Mostrando las entradas con la etiqueta Desamor. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Desamor. Mostrar todas las entradas

viernes, 30 de junio de 2017

Literatura, cuanto menos, ficción: De salvarse y escapar

- ¿Te parece ésta mesa? - me preguntó. 

Nerviosa como estaba, asentí con la cabeza y esperamos hasta que viniera la moza. Tenía tantas cosas para decirle, y al mismo tiempo tanto miedo, que me sentía incapaz de hablar, como si esas dos emociones fueran en un contrasentido interno que antes de ayudarme estuviera dándole pie a una cerradura emocional. 

- Estás nerviosa - evidenció y asentí con la cabeza - Quedate tranquila, Veinte, que no vamos a poder hablar ... - comentó. 
- Vos tenés la misma cara de espanto que yo, solamente que no tenés un espejo para vértela - le aclaré - Los dos, tranquilos, que no nos vamos a morder - le dije, intentando consolarme a mi misma con ello. 

Esa charla, la primera de todas, fue la más intensa quizá pero no la más difícil; aquélla clasificación le cabe a la última, aunque sea otro tema. Lo que tuvo esa conversación inicial que no tuvieron otras fue el ser una especie de piloto respecto al cómo sería, cotidianamente, estar. 

- ... para mí, todo esto que me dijiste, fue muy loco, muy loco... - me decía, bien que lo recuerdo - Pero no estoy en condiciones de nada. Me pasaron muchas cosas en la vida, Veinte, y no puedo entender cómo vos me mirás a mí de esta forma... - argumentó. 

Pensé mi respuesta unos segundos, conteniendo mis sentimientos, intentando no reaccionar de una forma brusca teniendo en cuenta de que estaba siendo Él muy delicado desde todo punto de vista. 

- Considero que es porque no te juzgo, que te puedo ver el lado bueno - le expliqué - Trato de entender que si no fueras este tipo que sos, vos y yo no estaríamos tomando una cerveza ahora, sino, haciendo otras cosas y eso me gusta de vos... - lo pinche. 

Mofó. 

- Eso es cierto - me dijo, sin pensar - Si vos le decís esto a ***, a **** o incluso a ***, no te das una idea... - enumeró a conocidos nuestros, todos de su edad.

Me sentí brevemente incomoda, porque para esa época, yo no me había dado cuenta de tantas cosas ya que tenía la atención orientada hacia un sólo lugar, que me despertaba real interés.

- ¿Y vos, sí te das una idea? - le pregunté, con mi mejor cara de pocker.

Me miró y, con la forma en que lo hizo, me dejó claro todo.

- Por favor... - me pidió, sonriéndose.

-Hasta hace diez minutos me decías que cómo te ibas a atrever, que era pecado, más o menos... - me reí. 

Se me quedó mirando y se pasó una mano por la frente. 

- Es que, Veinte, por favor... Mirate. No sé, es decir, no sé... De esa manera, no lo busqué, me pasó. No me quise dar cuenta, lo dejé pasar, lo dejé pasar, lo dejé pasar, hasta que no pude más...  - empezó a darle vueltas - Sos una chica muy especial, muy muy joven, y eso todavía es más extraño, no sé. 

Enarqué una ceja. 

- ¿Especial? ¿Sabés cuántas veces me dijeron que yo era especial, ***? - le confesé. 
- ¿Y no te gusta?

Me reí.

- No lo soy, eso es lo que pasa. Yo, de hecho, sé que no soy especial para vos, solamente querés ser cortés, amable, porque si hay algo que no te falta y me encanta es educación... - reconvine y me lo quedé mirando - ¿Puedo preguntarte algo? 
- Lo que sea - asintió y se me acercó, un poco más, intentando crear una especie de semicírculo con su cuerpo cada vez más inclinado sobre la mesa. 

Lo miré y me sobresalté con el ruido de la puerta de entrada, pero en un principio, no le dí mi atención. 

- ¿Puede ser que vos te hayas confundido un poco conmigo, no? ¿Se te mezclaron un poco los cables o yo consumí algo previamente a verte y aluciné? - le pregunté, muy muy seria, obviamente, con un fuerte dejo de sorna. 

Sonrió. 

- ¿Qué quiere decir confundirme con vos? - me preguntó - Ahora, de hecho, estoy confundido. No pensé que iba a ser así esta charla con vos. 

La que se rió fue yo. 

- A lo que me refiero es a mirarme de otra forma - puntualicé - Yo puedo ser joven, pero no soy boluda. En mi cumpleaños, cuando viniste a casa, yo me terminé de dar cuenta de la forma en que me miraste cuando me levanté... 
- Veinte... - me frenó. 
- ¿Qué? 
- Yo me quiero morir, perdón.  
- ¿Por qué me pedís perdón? ¿Lo reconocés, entonces? 

Asintió con la cabeza, sin dudarlo. 

- Por eso no te quedaste para la torta - dije, en voz alta, sin pensarlo. 

Lo miré, entendiendo todo. 

- ¿Qué pasa con la torta? - me preguntó, para entender ese último comentario.

Pensé en que finalmente yo no estaba tan loca.

- Que no pudiste soportar  la torta con las velitas de los diecinueve. Y por eso te fuiste.
- Me escapé de una comida en familia, con mi hermano y mi viejo, esa noche - me confesó. 
- ¿Para venir a verme el día de mi cumpleaños? 
- Sí - dijo, y agachó la cabeza.
- Sabiendo que cumplía diecinueve años...
- Sí - me miró, dudoso.
- Y a mí eso me encantó, porque yo te ví pasar por ****, con tu papá y sabía de esa comida, un rato antes de que empezara el festejo.
- ¿Cómo me viste?
- Fui a encontrarme con un compañero de la facultad que me quería ver por ser mi cumpleaños.
- ¿El chico ese de anteojitos? - me preguntó.
- Sí, ése.

Sonrió.

- ¿Qué?
- Nada.
- Es un buen chico.
- Me imagino, sí, yo no dije nada sobre eso...

Dudé.

- Dicen que está enamorado de mí - musité - Mi mejor amiga, de hecho, dice que cuando viniste vos le cambió la cara.

Sonrió.

- ¿Ah, si? - fingió sorpresa.
- Pero viste que uno no siempre donde pone el ojo, pone la bala - me lo quedé mirando, un poco más seria - Yo te juro que no me dí cuenta, hasta que me lo dijeron todos.
- Suele pasar...
- Supongo... - dije, solamente. 

Cambié la vista y me decidí a darnos un poco de aire. Si bien el ritmo de la conversación era muy bajo, calmo y aparentemente civilizado, el lenguaje no verbal nos superaba a sus anchas. 

- Más allá de que vos no me quieras, me gustó que hayas venido... 

Me miró, con esa mirada mansa, tan característica, que me ponía cuando le decía esas cosas. Me miró con infinita paciencia y con algo parecido a la ternura que sin embargo no era la misma ternura que sentía por cualquier otra mujer jovencita como yo. 

- ¿Terminó bien el cumple? - reconoció - ¿La pasaste bien, al final? 
- Estaba triste, pero sí, la pasé lindo. Me pone nostálgica, como triste, cumplir años.  Es largo de explicar. 
- ¿Te pone triste cumplir años? - me miró, sorprendido -  ¿Qué me queda para mí, entonces? 
- Seguir cumpliéndolos, como todo el mundo, eso te queda ... - espeté - Lo mismo que a mí, aunque pudiendo elegir si querés hacer una fiesta o no...  
- Pero lo tuyo es diferente... 
- No quiero hablar de mi negatividad hacia mi cumpleaños y ser el centro y toda esa rosca... - lo corté, en seco - Solamente te digo que me alegré de verte, más que nada, porque me prometiste algo y cumpliste. Nada más que eso. Lo valoro, más allá de todo lo que estamos hablando hoy. 
- No tenés que agradecerme - sonrió - Te lo prometí y cumplí. Además, tenías cosas ricas. ¿Cómo no voy a ir a comerte todo? - nos reímos. 

Bajé la cabeza y aunque sentía su mirada en mi coronilla,  no me animé a levantar la vista. 

- ¿Por qué no te gustan tus cumpleaños? - me preguntó. 
- Antes me gustaban... - recuerdo haberle dicho - Pero, cuando pasaron los años, mucha gente que consideré parte de mi familia, me decepcionó. Y no te estoy hablando de gente pasajera, porque de esa ya lo espero todo, te hablo de mi padrino que siquiera me llamó para éste cumpleaños y yo me quedé esperando que viniera a verme, ya que es casi la única vez que me visita en todo el año, y nunca vino ni tampoco me saludó, por eso estaba triste - le confesé. 

Se quedó en silencio al verme más auténtica que nunca. 

- ¿Pero, hubo algún problema? 
- No, no pasó nada - le conté -  Sé que no es muy expresivo, y yo tampoco, pero a mi forma... Lo quiero. Y durante todo este año siempre me dije "bueno, vendrá para mi cumpleaños", sabiendo que yo hablaba con su novia y con la hija de ella y sentía que estaba manteniendo el contacto y le dejaba saludos - le expliqué - Pero no apareció ni me llamó. Hizo como si no existiera... - lo miré -  Creo que nunca se los dieron los saludos - sonreí, levemente, pero Él se puso serio. 

- No entiendo que pasó y hasta mi cumpleaños había tenido esperanzas... Pero cuando ví que pasaba la hora y no venía y no venía... - me encogí de hombros - Bueno, aposté por lo que estaba, que en definitiva, me recordó lo real. Cuando tocaron el timbre yo no pensé que fueras a venir, porque tengo que reconocer que no esperaba que te animaras, pensé que era mi padrino. 

Asintió, firme.

- Bueno, pero yo te avisé ya unos días antes que iba a ir.
- ¿Y vos te pensás que si faltaba parte de mi familia iba a esperar que vinieras?
- Sí, ya sé, claro...
- Por eso, te agradezco que hayas venido especialmente porque me puse un poco más contenta. Además te comiste todo lo que él se podría haber comido y conociste a mi familia, a mis perros y a mis amigos sin despreciar nada... - le dije, en broma, para distender el clima íntimo que se había generado de pronto, sin poderlo yo evitar. 

Se rió. 

- Yo no iba a ir - me confesó - Dí muchísimas vueltas antes, muchas vueltas.
- Por eso no acostumbro a esperar nada...
- Pero fuí.
- ¿Cómo fue que decidiste?

Meditó.

- Tenía la idea de llegar de la oficina, darme una dicha, cambiarme de ropa, pasar a comprarte un regalo que ví y me gustó y después ir.

Me reí.

- ¿Y qué pasó?
- Llegué de la oficina más tarde y dí vueltas. Pensé mucho y dije "listo, no voy".
- Qué trabajo todo, conmigo...
-  Cuando me cansé de dar vueltas me bañé y me puse cualquier cosa. Me junté a comer con mi viejo y con *** (su hermano) - esclareció.
- ¿Y cómo caíste en mi casa?
- Estábamos comiendo, me levanté de la mesa, agarré las llaves del auto y le dije a mi papá que me disculpara, que me iba, que después volvía.

Sonreí.

- Qué placer me da entender... Te juro.
- ¿No me odiás? ¿No te enojaste conmigo? 

Me extrañó la forma de llamar ese sentimiento que no era, ni por asomo, odio. 

- ¿Por qué tendría que enojarme? - lo miré - El amor es corresponderse. Y vos por la razón que sea no parece que me correspondas... - afronté -  Podía pasar esto, yo ya lo sabía de antes, que podía pasar.  

Me miró, seriamente. 

- Sí, ya sé, pero, es que no es...  - intentó decirme algo más pero se quedó tieso.  
- No te hagas cargo de todo. Vos no tenés obligación de corresponderme. Sos libre. 
- No, pero, esperá... - se afirmó - Te quiero pedir perdón.  Yo quise negar esto, no me quise dar cuenta a tiempo de lo que estaba pasando, pensando que lo podía negar, como hago con todo, pero con vos no... - me confesó, ligerito, sin dejar de mirarme.
- Pudiste
- No, no pude - suspiró, largando el aire contenido. 

Asentí con la cabeza como si dijera, a los gritos, <<la puta madre, esto yo ya lo sabía, no estoy loca>>. 

- ¿Tan fea soy que te querés escapar de mí? 

- No, Veinteava, por favor... - sacudió la cabeza - No me digas esas cosas.  Preguntale a cualquiera de los pibes, que tienen la misma edad que yo, a ver qué te dicen. 
- ¿Qué me van a decir? 
- Que... - se pasó una mano por la cara - Dios mío - me miró, descolocado - Vos a mí me estás poniendo muy nervioso, carajo, qué desastre - me dijo con algo de humor. 

Miré para mis costados y noté que las personas que antes habían hecho ruido al entrar, eran conocidas para nosotros, y nosotros, para ellos. En el momento, elegí no decirle nada, para no arruinar ni tensar más las cosas, haciéndome la sota. 

- *** - lo llamé, por un diminutivo de su nombre para que se relajara - ¿Tanto lío para decirme que vos me miraste con ganas? Sos hombre no un marciano. 
- Ya lo sé, Veinte, pero justo a vos... 
- Te lo digo porque quiero que le restemos moralidad a ésto, para dejar todo en claro... - nos reímos, ante la necesidad de términos inequívocos, aunque menos formales - Si lo que te pasa conmigo es calentura, me lo decís, brindamos y por lo menos sé qué te pasa por esa cabeza desde hace dos noches... - le expliqué. 

Negó con la cabeza. 

- No, no. 
- ¿No qué? 
- Que no, que no es que estoy caliente con vos. 
- Entonces soy fea - le seguí la corriente. 
- No, la puta madre, que no sos fea. ¿Me estás hablando en serio? - se mantuvo firme. 
- ¿Y entonces, cuál es el problema en decir que sí, siendo un hombre como sos, me echaste el ojo como un campeón?  
- Que yo no puedo, que esto es una locura ¿entendés? ¿Vos te das cuenta la edad que tengo? ¿Vos te paraste a pensar en eso? ¿Me viste a mi? Soy un tipo viejo, estoy hecho polvo. 

Hice un gesto de agradecimiento al cielo, intentando ser discreta. Me miró y sonrió. 

- Aleluya, gloria, aleluya - me reí - ¿Ése es el problema, entonces? 

Lo reconoció, casi con la cara descompuesta, entre la risa y el miedo. 

- ¿A vos no te parece raro, Veinte? 

Asentí con la cabeza. 

- ¿Y no te parece que está mal? ¿Que es una locura, no sé, que esto es raro? 
- No. De hecho, si con algo hubiera podido frenar lo que me pasa, yo no estaría acá. 

Sacudió la cabeza. 

- ¿Te puedo contar algo? 
- Sí. 
- ¿Sabés lo que me molesta de vos? 

Se tapó la boca con ambas manos y negó con la cabeza. 

- No saber qué significa la manera en que me mirás. Lo único que sé de tu mirada es que no es común y que no es la misma de agosto, cuando recién nos conocimos, sea lo que sea que pase entre nosotros - tomé aire - Te senté acá para saber, para traducir y ahora estoy intentando ponerle palabras, digamos, que sean más simples - abordé, de lleno, el punto más álgido del problema - Por eso si vos me decís que tenés ganas de acostarte conmigo y nada más, yo pongo una etiqueta mental que diga <<*** sólo se quiere acostar con vos>> ó << mirá que al otro día éste tipo no te llama >> - le dije, afronté el camino sin retorno y cuando mencioné el asunto sonreímos - Lo mismo si te pasa otra cosa al estilo de <<este tipo se quiere suicidar desde que te conoció, porque le estás cagando la vida, nena, a la noche ya ni de casualidad duerme. Cree que estás loca, que lo estás acosando, que lo vas a matar ni bien se duerma...  >> - bromeé - O la tercera, y la más dura de todas en cierta forma, que es la etiqueta de la lástima y la vergüenza. 

Me miró, extrañado, y la sonrisa que venía poniendo se le borró enseguida. 

- No, pero... 
- Seria la etiqueta del << a mí esta piba me da entre lástima y verguenza por todo lo que me dice, no sé cómo sacármela de encima y me quiero matar, porque yo ya estoy grande para sus pelotudeces>> - concluí - Y esa también es válida, como las otras dos, pero no es un chiste. 

Se me quedó mirando, sabiendo que otra vez, había vuelto a dar un revés la charla. 

- Es que yo no tengo lástima, ni nada de eso. ¿Lástima de qué? ¡No, por Dios! 
- Entonces lo que vos tenés es vergüenza... - musité y no me lo negó. 

Mastiqué esa pequeña revelación, por un instante.  

- ¿Yo te doy vergüenza? - le pregunté, seria. 
- No, vos no me das vergüenza. Soy yo el que se siente mal con esto. 
- ¿Qué estás haciendo de malo, acá, comiendo un picada conmigo, por ejemplo? - lo cuestioné - ¿Alguien me preguntó qué edad tengo para comer con vos o me ofreció el menú infantil? - bromeé. 

Me sonrió de una forma más dulce que jocosa. 

- Yo no te voy a convencer de nada. Grande sos para tener tus ideas propias, eso queda más que claro. La cosa es que no importa lo que digan los demás. 
- Tengo cuarenta y dos años - susurró. 
- Y yo tengo diecinueve - espeté. 
- Vos te das cuenta lo que eso quiere decir. A mi edad, es una locura - expresó. 

Por primera vez en toda la charla, el tono suyo, fue de una realidad angustiosa. Me dí cuenta por primera vez, además, que el asunto lo afectaba en serio, tanto como a mí, aunque no me lo demostrara tan seguido. 

- Y a la mía ni te digo... - me reí - Pero bueno, sí, seré un poco loca, entonces, si depende de mí. Te lo escribí y ahora, te lo digo personalmente: - A mí no me importa lo que diga la gente de nosotros y no porque no tenga noción sino porque lo veo y me parece que no debe importar. ¿Cuándo me siento mejor hablando con vos, por ejemplo, de lo que pasó en mi cumpleaños, ves algo de malo? 
- No, no, para nada... 
- Bien. Eso es bueno - resalté - ¿Y cuando vos te sentís inquieto como ahora o yo me sentía con ganas de decirte que estoy hasta las manos con vos, alguien de afuera vino a ofrecernos ayuda, a hacernos la vida más fácil, a darnos felicidad?  

Se me quedó mirando, fijamente, con muchísima intensidad. 

- Yo no ví a ninguna de todas esas personas que desde afuera tiran mierda, que me dicen que estoy re loca venir a darme una mano con todo esto que me pasa con vos para ver de qué se trata.  No ví venir a ningún careta que no tienen pelotas a decirme "Veinteava, lo importante es que seas feliz, en el fondo, eso es lo que importa". 

Otra vez, me miraba como si lo estuviera arrastrando por el suelo con mis palabras. 

- Como la gente que critica y juzga solamente es gente de porquería, que no es capaz de hacer nada realmente para vernos bien, que no se jugaría por nosotros como la gente que sí nos quiere y nos acepta. Si uno quiere estar medianamente satisfecho me dí cuenta que hay que hay que cagarse en lo que digan.  Cuando uno necesita una mano sincera, a veces te la da la persona que menos esperás, porque es la que más te quiere - concluí. 

- Tenés razón... 
- Pero vos no vas a cambiar de opinión ni porque yo tenga razón - advertí. 
- Yo pensé que esta charla iba a ser diferente, pero no dejo de sentirme un pelotudo con vos. ¿Te das cuenta, no? 
- ¿Está siendo mejor o peor? 
- Diferente. 
- ¿Esperabas llanto y mocos? ¿Drama de novela mexicana? ¿Culebrón latino? 

Se rió. 

- No, no, no - se tomó unos instantes - Vos a mí me ponés en un estado terrible y entre más hablamos, es peor. Cuando leí todo lo que me pusiste en esa carta tuya, casi me muero. ¿Sabés cuántas veces la leí, no? Leía y leía y pensaba <<no me puede estar diciendo esto, la puta que lo parió >> - me dijo. 
- Perdón - musité. 
- Estaba en la oficina hoy y no podía trabajar... - me relató - Tengo la cabeza destruida, pero me acordaba de la carta y... - suspiró, sacudiendo la cabeza. 

Me avergoncé. 

- ¿Tiene estilo literario, por lo menos? - me animé a decirle y me hizo un gesto, espantándome, mientras sonreía. 
- No seas boluda... 
- Hablando en serio... - suspiré - ¿ ***, de verdad no podés dormir? - me preocupé, por su estado. 
-  Estuve durmiendo muy poco estos últimos días, desde que me escribiste hasta ahora. Intenté dormir, cuando llegué de trabajar, a la noche, acostarme temprano, de cualquier forma, pero fue muy poco. Estoy fusilado, hoy. No me da más el cuerpo.

Me lo quedé mirando, fijamente, indecisa. En ese estado que estaba atravesando, entendí que lo suyo no podía ser una simple y laxa calentura, pero me negué a afirmar, y de hecho, no lo confirmé nunca, si podía ser compatible con el amor. 

- ¿Tan terrible es para vos que yo te diga que me gustás? 
- Es que sos re joven, vos. 
- Pero soy mujer, no una marciana - me reí - Y soy una piba joven, sí, que no se guía por lo físico, que valora otras cosas en la gente y que toda su vida se sintió cómoda con otra clase de personas. Oh casualidad que, esa misma piba, un día, conoció a un tipo un poco más grande, que le gustó, que le pareció inteligente, ocurrente y especialmente buen tipo, y se lo dijo - me encogí de hombros. 

Tomó cerveza y me miró. Esa mirada me gustó mucho más que las anteriores porque parecía menos atormentada, al menos, por un instante breve. 

- Estoy segura que alguna vez, a lo largo de tu vida, te habrán sentado o se te habrán declarado, no sé - simplifiqué - Esto no tiene que ser diferente a esas cuantas minas que habrás rebotado a lo largo de tu vida. Una más en la lista. Sin tanto drama. 

Negó con la cabeza. 

- Vos no te das cuenta... - fue lo único que me dijo - Yo me estoy volviendo loco. Pienso en absolutamente todo, por eso no puedo dormir ni trabajar. ¿Sabés la cantidad de prejuicios que yo tengo, especialmente, respecto a éste tema? - me dijo, siendo sincero - Siempre tuve prejucios con la edad, toda la vida los tuve y mirá lo que me está pasando... 

- Te los tenés que meter allá, allá, a lo profundo - me reí. 
- Es que yo no puedo con ellos, ése es el problema. 

Lo acepté, en silencio, con un asentimiento firme de cabeza. 

- No te das una idea la cantidad de mujeres que dejé pagando en estos años. Me escapé, después de pasar tantas cosas feas, me escapaba de ellas. Salía un par de veces, la pasaba bien y después - me hizo un gesto de despedida - Me escapaba sin dar explicaciones de nada. 

Enarqué una ceja ante su confesión. 

- La hacías muy fácil, claro, elementos descatables... - mofé - ¿Cómo no te vas a querer matar si yo me declaro y te escribo una carta y nos juntamos a hablar de esto, si vos descartás a todas? - me reí. 

- Yo no me quiero matar, nada más me estoy volviendo loco porque antes me quise escapar, me quise seguir haciendo el boludo y me doy cuenta que no puedo. 
- Porque todavía te quedan escrúpulos ¿no? 

Negó con la cabeza 

- No, porque yo no puedo hacer lo mismo con vos, con vos no... - reconoció -  Yo te conozco a vos, sé la persona que sos, sé los valores que tenés, sé lo tímida que sos, sé lo valiente que fuiste cuando me dijiste todo esto. ¿Querés saber si te veo? Sí, obviamente, me vuelvo loco.  Te veo, Veinte, claro que te veo, no soy ciego ni boludo, claro que te veo. Preguntale a cualquiera de los nuestros si yo no te veo... - tomó aire -  Lo que pasa con esto es que por primera vez en mi vida, me estoy haciendo cargo y no me estoy escapando. 
- ¿Si no fuera yo, qué hubiera pasado? 
- Es obvio. 
- ¿Y después? 
- ¿Qué? 
- ¿Te hubieras escapado, no? 
- Sí. 
- ¿Sí qué, ***? - pinché. 
- Sí, yo me hubiera escapado. 

Asentí. 

- Hemos cantado bingo... - le dije, con ironía. 

- Pero esto es otra cosa - me aclaró - Con vos yo no puedo escaparme. 
- Ni siquiera aunque quieras... 
- Esto es diferente a lo que podría pasar con las otras...  - fue lo último que me dijo. 

Me lo quedé mirando, un largo instante, en silencio. 
Bajé la cabeza para seguir procesando la información. 

- Gracias, de todos modos - murmuré, cuando consideré que había salido del impacto. 
- ¿Por qué? 
- Por intentar hacer algo distinto conmigo. Y por ser realmente sincero, ahora, a diferencia de cuando empezamos a hablar - sonreímos.  
- ¿Qué pasa que tenés esa cara? 
- No me imaginé que fueras un tipo tan cómodo de elegir el camino fácil, siempre, dejando a la gente así. 

Mofó. 

- No es el camino fácil, te lo garantizo. No quisieras saber cómo se vive escapando de las cosas todo el tiempo - afrontó - Por eso me pareció re valiente pero muy valiente todo lo que hiciste y lo que me dijiste. 
- Y ahora resulta que nunca falta la pendeja  que viene y te pone en órbita... - lo burlé - Como tampoco falta el tipo que viene... y bueno, viste, viene, viene, hasta que llegó y cagamos - le dije, riéndome. 

Él también se rió. 

Y yo que, supuse, ahí terminaba la historia, que ese era el final. 


viernes, 19 de mayo de 2017

"Desteje, galopando, su curso lento antes..."

 "Toda hacia atrás la vida 
se va quitando siglos, frenética, de encima; 
desteje, galopando, su curso, lento antes; 
se desvive de ansia de borrarse la historia"

Casi no puedo mirarlo, como enojada, y mastico como si odiara su sola existencia en la tierra. Mi hermana discute con mi padre, se levanta de la mesa y se va, ése es el motivo de mi enojo, el hartazgo que trae aparejado lo cotidiano, lo previsible, las cosas que uno debe aceptar sin antes poder modificar.  Urtubey, invitado a comer, está sentado en esa mesa. Luego de presenciar la discusión, el portazo que pega mi hermana - que nos queda resonando en la cabeza a todos-, intenta ponerle ánimos a la situación. Pero yo tengo tanta presión que me siento a punto de explotar y no puedo, francamente, soportar su cucharadita de bondad. 

Estoy enojada, tan enojada, que no puedo ni levantar la cabeza. 

- No me gusta esa propaganda - comenta. 
-Ah, a ella tampoco le gusta - le dice mi padre, en referencia a mi mamá. 
- Hay otra con otro actor... 
- Sí, hay otra que tiene a... - duda y lo miro, de reojo, para entender que está haciendo memoria. 

Una memoria que curiosamente le falla. 

- Es otro actor, argentino, no me acuerdo cual... - insiste y me mira - ¿no? 

Asiento con la cabeza. 

- Darín - musito, en voz muy baja, como si me estuvieran asfixiando.  

No se me entiende nada.

- Darín - repito y asiente y enseguida sigue la charla.  Sabe que me encanta Darín, que me gusta también cómo hombre, y sé que probablemente esté intentando sumarme a la conversación; pero yo no puedo, es muy simple, estoy a tal punto enojada y superada por la situación que la angustia me tiene arrinconada. 

-  Darín, sí... - me mira, viendo mi cara - es cierto, es él.  

Asiento, le hago una mueca de ironía como si la recordara no por su contenido, sino, por la presencia de este atractivo y talentoso actor argentino tan reconocido. Mientras asiento, sonrió, con un esfuerzo enorme, pero bajo la vista, porque para mí todo lo que pueda hacer es peor. 

No tengo ganas de hablar con nadie, y él no es ninguna excepción más bien todo lo contrario. Si no fuera porque todavía tengo un ápice de buena educación, me levantaría de la mesa y me iría ya que considero que motivos no me faltan, y son muchísimos más de los que todos los presentes se animan a elucubrar. Durante esa cena, no sé, ni entiendo por qué, pero por momentos Urtubey me resulta insoportable y toda mi familia también. Necesito estar sola, nada más, necesito estar sola un par de días. Y sin embargo eso no es posible por ahora; porque convivo con mi familia y porque la universidad no me está dando tregua. Y aun mismo todo, la necesidad no se corre, me reclama y me dice que no siga pensando en todo eso a menos que quiera ponerme a llorar, frente a todos. Y como no quiero, me endurezco. Considero que si me muevo voy a reventar, así que me quedo sentada en la punta de la mesa y sigo tomando vino blanco con odio, a la espera de relajarme, de que con la bebida se me vaya diluyendo la bronca. 

<<¿Pero, por qué me afecta tanto una situación que vivo todo el tiempo, a la que me acostumbré, en la que nada tengo que ver, en la que nada puedo cambiar? >> me digo y automáticamente cierro esa puerta. Es que el asunto entre mi hermana y mi padre es accesorio; y lo que me molesta en realidad es que se suscite algo así, en presencia de Urtubey, porque él me molesta, en si mismo, todo él me molesta; no la pelea.

II

En Urtubey me enoja todo eso que no puedo minimizar. En él veo cosas que no puedo excusar, que no puedo desestimar, como hago con todo el mundo, cuando quiero marcar el paso, cuando no quiero perder el control.  Porque, de hecho, si fuera más común y más silvestre - a mi manera de entender a la gente, por lo menos - todo sería tan fácil, al punto de que no necesitaría siquiera ponerme a describirlo ni, mucho menos, me enojaría tanto.

Podría decirme, a modo de consuelo de tontos quizá, que tipos como él hay a montones. Podría decirme que no es tan especial, que no vale la pena una persona así para mí. Podría decirme que persigue un sólo objetivo, que es una persona con la que no podría hablar, que es un tipo a quien no le interesa construir, con el que no comparto los mismos valores. Podría pensar que él es esa clase de persona que se abusa de todo el mundo y a la noche duerme tranquilo como si nada.  Podría decirme que me lleva un montón de años, que estoy loca, que jamás me miraría a mí porque soy la hija de... Podría decirme que es un tipo cuadrado, obtuso, carente de sensibilidad, engreído, machista o maleducado. Podría decirme que me quiere para pasar el rato porque eso hace con todas las minas, que me va a mirar el cuerpo y no la cara, que no me conoce, que no sabe quién soy ni lo que me gusta, que no conoce a mi gente, que no sabe de donde vengo, que no entiende por qué soy como soy, que no estaría dispuesto a aceptarme, al margen de mis defectos, que no lo conozco lo suficiente para saber si vale la pena sentirme lánguida bajo sus ojos.

Y, esta vez, nada de eso sirve, porque nada de esto, tampoco, es realmente así.

Urtubey es otra clase de persona. Es un tipo sensible que hace las cosas de corazón, es una persona buena, que no tiene malas intenciones con la gente, que siempre intenta hacer sentir bien al otro de la forma en que pueda. Es un tipo fanático del deporte, del cine y de algunos personajes de cómics. Le encanta mirar películas, cocinar, pasar tiempo con su niño, jugar al tenis, ir a recitales o al teatro, siempre que pueda. Sonríe lindo. Tiene una educación ejemplar, unos valores que enaltecen todo el tiempo lo importante y se ocupa de la gente que quiere. Es muy caballero, con todo el mundo, tiene unos modales exquisitos que heredó de su familia de origen, que tan igualita a él es en muchos sentidos. No es una persona violenta, brusca o pretenciosa. Su familia viene de abajo, igual que la mía, y sabe lo que es el sacrificio por las cosas que uno desea. Conoce a toda mi familia y a algunos de mis amigos, y en el común de los casos, todo lo ven como un gran tipo.

A la legua se nota que, esté con quien esté, sabe apreciar a la gente por lo que es, que no es la clase de persona que usa a la gente como material descartable, que si está con uno, está con uno y se enamora, se compromete, le interesa pasar tiempo con ese otro. A la legua se nota que no sólo ve a las mujeres por lo físico, que no es el típico langa, que tiene otra forma de ser y de ver la vida, y que por eso no sabe qué se hace, ahora, cuando se encuentra a los treinta y larguitos buscando quién sabe qué cosa, intentando entender cuál es el camino que tiene que seguir, si está o no al lado de la persona que lo redujo a cero, que no lo cuidó; pese a que él no lo vea todavía, pese a que le duela entenderlo, habiendo vivido años con ella, pese a todo el mundo se lo diga. Y sin embargo... ¡cuánto lo entiendo, cuánto quisiera que encuentre todo lo que quiere, qué poco me sirve esta mentira de decirme "no me lo banco más"! A la legua se nota que sabe querer, que sabe querer al otro como realmente se quiere y que sufre, porque se da antes, porque antes puso algo de  sí mismo, porque se dejó conmover, porque se jugó por lo que le pasaba.  A la legua se nota que es sano, que no busca el revés de las cosas, que no tiene una naturaleza esquiva, ventajera o desconfiada; él es sencillo, sano, no va por la vida destruyendo a la gente, pese a que pase por ingenuo en varias ocasiones.   Muchos dirán que es imposible que no se de cuenta de las cosas, que le falta carácter, que parecería que vive en otro mundo. Pero yo lo entiendo y por si no lo entendía me lo ha dicho: él ya es así, no le sale hacer las cosas de otra forma, su naturaleza es ésa, equivocada o no. Y por si me quedan dudas, también me dice que lo que más quiere es estar bien y es donde allí, lo que muchos dicen deja realmente de importarme, porque lo único que yo quiero, en relación a él, es que pueda estarlo, que sea realmente feliz, que conozca a la tipa más espléndida del mundo, que lo llene de felicidad y de amor... No se imaginan cómo, de qué forma, este tipo se lo merece y ni imaginarme yo, quiero, la forma en que se lo estoy deseando.

III

De mi lado todo es distinto. Yo no concurso en la vida de Urtubey, supongo que por eso le deseo lo mejor; siendo todo lo que puedo hacer. Hay momentos donde solamente lo miro y aprecio todo eso maravilloso que él tiene para dar; donde solamente espero que se encuentre con la tipa que sepa apreciarlo, valorarlo, cuidarlo, mimarlo y acompañarlo, como se merece, siendo quién es. Trato de no pensar en lo que haría si eso sucediera, trato de no pensar en la llegada de ese día, trato de bloquear para todo mi mente y dejar que los acontecimientos simplemente se den, sin renegar de ellos, sean los que sean y esté dispuestos tanto para él, en su vida, y para mí, en la mía.

IV

De su horizonte me siento y sé que estoy lejos, principalmente, por la posición en la que está y por su forma de ser.

Urtubey siempre estuvo erigido en un respeto enorme, erigido en una lealtad y en un cariño sincero hacia mi padre, pero además, conoce su forma de pensar en relación a mí. Miles de veces, frente a mí incluso, mi padre le dijo lo que yo significaba, como si nada, porque lo considera su amigo. Le contó todas las cosas por las que yo había pasado, confiado en que lo podía entender, ya que también es padre. Le contó las cosas buenas y las cosas que no me gustan, como alguien que habla de sus hijas, todo el tiempo, pensando al otro como alguien que lo va a entender mejor que nadie, desde su propia experiencia, desde su escuela. Jamás, por ende, lo vió como hombre, jamás se puso a pensar en nada, jamás se le cruzó por la cabeza; hasta que Urtubey se separó, en septiembre pasado.

No sé, yo no sé si algo cambió, no sé si mi padre le dijo algo, no sé a qué punto llegaron sus malos pensamientos. Lo único de lo que estoy segura es que, sea lo que sea, Urtubey es el primero en saberlo, el primero en tenerlo en cuenta. Y es por eso también que si en algún momento lo pensó, fue lo que frenó, lo que lo sacó de carrera. Porque aunque Urtubey tuviera 22 años como yo, el problema, siempre, seguiría siendo otro: la confianza, el accionar desde adentro, el conocernos desde antes, a todos.

Aunque yo nunca vaya a saber si Urtubey formalizó en su cabeza ciertos gestos que tuvo conmigo, desde que se separó, y si éstos fueron o no con otra intención; tampoco me serviría negar que, en un momento, me hizo dudar con las cosas que hacía o con la forma en que, por momentos, en ráfagas, me miraba. Si no estuvo en carrera, digamos entonces que le sembró la duda equivocada a mi papá, a mi mamá (que al principio decía que no y luego ya no dijo más nada), a mi hermana del medio y a su novio, a mi hermana mayor, a una conocida en común de nuestra familia, a mi mejor amiga y a mi propia abuela. Es decir, a todo el mundo, y un poco a mi misma, cabe decir. Sin embargo, y de eso me agarraré hasta el final de mis días para negarlo, como no me dijo nada concreto yo no tengo nada, al menos de su lado, sobre lo que preocuparme. Además estoy segura, re segura, de que esto es mucho para él, de que nunca va a hacer nada, en caso de que ya sea lo suficientemente desatinado como para verme de esa otra manera.  ¿Cómo puedo estar tan segura? Yo lo conozco a Urtubey, sé dónde tiene la cabeza ahora y sé que ni siquiera se dió cuenta de las cosas que hizo, que no tuvo maldad, ni doble intención. Solamente nos acercamos más, en un momento duro de su vida, y quizá encontró cosas buenas en mí que no conocía, naturalmente, porque nos mantuvimos en otros roles, durante los últimos cuatro años.  Nada más. Ése es el fin de la historia.

V

En lo que a mi respecta cada vez que pienso en todo este tema, me acuerdo de algo que es recurrente y pierdo automáticamente el hilo anterior que pudiera estar siguiendo incluso a tientas.

Lo que vuelve ,como si fuera una pesadilla, es el recuerdo de ésa noche, es el saber que hubo una madrugada donde me acosté en mi cama luego de salir de la de Él y los oídos me hacían un ruido bárbaro,  como si hubiera estado en un lugar de música muy fuerte, durante demasiado tiempo. <<Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii>> me hacían, todo el tiempo los oídos pese a que solamente hubiera estado hablando durante horas, sin gritos, sin ruidos, sin situaciones violentas, con Él, escuchando uno a uno sus argumentos para sacarme de su vida. El pitido que me salía desde adentro casi no me dejaba pensar, me aturdía y me molesta; eso también lo recuerdo. Mucho menos me olvido de que esa fue la última noche juntos, la última, donde pronunció las frases condenadas.

Y aunque sé que nada tiene que ver Él, en todo esto, lo que mejor y más claro me quedó grabado de esa noche en mi cerebro, y lo que hace interferencia con todo hilo ajeno que intente seguir, es siempre lo mismo: la sensación de dolor tan clara, tan palpable, tan concreta. El sentir que a una persona como yo - sensible, que no sabía querer a medias - el amor le podía arruinar la vida, le podía quemar la cabeza, la podía llevar al fondo, la podía destruir y anular. Lo que vuelve es el recuerdo incasable de lo que fue algo parecido a ver cómo nacía un miedo, un miedo increíble, fuerte, casi con cuerpo, al quedar rota, otra vez, de esa misma forma. Lo que vuelve, tan claro, es el sentir que semejante dolor resultaba demasiado para mis resistencias personales, el no querer sentir más nada.

Y, por encima de todo, lo que vuelve sin cansancio es el recuerdo del jurarme que yo no iba a volver a sentir me costara lo que me costara, porque el amor para mí no era, simplemente, y era momento de aprenderlo. Es el recuerdo, es el prometerme que nunca más iba a permitir que nadie me destruyera, ganándose mi confianza, comiéndome desde adentro, haciéndome perder el control de las cosas, cambiándome los tantos, es decir, haciéndome soñar con otra vida, haciéndome ilusionar con otra vida, con la vida que siempre había querido y nunca iba a poder tener, en definitiva.

Todo eso, vuelve, siempre vuelve, de mi lado, lejos ya de todo lo que pueda hacer o decir o nunca jamás esgrimir, el señorito Urtubey.  Y yo recuerdo eso y pienso que no, nunca más nada de eso, nunca más, tal como me dije un día y me lo digo hoy.  Lo sigo pensando y sintiendo muy claramente ahora mismo, mientras escribo: semejante dolor, nunca más, pase lo que pase, nunca más sentir tanto amor. 

VI

Por eso detesto a Urtubey. Por eso lo desteto tanto y me desespera, por momentos, de una manera que no puedo explicar, las cosas que me hace pensar y preguntarme. Lo odio tanto y al mismo tiempo me parece una persona tan maravillosa, que me pone en contra de mi misma hasta las lágrimas. También sé que no es una mala persona, que es tan especial como lo describo, esté conmigo o no, y eso es lo peor, saberlo desde mis propios ojos, no poder, no tener la sangre suficiente para negar lo que me demuestra a través de sus actos, no poder hacer lo mismo que con todo el resto de la gente, ahora con él.

Lo único que quisiera es poder agarrarlo de las dos manos, apretárselas fuerte, y decirle que ojalá hubiera podido conocerlo antes... nada más, conocerlo antes, de otra forma, en otro momento; nada más. Porque ahora siento que no puedo, que no voy a poder, que algo se rompió antes de empezar a ser, para mí y que ya está, tendré que saber aceptarlo, aprender a vivir con ese hueco; nada más.  Porque ahora es este no estar dispuesta a quedarme a merced de nadie, nunca más, este no querer que me prometan cosas, cosas que no existen, que no van a cumplir, este no querer soñar nunca más con otra vida, sino, aprender a vivir la mía, porque es real, porque es cierta, porque es lo que tengo y punto; nada más que por eso.

Porque es ésto, y ya está, es ésto la vida concreta, esto y nada más.
Tiene que ser siempre ésto y nada más.


(*) el epígrafe del comienzo, pertenece a un poema de Pedro Salinas. 

miércoles, 12 de abril de 2017

Testigo

Hace mucho que lo sé, y desde antes, ya me había dado cuenta. En mi grupo más o menos estable de la facultad, subterráneamente a lo académico, se desarrolla una historia de amor. La misma se da entre uno de mis compañeros y una de mis compañeras, aunque, ésta, no es, lamentablemente, una de esas experiencias que, por ahora al menos, vaya a tener llegada en un buen puerto. Pervive por gracia y obra de la resistencia de uno de los protagonistas, por esa necedad que, se nota, está dirigida por el obstinado corazón que todos los seres humanos tenemos, y que de vez en vez, se usa para algo más que bombear sangre. Pervive, simplemente, porque el amor, cuando es realmente así, suele exceder la razón de las personas y conjugarse en contra de la voluntad, para encaramarse en los límites más altos del sentir; del sentir todo, todo el tiempo, con total intensidad. 

Todo comenzó a principios del año pasado, cuando mi compañero conoció a la chica. Al mismo tiempo, yo vislumbré que algo había cambiado para él. Pasó de ser un chico callado, discreto, inteligente - muy muy inteligente - a ser una persona más abierta, pero especialmente, dándole todo lo mejor a ella, es decir, su discreción, su aporte y su brillantez para las letras, entre otras tantas cosas. 

Un sábado a la noche, después de terminar un trabajo, estábamos tomando una cerveza con él y otro compañero más, en un bar (sí, hago grupos con todos los varones de mis comisiones, desde que entré a esta Universidad). Salió el tema de esta chica. El tercer concurrente de esa noche le preguntó al protagonista de nuestra historia, si le gustaba Mengana. Él confesó que sí, entonces, mi compañero, le dijo que a él también le parecía una piba piola, pero que había notado que su camarada le había echado el ojo y, por ello, le dejaba libre el camino. Me gustó, lo recuerdo, esa demostración de códigos; me pareció que hablaba bien de ellos, ya sea por la pregunta o por la sinceridad. Los tres, en ese sentido, mantuvimos un armonioso silencio y el secreto quedó sepultado en los códigos de grupo. 

Con el tiempo, y con la pretensión de aglutinar a la chica a nuestro grupo, yo intenté afianzar relaciones; asunto que funcionó, porque además, se incluyó esta chica con sus compañeras más cercanas. Se gestó algo grande, numeroso, con diferentes niveles de afinidad.  Mi compañero, el enamorado en cuestión, aprovechando este aluvión, se acercó a ella y se dedicó a hacer grupos de estudio, donde sea que la incluyeran, durante un año entero de carrera. En ese transcurso se  ganó su simpatía, su compañía,  casi creo que también su cariño; pero - considero - nada más.  

Progresivamente, y en silencio, ví como crecía la estima que se transformó en amor de parte de él y, sin saber más datos de ella, a mi manera de ver, la intuí muy afuera del vinculo, pero jamás me animé a entrometerme. Sólo quise que todo se diera vuelta, para mi compañero y que fuera feliz. Aunque nunca me animé, tampoco, a hablar con mi compañero sobre el asunto de una manera realmente sincera porque siento que no me corresponde. 

Lo siguiente, no sé sé cuándo fue que se dió. Si mal no recuerdo la charla con ella, surgió un día dónde estábamos descansando en la facultad, luego de haber recolectado cosas para un trabajo urgente.  Habíamos pasado todo ese día juntas, esperábamos a otras chicas para irnos a la casa de una de ellas a iríamos a estar, literalmente, las veinticuatro horas siguientes sin dormir con el propósito de poder terminar una entrega para la tarde-noche siguiente. Por lo cual, entre mate y mate y mate... Se nos fue estirando la lengua a todas, respecto a nuestras vidas, y ella, por su parte, se abrió. Y fue así que me contó más de su vida amorosa-sentimental, aunque jamás mencionó ni por bien ni por mal a mi querido compañero. Al respecto de su historia de amor, también no correspondida, supe que quiso mucho a un ajeno, es decir, nadie que comparta cursada con nosotros, ni algo que se le parezca.  Este muchacho concurre a la misma Universidad, estudia nuestra misma carrera, y la deja estaqueada en la mitad de los pasillos, de una forma que realmente es seria. No la quiso, aparentemente, hasta donde sé y me contó; pero ella, mal o bien, lo quiso mucho. 

II 

De mi parte, muchas veces, los miro ser juntos y me entra una sensación agridulce en el cuerpo. Noto que él la trata como ella merece, pero asimismo, ella es incapaz de verlo, aunque tampoco tiene la culpa de eso; simplemente, no está conectada a la misma frecuencia y, si lo quiere, es como un buen amigo.   Para ella, él es su compañero bueno, la persona que siempre está; la que le explica las materias difíciles; su compañero de estudio, el chico que invita a comer a su casa y quien incluso se ha quedado a pasar la noche entre mates, lecturas y demás; pero a quien nunca se ha acercado más de la cuenta. Él le propone ir a recorrer puestos de libros usados; cosa que nos fascina a los estudiantes de Letras cuando nos mandan obras viejas, extrañas o que ya no se editan más. Ella va. Él le recomienda un texto, ella lo lee. Él le discute las cosas, y ella, se presta. Sin embargo, está tan ciega, tan sumida en su mundo y su pena, que ni siquiera se da cuenta cómo la miran con una infinita ternura, con qué infinita ternura. La misma ternura que le encomienda a un tipo que se pasea por la Universidad sin importarle nada, de nadie, y tampoco de ella. 


III 

Desde que empezamos las clases, este cuatrimestre, ella se ha pegado más a mí. Él, por lo mismo, se ha alejado un poco, aunque yo me sigo acercando cada vez que puedo, porque sé que no tiene el problema conmigo, sino, con otra persona. 

Sin embargo, lo central es que cuando los veo me pasa algo curioso. Por un lado, a ella la entiendo desde la identificación de género, es decir, desde muchas de las cosas que siente, que son propias de un universo referencial y emocional muy propio de las mujeres. Tiene unos pocos años más que yo; en este sentido, no hay dificultad para entenderla, sino, todo lo contrario. Por lo general, si necesita una mano, se la doy. Noto que le da mucho trabajo salir adelante después del desamor y se la nota una buena chica; una chica que es sensible, movediza, algo inestable si se quiere; pero es incapaz de lastimar o hacerle daño a alguien. Veo mucho de mi pasado en su dolor, esa sensación de desamparo, y en su momento, yo sé que tuve la suerte de tener a mi lado a mi familia y a mis amigos. Entonces, ¿por qué no hacer algo por más mínimo que sea?  Por otro lado, con Él hace mucho que no hablo, aunque estoy segura de que sigue enamorado y dolido por ello. 

Si fuera por mí, preferiría no saber lo que sienten. Quisiera que a casa paso no se fuera dejando a la vista que no se corresponden, para mis ojos, que son simples testigos. 

De parte de él veo que la situación de ver a la chica que quiere todo el tiempo con la ñata contra el vidrio, lo está marchitando de a poco.  De parte de ella, veo que no entiende por qué está agresivo, esquivo y raro. 

Se pelean bastante, por cualquier idiotez, aunque en el fondo, se nota que se llevan bien pero para el amor llevarse bien no alcanza. Quizá mi compañero lo sabe y mi compañera lo note, en relación a su historia. Mientras tanto, él la mira, da vuelta la cara con gesto de arrepentimiento dulce, aunque al rato se voltea de nuevo. Ella, a su vez, se pierde en sus propios pensamientos y sigue trazando planes para esquivar al viejo amor que recorre la facultad sin percatarse de nada. 

Desde afuera, entre novelas, clases, trabajos y grupos; los observo. Uno en mi cabeza sus dos historias, sus vidas, los imagino juntos, los pienso juntos, les creo ficciones. Los pienso mejor por separado, cada uno, con otras gentes. No me decido a nada, sólo pienso en escribir sobre ellos, en el rumiar mis ideas, porque un ápice de algo que todavía no comprendo me hace sentirme cerca de eso que veo, de algún modo.  No obstante, agradezco muchísimo el ser solamente una testigo del asunto, involuntaria, si se quiere. Luego recuerdo que, cada uno de nosotros, aún con diferentes protagonistas, muchas veces a lo largo de nuestras vidas tenemos que atravesar los mismos escollos, porque son lecciones generales, con algunas variantes particulares. 

 Entonces aparece en mi mente la imagen de mi nuevo mejor amigo y me río, con ironía... 

lunes, 10 de abril de 2017

Literatura, cuanto menos ficción: Aprender a vivir II

El recuerdo se sitúa entre los meses de agosto y septiembre de aquél año. Todavía seguía cursando mis estudios en la Universidad de Buenos Aires, es decir, en la Facultad de Filosofía y Letras dependiente de dicha casa de estudios. El viaje que tenía era largo, ancho e interminable: me tomaba un colectivo, un tren, un subte hasta la estación donde combinaba con otro subte; y me bajaba después de doce estaciones, para caminar todavía unas cuadras, hasta la facultad. 

Llegaba, francamente, a fuerza de voluntad y muchas veces, movida por la inercia. Porque, por esos días, casi no existía nada más que la inercia como fuerza conducta de mi propia vida, y en el mejor de los casos, me aferraba a la voluntad. Primaba una total ausencia de la pasión. No sólo estaba emocionalmente destruida - como nunca lo había estado por amor - sino que además estaba físicamente muy agotada. El viaje y la cantidad de lecturas que me daban, me dejaba sin energías y me acercaba, sin que me diera cuenta, día a día al colapso. Tapaba todo con el estudio, sin darme cuenta que no estaba solucionando nada. Tapaba todo, con tal de estar ocupada haciendo algo, para evitar darme cuenta que, en términos que me importaban mucho hasta ese momento de mi vida, yo me había quedado sin nada. 

Él me había dicho que no podía más, que sentía pero que no podía, y esta vez iría a ser en serio. Él me había dicho que iba a ser necesario desde ese punto en adelante que ambos, cada uno de la forma en que pudiera, aprendiera a vivir con lo que le pasaba. Yo no tenía idea de cómo iba a vivir sintiendo tanto amor por alguien que era incapaz de corresponderlo, por motivos ajenos a cosas que de mi parte pudiera modificar. Yo no tenía idea de qué se hacía con tanto amor, tirado a la basura. Yo no sabía, sinceramente, no sabía, cómo se seguía adelante con tantas cosas que hubiera podido ser y no irían a darse para nosotros. 

Embarcarme en esos largos viajes era, al mismo tiempo, la posibilidad de escaparme de la realidad, de los lugares familiares donde habíamos transitado meses antes y especialmente de la acechanza que implicaban los recuerdos dispuestos por las esquinas. Yo lo único que necesitaba, lo único que le pedía a Dios, era no pensar más en Él. No quería pensar más en todo lo que estaba pasando, porque lo único que me importaba era poder estudiar, poder progresar y poder tener algo para el futuro. Un futuro donde Él ya no figuraba, un futuro donde no estaría a mi lado, un futuro que no quería compartir conmigo. Una carrera, eso era lo único propio que yo sentía que tenía, de cara al futuro que se anticipaba demasiado incierto. 

Mi familia, por aquellos días, estaba convulsionada por varios motivos. Uno de los cuales, aunque me pese reconocerlo, era yo. No estaba demasiado tiempo en mi casa, pero cuando permanecía allí, el ocaso se notaba y quizá porque hacía de todo para disimularlo, el malestar resaltaba todavía más.  La mayoría de los días salía antes del almuerzo de casa -para comprar fotocopias, para encargar fotocopias, viajar con tiempo, leer y hacer ejercicios e ir a las clases.; de todo ese trajín volvía pasadas las diez de la noche, cuando me escapaba. Porque pese  a estar todo el día allí yo sabía que perdía clases teóricas, que terminaban unos minutos después de las 23:00 hs. Y aunque eso me hiciera peso muerto a la hora de las lecturas sabía que, si me quedaba, no tenía manera de volver a mi casa en trasporte público.  Mi mamá, si andábamos justos de plata, teniendo en cuenta que el irme tan lejos era un gasto no solamente de energía, me preparaba comida para que me la llevara a la hora del almuerzo. Muchos mediodías, me sentaba en el patio interno de la Facultad y miraba el pequeño recipiente plástico donde estaban mis empanadas favoritas, una porción de mi tarta preferida o alguna de mis comidas elegidas.  No tenía hambre la mayoría de las veces, pero comía lo máximo que me entraba en el estómago, en honor al amor de ella, que estaba reflejado en ese gesto. Otras veces miraba el recipiente y me inundaban unas profundas ganas de llorar, por todo lo que estaban haciendo por mí y a todo lo que yo no era capaz de responder, teniendo la cabeza sitiada. Otras veces, antes de irme, abría mi vianda y dejaba la mitad metida adentro de la heladera, a sabiendas de que era mejor que quedara allí y no que yo me la llevara para mirarla con culpa y con angustia como, creo, miraba todo en esa época. 

Los meses pasaron, muy despacio. Cuando quise darme cuenta llevaba dos sumida en una vida que no quería, en una rutina que me desgastaba, inserta en un entorno en el que no me adaptaba y que ni siquiera el amor por la literatura lograba amenizar. Amaba lo que estaba estudiando pero no me daba el cuerpo ni la cabeza para continuarlo; porque había cosas diferentes a la literatura que, indudablemente, habían volado en pedazos. Una parte mía sabía que estaba dejando mucho más que tiempo y ganas persiguiendo esa causa, sin pensar en las consecuencias, en lo sostenible o no del asunto, a largo plazo. La otra, mi otra parte, quería y necesitaba por todos los medios sentir que todavía tenía algo propio; y lo único propio, paradójicamente, la única hendija por la que yo creía que entraba una felicidad mínima, en algunos instantes de esa vida, era a través de estudiar una carrera como la que estaba haciendo.   

II 



Uno de esos tantos días, mi padre, me preguntó si no quería que me fuera a esperar a la Estación Constitución, para que la última parte de mi recorrido, no fuera a esas horas tan solitaria. Le dije que sí, que me parecía bien, si eso le resultaba tranquilizador, después de todo. 

Una de las noches donde me esperó, antes de ir hacia el próximo medio de transporte, me frenó. 

- Hija - miró a su alrededor - ¿No tenés hambre? 

Recuerdo que me lo quedé mirando y me causó algo de ternura verlo siempre pensar en comida, al panzón. Sacudí la cabeza, en un gesto afirmativo, como respuesta a su pregunta. 

- Sí, tengo hambre, pero aguanto hasta llegar a casa - le dije. 
- ¿Y si comemos algo acá? - recuerdo que me dijo, señalando los puestos dispuestos alrededor de los andenes, que venden comida al paso, tal como pueden ser hamburguesas o panchos. 

Miré a mi alrededor, evaluando. 

- ¡Dale, no seas careta, hija! - me burló. 
- No soy careta, es que nunca comí acá, papá - le expliqué. 
- ¿Y no querés probar? ¡Venden las hamburguesas más ricas de todas, hacele caso a tu papá! - me animó. 

Me abracé a mi mochila y le dije que sí, que fuéramos a comer a alguno de todos esos puestos, a ver qué tal me resultaban esos manjares del cielo. Me llevó a uno y me señaló una banqueta, para que tomara asiento. Miré todo con detenimiento y me abracé de nuevo a mi mochila, indecisa. 

- ¿Qué vas a comer, vos? - me preguntó. 

Miré, inocentemente, buscando una carta o algún tipo de folleto donde se mostraran las opciones. 

- ¿Qué buscás? - me miró, habituado a esas cosas, muchísimo más que yo. 
- Una carta, algo de eso - le susurré. 

Se empezó a reír a carcajadas. Yo me reí también, dándome cuenta de que allí no se usaba el temita de las cartas y ese tipo de cosas. 

- Acá se pide "de boca", hija, no existe eso de la carta ni nada... ¡Estás acostumbrada a otras cosas! - me explicó. 
- No es eso. Yo pensé que había, qué se yo - le expliqué. 

Nos volvimos a reír. 

- ¿Querés una hamburguesa? 
- Sí, sí - acepté. 
- ¿Y una Coca? 
- Dale. 

Le pidió a la chica. 

- ¿La querés completa? - me preguntó la chica mientras despachaba nuestro pedido.  Dudé. Mi viejo me hizo un asentimiento de cabeza, que tomó forma de recomendación, y yo hice el mismo gesto a la chica para darle pie a una montaña de ingredientes que cabrían entre rodaja pan y pan. Ella entonces rompió, todavía me acuerdo, el huevo sobre el borde de una placa caliente y lo cocinó en frente a mi cara, como todo lo demás que fue disponiendo sobre el medallón de carne. Miré el proceso de elaboración y armado por primera vez, con detenimiento. Agradecí cuando me lo sirvió y luego, con el apetito despierto le dí el primer bocado. Allí descubrí una maravilla culinaria: la comida al paso de los andenes de Constitución.  

- ¿Está buena? - me preguntó mi papá, mientras comía, encantado. Con un asentimiento de cabeza le  dí a sus anchas la razón, y por si quedaban dudas del hallazgo positivo, esa noche nos dimos una panzada espectacular. Las hamburguesas resultaron ser, efectivamente, las más ricas de todas pese a las condiciones dudosas de higiene, a la hora de su elaboración, en las que yo pensaba antes de darle una buena mordida.  De hecho, sigo conservando un cariño respecto a ellas, seguramente, sostenido por la memoria emotiva. El viaje en tren, por ende y siempre que se podía, se hacía para nosotros con la panza llena. Y así, de a poco, muy de a poco, la panza llena le abrió paso a lo que más adelante se declararía como un corazón más contento.  Aunque todavía faltaba mucho tiempo, y tenía que tomar muchas otras decisiones personales, durante esas cenas en la barra de los puestos de comida, dispuestos alrededor de los andenes; yo empecé a sentirme mejor. 

Al día de hoy, es uno de los pocos recuerdos felices que me llevo de esa época donde tuve que aprender a vivir, de nuevo. Esas hamburguesas al paso siguen siendo una de las cenas más lindas, de la que estoy segura me voy a acordar toda mi vida, especialmente, el día que tenga hijos y esté buscando la manera de apoyarlos cuando las cosas les salgan bien, pero especialmente, si en algún momento llegan a sentirse angustiados. 

*si quieren leer la primera parte, para ponerlo en contexto, está aquí. 

domingo, 12 de marzo de 2017

Literatura,cuanto menos, ficción: Los premios

Lo que lo hace precioso (...) es que está a punto de caer, 
no puede seguir siendo lo que es en este minuto de su vida

La idea de retomar justo desde dónde lo había dejado, en cuanto volví a insertarme en aquél círculo, me parecía el segundo nombre de la desventaja. Él, recientemente al lado de una mujer que parecía haber sacado de abajo de una baldosa, se paseaba de aquí para allá, acompañado. Yo, al mismo tiempo, me había acercado por plena inercia a una persona que había conocido en ese momento, precisamente, porque el ámbito social-literario nos había sabido reunir y, los intereses tan similares, vincular. 

Si bien yo estaba acostumbrada a estar sola, en ese momento, las cosas eran diferentes. Estaba sola, mirando la repetición permanente del que me metieran el dedo en una herida extremadamente profunda. Era como si el dolor no se fuera a terminar nunca; como si no pudiera salir de una situación, hacerme a la idea de una cosa, que venía a enterarme de otra o a darme cuenta de una tercera. 

Necesitaba distraerme con algo. Había pasado un tiempo ya de ese veinte de julio. Las cosas estaban todavía frescas para mí, demasiado frescas, pero ya he dicho que en esa época me movilizaba la bronca por haber estado tan vulnerable, las ganas de sobreponerme al dolor y no de ir por la vida siendo la víctima, especialmente, cuando lo tenía a Él listo para estudiarme la cara cada vez que me cruzaba. 

Recuerdo particularmente una jornada. Nos habíamos juntando por una actividad al aire libre y, unos días antes. Ya que Él estaba en pleno idilio con Ella, yo me había decidido a responderle unos correos electrónicos a esa persona que se me había acercado con intenciones buenas, pero en el momento equivocado. Veníamos hablando desde hacía algunos días. Por esas cosas de la vida yo sabía que tenía un hijo pequeño, que era separado y aquélla mañana había pasado a saludarme, a sabiendas de que iba a estar ahí, antes de llevar a su pequeño al doctor. 

- Leí anoche tu correo - me dijo, mientras me saludaba ese día - ¿Cómo andás? ¿Descansaste? - me preguntó. 

Él, cuando lo vió, se puso en personaje. 

- Sí, estoy bien... - le mentí - ¿Vos? 
- ¿Qué tal te fue en el parcial que me dijiste el otro día? - me sonrió, me acuerdo, y Él se fue caminando para otro lado. 
- Bien, bien. Terminé ya con Saussure - recuerdo que me contesté - ¿Tu nene? 
- Ahora lo tengo que ir a buscar - me explicó -  Quiero que se divierta un rato. Voy a presentártelo - me dijo. 

Pasó un rato y se fue a buscar al pequeño. Enseguida estuvo de nuevo en el lugar. Me lo presentó. Un niño pequeño, con ojos lindos, excesivamente tímido. La situación, asimismo yo estuviera anestesiada, no dejó de parecerme algo intensa. No tenía cupo en mi mente para conocer a nadie y mucho menos a nadie que además me presentara tan honestamente a su hijo, aunque me encantó esa muestra de honestidad.  Licenciado en Letras y fanático de los mismos autores que yo, la charla se volvía inevitable, y yo me había enterado por otros medios que se había quedado bien impresionado después de conocerme, así que simplemente me manejaba con cuidado, dentro de toda la parvedad de aquéllos días y al mismo tiempo todo lo que fuera distinto a ese dolor que me partía por el medio, era bien recibido. Si bien era una persona más grande, no lo era tanto como Él, que nos miraba con  esa cara soberbia que ponía cuando algo no le gustaba, como si fuera Dios sobre la tierra, reencarnado en un señor hecho y derecho, que en esa época, tenía 42 años.

Yo, simplemente, me encargué de seguir haciendo las tareas que acometían a la actividad y Él se dedicó a lo mismo, a sabiendas de que todavía no había llegado Ella al lugar, con su hija, pero que estaba en camino. A mi ver, tenía presente algo: por llevarle la contra, en medio del enojo, no estaba dispuesta a obligarme a nada, pero estar rodeada de gente era para mí aire fresco, entre todo el lío. Y pese a que hubiera parecido algo planificado, el que ambos estuviéramos ahí con los hijos de otros, interactuando, y pasando un rato, era producto de la más funesta casualidad, y quizá, en el fondo, de la misma necesidad secreta.  Llegó un punto del asunto donde, por un lado, estaba yo pintando con el hijo de este muchacho, mientras su papá se dedicaba a sacar fotos, y, exactamente al lado, estaba Él; también pintando, como si nada con la hija de Ella.  De ese día quedó una foto que evidencia la paradoja, sacada por alguien que pasaba por el lugar y la compartió con La barra. 

II 

A los pocos días, sucedió una situación similar. Ellos dos por un lado, y nosotros, por el otro lado, separados por un mar de gente enorme, donde podíamos perdernos de vista. 

- ¿Tomamos unos mates, te parece? - me ofreció, este muchacho. 
- Dale - le dije yo, y agarré un termo que andaba por allí, fuí a conseguir agua y a cambiar la yerba. 

Estábamos charlando, mientras compartíamos la infusión al aire libre. Me estaba mostrando unas fotos y yo lo agradecía, en cierto modo, porque todo era mejor que observar lo que a pocos metros sucedía. Pasamos largo rato así, en otra sintonía. 

El Canciller, mejor amigo de Él por excelencia, además de pasarle el número de ella después de ese lunes donde había tenido lugar la reunión de emergencia, se apareció en ese momento para interrumpir la situación. 

- Veinte... - me dijo. 

Lo miré, dejé el termo y el mate arriba de un pequeño stand y aunque lo ví venir a Él, jamás imaginé que se fuera a acercar tanto a mi frontera. Hice foco en la vista de su mejor amigo, concentrada en mantenerme dura. Él se puso atrás, mirándome, pero yo ni siquiera reparé un segundo en sus ojos, porque la ecuación era muy simple: si lo miraba, perdía. 

- ¿Qué? - le pregunté, calmada. 
- ¿Leíste eso?  - me dijo, mientras me tendía una novela de mi autor preferido en todo el mundo. 

Lo miré, fijamente y miré la novela. 

- Sí - le mentí y me puse a acomodar poner en condiciones cosas que estaban lo suficientemente ordenadas, en medio de mi mesita. 

- Queríamos que te lo quedes - me explicó. El plural me lastimó los oídos, porque ahora entendía perfectamente para qué había venido Él y también sabía que era la persona que me había conseguido esa novela. 

III

En chiste, un tiempo muy corto antes le había dicho que se robara muchos libros para dármelos a mí y Él me había respondido punzante. Yo me había prometido no hacerle más chistes, porque estaba demasiado susceptible para su humor negro y porque tenía una manera de tratarme que era, lisa y llanamente, despectiva, como si fuera una bolsa de basura, como si conmigo no hubiera aprendido nada bueno, como si fuera una prostituta. 

- Yo no voy a robar para vos - me dijo - Esto es para otra cosa - solidificó. 

Me lo quedé mirando, por un instante, y sentí el peso de su desprecio. Él nunca me había hecho algo así y me costaba entender cómo me trataba tan mal, si me conocía, y conocía lo importante que era para mí el concepto de valerme por mi misma y ganarme las cosas por mi cuenta. Era obvio que era un chiste; Él mismo me reprochaba más de una vez que no me dejaba ayudar, que no dejaba que nadie se me acerque, que nadie haga nada de onda por mí. Él mismo me decía que lo dejara, que nunca le iba a deber nada, que me relajara, que no lo hacía por eso. Y olvidándose de todo lo dicho, y sabiendo mis debilidades, pienso hoy, lo estaba usando en mi contra, con un fin determinado: alejarme, lastimarme. O quizá sólo se estaba mostrando como realmente era y yo recién me daba cuenta.  

Su mejor amigo lo miró y me miró a mí, pero se quedó callado, en medio de esa situación.  Era hostil su trato y difícilmente se hubiera podido esperar de una persona que, mientras hacían labor social unos meses antes, me hacía masajes si estaba contracturada por el estrés, me daba un abrigo si tenía más frío de lo normal, me llevaba el equipo de mate en el auto y más de una vez me había pasado por casa a buscar. Él era la clase de persona que saludaba a todos con unas palmadas en la espalda o con un beso y, cuando me llegaba el turno, me abrazaba en frente de toda la gente, por unos instantes largos y hundía la cara en mi estatura, para darme un beso en la cara sin soltarme, cuando no podía dejarme en casa.  Y yo, obviamente, porque no me importaba quién estuviera mirándonos, me ponía en puntas de pie para corresponderlo y lo abrazaba con la misma intensidad. 

Era imprevisible, por ende, que me tratara así. 

- No hace falta que me trates como una mendiga *** - le contesté.  
- No, bueno, pero... - me dijo. 

Le hice un gesto con la cara, terminando la charla. Me dió la mano, por la vetanilla del auto de su amigo y me la soltó, unos segundos después, cuando vió que no le devolví el apretón. 

- ¿Más tarde puedo pasar por tu casa, a buscar lo que habíamos quedado? - me preguntó, intentando sobreponerse al resbalón. 
- Sí, no creo que haya problema. 
- ¿Pero... vas a estar vos? 
- Si pasás en un rato, sí. Después, más tarde, no - le contesté - De todos modos, nadie en casa se va a morir por alcanzarte una bolsa hasta la entrada. Somos personas de bien - lo pinché, con sutileza. 
- Te llamo antes de ir. Paso si estás... - me respondió. 
- Está bien - musité. 

Me volvió a agarrar de la mano. 

- Más tarde te llamo y paso por tu casa con el auto así no estás cargando las cosas ¿dale?- susurró, mientras me saludaba. 
- No sería ningún problema, igual. 
- Bueno, pero no quiero que lo hagas. Paso yo. No me cuesta nada. 
- Yo, mientras esté, no te voy a cerrar la puerta en la cara... - simplifiqué el asunto, como rara vez hacía y mucho menos, con él. 
- Entonces, como algo y te llamo, antes de que te vayas por ahí... 
- A vivir aventuras - mofé - Llevá eso para adentro - musité, con ironía - Y guardalo bien, no sea cosa que alguien te lo robe. Más tarde nos vemos - lo burlé, con una sonrisa perversa que en los demás se podía leer como picardía, aunque no en Él que me conocía mejor. 

IV 

Ahí estaba, después de unas semanas, su mejor amigo, con Él detrás, tendiéndome una novela. 

- Queríamos que te lo quedes - me decía. 
- No - dije, sin dudarlo - Gracias, pero no hace falta - me limité a decir, sin mirar para atrás de la cabeza de su amigo, de grandes proporciones, por cierto. 
- De verdad, quedatelo. 
- Ya lo leí 
- ¡Mentira! ¡Es para vos esto! - me dijo su mejor amigo. 
- Te agradezco, pero prefiero que sirva a la causa *** - le dije, tensa.

Él me miraba de atrás, sin decirme nada. Yo no lo miré ni siquiera una sola vez, porque me gustaba que sintiera la misma humillación, la misma sensación de desprecio, ante un gesto que un tiempo antes hubiera aceptado quizá hasta con alegría. 

- Es tuyo, Veinteava. 
- No, no me lo voy a quedar, ***. Ponelo a circular, de verdad. No me interesa. 
- ¿Cómo que no te interesa? Es tu escritor preferido. ¡Te re interesa! - me increpó. 
- Dáselo a él, que tenemos el mismo escritor preferido - lo señalé a mi compañero de mate. 
- No, esto es especialmente para vos - rectificó - No se habla más, esto te corresponde a vos. Lo sabrás apreciar mejor que todos nosotros... - me dijo su mejor amigo, mientras me dejaba el libro apoyado en mi mesita, mientras seguía escoltado, obviamente, por Él. 
-  Apreciar las cosas, sé, claro...  - musité - Pero no hace falta que nadie desvíe nada para mí - le aclaré. 

A ambos, en cierto modo. Él, como siempre tan cobarde, no dijo nada. 

- Por favor, Veinte, sabés que no pasa nada... - me dijo. 

Me lo quedé mirando y asentí, a medias, con la cabeza. Su mejor amigo me sonrió, mientras se alejaba. Él en su escoltada, me regaló una hermosa cara de desagrado. 

Nunca me imaginé que hubiera tanto enojo, algo así como asco, en una mirada que me había despertado tanta pasión, tanto afecto y tanta ternura; a la que había correspondido, además, con lo mismo. 

¿O es que no era asco y enojo, sino, cualquier otra cosa que se escondía detrás de todo eso? 

Ninguno de los dos podía seguir siendo lo que era, definitivamente, en ese minuto de su vida. 

viernes, 28 de octubre de 2016

Amor se llama el juego: Desconcierto

Hasta hace poco no había descubierto una parte de mi misma, que se despertó, en consecuencia de los acontecimientos sentimentales del amigo de mi padre y su reciente separación.  

Por un lado, esa parte consiste en la indignación que me produce ver sufrir a un hombre como él por amor, en lo mucho que me sensibiliza, en la intensidad con la que me conmueve, en el irrefrenable deseo porque la suerte le cambie, para que el día de mañana se cruce con una tipa que realmente lo merezca y reconstruya su vida, y no sólo su vida, sino también su deseo, todos sus anhelos. Por otro lado, y desde mi perspectiva de mujer, además, habiéndome cruzando con tantas personas ambiguas en este último año, y en el pasado, no concibo cómo una persona de su clase - con la que comparto concepciones y valores- puede estar pasando algo como esto. 

Sé que la vida no es una cuestión de merecimientos personales, pero no puedo evitar pensar dónde está esa especie de coherencia que uno anhela hallar, de vez en vez, en algún aspecto de su vida. Quiero decir con esto que tampoco entiendo cómo existen personas que hieren, porque sí, sin reparar en el corazón del otro, sin pensar en el modo de decir, pese a que el mensaje sea siempre el mismo. 

¿Dónde está aquélla especie de aliciente, para quien intenta hacer las cosas bien, para quien no va por la vida desechando las cosas, para quien quiere a fondo? Cada vez que lo miro a él, sabiendo que acuerdo consigo en tantas cosas, no puedo evitar el desconcierto que me asalta. 

Considero que si él encuentra la respuesta, a través de sus acciones y lo que le depare el futuro, probablemente conserve intactas mis esperanzas, hasta que también llegue el momento para mí.