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lunes, 22 de febrero de 2021

Inflación literaria

Como suele suceder cuando tengo que preparar exámenes finales, busco libros que realmente me hacen falta para estudiar por la web; libros que no consigo y que es necesario tener leídos y leídos bien, para aprobar. ¿Saben qué me apena, cuando me pongo a mirar? ¡Qué los libros estén tan caros! ¿Se dieron cuenta de que están especialmente caros actualmente? 

Esta de la que hablo es una materia que abarca muchos clásicos de los cuales hay algunos que son de dominio público, pero también, muchos otros que no. De todos los títulos que me dieron, además de los apuntes obligatorios de la teoría, -y sacando uno que tenía previamente- ya compré cuatro libros específicos y , ahora, voy por el quinto. 

El otro día, comentándole a mi madre que tenía que hacer este gasto - casi $2000,00 por un libro de 200 páginas - le explicaba que no hay relación entre lo que cuesta ganar ese dinero, entre el precio del libro y entre lo que yo tardo en leer... Teniendo en cuenta, además, que si es para un examen leo muchísimo más rápido de lo normal, porque estoy bajo la presión de tener todo listo ante una fecha determinada. Me sorprende eso porque, si bien por un lado no comprás muchas cosas con casi $2000, por otro, sí simbolizan todavía algo de valor real.  

 No obstante esto, lo necesito para estudiar y no lo consigo en ningún otro formato, así que en cuanto sea posible lo encargaré. Lo bueno es que cuando son varios libros caros algunas librerías tienen promociones con tarjeta de crédito y eso me oxigena un poco el panorama, aunque eso lo hago cuando me suelo comprar dos o tres títulos juntos. 

Voy a ver qué puedo hacer con esto. Tenía muchas ganas de comprarme algo de Literatura Rusa para leer cuando termine de estudiar en verano... pero no sé. Por suerte el que me gustó para lectura personal sale la mitad de lo que cuesta el de lectura académica.

  Que conste en actas que la versión de casi $2000,00 es la más barata que conseguí. He visto que pedían $4000,00 por ese mismo título. 

Jesús. 

sábado, 17 de agosto de 2019

Defalco

Siendo las vísperas del Día del Niño, hoy quedé en encontrarme con mi hermana mayor y mi sobrino para pasar un día juntos. Cabe decir que, producto del feriado, me libré de trabajar los sábados como hace meses largos no sucedía por lo que encontré tiempo donde normalmente hay horarios de oficina. 

Por la tarde, cuando llegamos a la zona céntrica convenida previamente como punto de merienda, nos encontramos con una libería al lado de la confitería elegida. 


Así, mi hermana, hizo la pregunta del millón, la fatídica, la de respuesta más obvia: 

- Che ¿querés entrar, Veinte? - y me sonrió. 

- Sí, obvio - le dije y me adentré. 

"¡Para qué!", me digo ahora, mientras escribo. 

Ni bien ingresé al local, descubrí que había una considerable cantidad de ofertas. Libros buenos a precios  bajos, es decir, entre los cincuenta y los doscientos pesos. Eso me llevó a pensar, realmente, si era una oportunidad para desaprovechar teniendo en cuenta cuáles son mis consumos y/o mis "deudas", la situación del país y el volumen de mi sueldo.  Recordé que la última vez que me había comprado libros había sido el mes pasado; uno para un trabajo de la Facultad y otro para no olvidarme de mi proyecto de vida. Recordé que, unos días después, había comprado uno más de Cortázar porque era una edición chiquitita, hermosa, que me había llamado la atención. 

Aunque, sin poder evitarlo, mi hermana me señaló uno: 

- ¡Mirá! ¡Compralo, como el primer paso a tus sueños! ¡Es de París! - me arengó. 

Y entonces ocurrió lo inevitable. Me acerqué a los libros, los palpé, los tomé y arranqué a elegir... Porque si bien mi idea desde que comencé a trabajar fue la de comprarme un libro por mes, a excepción de los que sean para la carrera, para poder hacerme una  buena biblioteca y para sentir que re-invierto el dinero de mi sueldo en algo provechoso; hoy alteré por completo esa promesa.

Y me llevé éstos ocho

  1. "Autobiografía de una pulga" ( Autor Anónimo, Gran Bretaña 1881) 
  2. "Historia de O" (Dominique Aury, Francia, 1954)
  3. "Saló o los 120 días de Sodoma", también conocida como "La escuela del libertinaje" (Marqués de Sade, 1785)
  4.  "Best Seller", (Roberto Fontanarrosa, Argentina, 1981)
  5.  " Uno nunca sabe" (Roberto Fontanarrosa, Argentina, 1993)
  6. "Nada del otro mundo" (Roberto Fontanarrosa, Argentina, 1987)
  7. Francia ( mini guía turística, sin más). 
  8. "Sueño de una noche de verano" (William Shakespeare, escrita alrededor de 1595) * 

Cabe decir en mi defensa que, el último, lo necesito para elaborar una monografía y rendir un final de la Facultad, y fue el único que no estaba en oferta.  Todo lo demás, lo adquirí porque si hay algo con lo que no me puedo contener, son los libros. Sin embargo, siendo buena conmigo misma, me digo que si hubiera tenido que comprar en precio normal éstos libros habría gastado miles de pesos. Literalmente, más de mil pesos, segurísimo... y lo cierto es que ni siquiera me asomé a esa suma en esta ocasión. 

Creo que eso explica todo lo adquirido... y es un buen argumento para haberme consentido. Desde que sólo era una adolescente de quince años soñaba con mi propia biblioteca grande y variada; y enseguida me decía que el día donde tuviera trabajo me iba a comprar muchos libros. Y acá estoy, sí, finalmente, casi diez años después de esos deseos... ¡re compulsiva! 

¿Por dónde empezar, no? Ésa es la pregunta a partir de ahora. Ya que dentro de unos diez días, retomo mi cursada en la Facultad, considero que quizá y sólo quizá podría aprovechar para ir calentando motores con lecturas personales. 

jueves, 14 de marzo de 2019

Deseo subterra

Todo empezó hace casi un año, o quizá, un poco más. Un día, hablando con un pretendiente, me encontré preguntándole más por su profesión, y específicamente por el ejercicio de ésta, que por sus cualidades o sus anécdotas personales. Y no, no es que me interesara él desde el punto de vista profesional revestido de un interés malogrado, ni tampoco cuánto ganaba; sino que mi interés se abocó en intentar entender en qué consistía un mundo que siempre me había parecido demasiado difícil para mí; demasiado lejano a mis capacidades intelectuales. Un mundo al que siempre había mirado un poco de soslayo, pensando mal, pero también, pensándolo lejos con un cierto regusto de posibilidad. Al estilo: "para ésto, no me dá la cabeza". 

Entre abril y mayo del año anterior, el impulso se empezó a sentir cada vez más fuerte. Primero, fue angustia. Después, fue duda. Más adelante, fue en igual medida angustia y duda hasta que finalmente lo hablé con mi mejor amiga. Y se lo dije, en su momento, como se lo había podido decir a nadie más que a mi misma: 

"creo que quiero estudiar Derecho tanto como quise estudiar Letras en su momento y acá estoy",
musité; y una vez que le puse voz a ese llamado, jamás pude olvidarlo. 

Jamás pude desestancarlo de mí. 
Quedó allí, desde hace un año ya, palpitando. 

II 

Luego de hablarlo con mi amiga, lo hablé con mi mamá. Le expliqué que a mí me gustaba mucho la literatura, y por eso estudiaba Letras, pero que aspiraba a seguir estudiando en el futuro... y que había encontrado algo completamente diferente a lo que pensé para mi cotidianidad que, sin embargo, me atraía desde un lugar más sólido y mucho más realista respecto de la literatura. Es que, si la Literatura y la docencia me atraen desde un lugar más soñador, idealista, campechano y etéreo - si se quiere -, el Derecho, en cambio, representa todo ese aspecto terrenal de mi personal, esa pretensión de poder ayudar a los demás, pero también, de pelear por lo justo y de cuidar los intereses propios y ajenos. De conocer sobre las leyes, pero además, de entender en qué se basa el honesto ejercicio de ésta profesión. 

Mi mamá me dijo que sí, que era una buena idea si es que estaba decidida a hacerlo, en cuanto acomodase mi carrera original. Mi padre, en cambio, se mostró negativo y me dijo que siempre me había visto como una profesora dulce, y que iba a tener una vida mucho más tranquila si me movía en el ámbito docente y no en el ámbito jurídico. Mi mejor amiga, mis hermanas, y mis cuñados, en cambio, me dijeron que me super veían, que cómo no me había dado cuenta antes respecto al tener todo el perfil y todo el carácter para meterme en esa carrera y batallar.  Yo misma, en cambio, tuve que esperar mucho más tiempo para asumir que mi identidad, y toda la identificación edificada sobre ella, podía ser mutable. Me sometí a largos cuestionarios, indagué, me pregunté las cosas que me daban miedo, y entendí, finalmente, que quiero probar. No importa si es dentro de un año, de ocho meses o de una década; yo quiero probar, y empaparme de esos conocimientos, y entender, y conocer más, aprender cosas nuevas y no dejarme amedrentar por el qué dirán, ni tampoco, por las imposiciones que uno mismo se genera. 

III

En pocas palabras, siempre, a lo largo de mi vida, tuve prejuicios contra los Abogados. Eran gente que me parecía deshonesta, hasta que empecé a conocer a varios por esas cosas del destino, y entendí que hay de todo. Ejercer una determinada profesión no es condición necesaria para el engaño, y con respecto al Derecho, pero en especial con relación a mí, estue bastante tiempo para procesarlo... Hasta que finalmente comprendí que antes de ser Abogados son personas y que, desde ese lugar, tienen la posibilidad de elegir con quién pactar y qué hacer. A qué acceder y qué desechar. Casarse con el estatus económico y con la aversión por el dinero, o trabajar desde la dignidad sin vender su alma a los infiernos. 

Y ahí, cuando bajé la guardia, cuando deseché los prejuicios, cuando desabotoné el corset de mi identidad y aflojé las ataduras, comprendí que la única persona que se estaba limitando a experimentar en un ámbito nuevo, era yo. Pero también, comprendí que la única persona que se estaba dando o no la chance en ese momento de creer en si misma y no evadir el tema, también era yo. Al fin y al cabo, podía elegir comprometerme con lo que me estaba pasando o taparlo, con un dedo, cuando brillaba más que el sol. 

IV

Durante todo el año anterior, la idea voló por mi mente. Acomodé y ajusté materias de mi actual carrera, pensando en ordenar el porvenir desde un lugar donde en el tiempo libre empezó a haber libros de Sociología del Derecho y, no ya, novelas para dispersarme. Así, pasé todas las vacaciones leyendo un libro que retiré de la biblioteca de la Universidad, sacándome un poco de mi zona de confort, evaluando a ver qué me pasaba, qué me despertaba acceder a ese mundito. 

Y lo cierto es que me encantó.
 Mal que me pesó en su momento, me encantó. 


Por esa razón, el otro día, luego de estar cuarenta y cinco minutos adentro de una librería enorme, con mi primer sueldo, compré tres libros diferentes: uno para mi mejor amiga, una novela para dispersarme, y un ensayo sobre temas jurídicos (parte penal, en particular). 

Quizá, la historia se repita en el largo plazo y este interés real mute en acción y esa acción mute en algo más, en algo mejor, en otra nueva batalla por aprender y progresar y entender cosas a nivel intelectual...  Y todo sea como en su momento, cuando a los quince años compré La tregua y a los dieciséis compré Rayuela, y sentí que me cambió un pedacito de mi vida porque encontré mi pasión y esa pasión fue el hilo conductor que me llevó a mi vocación, pero además, a estudiarla, a dedicar buena parte de mis años de juventud a ésto y contando...  O quizá este presente sea, ya desde hace un año un algo haya empezado a tejerse sin saberlo sólo para encontrarme aquí con la disposición de carácter suficiente como para decirme a mi misma: ¿y por qué no? 

Mi vida, desde que tengo memoria, se ha centrado en superar cosas. En creer que no iba a poder hacerlo o cumplirlo, para después, luchar en el afán de conseguirlo o lamerme las heridas en caso de finalmente perderlo... pero siempre, habiéndolo intentado. Se ha centrado en decirme a mi misma "vamos a ver si puedo", y finalmente, darme mínimamente la chance para ver. 

Por eso, no sé muy bien cúando, ni de qué manera, ni qué planes pergeñará para mí el Universo, pero lo único que sé con certeza, es que yo quiero intentarlo. Tarde o temprano, amén por medio, se dará la oportunidad.  

Hasta ése momento, esperaré sin claudicar ni dar nada por sentado... Porque, al final, la única voz que realmente cuenta, es la de uno mismo. Y la mía no sabe de tiempos pero me dice que sí; que algún día, de algún modo, bajo alguna circunstancia propicia,  éste asunto será un "sí, adelante, empezá este camino, date la oportunidad de descubrir todo el potencial". 

El resto, Dios dirá. 

domingo, 3 de septiembre de 2017

Moralista Horacio...

El jueves al levantarme, me encontré un mensaje en mi celular que tenia esta imagen: 



El mensaje, extrañamente, era de Urtubey.  

En cuanto lo vi, me pareció absurdo. Hace un tiempo dejamos de hablar de una forma mas sentida, por razones que nunca entendí del todo, pero que asocie con su salida a flote. Es decir: ahora que estaba mejor, ya no necesitaba alguien que lo entienda, mientras los otros lo apedreaban; y yo, en este sentido, habia perdido toda mi rentabilidad.  En cambio - a la vista quedo -  en ese punto de su mejoría se le volvió necesario conocer otras mujeres capitalmente diferentes a una persona que lo entienda ya que, al parecer, tiene esos dos términos muy bien separados y en el auge de un discurso "nosotros nos llevamos bien, la pasamos bien y nada mas", esta despachando a señoritas, campo abierto. 

En mi caso, como no solamente soy distinta - rompí el molde y no tengo que cambiar - sino, que soy ademas la hija de su amigo, al parecer desde su imaginario se puede dar algunos permisos, como por ejemplo, despertarme así. De ahí que, como hija de su amigo que soy es normal que me envíe estas imágenes un jueves a la mañana, en relación a un radio amplio de puntos ciegos en torno a su persona, que desde hace muchos meses vengo acumulando. Acompañando a la imagen, en otro de sus permisos, me decía que estaba con ganas de leer Rayuela, y si no tenia problemas en pasárselo, porque ese fragmento de la foto le habia encantado. 

Me quedo mirando algunos segundos mas la pantalla, sabiendo que habia algo raro en toda esa secuencia y no lograba darme cuenta donde estaba fallando mi observación. Me quedo mirando la pantalla... seria, ya sin gracia ni entusiasmo, por intuir esto como algo con doble filo y no poder corroborarlo en la realidad. Pero, sin mas remedio, le contesto que no tengo problema, que es maravilloso - sabe, de primera mano, todo lo que lo para mi representa, claro - y que lo leyera sin apuro. Le explico de donde viene ese fragmento, en especial, y le envío el capitulo que - me dijo - leería a la hora del almuerzoSi bien nunca antes me habia demostrado sentir demasiada urgencia en esta clase de lectura, ni este autor en especial; jamas pensé en dejar de abonar ese súbito interés porque me condena mi alma de futura Profesora de Lengua y Literatura. 




Pero lo mas extraño de todo no fue su repentino interés en un escritor que amo, sino que cuando vino a casa, luego de esa charla, casi no podía mirarme.  De hecho, por alguna misteriosa razón, no cruzamos la mirada prácticamente en ningún momento, ni tampoco, me hizo ninguna pregunta directa. Hablo solo con mi padre, como en los viejos tiempos y yo espere, realmente, a ver si mencionaba el libro o algún tema alusivo. 

Espere, espere, espere y espere; pero Urtubey no dijo nada. No dijo nada de eso, ni de sus citas, pese a que mi padre lo interpelo directamente. No dijo nada de su ex-mujer, ni de lo cambiado que esta, respecto a ella. No dijo nada de su forma actual de ver las cosas, de sus inquietudes, ni de sus ganas de hacer cosas nuevas. 

Pienso que no puede seguir haciendo las cosas por izquierda, porque todo esto, va a terminar mal. Pienso que no puede llegar a mi casa, sentarse en mi mesa, e implantarse un chip para ser, estando yo al menos, el mas bueno de todos los tipos de treinta y largos que existen en el mundo.  De hecho, si yo no supiera por boca de mi padre las andanzas, jamas me hubiera enterado que estaba haciendo uso de su deseo y su fisiología, al contrario. Lo que tendría es la imagen de un tipo separado hace un año, que ha intentado salir con algunas pibas, que se ocupa de su niño, que hace deporte y se queda en casa comiendo pizza y mirando la televisión, con su alma sensible... Inclusive, tendría la imagen de un tipo que tiene ganas de leer libros, buena literatura, de un momento para el otro que me requiere una obra compleja, pero esencial para mi, de mucho peso en mi vida literaria. Tendría la imagen del chico bueno, que sale con amigos a comer, no a bailar, "porque no tiene edad para ese tipo de cosas".

Y ahí es donde bendigo a mi padre.

Porque, si solo debería atenerme a lo que Urtubey me muestra, yo tengo que pensar que, evidentemente, anda a la caza de una de las mejores obras literarias de 1963, y de todo El Boom Latinoamericano, en general. Pero ademas, andar con ganas de leer pasajes como  "pero el amor, esa palabra, moralista Horacio..." y quedar como un romántico total, porque se levanto así de la cama, pobre pichoncito con su roto corazón.  Y si, claro, dicho sea de paso, sacarse de primera mano las dudas de que es lo mágico de una novela que casualmente, a Veinte, le gusta como le gusta y viste que ella lee ¿no?  

IV

 Demas esta decir que no menciono la charla o el libro, mas bien, todo lo contrario, fue como si nada de eso hubiera pasado en la realidad, estando en casa. Siguió siendo frente a mi padre, su amigo; y frente a mi, el emisor de variados mensajes. Y yo, seguí con la sensación de que algo no estaba tal cual como aparentaba. 

Silencio. 
Indiferencia. 
Silencio. 
Doble cara.
Doble discurso.
Doble moral. 
Dobles intenciones. 

Me repetí esas palabras, mientras tomaba mate y pensaba que, si no hubiera tenido todos los mensajes guardados como prueba, me hubiera costado creer el talante de mis propias preguntas, mirándolo, en su otra manera de comportarse

 Observando el cuadro de lejos, muy de lejos y de un momento para el otro, entendí lo que me enojaba de su silencio. Y es que Urtubey con sus actos me recordó a cuando El intentaba justificar las cosas, de cara a si mismo, en los momentos donde se sentía culpable porque le pasaran cosas conmigo que - por ser como era - no podía soportar. Me recordó al desconcierto que yo misma sentía cuando no entendía lo que estaba haciendo, ni por que. Me recordó al día donde saco a colación la misma frase, del mismo escritor y me hizo pensar, llena de rabia, por que me pasaba lo mismo con Urtubey, salvando todas las distancias posibles.  Me recordó a los momentos donde El escondía la piedra, la mano, y a la siguiente oportunidad, me arrojaba un contenedor de ellas, junto con algunas caricias.  Me recordó, ademas, a los momentos posteriores donde llego a confesarme que se echaba para atrás, todo el tiempo, porque se daba cuenta de "las cosas que le estaban pasando" y que, sin poder detenerse, tendía a avanzar nuevamente, porque "no podía controlarse". Me recordó, en especial, a la incapacidad para hacerse cargo de sus actos y la comodidad que le representaba pensar, en un punto, que la confundida era solamente yo. 

IV

Tome mate en silencio, se lo cebe a mi padre.  Me levante de la silla, entre a mi habitación, me pare frente a la biblioteca y tarde breves instantes en localizar el ejemplar buscado. Lo agarre y, sin decirle ni una palabra,  fui caminando hacia el y se lo apoye arriba de la mesa, sin frenarme, como quien deja un paquete de galletitas.  

Quería ver como reaccionaba y que tanto le importaba el libro, en realidad, especialmente, a los ojos de mi padre que lo miraba desconcertado, por su interés en un autor que es complejo, que adoro y que, siempre y cuando me hables de el, conmigo, tenes charla aseguraba y, en especial, interés casi casi asegurado. 

- Uh, ah, el libro... - fue lo único que me dijo, Padre Coraje.  Mi padre, asimismo, se quedo en silencio, como si lo hubiera sobresaltado con el gesto, cosa que buscaba hacer, en cierto modo. 

- Es enorme - me dijo y me miro, aunque yo estaba dada vuelta, trajinando en la cocina. 
- ¿Viste? - le conteste, con algo de sorna - Te va a gustar, lee tranquilo. 

Mi padre permaneció callado. 

- ¿Viste lo grande que es, ***? - le dijo, Urtubey. 
- Si si, es un librazo - se limitaron a contestarle. 

En un punto, luego de eso, me sentí aliviada, pero su reacción, no me aclaro las dudas.  De una forma totalmente normal habia hecho lo que necesitaba: dejarlo en evidencia, en este caso, para cuidarme las espaldas de su histeria.  Si, claro, el que tuviera que llevarse ese libro de mi casa, era también, frente a mi padre, asumir que me lo habia pedido, que habia hablado conmigo, y que habia "apuntado" - al menos desde la perspectiva de mi padre - hacia un punto de fuerte interés para mi: la literatura; mi autor preferido, y por si algo faltara, mi novela preferida.

Yo me quede callada, esperando que saliera de esa, ahora. 
Se hizo un silencio que mamita... 

Mi papa siguió mirando la situación, es decir, a su amigo de 37 pirulos pidiendo novelas y ojeandolas con avidez.  Urtubey no dijo nada, solamente, lo abrió, lo ojeo. 

- ¿Lo subrayaste? - me pregunto, falsamente alarmado.  

- Si, porque esa es mi edición de batalla, para hacerle de todo... - le explique - La de colección, que es otra mucho mas linda, y mas grande, con tapa dura y todo, la tengo impecable, ni una marquita. 

- Esa es la biblia de mi hija - le dijo mi padre. A mi, me dio mala espina el modo - A  ella le encanta ese libro - insistió. 
- Casi casi que te otorgo mi riñón...  - bromee, interrumpiéndolo, para alivianar la carga atmosférica que se habia producido. 

El se lo quedo mirando en silencio, y cuando salí de bañarme, un largo rato después de que se hubiera ido, mi padre me comento, escueto, que se habia llevado el libro. Yo le dije, simplemente, un esta bien. Nadie hizo mas preguntas, al respecto lo cual también estuvo bien. 

VI 

Lo que me acabo de dar cuenta, mientras escribía, es que yo hace un tiempo, de casualidad, examine la biblioteca de Urtubey... y preste especial atención a sus libros.

Parece imposible no haber advertido antes que en esa casa hay una edición del mismo libro que me dijo tener ganas de leer, luego de mandarme esa frase. De hecho, ese mismo libro descansa en uno de los anaqueles, el tercero, a la izquierda, para ser exactos, lo recuerdo con firmeza, ahora, una vez que se corrió el velo. Se que de este autor le faltan dos o tres, pero estoy segura de que a ese, lo tiene. Estoy convencida, porque recuerdo haberlo visto, y sonreído, en mi mente.

Automáticamente, miro mi estante, con el espacio vacante... 

Me siento mas inocente que La Maga y bajo ningún concepto logro comprender a Urtubey. 

domingo, 16 de abril de 2017

Pulmón de repuesto para los solitarios y tristes*

- ¡Vos sos una come-viejos, Veinteava! - me dijo, mi padre, el otro día - ¡Vas por la vida mirándole las billeteras y el porte a esos hombres! - insistió. 

Lo miré, me lo quedé mirando fijo, esperando que se afirmara en el chiste o en el prejuicio, especialmente con eso último. Se rió levemente y lo miré, con acidez. 

- ¿Otra vez con eso? - me quejé. Dejame de joder con el tema, en serio. No me gustan esos chistes, sabés que no soy interesada y sabés cómo veo a la gente... - lo increpé, enseguida. 

Volví la vista a mis poemas, materia de estudio para la Facultad. 

- Sí, es que vos a los tipos, abogaditos en especial, les ves la billetera. Te gustan todos los garcas, Veinteava. Reconocé, vamos - me pinchó. 

Lo miré y, aunque supuse que me estaba cargando, me saqué. 

- Esa perspectiva machista de mierda, que tenés, papá  - sacudí la cabeza - Pensás que una piba lo único que le ve al hombre es la plata y no es así. Si yo fuera de esa clase de personas, no estaría estudiando una carrera, no estaría pretendiendo tener mis cosas, no pondría voluntad. Así que no me cabe el poncho como para ponérmelo... - le advertí. 

Puso cara de aburrimiento, evidente, para que me enojara peor. 

- Hijaaaaaaaa, yo te jooooooodo, hija. ¡Ya sabés lo que pienso! No te calientes - se aflojó - ¡Sabés que te cargo con eso! Si notaría que sos así, ni te hago estos chistes. Te lo digo, justamente, porque sé como sos. 

(...) 

Suspiré. 

- Ella ya va a encontrar a una persona joven y buena - le dijo mi madre a mi padre. 
- Joven, dice - evidencié. 
- Che, no seas mala con ella vos - le respondió mi papá. 
- Bueno, es que es la verdad. ¿Por qué tiene que ser un viejo, no puede ser una persona joven? 
- ¿Para que estés tranquila de que la nena es normal, no? Dale, no me jodas. Ya te quedaste en el tiempo, mami. Asumí que crecimos, que tenemos gustos, y que a mí me gusta más la gente más grande, que mis pares etarios - insistí. 
- Y eso es porque la más chica de las hermanas, la más viva y la más inteligente, busca hombres que tengan buena billetera... - volvió a bromear, mi papá. 
- Andate a cagar, la verdad - le dije, exasperada, con mi poca paciencia - Si tuvieras una hija interesada, valorarías. 

Me calcé los auriculares y seguí estudiando. 

-Cheeeee, te estaba cargando, Veinte - me dijo, entre señas - No te enojes, boluda, no te enojes - insistió, mi padre. 

Lo miré, mal. Obviamente que lo iba a mirar mal. Me pidió perdón, con más señas. El "enojo" me duró poco y nada, pero me encargué de no quedarme con las ganas de decirle una última cosa: 

- Si me vas a seguir gastando, no tengo ánimos. Dejame estudiar - le advertí y le pedí, a la misma vez. 

- Vení a tomar mate, dale - hizo un gesto de risa - No te pongas mal, no te calientes al pedo, ni con tu mamá tampoco - aconsejó. 

Mofé, pero me levanté y preparé el mate en silencio. 

- Vos sabés que está todo bien. Ya sos grande, vas a elegir por vos misma. Uno te jode, pero, si es un viejo, o si es un pibe joven incluso, esa será tu decisión - resaltó.  
- Sí, ya sé. No es con vos, pero ya me tienen harta con este tema - le expliqué. 

Se quedó callado. 

- No entienden que esto que uno puede sentir, realmente, sea amor. Te miran como si estuvieras loca, en especial, cuanto más jovenes son y más te gustaría que te entiendan, por la similitud de gustos, quizá, o de códigos iguales en el lenguaje - argumenté - Y no sucede; la mayoría se te quedan mirando como si estuvieras hablando de compartir la vida con un ogro, no con un tipo o con una mina, un poco más grande - expuse - ¿Te das cuenta? - me quejé. 

- Bueno, hija, pero no te hagas mala sangre. A vos te pasa esto porque entendés la vida de otra forma, porque tenés otros gustos, porque desde siempre te gustaron otras cosas. Si te gustan los viejos y bueno, punto. 

Me quedé callada, todavía con enojo, por una cuestión mucho más de fondo que el chiste, inoportuno, quizá, de mi papá. 

- Y sí, lo único que falta es que me tenga que cagar la vida como tantos que no se reconocen lo que les gusta, sea lo que sea, por las críticas...  - le dije - Me muero, de verdad. 

- Mirá, hija, yo te lo voy a decir sin tanta didáctica - gesticuló - A vos te tiene que chupar todo un huevo. Así de simple ¿estamos? - sintetizó. 

- Yo entiendo sí, que hay muchos casos donde de ningún lado es amor, pero te aseguro que hay veces donde el amor está. Y es como cualquier otro, donde uno se alegra y sufre, y aprende y la pasa bien y comparte; como en cualquier relación.  No porque sea viejo o joven, sino por quién es el otro y listo... - sacudí la cabeza - Y la gente parece que no es capaz de entender el nivel de profundidad y de verdad que puede tener ese vínculo, entendés. 

- Lo tuyo es un razonamiento muy avanzado, hija. Ahí ya te das cuenta, en lo que me estás planteando, el nivel de visión. Vos, y tu amiguita también, tienen una visión amplia de las cosas. Por eso se entienden, porque están en la misma sintonía. Pero andá a explicarle esto a alguno que no sepa nada de la vida, que esté todo el día pelotudeando, sea viejo o joven... - me hizo un gesto, para restarle importancia - A vos, ya te digo, te tiene que chupar un huevo. 

Le pasé un mate. 

- Mirá las cosas que me dice mamá, por ejemplo. Me cansa, te juro. Que no sea viejo, que no sea viejo, que no sea viejo - repetí - Basta. Más de jodan, menos me van a salir las cosas en la vida. 
- Tu madre no te jode, ella piensa así. Vos no le des pelota y listo - respondió - Además, cuando caigas con el viejo acá, se la va a tener que bancar - dijo, muy seguro él, del futuro. 

Lo miré, con sorna. 

- Yo a esta altura, sinceramente te lo digo, no miro ni viejo ni joven. De verdad, no tengo interés en complicarme la vida con nadie ni con nada - le resalté. 

Me tomé un mate. 

Santo remedio para todo, en esta vida, el mate y el dialogo con la gente que amamos y que nos ama de forma incondicional. 


* Julio Cortázar, en Rayuela, define al mate con la frase que titula al post, entre otras. 


viernes, 17 de marzo de 2017

Observaciones mundanas VI

Después de haber estado estudiando desde mediados de enero hasta hace una semana atrás para rendir los exámenes finales de dos materias de la facultad; el aliciente de un poco de verdaderas vacaciones fue muy bien recibido. 

Los últimos meses, al margen de recluirme para estudiar todas las veces que tuve que hacerlo, me encontraron mis padres atravesando problemas de salud, cosa con la que no yo no contaba, hasta el momento. A mi padre lo tienen que operar y en mi madre se desató un cuadro de hipertensión muy fuerte; al punto tal que llegó a su consulta con el cardiologo - por una derivación de otro médico, de casualidad - con la presión en 20.1 y nadie lo podía entender. Ni siquiera ella misma, ya que no sentía signos de malestar que pudieran acomodarse al diagnóstico de una cuestión tan peligrosa, como es la presión, especialmente, ahora que ha llegado a las cinco décadas. 

La constante, entonces, fue estar con media cabeza dispuesta para los estudios y media cabeza dispuesta para la otra cara de mi realidad. Mis hermanas, en mayor o menos grado, se ocuparon de mis padres; pero en mi caso particular, yo paso mucho tiempo con ellos, porque es la misma cantidad de tiempo que estoy en casa, leyendo, durante horas. Inevitablemente, entonces, me conecto y estoy no sólo al corriente de muchas cosas, sino pendiente de muchas cosas. Por eso, la constante académica fue una: la dificultad para concentrarme, el quedarme hasta la madrugada estudiando y el tener que leer más de dos veces cada párrafo, cuando me trababa. 

Quizá por todo esto que se vino dando en mi vida, al menos en el aspecto doméstico-familiar, la madrugada del jueves me pareció extraño haber podido dormir bien, sin pesadillas, sin sueños y sin noches en vela para poder lograr concentrarme, estudiar y así avanzar en la carrera. Probablemente el hecho de que llovió durante todo el miércoles me haya ayudado a relajarme más y haya conformado parte de esas pequeñas cosas de la vida que, en su contundencia pero también en su sencillez, me aportan bienestar. 

La mañana del jueves amaneció fresca, con nubes oscilantes y rayos peleadores de sol. Me levanté pronto, me puse la pava y encendí un sahumerio. Crucé a mi padre en la cocina y traté de ponerle la mejor cara, anhelando contagiarlo un poco,  probando a ver si lo hacía reír un rato; luego del miércoles donde le había cortado el pelo y lo había emprolijado, con la misma pretensión. O como el martes, cuando acompañé a mi mamá a tomarse la presión y de paso caminamos y charlamos un rato, anhelando que se despejara. 

Tomé unos cuantos mates en silencio, mirando el sol entrar desde la ventana, hasta que pasó un rato más y empecé a comentar las noticias con mi padre que tomaba mate dulce en otro recipiente.  En cuanto terminé me decidí a disfrutar de la mañana, por lo cual, en una acertada decisión, agarré mi reproductor de música, la novela que tengo en curso, y me fuí a leer bajo el sol amable de las primeras horas del día. 

En eso estaba, relajada ya, intentando reencontrarme conmigo misma entre la música y la lectura. Mi perro, de lejos advierte mi estancia en el jardín y se levanta, caminando muy rápidamente, mientras movía la cola. Sentada, en el piso, me muero del amor y le abro los brazos, como si fuera un niño que, corriendo, viene a saludarme. 

- ¡Bueeeeeen díiiiia, mi principito! - le susurro, como si me entendiera, mientras lo miro venir. 

Sigue caminando ligerito, con ritmo mientras en su cara se evidencia la ternura, e inesperadamente orienta todo su cuerpo en dirección a mis brazos, que lo esperan, abiertos. Se encastra en ellos, escondiendo la cabeza en mi cuerpo, mientras lo abrazo con las dos manos. Dispone de su cara y de absolutamente toda su trompa, para que lo bese. Apoya y dispone también sus mofletes, sobre mi cara, que olfatea con intencionadamente, mientras mueve la "colacha". Luego de las suavidades de dueña-perro propias del darme los buenos días, asiento con una profunda gratitud a su gesto. Es decir, al sentarse a mi lado, sin dejar un centímetro de márgen, para acompañarme mientras leo y escucho mi música preferida. 

Por un momento, de un modo conclusivo quizá, me detengo...  Miro a mi alrededor: el viento, el sol, el jardín.  Miro a mi perro, bajo el mismo sol, haciendo alarde de sus reflejitos rubios. Miro el libro que conseguí, de uno de mis autores favoritos, gracias a la generosidad de un canillita, que me rebajó el precio, dejándomelo muy barato, de pura generosidad, simpatía y buena onda. 

Y así, con ese racimo de cosas cotidianas (pero tan importantes para mí) me doy cuenta que más allá de todo lo que estuvo pasando y de todos quienes estuvieron sucediéndose, en ese momento preciso -leyendo bajo el sol con mi perro sentado  en el piso pegado a mí - yo  me siento inmensamente feliz. Esa pequeña sensación, tan poderosa al mismo tiempo, actúa como un remanso, como un bálsamo, ante períodos de preocupación e incertidumbre que, a veces, parecerían eternos. 

Es la existencia de cosas pequeñas, al fin y al cabo, lo que me dá un poco más de fuerza para continuar. Lo que me dá un poco más de espacio en mi interior para hacer introspección dentro de mi misma, e intentar darme cuenta todo lo que aprendí en estos últimos meses, conforme fueron pasando las diferentes experiencias.

 Ojalá pueda tener, a lo largo de toda mi vida, muchos más días felices como lo fue éste. 

domingo, 12 de marzo de 2017

Literatura,cuanto menos, ficción: Los premios

Lo que lo hace precioso (...) es que está a punto de caer, 
no puede seguir siendo lo que es en este minuto de su vida

La idea de retomar justo desde dónde lo había dejado, en cuanto volví a insertarme en aquél círculo, me parecía el segundo nombre de la desventaja. Él, recientemente al lado de una mujer que parecía haber sacado de abajo de una baldosa, se paseaba de aquí para allá, acompañado. Yo, al mismo tiempo, me había acercado por plena inercia a una persona que había conocido en ese momento, precisamente, porque el ámbito social-literario nos había sabido reunir y, los intereses tan similares, vincular. 

Si bien yo estaba acostumbrada a estar sola, en ese momento, las cosas eran diferentes. Estaba sola, mirando la repetición permanente del que me metieran el dedo en una herida extremadamente profunda. Era como si el dolor no se fuera a terminar nunca; como si no pudiera salir de una situación, hacerme a la idea de una cosa, que venía a enterarme de otra o a darme cuenta de una tercera. 

Necesitaba distraerme con algo. Había pasado un tiempo ya de ese veinte de julio. Las cosas estaban todavía frescas para mí, demasiado frescas, pero ya he dicho que en esa época me movilizaba la bronca por haber estado tan vulnerable, las ganas de sobreponerme al dolor y no de ir por la vida siendo la víctima, especialmente, cuando lo tenía a Él listo para estudiarme la cara cada vez que me cruzaba. 

Recuerdo particularmente una jornada. Nos habíamos juntando por una actividad al aire libre y, unos días antes. Ya que Él estaba en pleno idilio con Ella, yo me había decidido a responderle unos correos electrónicos a esa persona que se me había acercado con intenciones buenas, pero en el momento equivocado. Veníamos hablando desde hacía algunos días. Por esas cosas de la vida yo sabía que tenía un hijo pequeño, que era separado y aquélla mañana había pasado a saludarme, a sabiendas de que iba a estar ahí, antes de llevar a su pequeño al doctor. 

- Leí anoche tu correo - me dijo, mientras me saludaba ese día - ¿Cómo andás? ¿Descansaste? - me preguntó. 

Él, cuando lo vió, se puso en personaje. 

- Sí, estoy bien... - le mentí - ¿Vos? 
- ¿Qué tal te fue en el parcial que me dijiste el otro día? - me sonrió, me acuerdo, y Él se fue caminando para otro lado. 
- Bien, bien. Terminé ya con Saussure - recuerdo que me contesté - ¿Tu nene? 
- Ahora lo tengo que ir a buscar - me explicó -  Quiero que se divierta un rato. Voy a presentártelo - me dijo. 

Pasó un rato y se fue a buscar al pequeño. Enseguida estuvo de nuevo en el lugar. Me lo presentó. Un niño pequeño, con ojos lindos, excesivamente tímido. La situación, asimismo yo estuviera anestesiada, no dejó de parecerme algo intensa. No tenía cupo en mi mente para conocer a nadie y mucho menos a nadie que además me presentara tan honestamente a su hijo, aunque me encantó esa muestra de honestidad.  Licenciado en Letras y fanático de los mismos autores que yo, la charla se volvía inevitable, y yo me había enterado por otros medios que se había quedado bien impresionado después de conocerme, así que simplemente me manejaba con cuidado, dentro de toda la parvedad de aquéllos días y al mismo tiempo todo lo que fuera distinto a ese dolor que me partía por el medio, era bien recibido. Si bien era una persona más grande, no lo era tanto como Él, que nos miraba con  esa cara soberbia que ponía cuando algo no le gustaba, como si fuera Dios sobre la tierra, reencarnado en un señor hecho y derecho, que en esa época, tenía 42 años.

Yo, simplemente, me encargué de seguir haciendo las tareas que acometían a la actividad y Él se dedicó a lo mismo, a sabiendas de que todavía no había llegado Ella al lugar, con su hija, pero que estaba en camino. A mi ver, tenía presente algo: por llevarle la contra, en medio del enojo, no estaba dispuesta a obligarme a nada, pero estar rodeada de gente era para mí aire fresco, entre todo el lío. Y pese a que hubiera parecido algo planificado, el que ambos estuviéramos ahí con los hijos de otros, interactuando, y pasando un rato, era producto de la más funesta casualidad, y quizá, en el fondo, de la misma necesidad secreta.  Llegó un punto del asunto donde, por un lado, estaba yo pintando con el hijo de este muchacho, mientras su papá se dedicaba a sacar fotos, y, exactamente al lado, estaba Él; también pintando, como si nada con la hija de Ella.  De ese día quedó una foto que evidencia la paradoja, sacada por alguien que pasaba por el lugar y la compartió con La barra. 

II 

A los pocos días, sucedió una situación similar. Ellos dos por un lado, y nosotros, por el otro lado, separados por un mar de gente enorme, donde podíamos perdernos de vista. 

- ¿Tomamos unos mates, te parece? - me ofreció, este muchacho. 
- Dale - le dije yo, y agarré un termo que andaba por allí, fuí a conseguir agua y a cambiar la yerba. 

Estábamos charlando, mientras compartíamos la infusión al aire libre. Me estaba mostrando unas fotos y yo lo agradecía, en cierto modo, porque todo era mejor que observar lo que a pocos metros sucedía. Pasamos largo rato así, en otra sintonía. 

El Canciller, mejor amigo de Él por excelencia, además de pasarle el número de ella después de ese lunes donde había tenido lugar la reunión de emergencia, se apareció en ese momento para interrumpir la situación. 

- Veinte... - me dijo. 

Lo miré, dejé el termo y el mate arriba de un pequeño stand y aunque lo ví venir a Él, jamás imaginé que se fuera a acercar tanto a mi frontera. Hice foco en la vista de su mejor amigo, concentrada en mantenerme dura. Él se puso atrás, mirándome, pero yo ni siquiera reparé un segundo en sus ojos, porque la ecuación era muy simple: si lo miraba, perdía. 

- ¿Qué? - le pregunté, calmada. 
- ¿Leíste eso?  - me dijo, mientras me tendía una novela de mi autor preferido en todo el mundo. 

Lo miré, fijamente y miré la novela. 

- Sí - le mentí y me puse a acomodar poner en condiciones cosas que estaban lo suficientemente ordenadas, en medio de mi mesita. 

- Queríamos que te lo quedes - me explicó. El plural me lastimó los oídos, porque ahora entendía perfectamente para qué había venido Él y también sabía que era la persona que me había conseguido esa novela. 

III

En chiste, un tiempo muy corto antes le había dicho que se robara muchos libros para dármelos a mí y Él me había respondido punzante. Yo me había prometido no hacerle más chistes, porque estaba demasiado susceptible para su humor negro y porque tenía una manera de tratarme que era, lisa y llanamente, despectiva, como si fuera una bolsa de basura, como si conmigo no hubiera aprendido nada bueno, como si fuera una prostituta. 

- Yo no voy a robar para vos - me dijo - Esto es para otra cosa - solidificó. 

Me lo quedé mirando, por un instante, y sentí el peso de su desprecio. Él nunca me había hecho algo así y me costaba entender cómo me trataba tan mal, si me conocía, y conocía lo importante que era para mí el concepto de valerme por mi misma y ganarme las cosas por mi cuenta. Era obvio que era un chiste; Él mismo me reprochaba más de una vez que no me dejaba ayudar, que no dejaba que nadie se me acerque, que nadie haga nada de onda por mí. Él mismo me decía que lo dejara, que nunca le iba a deber nada, que me relajara, que no lo hacía por eso. Y olvidándose de todo lo dicho, y sabiendo mis debilidades, pienso hoy, lo estaba usando en mi contra, con un fin determinado: alejarme, lastimarme. O quizá sólo se estaba mostrando como realmente era y yo recién me daba cuenta.  

Su mejor amigo lo miró y me miró a mí, pero se quedó callado, en medio de esa situación.  Era hostil su trato y difícilmente se hubiera podido esperar de una persona que, mientras hacían labor social unos meses antes, me hacía masajes si estaba contracturada por el estrés, me daba un abrigo si tenía más frío de lo normal, me llevaba el equipo de mate en el auto y más de una vez me había pasado por casa a buscar. Él era la clase de persona que saludaba a todos con unas palmadas en la espalda o con un beso y, cuando me llegaba el turno, me abrazaba en frente de toda la gente, por unos instantes largos y hundía la cara en mi estatura, para darme un beso en la cara sin soltarme, cuando no podía dejarme en casa.  Y yo, obviamente, porque no me importaba quién estuviera mirándonos, me ponía en puntas de pie para corresponderlo y lo abrazaba con la misma intensidad. 

Era imprevisible, por ende, que me tratara así. 

- No hace falta que me trates como una mendiga *** - le contesté.  
- No, bueno, pero... - me dijo. 

Le hice un gesto con la cara, terminando la charla. Me dió la mano, por la vetanilla del auto de su amigo y me la soltó, unos segundos después, cuando vió que no le devolví el apretón. 

- ¿Más tarde puedo pasar por tu casa, a buscar lo que habíamos quedado? - me preguntó, intentando sobreponerse al resbalón. 
- Sí, no creo que haya problema. 
- ¿Pero... vas a estar vos? 
- Si pasás en un rato, sí. Después, más tarde, no - le contesté - De todos modos, nadie en casa se va a morir por alcanzarte una bolsa hasta la entrada. Somos personas de bien - lo pinché, con sutileza. 
- Te llamo antes de ir. Paso si estás... - me respondió. 
- Está bien - musité. 

Me volvió a agarrar de la mano. 

- Más tarde te llamo y paso por tu casa con el auto así no estás cargando las cosas ¿dale?- susurró, mientras me saludaba. 
- No sería ningún problema, igual. 
- Bueno, pero no quiero que lo hagas. Paso yo. No me cuesta nada. 
- Yo, mientras esté, no te voy a cerrar la puerta en la cara... - simplifiqué el asunto, como rara vez hacía y mucho menos, con él. 
- Entonces, como algo y te llamo, antes de que te vayas por ahí... 
- A vivir aventuras - mofé - Llevá eso para adentro - musité, con ironía - Y guardalo bien, no sea cosa que alguien te lo robe. Más tarde nos vemos - lo burlé, con una sonrisa perversa que en los demás se podía leer como picardía, aunque no en Él que me conocía mejor. 

IV 

Ahí estaba, después de unas semanas, su mejor amigo, con Él detrás, tendiéndome una novela. 

- Queríamos que te lo quedes - me decía. 
- No - dije, sin dudarlo - Gracias, pero no hace falta - me limité a decir, sin mirar para atrás de la cabeza de su amigo, de grandes proporciones, por cierto. 
- De verdad, quedatelo. 
- Ya lo leí 
- ¡Mentira! ¡Es para vos esto! - me dijo su mejor amigo. 
- Te agradezco, pero prefiero que sirva a la causa *** - le dije, tensa.

Él me miraba de atrás, sin decirme nada. Yo no lo miré ni siquiera una sola vez, porque me gustaba que sintiera la misma humillación, la misma sensación de desprecio, ante un gesto que un tiempo antes hubiera aceptado quizá hasta con alegría. 

- Es tuyo, Veinteava. 
- No, no me lo voy a quedar, ***. Ponelo a circular, de verdad. No me interesa. 
- ¿Cómo que no te interesa? Es tu escritor preferido. ¡Te re interesa! - me increpó. 
- Dáselo a él, que tenemos el mismo escritor preferido - lo señalé a mi compañero de mate. 
- No, esto es especialmente para vos - rectificó - No se habla más, esto te corresponde a vos. Lo sabrás apreciar mejor que todos nosotros... - me dijo su mejor amigo, mientras me dejaba el libro apoyado en mi mesita, mientras seguía escoltado, obviamente, por Él. 
-  Apreciar las cosas, sé, claro...  - musité - Pero no hace falta que nadie desvíe nada para mí - le aclaré. 

A ambos, en cierto modo. Él, como siempre tan cobarde, no dijo nada. 

- Por favor, Veinte, sabés que no pasa nada... - me dijo. 

Me lo quedé mirando y asentí, a medias, con la cabeza. Su mejor amigo me sonrió, mientras se alejaba. Él en su escoltada, me regaló una hermosa cara de desagrado. 

Nunca me imaginé que hubiera tanto enojo, algo así como asco, en una mirada que me había despertado tanta pasión, tanto afecto y tanta ternura; a la que había correspondido, además, con lo mismo. 

¿O es que no era asco y enojo, sino, cualquier otra cosa que se escondía detrás de todo eso? 

Ninguno de los dos podía seguir siendo lo que era, definitivamente, en ese minuto de su vida. 

lunes, 6 de marzo de 2017

Presencias

Salgo de rendir un examen en la facultad, que me costó montones preparar, por el sinfín de cosas subterráneas (como la salud de mi padre, y ahora, la presión nerviosa de mi madre) que pueden interferir en mi ánimo y a las cuales, les doy batalla. Los nervios intentaron jugarme una mala pasada en la mesa de examen oral, y lo sé. Me siento tranquila, sin embargo, por haberme tomado cinco minutos, frente a las profesoras para respirar hondo, eludir los nervios y continuar con la exposición. Fue más fuerte la necesidad de seguir adelante con la carrera aún en los momentos difíciles y fue sobreponerme al miedo. Me sentí agradecida con ellas, también, porque hayan sabido entender si siquiera sospechar que, antes de entrar, del estrés considero, se me nublaba la vista cuando quería repasar la ponencia. 

Llego a casa, a eso de las ocho de la noche. 

Saludo a mi perro, que me vé y de inmediato se deshace en gestos de amor, para darme la bienvenida. 

- ¡Hola mi santo,precioso, hermoso, cosa linda de la vida! - me agacho, a acariciarlo, porque enseguida se recuesta panza para arriba, esperando los mimos de siempre - Te extrañé, mi vida... - me mueve la colita unos instantes más. 

Escucho una voz. 

Es de Urtubey, que está en casa y yo no me enteré. 

- Holaaa - entro a la cocina y lo saludo - ¿Cómo andás? ¿****? - le pregunto, por su retoño. 
- Bien ¿y vos? - me sonríe - Se fue a su casa, *** - me hizo un guiño.  
- Bien, bien, todo bien - miro a nuestro alrededor, buscando a su retoño - ¿De verdadddddd? - le pregunto, y enseguida le sigo el tren. 

Se ríe. 

- Se fue a su casa, cansando de esperarte - me explicó. 
- ¿Ah si? - hice un gesto de falsa lamentación - ¿Me estaba esperando desde hace mucho? 
- Sí, se quedó esperándote pero se fue caminando solito, viste... Porque no llegabas.  
- ¡Ay, qué lástima! - me reí, mientras lo buscaba - Yo lo extraño cuando no lo veo... Me había ilusionado, además, quería jugar con él y hacerle mimitos en los pies, como la otra vez... - dije, en voz alta, apropósito. 

- Qué lastimaaa - me cargó - ¡Qué lástima que se fue! 

Desde abajo de la mesa, su retoño, hizo un ruido. 

- ¿Estás seguro que se fue, Urtu? - bromeé, mientras me agachaba y lo encontraba a su pequeño sentado en indio, debajo de la mesa de la cocina, mirándome con una sonrisa de oreja a oreja, mostrandome todos los dientitos blancos. 

- ¡Hola mi amor! - exclamé y se tapó la cara con el mantel - ¿Cómo andás? ¿Salís del escondite a darme un besito, dale? - le pedí - ¡Te quiero dar un abrazo enorme!

Hizo morisquetas, hasta que Urtubey le pidió que saliera. Hizo caso y enseguida me agaché, frente a él, para saludarlo. Estaba super afectivo y me tranquilizó su cariño, me bajó a tierra, después de tanto estrés. 

- Te extrañe mucho - le dije y enseguida me agarró de la mano, se me quedó pegado a las piernas, para llevarme a jugar - ¿Cómo andan? - miré a Urtu. 
- Bien, todo bien - asintió. 
- No paraba de preguntar por vos - reconoció mi papá. 
- ¿Ah si? - sonreí.
- Sí, estaba preguntando todo el tiempo, dónde estabas. 
- Estaba dando un examen - le expliqué a Urtu - Es un amor él - lo miré al peque y sonreí. 
- ¿Así que te fue bien, hija? - intervino mi papá. 

Suspiré, con alivio. 

- Sí, lo salvé. Pero fue una situación tensa, tensa - reconocí. 
- ¿Qué pasó? - me preguntó Urtubey. 
- Me puse re nerviosa. Me trababa, pero bueno, controlé el estrés... - sacudí la cabeza. 
- Uh, claro - suspiró - Era oral, entonces. 
- Si, oral - le expliqué a Urtu - Vos sabés, yo soy tímida, y cuando estaba frente a los docentes dando me ponía así - hice una parodia de mi propia timidez - Al rojo vivo, ella.  
- No, claro...  - se rió. 
- ¡VEINTEEEEEEEE, VENÍ! - gritó el pequeño retoño. 
- ¡Voy, pequeño saltamontes! - me fuí, dejando la conversación a la mitad. 

Al rato, ambos volvimos. 

- Contale, ***, que hoy empezaste el jardín. 
- ¿Ah si? - lo miré, al peque. 
- Shi 
- ¿Y qué tal te fue? 
- Bien, bien - me dijo, de una forma que me daba ganas de comérmelo a besos. 
- ¿La pasaste lindo? 
- Shi - me explicó - Estuve con mami 
- Muy bien. Qué bueno, mi vida - le dije, naturalizando la mención. 
- Y después fuiste a lo de la abu ¿no? - lo orientó, Urtubey. 
- Shi - respondió y se fue urgente a besar a mi perro, con el que se quieren un montón- Veinte, vamos a buscar a *** - me dijo, en referencia a mi perro. 
- Vamos a hacerle mimitos,dale, así le demostramos que lo queremos - lo animé. 

Y se conjugó, efectivamente, lo que me da un nivel de ternura desbordante. Los nenes chiquitos - especialmente los varones - jugando con los perros. 

- ¿Papi, ya nos vamos?  
- Sí, que hay que cocinar, bañarnos y a dormir, piojito - le explicó, Urtu. 
- ¿Me hacés poshito y papitas? - le pidió. 

Yo ya me imaginé a Urtubey pelando papas, como un servil padre. Es que, si te lo pide así... 

- Sí, vamos a comer pollo, con papitas... - se rió - Le iba a hacer puré, pero si quiere papitas... - sacudió la cabeza - ¿De postre qué hay? 
- Nu she - lo miró, intrigado. 
- He... - se rió - la... 
- ¡Heladitooooo! - festejó. 
- Listo, te lo compaste - me reí - Después venís, papito, ahora andá a comer el pollito que te va a cocinar papá... - lo animé. 
- Bueno, dale - me dijo, muy campante - Vamos papi, vamos - lo tironeó. 

Y los acompañé hasta la calle, por expreso pedido del pequeño, que me quería mostrar unas morisquetas más.  

II 

Por suerte, más allá del último viernes, nadie volvió a hacer ningún comentario relacionado con Urtu y yo. Eso me alivió un montón, luego de que en una cena que tuvimos el pasado viernes, donde escuché a mi madre, a una de mis hermanas y a su novio, hablar de nosotros dos, en susurros, durante la comida. 

Ese día Urtubey vino a cenar con nosotros. Dejó su auto estacionado a pocas cuadras y bajó con paquetes. Lo vieron venir de lejos, jugando con las llaves, con una bolsa. Yo también lo vi venir de lejos pero no le preste atención a lo que traía y seguí sumida en mis pensamientos, que ese día, eran medio tristes. 

Apenas se acercó a la mesa donde estábamos todos, lo miré y saludó en voz alta, mientras me daba un paquete. 



Lo miré, pensando que era para mi mama, porque mas temprano habíamos estado hablando del regalo de ella, por whatsapp y quizá quería que lo vea... No sé, eso se me cruzó por la cabeza, siendo franca. 

- Es para vos - me dijo, mientras saludaba a mi familia y sonrió. 

Evidentemente, sonreí también, cohibida. No me lo esperaba, realmente, y más, cuando había pasado mi cumpleaños y cuando me había hecho un obsequio y no había nada - a mi parecer, al menos, que "justificara" el gesto. 

Lo mire y miré el regalo sorpresa, con un fuerte desconcierto. Me encantó, apenas lo ví. Le devolví una mirada significativa y se rió. << Sabía que me gustaba... >> pensé. 

Era un libro que sabia que me interesaba, del que habíamos hablado hace unas semanas atrás. Un día había estado en casa, justo cruzando la puerta recordó ese libro, y se detuvo buscándome data sobre él, antes de irse. <<Llego a la casa de mi viejo y después te mando unas cosas >> me dijo, frente a mi mamá. Yo me quedé callada y asentí con la cabeza. Un rato después me llegaban varias fotos de la edición que se  había comprado para él del mismo ejemplar que ahora, reposaba en mis manos. Al suyo, lo había sacado de su empaque incluso para mostrarme las ilustraciones y yo le elogié el hecho, de pura inocencia. No esperaba, claramente, que me lo regale y más cuando habíamos estado hablando de que me iba a comprar cierto ejemplar, que fue el que me regaló Urtu, finalmente.  

Por lo general, nosotros hablamos mucho de libros. Él, pese a que su trabajo nada tiene que ver con los libros, lee de todo. Tiene una biblioteca exquisita, a decir verdad, y más, porque los acumula desde el placer y desde sus intereses, no desde las modas. Suele andar pendiente de las colecciones, le gusta perderse en librerías y, siempre que sale algo o que vé un titulo bueno o que lee algo bueno, me avisa, me cuenta, me manda una foto o un link. Yo hago lo mismo, a decir verdad, aunque reconozco que soy un poco más discreta con el asunto, porque me da timidez contarle todo el tiempo de libros.  Me ha prestado libros y yo le he ofrecido míos. Incluso, cuando todavía estaba casado, habíamos estado hablando del Quijote y lo había rastreado por Capital y por nuestro barrio, para regalarme los dos tomos en una edición de lujo, tapa dura que yo había estado buscando y le había comentado de casualidad, a él y a su ex- mujer, una noche, mientras salía el tema de los libros.  

Y sin embargo, yo consideré este regalo del presente, un gesto inesperado. La que cumplía años era mi mamá, no yo, por lo cual, me sentí un poco avergonzada. Al libro lo dejé con el empaque puesto y lo puse a un costado, esperando que mi familia saliera del mutismo general, aunque tengo que reconocer que me encantó el detalle, pero no podía darlo a entender si sentía que tenía todos los ojos encima, poco más. 

Se acercó a saludarme con un beso y siendo la única silla libre, se sentó a mi lado.

- Ey - le toqué el hombro, discretamente, para que me mirara - Gracias por esto. Me encantó. No hacia falta.
- ¿Te gusto? Me alegro mucho - sonreímos-  Es que lo vi y bueno... - sonrió - Dije: " ´ma sí, yo se lo llevo". Sabía que te interesaba...  - me explicó. 
- Sí, la pegaste... - admití -  Es genial, en serio - me reí. 
- Salí de trabajar el otro día y lo enganche justo.  Ya lo tenia de hace unos días...
- ¡Me leíste la mente entonces! - le expliqué - Ayer, justamente, estaba pensando en estos libros... Quería comprarme uno, pero pasé tan apurada que no me pude ni parar a preguntar. 
- Ahora ya esta. Justo, entonces - nos reímos - Yo me compré este el otro dia - me dijo y me mostró otras fotos.

Hablamos brevemente de esos libros, le comenté que había nuevas cervecerías por la zona y me mostró unas fotos de una construcción rústica espectacular. << Me gustaría ponerme un bar con tu papá >> me dijo. <<Sería genial... Mesitas rústicas, ladrillos a la vista, buena música >> soñé, en voz alta <<yo me ofrezco como moza y te tomo los pedidos mientras leo poemas con la otra mano, dale, me gusta la idea... >> lo cargué.  

El cumpleaños siguió viaje. Todos me preguntaron qué era el regalo y si me gustaba, como si les diera curiosidad el detalle, como si les pareciera raro, cosa que no me extrañaría en mi familia, llena de expectativas respecto a que no pase otros veintidós años soltera y, al mismo tiempo, aterrados y recelosos de la posibilidad de que alguien comparta la vida con la preferida de la casa, la consentida, una especie de mascota que soy, para todos, pese a que me moleste y me pese, en un punto.  

- Cuña - me dijo uno de mis cuñados, el novio de mi hermana mayor, al rato - ¿Sabés lo que soñé el otro día? 
- No - lo miré, con curiosidad - ¿Qué? 
- Que vos tenías novio, y yo lo conocía... - me dijo. 
- Ah, bueno... - musité, con sorna. 
- Igual, no le ví la cara, eh... Así que no sé quién es. 
- No puedo darte la información que le faltó inventar a tu psiquis, cuña, perdón - me reí - De verdad, esta semana, está vedada la palabra novio, niiiiii hablemos, ni hablemos... - intenté tomarme la pálida de ese miércoles con humor y no quería entrar en un escenario escabroso donde entraran mis gustos y esas cosas, en discusión. 

Todo iba mejor. Yo estaba comiendo un tostado gigante. Lo veo demasiado grande y pregunto quién quiere compartirlo conmigo. Todos me dicen que no. Miro el plato de mis cuñados y mi padre me hace señas, para que se lo dé a Urtu. Se lo sirvo, con todo cuidado. 

-  ¿Y eso? - se sorprendió -  ¿Vos no comés más? No comés nada, Veinte... - resaltó. 
- Quiero que ingieras alimentos... - le susurré - No tengo hambre, hoy...  
- ¿Querés que ingiera alimentos? - se rió, por la expresión - Igual, ya no estoy flaco como antes. Recuperé peso, tengo panza, mirá - me mostró.  
- Nada que ver, Urtu, estás bien así... - sacudí la cabeza - Comé, que está rico, dale... - lo alenté. 

Seguí comiendo lo que me quedaba de mi plato. 

A mi derecha, estaban mi mamá, mi hermana y mi cuñado. Yo estaba inclinada, de costado, mirando un poco las conversaciones ajenas, sin opinar, mientras masticaba.  A ellos tres, casi les daba la espalda, y habrán pensado que estaba entretenida, porque empezaron a comentar:

- Sí... *** percibió lo mismo, desde el cumpleaños de ella - decía mi hermana - Me decía que se había dado cuenta también, de lo mismo... 
- %··&/···&&/)())$"··... - decía mi mama.
- Si, sí - decía mi cuñado, que nunca habla, pero... 
- ... y trajo el libro - escuche que decía mi hermana.

Me moví para servirme más gaseosa, con disimulo para ver si seguían o no hablando. Los quería matar, a los tres. 

- Y ella encima que... ·"$%&"$!·!%& - dijo mi hermana.
- jsjdjsnwjejdnanw - susurró mi mama.

Las miré. A los tres las vendió la cara, como si necesitara confirmar que estaban hablando del Urtu y de mí. Lo curioso era que se estaban riendo, como si algo de la situación fuera divertido, gracioso, no lo sé. 

- ¿Alguien quiere más? - les ofrecí, apropósito.
- No no, gracias.
- No gracias, gorda.
- No hija, gracias.

Enseguida, rehuyeron la vista y cambiaron de tema. <Cobardes> pensé.  Pasó gran parte de la celebración que no fue larga ni excéntrica.  Mi hermana que antes había estado hablando del tema, me pidió si le mostraba el libro, y se lo tendí.

Casi al final de la cena, el muchacho en cuestión se levantó de la mesa. Nos quedamos literalmente en familia.

- ¿Y eso que es? - me pregunto mi papa.
- Un libro, que me regaló Urtu - le dije. 

Se lo quedó mirando, encima de la mesa, muy fijo. 

- ¿Vos se lo encargaste o algo? - me dijo en referencia a su amigo.
- No - respondí, austera.

Mofó. 

- Es una cosa... - suspiró, pero se quedo callado - No pierde... - dijo.

Ni le dije nada. Lo miré, con cara de fastidio, porque no tenia ganas de escuchar estupideces.

- Che, ¿vos no me podrás prestar un libro, Veinte? - me dijo, cómplice mi otra hermana.
- Si, mas vale - sonreí - ¿Cual querés?
- No se. Elegime vos y yo lo leo.
- ¿Leíste lo de la otra vez...?
- No - dudo - ¿Galeano era?
- Benedetti - rectifiqué - De Galeano no tengo demasiado.

IV

Lo del miércoles mismo, con mi hermana y mi madre, lo hablé al aire, parece. Y ya no perdieron pisada para hacer usufructo de las circunstancias más sencillas,  en pos de especular.

¿Qué, no me puede hacer un regalo inesperado? Que piensen lo que quieran.

Cuando llegamos a casa, ese día, mi hermana me dijo:

- Me parece que ese libro tiene dobles intenciones... - yo seguí sentada en mi cama, observándolo, con adoración. 
- No seas boluda... - me limite a responder y seguí inmersa en mi burbuja. 

De hecho con la sorpresa que me hizo me alegró mucho el dia. Fue un gesto inesperado, que no valió por el regalo, sino, por la intención de ver algo que sabía que podía gustarme y comprármelo, porque sí. De rifas sobre mí felicidad ni hablemos. 

Me alegro que hoy, por lo menos, me hayan dado tregua los comentarios y el examen. 

Lo que sí, creo que mi padre se quedó con la sangre en el ojo, por el presente. Vió una colección en la televisión y exclamó, enseguida: 

- ¡Vos tenés que tener esos libros, Veinteava, esas cosas son necesarias para tus estudios! ¡Yo te los voy a comprar, en cuanto pueda! - exclamó. 
- Sí, igual, está todo bien... - le expliqué - Es bastante plata por semana, así que no sé... - lo previne. 

Me miró y puso cara de pocker. Es decir, esa cara de padre que dice: "Hay un tipo que le hace regalos de cosas que aprecia y que realmente le gustan y más adelante la van a raptar, dejará de ser mi hija más chica, la que siempre toma mate conmigo, la que me convida galletitas a la madrugada y yo a este tipo lo voy a cagar a trompadas". 

Eso que no sabe de mi colección... Bibiloteca: "El chongo que no fue".