Con motivo de una edición remasterizada de la discografía completa de The Beatles lanzada por el periódico El País he podido comprobar que John Lennon está muy joven. No es solo que aparezca muy joven en las fotografías de la excelente colección y que su asesinato le haya dejado para siempre en la edad que tenía en 1980. Todo en estos discos es joven y sigue joven: la experimentación de una música que parecía inventar el mundo, las portadas, la forma de posar. Lo mismo puedo decir de The Rolling Stones porque he vuelto a buscar las imágenes de aquellos tiempos. Y no es nostalgia. Cuando se disolvieron en 1970 yo no era más que un niño y en la España de aquellos tiempos su música y todo lo que suponía aquel mundo llegaba desleído. No, no es nostalgia de algo que yo no pude vivir. David Trueba, que tampoco pudo vivirlo por edad (es seis años más joven que yo), acaba de estrenar Vivir es fácil con los ojos cerrados, que aún no he visto pero veré, basada en la historia real de un profesor español de inglés que viajó a Almería para conocer a John Lennon, que pasaba unos días allí en 1966 y parece pensar lo mismo yo. Una España vieja y gris, la de Franco, y un joven profesor que quiere que Lennon le corrija la letra de sus canciones para enseñar inglés a sus alumnos. En realidad no enseñaba solo inglés: enseñaba un mundo que cambiaba y que se hacía de nuevo.John Lennon está muy joven. Y Mick Jagger. Y no es nostalgia. Es que este mundo se nos ha hecho ya tan viejo que necesitamos reinventarlo antes de que se nos apolille o que nos momifique.
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domingo, 10 de noviembre de 2013
lunes, 18 de marzo de 2013
El arte del retrato y la construcción de las personalidades de un siglo. Dimitri Kasterine: Mitos del siglo XX
No se ha estudiado de manera suficiente la importancia del retrato a la hora de fijar la imagen que tenemos de una personalidad y, a través de la suma de personalidades, de un movimiento o de una época. Incluso después de la aparición del cine y otros medios audiovisuales, el retrato fotográfico -como antes la pintura- capta mejor el espíritu del retratado: los gestos, la forma de vestir, la manera de posar. El retratista debe saber mucho más que la técnica, ha de comprender a la persona que retrata y sacar de ella su característica esencial, en una imagen que lo defina. A veces uno llega a tener la impresión de que el retrato es superior a la personalidad que retrata, no tanto porque esta sea insignificante, sino porque aquel le da otra dimensión y lo convierte en un icono, una referencia. Muchas de las grandes personalidades del siglo XX las recordamos no tanto por lo que hicieron como por sus retratos. De ahí la importancia de la iconografía de una época: vivirá más que las realizaciones de los que sirvieron de modelo.
La exposición Dimitri Kasterirni: Mitos del siglo XX (Sala municipal de exposiciones de San Benito de Valladolid, hasta el 5 de mayo), es una magnífica ocasión de ver a uno de los mejores retratistas de las últimas décadas y que no debería perderse ningún buen aficionado a la fotografía. El británico Kasterini no solo domina como pocos la técnica del retrato sino que ha sabido captar la personalidad de muchas de las grandes personalidades del siglo XX. Su famoso retrato de Mick Jagger para la revista Radio Times en 1975 supuso su lanzamiento internacional. Desde entonces algunas de las imagenes fijas que tenemos todos de escritores, músicos, actores se deben a su mirada. Kasterirni ha contribuido firmemente a crear nuestro mundo de referencias. Entre mis favoritos están las fotos que mejor captan la forma de ser de personajes como Truffaut, Kubrick, Caine o las obras maestras que suponen las imágenes que tomó de Graham Greene, Norman Mailer o, más recientemente, de Paul Auster.
Repasando esta excepcional muestra, uno constata que nuestra memoria histórica, aquella que nos ayuda a comprender mejor nuestro mundo, se compone, sobre todo, de imágenes que nos construyen las personalidades que lo han protagonizado.
Es una lástima que una Sala como la de San Benito, que puede presumir, por la lista histórica de las exposiciones que ha mostrado, de ser una de las mejores de España, insista en el mismo error al disponer de tal manera las imágenes y la iluminación que al contemplar lo expuesto el espectador se ve reflejado en el cristal a sí mismo, al resto de los visitantes que están cerca y a lo que se cuelga en la pared de enfrente. Si a esto se suma una imperdonable falta de ortografía en uno de los paneles, uno sale de esta exposición con la impresión de que los responsables no terminan de comprender la importancia de que las exposiciones que programan se vean de la mejor manera posible.
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