Hace mucho que lo sé, y desde antes, ya me había dado cuenta. En mi grupo más o menos estable de la facultad, subterráneamente a lo académico, se desarrolla una historia de amor. La misma se da entre uno de mis compañeros y una de mis compañeras, aunque, ésta, no es, lamentablemente, una de esas experiencias que, por ahora al menos, vaya a tener llegada en un buen puerto. Pervive por gracia y obra de la resistencia de uno de los protagonistas, por esa necedad que, se nota, está dirigida por el obstinado corazón que todos los seres humanos tenemos, y que de vez en vez, se usa para algo más que bombear sangre. Pervive, simplemente, porque el amor, cuando es realmente así, suele exceder la razón de las personas y conjugarse en contra de la voluntad, para encaramarse en los límites más altos del sentir; del sentir todo, todo el tiempo, con total intensidad.
Todo comenzó a principios del año pasado, cuando mi compañero conoció a la chica. Al mismo tiempo, yo vislumbré que algo había cambiado para él. Pasó de ser un chico callado, discreto, inteligente - muy muy inteligente - a ser una persona más abierta, pero especialmente, dándole todo lo mejor a ella, es decir, su discreción, su aporte y su brillantez para las letras, entre otras tantas cosas.
Un sábado a la noche, después de terminar un trabajo, estábamos tomando una cerveza con él y otro compañero más, en un bar (sí, hago grupos con todos los varones de mis comisiones, desde que entré a esta Universidad). Salió el tema de esta chica. El tercer concurrente de esa noche le preguntó al protagonista de nuestra historia, si le gustaba Mengana. Él confesó que sí, entonces, mi compañero, le dijo que a él también le parecía una piba piola, pero que había notado que su camarada le había echado el ojo y, por ello, le dejaba libre el camino. Me gustó, lo recuerdo, esa demostración de códigos; me pareció que hablaba bien de ellos, ya sea por la pregunta o por la sinceridad. Los tres, en ese sentido, mantuvimos un armonioso silencio y el secreto quedó sepultado en los códigos de grupo.
Con el tiempo, y con la pretensión de aglutinar a la chica a nuestro grupo, yo intenté afianzar relaciones; asunto que funcionó, porque además, se incluyó esta chica con sus compañeras más cercanas. Se gestó algo grande, numeroso, con diferentes niveles de afinidad. Mi compañero, el enamorado en cuestión, aprovechando este aluvión, se acercó a ella y se dedicó a hacer grupos de estudio, donde sea que la incluyeran, durante un año entero de carrera. En ese transcurso se ganó su simpatía, su compañía, casi creo que también su cariño; pero - considero - nada más.
Progresivamente, y en silencio, ví como crecía la estima que se transformó en amor de parte de él y, sin saber más datos de ella, a mi manera de ver, la intuí muy afuera del vinculo, pero jamás me animé a entrometerme. Sólo quise que todo se diera vuelta, para mi compañero y que fuera feliz. Aunque nunca me animé, tampoco, a hablar con mi compañero sobre el asunto de una manera realmente sincera porque siento que no me corresponde.
Lo siguiente, no sé sé cuándo fue que se dió. Si mal no recuerdo la charla con ella, surgió un día dónde estábamos descansando en la facultad, luego de haber recolectado cosas para un trabajo urgente. Habíamos pasado todo ese día juntas, esperábamos a otras chicas para irnos a la casa de una de ellas a iríamos a estar, literalmente, las veinticuatro horas siguientes sin dormir con el propósito de poder terminar una entrega para la tarde-noche siguiente. Por lo cual, entre mate y mate y mate... Se nos fue estirando la lengua a todas, respecto a nuestras vidas, y ella, por su parte, se abrió. Y fue así que me contó más de su vida amorosa-sentimental, aunque jamás mencionó ni por bien ni por mal a mi querido compañero. Al respecto de su historia de amor, también no correspondida, supe que quiso mucho a un ajeno, es decir, nadie que comparta cursada con nosotros, ni algo que se le parezca. Este muchacho concurre a la misma Universidad, estudia nuestra misma carrera, y la deja estaqueada en la mitad de los pasillos, de una forma que realmente es seria. No la quiso, aparentemente, hasta donde sé y me contó; pero ella, mal o bien, lo quiso mucho.
II
De mi parte, muchas veces, los miro ser juntos y me entra una sensación agridulce en el cuerpo. Noto que él la trata como ella merece, pero asimismo, ella es incapaz de verlo, aunque tampoco tiene la culpa de eso; simplemente, no está conectada a la misma frecuencia y, si lo quiere, es como un buen amigo. Para ella, él es su compañero bueno, la persona que siempre está; la que le explica las materias difíciles; su compañero de estudio, el chico que invita a comer a su casa y quien incluso se ha quedado a pasar la noche entre mates, lecturas y demás; pero a quien nunca se ha acercado más de la cuenta. Él le propone ir a recorrer puestos de libros usados; cosa que nos fascina a los estudiantes de Letras cuando nos mandan obras viejas, extrañas o que ya no se editan más. Ella va. Él le recomienda un texto, ella lo lee. Él le discute las cosas, y ella, se presta. Sin embargo, está tan ciega, tan sumida en su mundo y su pena, que ni siquiera se da cuenta cómo la miran con una infinita ternura, con qué infinita ternura. La misma ternura que le encomienda a un tipo que se pasea por la Universidad sin importarle nada, de nadie, y tampoco de ella.
III
Desde que empezamos las clases, este cuatrimestre, ella se ha pegado más a mí. Él, por lo mismo, se ha alejado un poco, aunque yo me sigo acercando cada vez que puedo, porque sé que no tiene el problema conmigo, sino, con otra persona.
Sin embargo, lo central es que cuando los veo me pasa algo curioso. Por un lado, a ella la entiendo desde la identificación de género, es decir, desde muchas de las cosas que siente, que son propias de un universo referencial y emocional muy propio de las mujeres. Tiene unos pocos años más que yo; en este sentido, no hay dificultad para entenderla, sino, todo lo contrario. Por lo general, si necesita una mano, se la doy. Noto que le da mucho trabajo salir adelante después del desamor y se la nota una buena chica; una chica que es sensible, movediza, algo inestable si se quiere; pero es incapaz de lastimar o hacerle daño a alguien. Veo mucho de mi pasado en su dolor, esa sensación de desamparo, y en su momento, yo sé que tuve la suerte de tener a mi lado a mi familia y a mis amigos. Entonces, ¿por qué no hacer algo por más mínimo que sea? Por otro lado, con Él hace mucho que no hablo, aunque estoy segura de que sigue enamorado y dolido por ello.
Si fuera por mí, preferiría no saber lo que sienten. Quisiera que a casa paso no se fuera dejando a la vista que no se corresponden, para mis ojos, que son simples testigos.
De parte de él veo que la situación de ver a la chica que quiere todo el tiempo con la ñata contra el vidrio, lo está marchitando de a poco. De parte de ella, veo que no entiende por qué está agresivo, esquivo y raro.
Se pelean bastante, por cualquier idiotez, aunque en el fondo, se nota que se llevan bien pero para el amor llevarse bien no alcanza. Quizá mi compañero lo sabe y mi compañera lo note, en relación a su historia. Mientras tanto, él la mira, da vuelta la cara con gesto de arrepentimiento dulce, aunque al rato se voltea de nuevo. Ella, a su vez, se pierde en sus propios pensamientos y sigue trazando planes para esquivar al viejo amor que recorre la facultad sin percatarse de nada.
Desde afuera, entre novelas, clases, trabajos y grupos; los observo. Uno en mi cabeza sus dos historias, sus vidas, los imagino juntos, los pienso juntos, les creo ficciones. Los pienso mejor por separado, cada uno, con otras gentes. No me decido a nada, sólo pienso en escribir sobre ellos, en el rumiar mis ideas, porque un ápice de algo que todavía no comprendo me hace sentirme cerca de eso que veo, de algún modo. No obstante, agradezco muchísimo el ser solamente una testigo del asunto, involuntaria, si se quiere. Luego recuerdo que, cada uno de nosotros, aún con diferentes protagonistas, muchas veces a lo largo de nuestras vidas tenemos que atravesar los mismos escollos, porque son lecciones generales, con algunas variantes particulares.
Entonces aparece en mi mente la imagen de mi nuevo mejor amigo y me río, con ironía...