Me levanté, procurando no hacer demasiado ruido, y fui caminando en puntas de pie hasta el baño. A tientas prendí la luz del pequeño recibidor en la entrada de la habitación del hotel y me escabullí. Lo primero que hice, considerando el estado de situación, fue mirarme al espejo. Recogí el enorme caudal de pelo que me caía sobre todo mi torso e intenté hacerme una especie de peinado recogido. Y, un rato después, cuando ya estaba lista para volver a mi normalidad, con mi neceser de productos de belleza y aseo cerradito, opté por cerrar el ritual cepillándome los dientes. Entonces, lo ví. El papelito del avión que indicaba procedencia y destino del pasajero descansaba en uno de los estantes del baño. Curiosamente, cuando Galeno había ido depositando sus productos de aseo y el resto de sus cosas, aquéllo se le había olvidado allí.
Ésa fue la primera vez, en medio de todas esas horas juntos, que yo tomé noción de que iba a tener que volver a su casa. Porque, la procedencia del pasaje, marcaba otra provincia distinta, aunque cercana, a Buenos Aires. De nuevo miré el ticket una vez más y seguí cepillándome los dientes. Las muelas, los molares, las paletas. Punto de salida y punto de llegada. ¿Nosotros? Punto de encuentro. Escupí en el lavamanos los restos de pasta de dientes y me mojé la cara. Suspiré. Di una última mirada en el espejo a mi reflejo antes de volver a la habitación.
Y entonces, lo ví.
Galeno había girado hacia el medio de la cama, buscándome, y estaba considerablemente más despierto. Me miraba pasear ligera de prendas por toda la habitación, evitando hacer ruido, lo que me hacía incurrir en acrobacias.
- ¿Qué? - dije muy despacito, para no molestarlo.
- ¿Te vas a ir?
- No, no - volví a susurrar - Fui al baño.
- Pensé que te ibas a ir
- No señor, no - musité.
Y lo miré, cuando acabé de divisar mi ropa, suspirando.
Galeno me miró y apoyó la cabeza en la almohada.
Sin dudas, ésa sería otra de las imágenes que me quedarían tatuadas en la memoria. Galeno mirándome, despacio, sin hacerme sentir avergonzada por mi cuerpo o por mi peso o por mi piel o por lo que fuera. Galeno siendo igual que yo, un ser humano, vulnerable, en esa situación, sujeto a mis ojos y a la observación.
- Vení un ratito - dijo.
Y es que, cuando Galeno quiere decir ratito, en realidad, me está diciendo vení un cachito, vení un poquito, acercate.
- No me voy a ir, no temas - le dije, acercándome, y sonriéndole levemente porque decirle que no tuviera miedo, a secas, me había parecido demasiado solemne.
Me senté de su lado de la cama y le acaricié los brazos.
- Tranqui . Dormí. Descansa que no te voy a morder - le dije, acariciándole la frente para que concilie el sueño de nuevo.
- Ya sé. Pero yo quiero que te acuestes de nuevo conmigo... - dijo, y me atrajo suavemente hacia él - Así puedo dormir abrazado a vos
Me reí.
- No me lo digas con tonada... No, porque me muero - bromeé.
- Sí, dale, vos sos la que tenéeeeés tonada - se defendió, riéndose, porque me ha dicho que los porteños hablamos marcando mucho la doble ele.
Yo todavía pensaba en el ticket olvidado en el baño. *** - Buenos Aires. Buenos Aires - ****.
Galeno me atrajo hacia él del todo y yo me dejé llevar, sin pensar en ese papelucho. Corriendo las sabanas de donde molestaran, en la oscuridad más sensorial de todas, pasó sus dedos finos y prolijos por la unión entre mi oreja izquierda y mi cuello, acariciándome. Su cuerpo entero expelía ese olorcito al perfume francés que yo había elegido para que se pusiera esa noche. Era mi gloria, mi gloria personal y privada, que me tocase con sus manos suaves y acercara al mío su cuerpo perfumado. Me gusta mucho éste, le había dicho, mientras me mostraba las cajas y los envoltorios de los frascos que se había traído de su última instancia en París... Y lo había mirado con cara de circunstancia, anhelando comprometerlo sensorialmente para que usara uno. Ése. El que quería. Sí. Aquél olorcito del primer día, tapándome los pensamientos. Era mi olfato festejando y todo el resto de mis sentidos complacidos. Sí, un hallazgo. Mi gloria personal. Sí, un hombre con sensibilidad social, detalles burgueses, y sin embargo, la compilación de cualidades necesarias para lograr que yo estuviera así, feliz, entre sus brazos.
Después, sucedió lo obvio, ya que me desmoroné ante ese contacto, y el ramalazo de sensaciones tan intensas que me convocó y desconecté le camino de la sinapsis. Él se rió por lo bajo, complacido, y me cubrió de besos la frente, la nariz, los pómulos, la barbilla, el maxilar, el cuello... Se reservó la boca para el final, cuando yo ya estaba rogando que me besara para poder corresponderlo y me dió un beso tierno, lento, pero muy grato. Se lo devolví, más mimosa que intensa, aflojándome bajo sus manos y pasando mi nariz desde su cuello hasta su pecho, dejándole algunos besos más, pequeñitos, como de yapa.
Después de eso me di la vuelta, él pasó una mano a través de mi cuerpo, para abrazarme y deposité la mía encima de la suya para acompañar y consentir el contacto. Estiré el cuello mientras me acercaba a una almohada y lo apoyé. Galeno olió aquel punto donde confluyen el cuello, la nuca y el cuero cabelludo y depositó muchos besos. Besos suaves, intensos, húmedos, pero siempre, bien dados. Increíblemente bien dados. Al punto de anhelarlos como pocas veces quise algo.
- Dormí, dormí - musitó - Dormite tranquila - dijo.
- Sí, estoy tranquila - dije y suspiré.
Ese suspiro, fue mi entrega.
Ese suspiro, fue mi entrega.
Nunca pensé, y lo noto ahora, mientras escribo, ordenando los acontecimientos y los detalles vividos aquéllos días, que fuera a estar tan tranquila, tan realmente tranquila en sus brazos, después de cinco años de tener el corazón, y buena parte del cuerpo, totalmente cancelados.
* expresión utilizada por el individuo antes mencionado, para caracterizar nuestro contacto físico, que, dicha con su tonada, me puede.