentó. 
- Imposible, yo no podría vivir algo así. No me sentiría cómoda, no es normal para mí, papá. 

- Mirá, me podés decir lo que se te ocurra pero cada día estoy más seguro de que el tuyo va a ser uno de esos viejos que se cuidan, que salen a correr, que leen el diario el domingo a la mañana, con el que comentás las noticias; vos estarías en tu mundo, con alguien así. Para mí que te quedás con uno de esos. No le va a ser fácil estar con vos, pero me da la sensación de que vas a terminar cediendo, en algún momento, porque te gustan, te gustan estos asquerosos, estos inmundos - insistió, riéndose - ¡Qué se prepare, Gregorio, que se prepare, cuando lo agarres vos! 
- ¡Qué malo que sos! Si lo elijo, sea como sea, es porque lo quiero. No soy ventajera papá. 
- Yaaaaaaa lo sé, eso ya lo sé, así te educamos y estoy orgulloso de eso, me parece perfecto eso. Pero, como padre padre te lo digo, el tipo que esté o estará al lado tuyo, va a tender a agasajarte. Imaginate, no concursa por la belleza al lado de una mina como vos, no concursa por el dinero, porque le cortás la cara igual, no concursa por la apariencia, porque aún mismo a vos por más lindo que sea hay veces que no te cierra... 
-¿Y entonces? ¡Ves que tengo razón! - lo miré, seria.
- Concursa por la inteligencia, y cuando un tipo como la gente vé a una piba joven, linda, piola, que no está desesperada por la plata, que es buena tipa, tiende a tener muchos gestos para agasajar. 
- Eso es porque se la quiere levantar, porque se la quiere masticar - lo miré, enarcando una ceja - Gregorio me parece que va a ser pícaro - lo cargué. 
- Dejalo que venga al viejo, lo espero nomás - se rió - Va a querer saberse el Código ese de memoria, por las dudas... - suspiró, diviertíendose. 
- No hay caso con vos, basta. No se toca más el tema.... 
- Ya vamos a ver cuando caigas acá, en casa, con Gregorio. 
- Siiiiiiiiiiiiiiiiiiii, claro; esperá sentado a Gregorio y yo traigo la cena; dale nomás - ironicé. 

¿Se dan cuenta de quién me acordé durante este chiste? 

Mi padre no lo sabe, pero lo más parecido a su broma, no es Gregorio, sino que es Divino. Quisiera que, antes de hablar, papá supiera la cantidad de planteos, al estilo conciencia de clase, que este tipo me generó. Se me reiría en la cara. Diría que es cobartita, que tenía razón. Sin embargo, Divino no es el esbozo imaginario de mi padre, sino que es de  carne y hueso y, para qué voy a negarlo, se le parece mucho, siendo eso la parte que contribuye a mi decisión.  En su caso, de todos modos, si bien sabemos que no va sólo a Tribunales cuando baja el sol, es una realidad el hecho de que vive una vida muy lejos de la que yo me acostumbré a vivir, de la que se adecua a mi cosmovisión, es decir, teniendo trazado un único objetivo concreto: ganarme todo lo que tenga, desde la dignidad y el sacrificio, desde el estudio y el trabajo duro. Sentirme orgullosa de mis logros, saber que nadie me regaló nada, haber aprendido en el camino. 

Después, lo de Divino o Gregorio, es un mero detalle. La ciencia es que para seguir tomándomelo a gracia, dejo asentado este momento anecdótico, porque la verdad es que me hizo reír muchísimo, el loco vaticinio de mi papá. 

El tiempo dirá, más o menos, respecto a su veracidad. 
El presente, sin duda alguna, es demasiado relativo. 
El futuro, un misterio total. 

Yo, mejor, no digo nada. 

Que todo lo que tenga que pasar, suceda y nada más. 

miércoles, 3 de agosto de 2016

Testigo

Ayer, mi abuela cumplió y festejó sus 76 años de vida. Gracias al cielo, tuve la oportunidad de acompañarla en el tránsito de su día especial, ayudándola con las cosas necesarias. Es que... la abuela no anda bien, tiene sus achaques, propios de la edad, y por ello yo trato de estar pendiente de ella. 

Ella, a pesar de que pasó hace rato la frontera con la séptima década de vida, siempre fue una persona muy independiente; siempre hizo y deshizo a su modo. Por eso, ahora, cuando de a poco se va  encontrando sumergida en esto que implica el dejarse ayudar cuando uno llega a ciertas edades, a veces, se pone triste. En su caso, además, está pasando una etapa de mucho dolor en brazos y piernas, lo cual la invalida un poco, y además, la pone nerviosa. Yo, de mi parte, la entiendo muchísimo... Debe ser muy complejo adecuarse, cuando hasta hace unos meses atrás, era una mujer de moverse para todos lados sola - trabajaba -  sin depender de nada ni de nadie. La entiendo, insisto, y creo que por eso me nace tanto acompañarla en estos momentos. 

Ayer, en esencia, no fue la excepción. Al contrario, apenas me desperté, me levante, me cambié, me cepillé los dientes y me fui a desayunar a su casa. Ahí tomamos unos ricos mates, con los que siempre me espera, y conversamos un poco, de todo en general, mientras recibía los llamados de todas sus amigas, conocidas, e incluso, algún que otro pretendiente timidón. Yo, mientras tanto, me desenvolví en la tranquilidad que me genera ver bien a los míos, en este rol de testigo que asumo sin darme cuenta, y al que extraño tanto cuando tengo que ser - obligadamente - protagonista de ciertas cosas. 

Un rato más tarde, mientras le armaba las tres docenas de empanadas caseras y con mi mamá cocinábamos pizza, yo estaba feliz, dentro de los vaivenes del día a día, sin saber muy bien por qué. Quizá, consideré después, ya más tranquila, me sentí feliz por poder compartir un cumpleaños más con mi abuela. Un cumpleaños que arrancó ya la semana pasada haciendo las compras en el supermercado, haciendo la torta juntas, ayudándola a mi mamá a armar las mini pizzas, a preparar el relleno de las empanadas y haciéndome cargo del armado de las mismas. Supuse, casi con el carácter de una certeza, que no había otro motivo mejor para estar feliz. Consideré, además, que esto no tenía que asumirlo como lo dado, sino más bien, merecía un peso privilegiado, el carácter de ocasión especial. 

A la hora de comer, cuando llegó el resto de mi familia, se dispuso todo en la mesa y arrancamos a cenar. La verdad es que yo no tenía hambre, había comido desordenadamente durante todo el día, entre los quehaceres, y el mate encabezó el ranking del día de la fecha. Por suerte a todos les gustaron mucho las empanadas, elogiaron lo prolijitas que habían salido y que ninguna se había roto en el horno. 

Por suerte, también, la ví contenta a mi abuela. Ví a mis hermanas, con sus respectivos novios, hablarse amorosamente. Ví a mi papá, reírse de los chistes de mi hermana mayor, ví a mi abuela reírse cuando sopló las velitas. Ví a mi madre contenta por cómo comían sus pizzas. Ví... Me dediqué a mirar, durante todo el cumpleaños, ese esplendor de cotidianidad. 

- ¿Qué estás mirando? - me dijo mi papá. 
- Nada... - disimulé. 

<<Todo; todo lo que me importa >> pensé, entre mí. 

- Seguramente deberás estar pensando "estos incivilizados, qué hacen" - me cargó, porque chistes que le hago a él, de vez en cuando, con esa palabrita. 
- Nada que ver - me reí, pero no le dije qué estaba observando. Él tampoco me dijo nada. 

No me animé a decirle que yo era feliz, así, mirándolos mientras se reían, comían, contaban cosas o bostezaban. Que estaba siendo testigo de un momento de unión y, por ende, no hacía falta que dijera o hiciera nada más que mirarlo. Es que... yo mientras pueda verlos bien a ellos, no tengo necesidad de anhelar nada más. Asimismo pase por silenciosa en las reuniones familiares o por apática, yo apuesto a la austeridad en los buenos momentos. Siento que ya por si mismos son espectaculares y hay que disfrutarlos en la extensión que se nos permita. 

 ¿Qué iba a contar, a decir o a opinar, si para mi no le faltaba  nada a ese momento, si estaba feliz por vernos juntos, a pesar de todos los problemas?Definitivamente yo lo estaba disfrutando a mi manera. Una manera en la que me quedé pensando, por el comentario de mi papá. 

Y en base a la reflexión posterior, entendí que, por un lado, en lo que a mi familia o amigos respecta, puedo llegar a dar vuelta el mundo si los veo mal; pero al mismo tiempo el verlos bien es un bálsamo tranquilizador, y no siento que tenga que hacer nada más que alegrarme, que mirarlos, que estar de una manera mansa, tal como  me sale. Eso no quiere decir que no lo disfrute, sólo que no lo demuestro; que a veces no sé ni cómo decirlo ni cómo hacerlo más allá de los gestos; que tengo una capacidad de disfrute muy interna, evidentemente.  Por otro lado, cuando las cosas no están bien en mi casa o con mis amigos, yo sí me siento parte activa, yo sí dejo salir la  efusividad, el empuje y las pilas. Yo sí sé que tengo que trabajar desde el aliento, el afecto y todo lo que esté al alcance de mis manos. 

 La conclusión general fue que en los buenos tiempos, yo sólo soy testigo. Comprendí que me gusta estar cuando los ocasionales se fueron, cuando los de algunos días no están, cuando se pierden en otras esquinas los paseantes triviales. Comprendí que ante los famosísimos "amigos el campeón", yo trabajo silenciosa pero no menos amorosamente, por todos los míos, por todos aquéllos a quienes yo considero "mi gente". 

sábado, 16 de julio de 2016

Vestidito rojo


El otro día, en el contexto de un cumpleaños de un matrimonio amigo de mis padres y un poco míos también, surgió la típica charla entre un matrimonio de padres primerizos y mis padres, que tienen tres chicas en sus espaldas. 

La misma tenía como eje central la postura activa de los padres, especialmente, en el caso de tener hijas mujeres. El muchacho que es padre primerizo, de una bebé hermosa, estaba echando humo anticipadamente, crucificando ya a los novios por venir y prendiéndole una vela a cada santo, poco más, para que la niña no creciera demasiado rápido. Mi papá, por su parte, le comentaba un poco que, cada hijo, pese a que tenga la misma crianza, la misma educación y los mismos valores trasmitidos, es distinto. Por lo cual, se tenía que centrar en disfrutarlas, porque crecían demasiado pronto, le aconsejó. 

Entremedio de este nutrido intercambio, al cual yo asistía atentamente, porque mis caras eran un caso según uno de los invitados, se coló la anécdota del vestidito rojo. ¿En qué consiste? En las salidas, más bien en las fugas, que teníamos con mi papá, especialmente en el período donde yo no tengo recuerdos para testificarlo pero donde, se dice, la pasábamos bomba. 

Tal como me han contado la historia, en casa, desde pequeña he sido la preferida indiscutible de mi padre. Mi madre, además, ahora que crecí, dice que lo prefiero porque no me pone límites, me apaña en todo lo que se me ocurre, y yo lo manejo como quiero; lo cual no es cierto, de verdad que no es cierto, sólo que teniendo otra llegada, el vínculo es distinto, y no es tan estricto conmigo como con mis hermanas mayores, ni yo nunca fui demasiado adolescente que digamos.  

Sumado a todo esto, y por circunstancias de mi vida personal - mi nacimiento, el tratamiento de salud posterior, la manera en que tuve que tomarme un montón de cosas, las fortalezas y debilidades que esto me hizo tener o anhelar en su falta - sé que maduré de golpe. Por eso, también,  hubo un montón de inquietudes y situaciones que resolví negociando de una manera más adulta. Es que según lo pintan, desde muy chica resulté diferente de las personas de mi edad, manifestando reacciones, intereses y planteos muy adultos, demasiado, por tener tan poquitos años.  Y, supongo, eso se mantuvo y trasladó, a lo largo de los años, vaya uno a saber por qué. 

Volviendo a ese domingo, lo central de esta distinción aspectual, sobre mis padres, al parecer  comenzó con las escapadas cuando yo tenía un año. Y no es que mis padres estén separados, hace treinta años que están casados, sólo que mi papá le pedía a mi mamá que me alistara y me llevaba a comprar ropa a una casa donde, lo veo a través de las fotos, vendían cosas re lindas para chicos. Ahora, también, tenemos salidas de padre e hija. Aunque, por su parte, también empecé a tener más salidas de madre e hija, después de un período donde las discrepancias eran muy notorias. 

Pero, siguiendo con la anécdota, según contó veinte años después de esos momentos, él me paraba en el mostrador sabiendo mi talle de antemano, e iba eligiendo la ropa. Camisitas con volados, vestiditos, remeritas y pantaloncitos; posteriormente polleritas, camperas y, lo que siempre, hasta el día voy a comprar consigo: las zapatillas. Dentro de lo que podía, y dentro de todo lo que me gustaba, hacía las compras en esas épocas en donde yo crecía por metro. Ese era, en el medio de trabajar mucho para que no nos faltara de nada ni a mis hermanas ni a mi madre, ni a mí; su momento de padre e hija.  

La manzana de la discordia, para tomarlo con humor, se dió el día en que mi papá me compró un vestidito color rojo y llegó a mi casa para mostrarlo. Es que mi mamá odia profundamente el rojo y era algo así como un insulto ver a su pequeño retoño vestida de pies a cabeza por ese color. Sin embargo, lo superó con los años, y más lo tuvo que superar, cuando finalmente éste se convirtió en uno de mis colores favoritos. Imaginen, mi mamá nunca me regaló nada rojo para que no me guste y yo... ¡macanas! 

Sin embargo,  yo creo que le costó un poquito más superar el comentario de mi padre, en esa reunión, al margen del vestidito de mi infancia, que era súper dulce, ahora que lo veo en fotos. 

- Vos me debés entender - le dijo el padre primerizo, al mío - Yo me muero el día que tenga novio... Me muero. Pero antes, al degenerado, lo mato. 
- ¿Qué te puedo decir? Con la edad que tiene, ya está todo hecho. Ella es la última, el desafío fue con las dos más grandes, porque tuve que negociar una barbaridad, me costó mucho. Ahora, uno está más entrenado. Además, ella, es una adulta, de verdad, siempre fue muy buena... - dijo, orgulloso. 

Yo hice un gesto chistoso y todos nos empezamos a reír. Me da vergüenza que haga ese tipo de comentarios en sociedad, sinceramente, porque ya estoy grande. Es como "papá, yo también te quiero, pero callado, calladito la boca ¿está bien?". 

- Mirá la cara que te pone - le dijo, muerto de risa. 
- Él no entiende que me da pudor, esto. Cree que todavía tengo cinco. 
- Siempre vas a tener cinco para tu papá, y para tu mamá también - me explicó el muchacho. 
- Yo entiendo que seremos las eternas niñas para ellos, pero el pudor de estas eternas niñas, viste, es un tema... - sonreí. 
- ¡Es que, encima, es la preferida del padre, imaginate! - intervino mi mamá. 
- ¡Uy, te compadezco! - el padre, se le rió a mi papá, en su cara. 
- No, nene, eso ya está... - suspiró - Ella ya sabe lo que pienso del tema.  
- ¿Sabe que lo vas a matar lenta y dolorosamente? - bromeó. 
- No, sabe que no se puede meter más, con la edad que tengo - añadí yo. 
- ¿Matar? No, ya está, yo me encargué de educarla bien, pero ella elige. Siempre le digo lo mismo, mientras que sea una persona que esté a su altura, lo demás, que se fije ella. 
- El tipo no pedía nada - intervine yo, y nos volvimos a reír. 
- Bueno, bueno, tampoco cualquiera - dijo mi mama, amada madre, metiendo la pata. Es que, ella desde hace siete años, más o menos, le está rezando incluso a los dioses paganos que yo no esté con una persona que me lleve años, desde el momento en que se dió cuenta que, por la edad que tenía, yo con los pibes de mi generación no sintonizaba de la forma esperada. Ya desde esa época quiere que salga, básicamente, con alguno de esos jovenes -por encima de todo jovenes- carilindos. Si me siento a gusto o no, a ella, al parecer, no le importa demasiado. Secretamente y a esta altura, ya sé que se centra en qué "quedaría bien", en qué "sería conveniente" o en qué "me merezco" según "la clase de chica que soy", como si alguien más, sea como sea, no se merece una persona que la quiera bien, tenga la apariencia que tenga y que le haga plin, cada vez que la vea. Ya que, si nos ponemos a pensar, yo entiendo que tenés que sentir todo esto para estar feliz al lado de otra persona, sino, no hay caso. Lo demás, son sólo circunstancias eventuales que no solventan, al menos en mi caso, siquiera la atracción. 

Como si Dios, desde el cielo, me leyera el pensamiento, la charla, decantó así: 

- Ahora se te aparece con un borracho - acotó el padre de la bebé hermosa, otra vez, con un amplio sentido del humor. 
- Che, qué malos pronósticos, por favor  - murmuré yo, jocosamente.  
- Mirá, si es un tipo joven o incluso mucho más grande que ella, ya sabe. Yo lo único que no quiero para mi hija es un boludito de esos que andan por ahí, que se piensan que esta piba es una tonta y la van a llevar de viaje a Disney. Porque ella fuma hasta debajo del agua, la verdad...  - aseveró, con cara de padre.  

Enarqué las cejas, burlándolo un poco, para disipar la tensión y se rieron. 

 - Ahora, si después es una persona joven o prefiere un hombre mayor que ella, mientras la vea bien y no la vea sufrir, chau... - simplificó. 

<<¿Por qué no nos quedamos hablando del vestidito rojo, mejor? >> pensé, queriendo no ser el tema.  


A saber: en las charlas de padres, donde se rememora desde la primera palabra hasta la actualidad, nunca tienen que estar los hijos. 

jueves, 24 de diciembre de 2015

Cambiar la historia

Hace un año atrás en mi balance anterior, sacaba por delante de todos los conflictos, el coraje y la capacidad de aceptación que en ese momento se mostraba como la llave de salida a un encierro de años. Esta toda una novedad lo que empezaba a pasarme y pedía con todas mis fuerzas que éste fuera un tiempo mejor; una etapa nueva, un respiro. El 2014 se dió de una manera desventajosa y terminaba, y empezaba a la vez este año, bastante herida... pero distinta. 

Muchas personas me lo dijeron: cambié. Y mientras que muchas veces a uno le recalcan que cambió para mal, a mí me señalaron cuando lo hice para bien. Quizá en otro momento no me lo hubiera creído, pero yo misma tuve la posibilidad de darme cuenta de que, si mucha gente me lo decía, era por algo. Sí, efectivamente, cambié. Y no sólo me puse más linda según dicen, o maduré y estoy hecha todavía más mujer,; sino que cambié de una forma muchísimo más profunda de lo que podía esperar y muchísimo mejor de lo que alguna vez me arriesgué a soñar. Todas evidencias que no se desprenden de subjetividades como pueden ser el motivo de un elogio, sino de certezas hondas, propias, precisas.  Cambié, y de la forma en que lo necesité desde siempre.  

Este año que se va, me deja un sabor dulce; la certeza de ser una persona más feliz, la importancia de creer en mi misma, pase lo que pase. Me deja conocidos nuevos, una facultad nueva, la vocación intacta, la aceptación, la fuerza. Me deja a mis amigos, mi familia, mis perros, mi abuela, mis valores...  Me deja herramientas ante las cuales pararme y plantar batalla. Me deja notas, literatura, entrevistas a gente que no pensé poder conocer, caminos y puentes. 

Cuando repaso cada acontecimiento de este año, pienso y agradezco a la vez, todas las piñas que me tocó comerme el anterior. Sin ellas, no hubiera llegado a tal punto de ruptura como para tener que hacerme otra vez. Siento que crecí, que maduré y que afronté con todo lo que me fue posible, y con todos los errores que implica el estar creciendo, pero que el balance al final es bueno. Siento que tengo cosas por mejorar, miedos por saltar y nuevos puentes por construir... Pero a la vez tengo algo que nunca antes había tenido, con tanta fuerza, en veinte años: esperanza. 

Pasé de tenerle miedo, a tener confianza en el futuro. Pasé a pensar que las cosas pueden salir bien, pasé a apostar por mis sueños, pasé a tolerar el fracaso, a negociar con la angustia, a mirar la vida del lado bueno; aunque a veces no sea todo color rosa. ¿Si tuve dificultades? Sí, las he tenido. Hay días que han sido de esos que quisiera borrar del calendario, donde me faltaron energías, donde quise salir corriendo sin comprometerme con nada. Hasta hace poco no me faltaron muestras de que los fantasmas más temidos vuelven, y a veces, lo hacen para que le perdamos el miedo precisamente a su regreso. 

Pero hubo algo tan importante como la aceptación de mi misma, que me hizo poder sonreír ante esas cosas, que me facilitó la fuerza para confiar y esperar cuando hubo que hacerlo, que me ayudó a convencerme de que iba a pasar, de que nunca más volvería a ser lo doloroso que era antes, que toda la historia se había terminado, que esta etapa era la parte dulce de mi vida. La aceptación fue la que me ayudó a juzgarme menos, ofrecerme más ayuda, querer mejor a todos los que me rodean y hasta intentar comprender a esos que he querido tanto, que todavía quiero, y no me correspondieron o que sí, lo hicieron, pero a su forma, con su intensidad. 

Hace tres meses atrás, cuando mi terapeuta me daba el alta después de más de dos años de trabajo conjunto, lo hacía con lágrimas en los ojos, orgullosa del laburo que había hecho, de la fuerza que le había puesto y de cómo había cambiado mi manera de ver las cosas. Nos abrazábamos y yo le agradecía el haberme guiado, acompañado y escuchado no ya como profesional, sino como persona. Le agradecía por haberme enseñado que había puertas abiertas para mí, a través de las cuales me tenía que colar.  Como se lo dije a ella en su momento, también lo pienso hoy, emocionada y sonriente: siempre creí que esa clase de felicidad que se desprende de la aceptación para mí no existía, que nunca iba a poder vivir así; ahora me doy cuenta de que sí y vivir lo que para mí siempre había estado negado, es algo maravilloso.  

Lo cierto era que jamás hubiera creído que existía la chance de cambiar la historia, porque para mí tenía el peso de una tonelada indeleble sobre mi espalda. La vida, Dios, el destino, el apoyo de mi familia y muchas otras bendiciones me han dado a entender por todos los medios de que se puede.  Cuando llega la oportunidad, hay que tener el coraje para hacerlo posible, para creernos dignos por encima de todo lo que hayamos pasado, de esa felicidad que queremos experimentar.  

La historia cambió, finalmente y a pesar de que todavía hay muchas cosas por mejorar, no pierdo la esperanza de que los siguientes sean años de progreso, aprendizaje, felicidad, nuevas competencias y más aceptación. 

La felicidad para mí es, después de veinte años, poder mirarme al espejo y sentir paz de lo que veo, estar agradecida de quien soy, estar convencida de que se puede, de que pude y de que " lo dado" no es más que una gracia permanente en mi vida. La felicidad para mí es poder ver, cada una de las cosas que me rodean de la manera en que aprendí a verlas y sentir que si se me ha dado, en mi situación, la posibilidad de estar viva tengo que disfrutarlo, ser feliz, hacer feliz a quien tenga al lado, darle revancha al dolor, a los miedos, a los recuerdos... Sobreponerme. Sonreír. 

 La felicidad es poder caminar con seguridad, sin miedo, y poder mantener la templanza suficiente cuando el miedo aparece, porque está, claro que está, pero se ubica justo al lado de las herramientas para entenderlo y darle pelea.  La felicidad es estar segura de lo que me gusta, de lo que no quiero, de lo que no permitiría nunca más. La felicidad, esca que implica el poder disfrutar de mostrar mis pies si me pongo sandalias, no dejar que me hiera lo que puedan pensar de mi, ser fiel a mi instinto, decir lo que pienso, y dejarme llevar un poco más. La felicidad para mí es haber podido afianzar la gran mayoría de mis relaciones personales y haber podido aprender tanto pero tanto de mi misma, de los errores y de las dudas.  La felicidad para mí es poner límites a las amargadas de turno que te critican lo que hacés o lo que te ponés, cuando lo que importa es cómo te sentís y cómo son tus intenciones.  La felicidad es saber tolerar todo lo que pensé, alguna vez en mi vida, me desarmaría en dos segundos. La felicidad es poder mirarlo a los ojos a él y sentir que, pese a todo, sigo siendo fiel a mis valores y pude quedarme con todo lo bueno que pasamos juntos, porque me enseñó cosas que no me alcanzan las palabras para explicar. Y gracias a eso también mi alegría es poder desearle todo lo bueno, es saber que las heridas se seguirán curando muy despacio, pero terminarán siendo circunstancias selladas al vacío. Es confiar en el tiempo, es también el intento sincero de comprender incluso lo que no nos entra en la cabeza, es perdonar. Es poder perdonarlo, es ver cómo no elegir odiar sino ir más allá de eso que bien podría haber sido fuente de resentimientos; vale la pena. Es confiar en que alguna vez habrá oportunidad de decirle, con el corazón, todo lo que con sus aciertos y sus errores, me ayudó a mejorar. 

La felicidad... No sé, son tantas cosas para mí que han cobrado un mejor sentido.  Así que, si tengo que reafirmar algo para este 2015 es el eterno agradecimiento. No me queda más que agradecer, agradecer y agradecer... No puedo hacer menos que transmitir mi gratitud  por la vida a los otros, para estar a su lado si les hace falta. No puedo menos que escuchar, aconsejar, abrazar, proteger, y amar con todo el corazón lo que tengo. No puedo menos que, asegurar, sin vergüenza ni equidistancias, que este ha sido un año increíble en materia interior, del cual aprendí a montones. 

Cuando choque las copas estas semanas y ambas partes de mi estén en armonía y las voces del miedo y de la angustia hablen ahora de esperanza, amor, paz y confianza... Yo nada más tengo que agradecer y usar mi agradecimiento como motor para embellecer, insisto, las cosas que me rodean; para poder hacer el bien como me lo han hecho a mí en un momento de profunda necesidad. 

Por todo esto, espero de corazón que el 2016 sea un año maravilloso, no sólo para mí, sino para todos.   Un año donde el camino llevado hasta ahora siga profundizándose en lo personal, y también la oportunidad que tantos esperan (esperamos) para encontrar aquella ruta de continuación o de cambio. Deseo, para todos, que el siguiente se convierta en un año donde haya tiempo para seguir apostando a la vida, a los afectos, a los proyectos y a los sueños, al trabajo, a la salud, a la familia, a los desafíos, a la dignidad, a los valores, a la esperanza.  

Un año, palabras más, palabras menos, digno de ser vivido alquilando balcones. 

(¡Qué así sea!)

sábado, 5 de diciembre de 2015

La niña de papá...

Esperando la comida, mi papa escuchaba la conversación que manteníamos mi hermana, mi mama y yo. En relación a un comentario que hizo mi hermana sobre sus vacaciones, deslice una broma sobre mi verano. Un verano en el que tenia/tengo planes universitarios... Y que ponían en jaque la planificación de un segundo año de cursada full time. 

- Vos con eso te la vas a pasar todo el verano estudiando - se quejó mi papa- Yo ya te lo dije: no me molesta pagarte todo para que lo hagas porque todo lo que sea estudio... Pero si me importa que te relajes... 
- Pero... Yo quiero hacerlo. El año siguiente esta muy cargado en la currícula. Son muchas materias, y realmente veo que me sentiría mejor. Y
- Cuantas son? 
- Cuatro por cuatrimestre, específicas. Pesadas. 
- Entonces hace tres, o dos. No me importa cuantas metas al año, no me interesa si son dos o una. Te sentas sábados, domingos, durante toda la semana... Estudias , te preparas, te haces mala sangre para cumplir con todo, te quedas estudiando a la madrugada si hace falta. Tenes que parar un poquito... 
- Es que hacerlo no implica no descansar... - me queje, pero ya sin tanta fuerza.
- Acá nadie te corre.Mientras que Dios me de salud, vos tenes mi garantía de que no te va a faltar plata para estudiar. No te voy a hacer faltar de nada. 
- Ya lo se - le sonreí. Confío en eso, lo he visto hacerlo con mis otras dos hermanas, hasta el mismo día de su graduación.
- Te lo dice un viejo como yo, que no freno en su vida. Ahora recién me doy cuenta de los gustos que uno tiene que poder darse para seguir cumpliendo. Date esos gustos, no puede ser que lo fundamental en tu vida sea pasarte en la facultad todo el año, porque sos joven. 
- Mmh-mm - asentì
- Es necesario que salgas con tus amigos, que vivas un poco. Te gusta leer, entonces lee. Salí con tu amiga, con tu mejor amigo. Te gusta ir a tomar una cerveza, hacelo. Es el momento, porque no tenes obligaciones, porque nadie te presiona. Yo se que vos te vas a recibir, no tengo dudas, pero ya tuviste experiencias de colapso que... 
-  Las tengo presentes- respondí un poco malhumorada por la mención. 
- A mi me parece bien que elijas, no te cuestiono que te equivoques, que hagas tres materias o metas cinco. No te acostumbres a que todo te salga bien, más allá de merecerlo. No te tenes que olvidar de hacer cosas para vos - continuó.
- Si - concedí. 
- Cuando encuentres una persona, conozcas un tipo, lo único que me interesa es que te cuides, tomate 34 pastillas si es necesario y después disfrutà. Viví. No se si hay un libro de como tener 20 años, ni que hacer, pero vos podes escribir el tuyo - me dijo, me reí avergonzada. 
- La anticoncepcion ante todo - murmure riendome porque me da pudor hablar con mi papá de esto. 
- Yo no te puedo llevar de vacaciones, por ahora. Pero que se yo... - me dijo. 
- Eso no me importa - le dije, sinceramente - Yo estoy bien así, eh. No es algo por lo que me muera. Se que va a llegarme el momento. Yo no te reclamo, eh 
- Ya lo se, ya lo se. Pero escuchame. Hacele caso a este viejo boludo, que lo aprendió ahora, con el exceso de cansancio, con el desgaste, con la sensación de que todo lo que viene lo puede comprar con plata, menos el tiempo. El tiempo nunca vuelve, por eso yo quiero que busques el equilibrio entre estudiar y vivir la vida que te gusta - me explico. 

La charla duro un poco más todavía. En eso fue cuando recordé lo que me había dicho mi mamá, sobre mi papá: "El tiene... devoción por vos, sos lo único que le importa" reconoció. Y esta conversación me hizo pensar que probablemente mi vieja no estuviera tan errada, aunque en el fondo, yo siempre digo que mi papa es especialista en verme solo lo bueno y que por eso parezco ante él su hija adorada. Argumento que quizá eso no sea del todo cierto, que esto o aquello, porque me da un poco de pudor.   

Pero en lo que me deja pensando esta conversación, es en lo único e infinito que puede ser el amor de un padre. En lo flexible, perdurable, genuino y desinteresado que es, en efecto, y en lo reconfortante que se siente saberse querido de esta forma. 

Se que lo voy a entender el día que tenga hijos. Eso sí... lo que voy a tener que hacer es sentarme a hacerlo reír el día que le traiga un novio, porque recientemente es como si quisiera averiguar algo, un algo inexistente, claro está, en lo que insiste. De mi lado, va a ser muy cómico cuando solemnemente finja ser un padre moderno, aunque por dentro este diciendo " ella, con la cara linda que tiene y ese pelo, con este otro asqueroso inmundo" como me dice sin que siquiera yo misma haya conocido a un "asqueroso - horrible " capaz de ponerme en esa situación. 

Como yo le dije el otro día, un poco irónicamente: " ...no quiero empezar a llevarme mal con vos el día que haga mi vida en ese aspecto. Vas a tener que respetarlo. Ya soy grande y son responsable. Nosotros somos unidos, así que no lo arruines, porque no voy a elegir" 

En fin, este es un tema que lo tiene inusualmente inquieto y ni yo sé el motivo. Cosas de padres, supongo ¿no? 


miércoles, 4 de noviembre de 2015

Silencio en una sopa de letras

La tarde de hoy no era diferente de cualquier otra. Suelo pasar algunas tardes así, en ese silencio que sólo tiene el ruido de fondo de la televisión. Mi papá la observa y absorbe lentamente las imágenes, como si fueran morfina, para mitigar las preocupaciones laborales, vitales, existenciales. Yo leo, me pinto las uñas o estudio, siempre en silencio. Me gustan esos momentos.  

La frontera con los cincuenta años le tocó hondo, empiezo a sospechar, y afloró la necesidad de sus balances personales. Lo chusmeo de reojo y respeto cuando lo veo pensando en el trabajo que es movedizo, en la próxima obra, en la cañería que cambió la semana pasada, en el pago de Fulano, en las cuentas, en los vencimientos, en las exigencias de sus clientes, trabajando hace más de veinte años en el gremio de la construcción.  Sé que no es fácil, y sé también que sólo me cuenta una parte de sus complicaciones, para que no me desvíe del rendimiento en la facultad, pensando en llegar al tope de materias que me habilitan para ejercer, sabiendo que (como siempre me dice) para él esto es la mejor inversión de todas y es un placer hacerla si del otro lado ve que respondo a eso. 

Mientras tanto, particularmente hoy, yo me  hundo en mis apuntes que anticipan el próximo examen y todo sigue adelante.  En casa se mira televisión basura, pienso yo, pero sé que jamás se lo diría. Entiendo la función que cumple para él la televisión: lo ayuda a relajarse, evadirse, despejarse y si piensa, al menos, no es tan intensamente. 
Sigo estudiando teorías que no acometen a mi carrera, son algo aburridas, así que me cebo un mate. Le paso uno y lo que más agradezco es que no me hable, porque me cuesta mucho concentrarme con el cansancio que se va sintiendo día por día, parcial a parcial, en esta altura del año, no habiendo tenido más que una semana de vacaciones desde el primero de febrero. 

El programa de fondo, fundamental después de todo, hablaba de los padres.  Por lo que llegué a escuchar, y a grandes rasgos, el tema en cuestión tenía el rebote en los roles que, a veces, ocupan los padres en la vida de los hijos. Cómo inciden las equivocaciones, las bondades, los gestos, la ausencia de ellos; entre otros, en el crecimiento de los hijos y en especial, en las relaciones con ellos cuando crecen. 

- ¿Y yo me equivoqué mucho como padre? - me preguntó, justamente, el mío. 

Concentrada como estaba me tomó un momentito contextualizar esa pregunta y entender el alcance que tenía su cuestionamiento. Era una pregunta bisagra... Él no suele preguntar cosas así y sin embargo, ahora me dejaba el espacio para que le dijera mi pensamiento. Estábamos solos, sin intervención de mi mamá, como muchas veces sucede. 

- ¿Eh? - me sonreí, levantando la cabeza - ¿Cómo? 
- Si yo me equivoqué mucho como padre... - insistió. 

Me quedé callada, pensando, unos segundos. Busqué una forma prolija, sin palabras extrañas, sin conceptos rebuscados y todas esas cosas con las que mi viejo - me dice - a veces se abruma, para poder responderle.  Es curioso que me hubiera preguntado esto precisamente en un momento donde yo estaba analizando su desempeño como padre a colación de situaciones que no tienen que ver conmigo pero sí con la mala relación que tiene con una de mis hermanas tan solo unos días antes, sin que él lo supiera.  

- ¿Conmigo o con las chicas? - lo miré, pero no me miró así que bajé la vista. Miré para el mueble que tenía de frente. 
- Con ***, en especial. 
- Y, es complicado... Especialmente, digamos que el problema fueron las formas... - le contesté sin dudar. Me dolió un poco hacerlo, pero supuse que era lo mejor, dado que como tantas veces me habían ayudado sus palabras en los momentos más difíciles del año pasado, hoy las mías podían servir en el balance - Vos con las chicas fuiste demasiado imperativo. 
- ¿Imperativo? 
- Me refiero que aunque lo pidieras bien o mal, la forma en que solías decirle las cosas a veces era... - busqué una palabra - violenta, tosca... - le expliqué. 

<<Y además, las formas, son más de la mitad de una buena comunicación... >> pensé. 

- ¿Pero cómo puede ser que *** sea así? - me preguntó. Se intentaba dar una explicación al ser conflictivo que, muchas veces, suele ser mi hermana. 

 Entendí que lo que realmente me estaba preguntando, humildemente, era qué había hecho mal, en qué se había equivocado, al menos, según mi mirada. 

- No es que sea odiosa porque sí. No es una mala persona, al contrario. El punto es que, a mi parecer por lo menos, necesita atención. Necesitó siempre más atención de la que se le dió a todas acá, necesitaba más que la media. 
- Es que no tiene respeto por nada, no es por atención o no... 
- ¿Sabías que cuando a mí me molesta, la mayoría de las veces, termina diciéndome "dame bola"? - le expliqué - Todo gira en torno a la atención, estas también son formas de llamar la atención a costa de que la llamen inmadura. Las consigue bien o las consigue mal, molestándome así tenga casi veintisiete años...  El objetivo es siempre el mismo.
- ¿Y cómo me explicás que sea tan desordenada, que no cuide, que deje todo tirado, que no ayude? Ya es una tipa grande, *** - expresó. 
- Atención, otra vez - le dije, con calma - ¿El desorden? Cuando vos entrás a un lugar, la atención indefectiblemente, se desvía hacia el desorden. Mi teoría es que el desorden va más allá del no tener ganas, sino que es una forma de llamar la atención. Esto excede lo que es una provocación... Esto es decir mirame, que estoy acá, y te desordeno toda la casa, prestame atención. Y también es necesidad de atención cuando entra hablando a los gritos, cuando hace ruido, cuando molesta a cualquiera... 
- ¿Por qué? 
- Porque a veces por no poder hacer lo que hago yo, por ejemplo, que es entrar, que me saludes, decirte todo bien e irme, se llama la atención de formas irritantes. La cuestión fundamental es que el humano puede hacer foco de atención en una cosa a la vez, de manera real y lo que quiere no es una atención periférica, secundaria, digamos, sino que pretende una atención total. Quiere el desvío del foco, por eso el ruido, el alboroto, las quejas con la comida, la postura infantil, el molestar todo el tiempo, el provocar... - dije, mientras lo miraba. 

Él miraba para abajo, analizando atentamente mis palabras. Me pasó un mate con lentitud y lo frené en la mesa para agregar: 

-  No lo hace de mala, estoy segura. Ella no puede decirte "hola, qué hacés", entonces hace ruido, se queja, desafía.No es que no quiera, quizá quiere, pero no puede. Quizá no sabe como... Pero esta sí es su forma de decir acá estoy. No siempre, considero, lo elige. Llama la atención, llanamente, y un día lo hace desde un buen gesto con mamá y al otro desde un quilombo conmigo , y así - concluí. 
- Mhmm - me dijo, quedándose callado, pensativo de nuevo. No quise dejarlo así. 
- Conmigo, la verdad... - arrimé con un gesto un poco más relajado - Es diferente. A mi me trataste siempre diferente, por eso te puedo decir desde afuera y desde mí, porque son dos cosas bien distintas. 
- Porque vos sos bien diferente - esgrimió - No es por nada, pero vos no sos parecida a ninguna de tus dos hermanas. Sos una adulta, con tu mamá como si viviéramos con una adulta - me dijo, hice una mueca, porque según la edad, digamos, soy una adulta joven - Si, ya sé que ya sos grande, pero también sos re adulta... - hice un gesto, restándole importancia al juicio - Todos están de acuerdo conmigo... Sos adulta con tu madre, con tus hermanas, hasta con tu abuela te llevás bien... - resaltó - Eso es - hizo un gesto... 
- Y, viste... Los encantos son los encantos - bromeé, para salir de foco.
 Intercambiamos un par de comentarios del programa de la tarde y se pasó el momento.  

Cerramos la conversación. Un rato después le agregue unas Merengadas a la dinámica, para acompañar los mates y ese silencio que se había instalado. 
Silencio de reflexiones, sin dudas.