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domingo, 26 de enero de 2025

La Regenta, adaptación de Eduardo Galán dirigida por Helena Pimenta

 

La Regenta de "Clarín" se publicó en dos volúmenes en 1884 y 1885 y pronto levantó una gran polémica tanto por el carácter del autor, que se había ganado ya unos cuantos enemigos por su condición de crítico temible e ideología progresista, como por su temática, en la que exponía la hipocresía y mediocridad de la vida española del momento y se unía a la corriente narrativa que trataba el adulterio desde la condición insatisfecha de la mujer y sus consecuencias sociales (como se percibe, hago mención a La mujer insatisfecha. El adulterio en la novela realista, el ensayo clásico y luminoso de Biruté Ciplijauskaité que aborda las obras de Gustave Flaubert, Leon Tolstoi, "Clarín", Theodor Fontane, Benito Pérez Galdós, Fernán Caballero, Henry James y Henrik Ibsen). Pronto se la consideró una obra maestra de la literatura española que ha sido leída e interpretada con mejor o peor fortuna puesto que no siempre la novela sostiene lo que alguno de sus intérpretes ha querido que diga. Esta condición de obra maestra, la extensión de la trama y la complejidad de los personajes, ha provocado que hayan escaseado las adaptaciones a otros códigos artísticos. Han sido afortunadas las adaptaciones al cine (inolvidable la de Gonzalo Suárez, 1974) y a la televisión (el gran éxito de Fernando Méndez-Leite, 1995). No tengo más noticias de adaptaciones teatrales que las de Marina Bollaín en colaboración con Vanessa Montfort (2012) y la de Jesús Torres (Vetusta tiene nombre de mujer, 2021), ambas muy libres y basadas en el personaje de Ana Ozores.

En febrero de 2024 se estrenó, en el Teatro Fernán Gómez de Madrid, la adaptación de Eduardo Galán (editada por Uvedeve, 2024), que aborda el argumento completo de la novela, dirigida por Helena Pimenta e interpretada por Ana Ruiz (Ana Ozores), Alex Gadea (Fermín de Pas), Jacobo Dicenta (Álvaro Mesía), Pepa Pedroche (Doña Paula), Francesc Galcerán (Don Cayetano/Frígilis), Alejandro Arestegui (Vegallana), Lucía Serrano (Visita/Petra), con la colaboración especial de Joaquín Notario (Víctor Quintanar). Ayer sábado vi la función en el Teatro Calderón de Valladolid. Y aquí la primera valoración de este montaje: la dirección y la excelente interpretación del elenco consigue salvar con nota una adaptación que, sin su intervención, hubiera naufragado en su propósito y desarrollo. 

Eduardo Galán es un reconocido dramaturgo con éxito en las obras de su autoría y en sus adaptaciones, pero desde hace un tiempo se ha empeñado en crear un estilo propio a la hora de abordar algunos textos clásicos que consiste en tener al público por un colectivo de personas incapaces de comprender la obra que ven si no se la explica él. Hace poco le ocurrió con La Celestina, en la que, explicando la obra de Fernando de Rojas, la traicionó completamente al convertir la tragicomedia realista en una historia de fantasmas que decían reiteradamente a los espectadores lo que estaba ocurriendo sobre la escena. Ahora le ha vuelto a ocurrir con La Regenta. Con el prurito de trasladar la voz del narrador (un perfecto ejemplo de narrador omnisciente del siglo XIX) a la escena, somete al espectador a su presencia a lo largo de la obra, encarnada por varios actores, en un cómodo y fácil recurso no bien medido ni insertado. A este recurso, añade otro con la misma intención: Ana Ozores nos cuenta en pasado su perspectiva de los acontecimientos, sin que se justifique bien la razón de hacerlo. Hay algo más: los dos recursos que explican la obra para quien no la comprenda no casan entre sí y van cada uno por su lado sin confrontar adecuadamente, provocando una sensación de ruido. Hubiera sido más interesante apostar por la visión desde dentro de Ana Ozores, si ese era uno de los objetivos de actualización de la obra -según ha declarado el adaptador-, profundizando en él en toda su complejidad y poniendo en evidencia de forma sutil su choque con la voz narradora, que en la novela no es especialmente amable con el personaje. Hay otros defectos en la adaptación, que no terminan de coser bien una trama tan extensa en un espectáculo de una hora y cuarenta minutos, pero también hay momentos en los que se está a la altura de lo propuesto por "Clarín", especialmente cuando se olvida de la novela y se apuesta decididamente por el teatro porque, en el fondo, de eso se trata en una adaptación de este tipo.

Por todo lo dicho, hay que valorar el trabajo de dirección de Helena Pimenta, que ha tratado sabiamente la adaptación, afinado las transiciones y conseguido dar variedad al espectáculo, corrigiendo el texto de partida en los muchos problemas que le planteaba (véase la escena del baile y sus transiciones). Más aún el excelente trabajo del elenco. Hay mucho oficio y calidad en la dirección y en la interpretación, unidad de conjunto en la propuesta y excelencia en los momentos en los que los personajes principales deben brillar en sus monólogos. Así ocurre con los de Ana Ruiz, Alex Gadea y Joaquín Notario, que saben sumar en la escena y aprovechar los monólogos que les ofrece el texto para alcanzar una gran altura. Mención aparte merecen dos actores cuyo brillo se debe a la manera en la que trabajan en beneficio del conjunto y de la obra. Cada vez que aparece en escena Jacobo Dicenta es una muestra de talento y profesionalidad: no solo ejecuta su papel de forma admirable en todo momento, sino que contribuye a realzar a todos los compañeros que están en escena junto a él. Guardo para el final la mención de Pepa Pedroche, que interpreta a la madre de Fermín de Pas con tanta verdad y tanta solidaridad con Alex Gadea, que solo por verla actuar merece la pena pagar la entrada de la función.

La escenografía cumple con la función minimalista y funcional. No así la iluminación, que abusa de los momentos oscuros y no siempre está afinada a la hora de potenciar la obra. El vestuario de Sastrería Cornejo, impecable y adecuado.

lunes, 21 de agosto de 2023

La Celestina de Fernando de Rojas en versión de Eduardo Galán

 


A finales del siglo XV se compuso la primera versión de la Comedia de Calisto y Melibea, que pasaría por diferentes redacciones que la ampliaron de los dieciséis actos iniciales  a los veintiuno finales de la Tragedia de Calisto y Melibea al que el editor toledano Ramón de Petras añade uno más en 1526. Prácticamente todo sigue en discusión sobre esta obra que, con el tiempo, pasaría a conocerse como La Celestina -autoría, año de escritura, localización, género literario, ediciones, intención-, a pesar de la ya indiscutible atribución a Fernando de Rojas de la tragicomedia. A la obra se la debió conocer como La Celestina casi desde su primera divulgación, aunque no se consagraría así en la portada hasta la edición veneciana de 1519. Este peso del personaje de Celestina en la tradición de la obra, ha construido casi una forma única de acercamiento a la misma, lo que, a mi juicio, empobrece su lectura por mucha que sea la grandeza de la construcción de la alcahueta. Es un reduccionismo absurdo de los muchos que triunfan en la historia de la literatura. Lo que no puede discutirse de ninguna de las maneras es el hecho de que nos encontramos ante uno de los textos fundamentales de la literatura universal, también ante un texto fundacional: desde bien pronto nació una género celestinesco en la literatura -especialmente en la narrativa, pero también influyó en muchos personajes teatrales-. Esta relevancia de la obra ha llevado a sus adaptaciones para la escena. Al menos, desde la dirigida por Cayetano Luca de Tena en 1940, hay más de una veintena de intentos de subirla a las tablas, a pesar de todas las dificultades que contiene la obra -la primera, su extensión-. Yo soy de los que piensan que son pocos y que debería abordarse con mayor asiduidad y con mayor valentía.

Eduardo Galán nos propone ahora una nueva versión para la Compañía Secuencia 3, dirigida por Antonio Castro Guijosa e interpretada por Anabel Alonso, José Saiz, Víctor Sainz, Claudia Taboada, Beatriz Grimaldos y David Huertas, que yo pude ver el sábado 29 de julio pasado en el Festival de Teatro Clásico de Olmedo, con todos las peculiaridades que implican los festivales de verano en España, no siempre favorables para la contemplación de un espectáculo teatral en las mejores condiciones, pero que cumplen una interesante función de turismo cultural que, además, promueve el gusto por la escena y sanea las cuentas de los proyectos teatrales o, incluso, permite la circulación de algunas obras que, de otra forma, no sería posible.

Como suelo tener por costumbre, con posterioridad a la función, leí el programa de la misma, que vino a ratificar mi juicio inicial. O Eduardo Galán no ha entendido la Celestina o ha tirado por el camino fácil incurriendo en una preocupante tendencia creciente en el teatro español, casi un vicio: tener al espectador por incapaz de comprender una obra como esta. De ahí la necesidad de explicarle lo que ve o, por supuesto, lo que el autor de la versión quiere que vea. Esa y no otra es la razón por la que Galán dinamita lo esencial de la Celestina: su realismo. Dado que en la obra se dice que la alcahueta tiene tratos con el diablo y existe un pasaje en el que la protagonista lo invoca, no son pocos los que han visto elementos mágicos en la misma y han confundido la crítica a la superstición con la presencia de lo fantástico, totalmente ausente de la Celestina. Esto es lo que ha permitido a Galán construir una escena inicial, algunas transiciones y una escena final figurando que Celestina muerta le cuenta al padre de Melibea cómo murió su hija. Es decir, que nos cuente a los espectadores lo que ha sucedido y relate las transiciones necesarias para ajustar la duración de la obra a lo convencional. Por una parte, esta decisión de Galán traiciona la obra y reduce su importancia para hacer una función de fantasmas; por otra, profundiza en esa mencionada tendencia a tomar al espectador por un tonto al que hay que explicar lo que sucede en la escena.

El montaje tiene otras carencias; los aciertos de la escenografía, quedan reducidos por su uso, a veces repetitivo; algunos de los actores van por su cuenta y resultan enojosos ciertos recursos vocales o de fraseo... Me gustó y considero que es un acierto -no sé si de la versión o de la dirección-, el planteamiento del suicidio de Melibea, doblando la acción con las actrices. La actriz protagonista, Anabel Alonso, supo ganarse al público, pero no llegar con fortuna a todos los registros requeridos por su personaje.

Al público, que llenaba la Corrala del Palacio del Caballero, le gustó la función.


domingo, 12 de febrero de 2012

Horas de tutoría. Historia de 2 de Eduardo Galán.


Un profesor de instituto, a punto de pedir la prejubilación porque la enseñanza ya no le motiva, recibe en su hora de tutoría a la madre de uno de sus alumnos, expulsado temporalmente del centro por indisciplina. Este es el motor de arranque de Historia de 2, la comedia de Eduardo Galán, dirigida por Gabriel Olivares y Jesús Bonilla y  estrenada el pasado 21 de enero en el teatro Circo de Albacete, que pude ver en el teatro Zorrilla de Valladolid ayer sábado. No pueden ser dos personajes más diferentes: un hombre mayor, que se siente fracasado en la vida y en su profesión, con la sensación de que el mundo ha girado tanto en los cuarenta años que lleva dedicado a la docencia y de que ya no puede adaptarse a las novedades tecnológicas, los continuos cambios de planes de estudios y a los comportamientos de los adolescentes a los que tiene que educar y una mujer joven, sin educación, cajera de supermercado, agobiada por la realidad del día a día y que tiene que luchar sola por sacar adelante a su conflictivo hijo. A partir de ahí, la obra se estructura en secuencias que corresponden con cada uno de los viernes (uno al mes, de diciembre a julio) en los que la madre acude a entrevistarse con el tutor de su hijo para comprobar su evolución escolar. Entre ambos surge pronto una corriente afectiva que, negada y aceptada, supone un aliciente en sus vidas: ambos esperan con ganas esa hora de tutoría. En ella comienzan a crecer las ganas por aprender, vestirse y comportarse mejor. En él se despiertan las ilusiones perdidas tanto por su profesión como en lo sentimental. Hay una evidente resonancia del mito de Pigmalión -inevitable, pero que no llega a molestar por evidente-. Al hilo, en la comedia se tratan temas muy de actualidad: la situación de la educación pública española, el maltrato, la soledad, la crisis económica y de valores, etc.

La obra gana en interés según se desarrolla la hora y media que dura. El monólogo inicial no está bien resuelto y cabría perfeccionarlo, en especial en su ejecución, para que resulte más natural. Incluso podría prescindirse de él porque anticipa demasiado el final y no aporta nada que no contenga la primera secuencia. El diálogo del resto de las secuencias está bien resuelto, evolucionando adecuadamente junto a los cambios que se introducen verosímilmente en los personajes.

Jesús Bonilla, que encarna al profesor de instituto, está correcto en su interpretación, aunque debería cuidar algunos gestos demasiado evidentes. Ana Ruiz, en el papel de la madre del joven adolescente, realiza una interpretación excelente y marca con sutileza la evolución del personaje que siente, a partir de la relación en las horas de tutoría, ganas de mejorar tanto en su educación como en su personalidad. En la confrontación de ambos, gana siempre la actriz precisamente porque sabe marcar mejor que Bonilla estos matices que hacen evolucionar a su personaje.

El decorado es adecuado y funcional: figura un aula que podría pertenecer a cualquier centro de secundaria español y se aprovechan las ventanas para representar lo que ocurre fuera del aula en los tiempos intermedios entre las tutorías.

Galán propone un final optimista al conflicto. Por mucho que las circunstancias (personales, sociales) sean malas, siempre queda la esperanza si uno recupera la ilusión y lucha por aquello que quiere sin arrojar la toalla. Tutor y madre, trabajando para salvar al adolescente terminan salvándose a sí mismos de la desesperanza y, quizá, contribuyen a mejorar una sociedad que ofrece un panorama tan duro como el actual. Quizá el final pueda sonar a cuento de hadas, pero, en estos momentos, se agradece de vez en cuando pensar que puede ser posible la mejora. De hecho, al público le gustó y pudo salir con una sonrisa del teatro a la fría noche vallisoletana.