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martes, 26 de agosto de 2008

La ciudad navegada

¿Cuántas formas hay de vivir una ciudad? Cierro los ojos para ver mejor. No hay ciudad que nos merezca más que la que hacemos a trozos de voluntad, como cuando éramos niños y fabricábamos una con cartones y tiza, sobre la acera. Quiero hacerlo hoy e inventarme en sus calles, como en aquellos juegos de la infancia. Y navegar, lento, sobre ella, en un barco de aire, nube apenas.

lunes, 30 de julio de 2007

Espadaña con nido de cigüeña en fondo de montaña.

[ Paisaje desde Mahallos (Burgos), hacia Sordillos, con la Peña Amaya al fondo. Pulsa sobre la foto para ampliarla y ver los detalles.]


El río Brullés me trajo al Odra, que también nace en Peña Amaya y que desemboca, más allá, en mi ensoñado Pisuerga. La carretera termina en Mahallos, a un quilómetro de Sordillos. Es raro ver terminar una carretera en una zona que no es de montaña, pero en estos pequeños pueblos castellanos sucede. ¿Por qué venir donde la carretera acaba? ¿Qué buscan los ojos al final del camino?


Por la comarca, la cosecha va muy avanzada y en muchas zonas ni siquiera se ven ya las pacas esparcidas por el campo. Montones de grano de trigo y cebada reposan en naves y eras. Del cereal no se quejan los agricultores, así que supongo que ha ido bien, a pesar de la plaga de topillos. El camino ondea en suaves desniveles y, en los valles de los pequeños regatos, nos espera la grata sorpresa de los árboles alineados a lo largo del estrecho cauce. En sus proximidades se pueden plantar frutales y las ramas de los manzanos, ciruelos, perales, acerolos, nogales, se inclinan con una abundate carga. Me acuerdo, casi sin querer, de mi peral sabio, que ya tiene sus primeros frutos aun verdes pero que anuncian la carne jugosa de la maduración cercana.


Siempre me han sorprendido estos milagros verdes en mitad del amarillento estío de Castilla. En todos estos pueblos te cuentan historias relacionadas con este agua inesperada, sus fuentes, los regatos, los caños. O del miedo a que se sequen, como ocurrió a veces. Cuando no se roturaba el campo hasta la extenuación, las choperas y los encinares eran más extensos y el bosque se enseñoreaba de gran parte de estas tierras. Y, a su amparo, el lobo. El origen de algunas fuentes va más allá de la Historia y te remonta a tiempos míticos, y la vertiente dada por la inclinación del terreno me hace mirar de nuevo hacia la Peña, de la que viene un viento que alivia el calor que al fin se ha decidido a instalarse estos días en este extraño verano.


Desde aquí tengo como horizonte, de nuevo, ese peñasco del que te cuentan leyendas que uno no sabe si colocar en tiempos del César, de la mal llamada Reconquista o casi ayer, en esa dura postguerra franquista. Un poco a la izquierda, la silueta brumosa de los principales picos de la montaña palentina tan ilusoriamente cercana: el Espigüete, el Curavacas... Más cerca, sobresale la espadaña de la Iglesia de San Pedro, de Sordillos. Estas espadañas coronadas de nidos de cigüeñas, brotan de pronto en el horizonte y anuncian, al cansado viajero a pie de otros tiempos, que ya llega a casa. Al final del día, sin embargo, me alejo en
autómóvil de este emblema airoso, como han hecho, tantas veces, los que han nacido por estos pueblos hasta casi dejarlos desiertos de mirada y aliento.

lunes, 7 de mayo de 2007

Ramón y las crecidas



Me indica Ramón, amigo de kilómetros y conversaciones, que, con razón, un árbol no es el mejor sitio para clavar un letrero con una señal indicando una crecida, como se veía aquí en una entrada anterior. Año tras año el árbol crecerá y la señal estará cada vez más alta, con lo que se perderá la referencia. De hecho, la señal de aquella entrada indicaba una crecida del año 2001, así que ya no es correcta. Ramón, que es científico y como tal piensa, tiene razón. O no. Quizá olvida que, como yo decía en aquella entrada, la señal de crecida puede simbolizar la gota que desborda el vaso: "hasta aquí aguanto". Por eso, la ocurrencia puede deberse a algún concejal, con la intención de que cada año debamos aguantar un poco más. Sin darnos cuenta, no llegamos hasta el nivel de indignación permitido. Quién sabe.
Por si acaso, sustitúyase aquella foto por ésta de hoy, con una cruz bien clavada en los muros del convento de carmelitas fundado por Teresa de Ávila en 1568 (su cuarta fundación). La lápida recoge la histórica crecida del Pisuerga en 1636. Aunque la cruz es de madera, no hay riesgo de que crezca como el árbol. Sólo la piqueta de la especulación podría acabar con ella.

martes, 1 de mayo de 2007

La gota que desborda el vaso



Estas marcas indican crecidas históricas de los ríos Arlanzón y Pisuerga a su paso por Burgos y Valladolid. Las hay similares en todas las ciudades con río. Siempre que me encuentro con ellas, es como si señalaran un límite: el de la gota que desborda el vaso. "Hasta aquí", decimos a veces, y nos desbordamos. En ocasiones coincide nuestra indignación con la de otros muchos y parecemos riadas en manifestación, en rebeldía o en duelo. En otros casos sólo nos atañe a nosotros: "basta ya de todo esto, no me volverá a pasar". Póngase un cartel en el que se diga el último límite que sobrepasaste.