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lunes, 22 de febrero de 2021

Inflación literaria

Como suele suceder cuando tengo que preparar exámenes finales, busco libros que realmente me hacen falta para estudiar por la web; libros que no consigo y que es necesario tener leídos y leídos bien, para aprobar. ¿Saben qué me apena, cuando me pongo a mirar? ¡Qué los libros estén tan caros! ¿Se dieron cuenta de que están especialmente caros actualmente? 

Esta de la que hablo es una materia que abarca muchos clásicos de los cuales hay algunos que son de dominio público, pero también, muchos otros que no. De todos los títulos que me dieron, además de los apuntes obligatorios de la teoría, -y sacando uno que tenía previamente- ya compré cuatro libros específicos y , ahora, voy por el quinto. 

El otro día, comentándole a mi madre que tenía que hacer este gasto - casi $2000,00 por un libro de 200 páginas - le explicaba que no hay relación entre lo que cuesta ganar ese dinero, entre el precio del libro y entre lo que yo tardo en leer... Teniendo en cuenta, además, que si es para un examen leo muchísimo más rápido de lo normal, porque estoy bajo la presión de tener todo listo ante una fecha determinada. Me sorprende eso porque, si bien por un lado no comprás muchas cosas con casi $2000, por otro, sí simbolizan todavía algo de valor real.  

 No obstante esto, lo necesito para estudiar y no lo consigo en ningún otro formato, así que en cuanto sea posible lo encargaré. Lo bueno es que cuando son varios libros caros algunas librerías tienen promociones con tarjeta de crédito y eso me oxigena un poco el panorama, aunque eso lo hago cuando me suelo comprar dos o tres títulos juntos. 

Voy a ver qué puedo hacer con esto. Tenía muchas ganas de comprarme algo de Literatura Rusa para leer cuando termine de estudiar en verano... pero no sé. Por suerte el que me gustó para lectura personal sale la mitad de lo que cuesta el de lectura académica.

  Que conste en actas que la versión de casi $2000,00 es la más barata que conseguí. He visto que pedían $4000,00 por ese mismo título. 

Jesús. 

jueves, 3 de septiembre de 2020

Jueves

Todo sigue bastante igual que la última vez. El fin de semana participé en una radio de mi zona para hablar de literatura. También durante estos días - feos a nivel climático - estuve con mucho trabajo,  y además, haciendo las actividades para mis clases de la Facultad que son mañana. 

Mi sobrino sigue creciendo a pasos de gigante. De la misma forma en que aprendió a decirme tía, al principio de la pandemia, ahora aprendió a decir "tía no", cuando no quiere hacer o decir algo con mi hermana o conmigo. Según nos relata su mamá, cuando quiere hablar con nosotras, se acerca a su falda y empieza: "tía, tía,tía", mientras le dá el celular. Ese tipo de gestos no pueden dejar de sorprenderme. Si bien los niños vienen muy adelantados, me da mucha ternura que a su manera, como se puede, haciendo lo que se puede, mantenga un vinculo con nosotras desde lo más genuino, teniendo en cuenta su inocencia y su corta edad. 

En líneas generales, estoy leyendo lo que puedo, en el tiempo extra que me queda después de mis actividades fijas y mis lecturas para la facultad. Todavía tengo un libro pendiente, pero la verdad, sólo puedo hacerlo los fines de semana y me gratifica poder tener ese plan.  Con el trabajo de la semana y con el hecho de que ahora, cuando termino, me pongo a revisar mis clases de la facultad, de lunes a viernes, me alcanza y me sobra; pero trato de hacerlo así con el fin de que durante sábado y domingo pueda darme el espacio para hacer otras cosas, aunque no se pueda salir a la calle. 

La primera parte del año, hice un curso pago con el que intenté absorber nociones básicas de mi laburo, que me incorporaron antes de la pandemia y que aprendí a los ponchazos. Quería hacerlo en la Facultad, que lo ofrecían a menor valor, y con esto del confinamiento quedó suspendido.  

Por lo pronto, en esta segunda etapa del año vi que mi facultad ofrece de modo gratuito un curso sobre escritura científica (académica), que nada tiene que ver con mi trabajo pero sí me puede dar un piso para otras cuestiones, por lo que me decidí a tomarlo. Es corto, aunque... es durante la semana. Pero, bueno, creo que es un momento adecuado. 

El otro día, justamente por todo ésto, estaba hablando con mi padre que la pandemia me permitió hacer cosas por ahorrarme el tiempo de viaje. Si bien él sabía que tuve problemas con la facultad, me decía que le encontré el modo de aprovechar un tiempo que, de otra manera, hubiera estado muerto y que tenía que estar muy contenta por eso. Y sí, en parte tiene razón. Si tendría que ir a la oficina como antes, por ejemplo, o a la facultad, no me hubiera quedado casi tiempo para trabajar, estudiar y además hacer un cursito extra. 

Así que, si éstas son las circunstancias que nos tocan, y teniendo en cuenta que ya me tocaron muchos de mis puntos más sensibles, trataré de sacarles el mayor provecho posible, siempre que quiera, pueda y tenga ganas. 

A mí me hace mejor estar ocupada que desocupada. Eso siempre ha sido así. Y pese a que al comienzo de la pandemia estaba muy desmotivada, espero haber llegado a una etapa diferente, donde pueda hacer lo mejor con lo peor. 


martes, 30 de abril de 2019

Paro

Hoy me levanté muy temprano para ir a trabajar. Tomé un remis hasta la Terminal de Colectivos que me lleva hasta la oficina y le pregunté si andaban. Estaban todos los chóferes en la puerta, parados, sin unidades en la calle. Salió uno de los empleados y muy amablemente me dijo:

- Sí, pará, perame que sale - y continuó haciendo una seña de avance hacia el interior del galpón.

Salió, de la terminal, un colectivo sólo para mí. Me subí, sin hacer fila, porque no había nadie. Me puse a charlar con el chofer, que no me cobró ni siquiera boleto, y me comentó que había apedreado una unidad yendo de camino a mi trabajo. Que acababan de volver a salir, pero que no sabían qué iba a pasar después del mediodía. Que si los agredían, paraban, por una cuestión de seguridad de ellos mismos y de los pasajeros y por distribución de combustible.

Estuvimos conversando varias cuadras. Por día, tomo tres colectivos y, dos de los cuales, ya no funcionaban. Ése era mi última carta. De otra manera, en caso de no poder llegar, me descuentan el día. O me lo descontaron, bah, porque en cuanto el chofer me explicó la verdad de la situación, es decir, más allá de lo que dicen los medios del paro, me decidí a preservarme y a pensar que, la vuelta, el regreso a mi casa, no estaba garantizado. Al caso ¿qué iba a pasar si se atrasaba todo, si tiraban piedras, o si tenía que gastar en taxi más de lo que me pagan el día?

- Ay, perdón que te hice salir al pedo, pero ¿me dejás acá?
- Sí, dale. ¿Volvés a tu casa?
- Y sí, me da cagazo, la verdad - admití.
- Sí, está bien, hacés bien.  Nosotros, ya te digo, vamos a tratar de trabajar hasta donde dé. No te puedo asegurar nada, porque es salir y ver con qué nos encontramos ahora y, en especial, más tarde. Combustible hasta donde tengamos vamos a salir. Mañana ya no, ahí no lo trabajamos.

- No, ni hablar. Creo que es una caja de pandora para todos... No sé, la verdad... - le sonreí, algo apenada.

Me abrió la puerta, y miró al costado.

- Ojo ahí con los motos - me avisó, con una sonrisa - Hasta luego.
- Sí, las ví. Gracias. Y tengan cuidado. Ojalá sea un buen día - me despedí - Mil gracias, igual.

Y así, aún sabiendo que me van a descontar del sueldo el dinero, me volví a mi casa en un remis. Más que nada porque, si me pasa algo, nadie me cuida, nadie me lo paga. Y como nadie me cuida si no soy capaz de hacerlo yo, ¿quién? De verdad, siendo honesta, porque valoro el trabajo, me hubiese gustado ir a trabajar. Me gusta cumplir, lo admito. Pero, si me tengo que exponer, trato de elegirme. Hablé con una compañera y me dijo que, en la Empresa, no hay Internet, Teléfono ni uno de los sistemas.

Ojalá, asimismo, por mis compañeros, se dejen todos de joder y dejen irse a los laburantes cada uno a su casa.

Mientras tanto, aprovecho a estudiar. Todavía son cerca de las diez de la mañana y, de algún modo, le voy a encontrar el sentido a estos dos días.

 En un rato, volveré a contar otro cuento sobre Teoría Literaria. 

sábado, 16 de febrero de 2019

Aprendizaje II

“Es curioso cómo, por una vía u otra, la vida te presenta experiencias que te quitan de tu zona de confort y te empujan hacia tópicos que pasaste años sin considerar. De otra manera, ¿cómo es que, a través de un móvil impensado, la misma cuestión irresuelta toca la puerta metafórica de mi vida y se anuncia?”

Anteayer, venía pensando esto, más o menos así, en el colectivo.

 El jueves fue un día difícil en el trabajo, en el que no pegué una y donde salí, sinceramente, con ganas de ponerme a llorar. Es que, lógicamente, al ser mi segundo día de actividad formal y el primero sin capacitaciones, me encontré en un estado de desorientación total cuando me encomendaron mis tareas porque no sabía qué hacer, porque no entendía del todo cómo manejar el sistema, recibir llamados, gestionar mis tareas y prestar atención. Al caso ¿qué se yo de actualizaciones informáticas, configuraciones y tantas cuestiones similares? Entrar a trabajar a una empresa de Servicios Electrónicos, siendo una avanzada estudiante de Letras, el jueves, me hizo sentir que yo no estaba lista, que no iba a poder con esto.   Por eso, me volví a casa haciendo puchero durante todo el viaje.

El Director de Recursos Humanos, quien me entrevistó, y con quien hablé mucho durante esa entrevista, y con quien hablo bastante cada vez que me lo cruzo en las instalaciones, me vio entrar a su oficina para llevarle unos papeles.

-          ¿Cómo estás, Veinteava?

-          Todo bien – le mentí – Te traje lo que me habías pedido y, también, tengo novedades de los Antecedentes Penales.

-          Bien, no hay problema. ¿Tenés un ratito? Sentate.

Me hizo un gesto de cortesía y tomé asiento.

-          ¿Cómo te fue hoy? ¿Tuviste un mal día?

-          ¿Se nota mucho?

-          Algo, algo – me sonrió.

Le sonreí.

-          Sí, fue un día difícil. El peor, desde que llegué.

-          Contame, ¿qué pasó? ¿Te peleaste con alguien, te retó tu supervisora?

-          No, me mandé una macana. No se enojaron conmigo, ni nada, pero realmente fue una cuestión muy tonta, que debería haber notado, con la que perdí un montón de tiempo – le dije, y le fui explicando bien.

-          Bueno, sí, es un error importante… - admitió – Pero no el más importante de todos – le sonreí, dándole gracias mentalmente por los ánimos – Además, ahora, es el momento de cometer los errores.

-          Creo que si con esto no me echaron – espeté, con algo de sorna.

Sonrió.

-          No, estás aprendiendo – me dijo.

Asentí con la cabeza y me quedé callada. Se dio vuelta, para sacar unas fotocopias de los papeles que le había presentado.

-          ¿Te pusiste mal porque te equivocaste, no? – me preguntó - ¿Te estás auto-flagelando?

Y esa pregunta, tan sencilla en apariencia, me removió un millón de cosas por dentro. No era, simplemente, que me hubiera equivocado en algo sino cómo me sentía yo cada vez que me equivocaba, cada vez que cometía un error en lo laboral como en cualquier otro ámbito.

-          No, no es la idea martirizarme – le dije, aunque por dentro me sentía de lo peor.

Sonrió de nuevo.

-          No, no es la idea. Ya va a pasar, vas a ver, vas a aprender…

-          ¿Cómo te diste cuenta que había tenido un mal día? – le pregunté.

-          Porque, hoy particularmente, tenés cara de querer salir corriendo – sonrió.



Me reí.

-          Casi, pero no. Si me escapo, pierdo – rectifiqué.

Me devolvió los papeles y notó que yo llevaba un vaso térmico en la mano. Lo miró con curiosidad, casi con cariño.

-          ¿Qué estás tomando?

-          Mate cocido.

-          ¿Y te lo llevás hasta tu casa, tomándolo, en el viaje?



Negué con la cabeza.



-          No, éste se enfrió, está feo. Lo tenía en el escritorio, pero después me puse a hacer cosas, me metí con eso y bueno… - me encogí de hombros -  Pero no sería mala idea, eh… La merienda itinerante o algo así- bromeé.

Se rió.

-          Pensé que te lo llevabas porque no tenías tiempo de pasar por tu casa… ¿Hoy vas a la Facultad?

-          No, hoy no – le expliqué – Voy a casa. Con otro mate cocido, vamos a ver si sigo con el informe sobre el que te conté ayer… - le recordé.

Me había recordado algo que me dijo durante la entrevista, es decir, que después le contara cosas de mi carrera, ciertas cosas del lenguaje, etcétera como dándome la latencia de que iba a quedar pese a que yo no me diera cuenta en el momento. Y yo, el día anterior, miércoles, había pasado a dejarle otros papeles, y me había preguntado qué estaba estudiando ahora… Entonces, le había contado sobre el informe de lectura que estoy elaborando, el modo de elaborar distintos tipos de textos y la diferencia con las monografías. También, cómo se concibe al lector y cómo nos sirve la crítica a los Estudiantes de Letras para hacer propias aportaciones. Él, por su parte, me comentó la fascinación que sentía por el arte y, al mismo tiempo, lo incapaz que se sentía de estudiarlo. Yo le había dicho que eran dos cosas distintas. Que uno miraba con los ojos, con el corazón, y que para estudiarlo se posicionaba muchas veces desde la cabeza. Hay que buscar un equilibrio, concluí, antes de irme.

Evidentemente, de un día para el otro, todavía se acordaba de lo que había estado contándole.   

-          ¿Y cómo vas con eso? ¿Lo seguís construyendo?

-          Sí, claro. Ahí seguimos, chocando un poco los cinco con el autor, a ver qué sale. Escribiendo. Progresé un poco de ayer a hoy, y seguramente le dé otro tirón de hoy para mañana.

-          En otro momento, si me regalás un poco de tu tiempo, por favor, explicame un poco sobre lo que te pregunté del lenguaje inclusivo – me recordó.

Asentí con la cabeza.

-          Sí, no tengo problema. Algún día te contaré de Saussure, sin falta – bromeo.

A los pocos minutos, me despido con un beso y un hasta mañana.

Por suerte, y aunque por momentos me parezca que no voy a poder, hay circunstancias que me recuerdan lo temporal, lo permanente, y lo que todavía me queda por trabajar.

Porque no es cometer un error, exigirse, tratar de hacer todo perfecto de entrada, sino, es cómo me siento frente a eso cuando no sucede. Es cómo me sobrepongo al error y sigo caminando. Es cómo me permito equivocarme, aprender, sortear obstáculos y ponerme fuerte. Es cómo, después de un día frustrante y desalentador,  llego a casa, reviso todos los papeles de las cosas donde pude haberme equivocado, me doy una ducha, me acuesto y lo último que pienso es que me doy la chance de volver a intentarlo. 

miércoles, 12 de abril de 2017

Testigo

Hace mucho que lo sé, y desde antes, ya me había dado cuenta. En mi grupo más o menos estable de la facultad, subterráneamente a lo académico, se desarrolla una historia de amor. La misma se da entre uno de mis compañeros y una de mis compañeras, aunque, ésta, no es, lamentablemente, una de esas experiencias que, por ahora al menos, vaya a tener llegada en un buen puerto. Pervive por gracia y obra de la resistencia de uno de los protagonistas, por esa necedad que, se nota, está dirigida por el obstinado corazón que todos los seres humanos tenemos, y que de vez en vez, se usa para algo más que bombear sangre. Pervive, simplemente, porque el amor, cuando es realmente así, suele exceder la razón de las personas y conjugarse en contra de la voluntad, para encaramarse en los límites más altos del sentir; del sentir todo, todo el tiempo, con total intensidad. 

Todo comenzó a principios del año pasado, cuando mi compañero conoció a la chica. Al mismo tiempo, yo vislumbré que algo había cambiado para él. Pasó de ser un chico callado, discreto, inteligente - muy muy inteligente - a ser una persona más abierta, pero especialmente, dándole todo lo mejor a ella, es decir, su discreción, su aporte y su brillantez para las letras, entre otras tantas cosas. 

Un sábado a la noche, después de terminar un trabajo, estábamos tomando una cerveza con él y otro compañero más, en un bar (sí, hago grupos con todos los varones de mis comisiones, desde que entré a esta Universidad). Salió el tema de esta chica. El tercer concurrente de esa noche le preguntó al protagonista de nuestra historia, si le gustaba Mengana. Él confesó que sí, entonces, mi compañero, le dijo que a él también le parecía una piba piola, pero que había notado que su camarada le había echado el ojo y, por ello, le dejaba libre el camino. Me gustó, lo recuerdo, esa demostración de códigos; me pareció que hablaba bien de ellos, ya sea por la pregunta o por la sinceridad. Los tres, en ese sentido, mantuvimos un armonioso silencio y el secreto quedó sepultado en los códigos de grupo. 

Con el tiempo, y con la pretensión de aglutinar a la chica a nuestro grupo, yo intenté afianzar relaciones; asunto que funcionó, porque además, se incluyó esta chica con sus compañeras más cercanas. Se gestó algo grande, numeroso, con diferentes niveles de afinidad.  Mi compañero, el enamorado en cuestión, aprovechando este aluvión, se acercó a ella y se dedicó a hacer grupos de estudio, donde sea que la incluyeran, durante un año entero de carrera. En ese transcurso se  ganó su simpatía, su compañía,  casi creo que también su cariño; pero - considero - nada más.  

Progresivamente, y en silencio, ví como crecía la estima que se transformó en amor de parte de él y, sin saber más datos de ella, a mi manera de ver, la intuí muy afuera del vinculo, pero jamás me animé a entrometerme. Sólo quise que todo se diera vuelta, para mi compañero y que fuera feliz. Aunque nunca me animé, tampoco, a hablar con mi compañero sobre el asunto de una manera realmente sincera porque siento que no me corresponde. 

Lo siguiente, no sé sé cuándo fue que se dió. Si mal no recuerdo la charla con ella, surgió un día dónde estábamos descansando en la facultad, luego de haber recolectado cosas para un trabajo urgente.  Habíamos pasado todo ese día juntas, esperábamos a otras chicas para irnos a la casa de una de ellas a iríamos a estar, literalmente, las veinticuatro horas siguientes sin dormir con el propósito de poder terminar una entrega para la tarde-noche siguiente. Por lo cual, entre mate y mate y mate... Se nos fue estirando la lengua a todas, respecto a nuestras vidas, y ella, por su parte, se abrió. Y fue así que me contó más de su vida amorosa-sentimental, aunque jamás mencionó ni por bien ni por mal a mi querido compañero. Al respecto de su historia de amor, también no correspondida, supe que quiso mucho a un ajeno, es decir, nadie que comparta cursada con nosotros, ni algo que se le parezca.  Este muchacho concurre a la misma Universidad, estudia nuestra misma carrera, y la deja estaqueada en la mitad de los pasillos, de una forma que realmente es seria. No la quiso, aparentemente, hasta donde sé y me contó; pero ella, mal o bien, lo quiso mucho. 

II 

De mi parte, muchas veces, los miro ser juntos y me entra una sensación agridulce en el cuerpo. Noto que él la trata como ella merece, pero asimismo, ella es incapaz de verlo, aunque tampoco tiene la culpa de eso; simplemente, no está conectada a la misma frecuencia y, si lo quiere, es como un buen amigo.   Para ella, él es su compañero bueno, la persona que siempre está; la que le explica las materias difíciles; su compañero de estudio, el chico que invita a comer a su casa y quien incluso se ha quedado a pasar la noche entre mates, lecturas y demás; pero a quien nunca se ha acercado más de la cuenta. Él le propone ir a recorrer puestos de libros usados; cosa que nos fascina a los estudiantes de Letras cuando nos mandan obras viejas, extrañas o que ya no se editan más. Ella va. Él le recomienda un texto, ella lo lee. Él le discute las cosas, y ella, se presta. Sin embargo, está tan ciega, tan sumida en su mundo y su pena, que ni siquiera se da cuenta cómo la miran con una infinita ternura, con qué infinita ternura. La misma ternura que le encomienda a un tipo que se pasea por la Universidad sin importarle nada, de nadie, y tampoco de ella. 


III 

Desde que empezamos las clases, este cuatrimestre, ella se ha pegado más a mí. Él, por lo mismo, se ha alejado un poco, aunque yo me sigo acercando cada vez que puedo, porque sé que no tiene el problema conmigo, sino, con otra persona. 

Sin embargo, lo central es que cuando los veo me pasa algo curioso. Por un lado, a ella la entiendo desde la identificación de género, es decir, desde muchas de las cosas que siente, que son propias de un universo referencial y emocional muy propio de las mujeres. Tiene unos pocos años más que yo; en este sentido, no hay dificultad para entenderla, sino, todo lo contrario. Por lo general, si necesita una mano, se la doy. Noto que le da mucho trabajo salir adelante después del desamor y se la nota una buena chica; una chica que es sensible, movediza, algo inestable si se quiere; pero es incapaz de lastimar o hacerle daño a alguien. Veo mucho de mi pasado en su dolor, esa sensación de desamparo, y en su momento, yo sé que tuve la suerte de tener a mi lado a mi familia y a mis amigos. Entonces, ¿por qué no hacer algo por más mínimo que sea?  Por otro lado, con Él hace mucho que no hablo, aunque estoy segura de que sigue enamorado y dolido por ello. 

Si fuera por mí, preferiría no saber lo que sienten. Quisiera que a casa paso no se fuera dejando a la vista que no se corresponden, para mis ojos, que son simples testigos. 

De parte de él veo que la situación de ver a la chica que quiere todo el tiempo con la ñata contra el vidrio, lo está marchitando de a poco.  De parte de ella, veo que no entiende por qué está agresivo, esquivo y raro. 

Se pelean bastante, por cualquier idiotez, aunque en el fondo, se nota que se llevan bien pero para el amor llevarse bien no alcanza. Quizá mi compañero lo sabe y mi compañera lo note, en relación a su historia. Mientras tanto, él la mira, da vuelta la cara con gesto de arrepentimiento dulce, aunque al rato se voltea de nuevo. Ella, a su vez, se pierde en sus propios pensamientos y sigue trazando planes para esquivar al viejo amor que recorre la facultad sin percatarse de nada. 

Desde afuera, entre novelas, clases, trabajos y grupos; los observo. Uno en mi cabeza sus dos historias, sus vidas, los imagino juntos, los pienso juntos, les creo ficciones. Los pienso mejor por separado, cada uno, con otras gentes. No me decido a nada, sólo pienso en escribir sobre ellos, en el rumiar mis ideas, porque un ápice de algo que todavía no comprendo me hace sentirme cerca de eso que veo, de algún modo.  No obstante, agradezco muchísimo el ser solamente una testigo del asunto, involuntaria, si se quiere. Luego recuerdo que, cada uno de nosotros, aún con diferentes protagonistas, muchas veces a lo largo de nuestras vidas tenemos que atravesar los mismos escollos, porque son lecciones generales, con algunas variantes particulares. 

 Entonces aparece en mi mente la imagen de mi nuevo mejor amigo y me río, con ironía... 

sábado, 15 de octubre de 2016

Modo automático

Miro de lejos una forma de interacción que, si bien se me aparece conocida, no por esto me resulta familiar. Intento encontrarle una cierta lógica, una especie de ritmo, quizá hasta una mínima cadencia; pero no hay caso. Es como si yo no pudiera ver nada, como si de lo que observo no me atrajera nada. Me quedo callada y vuelvo a fijar la vista, despejando la mente de pensamientos, haciendo el esfuerzo fugaz de prestar atención para entender dónde está el secreto de esa afinidad y esa camaradería que a mí se me presenta, en el fondo más honesto de mi misma, tan ajena, tan inadecuada.  Otra vez, no encuentro nada. 

Suspiro sin que nadie lo note y bajo la cabeza, hundiéndome otra vez en el cuaderno con apuntes y ejercicios por hacer. Estoy trabajando sola, mientras hay unas chicas que preparan un examen en grupo y el profesor atiende consultas. Acabo de preguntarle algo y lo voy masticando mientras me distrae el no pertenecer de siempre, el no encajar.  Por lo general, observar desde afuera a mi generación es una actividad recurrente e inevitable, por la misma razón: no logro compenetrarme, por mucho que lo haya intentado, por mucha incomodidad que me genera y por mucho desencanto que a veces me dé. Prefiero seguir enterrando la cabeza en mi cosas, como durante toda mi vida, si es que no entro en un lugar y no me empeño en hacerlo si a cambio tengo que dejar mi manera de ser al otro lado de la ventana. 

Si bien soy auténtica, siento que no termino de convencerlos, que soy demasiado aburrida para ellos, es decir, los muchachos y muchachas de mi generación. Yo también me aburro con ellos, yo también  siempre hablo de lo mismo, en el mismo órden con las mismas salidas. De la facultad llego, algunos días más contenta que otros, pero por lo general, llego cansada; cansada ante el esfuerzo que me representa coordinar voluntades y simpatías para hacer trabajos, escuchar los temas de conversación que no me interesan o soportar la hipocresía camuflada en "sana competencia", cuando de sana la competencia no tiene nada. Si pudiera, haría todos trabajos con gente grande, grande de verdad, pero en un arrebato de sociabilidad, mi grupo está conformado por gente joven que, eso sí, es bastante pisa cabeza pero cumple con lo pactado. Mi arrepentimiento está a medio camino porque no sé en qué estaba pensando hace un año. hasta que recuerdo que antes de eso estaba demasiado sola, demasiado alejada, y la facultad implica en un ochenta por ciento, socializar. Suspiro y pienso que lo que me interesa es la carrera, que lo demás es yapa y sin embargo, esa yapa es mi hábitat, el grupo donde comparto tantas horas de clase, trabajos o charlas. Y no me hallo, y sé que no son ellos, sino yo, que mientras veo a todos encajar, no me siento parte activa de nada de eso, como si fuera un testigo en la historia de mis relaciones con la gente de mi edad, dentro de mi propia vida. 


Por lo genera, cada vez soy más callada, en mi grupo, cada vez me interesa que sepan menos cosas y no me faltan ganas de ser invisible. Quizá lo invisible se deba a que cuando hablo, no siento que nadie sea capaz de entender el fondo más allá de la figura en lo que realmente digo o por ver que entre ellos se establecen lazos tan estrechos como los que yo me veo incapaz de llevar adelante. <<¿Qué es lo que comparten? >> me pregunto. Empiezo a pensar que es una mundo de comprender el mundo, más allá de los intereses, y que entre ellos y yo, nada puede ser tan pero tan antagónico. Un rato después me resigno;  y me digo que sí, que quizá lo sea, igual que desde hace tantos años y tenga que dejar de insistir en la indagación sobre este tema.  

Miro, por momentos, a los jóvenes y a las jóvenes de dieciocho en adelante, pero además, miro a compañeras que me llevan siete años, como para no dejar nada sin sopesar. Miro sin juzgar, con una desesperación por comprender dónde está el error, dónde está lo que hace una vida entera me estoy perdiendo. No lo entiendo, de verdad, no lo comprendo para nada. <<¿En qué se basan todas esas relaciones, de qué charlan, hasta qué punto se entienden? >> me digo y no, no lo entiendo, y mucho menos, sé cómo "meterme adentro" de todo ese mundo. En las mis compañeras más grandes encuentro actitudes inmaduras que me cansan, como me cansa la competencia infundada o las quejas constantes de las cosas más comunes o la sensación de una mediocridad inminente que me asfixia de su parte, porque pese a ser grandes, parece, a veces son como algo así como nenas chiquitas y lo único que saben decir ante el esfuerzo de uno, ante uno que se rompe el alma con todo - aunque no necesariamente sea yo - es "qué envidia " o " qué suerte" como si en esos dos términos se transitara la vida.  A través de todas estas observaciones, el círculo interior se cierra, mientras que lo exterior sigue igual que siempre, abierto, al servicio de las circunstancias, de las entregas, de los trabajos, del tener que ser sociable, a veces, mucho más que a la fuerza. Me da rabia verlas pensar así, reducir todo a que el otro tiene suerte, a que el otro es más lindo o mejor. Me parece patético, falto de sentido, estúpido. Siento que esa gente tan chata debería borrarse de la tierra, de verdad, porque gracias a su desidia o a su manera mediocre de vivir, lo único que hacen es celar al otro, sin saber siquiera por cuánto pasó, sin poder alegrarse de forma pura, sin envidiar lo que el otro tiene. 


Puedo estar rodeada de jovenes, sean varones o mujeres, y me invade un hastío inexplicable, un aburrimiento terrible, una sensación de angustia total, porque llevo viviendo una vida donde siento que o soy demasiado tonta o soy demasiado extraña, pero lo cierto es que algo no va y no va y no hay caso... Me molesta tanto que la gente no sepa aceptar y festejar cuando a otro le va bien, me molesta la constante comparación, me molestan las cosas superficiales, me molestan las compañeras que te miran desde la cartera o los zapatos pasando por las medias. Me molesta la gente que cuando le doy un punto de vista dice ¡ay, pero vos sos re valiente, qué suerte!, cuando la vida es más que suerte, cuando la vida es una constante puesta a punto de nuestra voluntad. Y cuando la vida pasa, especialmente, por cosas mucho más importantes a un pantalón de marca, tener el pelo color clarito, que un pibe te dé bolilla, o que tengas una materia más adentro, o que simplemente, tengas ganas de ir por más, ganas de superarte, voluntad para hacer las cosas, cuando te rodean un cúmulo de gente a la que les pesa respirar.  Es que, si algo puedo decir respecto a esto, es que en un porcentaje alto de mi generación, veo mucha desidia, muchos celos infundados, mucho querer lo que el otro tiene sin pensar cuanto le costó o lo que puso de si para obtenerlo. Veo el pretender el mayor lujo, por el menor sacrificio. <<Sí,claro... >> pienso, cuando los miro, pensando que no entienden nada, que la vida no es así, que ya quisieran. 

II 

Uno de todos estos días de clase, entro al bar, compro un agua saborizada, camino hasta la mesa con la mochila, las fotocopias, la botella y los auriculares. Me siento, desperdigo las copias por la mesa, la cartuchera y tomo un poco de agua. Cambio la música que sigue sonando por los audífonos y levanto la cabeza. Me están mirando muy fijamente, desde un sector de la cafetería. Correspondo de mala gana, sólo para que deje de hacerlo, y en especial, para que deje de hacerle comentarios a su amigo. 

Lo que sigue es un diálogo: 

- Doctor, por favor, tome asiento - le dice uno al otro, petulante. 
- ¿Pediste el café? 
- ¿Tomamos uno cortadito? ¡Dele, Doctor! - insiste. 

Los tres señores se sientan a la mesa, y yo de sólo escuchar la denominación me fastidio. Se ponen a hablar y yo le doy más volumen a esa pieza de música clásica que, al parecer, nadie sospecha que esté escuchando, porque tengo la cara escondida en el artículo de crítica literaria que me cansó los ojos. 

Miro por los amplios ventanales hacia el cielo gris, previo a una tormenta y suspiro. Cambio la vista y lo veo: un tipo de unos treinta, mirándome, mientras toma café. Le devuelvo la mirada, porque sí, después miro hacia los ventanales sin entender de qué va mi vida en esos momentos. Soy joven, pero me siento inusualmente vieja. Soy joven, tengo tiempo, y la mayoría de los casos me lastima perderlo en contextos donde no hay algo que me satisface desde lo más hondo. Soy joven y como tal, me debato entre conformarme calladamente con cómo es mi vida o no perder la fe en cambiarla, aun mismo el camino que siento como más acorde a mí, no sea lo... normal. Vuelvo los ojos hacia el articulo, aunque estén cansados, y me alegro de poder estar sola leyendo, porque de otra manera, no podría haber retomado el estudio. Suspiro, cuando termino de leer lo que necesito, y junto los libros. Me voy camino al aula magna. Cruzo a dos compañeros y a la última chica la acompaño, porque somos compañeras "cercanas".  Otra vez se inaugura el modo automático, joven, que me desgasta.  

Un rato después, mientras el profesor explica una materia que nada tiene que ver con literatura,  la lluvia cae a baldazos afuera, yo lo único que pienso es dónde estará mi lugar. La amargura se disuelve, porque acostumbro a diluirla con lo que sea, y pienso que lo mejor de ese día es saber que, en cuanto llegue a casa, va a estar esperándome la especialidad de mi mamá: su riquísimo guiso de lentejas, es decir, mi comida preferida en todo el mundo. Sonrió, extrañando a mi perro, a la intimidad de mi pieza, a la veracidad de mi vida en esos momentos donde no me planeo entender lo que nunca he comprendido o encajar donde no puedo.  

No puedo evitar, tampoco, hacerme la pregunta de siempre: ¿si sigo así, dónde, cómo o con quién voy a terminar?  

El futuro es una niebla de donde puede salir el mayor privilegio o el mayor desasosiego. El futuro, es una niebla.... Una niebla en la que, cuando me siento así prefiero no despejar, ya que es el  único espacio donde caben un cuarto de mis esperanzas, es decir, lo único que me queda desde acá para adelante. 




domingo, 29 de noviembre de 2015

Resultados

A final, esa madrugada de la semana pasada, me acosté a las dos. Todavía me faltaban ajustar ciertas cosas que, sentía, me iban a tomar. No sé cómo sucede pero algunas veces tengo una especie de latencia respecto a temas que sé, indefectiblemente, preguntaran. No obstante, si esa latencia desaparece, rastreo modelos de examen de cuanta fuente confiable pueda conseguir. Eso me ayuda a orientarme sobre los temas que son recurrentes en diferentes modelos. Es una estrategia que, teniendo bases confiables, recomiendo como para repasar en caso de que haga falta - como me sucede a mi - una vez que le dí una leía general a todo el material. 

Así todo que habiendo dormido solo tres horas, cuando me levanté para hacerlo por vez definitiva, a eso de las seis y media, me interné en la ducha y me dí un baño rápido. Necesitaba encarar el día atenta, porque no me siento cómoda saliendo a la calle adormilada. Nunca me pasó de dormir tan poco en una semana, día tras día, y a la vez, de tener tan pocas resistencias para soportarlo como sucedió hace unos días. Sin embargo... todo tuvo un aliciente de primera: mi papá me habrá visto más cerca de la cama que del aula, por lo cual, me pagó un taxi-remis hasta la facultad para que pueda irme en paz. <<Estás muy cansada >> me dijo, y me lo ofreció. Lo rechacé y al rato, mientras miraba mi delay y mi apuro a la vez, insistió agarrando el teléfono con la otra mano... Estaba tan agotada que aunque la mañana era una plenitud solar no pude más que agradecerle y aceptarlo sin sentirme avergonzada en la medida que me fue posible. Me redujo mucho el estrés y tuve tiempo de seguir estudiando en el bar, antes de entrar a rendir. 

En el examen me fue bien; está aprobado y eso simbolizó un respiro enorme. Las latencias estaban bien ubicadas, porque la semejanza era total con modelos circulando por ahí. Lo otro que me mantenía en vilo llegó a las manos de la docente que me recibió con una calidez insospechada, aludiend  que de seguro no iba a andar nada mal en mi trabajo.  Cosas que, entre la ansiedad, la angustia por no llegar y el cansancio, son de un valor enorme para mí. Me hacen sentir que todo mi esfuerzo es en cierto modo, valorado por alguien, por algo, (Dios, Buda; pongámosle el nombre que cada uno desee) que me ayuda a salir adelante en estos momentos de agotamiento. 

En esencia, debía comentarles las novedades después de comentarles también los conflictos sobre el tema. Debo decir que agradezco profundamente al cielo los resultados. Y, no siendo menos, agradezco mucho sus palabras de afecto en estas épocas que a todos se nos hacen algo cuesta arriba. 

¡Qué tengan muy buena semana!





miércoles, 4 de noviembre de 2015

Silencio en una sopa de letras

La tarde de hoy no era diferente de cualquier otra. Suelo pasar algunas tardes así, en ese silencio que sólo tiene el ruido de fondo de la televisión. Mi papá la observa y absorbe lentamente las imágenes, como si fueran morfina, para mitigar las preocupaciones laborales, vitales, existenciales. Yo leo, me pinto las uñas o estudio, siempre en silencio. Me gustan esos momentos.  

La frontera con los cincuenta años le tocó hondo, empiezo a sospechar, y afloró la necesidad de sus balances personales. Lo chusmeo de reojo y respeto cuando lo veo pensando en el trabajo que es movedizo, en la próxima obra, en la cañería que cambió la semana pasada, en el pago de Fulano, en las cuentas, en los vencimientos, en las exigencias de sus clientes, trabajando hace más de veinte años en el gremio de la construcción.  Sé que no es fácil, y sé también que sólo me cuenta una parte de sus complicaciones, para que no me desvíe del rendimiento en la facultad, pensando en llegar al tope de materias que me habilitan para ejercer, sabiendo que (como siempre me dice) para él esto es la mejor inversión de todas y es un placer hacerla si del otro lado ve que respondo a eso. 

Mientras tanto, particularmente hoy, yo me  hundo en mis apuntes que anticipan el próximo examen y todo sigue adelante.  En casa se mira televisión basura, pienso yo, pero sé que jamás se lo diría. Entiendo la función que cumple para él la televisión: lo ayuda a relajarse, evadirse, despejarse y si piensa, al menos, no es tan intensamente. 
Sigo estudiando teorías que no acometen a mi carrera, son algo aburridas, así que me cebo un mate. Le paso uno y lo que más agradezco es que no me hable, porque me cuesta mucho concentrarme con el cansancio que se va sintiendo día por día, parcial a parcial, en esta altura del año, no habiendo tenido más que una semana de vacaciones desde el primero de febrero. 

El programa de fondo, fundamental después de todo, hablaba de los padres.  Por lo que llegué a escuchar, y a grandes rasgos, el tema en cuestión tenía el rebote en los roles que, a veces, ocupan los padres en la vida de los hijos. Cómo inciden las equivocaciones, las bondades, los gestos, la ausencia de ellos; entre otros, en el crecimiento de los hijos y en especial, en las relaciones con ellos cuando crecen. 

- ¿Y yo me equivoqué mucho como padre? - me preguntó, justamente, el mío. 

Concentrada como estaba me tomó un momentito contextualizar esa pregunta y entender el alcance que tenía su cuestionamiento. Era una pregunta bisagra... Él no suele preguntar cosas así y sin embargo, ahora me dejaba el espacio para que le dijera mi pensamiento. Estábamos solos, sin intervención de mi mamá, como muchas veces sucede. 

- ¿Eh? - me sonreí, levantando la cabeza - ¿Cómo? 
- Si yo me equivoqué mucho como padre... - insistió. 

Me quedé callada, pensando, unos segundos. Busqué una forma prolija, sin palabras extrañas, sin conceptos rebuscados y todas esas cosas con las que mi viejo - me dice - a veces se abruma, para poder responderle.  Es curioso que me hubiera preguntado esto precisamente en un momento donde yo estaba analizando su desempeño como padre a colación de situaciones que no tienen que ver conmigo pero sí con la mala relación que tiene con una de mis hermanas tan solo unos días antes, sin que él lo supiera.  

- ¿Conmigo o con las chicas? - lo miré, pero no me miró así que bajé la vista. Miré para el mueble que tenía de frente. 
- Con ***, en especial. 
- Y, es complicado... Especialmente, digamos que el problema fueron las formas... - le contesté sin dudar. Me dolió un poco hacerlo, pero supuse que era lo mejor, dado que como tantas veces me habían ayudado sus palabras en los momentos más difíciles del año pasado, hoy las mías podían servir en el balance - Vos con las chicas fuiste demasiado imperativo. 
- ¿Imperativo? 
- Me refiero que aunque lo pidieras bien o mal, la forma en que solías decirle las cosas a veces era... - busqué una palabra - violenta, tosca... - le expliqué. 

<<Y además, las formas, son más de la mitad de una buena comunicación... >> pensé. 

- ¿Pero cómo puede ser que *** sea así? - me preguntó. Se intentaba dar una explicación al ser conflictivo que, muchas veces, suele ser mi hermana. 

 Entendí que lo que realmente me estaba preguntando, humildemente, era qué había hecho mal, en qué se había equivocado, al menos, según mi mirada. 

- No es que sea odiosa porque sí. No es una mala persona, al contrario. El punto es que, a mi parecer por lo menos, necesita atención. Necesitó siempre más atención de la que se le dió a todas acá, necesitaba más que la media. 
- Es que no tiene respeto por nada, no es por atención o no... 
- ¿Sabías que cuando a mí me molesta, la mayoría de las veces, termina diciéndome "dame bola"? - le expliqué - Todo gira en torno a la atención, estas también son formas de llamar la atención a costa de que la llamen inmadura. Las consigue bien o las consigue mal, molestándome así tenga casi veintisiete años...  El objetivo es siempre el mismo.
- ¿Y cómo me explicás que sea tan desordenada, que no cuide, que deje todo tirado, que no ayude? Ya es una tipa grande, *** - expresó. 
- Atención, otra vez - le dije, con calma - ¿El desorden? Cuando vos entrás a un lugar, la atención indefectiblemente, se desvía hacia el desorden. Mi teoría es que el desorden va más allá del no tener ganas, sino que es una forma de llamar la atención. Esto excede lo que es una provocación... Esto es decir mirame, que estoy acá, y te desordeno toda la casa, prestame atención. Y también es necesidad de atención cuando entra hablando a los gritos, cuando hace ruido, cuando molesta a cualquiera... 
- ¿Por qué? 
- Porque a veces por no poder hacer lo que hago yo, por ejemplo, que es entrar, que me saludes, decirte todo bien e irme, se llama la atención de formas irritantes. La cuestión fundamental es que el humano puede hacer foco de atención en una cosa a la vez, de manera real y lo que quiere no es una atención periférica, secundaria, digamos, sino que pretende una atención total. Quiere el desvío del foco, por eso el ruido, el alboroto, las quejas con la comida, la postura infantil, el molestar todo el tiempo, el provocar... - dije, mientras lo miraba. 

Él miraba para abajo, analizando atentamente mis palabras. Me pasó un mate con lentitud y lo frené en la mesa para agregar: 

-  No lo hace de mala, estoy segura. Ella no puede decirte "hola, qué hacés", entonces hace ruido, se queja, desafía.No es que no quiera, quizá quiere, pero no puede. Quizá no sabe como... Pero esta sí es su forma de decir acá estoy. No siempre, considero, lo elige. Llama la atención, llanamente, y un día lo hace desde un buen gesto con mamá y al otro desde un quilombo conmigo , y así - concluí. 
- Mhmm - me dijo, quedándose callado, pensativo de nuevo. No quise dejarlo así. 
- Conmigo, la verdad... - arrimé con un gesto un poco más relajado - Es diferente. A mi me trataste siempre diferente, por eso te puedo decir desde afuera y desde mí, porque son dos cosas bien distintas. 
- Porque vos sos bien diferente - esgrimió - No es por nada, pero vos no sos parecida a ninguna de tus dos hermanas. Sos una adulta, con tu mamá como si viviéramos con una adulta - me dijo, hice una mueca, porque según la edad, digamos, soy una adulta joven - Si, ya sé que ya sos grande, pero también sos re adulta... - hice un gesto, restándole importancia al juicio - Todos están de acuerdo conmigo... Sos adulta con tu madre, con tus hermanas, hasta con tu abuela te llevás bien... - resaltó - Eso es - hizo un gesto... 
- Y, viste... Los encantos son los encantos - bromeé, para salir de foco.
 Intercambiamos un par de comentarios del programa de la tarde y se pasó el momento.  

Cerramos la conversación. Un rato después le agregue unas Merengadas a la dinámica, para acompañar los mates y ese silencio que se había instalado. 
Silencio de reflexiones, sin dudas. 



jueves, 6 de agosto de 2015

¡De cumpleaños!

Decía hace unos días que el cumpleaños de mi abuela ameritaba otro post. Me demoré en escribirlo porque en medio estuve rindiendo examanes de los que también hablaré luego, pero no quería dejarlo pasar. 

Hace dos semanas a mi abuela le dió un pico de presión. El índice fue 19.1 una vez llegada del trabajo. Cuando llamó a mi casa para avisarle a mi mamá y a mí, por las dudas, realmente me asusté mucho, a pesar de que a las horas ya me estaba haciendo chistes y me estaba cargando - como siempre - porque escucho tangos y boleros, dado que se sentía mejor una vez que tomó su pastillita, mucha agua y se recostó.   Ni bien me avisó, igualmente, me  fuí a su casa con apuntes en mano, mediando entre las ocupaciones y los imprevistos. Preparando con un ojo un examen final que me tenía nerviosa y vigilando con otro ojo una situación que me tenía más nerviosa que 45 exámenes finales juntos. 

Cuando la ví me sentí mucho más tranquila pero,igualmente, me quedé todo el día cuidándola  e intentando leer a la vez. Intentando no pensar en el miedo, en la finitud, en las cosas tristes. Intentando contarle sobre los temas de mi parcial y charlando sobre toda mi familia. Así, luego de varias horas el momento tenso pasó y volví a casa considerablemente más calmada después de escuchar a Los Piojos y Caetano Veloso a su lado, para que se quede con los primeros y, poco más, me linche a éste último cantándome "Ay, amor", un bolero originalmente compuesto por Bola de Nieve

El último domingo llegó el cumpleaños de mi abuela. Fue notorio el contaste entre una semana tensa y el fin de semana, que trajo su cumpleaños. Sopló las setenta y cinco velitas, para mi alegría. Verla bien, verla cumpliendo años, verla contenta, con sus amigas, haciéndome mate, preguntándome reiteradas veces si quiero un té, haciéndome a las seis de la tarde un sándwich con las sobras del mediodía; me hizo feliz. 

Realmente me hizo más feliz de lo que podría argumentar con palabras. Más feliz de lo que aplica la forma que a veces se aparece tan quemada. Me dió calma, me asentó en tierra, me recargó las pilas. Me calmó, me dió gracia, me despejó de mis habituales ocurrencias y preocupaciones.  

Me hizo pensar... Pensar en todo lo que tengo. Agradecer por ello. Disfrutar de ello. Seguir ahí, bien cerca, sí, bien cerca, de la gente que quiero. 

¿Para qué intentar se más precisa al respeto de todos estos sentimientos? Basta decir que yo sé que vivo,un poco,para estar siempre a su lado, apuntalándolos, sin permitir que se caigan. 

lunes, 20 de julio de 2015

El planteo que surge a partir de Pepe

Ando inmiscuida en la preparación de dos examanes finales para la facultad. La verdad es que me gustaría decir que con el módico tiempo que tengo para estudiar estoy relajada respecto al tema, pero no voy a ser mentirosa. Hay una dosis de nervios que se solucionará conforme pasen las dos instancias, espero, y una dosis de nervios con la que tengo que convivir si pienso en el tema y se originan cosquillas en el estómago.  

Una de las instancias es oral. Eso no ayuda a pensarme relajada. Últimamente pienso en que sé que puedo hablar en público pero que a la vez el hecho es algo que me pone nerviosa si me sacan del contexto donde acostumbraba a hacerlo. Por ende la instancia oral me da más miedo por lo que es en si misma que por la dificultad, aunque si juntamos las dos cosas, tenemos la totalidad de mi intranquilidad.  He dado exposiciones en el colegio, he hablando con fines literarios más de una vez, hasta he dado clases con pequeños hace unos años, cuando era mucho más chica yo también. El punto es que ahora tengo que hablar frente a personas que van a estar evaluándome. Y, a decir verdad, no me gusta tener de los profesores una imagen de superioridad sabiendo que estoy preparándome para ser uno de ellos en el futuro. Por eso mismo, también en mi intento de humanizarlos, espero que no me traicionen los nervios y que me acompañe la educación para plasmar lo mejor posible mi exposición.  
La otra instancia de examen puede ser oral u escrita. Eso no me ayuda, aunque estoy rogando que se vierta todo para el segundo aspecto. Las materias son diferentes, pero pesadas en si mismas. La cantidad de bibliografía me parece mucha, aunque hay gran parte que la tengo ya, por lo menos, con una leída correspondiente a los primeros o segundos parciales. 
Convengamos, entonces, que todo es una cuestión bendita de equilibrio. 

Otro punto para destacar es que las materias teóricas de los estudiantes de Letras suelen ser además de muy teóricas, muy extensas, pesadas, rebuscadas o lentísimas de vocabulario. Eso significa que el irte a final o que el final sea algo obligatorio para aprobar - y descontar - materias de la currícula, implique algo más que leer rápidamente los textos. No importa que los hayas leído con atención una vez; muchas veces vuelven a requerir el mismo tiempo de dedicación por la complejidad de la sintaxis, por la necesidad de volver a cor-relacionarlo con los demás y todos estos artilugios tan propios de estudiantes. 

Algo que me pasa desde que empecé con los primeros textos es que me sulfuro por la cantidad de palabras mal utilizadas. No mal aplicadas según el contexto oracional, sino mal utlizadas porque las palabras no deben ser  relleno sino construcciones en post de una idea determinada. 
En el caso de una teoría filosófica, sociológica, psicológica, científica, literaria o incluso biológica, hay un límite entre el uso de vocabulario específico, que me parece genial y pertinente, y el uso de palabras relleno.  Uno al leer un texto académico se da cuenta de las palabras relleno y de la pulpa del texto cada vez con más rapidez conforme se ha familiarizado con ellos y con la propia capacidad resolutiva.  No hay otra razón.  

Me retuerce los nervios la cantidad exagerada de vocablos que no vienen al caso y que, fundamentalmente, no ayudan a la compresión del conocimiento. Al margen dejo los casos de las traducciones de textos alemanes o rusos originales, que te dejan casi visco por la cantidad de adjetivaciones que tienen en cada párrafo, dado que rusos y alemanes tienen muchísimo más vocabulario en sentido literal. Mientras que para el castellano hay una forma única de llamar a determinada cosa, en estos idiomas, hay varias. Esto implica que más allá de una riqueza admirable en cuanto a su lengua, las traducciones que se presenten en el camino de un lector no habituado a este tipo de pomposidades, se quiera cortar las pestañas con tijeretas chinas.  Y si hablamos de un estudiante universitario con el tiempo contado, las pilas de apuntes dispuestas sobre la mesa y la fecha de parcial latiéndole bajo el traste, estamos pintando un panorama específico y llamado de una sola manera: necesito un resumen del resumen del resumen. 

En mi caso, no cuento con resúmenes de las dos materias para las que estoy estudiando a excepción de los que yo misma me hice. Me llevaron días enteros pero ha valido la pena, porque me alegro de tenerlos ahora. Cabe destacar que yo no estoy acostumbrada a usar resumenes a excepción de materias muy complicadas o muy detallistas.  
Mi manera de estudiar es bastante tosca: yo voy al texto base, al material original y lo leo hasta entenderlo, hasta captar la idea que trasmite el autor. Me interesa ir hasta el fondo, el corazón de la teoría, porque de esta manera activo la capacidad relacional con todo lo que yo considero complementos. Complementos pueden ser resumenes de la cátedra, preguntas, videos, apuntes míos de clase, apuntes del profesor, libros que te da la cátedra además de los apuntes. El punto es que si no entiendo lo básico, cómo podré comprender el resto. Por esta razón siempre empiezo por lo más duro.    

Y cuando empiezo por lo más duro, surge esta pregunta: ¿por qué antes de decirte "Pepe compró dos pantalones después de una ardua elección" optan por aplicar adjetivos y adverbios en una misma oración haciendo que se pierda la noción de los sujetos en relación al resto de los constituyentes? 

El resultado es algo más o menos así:  "Pepe consideró comprar un número par de determinada prenda de vestir utilizada por hombre, mujer, niño, niña, caballo o perro. La misma, no es remera, no es camisa, no es campera... Además, tampoco puede considerarse que la misma sea la única prenda que Pepe desea comprar, por lo cual, el primer postulado quedaría rebatido en caso de que Pepe deseara también comprar zapatos, una máscara de pestañas para su hija Lucía - que no usa máscara de pestañas - o un litro de licor para su primo Germán, abstemio por natulareza". 

Otro punto que no me parece aceptable del todo es la necesidad de usar demasiado vocabulario para parecer pretencioso. Yo entiendo que los adjetivos, el uso de palabras quizá un tanto excéntricas, a veces, le dan un cuerpo más curviléneo - por así decirlo - a nuestros discursos. De verdad, lo entiendo. Y me parece bien desde el punto de vista que todo adjetivo puede quedar maravilloso, pero sólo si está asentado en las bases de un discurso con contenido, de un algo interesante que se quiera comunicar.  Ése es el punto, a mi ver. El interés tiene que estar necesariamente ubicado en el contenido del discurso, no en todo lo que yo veo como decorativo. No es tampoco un planteo de comunicación o escritura tosca, lo que me gustaría. Es precisamente un planteo - el que siempre se me aparece - de una comunicación o una escritura tomadas como lo que son: recursos para llegar a los otros, para expresar lo que cada uno tiene para decir.   La pomposidad usada en medios de comunicación, artículos de revistas, libros, artículos académicos, investigaciones científicas, aleja. Y cómo es posible, me pregunto, que un postulado de cualquier tema aleje, a través del vocabulario demasiado complejo, si justamente por esto renuncia a lo más importante: comunicar. 

Hoy en día todo se divide entre lo que se denomina pobreza en el lenguaje (mal uso del lenguaje, deformaciones del lenguaje, falta de conocimiento del lenguaje) y exorbitancia del lenguaje (uso abusivo y hasta elitista del lenguaje). 

No hablo de un lenguaje tosco, insisto, sino en que no se empiece a confundir la pomposidad - eso casi barroco que se ve, a veces, en el lenguaje y específicamente en la escritura - con el vocabulario específico de cada postulado. Porque es necesario, e incluso obligatorio, el uso de vocabulario específico en teorías, explicaciones y desarrollo de ideas;pero también es un exceso cuando además de vocabulario específico para asimilar hay que desmenuzar ideas dentro de un entramado oracional. 

¿Cómo acercar todo esto al otro que necesita comprender? ¿Existirá un punto medio? ¿Cómo bajar el conocimiento y hacer mucho más palpable esa cortina de abstracciones que, por momentos, son los textos? ¿Cómo poder mediar? 

De verdad, mi objetivo el día de mañana, como docente de Letras, como Licenciada en Letras, está ubicado en este sentido. Si Dios, la vida, la suerte y la lucidez me acompañan, veremos qué sale de lo que hoy son solo ideas. 

Mientras tanto, sigo pensando en mis finales. 

domingo, 5 de julio de 2015

Punto de pausa

El martes pasado, cuando llegué de rendir ese parcial tan difícil que se traía entre manos mi carrera, sentí como si hubiera dejado una mochila de diez kilos al lado del banco. Independientemente del resultado era muy necesario para mí sobrellevar la instancia, porque hablaba de conducir mis emociones y mis nervios a través de móviles normales. Del poder hacer sobre el hay que hacer, que es una constante en toda vida universitaria. 

El resultado del examen fue bueno. Pero lo mejor de todo, realmente, fue llegar a mi casa después de pasar por el supermercado, dejar la cartera, sacarme el abrigo, destapar la cerveza...  Y dejarme llevar por ese momento mío, al margen de toda otra responsabilidad y al margen de cualquier otra cosa o persona.  Ese momento que andaba necesitando, ese momento de pausa. Eso que implicó una celebración conmigo misma después de tanto esfuerzo y principalmente, de tantos nervios.  

Han sido varias semanas muy cargadas donde no fue sinónimo de estudio la tranquilidad.  Días y días, semanas y semanas, de estudio que empiezan a darme aunque sea una tregua momentánea. Los resultados se están empezando a sentir. Las responsabilidades se van achicando y sólo queda un día en vistas, marcado como fecha importante. Un día que a su vez, está muy cerca y eso implica otra vez el estudio incansable.

Una lata de cerveza en la heladera está como mirándome y sigue diciéndome que me espera para otro chin - chin conmigo misma y mis buenas voluntades. 

Sigo estudiando. La noche se vislumbra larga y no apta para otra bebida que no sea café. 
Espero que los resultados ameriten otro martes como el que pasó. 

¡Nos leemos pronto!

jueves, 2 de julio de 2015

Susanito

Tengo dos sombras gises debajo de los ojos. Son ojeras. Increíbles ojeras que me habilitan una cara de muerta estelar.  Esta semana se vislumbraba así, desde hacía tiempo. Yo me había olvidado de cuán grandes pueden ser las ojeras cuando me tenso. Me había olvidado de que era tan blanca, me hacía olvidado de que tengo más resistencias de las que creía. Y también olvidé que esas resistencias hay que recrearlas... 

Mirarme a la cara hace rato se ha convertido en una experiencia grata. Me arreglo más que antes: me intereso por la ropa, por los accesorios, por el pelo, por la cosmética. Tomo más agua, como más verduras y hay más de esos pequeños detalles que antes eran parte de una dejadez total e imperante. Y eso es lo más superficial. Lo más profundo, e indescriptible a vez, está en sitios que no pueden plasmarse en el blog. 

Me siento bien conmigo misma, a pesar de que hay cosas que no puedo y siguen sin resolverse dentro de mi cabeza. Me siento bien a pesar de que hace dos semanas estoy en modo automático y mi nivel de estrés universitario -combinado con problemas entre mis hermanas, problemas con una de mis hermanas y chispazos cotidianos y poco tiempo con amigos - no esté haciendo que todo sea mejor. Intento sentirme lo mejor que puedo, aunque esté triste.  Comprendo que como a mí me pasan estas cosas, otras tantas también inquietan al mundo. ¿Quién dice que lo otro no sea potencialmente peor? Creo que en este sentido me niego a quejarme. 

Intento erigirme en la fortaleza que siempre, sentí, me representó en una parte de mí. Supongo que por todas estas cosas mirarme al espejo aún teniendo sombras grises bajo los ojos, es una experiencia grata.  Me siento mejor conmigo misma de lo que me sentía hace un año. Me doy cuenta, ahora y sólo ahora, que aunque siempre pensaba en mí me faltaba pensar en mí con cariño. La mejor medicina contra el estrés y contra los problemas habituales a veces es mirarse con un poco de cariño, esperando - espero - que la tormenta pase. 

Quizá sí... La facultad me pone bajo una adrenalina increíble, agotadora, que hace que se me hundan los ojos y se me agarrote la espalda... Pero también es una puerta al futuro sumamente tentadora. Es un sacrificio que tendrá debidamente su recompensa. Es una fuente de amor, además, porque me enseñó a amar lo que hago y a buscar alternativas para seguir haciéndolo. Es la evidencia constante de que para ser una profesional, hay que esforzarse y mucho. Todos los días, y en especial, dos o tres semanas al mes que son la muerte lenta si se te juntan cuatro parciales en una semana. 

Siempre pienso que poder estudiar es un privilegio al que no estoy ni por asomo, dispuesta a renunciar. Hay días en que me pongo a pensar que soy tonta por quejarme, porque hay chicos a los que la facultad se les hace mucho más complicada. Nunca me puse a pensar valorativamente de que tengo la chance de entender lo que leo, de que me queda mucho de las clases, de que... Me funciona a nivel académico el cerebro el noventa por ciento de las veces. Tengo una cuestión importante en base a lo que estoy estudiando: capacidad de entender lo que leo, capacidad relacional. Adquirí esas dos nuevas herramientas después de padecer los primeros tiempos de facultad en donde, a nivel general, metí cinco materias en un año a los ponchazos con ataques de pánico. 

Hoy recuerdo esa época como una época dura, sí, muy dura... Pero también cuento con capacidades y con fortalezas que por ese entonces no tenía. Estuve dos años en UBA, sí... Quizá tendría que haber elegido la universidad donde estoy ahora desde el comienzo, sí. Pero a la vez, me siento como me siento en este lugar porque antes estuve donde estuve. Sin todo ese manojo de llaves que me llevé de la UBA, jamás habría podido abrir todas las puertas que encontré donde estoy ahora. No me olvido tampoco, como solamente hace un par de meses atrás, mis resistencias dijeron basta. Y tuve que tomar una decisión que me costó mucha tristeza en su momento, porque era renunciar a una ilusión que tenía desde chica, pero que de adulta no podía afrontar. Así fue que en octubre me sentí lista y a su vez me senté en el campo verde de la facultad nueva, respiré hondo y tomando una Coca Cola de a sorbitos, me repetí que haría todo para instalarme, para seguir estudiando, para volver a empezar. Que a mí nadie me iba a truncar el anhelo enorme que tengo de ser Licenciada en Letras. 
Ahora, muchos meses después, el panorama universitario que me llena de estrés es otro. Por eso es que no quiero quejarme y porque en el camino, tomé otras herramientas nuevas de las que carecía y ahora sí puedo aplicar.  Pienso cuánto estoy cambiando mi porvenir, pienso en lo lindo que me dejará, pienso que estoy cómoda. Pienso que antes no tenía amigos, que tenía cinco horas de viaje, que no llegaba a hacer todo. Pienso que ahora tengo amigos allá e incluso gente con la que me gusta mucho estar. 

Precisamente una persona que me baja a tierra cuando yo me encabrono y que me hace reír y que es buena... Y que es joven... Escandalosamente joven, como yo, sin que nada sea motivo de escándalo.  Persona que me hace olvidar con una facilidad infinita al dueño de mis viajes en colectivo cuando hubo otras personas que aún viniendo de donde fuere no pudieron hacer ese milagro momentáneo cosa posible.   Una persona con la que, a veces, así, muy por arriba entiendo que disfruto estar y con la que quisiera formar recuerdos. Y con la que dicen que hago linda pareja y con la que yo me río... Y eso, por lo menos a mí, es lo que me importa. 

Pensar en pareja y mirarlo y mirarme, y volver a pensar en pareja... Además de ser lejano implica muchísima agua bajo el puente. Recién, por lo menos para mí, estoy poniendo los tablones para formar el puente que me gusta transitar si cuando yo aflojo alguien me apuntala y cuando ese alguien se cae, yo apunto a la manera en que me sale. Creo que eso es lo que me importa ahora, así seamos eternamente amigos y futuros colegas. Una persona a la que no me siento lista para contarle cosas, aunque al mismo tiempo, tengo la sensación de que voy a terminar contándole. Una persona con la que por momentos pienso "no, no puede ser tan chiquilín, la puta madre" y por otros momentos " me siento una adolescente de 17 años otra vez", mientras sonrío despreocupadamente y el futuro se convierte en algo nuevo para mí como es el compartir cosas. Una persona a la que miro y me sonríe, así, sin problemas. Una persona que es tranquila, fácil, en apariencia honesta y tan "Susanita" que me da gracia... Y ahora que lo pienso, Susanito, sería su apodo ideal. 

Él, que quiere chicas por su mentalidad, que tiene códigos de amigos fuertes, que piensa en el otro a la hora de no herir, que siempre está para los demás... Que me hace bromas y le pongo cara de pocos amigos. Que me parece dispuesto sentimentalmente, que no me trae problemas, que no me hace sufrir , que es más equilibrado, que es constante. Siempre me trata bien, me escucha, me analiza, me adivina las caras, me sale con una frase seria y con una cita de Benedetti genial, absurdamente genial. 

Susanito me hace bien. Con Susanito las cosas son súbitamente fáciles. Con Susanito siento que tengo todo el tiempo del universo a mi alrededor. Con Susanito no me siento a pensar qué hubiera sido, porque está acá, siendo. Susanito es dueño del chiste más niño del mundo y dueño también del análisis educativo por el que puedo superar lo anterior. Susanito no piensa en la sociedad, no piensa en que sí, en que no, en cómo ni en cuando. Susanito no me duele. Por primera vez puedo llegar a siquiera pensar que quizá no sea... - no encuentro la palabra - este asunto del afecto entre dos gentes.   Sí, Susanito es un buen pibe y sea lo que sea que vaya a ser - porque las cosas son hijas del tiempo - me alegro de que esté al lado mío, de poder contar con su presencia. 

Creo que la semana post parcial siempre es una buena semana para las confesiones.