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sábado, 6 de marzo de 2021

Los terribles dos

 Hoy pasé el día con mi sobrinito porque le festejamos el cumpleaños a mi mamá, que fue el miércoles.  ¡Jesús, María y José! ¡Qué liero está este pibito hermoso! ¡Nos sacó canas a su madre, a las dos tías, y a su abuelita!  Se escapaba de nuestro sector seguro y corría, corría y corría de aquí para allá por todos lados. Y ahí detrás nosotras, persiguiéndolo, y cuidándolo. ¡Qué agotador y estresante es correr y estar detrás de un cachetón con piecitos rápidos todo el día! 

No había nada con qué conformarlo porque, del mismo amor, se entusiasma demasiado cuando nos ve y más si vamos a pasear consigo. De esta manera, se pasa de la raya y llega un momento donde no sabe ni él mismo lo que quiere y se porta muy muy mal. De todos modos, todos tratamos de entenderlo ponerle límites, y mantener los nervios en su lugar...  porque todas lo adoramos. 

Esto, de hecho, conocer a un niño de primera mano, cambiarle pañales, alimentarlo, dormir consigo, consolarlo o sentir un montón de miedos respecto de un montón de cosas (que yo jamás había vivido hasta que él nació), me hizo preguntarme si alguna vez me gustaría tener un hijo. Con mi sobrino comparto un amor profundo y enorme, pero también, siento una responsabilidad sobre él que jamás sentí por nadie. Él confía en mí para que lo cuide, se deja cambiar los pañales por mí, se queda dormido a mi lado, jugamos, lo baño; porque mi hermana también confía en nosotras. Pero, con todo eso, entiendo lo difícil que debe ser tener hijos... y cada vez me convence menos la posibilidad de ser mamá.  Creo que es algo que no deseaba, que no deseo ni loca, y que tengo mis serias dudas si alguna vez desearé. 

De hecho, si algo compartimos con mi otra hermana, es la sensación de que no nos vemos ni locas siendo madres. A menudo lo conversamos y nos damos cuenta que vemos igual un montón de situaciones y que el hecho de ser tías nos hizo conocer aún más lo que implica tener un niñito muy cerca. 

Hoy, de hecho, cuando terminamos el sábado agotadas, nos miramos y dijimos: "siempre tías, nunca intías", mientras nos reíamos, porque no podíamos creer que esté tan travieso. 

Igual, al chiquitín, lo amamos, en sus terribles dos, seis o mil. Es nuestro sol. Pero dejame siendo tía. 


miércoles, 25 de diciembre de 2019

Silencio

Creo que si algo deseé siempre es encontrarme con una persona que fuera capaz de respetar mis espacios. 

Desde muy pequeña he sido de esa clase de niñas que no se escuchaban en la casa, no por estar retraída, sino, por estar leyendo o dibujando. Con el paso de los años, en la adolescencia, el arrebato por la lectura se intensificó y el silencio se acentuó porque el dibujar fue reemplazo por el escribir, lo cual seguía constituyendo una actividad silenciosa. Con mi familia era un niña sociable, llena de atenciones, mimada, y sin embargo, no era por eso revoltosa ni traviesa, en búsqueda de la atención todo el tiempo.  Cuando pasé la adolescencia, e ingresé a la vida universitaria, mis hábitos relacionados al estudio fueron haciéndome una jovencita muy silenciosa. Estudiar una Licenciatura en Letras, esto es, estudiar Literatura implica leer muchísimo, analizar muchísimo e interiorizar mucha información; es decir, hacer mucho silencio para poder interpretar lo necesario en los textos críticos como literarios. 

Al día de hoy, no sólo que sigo estudiando la misma carrera universitaria, sino que también trabajo en un lugar donde me debo el escuchar a gente cuando, francamente, no me interesa hacerlo.  Y es por eso que revaloricé el silencio de una manera abismal. Hay momentos donde no quiero oír a la gente decirme nada - aturde estar tantas horas hablando por teléfono por día, a decir verdad - y existen otras veces donde siquiera soporto la música.  Sólo necesito eso, silencio, para relajar mi mente. 

En relación a ésto, y manteniendo el aturdimiento, el primer fin de semana que pasé con Galeno a mí había algo que me preocupaba un poco: hablar tanto. Si bien tenía deseos de hacerlo, hacía muchísimos años que no me exponía físicamente a una persona capaz de conmoverme para darme a conocer... Y, claro, como es de suponer, aquéllo lo sentía como un gasto extra de energía que no sabía si me iba a terminar hartando o iba a terminar disfrutando... Yo solamente anhelaba lo mismo de siempre: un hombre que respetara los espacios propios para poder elegir quedarme a su lado libremente; movida por la decisión real de preferirlo cada uno de los días por sobre el resto de las otras personas. 



La primera vez que ocurrió ese silencio tan especial, con Galeno, fue cuando estábamos cenando en la pizzería en plena Calle Corrientes y mirábamos a nuestro alrededor. Había tanta gente del otro lado de la ventaba que, mientras disfrutábamos de una de las pizzas más ricas que he comido, de pronto nos quedamos callados. Y lo cierto es que no fue algo que pensé, ni por lo que me incomodé, sino que ocurrió de pronto como desarrollo natural de nuestras formas de ser, y encajó. Porque el silencio se pronunció hasta que unos largos minutos después retomamos la charla y, sin embargo, aquéllo no simbolizó una irrupción en el equilibrio inusual que se estaba estableciendo.  La segunda vez fue mientras caminábamos por Plaza Serrano, mirando los puestos de diversos artesanos, y buscábamos un regalo para Frutillitas, su hija, que le había pedido que le llevara algo como recuerdo de ese viaje.  El resto de las veces fueron, siempre, después de un contacto físico intenso y tierno que fuera capaz de reemplazar las palabras. 

Pero hubo una muy especial y fue, claro, la última noche que estuvimos juntos antes de volver cada uno a su casa.  Porque allí nos quedamos callados durante muchísimo tiempo, abrazados, disfrutando de esa paz y esa forma de compartir que no implica estar encima del otro todo el tiempo. 

Galeno me acarició, me peinó y me besó la frente y la cabeza, pero no habló, porque tampoco tiene la necesidad plena de estar todo el tiempo diciendo, sino, más bien, corre más del lado de la observación.  Y yo me di cuenta que había encontrado finalmente al hombre con el cual el silencio no me incomodaba. Con el que podía estar en la misma habitación, en el mismo colchón, en el mismo momento, después de haber pasado muchos días, casi todo el tiempo juntos, y no me agotaba.  Porque era un hombre con el que no tenía que fingir, ni explicar muchísimas cosas, ni mentir... Porque nuestros dos silencios, se llevaban, gracias a Dios, de maravillas.  Porque podíamos estar allí, acostados, recién bañados, como hemos venido al mundo, y en silencio, sin sentirnos fuera de lugar, aún mismo, nos lleváramos muchos años de diferencia.  

Sí, siempre deseé encontrar una persona con la que pudiera compartir todo, pero también, el silencio. Siempre deseé con todo el corazón cruzarme con una persona que no viera nada de malo en eso de estar con el otro desde la presencia del cuerpo, desde la respiración, desde la certidumbre de que su espíritu está con nosotros y no tanto desde la palabra, como si hubiera que rellenar huecos. 

Porque hay momentos que solo pueden ser disfrutados así, sintiéndolos, no hablando. Y con Galeno, en nuestro fin primer fin de semana juntos, descubrimos que eso no suele darle con tanta facilidad y con tanta comodidad, tan seguido. Por eso, lo volvimos a revalorizar una vez más. 

No es , entonces, decirle a ése otro todo, todo el tiempo. Es, más bien, estar con ese otro mucho tiempo, y que cuando un silencio no te incomode, te sientas finalmente satisfecho. No es que el otro se acuerde de memoria, haciéndote reír sorprendida, el color de toda la ropa interior que usaste a su lado. No es que le encante la producción. No es que te mire las uñas esmaltadas en el medio de una heladería y sonría , ni tampoco, que te huela el pelo mientras te lo peina, larguísimo, y te pide que no te lo cortes, porque le encanta.  No es que se ría de tu tonada. Tampoco es que te confiese que además de deseo físico, en esos momentos donde no tiene límite de espacio con vos, le da una enorme ternura ser acariciado y besado por tu boca o tus manos. Mucho menos es, aunque parezca lo contrario, que privilegie tu propio disfrute antes que el suyo, sólo para enseñarte a tocarlo sin miedo al rechazo o al arrepentimiento intempestivo. Tampoco es el hecho capital de que se dedique a besarte todo el cuerpo, sin pedirte nada a cambio, sólo que lo disfrutes. No es compartir un helado, parecer dos turistas, caminar mucho o sacar fotos. No es admirarnos por ediciones de libros o conversar mientras miramos los anaqueles de una librería. No es, únicamente, charlar de Medicina o de Literatura, con naturalidad. No es que le haga chistes sobre el médico más codiciado de su servicio.

 Es todo eso y además que, cuando se dé, el silencio no dé miedo. Que el silencio nos una, cuando lo vivimos juntos. Porque lo más curioso de todo sea ese juntos. Que haya tenido que esperar veinticinco años y 900 kilómetros para encontrar a mi compañero en el silencio, y que exista, contra todos mis pronósticos y las dudas que haya tenido. 

Sí, increíblemente, todo es aprendizaje.

Inclusive, lo que no se dice.

domingo, 14 de abril de 2019

Viernes

*viernes a la noche*

Limpiando mi habitación, que parecía más bien una trinchera, la música acababa de dejar de sonar. Un sahumerio desprendía su olor mágico. Yo corría y revisaba la ubicación de los muebles, con franelita en mano, sabiendo que no tengo tiempo suficiente para hacerlo todo en los horarios más habituales o a lo largo de las semanas más atareadas. 

Cuando el celular suena, realmente, no lo escucho.  O quizá no lo quiero escuchar. Pienso en que no tengo ganas de leer el chat del trabajo, pero tampoco, el chat que tengo con mis compañeros sobre las diferentes materias que estoy haciendo en la Universidad. Me digo que es viernes. Noche de viernes. Me hace bien saber que estoy limpiando, mandando ropa a lavar, haciendo algo que venía posponiendo desde hace una semana entre las dos actividades en las que ahora se juega mi vida.  Sólo quiero disfrutar ése momento. Limpiar y dejar todo divino antes de acostarme.

Cuando ya casi estoy por terminar, rescato el aparajeto móvil desde abajo de una pila de pendientes más, los últimos que me quedan. La luz de una notificación me obliga a desbloquear y leer. Es raro, a esa hora, - me digo - que me escriban sólo un mensajito y yastá. Un sólo mensajito, no veinte ni dos. Uno solo. 

Quién será, me pregunto. 

El Reo. 

Quizá lo mejor, en ese momento donde leo su mensaje, sea llamarlo así. Él es Reo, no por lo culpable o lo delincuente, sino, por lo precisamente por lo... reo. Un hombre con esa mezcla entre pillo y barrial, totalmente antiburgués. De esa clase de tipos a los cuales no les cabe una y van al frente y te dicen las cosas. Que tienen códigos de la calle, pero que por otro lado, tienen mil noches cargando en sus espaldas y le ponen cintura a la situación.  Que tienen gira, pero además, otra vida, esencialmente, muy diferente a la de uno que se pasa un viernes a la noche limpiando. 

Me siento como si fuera una nena buena sacada de los cuentos cuando hablo con El Reo. Y se lo hago saber, intuyendo que no me subiré a su caravana. Que, siempre y cuando le guste una mina como yo, va a tener que suscribir a mis prioridades del mismo modo en que yo puedo entender su edad ( largo el camino y pesadas las piedras...), el hecho de que sea papito pero además padre de dos chicos y el hecho capital de saber que cada uno hace la suya y, en especial, que la hará. Que debe ser así y que está perfecto que así sea, siempre y cuando, se acepte que se tiene una vida propia, diferente, y propia a la de ese otro que miramos.  Y que no se lo debe al otro correr de ese lugar... Que hay que respetarlo en su etapa, en su tiempo, con sus proyectos o con la escasez de... siempre de acuerdo a lo que se esté dispuesto a aceptar.

Porque... ¿Compartir? ¿Qué?  Nah, no le pongo ni dos mangos a esa posibilidad. No siento que tenga nada que compartir con una persona como El Reo más allá del ser usuarios del español rioplatense. Pero... es tan reo que no da tiempo para un planteo reflexivo, él simplemente te la tira.

Porque es así, tiene otra dinámica de la cosa. Tanto que un día me pide que le avise, así me pasa a buscar por la Facultad y nos vemos. Que cuando yo quiera. Que a él no le molesta. Que así no ando a esa hora por ahí. Que así no viajo en bondi. Que, como él trabaja ahí cerca sabe, claro, que es una zona de mierda para que una piba joven ande a las diez de la noche sola. Mofo. ¿Por qué piensa en esas cosas respecto a mí y al mismo tiempo no me vé pisando una cancha de fútbol? No es el primer tipo que me lo dice y enarco una ceja ante la curiosidad. Le explico que cuando le pido mi papá me busca, pero al mismo tiempo, lo cargo. "¿Qué sos vos, un pastor, un buen samaritano?", porque me da risa, me parece suelta su forma de hacer las cosas.

Se ríe.  Le causa gracia la comparación. Yo también me río. Éste tipo no tiene nada que ver conmigo y es tan fácil darme cuenta que la única palabra que asoma frente a una charla consigo es la obsolescencia; un "es cualquiera esto".  

 El Reo sabe, de todos modos, detalles tales como que que laburo y estudio. Sabe que casi no tengo vida ahora además de esas dos esferas. Aún sabiendo mi edad, me dice que parezco de dieciocho años físicamente, que no me dá ni loco la edad que realmente tengo. Le explico que a nadie le pasa eso, que no es original, en tono burlón. Se ríe. Le aclaro, mediante otros tópicos, que tengo la cabeza de una mina de veinticuatro y responsabilidades a la orden de esa edad. Cuando me hace saber que lo comprende, pero que pensó que era una nena, yo le respondo que las apariencias engañan. Y añado, además, que cuando me dice que soy una nena me hace acordar a Francella y que tampoco es taaan así. Que no se haga acá el superado, pienso con sorna.

Escucho sus audios y le mando un par. Me da placer no darle demasiada pelota a los modos. Al ser tan llano todo con El Reo, no siento presión ni necesidad de complejizar las cosas. El tipo la hace corta, y yo le hablo cuando tengo ganas. Él me escribe cuando tiene ganas. Nos pasamos los números porque un día, después de dejarnos millones de likes, tuvimos ganas. Pero nada más. Y en ese nada más, está el nada menos, es decir, la rareza de que dos personas que son el agua y el aceite, se manden mensajes cortos como chispazos. 

Aunque, la verdad sea dicha: sé que me ve como una piba joven, pero también reconoce que hago cosas. Si antes de responder me pregunta si estoy en clase y me dice "prestá atención a lo que dice la profesora, no me hables", mientras que yo enarco una ceja y en el recreo lo burlo con un "¿y vos, me estás retando?", para ubicarlo en la palmera.  Me  lo da a entender cuando insiste todo el tiempo en que está bien que lo haga, que estoy ocupada, que en esta etapa de mi vida me corresponde hacerlo, que me caliente por estudiar y por laburar.  Que tenga prioridades. Y dice, además, que ya voy a tener tiempo para todo, que si voy a la Cancha de **** - como va él, con todo el grupete los findes - no voy a querer dejar de ir, pero que ahora... 

Entonces ¿un mensaje? ¿Para qué? 

II

- Buenas noches - me dice. 

Enarco una ceja. No entiendo qué hace el reo escribiéndome si soy lo más anticristo de su mundo. Soy como la clase de persona con la que no se entendería jamás, al margen de lo físico, y él es eso mismo para mí. Un reo que me gana desde el humor pero no pertenece a mis horizontes. Un tipo que le inculca a sus hijos todo lo que él no hizo y se ocupa de ellos y se encarga de ellos, pero que como hombre, ante mí, es diametralmente opuesto en su cosmovisión, en su pasado, en las elecciones que hizo en su vida y en las prioridades que se pactó. No habla, sin embargo, desde el lado cansado del mundo y eso me parece bueno. Sin embargo, con toda su vida resuelta y toda mi vida por forjar, no quiero sentir ningún apego ni compromiso, ni siquiera, ningún peso mínimo de responder. Y sé, porque en algo afilé mi intuición luego de ciertas cosas, que él tampoco los quiere. Si no, ya los habría asumido o hubiera continuado asumiéndolos.  Ni más, ni menos.

 ¿Qué seríamos, entonces, capaces de compartir más allá de algunas buenas noches? "Que haga lo que quiera, mientras que no me joda", pienso, porque siquiera fichar a un tipo con hijos es todo un temón al menos para mí, que siempre fui del club "hijos ajenos no". 

 - Gracias, igualmente - le respondo - ¿Cómo estás? 
- Bien, todo bien. Cansado. 
- Me alegro, yo estoy igual. 
- Me voy a ir a dormir, ahora - me avisa, haciéndose el interesante. 
- Yo igual. Descansá. 
- Mis niños ya se fueron a dormir, y yo los sigo - me aclara. 

Sonrío con cierta ironía. Me acuerdo que El Reo tiene dos nenes. Bah, un nene y una nena considerablemente adentro de la pubertad. 

- Descansen los tres. 
- Gracias. Besos. 
- Besos para vos. 

miércoles, 6 de marzo de 2019

Click

En horas rindo un examen final más. Es extraño decirlo, y mucho más pensarlo desde éste lugar, pero no puedo dejar de estar contenta por tener examen. Y es que, quizá independientemente de los resultados, el ejercicio de apreciación y valoración que se inauguró desde el momento donde cambié enormemente mi rutina y mi ámbito, se haya extendido a otros estratos insospechados: y esto desemboque nada más y nada menos que en la felicidad por tener que dar un parcial.  Sí, si bien estaba pasando un período de bastante aletargamiento con mi carrera, durante el año anterior, ahora estoy muy... agradecida con ella. Es como si hubiera caído en la cuenta de lo importante que es estudiar en mi vida, de lo mucho que me gusta, de lo mucho que lo disfruto y de lo importante que es por lo menos para mí. 

Quizá, hasta antes de conseguir trabajo y ver cómo mis tiempos caían en constante reforma, yo no era capaz de entender del todo lo valioso de estudiar. Siempre lo había apreciado, pero quizá nunca me había parecido tan elemental, tan sagrado, como ahora sí sucede.  No es sólo la oportunidad de hacer lo que a uno le gusta, sino, las puertas que te abre a partir del disfrute y no del hostigamiento. Es la urgencia de progresar haciendo algo que se disfruta, es la necesidad de luchar, doblemente, entendiendo desde dónde estoy parada y dónde está mi norte pese a todo.  No es sólo decir "yo soy X" el día de mañana, sino, disfrutar de hacer ese trabajo y no estar en otro haciendo algo porque no te queda remedio (como pasa en el ochenta por ciento de los casos, muchas veces, porque la vida no dió las mismas oportunidades a todas las personas). No es solo decir "yo hice ésto", sino agradecer todos los días por haber tenido la oportunidad o por haberse roto el lomo y haber podido pagarse los estudios en caso de haber querido estudiar. Por la sola razón de hacerlo, por el simple hecho de que el día de mañana vas a poder hacer algo con lo que aportes a la sociedad o con lo que puedas vivir, o las dos cosas. Por el solo hecho de que vas a haber conocido gente, profesores, amigos y colegas que te van a hablar de cosas que te interesan y, a veces, hasta te van a hacer crecer el amor por lo que hacés. 

II

Creo que todo éste planteo, en general, se viene gestando desde el momento donde empecé a trabajar en la Empresa y caí en cuenta de millones de cosas ya sea de lo externo como de mi vida personal. Y no es que me la pase comparándome con los demás, sino que la misma dinámica te presenta realidades ajenas mejores y peores con las que inevitable no pensarse también a uno mismo, no pensar su propia vida y reflexionar. Y ésto es precisamente lo que me sucede: más escucho o palpo la realidad de los demás y más aprecio y estudio la mía, con sus vacíos y sus alborotos, pero también con sus motivos de felicidad y sus victorias. 

Por eso, y como en lo personal me considero una persona que siempre pero siempre quiso estudiar y, por fortuna y gracia de Dios, puede, no queda otra que agradecer la oportunidad. Realmente, agradecerla pensando que uno se puede quejar de muchas cosas y se puede romper el lomo por otras más, pero cuando tiene que agradecer es hora de ablandar los nudillos de las manos, desanudar la incertidumbre y reconocer lo que se tiene en frente... y decir: "la verdad, bendigo el momento donde se me concedió la oportunidad de hacer esto en mi vida". 

III


Puede que suene tonto pero fui tan feliz este fin de semana largo estudiando para la Universidad, enfrascada en los libros , aprendiendo de algo que realmente me gusta que casi no permití que el miedo lógico de ésta situación le ganara al disfrute. 

 Sé que quizá en otro momento de mi vida yo me hubiera quejado por pasarme un fin de semana de Carnavales estudiando, pero lo cierto es que en éste momento de mi vida no sólo el exterior ha cambiado, sino que también los cambios están empezando a notarse en el interior. 

Por eso, desde éste lugar, agradezco tener un examen mañana. 
Por eso, agradezco haber tenido un fin de semana largo en medio, para estudiar. 
Por eso, agradezco saber lo que me gusta, saber de lo que deseo vivir, saber lo que disfruto, haga lo que sea que esté haciendo por el momento. 

Por eso, mañana, iré a rendir con una expectación y una alegría algo extraña, pero honesta, igual a la que siento en este momento. Ojalá me vaya bien. Aunque, eso sí, yo ya estoy feliz de poder ir a rendir, de tener examen, de tener clase, de tener la posibilidad de estudiar independientemente del resultado. 

 Y eso no es poca cosa. 

¿Quién me hubiera dicho a mí, hace un mes y medio, que la vida me iba a hacer éste click, no?

lunes, 24 de octubre de 2016

Aquéllo que no se puede decir, es aquéllo que más nos toca II

El fin de semana, haciendo caso del día hermoso en Buenos Aires, con mi mejor amiga fuimos a tomar mate a la plaza; de camino a ella pasamos por una panadería, compramos facturas para degustar y, acto seguido, seguimos llevando adelante la carga y la charla, hasta llegar a destino y desensillar. 

- ... ¿y entonces? - me preguntó ella, retomando el tema de conversación. 
- eso... - argumenté, mientras recibía el primer mate - me cuesta muchísimo, muchísimo, imaginarme a este tipo fuera de otro propósito que no sea lo sexual - suspiré. 
- ¿Por vos? - se rió 
- ¡No, che, no! - me reí, pero me puse seria enseguida - por él. Además, al margen de eso, todo lo que estoy descubriendo en mi, tampoco es de gran ayuda. Me siento aterrada, de verdad y en este momento de tanto miedo, no puedo mirar para afuera, y que afuera exista lo que existe - sacudí la cabeza. 
- Bueno, pero tenés que darte tiempo; además, últimamente, te diste cuenta de un montón de cosas tuyas y eso es algo que lleva tiempo procesarlo para poder dar el siguiente paso. Es un proceso, al margen de que salgan bien o mal las cosas, porque eso sería una cuestión que no sólo pasaría con él, sino, con cualquier otro tipo o pibe que conozcas - me explicó. 
- Sí, lo sé - dudé - la única pauta es el tiempo... 

Nos quedamos calladas, reflexionando y masticando al mismo tiempo. 

- Igual... - se me cortó la voz - sé que él y yo... no. Quizá el tiempo corra a favor entorno a otra persona, pero no con él...  
- ¿Por qué decís eso,***? - me dijo, llamándome por mi apodo. 
- Porque no puedo confrontarlo esta vez - agaché la cabeza - Además, trato de pensar siquiera cómo es ir a comer con un tipo como él, por ejemplo, y en mi cabeza el escenario es de terror. Todo el tiempo no puedo vernos... no puedo, de verdad. Tengo deseos de llamarlo, de decirle que lo quiero ver y sin embargo, no puedo. ¿Y por qué si pude con *** salir a comer y soportar charlas de miles de horas por día, por qué mierda no puedo plantarme frente a él y corresponderlo, si me trastocó, mientras que el otro pibe no me gustaba? - me desahogué. 
- Porque, con ***, además de que era un tarado, no sentías que estuvieras perdiendo nada... - me miró - O poniendo nada verdaderamente valioso en juego. 
- Y acá, sí. 
- Exactamente - hizo un silencio - cuando uno pone el deseo, inevitablemente, pone el riesgo de salir lastimado. No digamos cuando pone sentimientos, porque es mayor el riesgo. Pero, cuando se pone el deseo, uno no hace las cosas por hacer. Cuando vos saliste con *** y mismo con ***, hiciste las cosas por hacer. ***, es distinto, lo quieras o no. 
- Ni me lo digas... - mofé - creo que por todo esto, estoy molesta... 
- Y sí, estás luchando contra el deber y el deseo, no es para menos, boluda... 
- Te juro que me cachetearía, porque siquiera tengo el valor mandar todo al carajo y sentarme a tomar un café con él sin pensar en nada, centrándome solo en el placer de compartir un momento con un tipo que me seduce  - me exasperé.  
- ¿Pero, por qué, qué habría de malo en sentarse a tomar algo con el tipo? 
- Siento... que este tipo tiene todo y yo no. Sé que me voy a sentar ahí y posiblemente me sienta más seducida por él, como también, lo sienta más lejano. Y eso me va a profundizar la rabia de saber que la desproporción duele. No quiero que me duela, ni un poquito. No quiero sufrir por este muñeco de torta que tiene todo, si algo lo estresa se va del país y si está sufriendo por algo, debe evadirse yéndose a esquiar... - me indigné - sé que eso no lo es todo, pero no puedo evitar pensar que para él yo no voy a ser más que una eventualidad, pase algo o no pase nada en el terreno sexual - seguí - Al mismo tiempo, si sabe cuáles son mis condiciones, y si sabe como pienso por todo lo que le dije ¿qué más quiere? Un tipo como él, no creo que esté buscando perder el tiempo con una persona como yo; esa es mi conclusión y creo que por eso no sé cómo hacer algo que quiero, bah, creo que quiero hacer... - confesé. 
- A ver... - me miró, con violencia - ¿Qué es tener todo? 
- En su caso, todo lo que sea necesario para tener otras mujeres a su lado, y no necesariamente a mí - le expliqué - Eso se traduce en belleza, al parecer interior y exterior; inteligencia que personalmente me desarma, y si seguimos en términos materiales, todo lo que ya sabemos... - suspiré - Por eso, si una mina con un poco más de cancha que yo, se lo encuentra por la vida, se lo come con cuchillo y tenedor; eso está claro. 
- ¿Que tenga casa, auto, que viaje, que tenga un estudio o que viva muy bien significa que lo tiene todo, boluda? A mí no me parece que Divino lo tenga todo, perdoname... - me miró, al borde del asesinato, porque soy la primera en decir que eso no lo es todo y sin embargo, al margen de su intervención, no hubiera podido reflexionar respecto a lo que me está pasando. 
- No, ya lo sé... pero... es difícil no creer que con un chasquido de sus dedos, sea incapaz de conseguir lo que no tiene... y eso, definitivamente, es imposible que sea yo. 
-No, pará. Está a la vista que no tiene todo, porque de otra forma, no estaría interesado en vos. O al menos, no hubiera estado puesto el deseo de citarte y de decirte lo que le pasó cuando te vió, boluda. Y lo hizo, aún teniendo todo lo que ya sabemos que tiene... - me explicó. 
- No sabemos si está realmente interesado. Siento, es como si viera que a su lado tienen que estar otras mujeres mejores que yo... 
- ¿Y cómo serían otras mujeres mejores que vos, a ver? - me indagó. 
- No sé... - le dije, después de varios minutos - la verdad es que no sé. 

Esto es el lado oscuro del cimbronazo que, sencillamente, yo no esperaba y me sacudió. Si bien se perfectamente cómo era mi vida hace tres meses atrás - y no siento que haya cambiando demasiado, todavía - hay algo que no tengo dudas al decir que se modificó y eso es el tener noción clarísima de mis propios miedos, de mis limitaciones e, incluso, también de mis lamentaciones. 

Cuando lo ví por primera vez y se me quedó mirando como deslumbrado, no se me pasó nada por la cabeza, no pude sospechar todo lo que vendría a inaugurar, porque de otra manera, me hubiera escapado; sí, ahora lo sé, yo me hubiera escapado. Y sin embargo, lo más curioso es que llegó a mi vida precisamente el mismo día pero dos años después donde a alguien que no soy yo le ganó el miedo, donde aseguraron sentir y no poder con eso, sentir, pero no poder. Curiosamente como ya se sabe, hace dos años atrás, en torno a esa fecha, a mí me había tocando irme con la cabeza gacha, sin saber cómo asumir el fracaso del intento afectivo más jugado de mi vida. Dos años después, ni un día más ni un día menos sino exactamente el mismo día donde se cumplía ese plazo, a Divino lo ví por primera vez. Y no sé a ciencia cierta qué es lo que me toca hacer esta vez, no sé realmente lo que es, pero no puedo evitar pensar que en general esto parecería ser una especie de devolución, de extraña continuación para una misma historia que tiene un común denominador: el miedo al amor; el amor que da miedo. 

viernes, 29 de mayo de 2015

Mis días

Anoche me acosté a las tres de la madrugada después de estudiar durante el día. 
Hoy me levanté pasadas las diez de la mañana y seguí en el mismo ritmo, aunque me tomé un recreo a partir de las cinco de la tarde para comer algo, ducharme, mirar más material del parcial y cenar. Ahora, a cinco minutos de que sea un nuevo día, me estiro hasta la cama porque en tres horas me vuelvo a levantar a pesar de que mi viejo me diga que no estudie más, porque más o menos, me ve entre apuntes desde hace "catorce meses". 

Lo cierto es que hace un mes que estoy así, entre apuntes, estudiando a velocidad constante, con madrugones, con desveladas y con todo recurso universitario pertinente cuando el primer testeo del cuatrimestre llama a la puerta. Mayo se me fue volando, a pesar de que haya sido sólo un mes y no catorce.  Y aunque quiera seguir el consejo de mi padre, siempre intentando que sea una mujer zen, puedo reconocer perfectamente mis resistencias. 

El finde está cerca. Muy cerquita. Va a ser el primero realmente libre de este mes, sin el peso de un parcial en el horizonte. Lo único que deseo con toda mi alma es: dormir, salir (cosa que sólo hice para ir a cursar y volver a casa, esta semana) y leer a pata suelta, pero cosas tales como literatura, novelas y poesías.

Será hasta mañana. Mis ojos me arden y es señal de que llegaron las horas para dormir. 

domingo, 19 de abril de 2015

Agradecida

<< Esta chica es brillante, realmente. ¿De dónde la sacaron? Estoy sorprendido, la verdad. Cuidénla, porque es un valor tenerla. Además es tan joven y con tanta inteligencia... >> apreció, mi entrevistado después de concluir con lo que fue mi primera entrevista cara a cara con una persona que forma parte del clan de un reconocido escritor argentino. De esos que hace historia, tal como para mí lo logró este día. 

Algún día volveré a hablar del tema, seguramente. Por ahora, dejo esta pequeña estela, con eso me basta. Y agradezco... De verdad, no me canso de agradecer tener las oportunidades con nada más que veinte años. Veinte años, sí, y los llevo con el orgullo de saber que todo lo que pase de bueno, me ayuda a amar más lo que hago. 

Gracias. Eso me queda por decir. ¡Gracias, gracias, gracias! 

domingo, 15 de marzo de 2015

Remodelación

Después de días difíciles, entre bajones de presión y peleas con los otros - aunque fueron dos cosas que fueron en paralelo -, volví. Y volví después de una remodelación, además.  Esta remodelación se originó por dos motivos: mi hermana recientemente se independizó y además, desde hacía rato ya, necesitaba construir mi "propio" espacio.

Ahora, antes de ser tres en un mismo cuarto, somos dos. Mi hermana mayor, originalmente considerada como la hermana del medio, todavía está bajo mi mismo techo. De todos modos, no tiene planes de quedarse siquiera un promedio de dos años más compartiendo luz, ventilador y derivados. Así, entre trabajo suyo, actividades culturales mías, facultad, su novio, mis amigos; poco es a veces lo que nos vemos.  No obstante, ahora, la pieza tiene las tres cuartas partes a mi favor. 

Antes teníamos dos camas marineras donde en la parte de arriba dormía mi hermana que se fue y en la parte de abajo, reposaba yo.  No puedo explicarles, realmente, los calores que pasaba por lo poco que me llegaba el ventilador o el poco lugar en el ropero. Fueron cosas que siempre me parecieron molestas, es la verdad, pero a las cuales me había acostumbrado. Con el paso de los años, el término del colegio secundario, el inicio de mi carrera universitaria, y esa necesidad inminente de tener un lugar para mí, dentro de una casa pequeña, fueron aumentando.  Lo más necesario, a mi ver, era un pequeño recoveco de estudio. Sí, un lugar para disponer de todo mi material, con Internet cerca y apuntes de la facu. Lo necesitaba porque me parecía engorroso estudiar siempre en la mesa de la cocina y tener que desocuparla cada dos por tres, según las comidas del día. Sin hablar de la televisión de fondo, los ruidos de mi perro, el teléfono, las voces y las conversaciones que (en caso de querer entender la Gramática española) no pretendía interpretar. 

En este contexto llegó el fin de semana tan ansiado. Y, realmente, mi cuarto es ahora un lugar de confort para mí, tal como quise desde siempre. Parece que no en vano le decía desde los ocho años a mi papá que quería un escritorio propio, para mis cuadernitos (porque además le pedía a mi mamá que me comprara cuadernitos tapa blanda en el kiosco, porque me gustaba escribir y dibujar); y parece, además, que valió la pena tanto insistir, porque el Universo - Dios, Alá y Buda también - escucharon mis demandas. 

Ahora tengo placard doble, donde separo la ropa por estación y la cuelgo en perchas. Además tengo espacio para todos mis cosméticos (léase: cremas, tratamientos para el pelo, perfumes, aceites para el pelo, tratamientos faciales, shampoo; etc), lo cual para mí genera una amplía, muy amplia, cuota de alegría.   Por otra parte, mi papá, cortó las camas con techito, como les decía yo, y me dejó una cama de una plaza. Eso facilitó el desplazamiento y así, se hizo la magia: quedó mucho más lugar. 

Lugar donde entró un escritorio, donde se acomodó mi pequeña biblioteca, donde se organizarán pronto mis libros de otra manera y donde además, se generó mi tan ansiado espacio de estudio.  Realmente, me gustaría tener una foto de antes y otra de después, porque las diferencias son muy notorias. Hablo de cuán a fondo afecta la distribución de los objetos a un solo lugar.   Y al margen de que limpié mucho estos días, realmente, valió la pena, y mucho 

Antes dormía contra la pared, al igual que mi hermana quien todavía convive conmigo. Ahora duermo en el medio de la pieza, de manera paralela a su cama. Como mi cama es de una plaza tiene mejor movilidad y después de semanas de idear en mi mente la mejor posición de todo, y de ponerme de acuerdo con ella - quien por suerte no se opuso a prácticamente nada -, aproveché uno de los ángulos de la habitación. En ese ángulo es donde ahora está mi escritorio. Sobre él está la notebook, cosas de la facultad, libros de literatura latinoamericana, una pequeña lámpara de sal, un lapicero y una cajita con cubierta de Gustav Klimt - mi pintor favorito - que me regaló mi profesora de Literatura cuando terminé el secundario después de enterarse que me gustaba mucho como le había quedado.   Al costado, mi pequeña biblioteca, donde reposan ya sea en su base como en su interior, otro montón de libros. Los que tengo a la vista son tres de Isabel Allende que el canillita me consiguió de oferta la semana pasada. Al lado de esos libros, mi espacio para los santos, pequeñas estatuillas de Cortázar y una latita con sahumerios. 

En el espacio bajo la mesa de la televisión, todavía sigo teniendo sobrecarga de libros. Eso se solucionará cuando mi viejo me coloque la repisa que está reposando a mi izquierda, un tanto más lejos de mi cuerpo, y cuando además, coloque también el corcho para pegar papales, a mi otro costado, donde hay pared dispuesta. Esos serían los últimos dos detalles, pero con lo bruto terminado, ya estoy más que feliz. Es un deseo cumplido para mí, aunque suene tonto. Me sorprende que hasta tengo espacio para colgar cuadros, por ejemplo, cosa que no había hecho nunca antes. 

Lo que respecta a la cama, es otro tema. Lo único que puedo decir en mi defensa, y a modo de advertencia, es que no se cómo voy a hacer para salir de ahí cuando haga frío y entre temprano a la facultad. De verdad, hoy dormí dos veces la siesta. ¡Es un pecado esa cama!  Al costado de ella, por otra parte, tengo mi histórica mesa de luz, que conserva lo habitual. Algún que otro libro más, despertador, lámpara, tarjeta sube y otros pequeños objetos que contribuyen al principio de despiole que se va originando. 

Pero, más allá de todo lo material y la distribución de esto mismo, una parte de mí está aliviada, reconfortada y feliz por tener su propio espacio.  A cada rato miro mi escritorio, sonrió y pienso: " acá sí que puedo escribir", y esta entrada es la fiel constatación. 

¿Algún consejo de decoración? ¿Alguna artesanía bonita - y no tan compleja - que pueda hacer? 


domingo, 25 de enero de 2015

Lorca en color

Terminé de escribir, lo bastante acalorada como para darle pausa a un texto.  Siete de la tarde; considero, eso explica varias cosas.  El fenómeno contrario al que estaba en curso se repite todas las noches y las oraciones que puedo concretar son a mucha distancia cosa pobre, respecto a lo que se va hilando en mi cabeza cuando la claridad sobreviene desde las hendijas de la persiana.  Porque mi cuarto no tiene cortinas, y aunque muchos rivalicen con este hecho, para mí es mejor.  Nadie, definitivamente, entiende la satisfacción de dejar la persiana alta mientras llueve, para que la única claridad de mi habitación sea la de un cielo encapotado, pero mucho más activo que cuando quema el sol.  Gustos, supongo. 

Terminé de escribir y me dirigí a la cocina con ese aspecto tan poco sexy que adopto por el calor, asegurándome una porción más de fastidio, por tener una basta cantidad de pelo atado como se puede, siendo pesado como es, aunque medianamente lacio.   Busqué algo de tomar y acto seguido busqué algo nuevo para leer en mi tablet que oficia de e- book, en la exclusiva de no haber instalado porquerías con Facebook o editor de fotos, que bien pueden estar en otros lares.  Mi papá entra a la cocina, preguntándome qué voy a cocinar porque mi vieja se tomó un tiempo prudencial con sus amigas, más que merecido. Aún así interrumpe la búsqueda y, en el fondo, eso me representa una molestia. No importa si lo podía buscar después, yo quería empezar un libro en ese momento de manera bastante caprichosa, hay que reconocerlo. Debatimos al respecto de la cena y me pide que lo acompañe al supermercado.  Accedo, dándome por vencida ante mi búsqueda.

Antes de irnos, me da un libro pesado con aspecto añejo. Mientras, seguía hablando sobre la cena. 

- Esto te lo manda **** - me lo pasa y yo lo miro extrañada, sin reconocer la referencia de la tapa - dice. 
- ¿Para mí? - pregunto, extrañada, porque es extraño que una vecina, la cual casi ni me tiene en cuenta personalmente más allá de una mutua buena educación, me mande un libro a mí. 
- Sí, es para vos - insistió, con el tono característico de mi padre, cuando sabe que algo me va a gustar a pesar de no entender nada de literatura - Es de un tal... Lorca, me dijo - aprecia. 
- ¿Eh? - lo miro, más sorprendida, apoyándolo sobre la mesa de la cocina, sin importar el super, la cena o el calor. 
- ¿Te gusta Lorca a vos? 
- Ay, no - empecé a mirarlo por todas partes - ¡Ay, no, qué bueno! ¡Lorca, sí, Lorca! ¡Federico García Lorca, carajo! - hice un gesto de satisfacción, saboreando la adquisión. 
- ¿Está bueno? - apreció minutos después, ante mi indisoluble cara de feliz cumpleaños. 
- Sí. Tiene ilustraciones, además, es un libro con muchos años - sonreí - Las ilustraciones vienen adheridas pero es como si fueran figuritas pegadas - argumenté - Es genial tener algo así, y justamente de Lorca. 
- Ella lo encontró en su casa, y se acordó de vos 
- ¿Enserio? ¿Lo iba a tirar? - me alarmé. 
- No sé si tirarlo pero no lo quería - asintió - Así que me lo trajo para vos... Era de un tío de ella... 
- Sí, ella sabe que estudio Letras - medité - Esto tiene sus años, se nota - lo seguí mirando, mientras buscaba fechas específicas. 
- Bueno, bien - suspiró - Menos mal, entonces - volvió al rato -  ¿Che... me vas a acompañar a comprar? - insistió y yo fuí a comprometerme con la causa, antes de que cierre el super, cerca de las nueve de la noche. 

Cuando volví, seguí mirando encantada la otra mitad del libro " Lorca en color" de Gregorio Pietro, que me faltaba. Un libro que se editó en Madrid en 1969, con ilustraciones a color. 







domingo, 18 de enero de 2015

Plegarias

 - ¿A qué hora empieza la misa? - le pregunté a mi abuela, mientras esperábamos el colectivo. Últimamente no estuve teniendo una llegada estrecha con ella, por un cúmulo de motivos que fueron ajenos a mi, y mis intentos de acercarme cuando estuviera dispuesta a perdonarla y a comprenderla un poco, dieron buenos resultados. 
- A las ocho - respondió - No sé si vamos a llegar, porque son siete y cuarto
- Ay sí, abuela, no te preocupes. Ahora va a venir el bondi - acoté. 
- No sé si vamos a llegar a la adoración, mejor dicho - clarificó - Empezaba a las siete y media. Pero bueno, por lo menos, llegamos a misa. 
- Sí, tranqui - insistí - A la misa llegamos seguro. En cinco minutos seguro que viene - reforcé mi hipótesis optimista en un domingo que comenzaba a despejarse mientras rezaba, el colectivo llegara justo a tiempo. 



Una vez estuvimos ubicadas las dos en el mismo banco de la iglesia, el silencio se adueñó de nuestras mentes y cada quien, cada cual por su lado, se inmiscuyó en esa especie de momento espiritual. 

- ¿Pediste todo? - me preguntó. 
- Sí, todo lo que consideré necesario pedir, digamos - sonreí, porque yo soy una representación de la fé cristiana bastante sosa por momentos. O al menos, bastante selectiva. Pido lo que considero realmente importante, más bien, urgente. Profeso mi fe mayormente lejos de la iglesia, pero recordando sus preceptos en la vida misma. Hay oraciones que no sé, jamás he leído la biblia, sin embargo, no soy de esa gente que se alegra ante la desgracia de otros. Considero que esa es mi mejor manera de ser cristiana, y realmente, una manera que se adapta a mi forma de ser y no procura convertirme en algo diferente. Mi manera de vivir el cristianismo es una especie de acuerdo con Dios, para explicarlo de algún modo. 
- Yo le pedí por vos, igual - me aseguró 
- Bueno, entonces, le va a llegar... - volví a sonreír. 
<<Unimos fuerzas >> pensé, con picardía, recordando el chiste que le hago respecto a su abultada creencia espiritual, cuando insisto con que ella tiene conexión wifi, directa con los cielos. Es realmente un chiste que le causa gracia y por suerte, hasta ahora no me sacó nunca tirándome con las estampitas cuando se lo repetí, porque comparto la misma fe que ella, aunque a mi manera.
- Pedí por tus estudios - me susurró, en el silencio - y también pedí por el amor. 
- Yo también  - miré para un punto fijo - El resto no hacía falta, mujer. Así estoy bien. 
- Nena, no seas así - me retó, por lo bajo - también puede ser amor fraterno, de amigos, y el otro amor también, no te hagas la tonta. 
- También puede ser amor propio - murmuré, sólo para mi propia escucha - Ése sí, dale nomás - me dije, dejando que otra vez se zambullera en sus oraciones. Me quedé pensando que mientras antes hubiese estado horas pidiendo por ese amor al que sé que mi abuela se refería, hoy mi deseo recae en otro lado y todas mis energías se abocaron al respecto.  <<No necesito que nadie venga a ponerme un precio, a distinguirme con un valor, ni siquiera a rotularme con etiquetas que me lleven por un camino diferente al que me hace bien >> concluí, antes de que se encendieran casi al mismo tiempo las millones de bombillas que iluminan la catedral más linda de toda la zona céntrica, para dar comienzo a la misa.  

Al final siento que llegamos a la parte más importante de la adoración.  Esa charla a modo de re-inauguración de nuestros lazos afectivos es un motivo de agradecimiento para mí, conforme mis dos ojos se hayan cerrado. 


*imagen ilustrativa 

lunes, 12 de enero de 2015

Literatura, cuanto menos, ficción: "La suerte de los buenos"

Mi ciudad -  digámosle barrio, para ser más fieles - tiene una contraria importantísima además de la inseguridad, de las cuadras donde nunca - tómese como literal - hay nadie más que chorros o de que tenés que pensar con qué cartera salir (por si te la roban y no la volvés a ver) Y es su estrechez. Mi barrio, es pequeño. 

A pesar de todo, éste último fin de semana, decidí salir de la cueva que es todavía más pequeña que el lugar donde vivo.  Hacía varias semanas que no frecuentaba la zona céntrica un sábado a la tarde, porque sinceramente no tenía ganas de salir. Y esto tiene que ver con el segundo punto: es todo chico, por ende, me aburre. Siempre los mismos rostros, la misma gente y las mismas miradas petulantes, despreocupadas o curiosas. Ningún cambio, casi, ninguna alteración. A veces siento que, en mi ciudad, el tiempo no pasara en sus nociones normales, por ello, tampoco es que sea de mi agrado moverme con el calor agobiante a menos que tenga que hacer algo necesario, realmente.  Sin embargo, el sábado por la tarde, mi hermana necesitaba comprar unas cosas y junto con mi cuñado, terminamos los tres "de paseo". 

Realmente, estaba pasándola bien, a pesar del calor agobiante. Habiendo estado desde hacía cuarenta minutos en un local de ropa - que intenta ser de marca, pero a mí me parece demasiado excéntrica - por fin mi hermana se decidía a que no cambiaría la prenda que había llevado, y yo, contrariando el curso normal de las cosas, sí me llevaría una musculosa de encaje negra, de pura casualidad, con la plata que tenía por mi cumpleaños. 
Caminaba hacia el local de mallas, escuchando la conversación que mantenía la pareja que escoltaba aplicadamente, siendo parte de mi familia. 

- Acá deben vender - le decía mi hermana a su novio, que se mantenía en su sede de santa paciencia. 
- Sí, puede ser - me miraba - Entremos - afirmaba antes de volverse para ver lo que yo estaba viendo, sin entender muy bien por qué a mí se me amargaba la cara. 
- ¿Puedo tener tanta mala suerte, yo? - lo miré, resignada a cruzármelo. 
- ¿A quién viste? - me preguntó mi hermana, mientras miraba trajes de baño. 
- Al viejo - murmuré, dejando pasar sin poder evitarlo a esa sensación desagradable por la situación en la cual lo había visto. 
- ¿Te vió? 
- Seguramente - acoté - Venía detrás nuestro, y de casualidad que yo ví a la novia, mientras él miraba para la avenida - le expliqué. 
- ¿La novia? 
- Seh - miré la parte de arriba de un traje de baño sin prestarle atención para mí, sino, para ella - ¿Este te gusta? - le pregunté, pero ella siguió la anterior conversación como hace habitualmente - ¿Estaba con la novia? 
- Con la novia y la hija de ella - susurré, intentando no ser indiscreta, porque no me extraña que salga un conocido suyo de la baldosa, teniendo 23 años de ventaja respecto a mí, viviendo en este barrio. 
- ¡Ah, bueno! - mofó, irónica - ¡Qué patético! 
- Más respeto, che, que ahora es un padre de familia - ironicé. 
- Le das mucha importancia, le dedicás mucha energía - me aconsejó, mientras pasábamos por un bar que tenía un letrero rezando " tu sonrisa alimenta" - ¿Ves? - me lo señaló. 
- Sí, ya lo sé - suspiré, y me llevó varios minutos sacarme la bronca, por la coincidencia desafortunada. 

<< No me molesta su felicidad>>, pensé un rato después, tendida en una reposera que me recibía, <<me molesta la forma en que se porta y que, aún así, las cosas le sigan saliendo siempre bien >>. 

Supongo que contrariamente a la mayoría de las historias que nos inculcaron en nuestra infancia, no siempre los buenos ganan.  Si no, miren mi barrio.  



sábado, 3 de enero de 2015

"Forever young"




- ¿Qué va a ser de tu año, amiga? - me preguntó ella, mientras estábamos tiradas en dos reposeras distribuidas en el patio de mi casa. Comíamos papas fritas, palitos salados y tomábamos gaseosa; un rato antes le pregunté si quería un fernet, pero decidimos que sea una tarde sin alcohol después de las fiestas. 
- No sé - me quedé callada, analizando su pregunta. Decididamente se refería a qué era lo que planeaba hacer en el - Supongo que va a ser lo que tenga que ser. Voy a empezar a estudiar de nuevo, más concretamente - le expliqué. 
- ¿Cuándo empezabas? 
- El mes que viene - murmuré, mirando el cielo. <<Casi que en cuatro meses mi mundo académico cambió el 180 grados >> pensé, pero no le dije nada. 
- Ah... - sonrió - No te queda nada; después chau vacaciones 
- Sí, tal cuál  - asentí, agarrando una papa frita - De acá a pocas semanas empiezo... 
- ¿Y cómo es el asunto? - se aclaró - Digo, ¿es eliminatorio? 
- No, no tiene ese perfil - murmuré - Tengo que ir rindiendo conforme avanzan las clases, pero no es tala de alumnos - me reí, levemente. 
- Ah, bien - sonrió - Te va a ir re bien ahí, además estás mucho más cerca, nada que ver amiga - nos reímos. Sonreí. 
- ¿Vos, qué te toca este año? - le pregunté. Mi amiga hizo un gesto que nos causó gracia otra vez. 
- No sé... - sonrió - No sé que voy a hacer con el profe este año - me dijo. 
- Ay, nena - la miré - Yo te sugiero que lo sigas, qué querés que te diga - suspiré.
- Sí, ya lo sé... - se miró las uñas pintadas de color negro. De lejos bien podían verse dos de sus tatuajes, y ella a su vez, si se daba un poco de maña también podría ver los míos. Es una de las cosas que tenemos en común, a pesar de lo realmente diferentes que somos. 
- ¿Sabés cuál es el tema? Nosotras somos jovenes todavía; somos pendejas en un punto, pero a la vez,tenemos responsabilidades propias de los adultos que también somos - le comenté. 
-Sí, es verdad eso - asintió - Por eso, no sé qué hacer, porque por un lado digo qué hago con esto pero después digo... No sé, pero es verdad eso
- Más que nada porque eso del forever young nos rige, sí, pero no tanto como antes... - me quedé callada - Como si tuviéramos diecisiete años, como antes... - planteé - Y más allá de que todo "re bien" - hice un revoleo de ojos - para mi, conviene estudiar, sin pensarlo. 
- Sí, eso es verdad... 
- Después sino quedás varada en un comercio, esa es la joda. Por acá es la fija... - analicé. 
- Sí, mal - añadió, recordando su experiencia laboral, antes de que dejara todo y se pusiera a estudiar - Voy a estar doce horas trabajando sin descanso - frunció el cejo - No, conviene seguir estudiando en ese sentido. 
- Si uno lo puede hacer, siempre hay que pensar que conviene. El día de mañana, cuando te recibas de maestra, vas a tener tu obra social, un sueldo fijo, vacaciones, además de una profesión que no te lo saca nadie - murmuré - Esa es una ventaja... 
- Sí, vacaciones, mis domingos, mis paros, mis feriados - bromeó. 
- Claro, incluso eso - le seguí el tren - Hasta tus paros, fijate 
- Por lo único que sigo estudiando es porque quiero independizarme cuanto antes - señaló. 
- Y me parece el mejor camino hacerte de algo estable como es un título. Si te pegan una patada de un lado, tenes un aval para ir a buscar camino en otro. El día de mañana te lo vas a agradecer. Incluso, te vas a besar a vos misma - acoté, riéndome. 
- Seee- hizo un gesto cómico - ¡Es verdaddddd! - pensó un momento - Voy a seguir... Además, este año arranco con las prácticas. 
- Eso te va a mostrar realmente cómo es la cosa y cuantos recursos utilizas en la práctica que ni siquiera racionalizas en la teoría - acoté. 
- Va a estar bueno por eso. 
- Ahí vas a experimentar, dalo por seguro. 


Definitivamente, estas ya no son charlas "forever young". 
Los chicos crecen, dicen.