Mostrando entradas con la etiqueta Sasamón. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Sasamón. Mostrar todas las entradas

miércoles, 25 de junio de 2008

Paisaje y horizonte

Hay tierras que son todo horizonte como mares. Es curioso cómo el paisaje se nos mete tan adentro que hasta lo soñamos. El nacido en los valles siempre buscará que algo le cierre la mirada, para no ahogarse de abismo, como el nacido en la paramera busca que nada se la limite para no sentir opresión de formas y materia.
Ayer no hubo entrada de La Acequia. Y no pude avisaros, por primera vez en muchos meses. Deseo transmutar mi ausencia en búsqueda, cambiarla por la ensoñación del paisaje castellano que ayer se me vino a bocados de recuerdos. Me arrasó por entero ese paisaje, sólo cerrado por la vaguedad de unas difuminadas montañas adivinadas, como si no existieran, en la lejanía. Y el horizonte me trae el cuerpo suave de la amada, cuyas formas se llenan de proximidad y horizonte: de hundir el rostro en el trigal de su cuerpo para emborracharse de la firmeza que nos da la vida y de mirar, en sus ondulaciones, a lo lejos, hasta llenarnos, por entero, de horizonte. El cuerpo de la amada está cargado de ondulaciones que se deben recorrer con el amor y el deseo del que quiere existir porque es la única forma auténtica de conseguirlo. Nos hemos hecho de este paisaje.
Ya es tiempo de llegar al verano y arrodillarse en la tierra, para declararse de horizonte y luz: geometría y mirada.

sábado, 22 de septiembre de 2007

Red de amigos y afinidades.

[ Ventana en Sasamón, Burgos, verano de 2007.]

Una de las cosas que todos nos encontramos en este mundo virtual es el cruce constante con la vida, lo que genera una ampliación del horizonte que hasta ahora no era fácil. Desde que abrí el blog he tenido la suerte de ampliar mi espacio al tratar y conocer a gente que difícilmente se hubiera cruzado en él y más según tengo de desorganizada mi vida. A los miembros de la Burgosfera con los que mantengo relación diaria (y en casos memorables encuentros ante un café o una cerveza), se han añadido muchos otros, de mis ciudades o de otras con los que he descubierto una red de afinidades en emociones, intereses y miradas. Llegas a un blog rebotando entre otros y te detienes a leer porque algo te llama la atención y decides volver a él o incorporarlo a las fuentes susbscritas en tu explorador. O llaman a tu puerta electrónica y hallas gente con la que quizá te has cruzado anónimamente en la calle y devuelves la visita y te recorre un calambrazo de complicidad y admiración.
En las últimas semanas, los recuerdos de Rioseco se me han sublevado del olvido gracias a toda una familia admirable: Diego, Álvaro y Pablo Fernández Magdaleno. De repente, necesito volver a aquella villa y conocerlos. A través de ellos caí en el blog del bejarano y apasionadamente escéptico y creativo Luis-Felipe Comendador. Y hace unos días llamó a mi ventana otro bejarano, Javier García Riobó, en cuyo fotoblog, de pronto, me reconozco. Ya lo he incorporado a mis blogs recomendados en la columna de la izquierda.
Llevo años fotografiando, ante la incomprensión y la sonrisa de muchos, puertas, ventanas y campo. En los últimos tiempos he encontrado que algunos sí lo entienden, como mi amigo celtíbero Caelio. Nunca he sido un buen fotógrafo y sólo lo hago por lo que me dicen esas imágenes. Tengo varias ventanas publicadas aquí en La Acequia. Ayer, Javier nos mostró una foto suya de un vano, no sé si ventana, que entra en diálogo conmigo. Y, de repente, comprendí, en parte, mi mirada observando la suya: en su imagen hay color y profundidad, como si se horadara el espacio con el objetivo de la cámara. Las mías, además de menos perfectas técnicamente, se me han revelado de colores de tierra y como decorados de vida preparados para la escena, melancólicos e interiores, restos de naufragios de la existencia. Aun no conozco a Javier, con el que, sin duda, tomaré un café en breve, pero esas ventanas tan cercanas en inicio nos señalan el ojo que las mira.
Y qué placer seguir creciendo cuando uno creía tener la vida cerrada.

viernes, 27 de julio de 2007

El emperador César Augusto en el Puente de Trisla.

[Puente de Trisla sobre el Brullés, Sasamón]

En este lugar, en el que entran a cuchillo los vientos desde la Peña Amaya, es fácil imaginar la historia. Aquí se asentaron las legiones romanas que luchaban contra los cántabros. César Augusto, en persona, quiso saber cómo eran aquellos que se negaban a Roma. Hoy no queda casi nada del puente original. Lo que vemos es reconstrucción medieval, pero aun se adivinan las trazas romanas y, entre las hierbas, la calzada. Camino de Villasidro (Villa Exedra, la frontera romana en aquellos tiempos) dejamos atrás la imponente iglesia-catedral de Sasamón. Lo penoso es que este puente, que ha sobrevivido a tantos siglos, cada mes tiene menos piedras...
Es fácil imaginar por estas tierras al emperador, sentado en la ribera del Brullés, cerca de la vía que vertebraba su poder y permitía moverse a las tropas con rapidez. Con el cierzo en el rostro, se quedaría mirando la imponente mole de la Peña y se preguntaría quiénes eran aquellos hombres que preferían vivir allá arriba cuando él traía la civilización y el orden. A su espalda, la ciudad romana, Segisama, asentada sobre una loma y una de las más florecientes en aquella época en la zona, se ajetreaba en su vivir cotidiano, tan unido a las fuerzas militares.
Y Augusto seguía parado allí, frente a la Peña, hasta que se encogió de hombros porque, decididamente, un romano como él no podía comprender a aquellos bárbaros que defendían una vida tan poco adecuada para los nuevos tiempos. Los conquistaría, se dijo, y así llegarían a comprender las bondades del Imperio.
Hoy busco los rastros del César. En su lucha por la uniformidad, ¿había algo de espacio para la diferencia? La romanización no fue tan simple como nos explicaron de niños. El viento me hace preguntarme, tan lejos de Augusto, dónde están los límites: globalización, uniformidad, diversidad, integración, convivencia... ¿Los imperios de hoy no son como Roma? Y en esto, ¿qué papel nos queda a los bárbaros? Debo volver por estas tierras para seguir pensando.

lunes, 9 de julio de 2007

Peña Amaya o la frontera de los vientos.



[parte de la Peña Amaya]




Durante unos días, he decidido perderme en busca del origen de los vientos que acuchillan estas tierras, en las que el verano parece ya haberse cansado o no haber venido. En la vega del Brullés, tan llena de historia, el viento venía a cuchillo y al levantar la mirada en la dirección de la que soplaba siempre me topaba con ese muro sólido de la Peña Amaya. Allí se acumulaban las nubes, a punto de desbordarse y rodar hacia la ruta romana de Sasamón. La existencia de los fuertes campamentos romanos cercanos se debe, precisamente, a los pueblos cántabros resistentes en estas alturas. Es fácil imaginar la dureza de estos hombres contemplando los restos de sus emplazamientos. Los legionarios romanos la mirarían desde la calzada que aun se ve cerca de Sasamón, temiéndola y deseándola, mientras a su lado el campesino de entonces, como el de ahora, controlaba la dirección de las tormentas.


La Peña es imponente y no necesita una gran preparación física para recorrerla, excepto en invierno. Otra cosa es comprender su magia. En ella mueren las montañas y la meseta triunfa en horizonte. Dice Navarro Villoslada, el creador literario de gran parte del imaginario colectivo vasco en el siglo XIX que Amaya, en vacuence, significa fin. Lo dice al comienzo de esa novela histórica de nervioso fuste y calado ideológico que nos ayudaría a comprender tantas cosas titulada Amaya o los vascos en el siglo VIII. Aunque, ya digo, debe tomarse como parte de una construcción cultural que los datos históricos contradicen. Vaya usted a saber la etimología. Hoy no me interesa este tema, sino el paisaje.


[paisaje desde la Peña]

Y Amaya es alfa y omega. Es el fin de la cordillera, allí muere la montaña y una forma de vida. Es el inicio de la meseta castellana y sus llanadas, allí nace el horizonte y otra vida. Es vigía y enigma. Ni subiendo a su punto más alto se puede estar seguro de dominarla.

Tengo que apuntar por aquí, en alguna parte, que debo volver a esta Peña para pensar estos límites, y comprenderlos para poder encontrar mejor los caminos y puertos que me hagan ir de un lado a otro y hallar el cauce de estos vientos que lo azotan todo.

viernes, 6 de julio de 2007

Trigal con nubes por si un día me pierdo.


[Paisaje cercano a Sasamón, Burgos.]
Qué paisaje abierto. Los ojos se alimentan de horizonte. Comprendo la belleza de los valles encajados entre grandes montañas, cortadas por un riachuelo con su lengua en un esfuerzo de millones de años. Como a todos, la contemplación del mar abierto me llena el cuerpo entero y castiga mi orgullo. Es más difícil querer esta Castilla, como la tan cercana Tierra de Campos. Grandes espacios abiertos con suaves ondulaciones limitadas -¡tan lejos!- por brumosas montañas. Andar esta tierra por los caminos de concentración y dejar vagar la mirada por el cereal a punto de la cosecha, pararse a ver las flores que revientan de colores puros: amarillos, morados, azules. De pronto, un río, un regato apenas, abre una vena verde que se pega a la arcilla seca. O la sorpresa, allá, más cerca de mi origen, de los Montes Torozos que estallan secretos en vida, agua y bosque.
Paseamos estos días por estos campos tan castigados por sus propios habitantes y que ahora oscilan entre el sol de julio y los tajos de viento frío que se le escapan a la Peña Amaya, desbordándola hasta nosotros.
A una plaga le sucede otra. Este año han llegado con virulencia los ratoncillos de campo, el anterior recuerdo los caminos llenos de saltamontes y viejas historias cuentan de insectos, incendios y pestes. Las rapaces vuelan en círculos sobre nosotros, a punto de lanzarse en verticales imposibles sobre los sembrados.
Hasta aquí me llega, de un amigo, la expresión exacta de un concepto al que yo no sabía dar nombre: Ubuntu, que Francisco explica como "una persona es una persona gracias a los demás". Gracias por este regalo. Hay palabras que te llegan, neologismos necesarios para caminar por este mundo de incertidumbres y lucha cotidiana. Aquí ha venido y aquí la deposito, en este lugar de tránsito por el que han pasado tantos en esta Historia hasta que los romanos le dieran al lugar nombre definitivo a partir de lo que les contaron los que aquí vivían y un celtíbero combativo, como si fuera el último orgullo de una estirpe, se acercara sin saber qué próximo a mí estaba. De aquí salí, hace unos días, empeñado por el instinto de la buena compañía, a tomar un café con otro amigo, que sabe apreciar lo bueno y comunicarlo. Y les he pedido a ellos y a la parte sana de un inteligente personaje al que no conozco todavía, junto a un justo que sabe mirar con certeza (y se lo pediré a un grupo de sabios notarios de la vida diaria), que me acompañen en una aventura en octubre. Hay todo un mundo que será invitado a estar con nosotros, pero no me dan las horas para enviar tanta carta, que llegarán por estas fechas sin que el orden de llegada signifique nada más que el hecho de estar desbordado de trabajo. Este paisaje tiene también espinas y no sé cómo llegar a alguno que debería estar entre nosotros y sin el que no estaremos completos.
-Ubuntu.
Ubuntu, una persona es sólo por las otras personas. Qué bella definición de estar en sociedad. Hoy también quiero serme persona por este paisaje. Buscadme aquí estos días, porque quiero pedir asilo a lo mejor que tengo: la media parte exacta de mi vida. Hasta el lunes.