Desde la mota del Castillo se domina toda la comarca. Allá, al fondo, la sierra de la Demanda con la última nieve caída esta semana. El horizonte se limita también por la altura del páramo y la peña Amaya. Abajo se abren los valles. El Arlanzón pasa henchido y se ha salido de su cauce en los puntos más bajos. Aquí y allá, regatos que empapan la tierra traen ya el anuncio de la primavera. En la solana se está bien, pero aquí arriba sopla un viento frío que nos avisa de que aún estamos en febrero. Muñó es tierra cargada de historia, allá donde pares los ojos el camino Real ha traído y llevado gentes y noticias que se repartían por todas estas tierras. Cuántas vidas, esperanzas, amores, sufrimientos, enfermedades, muertes. He subido aquí para tener constancia de todo esto, para saber que no somos más que una parte de este recorrido, pero también para ver la belleza de estas tierras en las que ahora han cerrado los consultorios médicos, estos pueblos que durante los últimos años han visto desaparecer tiendas, bares, farmacias. En la plaza del poeta, un camión vendía verdura. Otros días pasa el carnicero. Con la pandemia, en el último año se han arreglado algunas casas que solo se ocupaban en verano; también se han comprado y modernizado viviendas y algunos profesionales se han trasladado a vivir buscando la paz y el sosiego protegiéndose de la enfermedad.
Y delante de mis ojos, la sierra nevada y las tierras labradas en parcelas por las que los verdes campan como en una pintura de primavera de Cuadrado Lomas.
Qué poco es el peso de mi biografía en esta mota.