Mostrando las entradas con la etiqueta Escritos. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Escritos. Mostrar todas las entradas

sábado, 2 de enero de 2016

Literatura cuanto menos, ficción: Nuestras estelas

I

- ¿Está todo mal, no? - susurró. 
-  Es muy extraño... - le dije, sin negar mi miedo; el hecho previsible de no saber qué hacer y no tener vergüenza en reconocerlo. 
- Vos sos... 
- Sí, no me digas... - esquivé el elogio que venía venir, él se rió, conociéndome. 
- No, de verdad, es que vos sos... - lo miré, desafiante y angustiosamente convencida de que no encontraría las palabras. 
- Veneno - me anticipé y me devolvió una mirada curiosa mientras me sentaba a su lado y lo observaba recostado tan vulnerable, hermoso, divertido, niño; aunque muy carente de adjetivos. 
- ¿Por qué decís eso? 
- Soy como un veneno para tu templanza, para tu cabeza, para tu vida toda ordenadita - enumeré escrupulosa, porque yo estaba intoxicada con lo mismo y a diferencia me reía de sus cavilaciones, esa especie de dolor de estómago ante la vida. 
- Veneno... - se rió, comprendiendo todo y sonreí de seguro muy tiernamente, porque su moral decayó ante el estímulo - ¿La verdad? Sí...  - aproximó la cabeza hacia mí y me arrastró consigo sin dudarlo, para que lo abrazara fuerte y me quedara pegada a él, un rato más, sin preocuparnos.  Era como si eso fuera suficiente, como si tenerme así aún en lo extraño valiera la pena segundo a segundo. 

II 

- Son las seis de la mañana... - lo agarré del brazo, acariciándolo despacito, acompañando su abrazo casi final - Llevame a casa, no sé, al mundo real, porque esto no lo es - me reí y me miró calladamente, como si compartiera la fantasía de habernos recluido en una caverna, digna de otra alegoría   -  Dale... vamos zapallo - aprecié, con voz tenue haciéndole las caras amorosas que no lo dejaban dormir hasta que no encontrara equivalente en mis actos o palabras. 
- ¿Las seis? - me miró, sorprendido, por el paso del tiempo juntos. Las horas habían parecido sólo treinta minutos y ante el detalle visual del reloj, se rió, maravillado. Yo, toda gestos, lo acompañé. 
 Ay, ay, ay... - sacudió su cabeza, peinándose de a poco, lejano a las lamentaciones. 
- No puedo creer que sean las seis, nuestra templanza es admirable - le corrí la mirada, divertida volviendo a la realidad de la que quería hacer mi vida diaria, con los componentes antes mencionados. 
- Toda la razón... - sonrió mientras me abrazaba de nuevo, fuerte como si quisiera tatuarme.  
- ¿Te sentiste bien conmigo? - pregunté en un susurro, después de la extensa sesión de mimos, charlas de temas inusuales, reconocimientos desde los sentidos, afecto, tiempo, mutuo interés.Bah, todo lo que en otra época de mi vida hubiera llamado amor sin pensarlo dos veces. 
- Sí, la verdad que sí... - me miró, como relajado, en un profundo sueño, manso e impasible ante todo el mundo exterior - ¿Y... vos? - su voz se mostró insegura. 
- También, me sentí así - mirándolo con honestidad, no me retiré de su lado. 

III 

Al verle la cara tan humanamente relajado, tan lejos todos, fue que le pregunté: 

- ¿Viste que no es tan malo, digo... después de todo? - él me miró y sonrió; una mezcla de tristeza y alegría se presentó en su cara, mientras que acababa de pararse para buscar más ropa de cama y me dejaba dos minutos para pensar. De a poco me iba tapando, reservándome, encuadrándome, con tanto cuidado que me sorprendió cómo alguien tan pasional por momentos tuviera semejante reserva de ternura.  

No podía dejar de comérmelo con los ojos y sé que en ese instante hice uso de toda mi intensidad visual, con una clara intención de confortarlo.  Fue aquél el primer momento donde yo tomé peso y pulso de nuestra diferencia de edad tan afilada, porque me encontré con un hombre y me sentí observada por un hombre; con toda la intensidad, mesura, liviandad, pasión, ternura, deseo, admiración y anhelo que podían implicar más de veinte largos años de margen, en especial, por la edad que yo tenía en ese momento; casi dos años menos que hoy. 

Nunca me habían mirado así y, principalmente, nunca había mirado así a la misma persona, en el mismo momento. Fue en ese instante, también, donde lo ví perfectamente como era, con sus aciertos, sus desaciertos, con su complejidad y sus complejos. Con su cuerpo así, entrado en años, con sus arrugas, con algunas canas locas, con su barba aplicadamente recortada, con su perfume intensísimo y su olor a limpio, capaz de hacer que estuviera pegada todo el día a su lado. Fue en ese momento de creciente intimidad, donde lo miré cayendo en la cuenta de todo el peso que empezaba a adquirir en mi vida, cinco minutos después de abrigarme, sí, abrigarme porque era un día frío; y empezar a caminar hacia mí. Íbamos a dormir juntos y yo como mucho me había quedado a dormir en la casa de mi mejor amiga, así que reformulé la pregunta con ironía, cautela y picardía: << ¿Dormir?>> me pregunté. <<Dormir... >> me dije, porque se le notaba de una manera inefable que literalmente quería hacerlo, quería ¡dormir!

No recuerdo haber cuestionado nada hipnotizada por todos sus gestos, pequeños movimientos e índices corporales. Aunque estaba sorprendida por el hecho, me lo callé, pues yo estaba ahí, así, a su lado, sin contrapartidas y lo único que podía hacer era observar, con honestidad, sin idealismos, sin chiquilinadas; a un  hombre que bien podría haber sido cuñado, entre otros parentesco más complejos, si yo me enamoraba de su hermanastro, que tiene mi misma edad. Lo único que hice fue mirar un hombre que había pasado por muchas cosas desagradables en su vida; a un hombre soberbio y creyente de que la plata expresa amor; ví a un hombre miedoso, vulnerable, astillado, dulce, intenso, melancólico, noble, preocupado, anhelante, con los ojos lindos de mirarme como ni en sus sueños más alocados se hubiera imaginado de mi existencia y de mi estadía pasada la cuarta década de su vida, lo cual es cierto. Vi a un tipo grande... ¡un hombre de buzón y esquina! Vi al tipo que en ese instante estaba mirando a una chica de diecinueve años, la cual en muchas esquinas hoy no ve las cosas como en ese entonces.  Ví parte de mi futuro, imaginé cómo sería vivir realmente la vida así, con lo que tenía frente a mis ojos, sabiendo el reflejo que daba a los suyos, blanquísima, pelo lacio y con rulos al final, de pestañas y uñas obsesivamente pintadas. Ví las complicaciones futuras, las apariencias, el tiempo, la muerte, los miedos suyos y míos me parecieron comprensibles, la utópica presencia de una persona joven como yo, para mí, como otro camino perfectamente asequible en el futuro; juro que en esos pocos segundos lo ví todo

Lo ví claro, fuerte y claro, con lo malo y lo bueno a la vez...  Y lo elegí. 

IV

Seguí su andar con la mirada, sin perderme detalles, teniendo totalmente en cuenta el inmenso peso que tenía sobre él la forma en que lo perseguía con los ojos. Nunca conocí a una persona que lo atormentara tanto la forma en que lo miraba pero tampoco volví a mirar a alguien así.  Mi apreciación, casi una retórica para ambos, seguía en el aire y de ella pendía su receptividad.  <<No es tan malo, después de todo >> ahora me parecía una manera tosca de expresar lo que pensaba. Lo esperé, sin decir nada, sabiendo que no me olvidaría en mi vida de esa imagen porque durante muchísimos meses había almacenado intenciones en su nombre sin hacerme tantos problemas por años que no podían cambiar de estado; dado que si yo tenía menos, si él más... a mí me interesaba saber que así quería dormir muchísimas veces, eludiendo el absoluto que bien puede encajar en este caso y me niego a integrar. 

- Miralo al señor - suspiré, divertida, cuando volvió a mi lado, sin molestarse en estar ocupando el mismo volumen de espacio, ensimismados -  ¿Te diste cuenta, al final, que yo no muerdo, no? - murmuré, porque era un anhelo profundo para mí el verlo así, vulnerable, encerrado; conmigo. 
- Nunca pensé que lo hicieras... -  dijo, sin soltarme y el que me respondiera con el mismo ritmo, como yo lo esperaba, me hizo sentir completa. Le sonreí, lo recuerdo muy bien, escondiendo la cara.  Me encantaba asistir a su lucha interior, en ese momento donde milagrosamente, todavía podía ser más fuerte que todo lo demás. 



miércoles, 1 de julio de 2015

Literatura, cuanto menos, ficción: "Viajar en colectivo"

Mis viajes en colectivo son tuyos.  Tuyos, indefectiblemente tuyos, después de deslizar la SUBE y buscarme un asiento si es posible al lado de las ventanillas.  

Mis viajes en colectivo son tuyos cuando la música suena y pienso en vos, y cierro los ojos mientras el frío se cuela por un centímetro de vidrio inhumanamente abierto. Y es tuyo, además, cuando  La música rehace el camino a casa como mis memorias reúnen también las huellas que fuimos dando hasta desencontrarnos incluso, más que siempre.  Las distracciones en clases que me parecen eternas, los "¿dónde estás?" que me preguntan los chicos y yo eludo con una sonrisa, avergonzada, porque no quiero hablar más del tema. 

Son tuyos también algunas noches donde leo poemas, donde escribo oraciones que terminan inconclusas y donde suspiro, porque tengo que lograr dormir y mañana será otro día.  Es tuyo el primer viaje del día que ese mañana es, donde ese mañana se hace hoy, porque mi mente es una noche eterna de la que no te has despegado y sigue sonando Pedro y le da el pie a " lo probaría a la manera de los panaderos cuando prueban el pan, es decir, con la boca" y yo sigo viajando.   Los cielos nublados también son tuyos, porque pierdo mis ojos en cada uno de ellos, como los perdí siempre que te los quedaste vos. La vista de los sucesivos descampados hasta llegar a destino; eso también te lo dejo porque el verde nos relaja. El aleatorio que dicta un tema de Pedro Guerra te lo regalo, como vos lo hiciste conmigo aquella tarde donde desde hacía rato se palpaba todo y necesitabas que escuche la primera canción; la diferencia está en que buscaste el tema como ya no nos buscamos. 

Son tuyos mis viajes, de ida y de vuelta, de todas las mañanas, de camino a la facultad. Nos creo historias con finales felices, independientes, reales, para los dos. Nos creo utopías, estando juntos de nuevo. Nos creo fortalezas en el desencuentro y en la indiferencia, bien sabiendo que cada intersección de esquinas nos puede volver a encontrar. Nos creo unión en el abrazo que no nos dimos ni a modo de reconciliación ni a modo de despedida. Nos creo lazos con las manos que ya no puedo tomarme ni vos poder evitar ponerme encima cada vez que podés. Nos creo pulmones nuevos con el aire del otro, ese mismo que se tensa al no poder hablarnos y al no poder casi menos que bancárnosla. Nos creo puentes con los ojos, como si camináramos encima de ellos, cada vez que cruzamos miradas y se tiende un contacto más resistente que la tela donde se balanceaban los elefantes innumerables que nombraba de chica cuando no podía dormirme y le tenía miedo a las pesadillas.  

Nos creo relaciones con los otros, nos creo nuevas historias de amor, nos creo esperanza.  Nos creo consuelo. Nos elijo las mejores alternativas, nos obligo a tomar las buenas decisiones. Empiezo y termino cartas donde te odio con perversidad y te amo con ternura.  Vuelvo a besarte como un nene y a abrazarte con ganas, dejando que descansemos juntos en un rincón de mi vida, como lo hacías en mi pecho, con armonía y tranquilidad, dejándote rascar la cabeza desvalido del tiempo y del miedo.  Vuelvo a viejos chistes. Me río un poco de ellos, con tristeza y ternura a la vez. Nos recuerdo a través de este año.  Tacho y escribo en la amplitud de mi mente varias frases.  <<Han pasado dos semanas... Es mejor así, ya no hay esperanzas, ya estoy aprendiendo... Ya ni va a preguntar por mí, ya se habrá olvidado. Ya hace rato me habrá olvidado >>. 

Suspiro y frena la nube de pensamientos en la que me convertí. Llegó el  semáforo que me mira como recordándome adrede que alguna vez era la mejor excusa para mirarnos entre nosotros o para admirarte silenciosamente manejar por la ciudad.  Lo mejor era cuando me sonreías y te devolvía la mirada con pudor, y me sonreías de nuevo, como enardecido por la misma ternura con la que podía incurrir en las agresiones o demostraciones de afecto más genuinas, porque así era yo y vos bien que lo sabías. 

 Ya casi salimos de la avenida cuando llega como un nuevo pasajero la pregunta vieja, ya hace mucho, de la que escuchaste atentamente mi respuesta. <<Lo tomo siempre en ****. Ese es el que mejor me deja a la mañana temprano >> respondí corta a tu mejor amigo y fue como responderte a vos si sabía que te contaría y que si no lo hacía, para eso estabas ahí, atento a todo.  Imagino que si me vieras, si pasaras por ahí y me vieras, apenas me reconocerías con campera cazadora y pelo sobre la cara muerta de frío haciendo cola.  Imagino que nos haríamos los tontos, como siempre, vos en la impunidad de tu auto, yo en la libertad de la vía pública. Vos en tu cápsula mágica, yo en mi mundo erigido entre dos auriculares y un poco de batería en el teléfono celular. 

Suspiro y calculo el tiempo de llegada. Es el único momento, sin embargo, donde no miro la hora con preocupación. Te lo repito: los viajes en colectivo son tuyos. Subimos un puente, ya lo dejamos atrás, ya se ve el sol casi saliendo y el punto de llegada pegado a mi frente. Ya se ven los rosas del cielo, el frío en la nariz, mis dedos congelados y el color de mis uñas siempre impecable y refulgente.  

Y a la vuelta es lo mismo, insisto... La sucesión de los distintos tonos de verde en el paisaje, la gente que desciende y asciende. Las miradas diferentes, los ojos cansados, la alegría de otros, los denominadores comunes, los gestos absortos, los ojos celestes del chófer, las miradas perdidas...  Mi mirada sobre el vidrio, los ojos haciendo de espejo, van imitando su consistencia. Las lágrimas que no salen, porque no, hay demasiadas cosas que hacer.  Pedro Guerra insiste en el aleatorio. Lo disfruto dulcemente, compadece con mi pena. 

Los viajes en el colectivo son absurda e ineludiblemente, tuyos. 



jueves, 5 de marzo de 2015

En materia de libros...

Estoy leyendo un poco como antes. Antes de empezar la facultad, ahora en el intervalo antes de las cursadas más fuertes, y en el entretiempo de mi realidad universitaria, me alegra verme leyendo más. 

 Realmente, hacía meses donde no leía más que una novela  al mes. Leer una novela, para mí, es poco, y no lo digo desde el punto de vista soberbio, sino lo manifiesto desde la costumbre. Estoy muy acostumbrada a leer. Muy acostumbrada a leer literatura, poesía y también textos académicos, pero hace rato largo ya que no tengo esa devoción por la literatura que tenía cuando no la estudiaba. No es que me haya dejado de gustar, pero al estudiarla, al no tener que quitarle tiempo al colegio como me pasaba antes, y al vivir para ella; necesito experimentar otras ramas, como la escritura, porque sino siento que la terminaré agotando. 

Durante estos meses escribí mucho. Escribí, escribí y escribí. El índice de lectura se redujo para evitar manipular la escritura propia con los rasgos de otras literaturas. Porque, a pesar de que todos añadimos recursos de otros, una cosa es un recurso literario y otra muy distinta es un dialogo, un argumento y una temática. Cosas que, a la hora de mi propia escritura, están en total utilización.   Escribí, disfruté y disfruto muchísimo el hacerlo. Por ello, si un viernes a la noche como los últimos cinco viernes por la noche, tengo que elegir entre una cosa u otra, me tomo un café cargado y me quedo escribiendo. 

Tiempo atrás y ahora, en un intervalo académico antes de reanudar mis clases, estuve leyendo varias cosas. Nada de complejidades como Barthes ó Platón, sino, por ahora, toda lectura que tenga una esencia más tranquila. Una estructura un poquitito más laxa que los poemas de Borges o la narrativa de mi amadísimo Cortázar.  En este período leí por placer, sacando los textos académicos que me reconfortaron de otra manera. Les dejo unas listas, por si quieren experimentar, que incluye también lo que estoy leyendo y lo que quiero leer. 

  1.  El código Da Vinci de Dan Bronw, (novela)
  2.  Primavera con una esquina rota de Mario Benedetti (novela)
  3. Memorias de mis putas tristes de Gabriel García Marquez (nouvelle)
  4. La Tregua de Mario Benedetti (novela)
  5. El amor, las mujeres y la vida  de Mario Benedetti (poesía)
  6. Paisaje con grano de arena, de Wislawa Szymborska (poesía)
  7. Antología poética de Wislawa Szyborska (poesía)
  8. La saga "Cincuenta sombras de Grey", de James (novelas)
  9. Milagro en los Andes de Nando Parrado, libro que tiene su adaptación al cine en "Viven" (novela)
  10. El libro de Gabriel Rolón, que mencioné unas entradas atrás. 
Así, después de esta desquitada de "textos tranquilos", y habiendo desterrado algunos ilegibles de mi lista, como Cincuenta sombras - después contaré la historia que terminó en esto - paso a mis lecturas actuales y a mis lecturas por hacer. 

Lo actual es Romero con un libro que se titula " Estudio de la mentalidad burguesa", editado por Alianza, una firma española. Es un libro que viene a cuento de algunos temas que estuve viendo en la facultad, y aprovechando los conocimientos frescos, me animé a leerlo. Es un libro complejo porque tiene raíz académica - de hecho lo compré por la facultad anterior -, aunque y no es literatura silvestre por lo que me está llevando su debido tiempo; me parece interesante.  Seguramente a este lo meche con algún otro texto más, y más literario...  Pensándolo bien, justamente hoy mi papá me regaló Bestiario, de Julio Cortázar, para que a pesar de tener todos sus cuentos desperdigados en otras ediciones, complete mi colección. 

Lo que viene incluye relecturas de favoritos y muchos nuevos PDF además de ediciones en papel. 

  1. Milan Kundera con La insoportable levedad del ser 
  2. Mario Benedetti, con Andamios.
  3. William Henry Eagleton con un informe sobre Teoría Literaria. 
  4. Gabriel García Márquez, con El amor en los tiempos del cólera. 
  5. Nietzsche con Así habló Zaratustra. 
  6.  Gabriel Rolón con Encuentros, el lado B del amor. 
  7. Fragmentos de un discurso amoroso, de R. Barthes. 
  8. Ernesto Sábato, con Hombres y engranajes. 
  9. Federico García Lorca con Bodas de Sangre 
  10. William Shakespeare, con Romeo y Julieta 
  11. Fiódor Dostoyevski con Crimen y Castigo. 
  12. Gabriel Rolón, con Los Padecientes 
¿Alguna recomendación? 
¿Algún autor específico? 
¿Algún latinoamericano que me vuele la cabeza?