La tarde de hoy no era diferente de cualquier otra. Suelo pasar algunas tardes así, en ese silencio que sólo tiene el ruido de fondo de la televisión. Mi papá la observa y absorbe lentamente las imágenes, como si fueran morfina, para mitigar las preocupaciones laborales, vitales, existenciales. Yo leo, me pinto las uñas o estudio, siempre en silencio. Me gustan esos momentos.
La frontera con los cincuenta años le tocó hondo, empiezo a sospechar, y afloró la necesidad de sus balances personales. Lo chusmeo de reojo y respeto cuando lo veo pensando en el trabajo que es movedizo, en la próxima obra, en la cañería que cambió la semana pasada, en el pago de Fulano, en las cuentas, en los vencimientos, en las exigencias de sus clientes, trabajando hace más de veinte años en el gremio de la construcción. Sé que no es fácil, y sé también que sólo me cuenta una parte de sus complicaciones, para que no me desvíe del rendimiento en la facultad, pensando en llegar al tope de materias que me habilitan para ejercer, sabiendo que (como siempre me dice) para él esto es la mejor inversión de todas y es un placer hacerla si del otro lado ve que respondo a eso.
Mientras tanto, particularmente hoy, yo me hundo en mis apuntes que anticipan el próximo examen y todo sigue adelante. En casa se mira televisión basura, pienso yo, pero sé que jamás se lo diría. Entiendo la función que cumple para él la televisión: lo ayuda a relajarse, evadirse, despejarse y si piensa, al menos, no es tan intensamente.
Sigo estudiando teorías que no acometen a mi carrera, son algo aburridas, así que me cebo un mate. Le paso uno y lo que más agradezco es que no me hable, porque me cuesta mucho concentrarme con el cansancio que se va sintiendo día por día, parcial a parcial, en esta altura del año, no habiendo tenido más que una semana de vacaciones desde el primero de febrero.
El programa de fondo, fundamental después de todo, hablaba de los padres. Por lo que llegué a escuchar, y a grandes rasgos, el tema en cuestión tenía el rebote en los roles que, a veces, ocupan los padres en la vida de los hijos. Cómo inciden las equivocaciones, las bondades, los gestos, la ausencia de ellos; entre otros, en el crecimiento de los hijos y en especial, en las relaciones con ellos cuando crecen.
- ¿Y yo me equivoqué mucho como padre? - me preguntó, justamente, el mío.
Concentrada como estaba me tomó un momentito contextualizar esa pregunta y entender el alcance que tenía su cuestionamiento. Era una pregunta bisagra... Él no suele preguntar cosas así y sin embargo, ahora me dejaba el espacio para que le dijera mi pensamiento. Estábamos solos, sin intervención de mi mamá, como muchas veces sucede.
- ¿Eh? - me sonreí, levantando la cabeza - ¿Cómo?
- Si yo me equivoqué mucho como padre... - insistió.
Me quedé callada, pensando, unos segundos. Busqué una forma prolija, sin palabras extrañas, sin conceptos rebuscados y todas esas cosas con las que mi viejo - me dice - a veces se abruma, para poder responderle. Es curioso que me hubiera preguntado esto precisamente en un momento donde yo estaba analizando su desempeño como padre a colación de situaciones que no tienen que ver conmigo pero sí con la mala relación que tiene con una de mis hermanas tan solo unos días antes, sin que él lo supiera.
- ¿Conmigo o con las chicas? - lo miré, pero no me miró así que bajé la vista. Miré para el mueble que tenía de frente.
- Con ***, en especial.
- Y, es complicado... Especialmente, digamos que el problema fueron las formas... - le contesté sin dudar. Me dolió un poco hacerlo, pero supuse que era lo mejor, dado que como tantas veces me habían ayudado sus palabras en los momentos más difíciles del año pasado, hoy las mías podían servir en el balance - Vos con las chicas fuiste demasiado imperativo.
- ¿Imperativo?
- Me refiero que aunque lo pidieras bien o mal, la forma en que solías decirle las cosas a veces era... - busqué una palabra - violenta, tosca... - le expliqué.
<<Y además, las formas, son más de la mitad de una buena comunicación... >> pensé.
- ¿Pero cómo puede ser que *** sea así? - me preguntó. Se intentaba dar una explicación al ser conflictivo que, muchas veces, suele ser mi hermana.
Entendí que lo que realmente me estaba preguntando, humildemente, era qué había hecho mal, en qué se había equivocado, al menos, según mi mirada.
- No es que sea odiosa porque sí. No es una mala persona, al contrario. El punto es que, a mi parecer por lo menos, necesita atención. Necesitó siempre más atención de la que se le dió a todas acá, necesitaba más que la media.
- Es que no tiene respeto por nada, no es por atención o no...
- ¿Sabías que cuando a mí me molesta, la mayoría de las veces, termina diciéndome "dame bola"? - le expliqué - Todo gira en torno a la atención, estas también son formas de llamar la atención a costa de que la llamen inmadura. Las consigue bien o las consigue mal, molestándome así tenga casi veintisiete años... El objetivo es siempre el mismo.
- ¿Y cómo me explicás que sea tan desordenada, que no cuide, que deje todo tirado, que no ayude? Ya es una tipa grande, *** - expresó.
- Atención, otra vez - le dije, con calma - ¿El desorden? Cuando vos entrás a un lugar, la atención indefectiblemente, se desvía hacia el desorden. Mi teoría es que el desorden va más allá del no tener ganas, sino que es una forma de llamar la atención. Esto excede lo que es una provocación... Esto es decir mirame, que estoy acá, y te desordeno toda la casa, prestame atención. Y también es necesidad de atención cuando entra hablando a los gritos, cuando hace ruido, cuando molesta a cualquiera...
- ¿Por qué?
- Porque a veces por no poder hacer lo que hago yo, por ejemplo, que es entrar, que me saludes, decirte todo bien e irme, se llama la atención de formas irritantes. La cuestión fundamental es que el humano puede hacer foco de atención en una cosa a la vez, de manera real y lo que quiere no es una atención periférica, secundaria, digamos, sino que pretende una atención total. Quiere el desvío del foco, por eso el ruido, el alboroto, las quejas con la comida, la postura infantil, el molestar todo el tiempo, el provocar... - dije, mientras lo miraba.
Él miraba para abajo, analizando atentamente mis palabras. Me pasó un mate con lentitud y lo frené en la mesa para agregar:
- No lo hace de mala, estoy segura. Ella no puede decirte "hola, qué hacés", entonces hace ruido, se queja, desafía.No es que no quiera, quizá quiere, pero no puede. Quizá no sabe como... Pero esta sí es su forma de decir acá estoy. No siempre, considero, lo elige. Llama la atención, llanamente, y un día lo hace desde un buen gesto con mamá y al otro desde un quilombo conmigo , y así - concluí.
- Mhmm - me dijo, quedándose callado, pensativo de nuevo. No quise dejarlo así.
- Conmigo, la verdad... - arrimé con un gesto un poco más relajado - Es diferente. A mi me trataste siempre diferente, por eso te puedo decir desde afuera y desde mí, porque son dos cosas bien distintas.
- Porque vos sos bien diferente - esgrimió - No es por nada, pero vos no sos parecida a ninguna de tus dos hermanas. Sos una adulta, con tu mamá como si viviéramos con una adulta - me dijo, hice una mueca, porque según la edad, digamos, soy una adulta joven - Si, ya sé que ya sos grande, pero también sos re adulta... - hice un gesto, restándole importancia al juicio - Todos están de acuerdo conmigo... Sos adulta con tu madre, con tus hermanas, hasta con tu abuela te llevás bien... - resaltó - Eso es - hizo un gesto...
- Y, viste... Los encantos son los encantos - bromeé, para salir de foco.
Intercambiamos un par de comentarios del programa de la tarde y se pasó el momento.
Cerramos la conversación. Un rato después le agregue unas Merengadas a la dinámica, para acompañar los mates y ese silencio que se había instalado.
Silencio de reflexiones, sin dudas.