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jueves, 18 de junio de 2015

La guerra de África y los cronistas españoles (a propósito de las Crónicas periodísticas de la guerra de África de Núñez de Arce) y noticias de nuestras lecturas.


Pocas cosas hay más funestas para un país que un gobierno en deriva autoritaria cuando siente el peligro. Eso es lo que le ocurría a Leopoldo O'Donnell en 1859. El desprestigio de la reina Isabel II iba en aumento entre las grandes personalidades del país aunque aún no era general entre la población, los sectores más puros del progresismo habían sido apartados completamente del poder y dentro de la Unión Liberal (el partido fundado en 1858 por O'Donnell a partir de las ideas que manejaba ya tras el golpe de estado de 1854 para agrupar en él una alianza de los moderados del partido conservador -los puritanos- y del partido progresista -los templados o resellados-) comenzaban a manifestarse los descontentos.

La convulsa historia revolucionaria de los años anteriores, la inestabilidad de los gobiernos españoles de mediados del siglo XIX, la corrupción latente del sistema isabelino -aumentada por las obras del ferrocarril-, la propia personalidad de la reina y  las tensiones políticas manifestadas en la prensa, etc., hacían dudar al general O'Donnell de su propia continuidad al frente del país. Conocía esta realidad española porque, no en vano, figuraba en la primera línea de esta inestabilidad desde su participación en la Primera guerra carlista. Su muerte en el exilio en 1867 le impedirá ver la culminación de esta etapa de inestabilidad con la Revolución de 1868.

O'Donnell aplicó desde 1858 una fórmula que no suele fallar en situaciones como la española: crear un enemigo exterior y dotar de un motor de unión a las facciones diversas que comenzaban a resquebrajar el frente de la Unión Liberal. Encontró en los hostigamientos a las tropas españolas establecidas en la región del Rif una excusa adecuada para lanzar una de las movilizaciones patrióticas más importantes de la historia de España. De hecho, hasta la guerra de Cuba la primera guerra de África se señaló como un hito en la memoria colectiva de los españoles. O`Donnell magnificó los enfrentamientos, ocultó información sobre la legitimidad de las defensas españolas en Ceuta y acusó al sultán de Marruecos de romper el pacto de no agresión que se había firmado poco antes y movilizó todo el poder propagandístico del estado y de los periódicos afines. Esta movilización puede contarse como la primera ocasión en la que en España se usaron técnicas de propaganda moderna al servicio del gobierno para crear un estado apropiado para una intervención militar en el exterior. Y fue efectiva. Muchos de los componentes patrióticos que hoy se utilizan en España fueron construidos en aquellos tiempos. O`Donnell se envolvió en la bandera española en gran medida para aumentar su propio prestigio y embarcó al país en una política de gestos y acciones de fuerte carácter neocolonial pero escaso sentido práctico. Por otra parte, estaba clara la subordinación de esta política española a la de Francia. Acompañando a las tropas francesas -a las que se subordinaban- envió fuerzas españolas tanto a la Conchinchina -el actual Vietnam- y a la romántica y desastrosa aventura de fundar un imperio mexicano al frente del cual se situaría Maximiliano I.

O`Donnell se subordinaba a Francia buscando un prestigio imperial para España cuando esta estaba en franco declive tanto en el panorama político como en el económico. Incluso la primera guerra de África, que pareció una iniciativa personal, contó con la presencia de observadores internacionales que dejaban clara la órbita neocolonial a la que pertenecía. Y aunque el resultado puede contarse aparentemente como un éxito personal, en realidad fue una desastrosa actuación que sangró el erario público, causó muertos y no supuso, en realidad, más que un gesto de honor porque lo ganado no pudo consolidarse.

Pero la movilización inicial fue un éxito rotundo de la estrategia creada por O'Donnell, que tuvo clara conciencia de que una guerra se gana antes en la prensa que en los campos de batalla. Incluso los periódicos más reacios a la intervención tuvieron que plegarse a la ola patriótica que recorrió el país. Por eso, la primera guerra de África se luchó también en las páginas de los diarios y semanarios y en las entregas de los relatos bélicos que se obtenían mediante suscripción. Los periódicos informaban al detalle de los preparativos y de los acontecimientos bélicos, se vendieron con profusión mapas de la zona, etc. Todo periódico que se preciara debía estar presente en el Rif. De aquellos relatos salieron dos obras que permanecen hoy como los primeros ejemplos de crónicas bélicas españolas modernas: el Diario de un testigo de la guerra de África, de Pedro Antonio de Alarcón y las Crónicas periodísticas de la guerra de África de Gaspar Núñez de Arce. Son más interesantes, para la historia del periodismo español, estas segundas porque constituyen el primer gran monumento cerrado de unas crónicas de guerra publicadas en un diario español. Núñez de Arce trabajaba en la redacción del períodico La Iberia -el órgano de expresión de los progresistas puros y, por lo tanto, en la oposición a O'Donnell- y solía cubrir acontecimientos relevantes como lo que hoy llamamos reportero. Sus crónicas sobre inauguraciones de tramos de ferrocarril o canales son un modelo perfecto del género a mediados del siglo XIX. Estas crónicas de la guerra de África constituirán su máxima aportación a la modalidad y leídas hoy sorprenden por su modernidad. También suponen un giro en su vida. En África, O'Donnell terminará convenciéndole de las bondades de su política y Núñez de Arce se despide de La Iberia. Esta traición al director del periódico, Pedro Calvo Asensio -que, a pesar de eso, publicó hasta la última de las crónicas-, y su línea editorial, queda en la biografía de Núñez de Arce.

Leer estas próximas semanas las Crónicas de Núñez de Arce es enfrentarse con una España que nos recuerda en gran medida una buena parte de los males instalados en la sociología del país pero también disfrutar como lectors con el primer gran relato periodístico de una campaña bélica nacional escrito por un cronista español y publicado al calor de los acontecimientos.

- Hay edición moderna al cuidado de Mª Antonia Fernández en Madrid, Biblioteca Nueva, 2003. Sigue la versión publicada en las páginas del diario La Iberia durante el conflicto. Puede cotejarse con el acceso directo al periódico en este enlace.
- Bajo el título de Recuerdos de la campaña de África, Núñez de Arce publicó una versión sutilmente revisada de sus crónicas en 1860 -para justificar su cambio de posición sobre O`Donnell-. Puede leerse y descargarse gratis en este enlace.

Noticias de nuestras lecturas

Luz del Olmo reproduce la parte final de la crónica de la guerra publicada por Núñez de Arce en La Iberia fecha en Ceuta el 10 de diciembre de 1859. Una buena forma de que comprendamos la estructura de estos textos.

Mª Ángeles Merino encuentra un buen lugar desde el que comentar las crónicas de Núñez de Arce: un domicilio burgués, conmocionado, como todos los de la época, por los hechos, de los que tiene conocimiento a través de los periódicos.

Recojo en estas noticias las entradas que hayáis publicado hasta el miércoles anterior. Si me he olvidado de alguna, os  agradezco que me lo comuniquéis. Podéis consultar el listado con los títulos del presente curso y las condiciones de participación en este enlace.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

La fuerza del humor. Revistas satíricas del siglo XIX


Esta excelente exposición organizada por la Fundación Joaquín Díaz para la Fundación Municipal de Cultura de Valladolid (La fuerza del humor. Revistas satíricas del siglo XIX. Sala Municipal de Exposiciones de la Casa Revilla, hasta el 4 de noviembre), con oportunos textos coordinados por el profesor Salvador García Castañeda que ayudan a contextualizar las imágenes, montada a partir de la Colección Martínez-Leis, muestra una selección de grabados de algunas de las revistas satíricas españolas más importantes de la segunda mitad del siglo XIX.

La prensa satírica española de aquel siglo tuvo una gran fuerza e impacto social y con su producción podrían  -deberían- organizarse decenas de exposiciones como esta, temática y generales, todas ellas interesantes y con más actualidad de lo que podría parecer. Era una forma de expresión más de los conflictos políticos y no paraba en nada a la hora del ataque al contrario, al que se caricaturizaba para resaltar todos los defectos y al que se presenataba en situaciones que lo rebajaban, animalizaban o degradaba. La mayoría de los grabados expuestos aquí son parte de la conflictividad desatada por el desastroso final del reinado de Isabel II, la Revolución de 1868, la I República y su final que daría paso a la Restauración. En ellos vemos a los políticos -y a la misma Reina- disputándose las prebendas, a los candidatos al trono de España presentando groseramente sus candidaturas, a todos olvidando los principios ideológicos y trapicheando dejando a un lado los intereses nacionales. Las caricaturas nos los presentan como seres ambiciosos, egoístas, corruptos y con comportamientos ridículamente infantiles. Las personalidades más atacadas son la Reina y su hijo, el futuro Alfonso XII, el componedor Sagasta y el general Serrano, hábil estratega de sí mismo.

Hoy no está bien vista la sátira. Hay quien piensa que es propia de países poco refinados y alaban, en su lugar, el humor inteligente, el humor blando o el humor que permite evadirse de la realidad. Es tanta la evasión de la realidad que busca el público que acude al humor -o al cine o al teatro o a la literatura- que el país entero se ha ido de la realidad y permite que sus políticos sean los únicos que están bien instalados en ella y no la suelten. De hecho, una de las especialidades en crecimiento continuo son los monólogos en los que los cómicos de pie o de taburete hablan en exclusiva de relaciones personales siempre derivadas en nuevas revisiones de los viejos enfrentamientos entre hombres y mujeres, de problemas generacionales o de las tribus urbanas. En España también se ha puesto de moda un tipo de humor que juega con el absurdo mezclado con expresiones locales, como el humor manchego. Cada tipo de humor tiene su momento, por supuesto, pero llama poderosamente la atención la práctica desaparición del humor satírico -dejado casi en exclusiva para El Jueves- y que cuando alguien amaga con él, se le vea como algo impropio y censurable. El humor satírico se caracteriza por el ataque personal a las grandes figuras políticas del momento para dejar en evidencia, entre otras cosas, que el rey está desnudo. Y uno, en estos momentos, lo echa de menos. Por lo menos en unas pocas dosis.

lunes, 9 de junio de 2008

Líneas de fuga.


El desistimiento es una tentación permanente. En política, se convirtió en un ariete en la lucha de los liberales progresistas para denunciar su apartamiento del juego político durante los últimos años del reinado de Isabel II. El desistimiento, adoptado como lucha civil para que se haga más evidente la injusticia de una situación, puede parecerse mucho a la resistencia pasiva de Gandhi.
Sin embargo, hay otro tipo de desistimiento más personal, que nos viene, a veces, de las tripas y que no tiene esa altura de miras. Todos hemos sentido la tentación de huir, de dejarlo todo porque la vida nos ha desbordado. Muchos ni siquiera consiguen luchar un solo día. Otros, en un momento de la batalla de lo cotidiano, se ven desarbolados. No todos podemos ser héroes y una voz nos grita: hasta aquí has llegado. Cada uno se reconoce en esos momentos, sabe qué siente y cómo, lo único que espera ya, es que pase el tren adecuado que lo lleve lejos de todo.
Se reconoce a esas personas por su tristeza: el que ha desistido una vez lo hará más veces. No son más que supervivientes de sí mismos, gente derrotada que huye de los conflictos, que reniega de la lucha diaria. Algunos de ellos, sin embargo, solo buscan una oportunidad en la que puedan recuperarse. Aunque cueste. Es curioso: de los derrotados por la vida pueden salir los que suelen llegar más lejos, aunque parezca contradictorio. Quizá porque ya no tienen nada que perder y en un momento necesitan salir de su huida. Igual que encontraron el tren que los alejara, pueden, un día, hallar la estación adecuada en la que apearse.