Una de las cosas que definen la cultura en los medios de comunicación audiovisuales españoles es que lo normal es extraordinario. Por mucho que se estudien las parrillas televisivas, es difícil encontrar en horas compatibles con la vida cotidiana programas de calidad que informen sobre la vida cultural fuera de los pocos minutos que se le dedica a este sector en los informativos habituales. En este caso, además, no se puede adjudicar la ausencia ni al coste económico de estos programas -que suelen ser baratos en comparación con la mayoría de los que se emiten- ni al desinterés de la audiencia. No es verdad que no exista un público que quiera información sobre exposiciones artísticas, libros o los montajes escénicos. La tendencia fácil es negar lo que la realidad nos da incluso con parámetros contables: el llamado sector cultural da dinero, más que el que están dispuestos a reconocer los cómodos programadores televisivos.
En cuanto a la información sobre las artes escénicas, la situación es para echarse a llorar. Curiosamente, las cifras de los últimos años demuestran que el teatro (y la ópera y la danza y otras manifestaciones escénicas) cada vez tiene más espectadores y no solo en las exitosas obras musicales, por lo que no se comprende esta falta de interés de las televisiones por estos espectáculos cuando suelen cubrir con muchos medios cualquier tontería. Únicamente el segundo canal de la televisión pública tiene programas en los que se informa habitualmente de las novedades escénicas, pero la situación está muy lejos de ser óptima. Una de las labores de las televisiones públicas debe ser la de fomentar la cultura: la atención cuidadosa y constante a manifiestaciones artísticas que no suelen tener cabida en las televisiones comerciales. Entre ellas, el teatro.
Curiosamente, Televisión Española ya lo hizo con probado éxito hace tiempo. Todos los que tenemos cierta edad recordamos un espacio de gran interés y calidad (y también con cifras de audiencia notables, aunque la situación de la televisión fuera tan distinta en aquellas épocas): Estudio 1. En este programa se grababan para la televisión las obras que se representaban con mayor éxito en los teatros españoles: casi siempre en acertadas adapaciones para el formato televisivo. Muchos españoles pudieron conocer a los grandes actores del momento y obras de teatro imprescindibles gracias a esta labor.
Hay dos formas de grabación de estos espéctaculos, ambas válidas aunque tengan diferentes objetivos: la grabación de la obra en un directo sobre el escenario, con público en el teatro y todos los condicionantes que acarrea; y la grabación en un lenguaje televisivo o fílmico. Aquella respeta y documenta el montaje original, aunque cuente con limitaciones de imagen y sonido. Esta adapta mejor la obra escenificada para el medio que la trasmite aunque pierde el carácter de documento de lo que se ve en la escena. A los investigadores del teatro nos gustaría contar con la primera en grabaciones de calidad que sean fácilmente accesibles. Aunque ya existe un archivo en el Instituto Nacional de las Artes Escénicas y la Música, está muy lejos de ser lo que debería ser. En España, lamentablemente, hay tantas lagunas en la documentación que la reconstrucción completa de los montajes escénicos del último siglo es, en la práctica, una quimera que duele a los que tenemos una mínima sensibilidad sobre su importancia y lo que significa una labor de documentación cultural para que la cultura tenga labor eficaz de sedimento. Quedamos, en gran medida, en manos de la memoria oral, como sucedía hasta la invención de los medios tecnológicos que permiten la grabación y reproducción.
Por todo ello debe alabarse el tímido intento de recuperar Estudio 1 que se propone Televisión Española, tanto en los archivos históricos de la institución (lamentablemente, no se conservan copias de todas las obras que se emitieron) como en la tarea de grabación y emisión de teatro contemporáneo. Me gustaría que esta labor continuara y se ampliara, que todas las semanas pudieramos tener en este canal una obra de teatro acompañada de documentales sobre el autor, los actores y el montaje, como se ha hecho con uno de los mejores montajes de los últimos años, Urtain, de Animalario. En fin, que a uno le gustaría que lo normal fuera normal y no extraordinario.