- ¿Te parece ésta mesa? - me preguntó.
Nerviosa como estaba, asentí con la cabeza y esperamos hasta que viniera la moza. Tenía tantas cosas para decirle, y al mismo tiempo tanto miedo, que me sentía incapaz de hablar, como si esas dos emociones fueran en un contrasentido interno que antes de ayudarme estuviera dándole pie a una cerradura emocional.
- Estás nerviosa - evidenció y asentí con la cabeza - Quedate tranquila, Veinte, que no vamos a poder hablar ... - comentó.
- Vos tenés la misma cara de espanto que yo, solamente que no tenés un espejo para vértela - le aclaré - Los dos, tranquilos, que no nos vamos a morder - le dije, intentando consolarme a mi misma con ello.
Esa charla, la primera de todas, fue la más intensa quizá pero no la más difícil; aquélla clasificación le cabe a la última, aunque sea otro tema. Lo que tuvo esa conversación inicial que no tuvieron otras fue el ser una especie de piloto respecto al cómo sería, cotidianamente, estar.
- ... para mí, todo esto que me dijiste, fue muy loco, muy loco... - me decía, bien que lo recuerdo - Pero no estoy en condiciones de nada. Me pasaron muchas cosas en la vida, Veinte, y no puedo entender cómo vos me mirás a mí de esta forma... - argumentó.
Pensé mi respuesta unos segundos, conteniendo mis sentimientos, intentando no reaccionar de una forma brusca teniendo en cuenta de que estaba siendo Él muy delicado desde todo punto de vista.
- Considero que es porque no te juzgo, que te puedo ver el lado bueno - le expliqué - Trato de entender que si no fueras este tipo que sos, vos y yo no estaríamos tomando una cerveza ahora, sino, haciendo otras cosas y eso me gusta de vos... - lo pinche.
Mofó.
- Eso es cierto - me dijo, sin pensar - Si vos le decís esto a ***, a **** o incluso a ***, no te das una idea... - enumeró a conocidos nuestros, todos de su edad.
Me sentí brevemente incomoda, porque para esa época, yo no me había dado cuenta de tantas cosas ya que tenía la atención orientada hacia un sólo lugar, que me despertaba real interés.
- ¿Y vos, sí te das una idea? - le pregunté, con mi mejor cara de pocker.
Me miró y, con la forma en que lo hizo, me dejó claro todo.
- Por favor... - me pidió, sonriéndose.
-Hasta hace diez minutos me decías que cómo te ibas a atrever, que era pecado, más o menos... - me reí.
Me sentí brevemente incomoda, porque para esa época, yo no me había dado cuenta de tantas cosas ya que tenía la atención orientada hacia un sólo lugar, que me despertaba real interés.
- ¿Y vos, sí te das una idea? - le pregunté, con mi mejor cara de pocker.
Me miró y, con la forma en que lo hizo, me dejó claro todo.
- Por favor... - me pidió, sonriéndose.
-Hasta hace diez minutos me decías que cómo te ibas a atrever, que era pecado, más o menos... - me reí.
Se me quedó mirando y se pasó una mano por la frente.
- Es que, Veinte, por favor... Mirate. No sé, es decir, no sé... De esa manera, no lo busqué, me pasó. No me quise dar cuenta, lo dejé pasar, lo dejé pasar, lo dejé pasar, hasta que no pude más... - empezó a darle vueltas - Sos una chica muy especial, muy muy joven, y eso todavía es más extraño, no sé.
Enarqué una ceja.
- ¿Especial? ¿Sabés cuántas veces me dijeron que yo era especial, ***? - le confesé.
- ¿Y no te gusta?
Me reí.
Me reí.
- No lo soy, eso es lo que pasa. Yo, de hecho, sé que no soy especial para vos, solamente querés ser cortés, amable, porque si hay algo que no te falta y me encanta es educación... - reconvine y me lo quedé mirando - ¿Puedo preguntarte algo?
- Lo que sea - asintió y se me acercó, un poco más, intentando crear una especie de semicírculo con su cuerpo cada vez más inclinado sobre la mesa.
Lo miré y me sobresalté con el ruido de la puerta de entrada, pero en un principio, no le dí mi atención.
- ¿Puede ser que vos te hayas confundido un poco conmigo, no? ¿Se te mezclaron un poco los cables o yo consumí algo previamente a verte y aluciné? - le pregunté, muy muy seria, obviamente, con un fuerte dejo de sorna.
Sonrió.
- ¿Qué quiere decir confundirme con vos? - me preguntó - Ahora, de hecho, estoy confundido. No pensé que iba a ser así esta charla con vos.
La que se rió fue yo.
- A lo que me refiero es a mirarme de otra forma - puntualicé - Yo puedo ser joven, pero no soy boluda. En mi cumpleaños, cuando viniste a casa, yo me terminé de dar cuenta de la forma en que me miraste cuando me levanté...
- Veinte... - me frenó.
- ¿Qué?
- Yo me quiero morir, perdón.
- ¿Por qué me pedís perdón? ¿Lo reconocés, entonces?
Asintió con la cabeza, sin dudarlo.
- Por eso no te quedaste para la torta - dije, en voz alta, sin pensarlo.
Lo miré, entendiendo todo.
- ¿Qué pasa con la torta? - me preguntó, para entender ese último comentario.
Pensé en que finalmente yo no estaba tan loca.
Pensé en que finalmente yo no estaba tan loca.
- Que no pudiste soportar la torta con las velitas de los diecinueve. Y por eso te fuiste.
- Me escapé de una comida en familia, con mi hermano y mi viejo, esa noche - me confesó.
- ¿Para venir a verme el día de mi cumpleaños?
- Sí - dijo, y agachó la cabeza.
- Sabiendo que cumplía diecinueve años...
- Sí - me miró, dudoso.
- Y a mí eso me encantó, porque yo te ví pasar por ****, con tu papá y sabía de esa comida, un rato antes de que empezara el festejo.
- ¿Cómo me viste?
- Fui a encontrarme con un compañero de la facultad que me quería ver por ser mi cumpleaños.
- ¿El chico ese de anteojitos? - me preguntó.
- Sí, ése.
Sonrió.
- ¿Qué?
- Nada.
- Es un buen chico.
- Me imagino, sí, yo no dije nada sobre eso...
Dudé.
- Dicen que está enamorado de mí - musité - Mi mejor amiga, de hecho, dice que cuando viniste vos le cambió la cara.
Sonrió.
- ¿Ah, si? - fingió sorpresa.
- Pero viste que uno no siempre donde pone el ojo, pone la bala - me lo quedé mirando, un poco más seria - Yo te juro que no me dí cuenta, hasta que me lo dijeron todos.
- Suele pasar...
- Supongo... - dije, solamente.
- Sabiendo que cumplía diecinueve años...
- Sí - me miró, dudoso.
- Y a mí eso me encantó, porque yo te ví pasar por ****, con tu papá y sabía de esa comida, un rato antes de que empezara el festejo.
- ¿Cómo me viste?
- Fui a encontrarme con un compañero de la facultad que me quería ver por ser mi cumpleaños.
- ¿El chico ese de anteojitos? - me preguntó.
- Sí, ése.
Sonrió.
- ¿Qué?
- Nada.
- Es un buen chico.
- Me imagino, sí, yo no dije nada sobre eso...
Dudé.
- Dicen que está enamorado de mí - musité - Mi mejor amiga, de hecho, dice que cuando viniste vos le cambió la cara.
Sonrió.
- ¿Ah, si? - fingió sorpresa.
- Pero viste que uno no siempre donde pone el ojo, pone la bala - me lo quedé mirando, un poco más seria - Yo te juro que no me dí cuenta, hasta que me lo dijeron todos.
- Suele pasar...
- Supongo... - dije, solamente.
Cambié la vista y me decidí a darnos un poco de aire. Si bien el ritmo de la conversación era muy bajo, calmo y aparentemente civilizado, el lenguaje no verbal nos superaba a sus anchas.
- Más allá de que vos no me quieras, me gustó que hayas venido...
Me miró, con esa mirada mansa, tan característica, que me ponía cuando le decía esas cosas. Me miró con infinita paciencia y con algo parecido a la ternura que sin embargo no era la misma ternura que sentía por cualquier otra mujer jovencita como yo.
- ¿Terminó bien el cumple? - reconoció - ¿La pasaste bien, al final?
- Estaba triste, pero sí, la pasé lindo. Me pone nostálgica, como triste, cumplir años. Es largo de explicar.
- ¿Te pone triste cumplir años? - me miró, sorprendido - ¿Qué me queda para mí, entonces?
- Seguir cumpliéndolos, como todo el mundo, eso te queda ... - espeté - Lo mismo que a mí, aunque pudiendo elegir si querés hacer una fiesta o no...
- Pero lo tuyo es diferente...
- No quiero hablar de mi negatividad hacia mi cumpleaños y ser el centro y toda esa rosca... - lo corté, en seco - Solamente te digo que me alegré de verte, más que nada, porque me prometiste algo y cumpliste. Nada más que eso. Lo valoro, más allá de todo lo que estamos hablando hoy.
- No tenés que agradecerme - sonrió - Te lo prometí y cumplí. Además, tenías cosas ricas. ¿Cómo no voy a ir a comerte todo? - nos reímos.
Bajé la cabeza y aunque sentía su mirada en mi coronilla, no me animé a levantar la vista.
- ¿Por qué no te gustan tus cumpleaños? - me preguntó.
- Antes me gustaban... - recuerdo haberle dicho - Pero, cuando pasaron los años, mucha gente que consideré parte de mi familia, me decepcionó. Y no te estoy hablando de gente pasajera, porque de esa ya lo espero todo, te hablo de mi padrino que siquiera me llamó para éste cumpleaños y yo me quedé esperando que viniera a verme, ya que es casi la única vez que me visita en todo el año, y nunca vino ni tampoco me saludó, por eso estaba triste - le confesé.
Se quedó en silencio al verme más auténtica que nunca.
- ¿Pero, hubo algún problema?
- No, no pasó nada - le conté - Sé que no es muy expresivo, y yo tampoco, pero a mi forma... Lo quiero. Y durante todo este año siempre me dije "bueno, vendrá para mi cumpleaños", sabiendo que yo hablaba con su novia y con la hija de ella y sentía que estaba manteniendo el contacto y le dejaba saludos - le expliqué - Pero no apareció ni me llamó. Hizo como si no existiera... - lo miré - Creo que nunca se los dieron los saludos - sonreí, levemente, pero Él se puso serio.
- No entiendo que pasó y hasta mi cumpleaños había tenido esperanzas... Pero cuando ví que pasaba la hora y no venía y no venía... - me encogí de hombros - Bueno, aposté por lo que estaba, que en definitiva, me recordó lo real. Cuando tocaron el timbre yo no pensé que fueras a venir, porque tengo que reconocer que no esperaba que te animaras, pensé que era mi padrino.
Asintió, firme.
- Bueno, pero yo te avisé ya unos días antes que iba a ir.
- ¿Y vos te pensás que si faltaba parte de mi familia iba a esperar que vinieras?
- Sí, ya sé, claro...
- Por eso, te agradezco que hayas venido especialmente porque me puse un poco más contenta. Además te comiste todo lo que él se podría haber comido y conociste a mi familia, a mis perros y a mis amigos sin despreciar nada... - le dije, en broma, para distender el clima íntimo que se había generado de pronto, sin poderlo yo evitar.
- Bueno, pero yo te avisé ya unos días antes que iba a ir.
- ¿Y vos te pensás que si faltaba parte de mi familia iba a esperar que vinieras?
- Sí, ya sé, claro...
- Por eso, te agradezco que hayas venido especialmente porque me puse un poco más contenta. Además te comiste todo lo que él se podría haber comido y conociste a mi familia, a mis perros y a mis amigos sin despreciar nada... - le dije, en broma, para distender el clima íntimo que se había generado de pronto, sin poderlo yo evitar.
Se rió.
- Yo no iba a ir - me confesó - Dí muchísimas vueltas antes, muchas vueltas.
- Por eso no acostumbro a esperar nada...
- Pero fuí.
- ¿Cómo fue que decidiste?
Meditó.
- Tenía la idea de llegar de la oficina, darme una dicha, cambiarme de ropa, pasar a comprarte un regalo que ví y me gustó y después ir.
Me reí.
- ¿Y qué pasó?
- Llegué de la oficina más tarde y dí vueltas. Pensé mucho y dije "listo, no voy".
- Qué trabajo todo, conmigo...
- Cuando me cansé de dar vueltas me bañé y me puse cualquier cosa. Me junté a comer con mi viejo y con *** (su hermano) - esclareció.
- ¿Y cómo caíste en mi casa?
- Estábamos comiendo, me levanté de la mesa, agarré las llaves del auto y le dije a mi papá que me disculpara, que me iba, que después volvía.
Sonreí.
- Qué placer me da entender... Te juro.
- ¿No me odiás? ¿No te enojaste conmigo?
- Por eso no acostumbro a esperar nada...
- Pero fuí.
- ¿Cómo fue que decidiste?
Meditó.
- Tenía la idea de llegar de la oficina, darme una dicha, cambiarme de ropa, pasar a comprarte un regalo que ví y me gustó y después ir.
Me reí.
- ¿Y qué pasó?
- Llegué de la oficina más tarde y dí vueltas. Pensé mucho y dije "listo, no voy".
- Qué trabajo todo, conmigo...
- Cuando me cansé de dar vueltas me bañé y me puse cualquier cosa. Me junté a comer con mi viejo y con *** (su hermano) - esclareció.
- ¿Y cómo caíste en mi casa?
- Estábamos comiendo, me levanté de la mesa, agarré las llaves del auto y le dije a mi papá que me disculpara, que me iba, que después volvía.
Sonreí.
- Qué placer me da entender... Te juro.
- ¿No me odiás? ¿No te enojaste conmigo?
Me extrañó la forma de llamar ese sentimiento que no era, ni por asomo, odio.
- ¿Por qué tendría que enojarme? - lo miré - El amor es corresponderse. Y vos por la razón que sea no parece que me correspondas... - afronté - Podía pasar esto, yo ya lo sabía de antes, que podía pasar.
Me miró, seriamente.
- Sí, ya sé, pero, es que no es... - intentó decirme algo más pero se quedó tieso.
- No te hagas cargo de todo. Vos no tenés obligación de corresponderme. Sos libre.
- No, pero, esperá... - se afirmó - Te quiero pedir perdón. Yo quise negar esto, no me quise dar cuenta a tiempo de lo que estaba pasando, pensando que lo podía negar, como hago con todo, pero con vos no... - me confesó, ligerito, sin dejar de mirarme.
- Pudiste
- No, no pude - suspiró, largando el aire contenido.
- Pudiste
- No, no pude - suspiró, largando el aire contenido.
Asentí con la cabeza como si dijera, a los gritos, <<la puta madre, esto yo ya lo sabía, no estoy loca>>.
- ¿Tan fea soy que te querés escapar de mí?
- No, Veinteava, por favor... - sacudió la cabeza - No me digas esas cosas. Preguntale a cualquiera de los pibes, que tienen la misma edad que yo, a ver qué te dicen.
- ¿Qué me van a decir?
- Que... - se pasó una mano por la cara - Dios mío - me miró, descolocado - Vos a mí me estás poniendo muy nervioso, carajo, qué desastre - me dijo con algo de humor.
Miré para mis costados y noté que las personas que antes habían hecho ruido al entrar, eran conocidas para nosotros, y nosotros, para ellos. En el momento, elegí no decirle nada, para no arruinar ni tensar más las cosas, haciéndome la sota.
- *** - lo llamé, por un diminutivo de su nombre para que se relajara - ¿Tanto lío para decirme que vos me miraste con ganas? Sos hombre no un marciano.
- Ya lo sé, Veinte, pero justo a vos...
- Te lo digo porque quiero que le restemos moralidad a ésto, para dejar todo en claro... - nos reímos, ante la necesidad de términos inequívocos, aunque menos formales - Si lo que te pasa conmigo es calentura, me lo decís, brindamos y por lo menos sé qué te pasa por esa cabeza desde hace dos noches... - le expliqué.
Negó con la cabeza.
- No, no.
- ¿No qué?
- Que no, que no es que estoy caliente con vos.
- Entonces soy fea - le seguí la corriente.
- No, la puta madre, que no sos fea. ¿Me estás hablando en serio? - se mantuvo firme.
- ¿Y entonces, cuál es el problema en decir que sí, siendo un hombre como sos, me echaste el ojo como un campeón?
- Que yo no puedo, que esto es una locura ¿entendés? ¿Vos te das cuenta la edad que tengo? ¿Vos te paraste a pensar en eso? ¿Me viste a mi? Soy un tipo viejo, estoy hecho polvo.
Hice un gesto de agradecimiento al cielo, intentando ser discreta. Me miró y sonrió.
- Aleluya, gloria, aleluya - me reí - ¿Ése es el problema, entonces?
Lo reconoció, casi con la cara descompuesta, entre la risa y el miedo.
- ¿A vos no te parece raro, Veinte?
Asentí con la cabeza.
- ¿Y no te parece que está mal? ¿Que es una locura, no sé, que esto es raro?
- No. De hecho, si con algo hubiera podido frenar lo que me pasa, yo no estaría acá.
Sacudió la cabeza.
- ¿Te puedo contar algo?
- Sí.
- ¿Sabés lo que me molesta de vos?
Se tapó la boca con ambas manos y negó con la cabeza.
- No saber qué significa la manera en que me mirás. Lo único que sé de tu mirada es que no es común y que no es la misma de agosto, cuando recién nos conocimos, sea lo que sea que pase entre nosotros - tomé aire - Te senté acá para saber, para traducir y ahora estoy intentando ponerle palabras, digamos, que sean más simples - abordé, de lleno, el punto más álgido del problema - Por eso si vos me decís que tenés ganas de acostarte conmigo y nada más, yo pongo una etiqueta mental que diga <<*** sólo se quiere acostar con vos>> ó << mirá que al otro día éste tipo no te llama >> - le dije, afronté el camino sin retorno y cuando mencioné el asunto sonreímos - Lo mismo si te pasa otra cosa al estilo de <<este tipo se quiere suicidar desde que te conoció, porque le estás cagando la vida, nena, a la noche ya ni de casualidad duerme. Cree que estás loca, que lo estás acosando, que lo vas a matar ni bien se duerma... >> - bromeé - O la tercera, y la más dura de todas en cierta forma, que es la etiqueta de la lástima y la vergüenza.
Me miró, extrañado, y la sonrisa que venía poniendo se le borró enseguida.
- No, pero...
- Seria la etiqueta del << a mí esta piba me da entre lástima y verguenza por todo lo que me dice, no sé cómo sacármela de encima y me quiero matar, porque yo ya estoy grande para sus pelotudeces>> - concluí - Y esa también es válida, como las otras dos, pero no es un chiste.
Se me quedó mirando, sabiendo que otra vez, había vuelto a dar un revés la charla.
- Es que yo no tengo lástima, ni nada de eso. ¿Lástima de qué? ¡No, por Dios!
- Entonces lo que vos tenés es vergüenza... - musité y no me lo negó.
Mastiqué esa pequeña revelación, por un instante.
- ¿Yo te doy vergüenza? - le pregunté, seria.
- No, vos no me das vergüenza. Soy yo el que se siente mal con esto.
- ¿Qué estás haciendo de malo, acá, comiendo un picada conmigo, por ejemplo? - lo cuestioné - ¿Alguien me preguntó qué edad tengo para comer con vos o me ofreció el menú infantil? - bromeé.
Me sonrió de una forma más dulce que jocosa.
- Yo no te voy a convencer de nada. Grande sos para tener tus ideas propias, eso queda más que claro. La cosa es que no importa lo que digan los demás.
- Tengo cuarenta y dos años - susurró.
- Y yo tengo diecinueve - espeté.
- Vos te das cuenta lo que eso quiere decir. A mi edad, es una locura - expresó.
Por primera vez en toda la charla, el tono suyo, fue de una realidad angustiosa. Me dí cuenta por primera vez, además, que el asunto lo afectaba en serio, tanto como a mí, aunque no me lo demostrara tan seguido.
- Y a la mía ni te digo... - me reí - Pero bueno, sí, seré un poco loca, entonces, si depende de mí. Te lo escribí y ahora, te lo digo personalmente: - A mí no me importa lo que diga la gente de nosotros y no porque no tenga noción sino porque lo veo y me parece que no debe importar. ¿Cuándo me siento mejor hablando con vos, por ejemplo, de lo que pasó en mi cumpleaños, ves algo de malo?
- No, no, para nada...
- Bien. Eso es bueno - resalté - ¿Y cuando vos te sentís inquieto como ahora o yo me sentía con ganas de decirte que estoy hasta las manos con vos, alguien de afuera vino a ofrecernos ayuda, a hacernos la vida más fácil, a darnos felicidad?
Se me quedó mirando, fijamente, con muchísima intensidad.
- Yo no ví a ninguna de todas esas personas que desde afuera tiran mierda, que me dicen que estoy re loca venir a darme una mano con todo esto que me pasa con vos para ver de qué se trata. No ví venir a ningún careta que no tienen pelotas a decirme "Veinteava, lo importante es que seas feliz, en el fondo, eso es lo que importa".
Otra vez, me miraba como si lo estuviera arrastrando por el suelo con mis palabras.
- Como la gente que critica y juzga solamente es gente de porquería, que no es capaz de hacer nada realmente para vernos bien, que no se jugaría por nosotros como la gente que sí nos quiere y nos acepta. Si uno quiere estar medianamente satisfecho me dí cuenta que hay que hay que cagarse en lo que digan. Cuando uno necesita una mano sincera, a veces te la da la persona que menos esperás, porque es la que más te quiere - concluí.
- Tenés razón...
- Pero vos no vas a cambiar de opinión ni porque yo tenga razón - advertí.
- Yo pensé que esta charla iba a ser diferente, pero no dejo de sentirme un pelotudo con vos. ¿Te das cuenta, no?
- ¿Está siendo mejor o peor?
- Diferente.
- ¿Esperabas llanto y mocos? ¿Drama de novela mexicana? ¿Culebrón latino?
Se rió.
- No, no, no - se tomó unos instantes - Vos a mí me ponés en un estado terrible y entre más hablamos, es peor. Cuando leí todo lo que me pusiste en esa carta tuya, casi me muero. ¿Sabés cuántas veces la leí, no? Leía y leía y pensaba <<no me puede estar diciendo esto, la puta que lo parió >> - me dijo.
- Perdón - musité.
- Estaba en la oficina hoy y no podía trabajar... - me relató - Tengo la cabeza destruida, pero me acordaba de la carta y... - suspiró, sacudiendo la cabeza.
Me avergoncé.
- ¿Tiene estilo literario, por lo menos? - me animé a decirle y me hizo un gesto, espantándome, mientras sonreía.
- No seas boluda...
- Hablando en serio... - suspiré - ¿ ***, de verdad no podés dormir? - me preocupé, por su estado.
- Estuve durmiendo muy poco estos últimos días, desde que me escribiste hasta ahora. Intenté dormir, cuando llegué de trabajar, a la noche, acostarme temprano, de cualquier forma, pero fue muy poco. Estoy fusilado, hoy. No me da más el cuerpo.
Me lo quedé mirando, fijamente, indecisa. En ese estado que estaba atravesando, entendí que lo suyo no podía ser una simple y laxa calentura, pero me negué a afirmar, y de hecho, no lo confirmé nunca, si podía ser compatible con el amor.
- ¿Tan terrible es para vos que yo te diga que me gustás?
- Es que sos re joven, vos.
- Pero soy mujer, no una marciana - me reí - Y soy una piba joven, sí, que no se guía por lo físico, que valora otras cosas en la gente y que toda su vida se sintió cómoda con otra clase de personas. Oh casualidad que, esa misma piba, un día, conoció a un tipo un poco más grande, que le gustó, que le pareció inteligente, ocurrente y especialmente buen tipo, y se lo dijo - me encogí de hombros.
Tomó cerveza y me miró. Esa mirada me gustó mucho más que las anteriores porque parecía menos atormentada, al menos, por un instante breve.
- Estoy segura que alguna vez, a lo largo de tu vida, te habrán sentado o se te habrán declarado, no sé - simplifiqué - Esto no tiene que ser diferente a esas cuantas minas que habrás rebotado a lo largo de tu vida. Una más en la lista. Sin tanto drama.
Negó con la cabeza.
- Vos no te das cuenta... - fue lo único que me dijo - Yo me estoy volviendo loco. Pienso en absolutamente todo, por eso no puedo dormir ni trabajar. ¿Sabés la cantidad de prejuicios que yo tengo, especialmente, respecto a éste tema? - me dijo, siendo sincero - Siempre tuve prejucios con la edad, toda la vida los tuve y mirá lo que me está pasando...
- Te los tenés que meter allá, allá, a lo profundo - me reí.
- Es que yo no puedo con ellos, ése es el problema.
Lo acepté, en silencio, con un asentimiento firme de cabeza.
- No te das una idea la cantidad de mujeres que dejé pagando en estos años. Me escapé, después de pasar tantas cosas feas, me escapaba de ellas. Salía un par de veces, la pasaba bien y después - me hizo un gesto de despedida - Me escapaba sin dar explicaciones de nada.
Enarqué una ceja ante su confesión.
- La hacías muy fácil, claro, elementos descatables... - mofé - ¿Cómo no te vas a querer matar si yo me declaro y te escribo una carta y nos juntamos a hablar de esto, si vos descartás a todas? - me reí.
- Yo no me quiero matar, nada más me estoy volviendo loco porque antes me quise escapar, me quise seguir haciendo el boludo y me doy cuenta que no puedo.
- Porque todavía te quedan escrúpulos ¿no?
Negó con la cabeza
- No, porque yo no puedo hacer lo mismo con vos, con vos no... - reconoció - Yo te conozco a vos, sé la persona que sos, sé los valores que tenés, sé lo tímida que sos, sé lo valiente que fuiste cuando me dijiste todo esto. ¿Querés saber si te veo? Sí, obviamente, me vuelvo loco. Te veo, Veinte, claro que te veo, no soy ciego ni boludo, claro que te veo. Preguntale a cualquiera de los nuestros si yo no te veo... - tomó aire - Lo que pasa con esto es que por primera vez en mi vida, me estoy haciendo cargo y no me estoy escapando.
- ¿Si no fuera yo, qué hubiera pasado?
- Es obvio.
- ¿Y después?
- ¿Qué?
- ¿Te hubieras escapado, no?
- Sí.
- ¿Sí qué, ***? - pinché.
- Sí, yo me hubiera escapado.
Asentí.
- Hemos cantado bingo... - le dije, con ironía.
- Pero esto es otra cosa - me aclaró - Con vos yo no puedo escaparme.
- Ni siquiera aunque quieras...
- Esto es diferente a lo que podría pasar con las otras... - fue lo último que me dijo.
Me lo quedé mirando, un largo instante, en silencio.
Bajé la cabeza para seguir procesando la información.
- Gracias, de todos modos - murmuré, cuando consideré que había salido del impacto.
- ¿Por qué?
- Por intentar hacer algo distinto conmigo. Y por ser realmente sincero, ahora, a diferencia de cuando empezamos a hablar - sonreímos.
- ¿Qué pasa que tenés esa cara?
- No me imaginé que fueras un tipo tan cómodo de elegir el camino fácil, siempre, dejando a la gente así.
Mofó.
- No es el camino fácil, te lo garantizo. No quisieras saber cómo se vive escapando de las cosas todo el tiempo - afrontó - Por eso me pareció re valiente pero muy valiente todo lo que hiciste y lo que me dijiste.
- Y ahora resulta que nunca falta la pendeja que viene y te pone en órbita... - lo burlé - Como tampoco falta el tipo que viene... y bueno, viste, viene, viene, hasta que llegó y cagamos - le dije, riéndome.
Él también se rió.
Y yo que, supuse, ahí terminaba la historia, que ese era el final.