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sábado, 7 de diciembre de 2019

Piel con piel *

Me levanté, procurando no hacer demasiado ruido, y fui caminando en puntas de pie hasta el baño. A tientas prendí la luz del pequeño recibidor en la entrada de la habitación del hotel y me escabullí.  Lo primero que hice, considerando el estado de situación, fue mirarme al espejo. Recogí el enorme caudal de pelo que me caía sobre todo mi torso e intenté hacerme una especie de peinado recogido. Y, un rato después, cuando ya estaba lista para volver a mi normalidad, con mi neceser de productos de belleza y aseo cerradito, opté por cerrar el ritual cepillándome los dientes. Entonces, lo ví. El papelito del avión que indicaba procedencia y destino del pasajero descansaba en uno de los estantes del baño. Curiosamente, cuando Galeno había ido depositando sus productos de aseo y el resto de sus cosas, aquéllo se le había olvidado allí. 

Ésa fue la primera vez, en medio de todas esas horas juntos, que yo tomé noción de que iba a tener que volver a su casa. Porque, la procedencia del pasaje, marcaba otra provincia distinta, aunque cercana, a Buenos Aires. De nuevo miré el ticket una vez más y seguí cepillándome los dientes. Las muelas, los molares, las paletas. Punto de salida y punto de llegada. ¿Nosotros? Punto de encuentro.  Escupí en el lavamanos los restos de pasta de dientes y me mojé la cara. Suspiré. Di una última mirada en el espejo a mi reflejo antes de volver a la habitación. 

Y entonces, lo ví. 

Galeno había girado hacia el medio de la cama, buscándome, y estaba considerablemente más despierto. Me miraba pasear ligera de prendas por toda la habitación, evitando hacer ruido, lo que me hacía incurrir en acrobacias. 

- ¿Qué? - dije muy despacito, para no molestarlo. 

- ¿Te vas a ir? 

- No, no - volví a susurrar - Fui al baño. 

- Pensé que te ibas a ir 

- No señor, no - musité. 

Y lo miré, cuando acabé de divisar mi ropa, suspirando. 
Galeno me miró y apoyó la cabeza en la almohada. 

Sin dudas, ésa sería otra de las imágenes que me quedarían tatuadas en la memoria. Galeno mirándome, despacio, sin hacerme sentir avergonzada por mi cuerpo o por mi peso o por mi piel o por lo que fuera. Galeno siendo igual que yo, un ser humano, vulnerable, en esa situación, sujeto a mis ojos y a la observación. 

- Vení un ratito - dijo. 

Y es que, cuando Galeno quiere decir ratito, en realidad, me está diciendo vení un cachito, vení un poquito, acercate. 

- No me voy a ir, no temas - le dije, acercándome, y sonriéndole levemente porque decirle que no tuviera miedo, a secas, me había parecido demasiado solemne.  

Me senté de su lado de la cama y le acaricié los brazos. 

- Tranqui . Dormí. Descansa que no te voy a morder - le dije, acariciándole la frente para que concilie el sueño de nuevo. 

- Ya sé. Pero yo quiero que te acuestes de nuevo conmigo... - dijo, y me atrajo suavemente hacia él - Así puedo dormir abrazado a vos 

Me reí. 

- No me lo digas con tonada... No, porque me muero - bromeé. 

- Sí, dale, vos sos la que tenéeeeés tonada - se defendió, riéndose, porque me ha dicho que los porteños hablamos marcando mucho la doble ele.  

Yo todavía pensaba en el ticket olvidado en el baño. *** - Buenos Aires. Buenos Aires - ****

Galeno me atrajo hacia él del todo y yo me dejé llevar, sin pensar en ese papelucho. Corriendo las sabanas de donde molestaran, en la oscuridad más sensorial de todas, pasó sus dedos finos y prolijos por la unión entre mi oreja izquierda y mi cuello, acariciándome. Su cuerpo entero expelía ese olorcito al perfume francés que yo había elegido para que se pusiera esa noche. Era mi gloria, mi gloria personal y privada, que me tocase con sus manos suaves y acercara al mío su cuerpo perfumado. Me gusta mucho éste, le había dicho, mientras me mostraba las cajas y los envoltorios de los frascos que se había traído de su última instancia en París... Y lo había mirado con cara de circunstancia, anhelando comprometerlo sensorialmente para que usara uno. Ése. El que quería.  Sí. Aquél olorcito del primer día, tapándome los pensamientos. Era mi olfato festejando y todo el resto de mis sentidos complacidos. Sí, un hallazgo. Mi gloria personal. Sí, un hombre con sensibilidad social, detalles burgueses, y sin embargo, la compilación de cualidades necesarias para lograr que yo estuviera así, feliz, entre sus brazos. 



 Después, sucedió lo obvio, ya que me desmoroné ante ese contacto, y el ramalazo de sensaciones tan intensas que me convocó y desconecté le camino de la sinapsis. Él se rió por lo bajo, complacido, y me cubrió de besos la frente, la nariz, los pómulos, la barbilla, el maxilar, el cuello... Se reservó la boca para el final, cuando yo ya estaba rogando que me besara para poder corresponderlo y me dió un beso tierno, lento, pero muy grato. Se lo devolví, más mimosa que intensa, aflojándome bajo sus manos y pasando mi nariz desde su cuello hasta su pecho, dejándole algunos besos más, pequeñitos, como de yapa. 

Después de eso me di la vuelta, él pasó una mano a través de mi cuerpo, para abrazarme y deposité la mía encima de la suya para acompañar y consentir el contacto. Estiré el cuello mientras me acercaba a una almohada y lo apoyé. Galeno olió aquel punto donde confluyen el cuello, la nuca y el cuero cabelludo y depositó muchos besos. Besos suaves, intensos, húmedos, pero siempre, bien dados.  Increíblemente bien dados. Al punto de anhelarlos como pocas veces quise algo. 

- Dormí, dormí - musitó - Dormite tranquila - dijo. 

- Sí, estoy tranquila - dije y suspiré.

Ese suspiro, fue mi entrega. 

Nunca pensé, y lo noto ahora, mientras escribo, ordenando los acontecimientos y los detalles vividos aquéllos días, que fuera a estar tan tranquila, tan realmente tranquila en sus brazos, después de cinco años de tener el corazón, y buena parte del cuerpo, totalmente cancelados. 

* expresión utilizada por el individuo antes mencionado,  para caracterizar nuestro contacto físico, que, dicha con su tonada, me puede. 

viernes, 23 de diciembre de 2016

Trampapalabra

La conversación con Divino había quedado en suspenso, hasta hoy, después de que me escriba hace unos días.  Si lo dejé todo en suspenso fue porque esta vez, quise ser extremadamente fría ante una persona que también es así, y que está jugando con mi desconocimiento frente a su situación, es decir, todo lo que le espera en el futuro inmediato de los próximos seis o siete meses.  No quería atacarlo desde los lugares comunes, sino, dejarle en claro las cosas para que, por lo menos conmigo, no siguiera pensando que tiene todo bajo control; que uno es tonto o que puede jugar con mi interés, al margen de que haya sido lo bastante fluctuante durante estos meses. 

Probablemente sé que esto no lo modifique en nada y se consiga otra mujer (joven o no) para atender sus necesidades durante el embarazo de su pareja; pero para mí las cosas no son así. No son así desde la perspectiva de ser La Otra y mucho menos en una situación donde otra mujer está sensible, donde alguien le está poniendo el cuerpo a una vida en la que Divino también participó - le guste o no le guste- y de la que va a tener que hacerse cargo. Hacerse cargo no será para él solo desde el poner plata donde corresponda sino dar afecto e inculcarle buenos valores que nacen desde el ejemplo, desde el hacer las cosas bien para si mismo.  

¿Cómo seguir permitiendo que creyera que yo no sabía nada de la noticia? No; me resultaba imposible, sentía que me estaba tomando - todavía más - por idiota. Si lo dejaba pasar, si no le decía nada y dejaba que las cosas decanten por su propio peso, el tiempo que conllevara ese pasaje entre el interés y la distancia definitiva me iba a seguir tomando el pelo. Y yo se lo estaría permitiendo, con una postura sumisa que se me hubiera hecho imposible de sobrellevar si hace dos noches sabía la verdad de las cosas. 

Si no le hacían ruido mis palabras no me importaba. Insisto: no quería seguir consintiendo su comportamiento desde el no hacer nada para impedir que volviera a mi vida con si nada después del nacimiento de su hijo; un jueves a la salida de su Estudio; o cualquier día, en cualquier momento. En especial, no podía seguir soportando que creyera que yo no  tengo sentimientos y que soy incapaz de anhelar cosas distintas con él, más allá de sexo, porque me encargué de hacerle saber en su momento que a mí me interesaba él en más de un sentido y por eso me importaba contar consigo, llegado el caso. Ya que él me preguntó qué expectativas tenía, el ver que se lo estaba pasando por cualquier lado, me crispaba la paciencia. 

Por todo esto, pensé en hacerle creer que estaba sumida en la corriente para ver hasta dónde era capaz de llegar. Pensé en mandarle  direcciones de locales exclusivos donde se vendieran cunitas, baberos. Pensé en mandarle algún que otro artículo o nota sobre las ventajas del sexo durante el embarazo, para que las practique con quien corresponda. Pensé en decirle que era un idiota, porque engañar a su pareja (haya querido o no un hijo con ella), no le iba a quitar la responsabilidad que se le acaba de sumar a su vida; simplemente, haría que la olvidara por un rato, que se olvidara por un rato que le se acabó su estadía en El país del nunca jamás. 



Pero no hice nada de eso. 

Elegí serenarme y responder, en principio, de la forma más normal de todas, porque no me iba a quedar callada, pero al mismo tiempo supe que tenía que buscar la manera más relajada de llevar adelante mi empresa. Fue así que después le escribí y me respondió en la tarde de hoy. Empezamos a conversar, nos saludamos para las fiestas, nos reímos de juegos de palabras que fueron saliendo y esperé, sin perder el eje de mi objetivo, esperé a que entrara en clima, despacito. Esperé a que me dijera que tenía ganas de volver a verme, como sospechaba que haría porque siempre tiraba el dardo más tarde o más temprano; esperé a que me dijera "espero cruzarte, ojalá podamos encontrarnos muy pronto". 

Cuando lo hizo, después de un rato de "jugar" y de decirle que era un encantador de serpientes, yo esperé, fría (e incrédula), esperé a que se caldeara más la charla. Que el cruzarnos, que el vernos, que el azar y, especialmente, el seguir lucrando con el supuesto desconocimiento. 

 <<Hijo de puta >> pensé, cuando consideré que estaba todo el dialogo a punto caramelo. 


- Espero que nos veamos pronto, muy pronto - me decía, entre otras cosas. 
- Me lo decís como si esta fuera imposible hacerlo de otra manera - ironicé - Me das gracia. 
- Me parece que sí - respondió, ágil - ¿Vos decís que no? 
-Según... - empecé a escribir enserio - Si vos esperas que yo me siga dejando llevar por el azar y por el desconocimiento, seguro que podría ser de otra manera... - tiré de la cuerda.  
- Suena hermoso - se apuró a escribir 

<< Mirá qué rapido movés los deditos ahora, hijo de puta>> pensé.  Primero, porque yo no soy experta en hacer estas cosas pero cuando la gente hace cosas patéticas me transformo.  Y segundo, porque estaba asombrada de cómo lo dominaba el deseo, sabiendo que yo no soy una modelo ni una mina infartante; sino, una chica normal de veintiún años, y aún mismo mi normalidad, él seguía tan pagado de si mismo, pensando que yo no me iba a dar cuenta de las cosas nunca en mi sencilla vida, que me chupaba el dedo, que estaba desesperada por él y era eso lo único que me importaba.  

- Y seguramente sea hermoso, sí, seguro lo sea, de hecho - seguí adelante con la estrategia - pero antes para mí vale la buena fe a la hora de hacer las cosas bien. Y eso implica que la misma buena fe, no va a hacer que me meta en la boca del lobo, para seguir con la alegoría de tus asociaciones privadas - lo pinché, porque antes lo había llevado por caminos distintos, tirando y aflojando, para que se relaje, entre otras cosas, y me siga respondiendo así de rapidito.  

Lo único que hizo, fue escribir y borrar. 

- No es que seas desagradable, al contrario, me voy a confesar diciéndote que sos un diez,  pero yo tengo olfato que también es un diez. 
- ¿Cómo es eso? 
- Semejante desconocimiento y semejante azar, es inconducente no hermoso. Las consecuencias pueden lastimar mucho a otra gente que uno, en lo personal, no conoce. Y aún mismo no las conozca, eso no hace que se borre su entidad, existen igual. Esto no tiene nada que ver con que lo que quieras hacer vos, sino que tiene que ver con la buena fe de cada uno - remaché el primer clavo - Y para mí por lo menos vale mucho mucho hacer las cosas de buena fe, las cosas bien, aunque tenga que posponer el deseo y aunque ese deseo tenga todos los números para ser genial - remaché el segundo clavo - ¿Fui clara, no? 
- (...) - me mandó una carita. 

Sí, había captado el mensaje, fuerte y claro. 

- Que tengas una lindísima Navidad, un 2017 hermoso. Te mando un beso, Divino - remaché el tercer y último clavo. 

Y así, lo dejé que siga andando por la autopista, distraído, en más de un sentido, y con la mente llena de pajaritos. 

<<Tendrá todo lo que se le ocurra, pero cuánta carencia de valores... >> concluí, mucho más aliviada, porque cambie o no cambie en sus gestos, yo se lo tenía que decir.  Me lo debía a mi misma, a mis propios valores. 

El anexo Divino ha llegado a su fin. 

miércoles, 15 de junio de 2016

Noción de oportunidad III

Ayer por la tarde estaba en la parada del colectivo, de camino a la facultad.  La empresa de la que se desprende esta línea entre otras, tiene serios problemas económicos, por lo cual, el servicio no es bueno.  Sin embargo es uno de los que mejor recorrido tiene y de los que mayor comodidad ofrece a nivel cantidad de gente, siempre que puedas disponerte a esperarlo. Me dispuse, entonces, María Rutina que soy. 

En el estaba cuando casi al final de mi recorrido, subió un pequeño grupo de tres chicos con tres adultos. La gente fue bastante reticente a darle los asientos y llegaron hasta la parte final del colectivo, donde estaba yo; con los auriculares, la mochilla estampada en mi regazo, y un choclazo nuevo de apuntes en mano.  

Tardanza mediante, me percaté del hecho. En el asiento de adelante se había ubicado uno de los nenes de aquél grupo impar, que tenía problemas de sordera extensivos al uso del lenguaje; porque tampoco podía hablar más allá del lenguaje de señas. La puesta en práctica del mismo, en aquél contexto, despertaba todas las miradas. No obstante eso, el pequeño estaba muy alterado y mediante todo lo que estaba a su alcance, insistía en que le sacaran el guardapolvo. Fue así, mientras se revolvía en el asiento para quitárselo, que lo miré a los ojos y lo que fuí  ví me afectó. Había mucho sufrimiento en ellos y eran, a la vez, el alma de una cara tan joven... Este contraste me desconcertó y todavía estaba masticando lo que sentía, cuando ví la forma en que el compañero de asiento - que también estaba delante de mí - le cedió el espacio extra donde apoyaba sus partes, de muy mala gana. Su cara se debatió entre el miedo, el desconocimiento y la molestia. Me indignó mucho el desprecio con que lo miró, mientras esperaba para tocar el timbre que avisa al chófer del descenso, como si este niño fuera un bicho raro. 

Y en base a esa indignación,  en un gesto paradójico, dejé de mirar a la criatura para observar cómo era mirado él, por el resto de los pasajeros y esto me facilitó ver que había otra nena más acompañando. Esperé a hacer contacto visual con la mamá y le hice señas para que viniera a mi asiento, porque siempre tengo más miedo que los chicos se caigan o se lastimen en un colectivo que a caerme o golpearme yo. Además, me alegré en cierto modo, porque todos pudieran estar juntos, pensé que quizá el nene también quería esto y acerté cuando ví su cara unos minutos después, mientras conversaba con sus amiguitas. 

Sin embargo, la indignación persistió. La gente lo miraba de reojo, al mismo tiempo, con una indiferencia lacerante. Él, estruendoso como cualquier niño, haciendo uso del lenguaje de señas, mostraba cosas del colegio a sus amigas y a su madre.  Lo miré y sentí muchas cosas que no puedo explicar con palabras, ni aunque lo pretenda.  Me dije que precisamente estas cosas son las que más me disponen al rechazo por la sociedad toda y me alienta a pensar mucho sobre la hipocresía en los valores. Después me acordé que hay gente muy buena en el mundo, que mira menos y siente más, gente que mira, hace, acepta y incluye.  Un poco más adelante,en términos del señor colectivo, volví a conseguir asiento gracias a una señora que me lo cedió a mí, al ver que estaba leyendo para la facultad. Pude sacar de nuevo mi manojo de fotocopias y continuar con el tema hasta que me bajé en la puerta de la Universidad. 

<<La vida es una rueda >> pensé siguiendo con la reflexión anterior, aunque la evidencia estaba en la mirada conjunta, en la indiferencia de muchos, en la ceguera voluntaria en otros casos. Recordé por qué desde los quince o dieciséis años, uno de mis proyectos es aprender lenguaje de señas; entendí también, en paralelo y un buen rato después, que no es sólo para llevar la literatura también a esta escala, como lo pensaba en esa época, sino que escondió siempre una finalidad más seria: llevar todo lo que soy a este lenguaje; para acompañar en la misión de hacer ver que el mundo es también otra cosa ajena al desinterés humano. 


PD: las entradas que anteceden a éstas, las encuentran en el archivo que está a la derecha del blog. 

sábado, 2 de enero de 2016

Literatura cuanto menos, ficción: Nuestras estelas

I

- ¿Está todo mal, no? - susurró. 
-  Es muy extraño... - le dije, sin negar mi miedo; el hecho previsible de no saber qué hacer y no tener vergüenza en reconocerlo. 
- Vos sos... 
- Sí, no me digas... - esquivé el elogio que venía venir, él se rió, conociéndome. 
- No, de verdad, es que vos sos... - lo miré, desafiante y angustiosamente convencida de que no encontraría las palabras. 
- Veneno - me anticipé y me devolvió una mirada curiosa mientras me sentaba a su lado y lo observaba recostado tan vulnerable, hermoso, divertido, niño; aunque muy carente de adjetivos. 
- ¿Por qué decís eso? 
- Soy como un veneno para tu templanza, para tu cabeza, para tu vida toda ordenadita - enumeré escrupulosa, porque yo estaba intoxicada con lo mismo y a diferencia me reía de sus cavilaciones, esa especie de dolor de estómago ante la vida. 
- Veneno... - se rió, comprendiendo todo y sonreí de seguro muy tiernamente, porque su moral decayó ante el estímulo - ¿La verdad? Sí...  - aproximó la cabeza hacia mí y me arrastró consigo sin dudarlo, para que lo abrazara fuerte y me quedara pegada a él, un rato más, sin preocuparnos.  Era como si eso fuera suficiente, como si tenerme así aún en lo extraño valiera la pena segundo a segundo. 

II 

- Son las seis de la mañana... - lo agarré del brazo, acariciándolo despacito, acompañando su abrazo casi final - Llevame a casa, no sé, al mundo real, porque esto no lo es - me reí y me miró calladamente, como si compartiera la fantasía de habernos recluido en una caverna, digna de otra alegoría   -  Dale... vamos zapallo - aprecié, con voz tenue haciéndole las caras amorosas que no lo dejaban dormir hasta que no encontrara equivalente en mis actos o palabras. 
- ¿Las seis? - me miró, sorprendido, por el paso del tiempo juntos. Las horas habían parecido sólo treinta minutos y ante el detalle visual del reloj, se rió, maravillado. Yo, toda gestos, lo acompañé. 
 Ay, ay, ay... - sacudió su cabeza, peinándose de a poco, lejano a las lamentaciones. 
- No puedo creer que sean las seis, nuestra templanza es admirable - le corrí la mirada, divertida volviendo a la realidad de la que quería hacer mi vida diaria, con los componentes antes mencionados. 
- Toda la razón... - sonrió mientras me abrazaba de nuevo, fuerte como si quisiera tatuarme.  
- ¿Te sentiste bien conmigo? - pregunté en un susurro, después de la extensa sesión de mimos, charlas de temas inusuales, reconocimientos desde los sentidos, afecto, tiempo, mutuo interés.Bah, todo lo que en otra época de mi vida hubiera llamado amor sin pensarlo dos veces. 
- Sí, la verdad que sí... - me miró, como relajado, en un profundo sueño, manso e impasible ante todo el mundo exterior - ¿Y... vos? - su voz se mostró insegura. 
- También, me sentí así - mirándolo con honestidad, no me retiré de su lado. 

III 

Al verle la cara tan humanamente relajado, tan lejos todos, fue que le pregunté: 

- ¿Viste que no es tan malo, digo... después de todo? - él me miró y sonrió; una mezcla de tristeza y alegría se presentó en su cara, mientras que acababa de pararse para buscar más ropa de cama y me dejaba dos minutos para pensar. De a poco me iba tapando, reservándome, encuadrándome, con tanto cuidado que me sorprendió cómo alguien tan pasional por momentos tuviera semejante reserva de ternura.  

No podía dejar de comérmelo con los ojos y sé que en ese instante hice uso de toda mi intensidad visual, con una clara intención de confortarlo.  Fue aquél el primer momento donde yo tomé peso y pulso de nuestra diferencia de edad tan afilada, porque me encontré con un hombre y me sentí observada por un hombre; con toda la intensidad, mesura, liviandad, pasión, ternura, deseo, admiración y anhelo que podían implicar más de veinte largos años de margen, en especial, por la edad que yo tenía en ese momento; casi dos años menos que hoy. 

Nunca me habían mirado así y, principalmente, nunca había mirado así a la misma persona, en el mismo momento. Fue en ese instante, también, donde lo ví perfectamente como era, con sus aciertos, sus desaciertos, con su complejidad y sus complejos. Con su cuerpo así, entrado en años, con sus arrugas, con algunas canas locas, con su barba aplicadamente recortada, con su perfume intensísimo y su olor a limpio, capaz de hacer que estuviera pegada todo el día a su lado. Fue en ese momento de creciente intimidad, donde lo miré cayendo en la cuenta de todo el peso que empezaba a adquirir en mi vida, cinco minutos después de abrigarme, sí, abrigarme porque era un día frío; y empezar a caminar hacia mí. Íbamos a dormir juntos y yo como mucho me había quedado a dormir en la casa de mi mejor amiga, así que reformulé la pregunta con ironía, cautela y picardía: << ¿Dormir?>> me pregunté. <<Dormir... >> me dije, porque se le notaba de una manera inefable que literalmente quería hacerlo, quería ¡dormir!

No recuerdo haber cuestionado nada hipnotizada por todos sus gestos, pequeños movimientos e índices corporales. Aunque estaba sorprendida por el hecho, me lo callé, pues yo estaba ahí, así, a su lado, sin contrapartidas y lo único que podía hacer era observar, con honestidad, sin idealismos, sin chiquilinadas; a un  hombre que bien podría haber sido cuñado, entre otros parentesco más complejos, si yo me enamoraba de su hermanastro, que tiene mi misma edad. Lo único que hice fue mirar un hombre que había pasado por muchas cosas desagradables en su vida; a un hombre soberbio y creyente de que la plata expresa amor; ví a un hombre miedoso, vulnerable, astillado, dulce, intenso, melancólico, noble, preocupado, anhelante, con los ojos lindos de mirarme como ni en sus sueños más alocados se hubiera imaginado de mi existencia y de mi estadía pasada la cuarta década de su vida, lo cual es cierto. Vi a un tipo grande... ¡un hombre de buzón y esquina! Vi al tipo que en ese instante estaba mirando a una chica de diecinueve años, la cual en muchas esquinas hoy no ve las cosas como en ese entonces.  Ví parte de mi futuro, imaginé cómo sería vivir realmente la vida así, con lo que tenía frente a mis ojos, sabiendo el reflejo que daba a los suyos, blanquísima, pelo lacio y con rulos al final, de pestañas y uñas obsesivamente pintadas. Ví las complicaciones futuras, las apariencias, el tiempo, la muerte, los miedos suyos y míos me parecieron comprensibles, la utópica presencia de una persona joven como yo, para mí, como otro camino perfectamente asequible en el futuro; juro que en esos pocos segundos lo ví todo

Lo ví claro, fuerte y claro, con lo malo y lo bueno a la vez...  Y lo elegí. 

IV

Seguí su andar con la mirada, sin perderme detalles, teniendo totalmente en cuenta el inmenso peso que tenía sobre él la forma en que lo perseguía con los ojos. Nunca conocí a una persona que lo atormentara tanto la forma en que lo miraba pero tampoco volví a mirar a alguien así.  Mi apreciación, casi una retórica para ambos, seguía en el aire y de ella pendía su receptividad.  <<No es tan malo, después de todo >> ahora me parecía una manera tosca de expresar lo que pensaba. Lo esperé, sin decir nada, sabiendo que no me olvidaría en mi vida de esa imagen porque durante muchísimos meses había almacenado intenciones en su nombre sin hacerme tantos problemas por años que no podían cambiar de estado; dado que si yo tenía menos, si él más... a mí me interesaba saber que así quería dormir muchísimas veces, eludiendo el absoluto que bien puede encajar en este caso y me niego a integrar. 

- Miralo al señor - suspiré, divertida, cuando volvió a mi lado, sin molestarse en estar ocupando el mismo volumen de espacio, ensimismados -  ¿Te diste cuenta, al final, que yo no muerdo, no? - murmuré, porque era un anhelo profundo para mí el verlo así, vulnerable, encerrado; conmigo. 
- Nunca pensé que lo hicieras... -  dijo, sin soltarme y el que me respondiera con el mismo ritmo, como yo lo esperaba, me hizo sentir completa. Le sonreí, lo recuerdo muy bien, escondiendo la cara.  Me encantaba asistir a su lucha interior, en ese momento donde milagrosamente, todavía podía ser más fuerte que todo lo demás. 



lunes, 20 de julio de 2015

El planteo que surge a partir de Pepe

Ando inmiscuida en la preparación de dos examanes finales para la facultad. La verdad es que me gustaría decir que con el módico tiempo que tengo para estudiar estoy relajada respecto al tema, pero no voy a ser mentirosa. Hay una dosis de nervios que se solucionará conforme pasen las dos instancias, espero, y una dosis de nervios con la que tengo que convivir si pienso en el tema y se originan cosquillas en el estómago.  

Una de las instancias es oral. Eso no ayuda a pensarme relajada. Últimamente pienso en que sé que puedo hablar en público pero que a la vez el hecho es algo que me pone nerviosa si me sacan del contexto donde acostumbraba a hacerlo. Por ende la instancia oral me da más miedo por lo que es en si misma que por la dificultad, aunque si juntamos las dos cosas, tenemos la totalidad de mi intranquilidad.  He dado exposiciones en el colegio, he hablando con fines literarios más de una vez, hasta he dado clases con pequeños hace unos años, cuando era mucho más chica yo también. El punto es que ahora tengo que hablar frente a personas que van a estar evaluándome. Y, a decir verdad, no me gusta tener de los profesores una imagen de superioridad sabiendo que estoy preparándome para ser uno de ellos en el futuro. Por eso mismo, también en mi intento de humanizarlos, espero que no me traicionen los nervios y que me acompañe la educación para plasmar lo mejor posible mi exposición.  
La otra instancia de examen puede ser oral u escrita. Eso no me ayuda, aunque estoy rogando que se vierta todo para el segundo aspecto. Las materias son diferentes, pero pesadas en si mismas. La cantidad de bibliografía me parece mucha, aunque hay gran parte que la tengo ya, por lo menos, con una leída correspondiente a los primeros o segundos parciales. 
Convengamos, entonces, que todo es una cuestión bendita de equilibrio. 

Otro punto para destacar es que las materias teóricas de los estudiantes de Letras suelen ser además de muy teóricas, muy extensas, pesadas, rebuscadas o lentísimas de vocabulario. Eso significa que el irte a final o que el final sea algo obligatorio para aprobar - y descontar - materias de la currícula, implique algo más que leer rápidamente los textos. No importa que los hayas leído con atención una vez; muchas veces vuelven a requerir el mismo tiempo de dedicación por la complejidad de la sintaxis, por la necesidad de volver a cor-relacionarlo con los demás y todos estos artilugios tan propios de estudiantes. 

Algo que me pasa desde que empecé con los primeros textos es que me sulfuro por la cantidad de palabras mal utilizadas. No mal aplicadas según el contexto oracional, sino mal utlizadas porque las palabras no deben ser  relleno sino construcciones en post de una idea determinada. 
En el caso de una teoría filosófica, sociológica, psicológica, científica, literaria o incluso biológica, hay un límite entre el uso de vocabulario específico, que me parece genial y pertinente, y el uso de palabras relleno.  Uno al leer un texto académico se da cuenta de las palabras relleno y de la pulpa del texto cada vez con más rapidez conforme se ha familiarizado con ellos y con la propia capacidad resolutiva.  No hay otra razón.  

Me retuerce los nervios la cantidad exagerada de vocablos que no vienen al caso y que, fundamentalmente, no ayudan a la compresión del conocimiento. Al margen dejo los casos de las traducciones de textos alemanes o rusos originales, que te dejan casi visco por la cantidad de adjetivaciones que tienen en cada párrafo, dado que rusos y alemanes tienen muchísimo más vocabulario en sentido literal. Mientras que para el castellano hay una forma única de llamar a determinada cosa, en estos idiomas, hay varias. Esto implica que más allá de una riqueza admirable en cuanto a su lengua, las traducciones que se presenten en el camino de un lector no habituado a este tipo de pomposidades, se quiera cortar las pestañas con tijeretas chinas.  Y si hablamos de un estudiante universitario con el tiempo contado, las pilas de apuntes dispuestas sobre la mesa y la fecha de parcial latiéndole bajo el traste, estamos pintando un panorama específico y llamado de una sola manera: necesito un resumen del resumen del resumen. 

En mi caso, no cuento con resúmenes de las dos materias para las que estoy estudiando a excepción de los que yo misma me hice. Me llevaron días enteros pero ha valido la pena, porque me alegro de tenerlos ahora. Cabe destacar que yo no estoy acostumbrada a usar resumenes a excepción de materias muy complicadas o muy detallistas.  
Mi manera de estudiar es bastante tosca: yo voy al texto base, al material original y lo leo hasta entenderlo, hasta captar la idea que trasmite el autor. Me interesa ir hasta el fondo, el corazón de la teoría, porque de esta manera activo la capacidad relacional con todo lo que yo considero complementos. Complementos pueden ser resumenes de la cátedra, preguntas, videos, apuntes míos de clase, apuntes del profesor, libros que te da la cátedra además de los apuntes. El punto es que si no entiendo lo básico, cómo podré comprender el resto. Por esta razón siempre empiezo por lo más duro.    

Y cuando empiezo por lo más duro, surge esta pregunta: ¿por qué antes de decirte "Pepe compró dos pantalones después de una ardua elección" optan por aplicar adjetivos y adverbios en una misma oración haciendo que se pierda la noción de los sujetos en relación al resto de los constituyentes? 

El resultado es algo más o menos así:  "Pepe consideró comprar un número par de determinada prenda de vestir utilizada por hombre, mujer, niño, niña, caballo o perro. La misma, no es remera, no es camisa, no es campera... Además, tampoco puede considerarse que la misma sea la única prenda que Pepe desea comprar, por lo cual, el primer postulado quedaría rebatido en caso de que Pepe deseara también comprar zapatos, una máscara de pestañas para su hija Lucía - que no usa máscara de pestañas - o un litro de licor para su primo Germán, abstemio por natulareza". 

Otro punto que no me parece aceptable del todo es la necesidad de usar demasiado vocabulario para parecer pretencioso. Yo entiendo que los adjetivos, el uso de palabras quizá un tanto excéntricas, a veces, le dan un cuerpo más curviléneo - por así decirlo - a nuestros discursos. De verdad, lo entiendo. Y me parece bien desde el punto de vista que todo adjetivo puede quedar maravilloso, pero sólo si está asentado en las bases de un discurso con contenido, de un algo interesante que se quiera comunicar.  Ése es el punto, a mi ver. El interés tiene que estar necesariamente ubicado en el contenido del discurso, no en todo lo que yo veo como decorativo. No es tampoco un planteo de comunicación o escritura tosca, lo que me gustaría. Es precisamente un planteo - el que siempre se me aparece - de una comunicación o una escritura tomadas como lo que son: recursos para llegar a los otros, para expresar lo que cada uno tiene para decir.   La pomposidad usada en medios de comunicación, artículos de revistas, libros, artículos académicos, investigaciones científicas, aleja. Y cómo es posible, me pregunto, que un postulado de cualquier tema aleje, a través del vocabulario demasiado complejo, si justamente por esto renuncia a lo más importante: comunicar. 

Hoy en día todo se divide entre lo que se denomina pobreza en el lenguaje (mal uso del lenguaje, deformaciones del lenguaje, falta de conocimiento del lenguaje) y exorbitancia del lenguaje (uso abusivo y hasta elitista del lenguaje). 

No hablo de un lenguaje tosco, insisto, sino en que no se empiece a confundir la pomposidad - eso casi barroco que se ve, a veces, en el lenguaje y específicamente en la escritura - con el vocabulario específico de cada postulado. Porque es necesario, e incluso obligatorio, el uso de vocabulario específico en teorías, explicaciones y desarrollo de ideas;pero también es un exceso cuando además de vocabulario específico para asimilar hay que desmenuzar ideas dentro de un entramado oracional. 

¿Cómo acercar todo esto al otro que necesita comprender? ¿Existirá un punto medio? ¿Cómo bajar el conocimiento y hacer mucho más palpable esa cortina de abstracciones que, por momentos, son los textos? ¿Cómo poder mediar? 

De verdad, mi objetivo el día de mañana, como docente de Letras, como Licenciada en Letras, está ubicado en este sentido. Si Dios, la vida, la suerte y la lucidez me acompañan, veremos qué sale de lo que hoy son solo ideas. 

Mientras tanto, sigo pensando en mis finales.