Hubo una época en España, no hace tanto como ahora nos parece, que la libertad de prensa no existía. En aquellos tiempos nos acostumbraron a leer entre líneas. Se desarrollaron técnicas para burlar la censura: insertar en las noticias algunos párrafos evidentemente destinados al lápiz rojo del censor para que pasaran desapercibidos otros (es proverbial la tosquedad de los censores); informar de los acontecimientos como si no tuvieran importancia e incluso con humor para que no merecería la pena tachar el texto o se dudara lo suficiente de su intencionalidad como para pensar que se estaba de parte del pensamiento oficial; y dar a conocer actos contrarios al Gobierno criticándolos como si el redactor se sumara incondicionalmente al régimen pero dando los suficientes datos como para que el lector advertido comprendiera lo acontecido. Los directores de los periódicos eran llamados al Ministerio de la Gobernación con harta frecuencia y tenían que debatir con censores de todo pelaje: desde aquellos que querían simpatizar con el periodista y se excusaban en el hecho de que cumplían un trabajo hasta los que se habían convertido en fanáticos perseguidores de todo lo que oliera a un ataque a las bases que constituían el régimen franquista, sobre todo en cuestiones políticas, religiosas y morales.
En aquellos tiempos yo era un niño que leía un gran periódico: en tamaño -aun recuerdo el formato y, si cierro los ojos, puedo pasar sus hojas, ver sus viñetas de gatos que se usaban para completar espacios, recorrer sus columnas y admirar la elegante tipografía- y en calidad. El Norte de Castilla (una de las cabeceras más veteranas de la prensa española puesto que fue fundado en 1854), dirigido directa o indirectamente por Miguel Delibes y que contó en su redacción con nombres como Umbral y Manu Leguineche. Por mi edad, no podía ser consciente, pero después he podido estudiar el combate de Delibes por ir ampliando el margen de libertad en la información del periódico. Está constatado, por ejemplo, cómo cultivó un cierto regionalismo castellanista que no era del agrado del régimen, empeñado en una foto fija y folklórica de lo que era Castilla y logró publicar información real sobre la situación del campo castellano. Esto mismo se puede encontrar en las novelas de Delibes de aquellos tiempos.
La prensa local de algunas localidades se permitía ciertas libertades que no eran posibles en la nacional. Establecieron una compleja red de intereses con grupos de empresarios locales que permitían ciertos riesgos. Como la venta de la prensa nacional en provincias no podía compararse, en aquellos años, con la de los periódicos locales, estos ejercían un papel de información, opinión y cierta presión al poder siempre y cuando, claro, no tocara de forma directa los temas que no debían abordarse y se acogiera en sus páginas la carta pastoral del obispo o ecos de sociedad de las familias de orden. No sucedía igual en todas las cabeceras, por supuesto.
Por eso, la evolución de la prensa local en los últimos años debe estudiarse con cuidado. La mayor parte de los periódicos de provincias pertenecen hoy a grupos con intereses nacionales que exceden, con mucho, lo local: las líneas empresariales se deciden fuera de la localidad en la que se publica. El Norte de Castilla de mi infancia, por ejemplo, fue comprado por el Grupo Correo y hoy está integrado en el Grupo Vocento. Algunas cabeceras locales no son más que una delegación de una nacional. Incluso los pocos periódicos locales en los que esto no ocurre, las empresas están ligadas a sectores financieros externos o son el núcleo de un grupo propio establecido en otras provincias y cuyos intereses, por lo tanto, ya no son exclusivamente locales.
Curiosamente, en un mundo globalizado como el nuestro nunca ha sido más importante el fortalecimiento de los medios de comunicación locales y la constitución de empresas dedicadas a la información cuya supervivencia no esté condicionada por las subvenciones de las administraciones ni por la publicidad institucional, que ayuda económicamente pero afecta a la independencia en la opinión. Pero esto, en España, por ahora, no se da en la medida en la que sería deseable.
Deberemos dedicar alguna entrada más de esta serie sobre la prensa a esta cuestión.